Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
TRABAJO FINAL
2010
2
3
2010
5
Índice
Introducción …………………………………………………………………………….. 10
Capítulo I. Escritura y excentricidad …………………………………………………... 12
1.1. La escritura de Lispector …………………………………………………………… 13
1.2. Epifanía. Clave de la escritura clariceana ………………………………………….. 17
1.3. Voces femeninas, sujetos excéntricos ……………………………………………… 21
1.3.1. Sujeto e identidad subjetiva ……………………………………………………… 21
1.3.2. Sujeto: política y representación ………………………………………………… 23
1.3.3. Género y diferencia sexual ………………………………………………………. 25
1.3.4. El sujeto excéntrico ……………………………………………………………… 27
A Juan,
porque a veces cuesta demasiado.
A Carlos, Sofía, Josefina, Santiago y Facundo,
por ser conmigo en nosotros.
A Hebbe y Mari, por estar ahí.
A Miguel y Fabiana,
por la confianza y el diálogo.
A mis compañeros de lucha,
por la senda señalada.
7
Agradecimientos
Este trabajo no podría haberse concretado sin la guía de mi director de tesis, el Dr. Miguel
Alberto Koleff, quien, además de instruirme en los aspectos técnicos de la investigación y la
crítica literarias, supo despertar en mí la curiosidad y el amor por Clarice.
A él mi sincero y obligado agradecimiento.
8
INTRODUCCIÓN
Intentar hacer un análisis hermenéutico crítico sobre la obra de Clarice Lispector, o sobre
un fragmento de la misma, significa poner en juego un doble desafío: por un lado tener en
cuenta sus textos como configuraciones perfectamente logradas a partir de algunos elementos
constantes, como las voces femeninas y las epifanías; y por el otro, desentrañar esas
configuraciones, las de sus cuentos, las de sus novelas, teniendo presente la voz de la autora
durante todo el proceso. Es que la misma Clarice se ha encargado en más de una oportunidad
de aportar las claves para la explicación-comprensión de sus textos. Indiscutiblemente trazado
en la cita que sirve de epígrafe al presente trabajo, un programa estilístico pero también
político se esboza detrás de esa sentencia que la misma Clarice proclama: “el hecho social ha
tenido en mí más importancia que cualquier otro…El problema de la justicia es en mí un
sentimiento tan obvio y tan básico que no consigo que me sorprenda …lo que me asombra es
9
que no sea igualmente obvio para todo el mundo.” Eso, que es obvio para la autora, no es otra
cosa que la cuestión central de este trabajo, pero que sin embargo no es tan fácil de
aprehender, como sugiere la escritora.
Su concepto de la palabra como “cebo” implica que para Lispector, como para sus lectores
o sus críticos, hay algo allí, en sus obras, que no está dicho: “la palabra que pesca lo que no es
palabra” y quizá, por esa misma razón, haya que poner atención a lo que la propia Clarice
aporta desde sus crónicas, misceláneas, collages, etc., para desvelar los mundos ocultos en sus
narraciones y sus respectivos sentidos.
Asumiendo este doble desafío y siguiendo las pistas que la propia autora da a lo largo de
su obra, utilizando como corpus textos de Lazos de familia y de Para no olvidar1, intento
descubrir, en el presente trabajo, lo que considero una clave de su literatura: la dimensión
política de su escritura. Semejante atrevimiento se arraiga en una percepción singular: lo que
está oculto en sus ficciones es político y tiene que ver, en principio, con la presencia de
ideologemas, esas unidades narrativas de un tipo socialmente simbólico. Pero esta
politización, encarnada específicamente en los ideologemas, sólo es posible al conjugarse en
la escritura de Lispector unos personajes excéntricos, que son a la vez, en la mayoría de los
textos analizados, voces femeninas y las epifanías que los mismos experimentan. En otras
palabras, buscaré desentrañar en los textos de la autora, la intrincada relación entre los sujetos
excéntricos y la dimensión política de la escritura, siguiendo el hilo conductor de las voces de
los personajes femeninos y las epifanías que experimentan.
Para ello he dividido el trabajo en tres capítulos. En el primer capítulo presento las
consideraciones necesarias sobre la particular escritura de la autora que incluye el desarrollo
del concepto de epifanía y un desarrollo teórico, desde el feminismo, para explicar la
configuración del sujeto y poder arribar así a la teoría del sujeto excéntrico.
En el segundo capítulo presento la teoría del inconsciente político de Frederic Jamenson,
propuesta de análisis ideológico de los textos, inscripta en la teoría de la crítica marxista, que
tiene como horizonte la pertenencia de la obra literaria, como artefacto cultural, al universo
político y también presento el concepto de la política, desde la perspectiva de Hannah Arendt.
El tercer capítulo es la aplicación, a los textos seleccionados, de las categorías de análisis
propuestas en el marco teórico desarrollado en los capítulos anteriores.
1
Las obras de la autora fueron leídas en su versión en español para evitar la traducción; los datos bibliográficos
de las mismas figuran como bibliografía fuente.
10
Por último, se presentan las conclusiones a las que arribé después del trabajo de análisis
realizado.
CAPÍTULO I
ESCRITURA Y EXCENTRICIDAD
La escritura de Clarice Lispector goza de unos atributos tan especiales que la crítica no ha
dudado en denominarla hermética. Se trata de la producción de una literatura de ficción que
juega con las esferas del yo y del otro, de manera inquietante, instalando y consolidando el
sujeto femenino como voz narrativa. Una escritura que aparece en un momento de revelación
cuando todavía es una niña de siete años y al mismo tiempo que aprende a leer. La misma
Clarice lo expresa:
Después, cuando aprendí a leer, ¡devoraba los libros! Pensaba: ¡mira, qué cosa! Yo
pensaba que el libro era como un árbol, como un animal: ¡una cosa que nace! ¡No
había descubierto que había un autor! Allí, a las tantas, yo descubrí que había un autor.
Y dije: “Yo también quiero” (Gotlib, 2007, pág. 108).
Desde entonces su relación con los libros, la lectura y la escritura será muy especial y
desde sus primeros textos experimentará un “apego a sensaciones, impresiones, al no-
acontecimiento, espiadas desde la línea de continuidad temporal, en recortes fragmentarios de
lo real” (Gotlib, 2007, pág. 109).
Su producción literaria, variada y extensa, pone en jaque la cuestión del género: Clarice
no se preocupa por encuadrar sus textos dentro de un género, por eso juega con ellos
corriendo las fronteras. Así, donde hay un cuento, también hay una crónica y viceversa, hasta
que,
los cuentos y crónicas comienzan a circular en el interior de la producción de Clarice
Lispector con movimientos que en ocasiones parecen caprichosos y, a veces,
premeditadamente casuales, tanto que seguir el curso de cada texto se torna por
momentos una empresa en verdad fascinante (Solans, 2010, pág. 6).
Todos estos textos abordan los temas recurrentes de la autora “en muy diferentes claves,
ensayando distintos tonos y géneros” (Freixas, 2001, pág. 18): lo sagrado, la necesidad de
amar, de ser feliz, el misterio de la vida, la búsqueda del otro y de sí misma, las limitaciones
del lenguaje para reflejar la realidad.
Pero la suya es también una escritura de búsqueda centrada en la preocupación por develar
el verdadero ser, el suyo y el de las cosas acarreando la incomodidad de las palabras, “si
tuviese que poner un título a mi vida sería: en busca de la cosa en sí” (Lispector, 2007, pág.
106). Así lo expresa en “Escribiendo”:
Escribí buscando con mucha atención lo que se estaba organizando en mí y que sólo
después de la paciente quinta copia empecé a entender. Mi recelo era que, por
12
En la búsqueda que la autora hace, los textos ponen en escena una tensión entre la palabra
y el silencio, entre lo dicho y lo no dicho revelando la presencia de aquello que es sumamente
importante: “Pero ya que hay que escribir, que al menos no aplastemos con palabras las
entrelíneas” (Lispector, 2007, pág. 27). En esas entrelíneas depositará la escritora un sentido,
un significado que por añadidura resulta compartido: es responsabilidad de “un nosotros”
descubrir y no desoír aquello que se oculta. Porque en la escritura, en la tensión entre palabra
y silencio “resuenan … las voces de las otras personas, de opiniones, de posiciones
individuales y de grupos sociales” (Bubnova, 2006, pág. 101). La escritura entonces resulta
una necesidad, un acto del que no puede escapar, un deber ético, el deber ético de
comprenderse a sí misma, de comprender el mundo y hacerlo claro, para sí y para los demás.
La escritura es para Clarice la única forma de “entender”:
Escribir es una necesidad para mí. Por un lado, porque escribir es una manera de no
falsear el sentimiento…; por otra parte escribo por mi incapacidad de entender si no es
a través del proceso de escritura…Acepto el riesgo…no …por libertad arbitraria o por
inconsciencia, o por arrogancia; cada día cuando me despierto, hasta por costumbre,
acepto el riesgo. Siempre he tenido un profundo espíritu de aventura, y la palabra
profundo aquí quiere decir inherente. Este espíritu de aventura es lo que me da la
aproximación más neutral y real a la vida y, desordenadamente, a la escritura
(Lispector, 2007, pág. 34).
Según la propia autora escribir es un proceso en el que se entretejen errores, valor, pereza,
desesperación y esperanza, atención y sentimiento; un proceso que no conduce a nada y sin
embargo por muy contradictorio que resulte, se acerca al propio vivir; un proceso que hunde
sus raíces en la paciencia, pero en una paciencia productiva y que indefectiblemente aflora en
un momento de revelación.
Textos de variada extensión y género constituyen la obra de Lispector: novelas, cuentos,
crónicas, reflexiones, cuentos infantiles y en todos ellos aparece “la riqueza de su talento de
observadora social, en múltiples direcciones” (Gotlib, 2007, pág. 395), poniendo en evidencia
que,
Por esta misma razón el proceso de escribir, la escritura que le resulta necesaria, también le
acarrea incomodidades, complicaciones porque la palabra es un camino sinuoso, difícil de
transitar para ella:
El deseo expreso de “escribir sin palabras” es para Lispector una forma de expresar cuánta
necesidad tiene de “decir el silencio”, de poner de manifiesto aquello que no se puede decir
con palabras y, por eso
sus narraciones describen el abismo que existe entre lo decible y lo indecible y hablan
de la necesidad humana de expresar el silencio. Se trata de una escritura no sólo hecha
con palabras, sino también con la carne, de una obra escrita con el cuerpo, de una
lucha titánica por lograr que el lenguaje literario se asemeje lo más posible a la lengua
de la sangre, a los fluidos y las descargas nerviosas con las que se comunican las
diferentes partes de un organismo vivo (Maura, 1997 en Salem, 2006, pág. 50).
14
Pero la escritura de Clarice es una escritura de mujer, con mujeres, ¿para mujeres? Y por
lo tanto es imprescindible marcar de alguna manera esa forma, o contenido o estilo del que
hablaba más arriba, citando a Barthes. Hélène Cixous en La risa de la medusa sostiene que
existe una relación entre la “economía de la feminidad, la subjetividad abierta, pródiga, esa
relación con el otro en la que el don no calcula su objetivo y la posibilidad del amor; y entre
esta “libido del otro” y la escritura” (2001, pág. 54). Aunque la crítica y escritora francesa
también reconoce que es imposible encasillar, cercar, encerrar y hasta definir eso que se
denomina escritura femenina, no obstante considera que no por no poder nombrarse no
exista. Por esa misma razón, tratando de desentrañar la escritura de Lispector, se puede
coincidir con Cixous en que la escritura femenina
siempre excederá al discurso regido por el sistema falocéntrico; tiene y tendrá lugar
en ámbitos ajenos a los territorios subordinados al dominio filosófico-teórico. Sólo se
dejará pensar por los sujetos rompedores de automatismos, los corredores periféricos
nunca sometidos a autoridad alguna (Cixous, 2001, pág. 54).
Ese deseo de la propia Clarice, en un plural que remite a compromisos éticos, de “no
aplastemos con palabras las entrelíneas”, que señalé anteriormente, permite pensar que la
suya, en buena parte –siempre quedará un resto oculto hasta para el ojo del más sagaz lector
y/o investigador- es una escritura entrecruzada con la voz, con tantos gritos como silencios,
silencios y voces propios y ajenos, silencios y voces desgarrados por el sufrimiento y la
batalla. En definitiva, como sostiene Cixous específicamente sobre la escritora brasileña,
los textos de Clarice Lispector cuentan historias de destellos, son “hechos” como ella
dice, momentos, ahoras de vida, que representan un juego de dramas brutales. No son
tragedias teatrales, sino los dramas que componen lo vivo de la vida. Así podemos
nombrar lo que se convulsiona, lo que pretende manifestarse, producirse, abrirse en
pensamiento (Cixous, 2005, pág. 180).
Una y otra vez Clarice señala que el mismo hecho de la escritura sobreviene de un
momento de “reconocimiento”, de un instante de “revelación” y así lo deja plasmado en
15
varios textos de Para no olvidar (2007). Ese momento de revelación que apunta una y otra
vez cuando reflexiona sobre su escritura es lo que se convierte en sus ficciones en la epifanía,
una nota distintiva de su escritura que en el presente trabajo es identificada como una clave
para desvelar lo oculto, para descubrir la entrelínea, para identificar los ideologemas que
marcarán la clave política de su escritura.
La epifanía, cuyo significado es revelación o manifestación, se asocia con la religión y la
mística y desde esa perspectiva ha sido estudiada en la obra de Lispector por críticos como
Antonio Maura (1998). Olga de Sá (1979) es la crítica que, recuperando los trabajos de otros
analistas de la obra de Lispector, analiza el uso de este término desde que es empleado, en la
literatura, por su precursor James Joyce. De su estudio 2, la crítica brasileña concluye que la
epifanía es un procedimiento narrativo que desemboca en lo que ella llama una “escritura
epifánica”. Según Olga de Sá
A epifania não é uma simples técnica e tal vez nem mesmo um processo fundamental
de sua expressão, a não ser que seja entendida como integrada na sua visão do mundo.
A epifania não é um motivo, mas é um tema da obra clariciana. Será um
procedimento? (...) Ora o procedimento de "estranhamento", em Clarice Lispector, é a
epifania. 3
¿Y con qué tiene que ver ese procedimiento en la escritura de Clarice? Los ejemplos
abundan en todos sus textos: la vida rutinaria, la cotidianeidad en la que aparecen inscriptos
los personajes, no impiden que esos mismos personajes, en un determinado momento,
experimenten “algo” diferente, que no tiene que ver ni con el aislamiento del sujeto, ni con
una cuestión mística. Ese algo es la “visión”, la “revelación”, que Olga de Sá considera como
2
Olga de Sá realiza, en la segunda parte, “Parte Analítica”, de su libro de 1979 A escritura de Clarice Lispector,
un profundo análisis de la epifanía en Joyce, el percusor del empleo del término en literatura, siguiendo los
estudios de Umberto Eco, Harry Levin y Jacques Aubert, para, después analizar el procedimiento en la novela
inaugural de Lispector: Cerca del corazón salvaje (1944). Con este minucioso estudio sobre la obra de Lispector,
Olga de Sá se convierte en la fuente de consulta imposible de soslayar, a la hora de abordar críticamente los
textos de Clarice, específicamente en lo referente a la “epifanía”.
3
La epifanía no es una técnica sencilla y tal vez ni siquiera un proceso fundamental de expresión, a menos que se
perciba como parte integrante de su visión del mundo. La epifanía no es un motivo, pero es un tema de la obra
clariceana. Es un procedimiento? (...) Ahora, el procedimiento de "extrañamiento" en Clarice Lispector, es la
epifanía. La traducción es mía
16
Así, en los textos de Clarice la epifanía está presente, articulando como punto central lo
que Reinhard Huaman Mori, siguiendo a Sant`Anna 6, como bien se encarga de demostrar
Olga de Sá7, considera las principales características de las narraciones de Lazos de familia
(2005), a saber:
7
Es importante tener en cuenta que, quien le dio valor heurístico al concepto de epifanía en relación con la obra
de Clarice Lispector fue Olga de Sá en su clásico libro La escritura de Clarice Lispector. Ahora bien, ella no lo
inventó. Hay un trabajo previo de Affonso Romano de Sant'Anna que lo menciona (Análise estrutural de
romances brasileiros) entendiéndolo como una técnica de inspiración joyceana. Pero el autor de la propuesta es
Benedito Nunes que -en un ensayo de 1973 denominado «Clarice Lispector»- la hace constar en un párrafo al
nombrarla: "Tais são os principais significantes dispersos que convergem, remontando ao significado fugidio de
uma epifania..." (123). Es claro que la recurrencia a Joyce proviene de la propia Clarice Lispector que inicia su
novela Perto do coração selvagem con un epígrafe del autor aun cuando ella misma ignore la palabra. Lo que
hay que rescatar -básicamente- del texto de Olga de Sá y que lo torna imprescindible en las lecturas críticas sobre
la autora brasileña, es la fuerza que le otorga al pensarla como clave de lectura ya que su aplicación permite
entender su ficción como "metáfora epistemológica” (Eco) del texto de existir. Koleff, M. en http://maiquel-
morangosmofados.blogspot.com/search?updated-max=2010-09-14T09%3A51%3A00-07%3A00&max-
results=7
17
Todo este devenir tiene un punto central, que sin él nada puede suceder, que es la
epifanía. Ahora bien, esta revelación … es activada por cualquier hecho banal o
natural, y a partir de ello los personajes se encuentran inmersos en un profundo flujo
de conciencia. Los momentos epifánicos son totalmente traumáticos, ya que se origina
una cadena de ruptura de los valores conocidos por otros completamente desconocidos
(Huaman Mori, 2005).
La epifanía entonces pone a los personajes de Lispector en una encrucijada, pues después
de la experiencia de la revelación deben decidir y optar, aunque muchas veces deciden volver
al mismo punto de partida, rechazando el cambio que han vislumbrado como posibilidad.
Cambio que ubicaría a los personajes en otro lugar, en el lugar de protagonistas de ese otro
mundo, de esa otra vida que para Olga de Sá es la “vida salvaje”: “La epifanía es un modo de
desvelar la vida salvaje que existe bajo la mansa apariencia de las cosas” (Hernández
Terrazas, 2008, pág. 207).
Ahora bien, ¿qué es lo que se conjuga en los textos de Clarice para que los personajes
experimenten la epifanía? Evidentemente el suceso epifánico obliga a pensar en personajes
que tienen una necesidad: revertir la situación actual, “el orden establecido”, porque estos
personajes no aceptan ubicarse en “el centro” que establece lo normal, sino que son ex-
centrados y si, después del momento de revelación deciden quedarse en el mismo lugar es
porque se sienten incapacitados para habitar ese otro mundo, el mundo de la periferia. Sin
embargo, más allá de la resolución final en este aspecto, los personajes clariceanos son sujetos
excéntricos, porque a partir de la puesta en marcha del pensamiento, a partir del fluir de la
conciencia, tienen precisamente conocimiento de tal situación. Existen entonces, en los textos
18
clariceanos, unos personajes que ponen en evidencia “el inconsciente8 como lugar de
resistencia [cuya] capacidad específica de exceder los mecanismos de la determinación social
puede llevar a comprender otro aspecto crucial de la capacidad de obrar” (Lauretis, 2000, pág.
122,123). Pero además estos personajes son femeninos, en la mayoría de los casos, con lo
que, si es posible entender el mundo hegemónico y central como masculino y falogocéntrico,
lo contrahegemónico y ex-centrado aparece entonces con voz femenina. Sobre el sujeto
excéntrico me explayaré más adelante.
La categoría “sujeto” puede ser entendida, siguiendo a Teresa de Lauretis en dos sentidos:
como un “ser, individuo, persona sujeta a reglas, constricciones, normas sociales más o menos
rígidas y también como sujeto gramatical, sujeto que existe, obra … sujeto o “yo” dotado de
existencia, capacidad de obrar, de querer, etc.”(Lauretis, 2000, pág. 156). Nada hay entonces,
en relación al sujeto, que pueda entenderse como natural, como ya dado, como establecido a
priori. El yo es un constructo social, lingüístico, un efecto del discurso y no un dato natural.
En el mismo sentido la identidad subjetiva resulta de las condicionantes sociales, culturales,
lingüísticas y hasta políticas ejercidas desde el exterior. En otras palabras y siguiendo a
Cecilia Luque:
Ese “yo” o “sí mismo” es la “identidad subjetiva”. Éste es un concepto que articula
otros dos: identidad y subjetividad. El sujeto es quien tiene derecho de participar en el
mundo mediante sus acciones y sus palabras, es quien tiene la autoridad necesaria para
ejercer ciertas prácticas en un determinado contexto social. Por lo tanto, la
subjetividad es la definición socio-cultural del modo legítimo de ser y estar en el
mundo que tienen las personas. (Luque, 2007, pág. 56).
8
El término “inconsciente” es utilizado aquí en su acepción psicoanalítica. En el ensayo “Sujetos excéntricos”,
en Diferencias, Teresa de Lauretis desarrolla las relaciones entre marxismo, psicoanálisis y feminismo, a partir
del análisis de las propuestas de varias autoras de la teoría feminista, para arribar a su teoría de los sujetos
excéntricos.
19
Sin embargo ese “modo legítimo de ser” viene de la mano de una modalidad específica
del poder, la “performatividad” que no resulta precisamente de la libre expresión de voluntad
del sujeto sino que se materializa en cadenas de efectos a través del discurso que tiene el
poder de hacer realidad lo que nombra: en otras palabras, el sujeto es lo que el discurso dice
que es. Sin embargo también el sujeto es lo que “no debe ser” ya que “la fuerza normativa de
la performatividad –su poder de establecer qué ha de considerarse un “ser”- se ejerce no sólo
mediante la reiteración, también se aplica mediante la exclusión” (Butler, 2008, pág. 268).
Si se tienen en cuenta los dos sentidos en que se puede entender la categoría sujeto,
siguiendo a Teresa de Lauretis, es factible pensar en dos valores respecto de la subjetividad:
Así, la construcción social del sujeto es posible gracias a los efectos del discurso y
representaciones anclados en dispositivos de poder. Estos dispositivos de poder son las
instituciones sociales: familia, escuela, la medicina, el derecho, el lenguaje, los medios de
comunicación y las prácticas culturales como la literatura, el arte y el cine, todas ellas
sostenidas por la macroinstitución de la heterosexualidad, construcción social e ideológica del
patriarcado.
Para entender que el problema del sujeto es fundamental para la política, es importante
seguir el análisis que realiza Judith Butler en El género en disputa (2007). Para la autora
norteamericana, la categoría “mujeres” no sólo introduce intereses y objetivos dentro del
discurso (feminista), “sino que se convierte en el sujeto para el cual se procura la
representación política”. Pero ¿cómo funcionan política y representación?
Es claro para Butler, sin embargo, que no existe unanimidad, respecto de esta primacía del
“sujeto” como categoría de representación, como tampoco la hay respecto de la aparente
estabilidad de la categoría mujeres. No puede, según la autora, plantearse un “sujeto estable”
ya que “las limitaciones del discurso de representación en el que participa el sujeto (del
feminismo) socavan sus supuestas universalidad y unidad”, lo que no significa que se rechace
la política de representación. Por el contrario:
Las estructuras jurídicas del lenguaje y de la política crean el campo actual de poder;
no hay ninguna posición fuera de este campo, sino sólo una genealogía crítica de sus
propias acciones legitimadoras. Como tal, el punto de partida crítica es el presente
histórico, como afirmó Marx. Y la tarea consiste en elaborar, dentro de este marco
constituido, una crítica de las categorías de identidad que generan, naturalizan e
inmovilizan las estructuras jurídicas actuales (Butler, 2007, pág. 52).
Al diferenciar entre sexo y género se plantea una fragmentación en el sujeto, de manera tal
que la supuesta unidad de la identidad del sujeto (feminista) queda desmantelada. Además si
se acepta que el sexo sea de base biológica y que el género es una construcción cultural sobre
aquél, el género resulta entonces una posibilidad de múltiples interpretaciones:
Además, no existe una relación causa-efecto entre un sexo que puede considerarse
binariamente y el género; es decir, no porque se consideren dos sexos existen
consecuentemente dos géneros. Más aún, si se considera el género independientemente del
sexo, “el género mismo pasa a ser un artificio ambiguo, con el resultado de que hombre y
masculino pueden significar tanto un cuerpo de mujer como uno de hombre, y mujer y
femenino tanto uno de hombre como uno de mujer” (Butler, 2007, pág. 55). Es imposible
negar entonces, como sostiene Butler, que las construcciones discursivas de sexo y género
responden a intereses políticos y sociales, de allí que sea importante partir del presente
histórico para desandar el camino a través del cual estas categorías fueron constituyéndose a
21
Teresa de Laurtetis en Diferencias (2000), propone una crítica a las teorías feministas
cuyo eje central pasa por afrontar la paradoja “mujer”,
un ser que está ausente y a la vez prisionero del discurso, sobre quien se discute
constantemente pero permanece, de por sí, inexpresable: un ser espectacularmente
exhibido, pero a la vez no representado o irrepresentable, invisible, pero constituido
como objeto y garantía de la visión: un ser cuya existencia y especificidad al mismo
tiempo se afirman y se niegan, se ponen en duda y se controlan (Lauretis, 2000, pág.
111).
culturales que siguen albergando la voz dominante del patriarcado: “la diferencia acaba por
ser en último término una diferencia (de la mujer) del hombre, o mejor dicho, la instancia
misma de la diferencia en el hombre” (Lauretis, 2000, pág. 34).
A esta conceptualización de “diferencia sexual” la crítica italiana aplica dos límites: la
oposición universal de sexo, la mujer como diferencia del hombre, conceptualización que
borra las diferencias entre las mujeres, las diferencias internas a las mujeres; un segundo
límite, para Lauretis, consiste en la incapacidad de entender el término en relación a “un
sujeto generado dentro de la experiencia de las relaciones de raza y clase, además de las de
sexo; un sujeto, en definitiva, no unificado sino múltiple, no sólo dividido sino contradictorio”
(Lauretis, 2000, pág. 35).
Para superar esos límites Lauretis propone entender el género como
a- Una representación que así mismo tiene implicaciones concretas o reales, tanto
sociales como subjetivas, en la vida material de los individuos.
b- En las obras de la cultura y el arte se puede observar la historia de la
representación del género, es decir, su construcción.
c- Esa construcción no se detiene sino que continúa hasta el presente en todas las
instituciones sociales: familia, tribunales, medios de comunicación, universidad,
prácticas artísticas, etc.
d- La construcción del género se realiza a través de todo discurso, también a través de
aquellos que lo critican o ponen en tensión, “porque el género, como real, no es
sólo el efecto de la representación, sino también su exceso, lo que permanece fuera
del discurso” (Lauretis, 2000, pág. 36).
El género, por lo tanto, es una representación de una relación de pertenencia a una clase 9,
a un grupo, a una categoría; representa en definitiva, a un individuo por una clase; “no es
sexo, estado de naturaleza, sino la representación de cada individuo en los términos de una
relación social particular que preexiste al individuo y está fundada sobre la oposición
conceptual y rígida (estructural) de dos sexos biológicos” (Lauretis, 2000, pág. 38), el sistema
sexo/género. Este sistema es el que confiere significado, en tanto construcción sociocultural o
aparato semiótico, a los sujetos, otorgándoles identidad, valor, prestigio, posición social, y
9
La autora aclara que usa “el término clase con las debidas cautelas, porque, aunque aquí no la utiliz[a] en el
sentido de clase/s social/es, quier[e] mantener la noción marxista de clase como grupo de individuos unidos por
causas determinantes e intereses sociales, incluida especialmente la ideología, que no son ni elegidas libremente
ni puestas de forma arbitraria”.
23
esto es así porque el sistema es un conjunto de relaciones sociales que penetra toda la
existencia social y en consecuencia es también una forma de ideología.
Para Lauretis la experiencia designa “el proceso a través del cual se construye la
subjetividad en todos los seres sociales”; se trata de “un complejo de efectos de significado,
costumbres, disposiciones, asociaciones y percepciones derivadas de la interacción semiótica
de uno mismo con el mundo externo” y que “se modifica y se reconstituye constantemente en
cada sujeto mediante la continua interacción con la realidad social, una realidad que incluye
(especialmente para las mujeres) las relaciones sociales de género” (Lauretis, 2000, pág. 54).
La experiencia de género no es otra cosa, según la autora, que “los efectos de significado y las
autorrepresentaciones producidos en el sujeto por las prácticas socioculturales, los discursos y
las instituciones dedicadas a la producción de hombres y mujeres” (Lauretis, 2000, pág. 55),
efectos producidos por las tecnologías del género: el cine, la narrativa y la teoría.
“un sujeto que ocupa posiciones múltiples, distribuidas a lo largo de varios ejes de
diferencia, y atravesado por discursos y prácticas que pueden ser –y a menudo lo son-
recíprocamente contradictorios … y [que] tiene la capacidad de obrar, de moverse y
24
más pequeña del mundo” los protagonistas son hombres, aunque el animal, la mujer y la
familia también aparecen.
Este sintético recorrido por los textos de Lazos de familia, poniendo el foco de atención en
los personajes, me permite anticipar que efectivamente Lispector escoge para sus narraciones,
en la mayoría de los casos, personajes femeninos y estos sujetos femeninos aparecen, o bien
con un nombre propio, o bien categorizados como: mujer, muchacha, madre, hija, vieja. El
hecho no es insignificante pues, en la orientación que estoy marcando, puedo coincidir con
Judith Butler en que el término “mujer” puede ser aprehendido como un sitio permanente de
oposición o como un sitio de lucha angustiosa, y entendido de esta manera se puede suponer,
por lo tanto que no puede haber ningún cierre de la categoría. (Butler, 2008, pág. 311).
La paradoja “mujer” de la que hablaba más arriba en la línea de pensamiento de Teresa de
Lauretis, requiere pensar en “la constitución del sujeto social depend[iente] del nexo entre
lenguaje/subjetividad/conciencia” lo que equivale a decir que “lo que es personal es político,
dado que lo político se convierte en personal a través de sus efectos subjetivos en la
experiencia del sujeto” (Lauretis, 2000, pág. 111).
Resulta claro, entonces, que los personajes femeninos de los textos de Lazos de familia,
actúan como sujetos femeninos en los que es posible detectar cómo “algunas configuraciones
culturales del género ocupan el lugar de lo “real” y refuerzan e incrementan su hegemonía a
través de esa feliz autonaturalización” (Butler, 2007, pág.97). La categoría del género
atraviesa, desde mi perspectiva, los Lazos de familia, pero al identificar los personajes
femeninos como sujetos excéntricos es claro que se revela en ellos la lucha contra los aparatos
ideológicos y las instituciones socio-económicas pues el modo excéntrico es precisamente una
manera de concebir al sujeto independientemente o por fuera del género. Como sostiene
Teresa de Lauretis,
este sujeto excéntrico permite pensar la identidad como “una autocolocación, una
elección –siempre determinada por la experiencia- entre las posibles posiciones
accesibles en el campo social, es decir, que pueden ser asumidas por el sujeto o
involuntariamente (ideológicamente) o bajo la forma de conciencia política” ( 2000,
pág. 137).
26
CAPÍTULO II
EL INCONSCIENTE POLÍTICO
Pero ya que hay que escribir, que al menos no aplastemos con palabras las
entrelíneas.
Clarice Lispector, Para no olvidar
No hay nada que no sea social e histórico; de hecho … todo es “en último análisis”
político.
Frederic Jameson, Documentos de cultura, documentos de barbarie
27
marcan el ensanchamiento del sentido del cimiento social de un texto gracias a las
nociones, en primer lugar, de historia política, en el sentido estrecho de acontecimiento
10
Fredric Jameson (1934), natural de Cleveland (Ohio), se licenció en la Universidad de Yale en 1956, donde se
doctoró en 1959 con una tesis sobre Jean Paul Sartre, publicada como Sartre: The Origins of a Style, en 1961. En
ese texto Jameson acusa a la academia británica y americana de estar dominadas por el empirismo y el
positivismo lógico. El entorno en el que se formó no favorecía en absoluto la relación entre estética y economía
política, por lo que la publicación de Marxism and Form (1971) se convierte en un posicionamiento teórico. La
perspectiva política, dice allí, es el horizonte absoluto de lectura e interpretación. Marxism and Form realiza
un repaso por las teorías literarias de los miembros de la Escuela de Frankfurt, Adorno, Bloch, Benjamin y
Marcuse, así como de Lukács y Sartre. En 1972 publica The Prision-House of Language en el que realiza otro
repaso histórico, esta vez por los inicios del estructuralismo y del formalismo ruso, una denuncia de todos los
movimientos sincrónicos surgidos de la teoría del lenguaje de Saussure y atrapados en la cárcel del lenguaje,
desde Barthes y Lévi-Strauss hasta Foucault y Derrida. En 1981 publica The Political Unconscious donde aplica
su teoría del inconsciente político, por ejemplo, a las obras de Conrad, y Gissing. En 1991 publica su libro más
ambicioso, Postmodernism or The Cultural Logic of Late Capitalism.
28
Los tres marcos concéntricos u horizontes semánticos son, en definitiva, según el autor,
momentos diferentes en el proceso de interpretación, una relectura y reescritura dialéctica del
texto literario.
Dentro de los límites más estrechos del primer horizonte, político o histórico, el objeto de
estudio, el texto literario, puede ser interpretado como coincidente con la obra literaria
individual que es captada como un acto simbólico.
El segundo horizonte semántico permite ver la obra literaria como ensanchada por incluir
el orden social. El texto deja de ser individual y se transforma dialécticamente, se interpreta
como un discurso colectivo y de clase, revelando el ideologema presente en el mismo, unidad
mínima inteligible de los discursos esencialmente antagonísticos de las clases sociales.
En el tercer horizonte semántico, los textos literarios sufren una última transformación
dialéctica que permiten leerlos como ideología de la forma, un conjunto de mensajes
simbólicos que permite descubrir la coexistencia de diversos sistemas de signos, rastros o
anticipaciones de modos de producción (Jameson, 1989, pág. 62).
En lo que sigue, desarrollaré más extensamente, cada uno de estos horizontes semánticos
propuestos en esta introducción al Inconsciente político.
11
“La antinomia es una forma de lenguaje más limpia que la contradicción. Con ella, sabes dónde estás: pues
afirma dos proposiciones que son radical y absolutamente incompatibles: la tomas o la dejas. En cambio, la
contradicción es una cuestión de preferencias y aspectos; sólo algunos de ellos son incompatibles con la
proposición que acompaña; puede incluso, que tenga más que ver con fuerzas, o con el estado de cosas, que con
palabras o con implicaciones lógicas. De las contradicciones se supone que, a largo plazo, son productivas;
mientras que las antinomias no ofrecen ningún modo de tratarlas, por muchas vueltas que se les dé” Jameson, F.
(2000). Las semillas del tiempo. Madrid: Trotta.
30
Definir la clase de esta manera es diferenciar el modelo marxiano de las clases del
análisis sociológico convencional de la sociedad en estratos, subgrupos, élites
profesionales y cosas así, cada una de las cuales puede estudiarse presumiblemente
aislada de las demás, de tal manera que el análisis de sus “valores” o de su “espacio
cultural” se repliega en Weltanschauugen13 separadas e independientes, cada una de las
cuales refleja de manera inerte su “estrato” particular (Jameson, 1989, pág. 68).
En esta perspectiva marxista la relación entre las clases sociales se presenta como un
escenario en el cual siempre la clase dominante intentará legitimar su propia posición de
poder, mientras que la clase opuesta intentará impugnar el sistema de valores establecido por
la clase dominante. Aquí Jameson, siguiendo a Mijail Bajtín, explicita que este nuevo
horizonte, el discurso de clase, es precisamente dialógico en su estructura, pero siguiendo su
análisis cultural marxista, añade que “la forma normal de lo dialógico es esencialmente una
forma antagonística, y que el diálogo donde dos discursos opuestos luchan dentro de la
unidad general de un código compartido” (Jameson, 1989, p. 68). En este segundo horizonte
semántico, como se advierte, está presente la contradicción social, aunque reescrita de manera
tal que lo dialógico pone en evidencia las demandas irreconciliables de las clases sociales.
Ahora bien, según Jameson, el texto individual, en este segundo horizonte semántico, ha
sido ensanchado pues ya no puede leerse como texto individual; aunque formalmente se
mantiene como acto simbólico, ya no puede considerarse como un simple enunciado
12
El autor observa en este punto que las clases sociales son entendidas por el marxismo relacionalmente y que la
forma última de la relación de clase y la lucha de clases es siempre dicotómica.
13
Cosmovisiones de mundo.
31
individual, sino que éste debe ser leído como parte del sistema más vasto del discurso de
clase:
El texto individual conserva su estructura formal como acto simbólico: pero el valor y
el carácter de semejante acción simbólica quedan ahora significativamente
modificados y ensanchados. En esa reescritura, el enunciado individual o texto es
aprehendido como un gesto simbólico en una confrontación ideológica esencialmente
polémica y estratégica entre las clases, y describirlo en esos términos (o revelarlo en
esa forma) exige todo un conjunto de instrumentos diferentes. (Jameson, 1989, p. 69).
Ahora bien, este horizonte semántico que permite la reescritura de los textos a partir de la
perspectiva dialógica de clases requiere de unidades de análisis. Para Jamenson aquí aparece
el ideologema, como unidad mínima alrededor de la cual se organiza el discurso de clase. Se
trata de una formación ambigua: puede ser entendido como un sistema conceptual o de
creencias, un valor abstracto una opinión o prejuicio, o bien como una “protonarración”, una
especie de fantasía de clase.
En el último horizonte semántico Jameson propone un ensanchamiento final del texto que
trasciende lo estrechamente político del primer horizonte, el acto simbólico, y lo social del
segundo, el discurso de clase y el ideologema. Este último marco de análisis es denominado
por el teórico norteamericano como lo histórico, en el sentido amplio del término, y propone
como unidad organizadora lo que el marxismo designa como modo de producción.
Lejos de convertirse en un análisis de tipo clasificatorio, este último tipo de análisis
pretende mostrar, según el autor, la forma que toma la contradicción en este marco y la
relación con ella del objeto cultural. El problema más grave que enfrenta este tercer horizonte
es caer en el error de considerar que cada momento histórico establece, sincrónicamente, un
modo de producción14 que le es único y que puede ser entendido como una abstracción y, al
mismo tiempo, derivar en la tentación clasificatoria. Jameson sostiene en cambio que, “los
textos surgen en un espacio en el que es de esperarse estén a la vez trenzados y cruzados por
una diversidad de impulsos provenientes de modos contradictorios de producción cultural”
(Jameson, 1989, pág. 77). En consecuencia propone como unidad de análisis la revolución
14
Los modos de producción o etapas de la sociedad humana incluían tradicionalmente los siguientes: el
comunismo primitivo o sociedad tribal (la horda), la gens o sociedades de parentesco jerárquicas (la sociedad
neolítica), el modo asiático de producción (el llamado despotismo oriental), la polis o sociedad oligárquica
esclavista (el modo antiguo de producción), el feudalismo, el capitalismo y el comunismo (con bastante debate
sobre si el estadio “transicional” entre estos últimos –llamado a veces socialismo- es un genuino modo de
producción por derecho propio o no). Lo que es más significativo en este contexto es que incluso esta
concepción esquemática o mecánica de las “etapas” históricas incluye la noción de una dominante cultural o
forma de codificación ideológica específica de cada modo de producción. Siguiendo el mismo orden éstas han
sido generalmente concebidas como una narración mágica o mítica: el parentesco, la religión o lo sagrado, la
“política”, según la estrecha categoría de la ciudadanía en la ciudad-estado antigua, las relaciones de dominación
personal, la cosificación de los bienes, y (presumiblemente) las formas originales y nunca desarrolladas por
completo de las asociaciones colectivas o comunales. Jameson, F. (1989) Documentos de cultura, documentos
de barbarie. Madrid: Visor, págs. 72, 73.
33
En esta propuesta, la forma es entendida como contenido, que mediante una inversión
dialéctica se convierte en “contenido sedimentado por derecho propio, como acarreando
mensajes ideológicos propios, distintos del contenido ostensible o manifiesto de las obras”
(Jameson, 1989, pág. 80). El autor encuentra un ejemplo de esta unidad de análisis, la
ideología de la forma, en la relación entre marxismo y feminismo, que cito en extenso por ser
el punto central de cruce entre el marco teórico desarrollado en los dos primeros capítulos y el
análisis del objeto de estudio del presente trabajo.
arcaicos de producción con los que coexiste estructuralmente. (Jameson, 1989, pág.
80, 81).
Al llegar al punto final de su propuesta de análisis del texto literario como artefacto
cultural, Jameson entiende que la causa ausente y cimiento de esos textos es la Historia
misma, pero no tematizada ni cosificada, sino como la experiencia de la Necesidad, que es en
definitiva,
una categoría narrativa en el sentido ensanchado de ese inconsciente político narrativo
…, una retextualización de la Historia que no propone a ésta como alguna nueva
representación o “visón”, algún contenido nuevo, sino como los efectos formales de …
una “causa ausente” (Jameson, 1989, pág. 82).
Asumir, como sostiene Jameson, que el horizonte último de la obra de arte es político,
requiere más allá de los fundamentos expuestos por el propio autor, algún tipo de precisión
sobre el concepto y para ello me parece sumamente conveniente dialogar aquí con Hannah
Arendt, quien trabajó a mediados del siglo veinte, en un proyecto sobre la cuestión política.
La política representaba para la filósofa y politóloga alemana una cuestión central “que no
posee un fin; en su lugar, ha sido en ocasiones el empeño nunca acabado por parte de la gran
pluralidad de seres humanos por vivir juntos y compartir la tierra bajo una libertad
mutuamente garantizada” (Arendt, 2008, pág.17)
Para Arendt, la política se puede definir como un espacio de relación y de allí que uno de
los elementos que analiza para entender este espacio de relación, es la acción. La “acción
entre” es el espacio donde aparece y se constituye la política. En sus obras, La condición
humana y ¿Qué es la política? analiza, precisamente, la acción en contraste con otras dos
dimensiones de la condición humana, la labor y el trabajo.
Brevemente, para Arendt, la labor es la dimensión ligada a la necesidad, al ciclo natural
repetitivo y permite producir todo lo necesario para la vida del organismo humano y la
especie. Los productos de la labor están destinados a ser consumidos por lo que desaparecen
sin dejar rastros. El producto de la labor es invisible y su carácter repetitivo y apolítico, de allí
que “el animal laborans puede laborar en grupo pero ello nunca se traduce en el
establecimiento de una reconocible e identificable realidad para cada miembro, puesto que
laboran como si fueran uno y no muchos” (Arendt, 2009, págs. 16, 17). En contraposición, el
trabajo es productivo y sus resultados están destinados a ser usados, por lo que tienen carácter
más duradero; “el trabajo constituye la dimensión por medio de la cual producimos la pura
variedad inagotable de cosas que constituyen el mundo en que vivimos” (Arendt, 2009, pág.
17). El producto del trabajo le da al homo faber un mundo con durablilidad y objetividad que
a la vez, resulta de la violencia que ejerce sobre la naturaleza. Además,
la acción como initium no es el comienzo de algo, sino de alguien: con las palabras y
la acción nos insertamos en el mundo humano. Desde esta perspectiva, la política
introduciría una ruptura en relación con cualquier modalidad simplemente social de
vida: la pluralidad de los seres humanos, en un mundo que constituyen en común, no
es asimilable a la unidad homogénea del género humano (Arendt, 2009, págs. 20,21).
Para Arendt la política se basa en el hecho de la pluralidad de los hombres, sin lugar a
dudas; “trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos”. Haciendo un análisis y
una crítica de cómo la filosofía nunca ha encontrado el lugar de la política, Arendt,
desacredita el zoon politikon afirmando que el hombre es a-político y que “la política nace en
el entre-los-hombres, por lo tanto completemanete fuera de los hombres” (Arendt, 2009, pág.
46).
Entender el texto, la obra de arte, la escritura como un lugar de palabra y acción entre los
hombres, es a mi juicio la posibilidad que aporta el concepto arendtiano de política para
afirmar y demostrar la hipótesis de una escritura política –más allá de la propia Lispector y de
la propuesta metodológica de Jameson. Y además, porque en tanto sujeto escribiendo, la
autora instala un relato que le permite presentarse ante los otros en un espacio compartido: la
escritura. En otras palabras, si la escritura es “mundo”, espacio entre los hombres, entonces la
escritura es política.
37
CAPÍTULO III
LA ESCRITURA POLÍTICA DE CLARICE
Ese algo muy serio en mí se vuelve aún más serio ante el hombre ametrallado. ¿Ese
algo es el asesino en mí? No, es la desesperación de un nosotros.
Clarice Lispector. “Mineirinho” en Para no olvidar.
38
los significantes políticos especialmente aquellos que designan las posiciones de los
sujetos, no son descriptivos, es decir, no representan sectores previamente dados, sino
que son signos vacíos que llegan a cargarse de investiduras fantasmáticas de diversa
índole. Ningún significante puede ser radicalmente representativo, pues todo
significante es el sitio de una “ignorancia”15 perpetua; produce la expectación de una
unidad, de un reconocimiento pleno y final que nunca puede alcanzarse (Butler, 2008,
pág. 272).
15
En el original méconnaissance. La traducción y las comillas son mías.
39
Una mujer, de la que no se conoce el nombre, con niños y marido, está peinándose frente
al espejo de su habitación. Pero mientras ella se mira y se peina, los hijos y el marido no
están. Un grito le llega desde la calle y entonces abandona la disposición física y el estado
anímico. Por un momento canta y luego “colérica, se cerró en sí mima dura como un
abanico”16 (35). La epifanía ha hecho su irrupción y a partir de este momento, gracias a la
revelación, el personaje entrará en un estado de embriaguez que la irá transformando, más allá
de la resolución final de relato.
Así comienza el cuento y así comienza la colección Lazos de familia, colocando en
primer lugar un personaje que aún sin nombre aparece entablando relaciones: Ella está sola,
sí, ahora, en esta circunstancia, pero tiene marido y niños. Unas pocas líneas más adelante
“tuvo la imagen de su sonrisa clara de muchacha todavía joven” lo que arroja otra
información, casi al pasar: la protagonista se ve como muchacha todavía joven. Mientras otras
cosas sucedían fuera de su habitación, “ella escuchaba curiosa y aburrida el estremecimiento
de la vitrina en la sala de visita” (36), perdía el equilibrio, dándose “el cuerpo de bruces” (36),
“hasta que se durmió con la boca abierta” (36). El aburrimiento se repetirá como una
constante a lo largo del relato hasta transformarse en tristeza: estados de ánimo, sentimientos
que son el producto de ese estado de embriaguez, al que contribuyen ciertas condiciones
geográficas, destacadas en la narración, como “el Brasil”, “el sol”, con alguna intención
especial17
Precisamente por la “embriaguez” que refiere a un cuadro de sopor, ella sigue durmiendo;
a pesar de que el marido la despierta cuando entra en la habitación, “no quiso ni comer ni salir
de sus ensoñaciones, y se durmió de nuevo: el hombre que se las arreglara con las sobras del
almuerzo” (36). Al despertar el personaje continúa en la misma actitud, desentendiéndose de
16
Todas las citas de los relatos han sido extraídas de Lispector, C. (2005). Cuentos reunidos. Madrid: Alfaguara.
17
Hay ciertas referencias en el cuento que llaman la atención. En primer lugar el portugués utilizado es el de
Portugal y no el de Brasil, lo que hace la prosa “diferente” por la cadencia y la particularidad del idioma. Por
otro lado, la atmósfera de “embriaguez” parece estar asociada al clima tórrido del Brasil, destacado
especialmente con la frase “ella se abanicaba en el Brasil”. También son llamativos el fragmento de la canción y
el nombre María Quiteria –heroína de la guerra de Independencia del Brasil quien se vistió de hombre y se sumó
a las filas del Ejército Brasileño. Si bien estos elementos, especialmente llamativos, han sido tomados en cuenta,
la complejidad del trabajo heurístico y analítico amerita una investigación específica que no sigo aquí por la
extensión requerida en el presente trabajo.
40
las tareas cotidianas: no le importa qué desayune ni qué ropa se ponga el hombre y cuando él
decide acercarse para besarla ella lo corre y él arroja una sentencia: “Muchacha, estás
enferma” (37). La supuesta enfermedad es estar por afuera de la norma y “comportarse de
manera diferente”, en este caso concreto como consecuencia de una “embriaguez” y también
porque se ha arrojado a los brazos del “devaneo”: “pensando, pensando. ¿En qué? No lo
sabía. Y así se dejó estar” (37)
En sus momentos de sobriedad, es decir cuando no está aletargada, la protagonista repara
en el hecho de que no ha cumplido con sus deberes, impuestos desde un mandato que,
irónicamente pone en tensión “¡ay, me he faltado el respeto!, día de lavar ropa y zurcir
calcetines, ¡ay, que haragana me saliste!, se censuró curiosa y satisfecha” (37). En medio de
su ensoñación que parece no querer abandonar, se dirige con su marido a una cena; ya en el
restaurante comienza a beber. Ahora la muchacha decididamente, por propia voluntad, “se
embriaga” y en ese estado, sin embargo, reparará en otra cuestión: hay algo muy profundo y
secreto que sólo atina a nombrar como “rareza”:
contradicciones sociales: tres personajes, el hombre rico y protector del marido, la mujer flaca
y de sombrero y el camarero, ridículamente servil desde la mirada de la protagonista.
El gran ideologema presente en el texto es la insatisfacción del sujeto 18 por un estado de
cosas contra el que la única opción es la evasión: “desilusionada, resignada, harta de comida,
casada, contenta, con una vaga náusea” (42). Pero la insatisfacción no sólo tiene que ver con
aspectos psicológicos del sujeto –esa muchacha que vive embriagada-, la insatisfacción
también está dada por el lugar social:
Podría ir más adelante todavía: porque estaba protegida como toda la gente que había
alcanzado una posición en la vida. Como una persona a quien le impiden tener su
propia desgracia. Ay, que infeliz soy, madre mía. Si quisiera aún podría echar más vino
en su cuerpo y, protegida por la posición que había alcanzado en la vida,
emborracharse todavía más, siempre y cuando no perdiera la fuerza (40).
El texto reescribe una situación de dominación de la que, en este caso, no hay salida
positiva. La contradicción social se resuelve pero en el mismo sentido de los ganadores, de los
poderosos: dominador/dominado, hombre rico/camarero, hombre rico/ella – e incluso hombre
rico/marido. De la misma manera se produce el triunfo del orden establecido por las
instituciones y la cultura, sobre la angustia del sujeto. Hay un sistema de valores ideológico y
político declarado y constituido, como afirma Jameson, a partir de la dinámica narrativa que
la autora desarrolla, pero que debe ser rastreado en la “entrelínea”, en el fluir de la conciencia
del personaje y la voz narradora.
La identidad de la protagonista no sólo se construye a partir de ser mujer, esposa, madre,
ahora en un estado de embriaguez y en un devaneo persistente; la misma es consciente de su
condición de “mujer de la capital” que le acredita cierta condición sociocultural para entablar
una conversación con el “comerciante muy próspero”: “Y ella ceremoniosa frente al otro
hombre mucho más fino y rico, procurando darle conversación, porque ella no era ninguna
charlatana de aldea y había vivido en la capital” (38). Consciente de esa condición pero a la
vez rechazándola por considerarla ridícula. El personaje sale así de su condición personal y
pone en tensión un orden basado en la hipocresía del mundo burgués, con sus normas de
comportamiento y buenas costumbres pero sólo es capaz de hacerlo al asumir una posición
excéntrica, que supone también podría ser la de su marido, con lo que queda en evidencia que,
18
Para Jameson la teoría del resentimiento y su desenmascaramiento de la ética y la oposición binaria entre el
bien y el mal, es el gran ideologema del siglo XIX de occidente.
42
Como sostiene Hannah Arendt, hay un marco, el espacio-entre donde el sujeto acciona y
utiliza la palabra con la intención de presentarse frente a los otros, de compartir ese espacio.
El restaurante y todo lo que la protagonista vive allí es evidentemente el lugar donde más se
esclarece la acción política, aunque ésta se presente en su versión antagonística 19 más que en
la agonística que propone Arendt.
De entrada la había visto, sentada a una mesa con su hombre, toda llena de sombreros
y adornos, rubia como un escudo falso, toda santurrona y fina … seguro que ni
siquiera era casada, y ponía esa cara de santa…¡Pues que le aprovechara bien la
santidad!, ¡y que no se le cayera la aristocracia en la sopa! …Y el camarero, el gran
estúpido, sirviéndola lleno de atenciones (40).
Y así, más borracha aún, recorría con los ojos el restaurante, y qué desprecio sentía por
las personas secas del restaurante, ningún hombre que fuese un hombre de verdad, que
fuese realmente triste … Y todos tan distantes en el restaurante, separados uno del otro
como si jamás uno pudiera hablar con el otro”(40).
19
La propuesta de Arendt apunta a la convivencia agonística, es decir a la permanencia de los adversarios en el
escenario político, precisamente por la idea de que la acción política buscaría la mejor convivencia de todos, de
la pluralidad, con libertad. En el texto, y siguiendo la línea marxiana de Jameson, la política está presentada en
su versión antagonista, por la cual, la lucha de clases tiende a no reconocer el derecho del adversario a quien se
lo construye como enemigo.
43
El enfrentamiento entre las clases sociales es más evidente cuando a la protagonista “de
entrada [en el restaurante] le habían dado ganas de llenarle esa cara de santa rubia [de la mujer
de sombrero] de unos buenos sopapos, junto con la aristocracia del sombrero”(40). La
intención, que no se concreta, no sólo pone en evidencia su condición de pertenencia a otra
clase: ella no pertenece a la aristocracia pero tampoco pertenece a esa clase de “hipócritas”
que aparentan una condición social y poseen otra: “Van a ver que con todos sus sombreros, no
dejaba de ser una verdulera haciéndose pasar por gran dama” (40). También se revela la
cuestión del cuerpo, “no como una superficie disponible que espera significación, sino como
un conjunto de límites individuales y sociales que permanecen y adquieren significado
políticamente” (Butler, 2007, pág. 99): rolliza/plana de pecho; gorda y pesada, con hijos/
cinturita pequeña incapaz de parir un hijo a “su” hombre.
De regreso en su casa, en su habitación, se despliega nuevamente el escenario de lo
personal y familiar: tranquila y escéptica; paciente y obediente contempla a su alrededor y
todo le resulta aburrido. El orden familiar le resulta fastidioso y hasta nauseabundo por
instalar ciertas “cosas buenas”: “el hombre roncando a su lado, los hijos gorditos durmiendo
amontonados en la otra habitación” (42), que se contraponen con “las cosas malas” del afuera,
del restaurante:
La insatisfacción asume sin embargo dos tonos: la culpa y el reproche por lo que “es”,
por “lo que hace” y la cólera que le sobreviene en los momentos de “lucidez”, por eso afirma
la voz narradora entrecruzada con la de la protagonista:
Y eso todavía no era nada. Que en ese momento le estaban sucediendo cosas que sólo
más tarde le irían realmente a doler mucho: cuando ella volviera a su tamaño corriente,
el cuerpo anestesiado estaría despertándose, latiendo, y ella iba a pagar por las
comilonas y los vinos. Entonces, ya que eso terminaría por suceder, tanto se me hace
abrir ahora mismo los ojos, lo hizo, y todo quedó más pequeño y más nítido, pero sin
ningún dolor… Pero pasado mañana habría que ver cómo estaría su casa: la restregaría
con agua y jabón hasta arrancarle toda la suciedad, ¡toda!, ¡habría que ver su casa!,
amenazó colérica (41,43).
44
La epifanía, como sostiene Olga de Sá, no es sólo el paso de lo banal a la belleza; existe
también una epifanía crítica que lleva al personaje clariceano a sentir “nausea”. La cólera y la
tristeza que experimenta la muchacha son consecuencias de esa epifanía crítica:
¡Ay, qué cosa me viene!, pensó desesperada. ¿Habría comido demasiado? ¡Ay, qué
cosa me viene, santa madre mía!
Era la tristeza …
Ay, qué bien se sentía, qué áspera, como si todavía tuviese leche en las mamas, tan
fuerte… Y cuando ella se sentía avergonzada no sabía dónde tenía que fijar los ojos.
Ay, qué tristeza (42, 43).
el origen de la acción personal y política no procede del interior del individuo, sino de
los intercambios culturales complejos entre los cuerpos en los que la identidad en sí
varía constantemente y lo que es más, donde se construye, se derriba y vuelve a
ponerse en movimiento sólo en el contexto de un campo dinámico de relaciones
culturales (2007, pág. 251).
Al finalizar el relato, la protagonista anticipa que al día siguiente seguirá con sus tareas
habituales, “normales”; arrancará la suciedad, no sólo la de la casa, también la que se le ha
acumulado en el propio yo. Ella está sucia –la embriaguez y el devaneo la han ensuciado- y
por eso mismo, desafiante y cómplice, al mismo tiempo que se insulta, ríe, como burlándose
de un “deber ser” al que ha podido eludir, al menos circunstancialmente.
3.1.1.2. “AMOR”
ama de casa, esposa y madre. Gracias a su dedicación todo en su hogar “crecía” como fruto de
su trabajo abnegado y responsable:
Como un labrador. Ella había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras,
sino esas mismas. Y los árboles crecían. Crecía su rápida conversación con el cobrador
de la luz, crecía el lavabo, crecían sus hijos, crecía la mesa con comidas, el marido
llegando con los diarios y sonriendo de hambre (44).
El mundo de Ana es el hogar que le ha dado la posibilidad de crear y crearse una “vida de
adulto, algo al fin comprensible”, por propia voluntad pues así lo “había querido y escogido”
(45). Lo anterior a este presente había sido una juventud de “exaltación perturbada”, “tan
extraña como una enfermedad”. Puesto en estos términos el mundo de Ana, en boca de la
narradora, es casi perfecto y no se atiene a normas impuestas desde el exterior sino que
representa una construcción personal y voluntaria.
En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas. Y
eso le había dado un hogar sorprendente. Por caminos torcidos había venido a caer en
un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella lo hubiese inventado
(45)
Sin embargo, en la entrelínea clariceana se revelan notas de un poder que lleva, en este
caso a la mujer, a querer vivir de una determinada manera, más allá de la propia voluntad. De
otra forma no se entiende por qué se sorprende Ana de haber encajado en ese “destino de
mujer”? ¿Existiría la posibilidad de “otro destino”? Ser mujer en este caso es ser esposa,
madre, ama de casa, sujeto responsable de sus obligaciones, de “esas” obligaciones. Se trata
de una “configuración” como resultado de la reiteración de normas hegemónicas; aunque Ana
no pueda o no quiera admitirlo, “caer en un destino de mujer” es
Tener un hombre de verdad, tener hijos de verdad, son los parámetros establecidos por la
norma cultural, lo considerado “normal”, de allí que lo que experimenta la protagonista en
cierto momento del día, “la hora peligrosa de la tarde”, deba ser controlado pues la llevaría a
46
La bolsa de malla era áspera entre sus dedos, no íntima como cuando la tejiera. La
bolsa había perdido el sentido y estar en un tranvía era un hilo roto; no sabía qué hacer
con las compras en el regazo. Y como una extraña música, el mundo recomenzaba a su
alrededor. El mal estaba hecho (47).
Salida del ambiente seguro de su cotidianeidad (casa, hijos, marido) Ana es arrojada a la
inseguridad de ese otro mundo, el mundo externo y sin ley, donde los “otros” están expuestos:
el ciego había abierto la puerta a la conciencia de ese otro mundo. La epifanía corre un velo y
lo que habitualmente es orden, tranquilidad, ley, satisfacción, de repente se transforma en
crisis, sufrimiento, ausencia de ley, revolución. Ana ha entrado en un estado de conciencia que
le permite “ver” y “verse” desde otra perspectiva y experimenta lo que Judith Butler expresa
de la siguiente manera:
Que otro me deshaga es una necesidad primaria, una angustia, claro está, pero también
una oportunidad: la de ser interpelada, reclamada, atada a lo que no soy yo, pero
también movilizada, exhortada a actuar, interpelarme a mí misma en otro lugar y, de
ese modo, abandonar el “yo” autosuficiente considerado como una especie de posesión
(Butler J. , 2009, pág. 183).
había llevado le pareció una manera moralmente loca de vivir” (50), porque
indefectiblemente, “la moral del Jardín era otra” (49, 50). En el reconocimiento de esa otra
vida, de esa otra moral, Ana descubre –y en el descubrimiento de Ana se trasluce la crítica de
la autora- que su “yo” puede ser modificado y que la subjetividad no es estable e inamovible,
sino que puede experimentar un desplazamiento, una metamorfosis, un corrimiento del lugar
central asignado por la ideología del género.
Ante tal revelación Ana retorna al hogar, el lugar seguro donde transcurre su vida, sin
embargo, la conciencia que ha adquirido le permite constatar que “la vida era peligrosa”
porque más allá de los “otros” –los otros cercanos, de rostros conocidos: hijos, marido-
existen “otros” cuyos rostros Ana encuentra “diferentes” al propio. Ir hacia el encuentro de
esos otros es la llamada del ciego, es decir, es la “vida salvaje” que le plantea la epifanía:
“¿Qué haría en el caso de seguir con la llamada del ciego? Iría sola… Había lugares pobres y
ricos que necesitaban de ella. Ella precisaba de ellos..” (51). Esa “vida salvaje” es la otra vida,
no la de su casa y su mundo ordenado por la norma; la protagonista ha descubierto que en esa
vida está la verdad y por eso, al mismo tiempo, teme y siente asco, “la proximidad de la
verdad le provocaba” asco y también horror.
Al enfrentarse a “la verdad”, la protagonista descubre dolorosamente que el orden social,
ese que está fuera de su hogar, está atravesado por la contradicción: “el mundo era tan rico
que se pudría” y, sin embargo, “había niños y hombres grandes con hambre”. Como sujeto,
Ana se ve interpelada por esa realidad al punto de evaluar su propia situación: ¿de qué lado
del mundo se encuentra?, ¿de qué lado debiera estar?:
El hombre poco se había distanciado y, torturada, ella parecía haber pasado para el
lado de los que le habían herido los ojos. El jardín Botánico, tranquilo y alto, la
revelaba. Con horror descubría que pertenecía a la parte fuerte del mundo, y ¿qué
nombre se debería dar a su misericordia violenta? Se vería obligada a besar al leproso,
pues nunca sería sólo su hermana. Un ciego me llevó hasta lo peor de mí misma, pensó
espantada. Se sentía expulsada porque ningún pobre bebería agua en sus manos
ardientes. ¡Ah!, ¡era más fácil ser un santo que una persona! (51).
El círculo se cierra -si es posible entender el relato como un círculo, cuyo punto de partida
y de llegada son el mismo-, con dos momentos tan reveladores para Ana, y para los lectores,
como la misma visión del ciego mascando chicle:
48
(después de la cena) Ellos rodeaban la mesa, en familia. Cansados del día, felices al no
discutir, bien dispuestos a no ver defectos. Se reían de todo, con el corazón bondadoso
y humano … Y como una mariposa, Ana sujetó el instante entre los dedos antes de que
desapareciera para siempre (53).
En un gesto que no era suyo, pero que le pareció natural, tomó la mano de la mujer
llevándola consigo sin mirar hacia atrás, alejándola del peligro de vivir (53).
Existe una felicidad asociada con una postura política de no intervenir en el mundo;
mientras “no se discuta”, mientras “no se vean los defectos”, el transcurrir cotidiano en
familia, en el interior de la casa20, la construcción segura que alberga, protege, cobija,
garantiza la felicidad de hombres, mujeres y niños. Ana sujeta el instante con sus dedos
porque, a partir de la epifanía, de la visión del ciego, ya no es la misma y entiende que,
mientras unos están rodeados de amor y contención en sus hogares, otros, viven por fuera de
esa lógica, expuestos a las inclemencias de una sociedad injusta. Como sujeto excéntrico,
tomando distancia, Ana considera la posibilidad de tener que responder al llamado del ciego
y entonces lo que era tranquilidad, estabilidad, felicidad, puede perderse. Aunque el hombre,
su marido, la tome de la mano y la lleve lejos del peligro de la vida, Ana no puede, desde el
momento en que se ha hecho consciente, negar lo que le ha sucedido
3.1.1.3. EL BÚFALO
“El búfalo” es el cuento que cierra la colección Lazos de familia y, junto a “Devaneo y
embriaguez de una muchacha” y “Amor”, el relato que tomo para indagar sobre la relación
entre lo personal, lo institucional y la clase en la escritura de Clarice Lispector, con el objeto
de descubrir el ideologema21 presente, tratando de entender cómo funciona el “inconsciente
político” propuesto por Jameson. En función de lo cual es importante tener en claro, junto a
Teresa de Lauretis,
20
La casa, como en Mineirinho. Ver excurso.
21
Para la definición de ideologema, ver capítulo dos.
49
Ella misma es como un animal y el embestir contra las rejas es una forma de rebelarse
contra aquellas marcas infundidas en su subjetividad: es mujer, es hembra y debe encontrar
una pareja y ser amada. El rechazo del macho, del hombre, la obliga a buscar, allí mismo, en
ese mundo natural, eso que le permita “aprender a odiar para no morir de amor” (145).
“El sujeto es quien tiene derecho de participar en el mundo mediante sus acciones y sus
palabras, es quien tiene la autoridad necesaria para ejercer ciertas prácticas en un determinado
contexto social” ( Luque, 2007, pág. 56). Ahora bien, el personaje, en cuanto sujeto mujer,
pone en juego su autoridad para ejercer en este caso, su derecho a “no amar” sino a odiar, que
no es otra cosa que rebelarse contra lo instituido desde la cultura y por las instituciones
sociales que son las “jaulas” que apresan una forma de ser, una identidad supuestamente
coherente:
Nunca el perdón, si aquella mujer perdonara una vez más, aunque sólo fuese una vez
más, su vida estaría perdida –dejó escapar un gemido áspero y corto, y el cuatí se
sobresaltó-, enjaulada miró en torno a sí y, como no era persona a quien prestasen
atención, se encogió como una vieja asesina solitaria (146).
Y allí estaba ahora sentada, quieta dentro de su abrigo marrón. El asiento todavía
detenido, la maquinaria de la montaña rusa todavía parada. Separada de todos en su
asiento parecía estar sentada en una iglesia …La brisa le erizó los cabellos de la nuca,
ella se estremeció rechazando, rechazando en tentación, siendo siempre tanto más fácil
amar (143).
La epifanía le revela el lado salvaje de la vida: se siente tentada pero rechaza la tentación.
¿Por qué odiar si es mucho más fácil amar? Pero, además de revelarle el lado salvaje de la
vida, la epifanía le permite ex –centrarse. Desde su posición descentrada, aislada de los
demás, los otros, que son los que ocupan el lugar central, los enamorados, la mujer/hembra
asume la consciencia de su condición y desvela que
51
el origen de la acción personal y política no procede del interior del individuo, sino de
los intercambios culturales complejos entre los cuerpos en los que la identidad en sí
varía constantemente y, lo que es más, donde se construye, se derriba y vuelve a
ponerse en movimiento sólo en el contexto de un campo dinámico de relaciones
culturales (Butler, 2007, pág. 251).
La epifanía le abre la puerta a ese mundo de lo “impensable” que es a la vez “salvaje” que
le permitiría escapar de los mandatos y las marcas impuestas por la sociedad y la cultura:
Pero de pronto fue aquel vuelo de vísceras, aquella parada de un corazón que se
sorprende en el aire, aquel espanto, la furia victoriosa con que el banco la precipitaba
en la nada e irremediablemente la erguía como una muñeca de falda levantada, el
profundo resentimiento con que ella se tornó mecánica, el cuerpo automáticamente
alegre -¡el grito de las enamoradas!-, su mirada herida por la gran sorpresa, la ofensa,
“hacían de ella lo que querían”, la gran ofensa -¡el grito de las enamoradas!-, la
enorme perplejidad de estar espasmódicamente jugando hacían de ella lo que querían,
de pronto su candor expuesto (144).
La epifanía que la mujer experimenta en la montaña rusa le trae un recuerdo que tiene el
peso de una condena: no sólo es una hembra rechazada por el macho; lo que formaba parte de
su intimidad, “su intimidad”, había sido expuesta en un acto de violencia. Y otra vez la
epifanía dándole la posibilidad de apropiarse de la revelación, como quien se apropia de un
regalo:
Se arregló la falda con recato. No miraba a nadie. Contrita como el día en que en
medio de todo el mundo cuanto tenía en la bolsa cayera al suelo y todo lo que tenía
valor siendo secreto en su bolsa, al ser expuesto en el polvo de la calle, revelara la
mezquindad de una vida íntima de precauciones: polvo de arroz, recibo, pluma fuente,
ella recogiendo del suelo los andamios de su vida … Aunque nadie prestara atención,
nuevamente se alisó la falda, hacía lo posible para que no se dieran cuenta de que
estaba débil y difamada, protegía con altivez los huesos doloridos…pero como si
hubiese tragado el vacío, el corazón sorprendido.
¿Sólo eso? Solamente eso. De la violencia, sólo eso. (144, 145).
implorando amor al búfalo. Finalmente provocado, el gran búfalo se acercó sin prisa” (149).
El desprecio, el abandono y el odio del hombre permiten reescribir la dominación del macho
sobre la hembra, del hombre sobre la mujer, la mujer que es curiosa, ingenua, y que no puede
ni quiere huir, presa del poder de la “bestia”, del búfalo. Sobre ella recae la violencia, del otro,
que la desprecia y la propia que termina con su vida, lo que confirma “que existe una
violencia mediante la cual se forma el sujeto y que las normas que fundan el sujeto son
violentas por definición” (Butler, 2010, pág. 229).
En el intercambio de miradas entre la mujer y el búfalo, la individualidad se diluye
quedando en evidencia que “si el yo se forma mediante la acción de las normas sociales, e
invariablemente con relación a unos vínculos sociales constitutivos, se puede inferir que toda
forma de individualidad es una determinación social” (Butler, 2010, pág. 228).
Allá estaban, el búfalo y la mujer frente a frente. Ella no miró la cara, ni la boca, ni los
cuernos. Miró sus ojos. Y los ojos del búfalo, los ojos miraron sus ojos. Y fue
intercambiada una palidez tan honda que la mujer se entorpeció adormecida (149).
En este relato, la contradicción social adquiere la forma más antigua de dominación, tal
cual lo sostiene Jameson, cuando afirma que
observe un proceso de tensión a través del cual la adolescente lucha contra la performatividad:
lo que debe ser su cuerpo/sexo, cómo debe constituirse la materialidad de su cuerpo. Una
tensión que es lucha contra el orden establecido y que demuestra que
La protagonista realiza un proceso de aprendizaje. Se resiste a ser “vista” por los demás,
como “mujer” en su viaje desde la casa a la escuela, y aun por los pasillos, pero al llegar al
aula “sabe” como actuar, de manera tal que su cuerpo no es “visto” en su dimensión
femenina:
Hasta que llegaba finalmente al aula. Donde repentinamente todo se tornaba sin
importancia y más rápido y leve, donde su rostro tenía algunas pecas, los cabellos
caían sobre los ojos, y donde ella era tratada como un muchacho. Donde era
inteligente. La astuta profesión (113).22
Ser vista como muchacho le da la seguridad de no ser vulnerada, atacada, vejada, porque,
ser mujer, o al menos ser vista como tal, implica exactamente ser considerada un sujeto
marginal, despojado y sin oportunidad. En este accionar y pensar del personaje/sujeto
adolescente femenino subyace una forma de ideología 23, ideología del género, y en los
términos en que estoy planteando el presente trabajo, un ideologema 24, “porque si el sistema
sexo/género es un conjunto de relaciones sociales que penetra toda la existencia social,
entonces el género es verdaderamente una forma de ideología, y obviamente no sólo para las
mujeres” (Lauretis, 2000, págs. 42-43). El ideologema está presente toda vez que al “relato”
que propone la autora-narradora sobre la opresión que viven las mujeres, le precede otro
“microrrelato” que recuerda las formas más arcaicas de la lucha de clases.25
Ahora bien, adolescente, mujer a punto de serlo, la protagonista es un sujeto en una
encrucijada que toma cierta distancia para configurar, si no la representación de sí misma que
le exigen desde la norma, desde la institucionalidad, sí una autorrepresentación, que no es otra
cosa que la representación subjetiva del género que, por otro lado, no por ser subjetiva dejará
de tener su incidencia en lo social y su efecto político. Y esto es así ya
que la representación social del género incide sobre su construcción subjetiva y (que),
viceversa, la representación subjetiva del género (o autorrepresentación) incide sobre
su construcción social, [lo que] admite una posibilidad de acción y de
22
La cursiva es mía.
23
Siguiendo a Teresa de Lauretis, la ideología del género es el heterosexismo.
24
Ver capítulo II
25
Ver el concepto desarrollado al respecto en el capítulo II.
55
La posición distanciada a la que hago referencia es, por otro lado, una clara evidencia de
la excentricidad del personaje que, consciente de su condición de sujeto en formación,
femenino y vulnerable, camina por las fronteras de la contradicción y la no coherencia,
atravesada por los discursos de la norma y la regulación y por la propia necesidad de rebelión.
La protagonista de “Preciosidad”, en definitiva, hace y no hace lo que se espera de ella, de su
género, de su sexo, lo que aparece claramente en las relaciones que establece en las
instituciones en las que está inserta: la familia y la escuela:
[En los pasillos] pasaba entre las filas de los compañeros creciendo, y ellos no sabían
qué pensar ni cómo comentarla … Prohibitiva, ella les impedía pensar …[en el aula]
adivinaba la repulsión fascinante que su cabeza pensante creaba en los compañeros,
que, de nuevo, no sabían cómo comentarla (113).
Pero hay otra dimensión en el relato que recupera lo social como lugar de tensión y
contradicción y para poner en evidencia esa realidad, la autora pone otro escenario: la calle.
En definitiva, el aprendizaje que experimenta la adolescente no sólo transcurre en la escuela y
en la familia, también en la calle la adolescente experimentará un aprendizaje, nacido de la
violencia, que asume, por tanto, el carácter de “inmolación”. La calle es el lugar del hambre,
del miedo y de la injustica, y paradójicamente, el lugar donde la distribución de la riqueza se
hace efectiva. ¿Pero de qué riqueza habla la voz narradora de “Preciosidad? La riqueza que
detentan los “hombres” en detrimento de la pobreza que viven las “mujeres”. Desigualados
por las injusticias sociales, económicas y culturales, los hombres son el padre, los obreros
cansados, el viejo pidiendo limosna; igualados por el género, todos ejercen el mismo poder
sobre las mujeres:
56
Ella sentía vergüenza de no confiar en ellos, que estaban cansados. Pero hasta que
conseguía olvidarlos existía la incomodidad. Es que ellos “sabían”. Y como también
ella sabía, de ahí la incomodidad. Todos sabían lo mismo. También su padre sabía. Un
viejo pidiendo limosna, sabía. La riqueza distribuida y el silencio (112).
La experiencia del género no es otra cosa que el conjunto de los efectos de significado y
las autorrepresentaciones producidos en el sujeto por las prácticas socioculturales, los
discursos y las instituciones dedicadas a la producción de hombres y mujeres (Lauretis, 2000,
pág. 55). Y esa experiencia de género es la que lleva a la muchacha a la inmolación, al ritual
de iniciación porque, aunque luche contra el mandato de las instituciones –“soy fuerte, soy
fuerte, soy fuerte” repite dieciséis veces-, no puede evadirse al mandato “y entonces ya no se
apresuró más. Fue a la gran inmolación de las calles. Atontada, atenta, mujer de apache. Parte
del rudo ritmo de un ritual” (115). A esa inmolación, a ese ritual, se entrega, no sin conciencia
pero sí respondiendo a “la gran vocación para un destino”, “sufriendo al obedecer”. La
ideología de género que asume un contrato heterosexual como praxis y guía de las relaciones
sociales y culturales entre los sujetos, tiene sus tecnologías; el sujeto excéntrico es consciente
de ello y a partir de esa conciencia lucha para no dejarse dominar y buscar desde fuera de la
norma otras formas para su construcción y para entablar las relaciones sociales y culturales.
Sin embargo la opresión de todo el aparato –la suma de ideología y tecnología, me atrevo a
decir- tensiona al sujeto pudiendo llegar al quiebre de su decisión, consciente, de luchar –los
personajes de Lispector viven en más de una oportunidad esta situación. La protagonista de
“Preciosidad” no escapa a esta experiencia, por eso la voz narradora advierte:
No debería haberlos visto. Porque, viéndolos, por un instante ella arriesgaba tornarse
individual, y ellos también. Era de lo que parecía haber sido avisada: mientras fuera
impersonal, sería hija de los dioses, y asistida por lo que tiene que ser hecho. Pero,
habiendo visto lo que los ojos, al ver, disminuyen, se había arriesgado a ser ella
misma, lo que la tradición no amparaba (117).
57
Él entró tarde en el restaurante. Por cierto, hasta entonces se había ocupado de grandes
negocios. Podría tener unos sesenta años, era alto, corpulento, de cabellos blancos,
cejas espesas y manos potentes. En un dedo el anillo de su fuerza. Se sentó amplio y
firme (106);
y hasta el final, la idea de un poder encarnado en ese hombre aparecerá y guiará la mirada de
“ese otro”. Ese poder es el que le permite al hombre observado devorar la comida y actuar de
manera tal que no existe, para los otros, otra opción que la de obedecerle y en el acto de
obediencia se ratifica la tensión, la contradicción entre las clases sociales. Quien observa es
consciente de ese poder y de la contradicción misma:
58
porque ahí estaba seguramente un señor de buenas propinas, uno de esos viejos que
todavía están en el centro del mundo y de la fuerza … Finalmente él hizo una mueca
de aprobación. El camarero agachó la cabeza reluciente con sometimiento y gratitud,
salió inclinado, y yo respiré con alivio (108).
Mientras el hombre poderoso sigue comiendo, quien observa parece, además de observar,
participar de algo que no sabe exactamente qué es, pero que sin lugar a dudas le provoca
cierta revulsión – “la pequeña convulsión de un conflicto, el malestar de no entender lo que se
siente”26 – que de todos modos no anula la sumisión y por eso mismo reacciona abandonando
“con cierta decisión el tenedor en el plato, con un ahogo insoportable en la garganta, furioso,
lleno de sumisión” (107). La cólera, la ira, el enojo están presentes en quien observa y estos
sentimientos asociados con el acto simbólico de comer parecen reafirmar la idea de que “la
salvación no es divina y depende de la acción de los hombres aquí en la Tierra” (Gotlib, 2007,
pág. 477); si unos tienen tanto, que pueden devorarlo todo; otros no tienen mucho o tienen
nada y están con hambre.
A medida que el hombre poderoso va comiendo, como con cierto esfuerzo –el esfuerzo
parece estar originado por la obesidad de un cuerpo en el que ya no puede “entrar” nada más-,
su cuerpo y todo el espacio del restaurante parecen crecer, engordar, al punto de la explosión.
El observador experimenta una náusea y al mismo tiempo todo parece más grande y peligroso
El observador-narrador intenta ver en el hombre poderoso otra cosa, diferente, tal vez la
“cosa misma”, el hombre mismo, en este caso, despojado de la fuerza y el poder, pero no
puede hacerlo ya que “él [el observado] no quiere”.
La mujer también es observada pero además observa al hombre poderoso que sigue
comiendo a pesar de detenerse en más de una oportunidad como para seguir llenándose: “la
mujer delgada, cada vez más bella, se estremece seria en las luces” (109).
En la sentencia final “pero yo todavía soy un hombre” el observador-narrador parece
descubrir que la condición de tal sólo es posible en la medida en que se rechaza un estado de
26
“Mineirinho”
59
opulencia y de poder; rechazar la carne y su sangre pareciera ser parte de la justicia que es
debida a quienes son traicionados, asesinados, oprimidos. El hombre poderoso que está en el
centro, “el viejo devorador de criaturas” (109), aparece por un instante como debilitado; sin
embargo, “todavía capaz de apuñalar a cualquiera de nosotros” (110), con lo que, las
relaciones de dominación se ratifican.
Pero esta consciencia sólo ha sido posible después de la experiencia de la epifanía: en el
momento en que el hombre poderoso se aprieta las órbitas de los ojos con las dos manos
peludas, quien observa, experimenta la revelación en el sentido que señala Olga de Sá cuando
afirma que existen en la obra de Clarice toda una gama de epifanías “críticas y corrosivas,
epifanías suaves y de las percepciones decepcionantes, seguidas de náusea y tedio” (Sá, 1979,
pág. 200)27. Esa náusea va a ir in crescendo a lo largo del relato hasta llegar a un punto del que
protagonista no tiene retorno.
El observador-narrador, que al comienzo del relato se siente parte de un orden establecido,
experimenta un corrimiento y por eso decide, consciente de su condición de sujeto que
rechaza aquél orden de dominación, separar el plato y no comer. Elegir lo contrario sería
mantenerse en el centro: como sujeto excéntrico no puede hacerlo. Por cierto, esa
excentricidad no es otra cosa que un nuevo modo de subjetividad, generada a partir de ciertas
condiciones limitantes que pueden, a pesar de todo, ser modificadas; un nuevo modo de
subjetividad que exterioriza al yo arriesgando “su inteligibilidad y su reconocibilidad en un
envite por exponer y explicar las maneras inhumanas en que “lo humano” sigue haciéndose y
deshaciéndose” (Butler J. , 2009, pág. 180).
Si el ideologema puede ser entendido como un sistema conceptual o de creencias, un valor
abstracto una opinión o prejuicio, o bien como una “protonarración”, una especie de fantasía
de clase, según lo que plantea Jameson; y el trabajo del analista es poder identificar ese
ideologema en el documento cultural, en “La cena” el ideologema, que no puede negarse tiene
que ver con la insatisfacción del sujeto en relación a un orden que le oprime de tal manera que
seguirlo, respondiendo a su lógica, implicaría perder la condición de humano, por eso mismo
el personaje-sujeto-observador “empuj[a] el plato, rechaz[a] la carne y su sangre” (110). En
otras palabras, el microrrelato subyacente en el relato, en el cuento, se reescribe apelando a
“estrategias esencialmente polémicas y subversivas” (Jameson, 1989, pág. 70).
27
En el original, en portugués. La traducción es mía.
60
El camarero disponía los platos sobre el mantel. Pero el viejo mantenía los ojos
cerrados. A un gesto más vivo del camarero, él los abrió tan bruscamente que ese
mismo movimiento se comunicó a las grandes manos y un tenedor cayó. El camarero
susurró palabras amables, inclinándose para recogerlo; él no respondió. Porque, ahora
despierto, sorpresivamente, daba vueltas a la carne de un lado para otro, la examinaba
con vehemencia, mostrando la punta de la lengua –palpaba el bistec con un costado del
tenedor, casi lo olía, moviendo la boca de antemano-. Y comenzaba a cortarlo con un
movimiento inútilmente vigoroso de todo el cuerpo (105).
No hay posibilidad, para quien observa, de permanecer sin accionar en algún sentido
porque su condición de hombre-en-el-mundo, de hombre-entre-hombres, en el sentido
arendtiano, lo impele a ello.
EXCURSO
Quien vive sabe, aún sin saber que sabe. Así es que ustedes saben más de lo que
imaginan aunque finjan que son sonsos.
1. CONSIDERACIONES PREVIAS
En este último texto que tomo para el análisis, puede leerse una aparente contradicción
respecto del trabajo realizado hasta aquí, ya que, Mineririnho 28 no pertenece a la colección
Lazos de familia sino que es una de las crónicas de Para no olvidar y en principio no hay un
personaje femenino en escena. Sin embargo, como señalé en el capítulo primero, los textos
de Clarice mueven las fronteras de los géneros, experimentando un corrimiento en múltiples
sentidos, y lo que aparece a simple vista como un cuento, puede sin previo aviso
transformarse en crónica, o viceversa. De allí que, aunque la crítica en términos generales no
toma los textos de Fondo de cajón o de Revelación de un mundo y Descubrimientos29, creo
28
José Miranda Rosa, “Mineirinho”, un famoso atracador con aura de ser el “Robin Hood de las favelas”, murió
en un tiroteo con la policía el 1 de mayo de 1962. El cuerpo fue encontrado con tres tiros en la espalda, cinco en
el cuello, dos en el pecho, dos en el brazo y uno en la pierna. (N. de la T.) Lispector, C. (2007). Para no olvidar.
Madrid: Siruela.
29
Las tres obras señaladas son colecciones de crónicas. Revelación de un mundo y Descubrimientos, recopilan
los textos escritos por la autora desde 1967 a 1973 en su columna periodística de los días sábados en el Jornal do
Brasil. Fondo de cajón es considerado “una colección de crónicas” por la misma autora. Las dos primeras
colecciones señaladas en realidad, en portugués, integran un solo volumen.
62
conveniente, a los efectos de demostrar acabadamente mi hipótesis, incorporar este texto para
el análisis. Además, en Mineirinho sí existe un personaje femenino: la cocinera, quien al
responder a la cronista pone en escena una cuestión de suma importancia para la
interpretación del texto, la solidaridad con el oprimido. Aquí la voz narradora irrumpe con
fuerza tratando de responder a un interrogante existencial y esa fuerza hace de la cronista un
personaje que observa el mundo y que escribe porque tiene la necesidad imperiosa de
comprenderse y de comprender, en este caso en particular, comprender el dolor y el
sufrimiento del otro y la injusticia.
Por otro lado, es en este texto donde se hace muy clara la afirmación de la autora de que
“el problema de la justicia es en mí un sentimiento tan obvio y tan básico que no consigo que
me sorprenda … y lo que me asombra es que no sea igualmente obvio para todo el mundo”
(Lispector C. , 2007, pág. 37), afirmación que es otra forma de preguntarse por aquello que le
preocupa y que configura la búsqueda de su escritura y que recuerda lo que Cixous sostiene a
propósito de la escritura femenina:
¿Pero qué mujer está a salvo de la interrogación? ¿No te preguntas acaso, también tú:
quién soy, quién habré sido, por qué-yo, por qué no-yo? ¿No tiemblas de
incertidumbre? ¿No estás, como yo, pugnando sin cesar para no caer en la trampa? Lo
cual significa que estás ya en la trampa, pues el miedo a dudar es ya la duda que
temes. ¿Y por qué no me deja en paz la pregunta del por qué soy? ¿Por qué me hace
perder el equilibrio? ¿Qué relación tiene con mi ser-mujer? A mi juicio, la escena
social te fuerza a esa pregunta; la Historia te condena a ella; si quieres crecer, avanzar,
ampliar tu alma, gozar hasta el infinito de tus cuerpos, de tus bienes, dónde te
pondrás? (Cixous, 2006, págs. 17,18).
2. “MINEIRINHO”30
30
La seguridad e inequidad que sufre un ser humano particular, Mineirinho , es lo que Clarice Lispector plasma
en este texto que integra la colección Para no olvidar publicada por primera vez en 1978, pero escrita en la
década del sesenta. Esta publicación, que en un principio llevaba el nombre de Fondo de cajón, se trata, según la
propia autora, de una colección de crónicas que acompañaba originalmente, como segunda parte, una antología
de cuentos, La legión extranjera (1964).
63
Algunas vidas valen la pena, otras no; la distribución diferencial del dolor que decide
qué clase de sujeto merece un duelo y qué clase de sujeto no, produce y mantiene
ciertas concepciones excluyentes de quién es normativamente humano: ¿qué cuenta
como vida vivible y muerte lamentable? (2006, págs. 16-17).
Afirmar, por ejemplo, que una vida es dañable o que puede perderse, destruirse o
desdeñarse sistemáticamente hasta el punto de la muerte es remarcar no sólo la finitud
de una vida (que la muerte es cierta) sino, también, su precariedad (que la vida exige
que se cumplan varias condiciones sociales y económicas para que se mantenga como
tal). La precariedad implica vivir socialmente, es decir, el hecho de que nuestra vida
está siempre, en cierto sentido, en manos de otro; e implica también estar expuestos
tanto a quienes conocemos como a quienes no conocemos (2010, págs. 30-31).
La actitud de preguntar para reactualizar, de hacer memoria, esto es, de no dejar que la
muerte hermenéutica acontezca sobre la muerte física de los desprotegidos, genera tensión –
en la cocinera y en la propia cronista- y pone en evidencia que existe una “línea que
circunscribe lo que es decible y vivible [y que] funciona como un instrumento de censura”
(Butler, 2006, pág. 22).
Con un poco de rabia hacia mí, que estaba revolviendo en su alma, respondió fría: “Lo
que yo siento no se puede decir. ¿Quién no sabe que Mineirinho era un criminal? Pero
tengo la seguridad de que él se ha salvado y de que ya está en el cielo”. Le respondí
que “Antes que mucha gente que no ha matado”. (132)
Pero hay algo que aunque me hace oír el primer tiro y el segundo con un alivio de
seguridad, el tercero me pone en alerta, al cuarto me inquieta, el quinto y el sexto me
cubren de vergüenza, el séptimo y el octavo los escucho con el corazón latiendo de
horror, en el noveno y en el décimo mi boca tiembla, al undécimo digo con horror el
nombre de Dios, al duodécimo lo llamo mi hermano. El décimo tercer tiro me asesina,
porque yo soy el otro (132-133).
66
El duelo no es algo privado y despolitizado sino que pone en evidencia los lazos que unen
a los seres humanos, a los sujetos y la responsabilidad ética que lleva implícita el nosotros. La
cronista es consciente de ello y por eso insiste en hacer justicia, una justicia que recupere “el
error” que es Mineirinho. La muerte violenta, los trece disparos, la despiertan y la conducen a
ese estado de consciencia:
Hasta que trece tiros nos despiertan, y con horror digo demasiado tarde –veintiocho
años después del nacimiento de Mineirinho- que al hombre acorralado, que a ése no
nos lo maten. Porque sé que él es mi error. Y de una vida entera, por Dios, lo que nos
salva a veces sólo es el error, y yo sé que no nos salvaremos mientras nuestro error no
nos sea precioso. Mi error es mi espejo, donde veo lo que en silencio he hecho de un
hombre (133).
algo acerca de lo que somos se nos revela, algo que dibuja los lazos que nos ligan a
otro, que nos enseña que estos lazos constituyen lo que somos, los lazos o nudos que
nos componen. No es como si un “yo” existiera independientemente por aquí y que
simplemente perdiera a un “tú” por allá, especialmente si el vínculo con ese “tú” forma
parte de lo que constituye mi “yo”. Si bajo esas condiciones llegara a perderte, lo que
me duele no es sólo la pérdida, sino volverme inescrutable para mí. ¿Qué “soy”, sin ti?
Cuando perdemos algunos de estos lazos que nos constituyen, no sabemos quiénes
somos ni qué hacer. En un nivel, descubro que te he perdido a “ti” sólo para descubrir
que “yo” también desaparezco (Butler, 2006 , pág. 48).
injusta de una vida humana y la necesidad urgente de reparar ese daño, pero también es una
forma de ubicarse en la periferia, de descentrarse y subvertir el orden, ese orden que alberga
un poder y un discurso hegemónicos.
Quiero una justicia que hubiese dado una oportunidad a una cosa pura y llena de
desamparo y a Mineirinho, …esa cosa [que] es un grano de vida que si se pisotea se
transforma en algo amenazador, en amor pisoteado; esa cosa que en Mineirinho se
volvió puñal es la misma que en mí hace que dé agua a otro hombre, no porque yo
tenga agua, sino porque yo también sé lo que es la sed (133-134).
Lo que aquí resuena tiene que ver, indiscutiblemente, con lo que Judith Butler sostiene y
que cito en extenso porque considero sumamente esclarecedor:
La mayoría de las veces que escuchamos hablar de “derechos”, nos referimos a ellos
como algo que pertenece a los individuos. Cuando luchamos por protección contra la
discriminación, discutimos como grupo o como clase. En este lenguaje y en este
contexto tenemos que presentarnos como seres ligados entre sí –distintos,
reconocibles, bien delimitados, sujetos ante la ley, una comunidad definida por ciertos
rasgos compartidos. Incluso tenemos que ser capaces de usar ese lenguaje para
asegurarnos una protección legal y derechos. Pero quizás cometamos un error si
entendemos la definición legal de quiénes somos como descripciones adecuadas de lo
que somos. Aunque ese lenguaje pueda establecer adecuadamente nuestra legalidad
dentro de un marco legal establecido por una versión liberal de la ontología humana,
no les hace justicia a la pasión, a la pena y a la ira – a todo aquello que nos arranca de
nosotros mismos, nos liga a otros, nos transporta, nos desintegra, nos involucra en
vidas que no son las nuestras, irreversiblemente, si es que no fatalmente (2006, pág.
51).
Por esto mismo no hay justificación posible para la cronista y por eso pide justicia, otra
justicia “un poco más loca”. Las muertes de Mineirinho no hacen más que denunciar una
situación de desamparo, de dolor y de rabia; son situaciones de violencia que ponen en
evidencia que el sujeto “está modelado forzosamente por unas normas que, a menudo, ejercen
cierto tipo de violencia y que pueden disponer perfectamente al sujeto a ella” (Butler, 2010,
pág. 228). Pero el fusilamiento de Mineirinho habla de otra cosa, de la incapacidad de los
hombres de ser padres de los hombres, es decir, de la incapacidad de contener, de proteger al
desamparado y además pone en tela de juicio la insensibilidad que hace que algunos
permanezcan indiferentes a tal realidad. De allí la referencia a la casa que hace
permanentemente la cronista:
68
Mientras unos duermen tranquilos en sus casas seguras, otros, despojados de todo,
experimentan el horror de la discriminación y son condenados a una vida frustrada, a una vida
invivible. ¿Qué hubiera sido de Mineirinho si hubiese tenido la protección, el amparo y el
amor que evidentemente no tuvo? Esta parece ser la pregunta de la cronista cuando apela a
“una justicia anterior”, a “una justicia previa” que impida que durmamos tranquilamente en
nuestras camas, al abrigo de nuestras casas mientras otros sufren el desamparo, y se
transforman en sujetos no dignos, excluidos:
Una justicia previa que recordarse que nuestra gran lucha es la del miedo, y que un
hombre que mata mucho es porque ha tenido mucho miedo. Sobre todo una justicia
que se mire a sí misma y que vea que todos nosotros, barro vivo, somos oscuros, y que
por eso la maldad de un hombre no puede ser entregada a la maldad de otro hombre:
para que éste no pueda cometer libre y con aprobación un crimen de fusilamiento
(135).
no sólo me interpela a mí como persona individual que debe decidir de una manera u
otra. Si la pretensión está registrada, me revela a mí menos como un “ego” que como
un ser relacionado con los demás de una manera inextricable e irreversible, que existe
en una condición generalizada de precariedad e interdependencia, afectivamente
impulsado y modelado por aquellos cuyos efectos sobre mí yo nunca elegí (Butler,
2010, pág. 246-247).
Porque el que entiende desorganiza. Hay algo en nosotros que lo desorganizaría todo,
algo que entiende. Esa cosa que se queda muda ante el hombre sin el gorro y sin los
zapatos, y que para tenerlos robó y mató; y se queda muda ante el San Jorge de oro y
diamantes (134);
y al exponerlo, busca una solución, una resolución de la contradicción social cuyo origen es
para Clarice la falta de amor. Como en otros textos de la autora, “la “falta de amor” es un
nuevo disfraz del juego narrativo que manifiesta, en negativo, un sistema putrefacto,
generador de carencias sociales” (Gotlib, 2007, pág. 477).
CONCLUSIONES
Escritura de mujer porque es escrita por mujer pero además, porque es escritura del
cuerpo que irrumpe con fuerza desestabilizando un orden de cosas, un discurso hegemónico
que se pone en tensión, la de Clarice también es una escritura del silencio que grita cuando la
palabra sólo puede llegar a lastimar el sentido del texto.
Su necesidad de atrapar el instante con los dedos -instante que es momento de visión-
deriva en una escritura epifánica, y es la epifanía ese fragmento de tiempo y espacio en el que
el sujeto es capaz de experimentar una revelación. Captar esos instantes para más tarde
permitir a los personajes constituirse como sujetos, a partir de los mismos, encierra la clave de
una escritura que oculta y dice al mismo tiempo: la entrelínea clariceana. Pero lo dicho por el
silencio y la palabra en Clarice no se queda circunscripto al plano intimista, sino que
trasciende la barrera del yo para ocupar el espacio del nosotros.
A lo largo de toda su obra –más allá de lo considerado como corpus del presente trabajo-
la escritora brasileña experimenta una búsqueda; “si tuviera que poner un título a mi vida
sería: la busca de la cosa en sí”, dice en Para no olvidar, con la contundencia y convicción de
quien está seguro de que hay algo allí –en el mundo que se hace texto; en el texto que se hace
mundo-, hay algo allí que debe ser desvelado, revelado, dado a conocer, encontrado. Y
porque su escritura es de búsqueda, al igual que su vida, es que resulta una escritura política.
Lazos de familia es su primera colección de cuentos publicada 31; pero en 1944 ya había
publicado su primera novela, Cerca del corazón salvaje, y en ambos casos los personajes
femeninos son una constante, -también lo serán durante toda su obra. El simple hecho de
31
En realidad, algunos cuentos de Lazos de familia ya habían sido publicados con el título de Alguns contos, en
1952.
71
poner en escena, en sus historias sin acción, personajes femeninos ya resulta una acción
política; acción política que se complejiza al poner en evidencia las marcas sociales inscriptas
en las conductas y los cuerpos de mujeres comunes, cotidianas, que nada tienen de heroínas.
Las voces de las protagonistas, de la narradora y de la autora –a veces confundidas ex profeso,
ponen en escena la vigencia, en el contexto en el que aparecen, de un imaginario sociocultural
que naturaliza entre otras cuestiones el sistema sexo género, la ideología del género y la
impronta de una normativa basada en el pacto heterosexual y las leyes del patriarcado. Pero
construyendo personajes –hombres y mujeres, adolescentes, adultos y ancianos- como sujetos
productos de las relaciones intersubjetivas, no como tipologías preexistentes.
El momento epifánico, asimismo, permite a los personajes de Lispector, tomar conciencia
de un estado de cosas diferente y al hacerlo pueden ser leídos como sujetos excéntricos que
toman distancia del centro, independientemente de la solución a la que arriben después del
momento de revelación. Y esto es así porque Clarice no imagina ni plasma esa posible
solución sino que muestra los elementos –los sujetos, el orden establecido- y los pone en
tensión, revelando dos dimensiones del sujeto: la personal y la social. Conscientes o no de la
epifanía, los personajes han adquirido cierto estado de consciencia que les impedirá ser de la
misma manera en que eran, aunque nada cambie en su cotidianeidad, lo que en el devenir de
la escritura termina poniendo en cuestión el concepto de sujeto como entidad única, coherente
y universal. Lo que Lucía Helena expresa con total claridad cuando afirma que,
32
Al cuestionar la opresión del sujeto degenerado en lo femenino, Lispector rediscute e ilumina un imaginario
cultural presente en los círculos, donde reinan, soberanos, patrones de naturalización de la ideología del género.
En su obra, ella da a conocer que entiende la literatura como una forma de producción de sentido, en la cual la
construcción de las identidades de género no son sólo una forma de reproducir las desigualdades sociales. (La
traducción es mía).
72
grupos, franjas etarias, que en definitiva reflejan la injusticia social que siempre resulta de la
dominación de unos sobre otros. Y a esta cuestión no es indiferente la autora; por el contrario,
Clarice “sufre” la injusticia social y así lo expresa en más de una oportunidad. En 1975
Clarice escribe “Mucha rabia: falta de amor” –luego integrará la colección Visión de
esplendor. Impresiones Leves. La crónica toma por base un hecho: la narradora pasa el
reveillon33 con un menú a la altura de su clase alta. Y afirma:
Comí pavo asado y tomé champagne francés. Me gustó, me gustó mucho. Pero, ¿Y los
que no comieron? Me dolió, amigo, me dolió. Entonces con burla y maliciosamente
les enseñé una receta de cena de fin de año a la Onassis para personas pobres. ¿Pavo
gracioso? Yo no lo compro. Ni cocinarlo sé. Menos que el precio de la banana.
¿Entonces, qué hacer? Así: comer guisantes con arroz y carne seca con jugo, en vez de
pavo al horno y champagne francés. ¿Capito? Understood? ¿ Farstein? D accord?
La receta es así:
Compre un pavo bien pobretón, muerto hace quince días y guardado fuera de la
heladera. Lávelo con agua de la cloaca, séquelo con el felpudo de la puerta de su casa.
Entíbielo con grasa de rana y sapos crudos, y con hormigas tanajuras. Y escúpalo.
Déjelo todo remojar en champagne africano, que es puro pipí helado. Sólo entonces
métalo en la heladera de los picos de las montañas de Gstaad o de S. Moritz, allá en
una favela, en un verano de Río, en febrero. Cuando esté bien cocido, sáquelo y
rocíelo con hueso quebrado de él mismo.
P.D.: úntelo con pomada negra de zapatos y, cuando esté todo untado, póngalo en la
cocina de una boite llamada Erotika. Déjelo ahí 30 minutos para que se conserve
medio crudo.
Retírelo, póngalo en una bandeja de plata, trócelo con los garfios y las dagas del
Diablo, con espejos rotos y objetos robados de Iemanjá para irritarla –y lléveselo a la
boca, hasta que no le quepa más. Váyase a dormir a su…
Acuérdese después, si va a la Playa del Pollo pisando todos los detritus de regalos a
Iemanjá para garantizar la casualidad, y báñese en las aguas inmundas del mar de
Ipanema.
Que Dios lo bendiga.
Sólo Dios puede salvarlo.
Punto final (Gotlib, 2007, págs. 475, 476).
El texto, que resulta repulsivo por cierto, guarda la misma repulsión que asalta a los
personajes de Lispector en más de una ocasión. En “La cena”, en “Mineirinho”, en “El
búfalo”, el asco, la rabia, el odio impelen a los personajes a reaccionar contra ese orden de
cosas que los interpela y, si su accionar no llega a ser diametralmente opuesto a lo que venía
siendo, al menos en su pensamiento y en su identidad subjetiva han experimentado un cambio
33
Expresión francesa que designa la Cena de Nochebuena o de fin de año.
73
significativo. La voz de la narradora asume, además, un compromiso con una causa y revela
la presencia de un estado de cosas que produce hastío: perteneciente a la burguesía brasileña,
Clarice no olvida que hay otras vidas que también merecen la pena ser vividas o lloradas y
esas vidas son las de quienes tienen hambre. Por eso sus textos no sólo colocan lo social como
escenario sobre el cual se desplazan unos y otros personajes; sus textos son reescritura de la
lucha de clases que se materializa en la contradicción social y de la que ella misma es
protagonista, aunque, como sostiene Gotlib, a veces dice que no para argumentar que sí:
Jameson sostiene, como desarrollé en el segundo capítulo de este trabajo, que la narración
viene a solucionar el problema de la contradicción social, que es en última instancia el
subtexto final, pero para nada es una causa presente en el texto literario, es, por el contrario
una causa ausente. Y esto es precisamente lo que he podido vislumbrar en la escritura de
Lispector, escritura que, además, reconstruye las voces ahogadas, reducidas al silencio y
marginalizadas, cuyos enunciados propios se dispersan a los cuatro vientos o quedan
reapropiados a su vez por la cultura hegemónica. Y allí, en esa reescritura que es la escritura
de Clarice, de la mano de unos personajes que al vivenciar la epifanía se convierten en sujetos
excéntricos y toman consciencia del orden, de las tensiones entre la norma y la pulsión, allí lo
político aparece como el espacio entre los hombres, en términos arendtianos.
Si observamos con atención, los personajes de Clarice, aunque están sumergidos en los
lazos familiares, lazos que identifican pero que atan, al mismo tiempo recorren otros espacios:
el restaurante, la plaza, el tranvía, el Jardín Botánico, el Jardín Zoológico, la Montaña Rusa, la
calle, la escuela. Esto es una necesidad que se relaciona con la misma lógica política de la
escritura, ya que en esos espacios “existe” el mundo y es en ese mundo en donde los sujetos
accionan: la muchacha se embriaga, Ana sube al tranvía, mira al ciego masticar chicle, corre
al jardín Botánico; una mujer busca y encuentra el odio en los ojos de un búfalo en el Jardín
Zoológico; una adolescente entra violentamente al mundo de mujer, en la calle; un
observador, en un restaurante, cuestiona el poder y la opulencia y decide no ser parte de ellos
74
para seguir siendo un hombre; Mineirinho, en una calle de una favela, es asesinado de trece
disparos.
Todos instantes atrapados con los dedos y las grafías de una escritura que desvela, no
misterios, sino vidas cotidianas plagadas de conflictos, “el malestar de no entender lo que se
siente, la necesidad de traicionar sensaciones contradictorias porque no se sabe cómo
armonizarlas” (Lispector, 2007, pág. 132). Vidas cotidianas de sujetos-personajes femeninos
en los que es posible detectar cómo “algunas configuraciones culturales del género ocupan el
lugar de lo “real” y refuerzan e incrementan su hegemonía a través de esa feliz
autonaturalización” (Butler, 2007, pág. 97). De allí que sea imposible negar que la categoría
del género atraviesa los Lazos de familia, y es esa misma categoría la que permite entender la
dimensión política de la escritura de Clarice Lispector.
Escritura política pues es innegable que lo puesto en escena, en esos mundos creados: la
casa, el hogar, la calle, la escuela, el Jardín Botánico, el Jardín Zoológico, el restaurante,
muestra a los personajes-sujetos “formándose” en el contexto de una serie de convenciones
sociales con las que interactúan, aceptándolas o rechazándolas; o lo que es lo mismo, presenta
personajes dando cuenta de sí mismos, con sus insatisfacciones, sus vidas tan comunes y sus
relaciones con la responsabilidad de sus propias vidas, de la que a veces huyen y otras aceptan
no sin antes cuestionarla.
Escritura política, en fin, porque en ella sobrevuela la pregunta de si es posible llevar una
vida buena dentro de una mala y “si al reinventarnos con el otro y para el otro podemos
participar en la recreación de las condiciones sociales” (Butler, 2009, pág. 181).
En definitiva, como sostiene Cavarero, “somos, por necesidad, seres expuestos unos a
otros en nuestra vulnerabilidad y singularidad, y nuestra situación política consiste, en parte
en aprender la mejor manera de manejar –y honrar- esa constante y necesaria exposición”
(Butler, 2009, págs. 49, 50). En Lazos de familia, el reconocimiento de la exposición acontece
en la palabra y el pensamiento, de la autora, de los personajes y del lector, todos sujetos que
han experimentado, necesariamente el autodesplazamiento, haciendo irrumpir de esta manera
lo político en una narrativa de sujetos excéntricos.
75
BIBLIOGRAFÍA
FUENTE
GENERAL
Amado, A. y. (2004). Lazos de familia. Herencias, cuerpos, ficciones. Buenos Aires: Paidós.
Bajtin, M. &. (1994). El método formal en los estudios literarios. Madrid: Alianza Editorial.
Barei, S. y. (2006). Territorios afines: sociocrítica y feminismo. Acta Poética 27- 1(27- 1), 63-
96. Disponible en http://132.248.101.214/html-docs/acta-poetica/27-1/63-96.pdf.
Recuperado el 2 de octubre de 2009.
Bubnova, T. (2006). Voz, sentido y diálogo en Bajtín. Acta Poetica 27 (1)(27-1), 97-114.
________(2008). Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del "sexo"
Buenos Aires: Paidós.
Cuesta Abad y Jiménez Hoffeman (eds). (2005). Teorías literarias del siglo XX. Madrid: Akal.
Gotlib, N. B. (2007). Una vida que se cuenta. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Helena, L. (1997). Nem musa, nem medusa: itinerários da escrita em Clarice Lispector.
Niterói: Editora da Universidade Federal Fluminense. EDUFF.
Electrónica
http://maiquel-morangosmofados.blogspot.com/search?updated-max=2010-09-
14T09%3A51%3A00-07%3A00&max-results=7
80