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Una llamarada que se esconde en la fuente del olvido y que espera la gracia de un
aliento que prenda la llama soterrada... podría ser, ¿porqué no? La vida siempre
duerme aunque sea en un humilde rescoldo; aún en la vida más endurecida alienta un
soplo de luz. El fuego que esperó siempre la redención. Quiero pensar que la
esperanza siempre está presente como preámbulo del amor. ¿Porqué no? Igual, la
chispa del amor duerme, espera el soplo vivificante de la ilusión. O será posible una
muerte en vida, tan total que ya no ofrece la posibilidad de la esperanza! No sé, no lo
sé, más es de esperar que el soplo divino nunca se extinga.

En cada etapa de la vida el mundo se renueva, pues la percepción cambia con cada
edad, de ahí que la vida se convierta en una aventura sin fin.

La vida siempre se está haciendo. No hay tiempo para campanas que toquen a
reposo, pues el tiempo se agota en la acción productiva.
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LA VEJEZ COMO UN CONTINUUN EN LA VIDA.

PRIMERA PARTE.

De los atributos psíquicos comunes a cualquier edad.

AUTOR.: ANSELMO PULIDO.

La vida es una actitud interna. Es animada desde el interior. Aún cuando el cuerpo
esté medio derruido la vida depende más bien del interior que la anima. De ahí que
nos podamos referir a la vida desde un plano simplista, meramente fisiológico con
relación a la decadencia corporal; y por otro lado a esa actitud hacía la vida que
emana del interior. El envejecimiento que lleva aparejada la decadencia física es algo
universal y fácilmente observable: se caen los dientes, el pelo; la piel se va secando;
disminuye la capacidad auditiva y visual. Disminuye la fuerza y la elasticidad muscular.
En suma, disminuyen todas las funciones fisiológicas. Sin embargo, sostengo que la
vida es un acumulo de experiencia que se va acrecentando con el paso del tiempo. La
curiosidad es otro factor que puede mantenerse vivo a través de los años y a pesar
del deterioro físico.
Del interior del ser, más allá de las limitaciones físicas, del interior, surgen y mantienen
la vida: la curiosidad, el interés, y la pasión. Estar vivo pertenece al ámbito del ser.
Tiene que ver íntimamente con la realización personal.
La curiosidad tiene mucho que ver con la renovación de la mirada, con la frescura que
ofrecen todos los objetos y todo lo que existe, a la genuina mirada del alma. Forma
peculiar e intransferible de ver y experimentar el mundo que puede ser transmitido a
través de la obra de arte.
En una observación serena el que observa se posesiona del objeto de su pasión. La
mirada se vuelve hacía aquellos objetos, situaciones y deseos propios del interés
particular de cada uno. La fuerza, la intensidad de estas cualidades del alma, dan fe
del amor a la vida. De la entrega individual.
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Podría ser... a medida que la luz del cuerpo se extingue, crece la llama del espíritu. El
camino no es fácil, pero cuando menos sabemos que existe la entrada al laberinto a
través de la propia actividad, de aquella labor que hemos escogido y que es genuina.
“Convertir el tiempo en obra” es una forma del destino de vivir que no se agota.

El deseo puede torcer su raíz humanística por influencias externas, pero para bien o
para mal ahí está presente. Es fuente de vida. De una vida auténtica o inauténtica,
pero es. En otras palabras, el deseo puede extraviarse en sus objetivos, en su raíz,
humanistas, pero es; ahí está. En otras palabras, existe la posibilidad, además
frecuente, de que el hombre se equivoque, de que se traicione a sí mismo. La
posibilidad de un desarrollo sano solamente puede darse en función de fidelidad a los
principios humanistas, siendo humano y receptivo a la vez que activo. Empático y
estar dispuestos a la acción. Ser humano consiste en desplegar aquellos dones
mentales, espirituales, comunes a todo ser consciente, o sean, la razón la
imaginación, el conocimiento, el lenguaje...
El conocimiento es el camino hacía la libertad. Pero también puede hacernos
equivocar el camino y perdernos si no se acompaña del discernimiento de la verdad,
si no somos capaces de ser objetivos, sin perder el contacto afectivo con lo que se
conoce.
Por la imaginación somos capaces de crear símbolos y todo un universo de ellos, en
los cuales convivimos, que se muestra en el lenguaje y en diferentes expresiones del
espíritu humano: en la pintura, la escultura, el cine, la literatura, la filosofía, la poesía,
etc.
Por la imaginación somos capaces de viajar en el tiempo, de construir otros mundos;
somos capaces de planear, de prever, y de saber acerca de nuestra vida y de nuestra
muerte. Su hermana es la angustia, la cual es un impulso íntimo de vida, una señal
de que las cosas en nuestra vida no están bien, de que es necesaria la introspección
para ponernos de acuerdo con nosotros mismos, con nuestro yo íntimo y verdadero.
Si no hay angustia, o el grado en que no la haya, es una señal, o bien de extravío y
equivocación de la vida, de muerte en vida; o bien, de armonía y paz interior. Los
extremos de la salud o la enfermedad se tocan en la manifestación o no de la
angustia. Cuando se traicionan los principios humanísticos de la existencia, aparece la
angustia. Si la persona no se ha endurecido, es decir, si no se ha traicionado a sí
misma. Por el contrario, en quien ha alcanzado un buen grado de objetividad y
desarrollo personal, que ha logrado desplegar sus potencialidades en la vida, la
aparición de la angustia también puede ser una señal de traición personal pero de
signo opuesto: En un caso se traicionan los logros humanos; en el otro, la falta de
desarrollo, de humanización.


Dr. Aniceto Aramoni.
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La angustia puede ser la natural congoja de nuestra indefensión ante el universo; de


la fragilidad corporal; de la inminencia ante la muerte. La congoja de lo limitado del
conocimiento. La imposibilidad de conocer el misterio.

El ser humano es una constante en el tiempo vital. Esto es universalmente


reconocido; luego, el germen de lo que será a través del tiempo está puesto por la
dotación biológica singularísima de cada ser humano, que se modificará en
interacción con el medio ambiente social y familiar. La fuerza vital (interés, pasión),
está puesta por la biología pero el objetivo vital está puesto en la sociedad, en el
mundo; ahí se dirige el anhelo. Sin el deseo vehemente la vida naufraga. Carecen de
ese deseo patológicamente, algunos psicóticos, como los esquizofrénicos. En los
neuróticos ese deseo que apunta a su realización, con frecuencia da de bandazos o
de plano naufraga. Una característica neurótica es precisamente hacer las cosas a
medias, dejarlas inconclusas. Como que se empeñan en mutilar su propio destino. No
sin razón se dice que “ellos mismos son sus propios enemigos y que pelean con su
propia sombra”. De hecho el neurótico vive en vida cavando su propia tumba, vive
muriendo; vive muerto, o vive sin haber nacido. Muere de parto prematuro. Así pues,
la vida se hace en el deseo, en la pasión, en el anhelo, que se despliegan ante el
mundo, ante la sociedad y ante los demás.

¿Porqué el anhelo se traiciona a sí mismo?

La cobardía, la falta de arrojo, para hacer cumplir nuestras potencialidades en nuestra


circunstancia vital marcan de cojera la vida, de mutilación el espíritu; de congoja
lastimera e impotencia.
De hecho toda la vida está marcada por el deseo, el éxito o fracaso ante la vida por
manifestarlo, ¿pero que hace que perdamos el camino? ¿ y cómo influye esto en las
diferentes etapas de la vida?
Son dos los factores a considerar: la vitalidad dada por el deseo y la pasión; por el
interés puesto al servicio de la vida. O por la ausencia de tales cualidades. Y por otro
lado, como inciden los prejuicios sociales en el alma. Cómo mutilan la vida o la hacen
inútil.

Podría decirse que es la esperanza lo que da su peculiar sello a la falta de vitalidad.

En la infancia todo es frescura y la esperanza es plena. La vida es toda una aventura


que empieza. Prevalece la frescura de la mente y del cuerpo, el asombro y la
espontaneidad como atributos naturales a todo infante. Ser niño es ser genuino y


Dr. Aniceto Aramoni.
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creativo. Es esa edad en que todo está vivo y nada carece de interés. Extraña
cualidad que algunos viejos conservan
En la adolescencia la esperanza se despliega en todo su esplendor, iluminando la vida
que hace eclosión en todas sus manifestaciones, y que se prolonga a la juventud. La
vida hace irrupción con gran fuerza. Los sentidos y la vida social exigen cumplimiento
y manifestación. La fuerza del espíritu y la magnanimidad, la dan un sello de dignidad
y nobleza por estar a favor de los ideales, a favor de lo mejor de la vida, de la
transformación social, a favor del ser humano. Ímpetu y fogosidad son los principales
atributos del joven.
En la edad madura prevalece la consolidación de los logros de la juventud. La mesura;
el ocupar un lugar en la sociedad; el cumplimiento de los valores que antes fueron
ideales. La plasmación de los intereses vitales en obra. Es como un balance de los
logros o fracasos vitales.
En la vejez deberían prevalecer, la mesura, la sabiduría, la experiencia en los
diferentes ámbitos de la vida, la serenidad, el buen juicio. Sin embargo, ocurre con
frecuencia que ante el fracaso vital aparezcan la desesperanza, la impotencia para
enmendar la falta de logros. O la comodina adaptación inconsciente a una
degradación vital. Nada más a irla pasando, igual que se había hecho antes, pero
ahora con el miedo de tener que enfrentar el vacío de la propia vida, y el vacío eterno.

En toda edad puede haber desvíos del desarrollo normal del individuo. Las carencias
materiales, económicas, dañan cualquier edad. Y en la infancia la falta de
comprensión, de interés, de una actitud vital, y el convencionalismo de los padres
puede ser crucial para que el niño pierda su alma a temprana edad. Es lo que ocurre
con más frecuencia.
Las dificultades en la adolescencia y la carencia añeja de valores vitales pueden
conducir al cinismo y al desprecio por la vida. A un pragmatismo convencional. A una
adaptación automática ante la sociedad, sin crítica de aquello que limita la vida, que
está contra la vida. Puede ser la época en que más frecuentemente se pierde el
proyecto de hombre, o mejor dicho de ser humano.
Igualmente, la madurez puede culminar en una poltrona adaptación a la sociedad,
generalmente en contra de la vida, en contra del despliegue de las potencialidades
humanas.
En la vejez puede ser que los intereses que guiaron la vida no fueran genuinos; o que
el esfuerzo vital haya estado puesto en una tarea enajenada, es decir que poco o
nada tenía que ver con las potencialidades únicas de ese ser humano. De por sí ya
llevaba una existencia inauténtica y en la vejez se encontrará con las manos vacías, y
sépalo o no, con el alma vacía. No había nada ahí en esa vida, y en la vejez tan sólo
se hace patente; ya la esperanza es más corta. Lo más frecuente es que desemboque
en aquello que es su peor cariz, la acentuación de los rasgos negativos del carácter,
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como la avaricia y la mezquindad. El miedo patético a la muerte. Así pues, abundan


los ancianos cuya vitalidad se había perdido en el camino de la vida, que no tuvieron
ningún proyecto vital, y menos lo van a tener en la vejez. En cierto modo ya eran
viejos desde antes, en el peor sentido de la palabra.

La carne no puede negar el tiempo que pasa. Lleva su sello en el polvo de los huesos;
en el paso que cansa; en la mirada que se enturbia de pasado.
Los recuerdos pueden ser un peso que curva de cansancio a la esperanza.
El pudo ser, un artilugio que desarma.
El pudo ser es impotencia del quehacer. La tumba de los impulsos que quedaron
vencidos en el camino de la vida. La balanza entre el ser y no ser, entre el hacer y no
hacer.
Mientras más escombros del pudo ser en la vida, menos posibilidades vitales. El
hombre va coartando su ser y su quehacer, cada que renuncia a su realización. Al
calambre de la existencia que finalmente paraliza y constriñe la vida.
El futuro siempre debería estarse haciendo, independientemente de la edad. Pero,
---- una verdad de perogrullo –, a menos realización vital menos posibilidades de vida,
de esperanza. Menos vida produce menos vida. Poder e interés se hermanan en la
realización vital. Cada día ha de renovarse en el bautizo de la frescura del existir.
Mantener el equilibrio entre el interés y el sentir; entre la potencia y el quehacer. La
vida es infinita y siempre ofrece un proyecto para estar despiertos, es decir, vivos.
El interés no es privativo de la juventud.
Por el interés, - cualquiera que éste sea -, se mantienen abiertas las puertas de la
existencia cotidiana. Interés y pasión van de la mano. Aquello que interesa apasiona.
Así se mantiene el gusto por la vida, que es un continuo interés apasionado, o no es,
se tenga la edad que se tenga. El gusto por la vida no es cuestión de edades, sino de
pasión e interés.

Dos son los pilares de la existencia, y la vejez no está exenta de los mismos. Me
refiero al amor y al trabajo. Ambos son muy difíciles de cultivar y conservar. La
mística del trabajo se adquiere desde la juventud y aún desde la niñez. Hacer algo,
trabajar, significa ser útil. Se es útil aun cuando la obra, lo que se hace, no esté acorde
con la intimidad de quien lo realiza. Incluso el trabajo enajenado es útil para otros. En
el trabajo se funda la conciencia humana. El trabajo es parte esencial de la existencia
humana. Se aprende jugando. El trabajo es como un abanico que va desde el goce
lúdico, libre y espontáneo, hasta el trabajo enajenado. Sin embargo, cada quien hace
lo que puede. Hay quienes detestan lo que hacen y tan sólo sueñan en tirar el arpa.
Lo conciben como una carga onerosa sin saber que es lo único útil que hacen. Tal vez
la única razón de la existencia válida después de la sobrevivencia. Cuando la vida se
reduce a la pura sobrevivencia sin otro interés, algo vital que aliente el espíritu, como
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el trabajo, se cae en el vacío, en el sinsentido de la propia existencia. Para entonces


es de suponer que el espíritu se ha embotado y ya no es capaz del goce de la
contemplación y del acontecer vital por medio de los sentidos. El trabajo enajenado
embota los sentidos y opaca el gusto por la vida; hace declinar el interés.

El amor y el interés van juntos. Se ama lo que nos interesa, y nos interesa lo que
amamos. Es como la flor que abre sus pétalos al sol. La sonrisa que se entrega a la
calidez del día. Lo que se hace con interés, con desprendimiento, se hace con amor.
Amar es entrega. En el amor nos damos a todo lo que nos interesa. El amor, la
alegría, la entrega a lo que se hace son la sal de la vida.
¿Acaso amor, entrega y trabajo, son privativos de la juventud y de la madurez? En la
medida en que así sea nos entregamos a la molicie de una vida vana en la vejez. Lo
peor es no tener un trabajo propio; no poderlo realizar por incompetencia física o
espiritual. Estar impedido de cuerpo o de alma, de la mente. Entonces sí se puede
declarar a un viejo inútil. Sí dividiría la vejez entre vejez útil e inútil. El viejo útil a pesar
de todos los avatares se sigue conservando al día de los principales acontecimientos
locales y mundiales; se compromete con los adelantos tecnológicos y trata de usarlos
en su provecho, en aquello que tienen de positivo. Procura ser un miembro activo de
la sociedad y de mantener su presencia en la medida de lo posible. ¡Vaya! Podría
decirse que el amor no es una condición sine qua non para una vejez productiva.
Basta con la entrega a tareas propias, y otras dirigidas o en beneficio de los demás,
pues hay problemas que nos conciernen a todos como la injusticia, la desigualdad
social y económica; el mundo de los desposeídos; lo irracional del armamentismo y
las guerras. La destrucción del medio ambiente y la degradación de la tierra, la tiranía
y opresión de los gobernantes. Las tareas personales y sociales no se acaban
siempre que haya interés, siempre que nos volquemos interesados en el mundo, en
los demás, y en los problemas sociales.
Amor y trabajo son bastiones de la salud mental, del regocijo de vivir, de estar
interesados, y de no bajar la guardia ante la muerte. Amor y trabajo son lo opuesto a
la muerte.

¿Qué determina las diferentes actitudes vitales ante el mundo y ante los demás?
Básicamente son duales las actitudes fundamentales ante la vida. La alegría o la
tristeza; el amor y la desesperanza; el despliegue de la vida o su agazapamiento. En
limites extremos la melancolía, la depresión; la euforia, la sonrisa empática, la flor que
crece en el corazón, el desarrollo espiritual.
La autenticidad, la sinceridad ante uno mismo; o bien, la enajenación, la máscara que
nos oculta y acaba haciéndonos olvidar de nosotros mismos. En todo caso, la
conservación de una u otra actitud hacía la vida, a la vez que determina la salud
mental, y la expresión del ser, a través de todas las etapas de la vida: infancia,
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juventud, madurez, senectud, nos indicará el sello vital bajo el cual vive el sujeto,
independientemente de la edad cronológica. Bajo este signo de valoración
encontraremos viejos con una actitud vital juvenil (los menos), y jóvenes deprimidos,
hastiados, sin amor por la vida; es decir, con una actitud avejentada en el peor sentido
de la palabra. Vejez de ningún modo es sinónima de falta de vitalidad, hastío o
depresión. Todo depende de la actitud interna, de aquellas fuerzas que se hayan
cultivado a través de la vida.
En ocasiones las actitudes positivas suelen estar camufladas en el alma, soterradas y
casi olvidadas, pero aún persisten, y en todo caso podría ser tarea del psicoanálisis,
de alguna amistad o acontecimiento favorable en la vida de esa persona, el que le
haga “despertar” a la vida. Esto ocurre cuando el proyecto original de la vida ha sido
traicionado, y ser para la vida se ha negado o traicionado a sí mismo.
Puede ocurrir también que el proyecto original hacía la vida y que era favorable al
sujeto, sea coartado por las fuerzas familiares y sociales. En términos generales esto
ocurre según la actitud familiar o social, cuando sus fuerzas, con el sello de lo
convencional, operan sobre todo en contra del individuo.
No hay que olvidar que las fuerzas originales más poderosas que operan en todo ser
vivo apuntan hacía su despliegue a favor o en contra de la vida. Y que los valores,
tanto familiares como sociales, pueden inclinarse hacía uno u otro de los polos
mencionados. La señal de la vida es la alegría y el bienestar, la potencia; en cambio,
la señal de la muerte es el hastío y la depresión, la desesperanza y el pesimismo.
Lo que encontramos en la familia y en la sociedad contemporánea es la indiferencia
con mayúsculas, hacía la vida, hacía todo lo que crece y se desarrolla. Se idolatra lo
inerte, lo muerto, la tecnología en suma. El dinero. El hedonismo y la codicia; el
pragmatismo; el bienestar del cuerpo y lo que se entiende por su cuidado y su
prolongación en el tiempo, sin alusión al alma; esos han llegado a ser los valores
supremos: Un pragmatismo sin alma ni moral.
Estar vivos en un mundo de zombis es todo un desafío en los tiempos que corren, en
el que cada vez más se pierde el sentido y el amor por la vida, y en esto, como en
muchas otras cosas, lo que vale es la actitud vital, sobre cualquier consideración de la
edad.

Ya el tiempo es una angostura de dos canales: el tiempo sin salida, que se agota en sí
mismo, cerrado a la posibilidad de la carne que reclama vida; o bien, el tiempo pleno
que se concentra en la obra que se hace, sea cual sea ésta, y que no importa que la
praxis se agote en sí misma. De cualquier manera, inexorable, el tiempo ha de
consumirse. Lo que difiere es la esperanza. Se está a favor de la vida y hay
esperanza, o bien, sin esperanza no puede florecer la vida. En la desesperanza la
vida se niega a sí misma.
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Toda praxis se da en el tiempo. Lo que importa es el sentido de la praxis. Se lucha


porque se está vivo. En la vejez el sentido de la lucha, del trabajo, de la obra que se
realiza, lleva el sello definitivo del compromiso del destino en el tiempo que se agota.
El tiempo perdido es vida desperdiciada y debería doler más en la vejez en cuanto
que ya no hay mucha vida para desperdiciarla. Saber, intuir con certeza que la vida es
inexorablemente finita debería de ser un compromiso con la vida, ya que ésta sólo se
apaga con el último suspiro.
Aferrarse al tiempo transhistórico de la vida. Abandonarse a la propia intuición
encarnada en el tiempo que transcurre, en el propio trabajo.
Ser y hacer en el tiempo están indisolublemente unidos. La experiencia se conjuga en
la vejez y requiere de la flexibilidad de la mente y de la inocencia de los sentidos. Lo
peor que puede ocurrir al viejo es que los sentidos y la mente se anquilosen. Que la
costumbre de la vida se endurezca. La rigidez y el amor por el status quo no van con
la vida.

El tiempo es la posibilidad de la vida. Pero la posibilidad tiene una historia encarnada


que viene desde la infancia. Una posibilidad de vida que se ha ido cultivando. Caso
contrario no puede existir tal posibilidad. Incluye los sueños del alma; las ilusiones y
los deseos por realizar. Quien no ha tenido y mantenido vivos sus sueños e ilusiones
está perdido. Tal posibilidad se agotó en el tiempo del olvido. Y poco a poco el alma se
agota de penumbra. El tiempo finito que se agota es el filtro que nos designa hacía la
vida, a la realización de sueños e ilusiones; o bien, hacía la vida vegetativa, alienada
de sí misma.
La vejez implica una sana comunión con el pasado. Mientras más vida y experiencia,
más pasado, más recuerdos; que sí se mantiene viva la imaginación pueden
convertirse en vida. La cualidad de tales recuerdos matiza el sentido de la vida actual,
le dan su tono vital y su estilo.

Así como se hereda el temperamento, ha de ocurrir algo semejante con el ímpetu a la


vida; con la curiosidad ante el mundo, ante los demás y ante sí mismo. Curiosidad y
asombro, maravillosas semillas del quehacer humano. No es un atributo exclusivo del
filosofo profesional, sino de todo ser humano.
El niño es por naturaleza espontáneo y por tanto sincero, y en él florecen de manera
fresca la curiosidad y el alegre asombro ante todo aquello que se está descubriendo
en él y ante él. Como siempre los padres y la sociedad han de encargarse del
asesinato del alma del niño, es decir, de su curiosidad, asombro y espontaneidad, esa
frescura de mirarlo todo. El niño se convierte en un grave observador de las normas
sociales y familiares en mayor o menor medida, en un enano como los adultos
domesticados, en un mimo de adulto.
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Su alma ha sido sofocada en mayor o menor grado. En otros casos ¿Porqué se


conserva esa chispa de vida? Quien sabe, lo cierto es que pervive y es condición sine
qua non de la experiencia creativa. Que se conserve la capacidad de leer y conocer
sobre aquello que es cotidiano. Ya E.T. A. Hoffman, decía que él era un niño que veía
las maravillas del diario vivir que los demás eran incapaces de ver. Por demás está
recordar que fue abogado, músico, y un gran escritor de obras mágicas, infantiles,
llenas de originalidad y visiones insospechadas y fantásticas, que siguen cautivando el
espíritu de quienes las leen.
Todo niño es creador, y potencialmente creador. ¿Qué experiencias truecan el camino
natural de la espontaneidad en el niño, y cuales coartan su curiosidad e interés?
Principalmente - pienso – todo aquello que es convencional y que resulta represor de
las funciones mentales y espirituales mencionadas. Toda educación habitual apunta
en ese sentido. La espontaneidad no es un atributo apto para el mundo feroz que
habitamos. En cierto modo la sociedad exige la deshumanización vía la sobrevivencia.
Podría presuponerse que en algunos casos la curiosidad y el interés innato se
manifiestan con tal fuerza al espíritu que la coacción social no es suficiente para
ahogarlos, ni siquiera para sofocarlos. Y que esa fuerza da un ímpetu tal a quien la
posee que luchará denodadamente por manifestarse. Por supuesto que no deja de ser
muy importante, y en algunos casos, hasta decisivo, la aprobación y el apoyo familiar.
En cuanto a la sociedad lo más frecuente es ir contracorriente. Son frecuentes los
casos en los cuales los padres propician la traición del niño a sí mismo aun mediante
el chantaje, la coacción y el soborno. Se aprovechan de la dependencia infantil.
Incluso es frecuente la imposición en la cual el hijo se somete a lo que diga el padre.
En estos casos, la voluntad del adulto es ley. La espontaneidad ha de tener la fuerza
suficiente del desafío para poder preservar la autenticidad del ser; caso contrario, se
pierde el alma; la vida se transforma en vida inauténtica, enajenada, al grado que
puede llegar a olvidarse por completo quien se era en realidad, y a tomar por genuina
una vida hueca. Por eso la curiosidad y el interés son termómetros vitales que pueden
ser un indicador en cualquier etapa de la vida. Un indicador de cuan vivos estamos a
pesar de la etapa de la vida de la cual se trate.
La vida merma en función de la merma, de la ausencia o casi ausencia de los
atributos vitales: curiosidad, interés, entusiasmo, espontaneidad, alegría...
Así como hay tantos jóvenes, adultos, y viejos angustiados y deprimidos, también hay
muchos niños en esos estados. Impotentes, a merced de los mayores y de la
sociedad, víctimas de quienes deberían de ser sus guías y facilitarles el camino.

Puede ser pero no es, no debería ser. Porque lo que debería ser es ajeno al sujeto; en
cuanto a éste compete, el deber ser debería de ser una aspiración realizándose cada
día. El deber ser es un venero sin fin. Y ese deber ser no es otro que el imperativo de
vida, aquel que nos exige estar realmente vivos. Vivir para algo; tener gusto por la
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vida que transcurre, maravillarse ante ella aunque sea de vez en cuando; gustar de la
naturaleza y de las personas. Tener metas propias y vivirlas aún cuando puedan
parecer triviales, (como en la película: “Por siempre joven”). In – te – re – sa – do,
interesado en todos los ámbitos del existir: yo mismo, el mundo, y los demás; esa es
la fórmula. Dejar que los deseos fluyan. Si se es genuino, si se trabaja, si hay una
meta personal, si se tiene gusto por todo ello, yo diría que la edad es algo muy
relativo.

SEGUNDA PARTE. LA VEJEZ ES UN CONTINUUN EN LA VIDA.

Las calamidades de la vida se dan cita en la vejez pero no son la vejez, como
habitualmente casi todo mundo confunde. Qué la mayoría de los viejos hayan hecho
su bastón de las calamidades no quiere decir que ello sea cierto; eso no es sino una
autodeclaración de invalidez.
Propongo que la edad se mida por el grado de productividad. En este caso ni siquiera
es necesario que una persona goce de cabal salud pues hay gente enferma o con
otros achaques – como F. Nietzsche - que siguen siendo productivos. Esto más bien
tiene que ver con nuestra actitud ante la vida. Y si la sociedad dice, y si yo digo que la
vida productiva termina a los 50 años, a los 60 años, puede ser que así sea por
decreto social y personal. Porque esa era la postura previa ante la vida. Eso pasa
cuando no hay una finalidad propia ante la existencia. Cuando no hay intereses
personales que mantengan despierto e interesado al sujeto frente a la vida.

A la vejez se la asocia con la inutilidad. El viejo es un ser arrumbado ante la sociedad,


ante el mundo, y con frecuencia ante sí mismo. Es como si le prestaran oxigeno para
vivir, como si no tuviera el derecho de consumir oxigeno. Es un ser relegado a la
muerte.
El valor de la vida se mide a través de los parámetros sociolaborales; del ser ante sí
mismo. Es claro que las diferentes categorías se entrelazan. Al parecer la categoría
que toma preeminencia y opaca a las demás, es la sociolaboral. Es el principal
parámetro cuando no el único que se toma en cuenta para dar valor y sentido a la
existencia de un individuo. Por demás está decir que se trata de una valoración
mercantil basada en la fuerza de trabajo, la energía, y por tanto de la productividad,
que están en relación con la edad. Por lo común, desde un criterio social, el individuo
a los 65 años ya es tan sólo un bagazo exprimido de energía y por lo tanto inútil. Eso
se sacan por vivir para y en función de los intereses sociales y laborales, que no son
otros que los de los dueños del dinero, de los medios de producción. Resumiendo,
hay hombres sin valores propios, sin pasiones propias, que se ajustan al criterio
sociolaboral de productividad y que a los 65 años no son nada. Si acaso tienen una
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buena pensión será una buena vida vegetativa, valga la contradicción. Hombres de
todas maneras vacíos de pasiones propias.
Así pues, desde un criterio socioeconómico sabemos que es la vejez y quien es el
viejo ante los demás y ante sí mismo.
Desde un punto de vista anatomofisiológico implica una decadencia orgánica y
funcional. Y esto es ineludible, común a todo ser vivo. Toda materia está sujeta a la
descomposición. Así pues, hay una vejez que nos remite a la ineludible decadencia
del cuerpo, sus órganos y funciones. Todo lo que es materia tiende a la degradación, a
su extinción, como una fase de ser en el mundo. Sabemos que la fuerza que anima la
materia es la energía y que el cuerpo es un centro de energía que la irradia de sí
mismo con lo que se permite su funcionamiento, y que a la vez capta energía con lo
que se asegura su sobrevivencia física, pero en este proceso hay una perdida
paulatina de energía que va borrando la materia en el espacio.
La diferencia entre lo inerte y lo vivo reside en que un ser vivo – en cualquier nivel de
la escala evolutiva -, toma energía del exterior, mientras que lo inerte consume la
energía que le es inherente y se agota su actividad. Tal vez en esta forma peculiar de
la captación y utilización de la energía este el misterio de la vida, y también el misterio
de la conciencia.
La vejez como un proceso biológico, de decadencia y acabamiento, es común a todo
ser vivo y tiene mucho que ver con las enfermedades. Puede en todo caso, hablarse
de viejos sanos físicamente, y de viejos con alguna enfermedad física. ¿Pero acaso
eso es todo, acaso la vejez se reduce a un proceso biofisiológico? ¿Y entonces, qué
decir de la actitud individual ante la vida, ante sí mismo y ante los demás respecto a la
vejez?.

La vejez es un llanto relamido del tiempo que se recoge cada vez más hacía el ocaso.
Muy cerca de la frialdad de la muerte. Esto la hace diferente de otras etapas de la
vida. De ahí la importancia de la actitud ante la muerte que puede paralizar la vida con
tantos sobrenombres que tiene el miedo. Puede cubrir la carne de hipocondría que se
manifiesta por cualquier órgano o sistema corporal. El desequilibrio entre el cuerpo y
el espíritu se manifiesta de forma más aguda. Así, la vecindad de la muerte puede
convertirse en el suspenso estéril ante una vida vacía.
El movimiento que caracteriza la vida ya no encuentra palabras de vida. Es el vacío
del silencio. Las palabras que ya no tienen sentido.
La vida es, tiene sentido, si ha estado plena de significados. En la vejez es inevitable
que una u otra postura se enfrenten al ocaso y a la muerte. Y no es lo mismo estar
con las manos vacías ante el destino final, que estar ahí con una vida que ha tenido
sentido.
La postura ante la muerte marca la postura ante lo que resta de vida.
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El sentido o el sinsentido de la vida han estado dados por la autenticidad de ser en el


mundo; de la tarea primordial que hayamos realizado. Alguien que ha tenido una vida
esencialmente enajenada, que ha desarrollado una tarea sociolaboral impuesta, de
pronto se encontrará con las manos vacías ante el futuro. En este caso el futuro no es
esperanza, sino la monotonía de no haber sido nunca. Es el mismo vacío pero ahora
sin el sostén de la ilusión de productividad. Sólo queda el abismo. ¿Cómo seguir
adelante si nunca hubo camino? La autenticidad o inautenticidad dejan o quitan el
puente hacía el destino de la muerte. El tiempo toma su relevancia o irrelevancia
según la historia previa del sujeto. Lo único que ha de hacer el viejo es seguir
caminando, lo que ha hecho siempre, no hay misterio. El que se queda paralizado es
que de antemano, no tenía camino. La vida es un continuun. Los prejuicios, usos y
costumbres en torno a la vejez, generalmente están en contra de la vida. Quien está
acostumbrado realmente a vivir tan sólo tiene que seguir viviendo.
El fracaso de vivir puede estar camuflado por la falacia del trabajo enajenado y de una
complacencia comodina. Se trabajaba sin convicción, sin interés; se entregaba a una
rutina impuesta que se había hecho costumbre, y pasar el tiempo haciendo algo; y de
pronto, el sujeto se queda sin nada que hacer. Su fantasía de quitarse de encima un
trabajo oneroso y sin sentido se hace realidad. Y la muerte está más próxima. Quien
vive no tiene tiempo de entretenerse en la muerte.

Para la mayoría la vejez significa inutilidad, aburrimiento, soledad, enfermedades, y


carencias materiales. El sistema social cada vez protege menos y elude su
responsabilidad con el anciano.
El sentimiento de inutilidad personal es el más devastador.
Y no es tan sólo la sociedad, sino la soledad aunada a la inutilidad personal. Dos
detonantes fatales del tedio que semeja la muerte.
En la monotonía automática de todos los días, ya dormía la muerte. El trabajo
enajenado y la propia enajenación crean el camino propicio a la decadencia espiritual
y física. Nada puede florecer en donde se ahogaron la inteligencia, la imaginación y el
interés. Un hombre así camina cojo del corazón. En estos casos la jubilación es una
consumación de la muerte. Es más deseable mantener un trabajo que enajena y no
un ocio o jubilación que matan. De menos el primero conserva un simulacro de vida.
El capitalismo es pragmático e inhumano. Exige la producción al máximo; interesa la
ganancia económica optima. El trabajador es tan sólo algo que debe producir bajo
determinadas circunstancias. La mayor producción según tales criterios ocurre hasta
los 40 años de edad, máximo los 50. Así muchos ingresan al desempleo mucho antes
de la posibilidad de una pensión o una jubilación.

El trabajo vértebra la vida.


Cuando hay vida interna no hay tope para vivir.
14

La sociedad, la inutilidad y el hastío, son fuerzas devoradoras de la vida. Y resulta que


no se crearon con la jubilación, ahí estaban esperando tan sólo el ocio para
manifestarse y ejercer su efecto de plaga devastadora.
Guiñaban el ojo en la sombra de la tentación. Del engaño de descargarse de un
trabajo que más que un ejercicio de las energías humanas era un eco de la muerte.
Saca sangre de una piedra, dice el dicho... ¡Cómo sacar vida en donde no existe!
No me extraña la muerte, sino tanta muerte en vida.
La ilusión del éxito es el gran tentador. Se vive hacía fuera conforme a los espejismos
o engaños sociales y se pierde la mirada interior, la capacidad de introspección, de
mirar dentro de nosotros; se pierde la capacidad de sentir, de conmoverse ante uno
mismo y ante los demás. Se olvida en donde quedó el camino.
La enajenación, un mal tan extendido, hace eclosión al dejar el trabajo pues es
cuando se destapa la cloaca de la muerte en vida, y la posibilidad de la muerte física.
Tal vez una gran mayoría no tuvieron tiempo de pensar a que venían al mundo, nunca
fue una inquietud que les hiciera buscar el camino. Fueron náufragos prematuros en el
mar de las posibilidades.
Lo único que puede salvar de la muerte es la originalidad, la aventura que aporta a la
vida diaria. Estar vivo es una aventura de originalidad, de tener activa la mente,
curiosa, haciéndose preguntas y buscando respuestas.

La sociedad ejerce una influencia devastadora en el ánimo del viejo. Las diferentes
normas institucionales se ocupan de degradar o destituir vitalmente al viejo que
participa de sus prejuicios, o que no supo conducir su vida. Esto se hace por medio de
la jubilación del trabajo que a veces no ha sido más que una costumbre rutinaria de la
alienación. Y jubilarse no tiene otro sentido que entregarse a otra alienación
alternativa de no hacer nada que con frecuencia resulta tan aburrido que el anciano se
muere en la alienación de la alienación, o sigue llevando una vida mezquina de
poltrona existencia.
La actitud general de la sociedad y de los más jóvenes es considerar al anciano como
alguien o algo inútil, improductivo, y de hecho, muchas veces, las más de las veces, el
anciano confirma esa idea. Se presta a ello y sufre tal falacia.
La originalidad es otra condición que nos ayuda a superar las falacias sociales. Si
podemos ser nosotros mismos aunque sea en parte, puede que escapemos de la red
antivital que nos tiende la sociedad. Sólo así nos podemos reinventar cada día en el
interés que nos hace renacer. Encontrar el fruto fresco de cada día. Ser un
trashumante de la existencia que siempre puede encontrar frutos nuevos como el
artista del Zen que a medida que tenía más edad pintaba mejor, y que esperaba que a
los cien años sus pinturas estuvieran vivas.
Se trata de vivir la vida y no la muerte. El problema es el mismo a cada edad.
15

Algunas personas me conminan a aceptar los prejuicios sociales y que me constituya


en un viejo; me conminan a que use lentes cuando mi vista se mantiene dentro de una
aceptable salud. Tal vez me digan que también tengo que usar bastón y pasear por los
parques en las tardes. O que me siente somnoliento a mirar pasar los días, cuando yo
quiero una flor de luz en mi corazón, y quiero la alegría de inventar nuevas metáforas,
nuevas imágenes de la palabra. Renovar el verbo cada día en mi lengua. Buscar lo
recóndito inconmensurable, que hay dentro de mí, y que no acabo de conocer.
Qué maravillosa actitud la de N. Kazantzakis cuando ya anciano corría por las
baldosas ante el asombro de su esposa, y decía que tenía alas.
Cada quien está como se siente. Esa es la edad verdadera. Sentir es facultad del
alma. Y en la edad verdadera es el alma quién prevalece iluminándonos, guiándonos
con la pasión y el interés.

Ciertamente que el espíritu está indisolublemente ligado a la historia y a la actividad


corporal. Sin embargo, decadencia corporal, enfermedad corporal, no necesariamente
implican decadencia o perturbación del espíritu. Aún en los casos de enfermedad y
decadencia corporal debida a la edad, el deseo que sustenta el espíritu puede
conservarse con gallardía. Son ejemplo, Giovanni Papini, Walt Whitman, Victor Hugo,
y Pablo Picaso.
El deseo, la libido, la energía sexual en su sentido más amplio, está indisolublemente
ligada al interés por la propia obra. El deseo no es privativo de la juventud o de la
madurez. Tiene su antecedente en una vida activa, laboriosa e interesada. Si no
existió en la vida personal previa a la vejez, difícilmente se podrá crear en la vejez. El
deseo y el interés por la vida son la columna vertebral de la existencia.
La vejez no necesariamente es enfermedad o decadencia incapacitantes.
El sentido positivo de la vida en la senectud más bien tiene que ver con su
vertebración previa. La mala idea de la vejez, la abundancia de viejos en desgracia
obedece en mi opinión, a la falta de sustento familiar y social que permitan una vida
digna al anciano, y en la imprevisión de éste para lograr una autonomía económica
suficiente para una vida digna. Sí cuenta con un fundamente económico digno,
suficiente; sí conserva una relativa salud, interés por la propia obra o trabajo, y si tiene
una vertebración de interés y deseo persistentes, no hay excusa para una vida inútil o
falta de propósito personal. No es un albur o una moneda que se tire en el aire, es la
historia personal inscrita en las células del deseo y el interés. Los grandes viejos como
Goethe, y Leonardo Da Vinci, han dado muestras supremas de vitalidad, de
optimismo, aun en medio de los achaques y la enfermedad.
Hay tanta vida o posibilidad de vida desperdiciada en la vejez simplemente porque de
antemano no había tela de donde cortar. Desgraciadamente ante el vacío vital que
marca la historia personal del viejo inútil no hay remedio que sirva. Es como tratar de
crear el deseo y el interés en un esquizofrénico, una tarea ardua, difícil, y casi siempre
16

inútil. La vejez –sostengo- no tiene que ser el paradigma de la decadencia vital; sí es


así es que la vida había naufragado mucho antes. Lo que sí puede ocurrir es que el
vacío preexistente se haga del todo, patente en la vejez. Que toda la inutilidad vital
caiga como avalancha, como un peso que abruma la conciencia y que habrá de
cargarse inevitablemente. Considero que este es un factor que incide en las
depresiones tan frecuentes en la vejez.

Debería haber cursos de orientación para vivir mejor en la vejez, dirigidos a estimular
el gusto por la vida y a descubrir nuevas posibilidades ya sea derivadas de ese gusto
renovado de las aficiones particulares, u otras nuevas facetas aún no exploradas de la
personalidad, siempre y cuando no exista un anquilosamiento que haga imposible la
alegría y el despliegue vital.

A los 40 años de edad disminuyen drásticamente las posibilidades de conseguir


empleo, y por ende eso significa una limitación muy seria tanto presente como futura.
La mayoría de quienes tienen trabajo y que en el futuro lograran una pensión o
jubilación, en gran parte obtienen sueldos bajos que ya jubilados solamente les
permitirán una mediocre e indigna vida de jubilados.
El anciano en las sociedades actuales es un objeto inútil, un lastre con el que tiene
que cargar la sociedad y la familia. Y muchas veces por su anacronismo social y
personal ya no tiene cabida con la familia ni con la sociedad. Está de más en el
mundo. Fatigado espera la muerte que llega a ser muy deseada, y con frecuencia,
consumada por mano propia. El alto índice de suicidio en la vejez nos está hablando
del amplio malestar en el cual vive el viejo.
Para la sociedad mercantil en que vivimos, el anciano ya no es útil, ni produce, más
bien es un estorbo, alguien desfasado de su tiempo. Ignorante de los avances
tecnológicos y científicos que inciden en la vida cotidiana y a los cuales generalmente
el anciano se niega el acceso.
El carácter social y familiar utilitario es el que da a la vejez el tinte trágico de la
cosificación, del ser inútil, desfasado, sin utilidad del viejo. Generalmente segregado a
ese limbo de la desocupación del espacio inútil del ocio. Con frecuencia el ocio es el
único oficio que queda al viejo.
Son las fuerzas aplastantes, limitadoras, con las cuales la sociedad y la familia barren
las posibilidades de vida del anciano.
-Lo condena a la inactividad,
-a una vida social y familiar marginada;
-generalmente con bajos recursos económicos,
-atenido a su propia decadencia.
-En suma, el viejo es condenado a la impotencia.
17

Para no caer en esa trampa tan bien construida, el anciano ha de conservar una
actividad propia, y asegurarse recursos económicos suficientes que le permitan la
independencia económica. Ha de ser un crítico lúcido de la sociedad y estar enterado
del acontecer socioeconómico y político local y del mundo. Debe involucrarse en los
avances que tienen una influencia cotidiana en todos los ámbitos de la vida, como el
internet y las computadoras.
Una buena vejez exige mantener viva la curiosidad por la cultura y el arte, seguir
disfrutando de los eventos culturales como el cine, teatro, literatura, etc. Mientras la
curiosidad se mantenga viva el ser humano se mantiene vivo. Pero mal se puede
hacer todo eso sí el anciano apenas sobrevive.
Lo más importante de todo es un proyecto de vida propio, una actividad propia, y
mantener una presencia social.
Para todo ello es necesario mantener el interés.

Sin dinero suficiente ninguna etapa de la vida es fácil o agradable. En la vejez las
limitaciones económicas suelen ser la regla. La humanidad que hay en todo ser
humano se ve constreñida por la pobreza. La falta de dinero no es una condición
propia de la vejez, pero con frecuencia le acompaña.
De por sí la existencia por sí misma es un problema a resolver, un problema dinámico
que cambia día a día y que adquiere sus peculiaridades en cada etapa de la vida. En
la vejez la muerte es o debería de ser una certeza. La soledad es compañera
inevitable. La decadencia de las capacidades físicas y mentales. Todo ello da su sello
peculiar a la vejez. Cuando la situación económica está resuelta, el anciano podrá
enfrentar con mejor actitud los problemas propios de la edad mencionados, caso
contrario es un agravante más, un limitante de la existencia. Otros agravantes suelen
ser la falta de un adecuado crecimiento o desarrollo psíquico. Se puede, por supuesto,
llegar a la vejez siendo una persona psicológicamente inmadura, y no tan sólo eso,
sino también con acentuados problemas de carácter o de personalidad, rígido,
aferrado a su pasado y a sus prejuicios.
El goce y la tristeza naturales de la vida también son un componente en la edad
provecta.
¿Porqué el anciano creador es una excepción?
La curiosidad, la frescura perceptual, el asombro concomitante se van perdiendo con
los años; prevalece en cambio, la fidelidad rígida a los esquemas existenciales o
mentales del pasado que orientaron al sujeto en el mundo. Los esquemas de
orientación en el mundo acaban siendo rígidos. Sólo quien conserva la audacia y la
libertad puede vivir y crear. Las pinturas negras de Goya son una prueba de ello. La
flexibilidad mental y el asombro son requisitos indispensables del estar vivo en el
mundo. El mundo sigue siendo un libro abierto, un libro con las páginas en blanco, en
18

el cual no importa la edad, se puede seguir escribiendo, siempre y cuando se


mantenga la capacidad de aprender sin fin.

Un problema que se plantea es determinar que tan libre se era antes de ser viejo. En
otras palabras, cual ha sido su capacidad de elección. En este rubro solamente
pueden situarse con propiedad, hombres con autonomía e independencia. Con esto
ya de inicio quedan excluidos un gran conglomerado de la población de ancianos, y es
que a medida que aumenta la edad, aumentan las complejidades de la vida, y aunque
es paradójico es real, cuando más está presente la decadencia, es más necesario
desafiar las limitaciones que opone la sociedad. Cuando ésta ya lo da por muerto
debe demostrar que está más vivo que nunca. Cuando lo declara estéril deberá
mostrar imaginación y creatividad. Asumo que muy pocos viejos han sido
razonablemente libres y serán capaces de seguirlo siendo.
Asumir el papel que la sociedad y los demás tienen asignado al anciano significa que
ésta ha de declararse muerto en vida, y sin dignidad. Tristemente es lo que la mayoría
hace. Se convierten en inútiles reliquias del pasado. Cajas de resonancia de sus
propios e inútiles recuerdos; fantasías de lo que pudo ser y no fue. Apologistas de su
desgracia. El recuerdo en todo caso no es creador de vida cuando se solaza en el
pasado. Es una tarea que el anciano se quite los grilletes del recuerdo inútil. Debe, por
el contrario, estar despierto y atento al presente. Algunos inclusive se conservan
participativos en los movimientos sociales. Que la vejez es un desfiguro del tiempo
que habrá que corregir a pinceladas de espíritu con la inaudita conciencia, indómita,
rebelde, que no flaquea en retar a la vida. De por sí la vida siempre ha sido un reto,
un milagro de la fe, un fluir que no cesa y que el anciano ha de enfrentar con la fresca
mirada de ese fluir conjunto en el tiempo.
Es la época de la conjunción magnifica entre la vida y la muerte. Es cuando más fe y
energía se requieren. Cuando se hace más necesario que nunca vivir el instante;
entregarse al tiempo. Eso sólo lo podrá hacer alguien que es libre. Yo tal vez no puedo
decir mucho de la vejez como decadencia o muerte porque no es mi experiencia, tal
vez me he escamoteado la mirada de la muerte y su espejo sigue vacío. La armonía
de los contrarios, vida y muerte, me mantiene en la síntesis del tiempo, en el
insaciable gusto por las cosas de la vida, ahora que el finito espacio me cubre con
hálito helado. Mi asidero siempre será la belleza, el interés por el alma, ser testigo de
lo que acontece, de esa perenne lucha de los contrarios; conservar la esperanza de
que la vida siempre triunfará sobre la muerte, a pesar de los denodados esfuerzos que
hace el hombre a favor de la muerte.
Seguir caminando a tientas por el vaivén del sueño y cada día que pueda ser el último
grabarlo con más intensidad en el alma. El gusto por la vida es lo único que no debe
perderse.
19

Finalmente lo que queda de la vejez es la vida que se conserva. El gusto por la vida.
¿O acaso es una pérdida inherente a la vejez? En este caso el viejo por su cercanía
con la muerte tiene menos vida. Ésta se ha ido desgastando con los años. ¿Y toda la
vida vivida no cuenta? ¿El acumulo de experiencia es tan sólo un montón de
escombros? Curiosamente, pienso, esto es lo relevante del asunto: o son recuerdos,
vida, experiencia, palpitantes, vivos, generadores de nueva vida; o bien, son
recuerdos, vida, experiencia, anquilosados, inertes, sin movimiento, incapaces de
integrarse y de crear nueva vida.
En suma, ser viejo, se resuelve en el grado en que se está vivo, lo cual requiere
movimiento y flexibilidad, apertura al mundo y a los demás. Definitivamente vejez no
es equiparable ni se asimila a la decadencia. Cierto, son peligros que acechan con la
edad, y a los cuales con frecuencia se sucumbe; pero eso no debería de ser la norma.
Por desgracia los demás y la sociedad es lo que estimulan.
Cuando la vejez se asimila a la decadencia y a la muerte, entonces no se puede
hablar de ella por evasiva. Así como nadie puede transmitir experiencia alguna de la
muerte pues ésta se vive ineluctablemente en privado; así, tampoco se puede hablar
de la vejez asimilada a la muerte. En todo caso habría que describir un estado de
depresión sonriente o enmascarada. Y en algunos casos, de abierta depresión. Por
algo es uno de los padecimientos más frecuentes en la vejez, así como el carácter
anquilosado en sus peores facetas. La muerte petrificada en la experiencia, en el
carácter. En esos casos la vejez es la danza final con la muerte. Sólo se vive para la
muerte.

Ser viejo significa un tanto dejar de existir, ya que somos en el mundo y ante los
demás que nos escatiman la mirada. Si ya no somos plenamente para los demás es
que estamos dejando de ser. Pero además se nos niega el derecho a la vida personal.
Los usos y costumbres sociales niegan el derecho al trabajo, imponen su ideología
acerca de la vejez. Al viejo se le ve como alguien incapaz de pensar, planear,
organizar. En suma, incapaz, en cierto grado, de dirigir su vida. Es como un juicio de
interdicción dictado por esos usos y costumbres sociales. Como el anciano participa y
es víctima de tales prejuicios se convierte en el sujeto en interdicto. Renuncia a la
categoría de ser humano, libre y autónomo. Vive el prejuicio de ser un trasto inútil al
que tan sólo resta esperar el golpe final de la muerte.
Renuncia a seguir siendo y a seguir renovándose, inventándose como todo ser
humano, cada día. Ser viejo es aceptar los prejuicios sociales.

Hay tanta pobreza vital porque no se previenen los problemas de la vejez o porque no
hay sustancia interna: Vitalidad, sensibilidad, curiosidad... No hay un proyecto de vida
o nunca lo hubo.
20

Mantener viva la llama de la vida debería de ser un compromiso íntimo a cualquier


etapa de la vida. La libertad y la espontaneidad deberían ir juntas en el devenir de la
vida; la fe es otro atributo indispensable sobre todo en la vejez.
La vida se manifiesta en el quehacer, en la tarea personal, y eso a pesar de todo:
decadencia física, enfermedades, limitaciones corporales. Ejemplos de ello son Juan
García Ponce y Hawking.
Pero la sociedad, la cultura, la curva vital autobiográfica, conducen en general, a una
vida miserable en la vejez.

El hombre debe ser rebelde ante la sociedad, ante el mundo, ante la enfermedad, la
vejez y la decadencia.
La rebeldía es una cualidad, un paliativo contra el conformismo, un atributo necesario
para establecer cambios en todas las esferas de la vida.
No es preciso esperar que cambie la sociedad y favorezca la vida. Es necesario
rebelarse y crear las propias condiciones vitales que permitan el despliegue de la vida
a cualquier edad. Todo viejo sano es en alguna medida un rebelde, alguien que no se
resigna al status quo, que no acepta las formulas de resignación e indignidad que la
sociedad le impone.
21

El fruto amargo
de la vida
se concentra
en los huesos
que se van haciendo
polvo;
en la mirada
que palidece.

Los años se vuelcan


encima
como una negra nube
que se aleja en el cielo
de la desgracia.

La boca desdentada
clama
la plegaria del recuerdo
pero el tiempo
inexorable
desgasta la carne
y tan sólo
va quedando
el turbio recuerdo
que añora la polilla.

Ni donde decir
la última palabra
que se precipita
22

al fondo de los huesos


que se calcinan.

Ausente de todo, desnudo,


inerme de tiempo y memoria.
-----

Hay una cierta vejez,


como un degüello
del sonido del mar
que se muere de ser
en la inmensa playa
de la vida.
Que se cierra
al infinito horizonte
y ya no reclama
el ansia que le vio nacer.

Degollados los sentidos


y la sonrisa perdida
en el espacio,
sin ecos que pueblen
el futuro,
acosada de silencio,
los nervios sin resonancia...
-----

La vejez tiene su misterio.


Sostiene en el tiempo
el responso que le alienta.

El paso del anciano


camina a cuestas de los años
que remontan la bruma
del futuro que no le detiene.

Como todo hijo de vecino


cada despertar renueva la fe
y cada jornada tiene su gloria.
23

En la solemne lágrima
espera la muerte
con esa nostalgia sublime
que le da su cercanía.

Sabe más que nadie


que cualquier momento
puede ser el último,
que cada día que se acerca
es una gloria de lo efímero;
adquiere entonces la serenidad
del saber sin remedio.
Ya no más lágrimas inútiles
por lo que pudo ser y no fue.
Ama las cosas en su transitoriedad
con el despego de la mirada
y del corazón que ya no espera.
Está perdido en la mirada
interna del último suspiro
día a día, en la fe del último paso.
Se diría que las cosas
adquieren el valor
qué las justiprecia
y que cada día reciben
su adiós y reverencia.
La vida no merece
más que una acción de gracias
del corazón agradecido,
la oración plena de sentido
del amor a las cosas
que se saben transitorias.
Nada le pertenece,
es la magia del despego
que danza en las horas
de la alegría de todavía poder ser.
Tal vez sólo sea ya un murmullo
en el transitar de la vida
que pasa indiferente
como una brisa
que a nadie molesta,
24

un signo en el tiempo
que ya no se posa en la tierra.

ONTOGENESIS.

Es claro que la existencia se bifurca entre el dolor y el placer;


entre la tendencia a la vida y la tendencia a la muerte.
Desde la tierna infancia la madre planta la semilla.
El dolor puede ser transformado; la tendencia hacía el hastío y la melancolía;
hasta la ausencia de significado puede ser transformado.
Siempre se puede poner una sonrisa ahí donde habitó el dolor.
Todo puede ser transformado para plantarlo en la tierra y que de fruto;
sólo bastan una palabra, una mirada, una sonrisa de la madre.
Igual que dan vida dan muerte,
y todo está en el signo del amor o del odio que lleven los gestos,
las palabras, las sonrisas de una madre.
La huella profunda de la madre queda grabada para siempre en los ojos del niño:
con esperanza y confiados en el destino. O con la muerte en el alma,
el veneno de la saliva que reclama venganza y muerte.
El amor o el odio se maman con la leche materna.
Niños abandonados a la muerte buscan su reclamo.
Son los desposeídos de la tierra.
El ansia de la vida es un gran anhelo.
Y todo empieza en el calorcito de otro cuerpo.
El anido cálido del anhelo. Eso reclama y ofrece todo calorcito amoroso
que electriza la piel, el vaho del aliento, la ternura de una mirada.
Ausencia de amor igual a vacío de corazón.
Pudor y lágrimas tocan a rebato.
Tanto amor y tan poca suerte!
Tanto llanto y el alma irredenta! Qué pues?
Acaso el amor no es más que el vacío del anhelo
Una búsqueda siempre.
25

El polvo del olvido que no se rinde.


Los besos que ansían la soledad...
Sólo el beso materno nos da la apariencia
Del amor que se consuma.
De ese amor incondicional
Que todos deseamos.
La fuente de un dolor o una alegría.
El amor no se plasma en las tinieblas,
De ninguna manera.
La mujer, la madre
Hacen su labor en silencio
Que da vida o que la devora
En ese desierto que sopla
El simún del olvido.
El amor siempre es posible
Y necesario.
Sin amor no se sustenta la vida.
Esto ocurre aún en los más deplorables casos.
Aquellos en los cuales prevalece el odio y el dolor
trenzados a la esperanza y al amor.
¿Porqué no trocar el odio en amor?
Puede ser tan fuerte el fruto de la semilla
que ya no sea posible destilar
la quintaesencia del amor que perdura pese a todo.
Sin amor no hay vida posible.
La muerte es el desierto del amor.
¡Hay de aquellas almas que no fueron arropadas en el amor!
El dolor de aquellos que han de inventar el amor para poder vivir.
El alcatraz marchito atestigua la vida.
¿Cómo dar una sonrisa sí nos habita el odio?
El odio es el gran negador de la vida
y ésta no puede crecer entre ruinas.
El amor se preserva en la belleza y el odio en la fealdad,
más, sin embargo, en la belleza hay fealdad y viceversa.
Hay un cierto equilibrio de las pasiones
que tienden a perdurar en el aliento que las engendró.
Es una lluvia del orden cósmico que pone la armonía sobre la tierra.
La vida jamás mutila en nombre del amor.
Lo que pasa es que el amor a la vida escasea
y por eso secamos ríos y ampliamos desiertos;
26

por eso permitimos el aumento del calor global y depredamos la tierra.


Ni a nosotros mismos nos perdonamos todos esos signos de muerte.
La cosa es grave ya cuando ni siquiera se respeta la propia vida.
Yo nací en un calendario de ayer
donde las hojas de los meses naufragaron.
No hay tiempos justos para el alma,
sólo melodías que tocan a difunto, campanadas de muerte.
El amor es una lengua de fuego que anuncia el Apocalipsis.
Un ansia de muerte redonda,
que clama por el cumplimiento de la vida como un asunto de fe.
Se ama se desea se espera simplemente la muerte pero ya consumada de vida.
La muerte no puede triunfar sobre la vida que siempre la supera en las células
germinales, eternas y perennes, fuente de la inmortalidad.
Era necesaria, siempre lo ha sido y lo será, la otra cara de la muerte y del dolor.
En este caso los extremos, los opuestos, siempre se tocan
y en su fuego siempre siembran vida.
27

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