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Una llamarada que se esconde en la fuente del olvido y que espera la gracia de un
aliento que prenda la llama soterrada... podría ser, ¿porqué no? La vida siempre
duerme aunque sea en un humilde rescoldo; aún en la vida más endurecida alienta un
soplo de luz. El fuego que esperó siempre la redención. Quiero pensar que la
esperanza siempre está presente como preámbulo del amor. ¿Porqué no? Igual, la
chispa del amor duerme, espera el soplo vivificante de la ilusión. O será posible una
muerte en vida, tan total que ya no ofrece la posibilidad de la esperanza! No sé, no lo
sé, más es de esperar que el soplo divino nunca se extinga.
En cada etapa de la vida el mundo se renueva, pues la percepción cambia con cada
edad, de ahí que la vida se convierta en una aventura sin fin.
La vida siempre se está haciendo. No hay tiempo para campanas que toquen a
reposo, pues el tiempo se agota en la acción productiva.
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PRIMERA PARTE.
La vida es una actitud interna. Es animada desde el interior. Aún cuando el cuerpo
esté medio derruido la vida depende más bien del interior que la anima. De ahí que
nos podamos referir a la vida desde un plano simplista, meramente fisiológico con
relación a la decadencia corporal; y por otro lado a esa actitud hacía la vida que
emana del interior. El envejecimiento que lleva aparejada la decadencia física es algo
universal y fácilmente observable: se caen los dientes, el pelo; la piel se va secando;
disminuye la capacidad auditiva y visual. Disminuye la fuerza y la elasticidad muscular.
En suma, disminuyen todas las funciones fisiológicas. Sin embargo, sostengo que la
vida es un acumulo de experiencia que se va acrecentando con el paso del tiempo. La
curiosidad es otro factor que puede mantenerse vivo a través de los años y a pesar
del deterioro físico.
Del interior del ser, más allá de las limitaciones físicas, del interior, surgen y mantienen
la vida: la curiosidad, el interés, y la pasión. Estar vivo pertenece al ámbito del ser.
Tiene que ver íntimamente con la realización personal.
La curiosidad tiene mucho que ver con la renovación de la mirada, con la frescura que
ofrecen todos los objetos y todo lo que existe, a la genuina mirada del alma. Forma
peculiar e intransferible de ver y experimentar el mundo que puede ser transmitido a
través de la obra de arte.
En una observación serena el que observa se posesiona del objeto de su pasión. La
mirada se vuelve hacía aquellos objetos, situaciones y deseos propios del interés
particular de cada uno. La fuerza, la intensidad de estas cualidades del alma, dan fe
del amor a la vida. De la entrega individual.
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Podría ser... a medida que la luz del cuerpo se extingue, crece la llama del espíritu. El
camino no es fácil, pero cuando menos sabemos que existe la entrada al laberinto a
través de la propia actividad, de aquella labor que hemos escogido y que es genuina.
“Convertir el tiempo en obra” es una forma del destino de vivir que no se agota.
El deseo puede torcer su raíz humanística por influencias externas, pero para bien o
para mal ahí está presente. Es fuente de vida. De una vida auténtica o inauténtica,
pero es. En otras palabras, el deseo puede extraviarse en sus objetivos, en su raíz,
humanistas, pero es; ahí está. En otras palabras, existe la posibilidad, además
frecuente, de que el hombre se equivoque, de que se traicione a sí mismo. La
posibilidad de un desarrollo sano solamente puede darse en función de fidelidad a los
principios humanistas, siendo humano y receptivo a la vez que activo. Empático y
estar dispuestos a la acción. Ser humano consiste en desplegar aquellos dones
mentales, espirituales, comunes a todo ser consciente, o sean, la razón la
imaginación, el conocimiento, el lenguaje...
El conocimiento es el camino hacía la libertad. Pero también puede hacernos
equivocar el camino y perdernos si no se acompaña del discernimiento de la verdad,
si no somos capaces de ser objetivos, sin perder el contacto afectivo con lo que se
conoce.
Por la imaginación somos capaces de crear símbolos y todo un universo de ellos, en
los cuales convivimos, que se muestra en el lenguaje y en diferentes expresiones del
espíritu humano: en la pintura, la escultura, el cine, la literatura, la filosofía, la poesía,
etc.
Por la imaginación somos capaces de viajar en el tiempo, de construir otros mundos;
somos capaces de planear, de prever, y de saber acerca de nuestra vida y de nuestra
muerte. Su hermana es la angustia, la cual es un impulso íntimo de vida, una señal
de que las cosas en nuestra vida no están bien, de que es necesaria la introspección
para ponernos de acuerdo con nosotros mismos, con nuestro yo íntimo y verdadero.
Si no hay angustia, o el grado en que no la haya, es una señal, o bien de extravío y
equivocación de la vida, de muerte en vida; o bien, de armonía y paz interior. Los
extremos de la salud o la enfermedad se tocan en la manifestación o no de la
angustia. Cuando se traicionan los principios humanísticos de la existencia, aparece la
angustia. Si la persona no se ha endurecido, es decir, si no se ha traicionado a sí
misma. Por el contrario, en quien ha alcanzado un buen grado de objetividad y
desarrollo personal, que ha logrado desplegar sus potencialidades en la vida, la
aparición de la angustia también puede ser una señal de traición personal pero de
signo opuesto: En un caso se traicionan los logros humanos; en el otro, la falta de
desarrollo, de humanización.
Dr. Aniceto Aramoni.
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Dr. Aniceto Aramoni.
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creativo. Es esa edad en que todo está vivo y nada carece de interés. Extraña
cualidad que algunos viejos conservan
En la adolescencia la esperanza se despliega en todo su esplendor, iluminando la vida
que hace eclosión en todas sus manifestaciones, y que se prolonga a la juventud. La
vida hace irrupción con gran fuerza. Los sentidos y la vida social exigen cumplimiento
y manifestación. La fuerza del espíritu y la magnanimidad, la dan un sello de dignidad
y nobleza por estar a favor de los ideales, a favor de lo mejor de la vida, de la
transformación social, a favor del ser humano. Ímpetu y fogosidad son los principales
atributos del joven.
En la edad madura prevalece la consolidación de los logros de la juventud. La mesura;
el ocupar un lugar en la sociedad; el cumplimiento de los valores que antes fueron
ideales. La plasmación de los intereses vitales en obra. Es como un balance de los
logros o fracasos vitales.
En la vejez deberían prevalecer, la mesura, la sabiduría, la experiencia en los
diferentes ámbitos de la vida, la serenidad, el buen juicio. Sin embargo, ocurre con
frecuencia que ante el fracaso vital aparezcan la desesperanza, la impotencia para
enmendar la falta de logros. O la comodina adaptación inconsciente a una
degradación vital. Nada más a irla pasando, igual que se había hecho antes, pero
ahora con el miedo de tener que enfrentar el vacío de la propia vida, y el vacío eterno.
En toda edad puede haber desvíos del desarrollo normal del individuo. Las carencias
materiales, económicas, dañan cualquier edad. Y en la infancia la falta de
comprensión, de interés, de una actitud vital, y el convencionalismo de los padres
puede ser crucial para que el niño pierda su alma a temprana edad. Es lo que ocurre
con más frecuencia.
Las dificultades en la adolescencia y la carencia añeja de valores vitales pueden
conducir al cinismo y al desprecio por la vida. A un pragmatismo convencional. A una
adaptación automática ante la sociedad, sin crítica de aquello que limita la vida, que
está contra la vida. Puede ser la época en que más frecuentemente se pierde el
proyecto de hombre, o mejor dicho de ser humano.
Igualmente, la madurez puede culminar en una poltrona adaptación a la sociedad,
generalmente en contra de la vida, en contra del despliegue de las potencialidades
humanas.
En la vejez puede ser que los intereses que guiaron la vida no fueran genuinos; o que
el esfuerzo vital haya estado puesto en una tarea enajenada, es decir que poco o
nada tenía que ver con las potencialidades únicas de ese ser humano. De por sí ya
llevaba una existencia inauténtica y en la vejez se encontrará con las manos vacías, y
sépalo o no, con el alma vacía. No había nada ahí en esa vida, y en la vejez tan sólo
se hace patente; ya la esperanza es más corta. Lo más frecuente es que desemboque
en aquello que es su peor cariz, la acentuación de los rasgos negativos del carácter,
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La carne no puede negar el tiempo que pasa. Lleva su sello en el polvo de los huesos;
en el paso que cansa; en la mirada que se enturbia de pasado.
Los recuerdos pueden ser un peso que curva de cansancio a la esperanza.
El pudo ser, un artilugio que desarma.
El pudo ser es impotencia del quehacer. La tumba de los impulsos que quedaron
vencidos en el camino de la vida. La balanza entre el ser y no ser, entre el hacer y no
hacer.
Mientras más escombros del pudo ser en la vida, menos posibilidades vitales. El
hombre va coartando su ser y su quehacer, cada que renuncia a su realización. Al
calambre de la existencia que finalmente paraliza y constriñe la vida.
El futuro siempre debería estarse haciendo, independientemente de la edad. Pero,
---- una verdad de perogrullo –, a menos realización vital menos posibilidades de vida,
de esperanza. Menos vida produce menos vida. Poder e interés se hermanan en la
realización vital. Cada día ha de renovarse en el bautizo de la frescura del existir.
Mantener el equilibrio entre el interés y el sentir; entre la potencia y el quehacer. La
vida es infinita y siempre ofrece un proyecto para estar despiertos, es decir, vivos.
El interés no es privativo de la juventud.
Por el interés, - cualquiera que éste sea -, se mantienen abiertas las puertas de la
existencia cotidiana. Interés y pasión van de la mano. Aquello que interesa apasiona.
Así se mantiene el gusto por la vida, que es un continuo interés apasionado, o no es,
se tenga la edad que se tenga. El gusto por la vida no es cuestión de edades, sino de
pasión e interés.
Dos son los pilares de la existencia, y la vejez no está exenta de los mismos. Me
refiero al amor y al trabajo. Ambos son muy difíciles de cultivar y conservar. La
mística del trabajo se adquiere desde la juventud y aún desde la niñez. Hacer algo,
trabajar, significa ser útil. Se es útil aun cuando la obra, lo que se hace, no esté acorde
con la intimidad de quien lo realiza. Incluso el trabajo enajenado es útil para otros. En
el trabajo se funda la conciencia humana. El trabajo es parte esencial de la existencia
humana. Se aprende jugando. El trabajo es como un abanico que va desde el goce
lúdico, libre y espontáneo, hasta el trabajo enajenado. Sin embargo, cada quien hace
lo que puede. Hay quienes detestan lo que hacen y tan sólo sueñan en tirar el arpa.
Lo conciben como una carga onerosa sin saber que es lo único útil que hacen. Tal vez
la única razón de la existencia válida después de la sobrevivencia. Cuando la vida se
reduce a la pura sobrevivencia sin otro interés, algo vital que aliente el espíritu, como
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El amor y el interés van juntos. Se ama lo que nos interesa, y nos interesa lo que
amamos. Es como la flor que abre sus pétalos al sol. La sonrisa que se entrega a la
calidez del día. Lo que se hace con interés, con desprendimiento, se hace con amor.
Amar es entrega. En el amor nos damos a todo lo que nos interesa. El amor, la
alegría, la entrega a lo que se hace son la sal de la vida.
¿Acaso amor, entrega y trabajo, son privativos de la juventud y de la madurez? En la
medida en que así sea nos entregamos a la molicie de una vida vana en la vejez. Lo
peor es no tener un trabajo propio; no poderlo realizar por incompetencia física o
espiritual. Estar impedido de cuerpo o de alma, de la mente. Entonces sí se puede
declarar a un viejo inútil. Sí dividiría la vejez entre vejez útil e inútil. El viejo útil a pesar
de todos los avatares se sigue conservando al día de los principales acontecimientos
locales y mundiales; se compromete con los adelantos tecnológicos y trata de usarlos
en su provecho, en aquello que tienen de positivo. Procura ser un miembro activo de
la sociedad y de mantener su presencia en la medida de lo posible. ¡Vaya! Podría
decirse que el amor no es una condición sine qua non para una vejez productiva.
Basta con la entrega a tareas propias, y otras dirigidas o en beneficio de los demás,
pues hay problemas que nos conciernen a todos como la injusticia, la desigualdad
social y económica; el mundo de los desposeídos; lo irracional del armamentismo y
las guerras. La destrucción del medio ambiente y la degradación de la tierra, la tiranía
y opresión de los gobernantes. Las tareas personales y sociales no se acaban
siempre que haya interés, siempre que nos volquemos interesados en el mundo, en
los demás, y en los problemas sociales.
Amor y trabajo son bastiones de la salud mental, del regocijo de vivir, de estar
interesados, y de no bajar la guardia ante la muerte. Amor y trabajo son lo opuesto a
la muerte.
¿Qué determina las diferentes actitudes vitales ante el mundo y ante los demás?
Básicamente son duales las actitudes fundamentales ante la vida. La alegría o la
tristeza; el amor y la desesperanza; el despliegue de la vida o su agazapamiento. En
limites extremos la melancolía, la depresión; la euforia, la sonrisa empática, la flor que
crece en el corazón, el desarrollo espiritual.
La autenticidad, la sinceridad ante uno mismo; o bien, la enajenación, la máscara que
nos oculta y acaba haciéndonos olvidar de nosotros mismos. En todo caso, la
conservación de una u otra actitud hacía la vida, a la vez que determina la salud
mental, y la expresión del ser, a través de todas las etapas de la vida: infancia,
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juventud, madurez, senectud, nos indicará el sello vital bajo el cual vive el sujeto,
independientemente de la edad cronológica. Bajo este signo de valoración
encontraremos viejos con una actitud vital juvenil (los menos), y jóvenes deprimidos,
hastiados, sin amor por la vida; es decir, con una actitud avejentada en el peor sentido
de la palabra. Vejez de ningún modo es sinónima de falta de vitalidad, hastío o
depresión. Todo depende de la actitud interna, de aquellas fuerzas que se hayan
cultivado a través de la vida.
En ocasiones las actitudes positivas suelen estar camufladas en el alma, soterradas y
casi olvidadas, pero aún persisten, y en todo caso podría ser tarea del psicoanálisis,
de alguna amistad o acontecimiento favorable en la vida de esa persona, el que le
haga “despertar” a la vida. Esto ocurre cuando el proyecto original de la vida ha sido
traicionado, y ser para la vida se ha negado o traicionado a sí mismo.
Puede ocurrir también que el proyecto original hacía la vida y que era favorable al
sujeto, sea coartado por las fuerzas familiares y sociales. En términos generales esto
ocurre según la actitud familiar o social, cuando sus fuerzas, con el sello de lo
convencional, operan sobre todo en contra del individuo.
No hay que olvidar que las fuerzas originales más poderosas que operan en todo ser
vivo apuntan hacía su despliegue a favor o en contra de la vida. Y que los valores,
tanto familiares como sociales, pueden inclinarse hacía uno u otro de los polos
mencionados. La señal de la vida es la alegría y el bienestar, la potencia; en cambio,
la señal de la muerte es el hastío y la depresión, la desesperanza y el pesimismo.
Lo que encontramos en la familia y en la sociedad contemporánea es la indiferencia
con mayúsculas, hacía la vida, hacía todo lo que crece y se desarrolla. Se idolatra lo
inerte, lo muerto, la tecnología en suma. El dinero. El hedonismo y la codicia; el
pragmatismo; el bienestar del cuerpo y lo que se entiende por su cuidado y su
prolongación en el tiempo, sin alusión al alma; esos han llegado a ser los valores
supremos: Un pragmatismo sin alma ni moral.
Estar vivos en un mundo de zombis es todo un desafío en los tiempos que corren, en
el que cada vez más se pierde el sentido y el amor por la vida, y en esto, como en
muchas otras cosas, lo que vale es la actitud vital, sobre cualquier consideración de la
edad.
Ya el tiempo es una angostura de dos canales: el tiempo sin salida, que se agota en sí
mismo, cerrado a la posibilidad de la carne que reclama vida; o bien, el tiempo pleno
que se concentra en la obra que se hace, sea cual sea ésta, y que no importa que la
praxis se agote en sí misma. De cualquier manera, inexorable, el tiempo ha de
consumirse. Lo que difiere es la esperanza. Se está a favor de la vida y hay
esperanza, o bien, sin esperanza no puede florecer la vida. En la desesperanza la
vida se niega a sí misma.
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Puede ser pero no es, no debería ser. Porque lo que debería ser es ajeno al sujeto; en
cuanto a éste compete, el deber ser debería de ser una aspiración realizándose cada
día. El deber ser es un venero sin fin. Y ese deber ser no es otro que el imperativo de
vida, aquel que nos exige estar realmente vivos. Vivir para algo; tener gusto por la
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vida que transcurre, maravillarse ante ella aunque sea de vez en cuando; gustar de la
naturaleza y de las personas. Tener metas propias y vivirlas aún cuando puedan
parecer triviales, (como en la película: “Por siempre joven”). In – te – re – sa – do,
interesado en todos los ámbitos del existir: yo mismo, el mundo, y los demás; esa es
la fórmula. Dejar que los deseos fluyan. Si se es genuino, si se trabaja, si hay una
meta personal, si se tiene gusto por todo ello, yo diría que la edad es algo muy
relativo.
Las calamidades de la vida se dan cita en la vejez pero no son la vejez, como
habitualmente casi todo mundo confunde. Qué la mayoría de los viejos hayan hecho
su bastón de las calamidades no quiere decir que ello sea cierto; eso no es sino una
autodeclaración de invalidez.
Propongo que la edad se mida por el grado de productividad. En este caso ni siquiera
es necesario que una persona goce de cabal salud pues hay gente enferma o con
otros achaques – como F. Nietzsche - que siguen siendo productivos. Esto más bien
tiene que ver con nuestra actitud ante la vida. Y si la sociedad dice, y si yo digo que la
vida productiva termina a los 50 años, a los 60 años, puede ser que así sea por
decreto social y personal. Porque esa era la postura previa ante la vida. Eso pasa
cuando no hay una finalidad propia ante la existencia. Cuando no hay intereses
personales que mantengan despierto e interesado al sujeto frente a la vida.
buena pensión será una buena vida vegetativa, valga la contradicción. Hombres de
todas maneras vacíos de pasiones propias.
Así pues, desde un criterio socioeconómico sabemos que es la vejez y quien es el
viejo ante los demás y ante sí mismo.
Desde un punto de vista anatomofisiológico implica una decadencia orgánica y
funcional. Y esto es ineludible, común a todo ser vivo. Toda materia está sujeta a la
descomposición. Así pues, hay una vejez que nos remite a la ineludible decadencia
del cuerpo, sus órganos y funciones. Todo lo que es materia tiende a la degradación, a
su extinción, como una fase de ser en el mundo. Sabemos que la fuerza que anima la
materia es la energía y que el cuerpo es un centro de energía que la irradia de sí
mismo con lo que se permite su funcionamiento, y que a la vez capta energía con lo
que se asegura su sobrevivencia física, pero en este proceso hay una perdida
paulatina de energía que va borrando la materia en el espacio.
La diferencia entre lo inerte y lo vivo reside en que un ser vivo – en cualquier nivel de
la escala evolutiva -, toma energía del exterior, mientras que lo inerte consume la
energía que le es inherente y se agota su actividad. Tal vez en esta forma peculiar de
la captación y utilización de la energía este el misterio de la vida, y también el misterio
de la conciencia.
La vejez como un proceso biológico, de decadencia y acabamiento, es común a todo
ser vivo y tiene mucho que ver con las enfermedades. Puede en todo caso, hablarse
de viejos sanos físicamente, y de viejos con alguna enfermedad física. ¿Pero acaso
eso es todo, acaso la vejez se reduce a un proceso biofisiológico? ¿Y entonces, qué
decir de la actitud individual ante la vida, ante sí mismo y ante los demás respecto a la
vejez?.
La vejez es un llanto relamido del tiempo que se recoge cada vez más hacía el ocaso.
Muy cerca de la frialdad de la muerte. Esto la hace diferente de otras etapas de la
vida. De ahí la importancia de la actitud ante la muerte que puede paralizar la vida con
tantos sobrenombres que tiene el miedo. Puede cubrir la carne de hipocondría que se
manifiesta por cualquier órgano o sistema corporal. El desequilibrio entre el cuerpo y
el espíritu se manifiesta de forma más aguda. Así, la vecindad de la muerte puede
convertirse en el suspenso estéril ante una vida vacía.
El movimiento que caracteriza la vida ya no encuentra palabras de vida. Es el vacío
del silencio. Las palabras que ya no tienen sentido.
La vida es, tiene sentido, si ha estado plena de significados. En la vejez es inevitable
que una u otra postura se enfrenten al ocaso y a la muerte. Y no es lo mismo estar
con las manos vacías ante el destino final, que estar ahí con una vida que ha tenido
sentido.
La postura ante la muerte marca la postura ante lo que resta de vida.
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La sociedad ejerce una influencia devastadora en el ánimo del viejo. Las diferentes
normas institucionales se ocupan de degradar o destituir vitalmente al viejo que
participa de sus prejuicios, o que no supo conducir su vida. Esto se hace por medio de
la jubilación del trabajo que a veces no ha sido más que una costumbre rutinaria de la
alienación. Y jubilarse no tiene otro sentido que entregarse a otra alienación
alternativa de no hacer nada que con frecuencia resulta tan aburrido que el anciano se
muere en la alienación de la alienación, o sigue llevando una vida mezquina de
poltrona existencia.
La actitud general de la sociedad y de los más jóvenes es considerar al anciano como
alguien o algo inútil, improductivo, y de hecho, muchas veces, las más de las veces, el
anciano confirma esa idea. Se presta a ello y sufre tal falacia.
La originalidad es otra condición que nos ayuda a superar las falacias sociales. Si
podemos ser nosotros mismos aunque sea en parte, puede que escapemos de la red
antivital que nos tiende la sociedad. Sólo así nos podemos reinventar cada día en el
interés que nos hace renacer. Encontrar el fruto fresco de cada día. Ser un
trashumante de la existencia que siempre puede encontrar frutos nuevos como el
artista del Zen que a medida que tenía más edad pintaba mejor, y que esperaba que a
los cien años sus pinturas estuvieran vivas.
Se trata de vivir la vida y no la muerte. El problema es el mismo a cada edad.
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Debería haber cursos de orientación para vivir mejor en la vejez, dirigidos a estimular
el gusto por la vida y a descubrir nuevas posibilidades ya sea derivadas de ese gusto
renovado de las aficiones particulares, u otras nuevas facetas aún no exploradas de la
personalidad, siempre y cuando no exista un anquilosamiento que haga imposible la
alegría y el despliegue vital.
Para no caer en esa trampa tan bien construida, el anciano ha de conservar una
actividad propia, y asegurarse recursos económicos suficientes que le permitan la
independencia económica. Ha de ser un crítico lúcido de la sociedad y estar enterado
del acontecer socioeconómico y político local y del mundo. Debe involucrarse en los
avances que tienen una influencia cotidiana en todos los ámbitos de la vida, como el
internet y las computadoras.
Una buena vejez exige mantener viva la curiosidad por la cultura y el arte, seguir
disfrutando de los eventos culturales como el cine, teatro, literatura, etc. Mientras la
curiosidad se mantenga viva el ser humano se mantiene vivo. Pero mal se puede
hacer todo eso sí el anciano apenas sobrevive.
Lo más importante de todo es un proyecto de vida propio, una actividad propia, y
mantener una presencia social.
Para todo ello es necesario mantener el interés.
Sin dinero suficiente ninguna etapa de la vida es fácil o agradable. En la vejez las
limitaciones económicas suelen ser la regla. La humanidad que hay en todo ser
humano se ve constreñida por la pobreza. La falta de dinero no es una condición
propia de la vejez, pero con frecuencia le acompaña.
De por sí la existencia por sí misma es un problema a resolver, un problema dinámico
que cambia día a día y que adquiere sus peculiaridades en cada etapa de la vida. En
la vejez la muerte es o debería de ser una certeza. La soledad es compañera
inevitable. La decadencia de las capacidades físicas y mentales. Todo ello da su sello
peculiar a la vejez. Cuando la situación económica está resuelta, el anciano podrá
enfrentar con mejor actitud los problemas propios de la edad mencionados, caso
contrario es un agravante más, un limitante de la existencia. Otros agravantes suelen
ser la falta de un adecuado crecimiento o desarrollo psíquico. Se puede, por supuesto,
llegar a la vejez siendo una persona psicológicamente inmadura, y no tan sólo eso,
sino también con acentuados problemas de carácter o de personalidad, rígido,
aferrado a su pasado y a sus prejuicios.
El goce y la tristeza naturales de la vida también son un componente en la edad
provecta.
¿Porqué el anciano creador es una excepción?
La curiosidad, la frescura perceptual, el asombro concomitante se van perdiendo con
los años; prevalece en cambio, la fidelidad rígida a los esquemas existenciales o
mentales del pasado que orientaron al sujeto en el mundo. Los esquemas de
orientación en el mundo acaban siendo rígidos. Sólo quien conserva la audacia y la
libertad puede vivir y crear. Las pinturas negras de Goya son una prueba de ello. La
flexibilidad mental y el asombro son requisitos indispensables del estar vivo en el
mundo. El mundo sigue siendo un libro abierto, un libro con las páginas en blanco, en
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Un problema que se plantea es determinar que tan libre se era antes de ser viejo. En
otras palabras, cual ha sido su capacidad de elección. En este rubro solamente
pueden situarse con propiedad, hombres con autonomía e independencia. Con esto
ya de inicio quedan excluidos un gran conglomerado de la población de ancianos, y es
que a medida que aumenta la edad, aumentan las complejidades de la vida, y aunque
es paradójico es real, cuando más está presente la decadencia, es más necesario
desafiar las limitaciones que opone la sociedad. Cuando ésta ya lo da por muerto
debe demostrar que está más vivo que nunca. Cuando lo declara estéril deberá
mostrar imaginación y creatividad. Asumo que muy pocos viejos han sido
razonablemente libres y serán capaces de seguirlo siendo.
Asumir el papel que la sociedad y los demás tienen asignado al anciano significa que
ésta ha de declararse muerto en vida, y sin dignidad. Tristemente es lo que la mayoría
hace. Se convierten en inútiles reliquias del pasado. Cajas de resonancia de sus
propios e inútiles recuerdos; fantasías de lo que pudo ser y no fue. Apologistas de su
desgracia. El recuerdo en todo caso no es creador de vida cuando se solaza en el
pasado. Es una tarea que el anciano se quite los grilletes del recuerdo inútil. Debe, por
el contrario, estar despierto y atento al presente. Algunos inclusive se conservan
participativos en los movimientos sociales. Que la vejez es un desfiguro del tiempo
que habrá que corregir a pinceladas de espíritu con la inaudita conciencia, indómita,
rebelde, que no flaquea en retar a la vida. De por sí la vida siempre ha sido un reto,
un milagro de la fe, un fluir que no cesa y que el anciano ha de enfrentar con la fresca
mirada de ese fluir conjunto en el tiempo.
Es la época de la conjunción magnifica entre la vida y la muerte. Es cuando más fe y
energía se requieren. Cuando se hace más necesario que nunca vivir el instante;
entregarse al tiempo. Eso sólo lo podrá hacer alguien que es libre. Yo tal vez no puedo
decir mucho de la vejez como decadencia o muerte porque no es mi experiencia, tal
vez me he escamoteado la mirada de la muerte y su espejo sigue vacío. La armonía
de los contrarios, vida y muerte, me mantiene en la síntesis del tiempo, en el
insaciable gusto por las cosas de la vida, ahora que el finito espacio me cubre con
hálito helado. Mi asidero siempre será la belleza, el interés por el alma, ser testigo de
lo que acontece, de esa perenne lucha de los contrarios; conservar la esperanza de
que la vida siempre triunfará sobre la muerte, a pesar de los denodados esfuerzos que
hace el hombre a favor de la muerte.
Seguir caminando a tientas por el vaivén del sueño y cada día que pueda ser el último
grabarlo con más intensidad en el alma. El gusto por la vida es lo único que no debe
perderse.
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Finalmente lo que queda de la vejez es la vida que se conserva. El gusto por la vida.
¿O acaso es una pérdida inherente a la vejez? En este caso el viejo por su cercanía
con la muerte tiene menos vida. Ésta se ha ido desgastando con los años. ¿Y toda la
vida vivida no cuenta? ¿El acumulo de experiencia es tan sólo un montón de
escombros? Curiosamente, pienso, esto es lo relevante del asunto: o son recuerdos,
vida, experiencia, palpitantes, vivos, generadores de nueva vida; o bien, son
recuerdos, vida, experiencia, anquilosados, inertes, sin movimiento, incapaces de
integrarse y de crear nueva vida.
En suma, ser viejo, se resuelve en el grado en que se está vivo, lo cual requiere
movimiento y flexibilidad, apertura al mundo y a los demás. Definitivamente vejez no
es equiparable ni se asimila a la decadencia. Cierto, son peligros que acechan con la
edad, y a los cuales con frecuencia se sucumbe; pero eso no debería de ser la norma.
Por desgracia los demás y la sociedad es lo que estimulan.
Cuando la vejez se asimila a la decadencia y a la muerte, entonces no se puede
hablar de ella por evasiva. Así como nadie puede transmitir experiencia alguna de la
muerte pues ésta se vive ineluctablemente en privado; así, tampoco se puede hablar
de la vejez asimilada a la muerte. En todo caso habría que describir un estado de
depresión sonriente o enmascarada. Y en algunos casos, de abierta depresión. Por
algo es uno de los padecimientos más frecuentes en la vejez, así como el carácter
anquilosado en sus peores facetas. La muerte petrificada en la experiencia, en el
carácter. En esos casos la vejez es la danza final con la muerte. Sólo se vive para la
muerte.
Ser viejo significa un tanto dejar de existir, ya que somos en el mundo y ante los
demás que nos escatiman la mirada. Si ya no somos plenamente para los demás es
que estamos dejando de ser. Pero además se nos niega el derecho a la vida personal.
Los usos y costumbres sociales niegan el derecho al trabajo, imponen su ideología
acerca de la vejez. Al viejo se le ve como alguien incapaz de pensar, planear,
organizar. En suma, incapaz, en cierto grado, de dirigir su vida. Es como un juicio de
interdicción dictado por esos usos y costumbres sociales. Como el anciano participa y
es víctima de tales prejuicios se convierte en el sujeto en interdicto. Renuncia a la
categoría de ser humano, libre y autónomo. Vive el prejuicio de ser un trasto inútil al
que tan sólo resta esperar el golpe final de la muerte.
Renuncia a seguir siendo y a seguir renovándose, inventándose como todo ser
humano, cada día. Ser viejo es aceptar los prejuicios sociales.
Hay tanta pobreza vital porque no se previenen los problemas de la vejez o porque no
hay sustancia interna: Vitalidad, sensibilidad, curiosidad... No hay un proyecto de vida
o nunca lo hubo.
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El hombre debe ser rebelde ante la sociedad, ante el mundo, ante la enfermedad, la
vejez y la decadencia.
La rebeldía es una cualidad, un paliativo contra el conformismo, un atributo necesario
para establecer cambios en todas las esferas de la vida.
No es preciso esperar que cambie la sociedad y favorezca la vida. Es necesario
rebelarse y crear las propias condiciones vitales que permitan el despliegue de la vida
a cualquier edad. Todo viejo sano es en alguna medida un rebelde, alguien que no se
resigna al status quo, que no acepta las formulas de resignación e indignidad que la
sociedad le impone.
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El fruto amargo
de la vida
se concentra
en los huesos
que se van haciendo
polvo;
en la mirada
que palidece.
La boca desdentada
clama
la plegaria del recuerdo
pero el tiempo
inexorable
desgasta la carne
y tan sólo
va quedando
el turbio recuerdo
que añora la polilla.
Ni donde decir
la última palabra
que se precipita
22
En la solemne lágrima
espera la muerte
con esa nostalgia sublime
que le da su cercanía.
un signo en el tiempo
que ya no se posa en la tierra.
ONTOGENESIS.