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CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente:
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

Bogotá D.C., dieciocho (18) de marzo de dos mil dos (2002)


EXTRACTO JURISPRUDENCIAL – NUEVA LEGISLACIÓN.
1. En el régimen legal de la prueba documental, la eficacia probatoria de un documento
privado está indisolublemente ligada, de una parte, a su origen o a su etiología, esto es, según
provenga de una de las partes o de un tercero, y de la otra, a si es de contenido dispositivo,
representativo o meramente declarativo.

En efecto, siguiendo las directrices trazadas por el legislador en el capítulo VIII del Título
XIII de la Sección III del Libro II del Código de Procedimiento Civil, lo mismo que en el
Decreto 2651 de 1991, algunas de cuyas disposiciones fueron acogidas por la ley 446 de
1998 (arts. 10 a 13), fácilmente se advierte que, en orden a otorgarle valor probatorio a un
documento privado, debe el Juez distinguir la naturaleza de su contenido. Con este específico
propósito, ya ha precisado la Sala: “sabido es que los documentos son simplemente
representativos cuando, sin plasmar narraciones o declaraciones de cualquier índole,
contienen imágenes, tal como acontece con las fotografías, pinturas, dibujos, etc. Y son
declarativos, cuando contienen una declaración de hombre y en tal caso se les suele clasificar
en dispositivos y testimoniales, según correspondan a una declaración constitutiva o de
carácter negocial (los primeros), o a una de carácter testimonial (los segundos)” (CCXXII,
pág. 560).

En tratándose de los documentos de naturaleza dispositiva y representativa, su valor


probatorio dependerá de la autenticidad, sin importar si provienen de una de las partes o de
un tercero, según lo establecen los artículos 277 nral. 1 y 279 del código de los ritos civiles,
así como el artículo 11 de la ley 446 de 1998, que reprodujo –con algunas modificaciones- lo
otrora establecido en el artículo 25 del Decreto 2651 de 1991. Por consiguiente, mientras no
se tenga certeza sobre quién es el autor del documento, no se le podrá dar crédito a su
contenido, en los términos de los artículos 258 y 264 del Código de Procedimiento Civil, sin
perjuicio, por supuesto, de la valoración que debe hacer el Juez conforme a las reglas de la
sana crítica, según lo impera el artículo 187 de dicha codificación.

Por el contrario, cuando se trate de documentos declarativos, su eficacia probatoria estará


condicionada al carácter auténtico del mismo, únicamente cuando provenga de una de las
partes, tanto más si son de contenido confesional; pero si dichos documentos emanan de un
tercero, podrá el Juez estimarlos “sin necesidad de ratificar su contenido, salvo que la parte
contraria solicite su ratificación”, según lo dispone, expressis verbis, el numeral 2º del
artículo 10 de la ley 446 de 1998, trasunto –en lo pertinente- del numeral 2º del artículo 22
del Decreto 2651 de 1991. En este sentido la Corte recientemente ha señalado que, “si el
documento proviene de un tercero, la posibilidad de apreciarlo está dada por su naturaleza,
como quiera que sólo cuando son de contenido dispositivo o representativo, se requerirá que
sean auténticos (nral. 1 art. 277 ib.), mientras que si son simplemente declarativos, podrá el
Juez concederles valor, siempre que la parte contra quien se oponen no solicite,
oportunamente, su ratificación (nral. 2 art. 10 ley 446/98, derogatorio del nral. 2 del art. 277
ib.)” (se subraya; cas. civ. de 4 de septiembre de 2000; exp: 5565).

Expresado de otra manera, en lo tocante con su eficacia probatoria, ninguna norma procesal
ha exigido la autenticidad de los documentos declarativos emanados de terceros que, “por sus
características especiales, han tenido una regulación también particular que, en la legislación
permanente, ha consistido en asimilarlos a los testimonios para efecto de su ratificación (o,
más bien, su recepción directa), salvo cuando, por acuerdo de las partes se acepta el
documento como tal (arts. 277, num 2º ., y 229 inciso 2º C. de P.C.)” (CCXLIII, págs. 297 y
298). Pero a partir de la vigencia del decreto especial de descongestión antes aludido, “Esa
‘ratificación’, que en realidad consiste en recibir una declaración testimonial juramentada, fue
la que se relegó…, con la salvedad de que debe producirse siempre y cuando la parte contra
quien se presenta lo solicite de manera expresa. En caso contrario, el documento será
estimado por el Juez, sin ninguna otra formalidad” (se subraya; CCXXII, pág. 560). En suma,
“El requisito de autenticidad, por otros medios que la censura echa de menos, está reservado
para verdaderas copias y para los documentos de naturaleza dispositiva o simplemente
representativa (Art. 254 y 277-1o. ib.)” (CCXXXVII, pág. 879).

Ref: Expediente No. 6649

Se decide el recurso extraordinario de casación interpuesto por el


apoderado de la codemandada Expreso Trejos Ltda., respecto la
sentencia del 16 de diciembre de 1996 proferida por el Tribunal
Superior del Distrito Judicial de Cali, Sala Civil, dentro del proceso
ordinario adelantado por Moisés Cadena Lozano, en nombre
propio y en representación de sus hijas menores Linda Catalina y
Diana Cristina Cadena Franco, contra Expreso Palmira S.A. y la
sociedad recurrente.

ANTECEDENTES

1. Las sociedad demandadas fueron convocadas a proceso


ordinario por los demandantes, para que se declare que aquellas
son civil y solidariamente responsables de los perjuicios causados
a estos con ocasión del accidente de tránsito ocurrido el 29 de
junio de 1985 en jurisdicción del municipio de Buga, a causa del
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cual falleció violentamente la señora María Cristina Franco M.,
esposa y madre de los peticionarios, por lo que solicitaron se
condenara a las demandadas a pagarles, en forma solidaria, el
valor de los perjuicios materiales y morales, los primeros
estimados en la suma de $12.000.000.oo y los segundos en
$3.000.000.oo, junto con su corrección monetaria e intereses,
desde la aludida fecha hasta cuando el pago se verifique, o
subsidiariamente los perjuicios que se determinen por medio de
peritos o por el procedimiento legal.

2. Fueron soporte de las pretensiones los hechos que se


resumen de la siguiente manera:

A. El día 29 de junio de 1985, los vehículos de placas


WA-1108 y VP 1410, pertenecientes y afiliados a las empresas
Expreso Trejos Ltda. y Expreso Palmira S.A., respectivamente,
fueron despachados de la ciudad de Cali con destino a Bogotá,
siendo conducidos por José Hugo Escobar C. y José Leonel
Rodríguez, empleados o dependientes de dichas empresas,
quienes se dieron a la peligrosa e irresponsable tarea de
“guerrear” a lo largo de la vía, maniobrando a cada momento
para adelantarse un vehículo al otro a velocidades excesivas.

B. En esa misma fecha, el demandante Moisés Cadena


Lozano, acompañado de su esposa María Cristina Franco y de
Soraya Coromoto Hernández L., partieron de la ciudad de
Girardot con destino a Cali, en viaje de paseo, en el vehículo
Toyota de placas GP 5619, conducido por el primero, automotor
de propiedad del señor Gustavo Vallejo, a quien le había sido
secuestrado dentro del proceso ejecutivo que el referido
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demandante le seguía en el Juzgado 38 Civil Municipal de
Bogotá, por lo que éste lo tenía como usuario y depositario, con
obligación de responder por el mismo.

C. Al llegar al kilometro 122, frente a la hacienda “La


Chepa” o “La Campiña”, jurisdicción del municipio de Buga, el
vehículo conducido por Moisés Cadena fue colisionado de frente y
en forma violenta por el bus de la empresa Trejos de placas WA
1108, siendo desalojado de su carril para quedar en una cuneta,
al lado izquierdo de la dirección que llevaba, accidente que se
produjo al pretender el conductor del bus rebasar en forma
imprudente al de placas BP 1410 manejado por José Leonel
Rodríguez, automotor que también alcanzó a impactar el vehículo
Toyota, el cual quedó completamente destruido y los buses de
ambas empresas atravesados en la vía.

D. Como consecuencia de la triple colisión, Moisés


Cadena, su esposa y su compañera de viaje, recibieron heridas y
lesiones de suma gravedad, siendo trasladados de urgencia al
Hospital de San José de Buga, para sus primeros auxilios. Pero
ante la gravedad de las heridas, se ordenó su inmediato traslado
al Hospital Departamental de Cali, en cuyo trayecto falleció la
señora María Cristina Franco C., víctima de las múltiples heridas
recibidas en el accidente.

E. El vehículo Toyota, para el día del accidente, tenía un


valor superior a $1.000.000.oo, pero a la fecha de la demanda de
$3.500.000.oo, suma por la que debe responder el señor Cadena,
como usuario y depositario que era. Este, además, sufrió en el
accidente la rotura del hígado y de las piernas, por lo que debió
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ser hospitalizado e intervenido quirúrgicamente en tres
oportunidades. Fue necesaria también asistencia médica
permanente, radiografías, consultas especiales, fisioterapia etc.,
con un costo aproximado de $2.500.000.oo. Igualmente, por
prescripción médica, se vio obligado a trasladarse a los Estados
Unidos de América para ser tratado en la Clínica Physical
Medicine and Rehabilitation de New York, lo que le demandó el
pago de servicios médicos profesionales, pasaje de traslado y
suspensión de sus actividades comerciales.

F. El mismo demandante pagó a las Funerarias R. Muñoz


I. de Cali y Marzo T. González e hijo y Cía Limitada de Girardot, la
suma de $380.000.oo por concepto de traslado del cadáver de su
esposa de Cali a Girardot, preparación y exequias, oficios
religiosos y lote para su inhumación. Así mismo, como
consecuencia de las graves heridas que sufrió, quedó
imposibilitado para adelantar sus actividades durante varios
meses, lo que le demandó el pago de cerca de doscientos mil
pesos ($200.000.oo) para atender al cuidado de sus hijas en la
orfandad, así como la vigilancia y control de sus bienes
patrimoniales.

G. El señor Moisés Cadena Lozano había contraído


matrimonio civil con la fallecida María Cristina Franco, el 29 de
noviembre de 1979, dentro del cual fueron procreadas sus hijas
Linda Catalina y Diana Cristina Cadena Franco, nacidas el 3 de
marzo de 1982 y el 29 de febrero de 1984, respectivamente.
Todos ellos han padecido daño moral al quedar en la orfandad y
privados del auxilió, cuidado y cariño de su ser querido, perjuicio
que estiman en la suma de $3.000.000.oo.
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3. Enteradas del libelo petitorio las sociedades demandadas, le
dieron contestación oponiéndose a las pretensiones.

4. El Juzgado Segundo Civil del Circuito de Palmira, a quien


correspondió el conocimiento del proceso, profirió sentencia el 12
de abril de 1996, en la que accedió a las súplicas de la demanda
frente a la sociedad Expreso Trejos Ltda., a la que condenó a
pagar a los demandantes la suma de $113’040.000,oo por daño
emergente, incluida la corrección monetaria, y $1’200.000,oo
como daño moral para cada uno de aquellos. La sociedad
Expreso Palmira S.A., por el contrario, fue exonerada.

5. Inconforme con la anterior providencia la


codemandada Expreso Trejos Ltda., interpuso contra ella el
recurso de apelación, impugnación que también formularon los
demandantes, en desacuerdo con la absolución de la Expreso
Palmira. Estos alzamientos fueron resueltos por el Tribunal
Superior de Buga en sentencia del 16 de diciembre de 1996, en la
que confirmó el fallo recurrido, modificándolo en lo tocante con el
monto de la condena, que redujo a $66’419.976.oo, la cual incluye
la corrección monetaria al 12 de septiembre de 1996, ordenando
además el pago de intereses a la tasa del 6% anual sobre los
valores nominales indicados como capital en pesos hasta el pago
total de la obligación. De la misma manera, disminuyó el valor de
los perjuicios morales a la suma de $1.000.000.oo para cada
demandante, de acuerdo a lo pedido en la demanda. Finalmente,
adicionó la sentencia impugnada para negar las peticiones
indemnizatorias en lo relacionado con el vehículo; condenar a los
demandantes en costas de ambas instancias, en favor de la
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sociedad Expreso Palmira S.A. y, finalmente, condenar a la
demandada Expreso Trejos en costas de la segunda instancia en
favor de la parte demandante.
LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL

1. Precisó delanteramente el ad quem que los demandantes


estaban legitimados en la causa, excepto en lo tocante con el
vehículo automotor que conducía Moisés Cadena, quien no
acreditó su calidad de depositario. En cuanto a las demandadas,
señaló que también fue demostrada su legitimación con los
certificados allegados al proceso, en los que consta la afiliación de
los vehículos de placas WA 1108 y VP 1410 a las empresas
Expreso Trejos Ltda. y Transporte Expreso Palmira S.A., para la
fecha del accidente, lo que permitía establecer que eran
guardianes de la actividad por tener el poder y dirección de los
automotores (Decreto 1393 de 1970, vigente en tal época), así
como la vinculación con los conductores, supuestos necesarios
para su configuración, dado el tipo de responsabilidad que de ello
se pretende derivar.

Luego se ocupó de señalar las diferentes clases de


responsabilidad aquiliana, para establecer que, en esta ocasión,
se predica la “responsabilidad del hecho de otro y por la derivada
del ejercicio de una actividad peligrosa”, cuyos elementos pasó a
determinar.

2. Descendiendo a las pruebas, consideró que con soporte en:


a) las copias autenticadas de la actuación surtida dentro del
proceso que por homicidio y lesiones personales en accidente de
tránsito se adelantó contra José Hugo Escobar Camacho y otros
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y, principalmente, en la sentencia condenatoria que por el primero
de esos delitos profirió el Juzgado Primero Superior de Buga el 23
de octubre de 1989; b) el certificado librado por la Secretaría de
Tránsito y Transporte del municipio de Manizales del 23 de enero
de 1996, donde consta que el bus de placas WA 1108 se
encuentra afiliado a la empresa Expreso Trejos; c) varios recibos
y cuentas de cobro expedidas por Clínicas, Médicos y
establecimientos de salud de diferentes fechas, correspondientes
a los años de 1985, 1986 y 1993, documentos con pleno valor
probatorio toda vez que, proviniendo de terceros, pueden
estimarse sin necesidad de ratificación, la que no fue solicitada de
manera expresa por la parte demandada; d) el dictamen médico
practicado por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses,
Regional Bogotá, de fecha 10 de febrero de 1993, en el que se
señalan las múltiples cicatrices que presenta el señor Moisés
Cadena, al igual que la marcha espontánea con cojera del
miembro inferior derecho y la hipotrofia evidente en el miembro
superior derecho con limitación para movimientos activos del
mismo y, e) la declaración del Doctor Jaime Quintero Laverde,
médico ortopedista de profesión y traumatólogo, quien atendió a
aquel a raíz del accidente automovilístico, se podía deducir la
existencia del hecho, la culpabilidad y la autoría del señor
Escobar, conductor del bus de Expreso Trejos, como también el
daño causado y la relación entre una y otra, factores todos
configurativos de la responsabilidad civil extracontractual en el
ejercicio de actividades peligrosas.

A continuación, expresó el Tribunal que “la sentencia penal por


sus efectos erga omnes aún contra quien no estuvo vinculado al
proceso, no permite poner en duda la ocurrencia del accidente ni
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la culpabilidad del conductor del bus, soportes de la decisión, ni
mucho menos el daño así como su vinculación con aquella,
reafirmados con las demás pruebas relacionadas en esta
providencia”. Y “en relación a la vinculación o dependencia del
autor del daño con la empresa demandada –Expreso Trejos
Ltda.-, factor determinante para establecer la procedencia de la
responsabilidad civil por el hecho de otro, también se encuentra
demostrada en esta oportunidad, pues como lo ha establecido
nuestro máximo tribunal de justicia ella emerge de la afiliación del
vehículo a tales empresas en razón al poder y manejo que de la
actividad implica, agregando que no puede exigirse, como lo está
haciendo el demandado apelante, la prueba de un contrato de
trabajo para establecer tal dependencia, pues es muy amplia la
concepción sobre el punto que la deduce de la virtual potestad de
control y dirección sobre la conducta de otro” (fls. 23, 23 vlto. y 24,
cdno. 8).

Al amparo de estas reflexiones, consideró el sentenciador de


segundo grado que estaban satisfechos los supuestos necesarios
para la procedencia de la responsabilidad solicitada frente a la
sociedad Expreso Trejos Ltda, no así frente a Expreso Palmira
S.A., porque la parte demandante no cumplió la carga probatoria
que le correspondía, ya que ninguna prueba se practicó para
establecer la responsabilidad en el accidente de dicho
demandado.

3. Perfilado el fallador hacia la determinación de los perjuicios,


señaló que al proceso se acompañaron certificados de registro;
recibos, facturas y cuentas de cobro; constancias autenticadas de
Custodio Cárdenas y José A. Franco; certificación auténtica del
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Gerente de Viajes y Excursiones las Acacias; cartas e historias
clínicas sobre el tratamiento y rehabilitación suscritas por Pedro A.
Suárez, con los cuales se acreditó el parentesco de la difunta
señora Franco de Cadena con los demandantes y los costos que
debió asumir su cónyuge en razón a esa defunción. Agregó que
también se probaron los desembolsos efectuados por el señor
Cadena para recuperar su salud por motivo del accidente sufrido,
lo mismo que los gastos que tuvo que hacer para proveerle
cuidado a sus menores hijas, dada la edad de las mismas a la
fecha del accidente y la necesidad de atención que precisaban en
tal época, erogación ésta que debía reconocerse, pero no hasta el
año de 1993 como se pretende, sino hasta el año de 1988,
cuando regresó al país su padre después de la rehabilitación en el
exterior, porque podían ser atendidas por él y remitidas ya al
colegio o jardín infantil.

Probados entonces, según el Tribunal, los “perjuicios ciertos


(daño emergente) causados por el accidente a los demandantes,
los mismos deberán ser reconocidos de acuerdo a las bases
sentadas, no sin antes anotar que el dictamen pericial no está
debidamente sustentado ni explica el por qué introduce todos los
rubros que contiene, de ahí que no se tenga como prueba en este
caso, más, si la carencia de actividad probatoria de la parte
demandante, no permitió establecer todos los presupuestos que
se derivan de este tipo de responsabilidad” (fl. 26, cdno. 8).

En cuanto a las obligaciones contraidas en dólares, por concepto


de consultas médicas y terapia física, manifestó el fallador que
“como no corresponden a operaciones de comercio exterior, su
liquidación será a la tasa vigente en el mercado de capitales para
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diciembre de cada uno de los años en que se adquirieron” (fl. 26,
vlto., cdno. 8), valor que se reajustará igualmente con corrección
monetaria al 12 de septiembre de 1996. Y en lo atinente a los
perjuicios morales, subrayó que el monto fijado por el a quo
excedió las pretensiones de la demanda, en la que se solicitó la
suma de $3’000.000.oo, de manera que debía respetarse esa
limitación, motivo por el cual a tal valor se rebajaron, arrojando
para cada uno de los demandantes un monto de $1’000.000.oo.

LA DEMANDA DE CASACION

Se formularon dos cargos con soporte en la causal primera de


casación, que serán despachados en el orden propuesto por el
impugnante.

CARGO PRIMERO

Con fundamento en la causal 1ª de casación, el recurrente acusó


la sentencia por violación indirecta de normas sustanciales, por
indebida aplicación de los artículos 2341, 2343, 2344, 2347, 2350,
2351, 2355 y 2356 y 1617, 1626 y 1649 Inc. 2º del C.C., como
consecuencia de errores manifiestos de hecho en la apreciación
de la demanda, que llevaron al juzgador a suponer el presupuesto
procesal de demanda en forma, con violación de medio por falta
de aplicación de los artículos 4º, 5º, 6º, 37-8, 75-5, 85-1, 97-7, 99-
4-5, 304, 305 Inc. 1º, y 333-4 de C. de P.C., y de los artículos 4º,
5º, y 8º de la ley 153 de 1887.

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Para sustentar su acusación, el censor sostuvo, luego de
transcribir las súplicas formuladas en el libelo introductorio, que
los demandantes acumularon indebidamente sus pretensiones,
toda vez que, en la pretensión segunda, persiguieron una
condena global de $12’000.000.oo por concepto de perjuicios
materiales, sin especificar el interés de cada uno de ellos y sin
señalar ningún porcentaje para el efecto, lo que también se
advierte en lo tocante con la condena que se solicita por perjuicios
morales, “curiosa forma de acumular pretensiones, en tanto no
permite en modo alguno determinar qué es lo que pretende
concretamente cada uno de los tres demandantes”, lo que
conlleva la ineptitud de la demanda, falencia que no podía ser
suplida oficiosamente por el fallador, quien incurrió, entonces, en
error de hecho al apreciar la demanda.

Por tanto, como no era posible identificar el concreto interés de


cada uno de los demandantes con respecto a las condenas
globales solicitadas, no podía proferirse sentencia de mérito, sino
fallo inhibitorio o formal.

CONSIDERACIONES

1. De tiempo atrás se tiene establecido que el objeto de los


procedimientos es la realización de los derechos reconocidos en
la normas jurídicas sustantivas, criterio éste de interpretación de
la ley procesal que, incorporado al Código de Procedimiento Civil
(art. 4º), fue recogido luego como principio por el ordenamiento
constitucional patrio, en cuyo artículo 228 se consagró que en las
actuaciones que adelante la administración de justicia,
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“prevalecerá el derecho sustancial”, lo que tiene el importante
significado de resaltar la función del proceso como mecanismo o
escenario adecuado para administrar justicia y, por ende, para
ponerle civilizado y racional fin a las disputas sobre derechos,
propósito que, en línea de principio rector y, por contera,
informador, justifica ampliamente el repudio de cara a las
sentencias inhibitorias, como expresión meramente formal de una
decisión judicial, en la medida en que con ellas nada se resuelve,
motivo por el cual el legislador le impuso a los Jueces el deber
ineludible de evitar, hasta donde ello sea posible, ese tipo de
providencias (nral. 4 in fine art. 37 C.P.C.), detonantes de
entendibles y justificadas frustraciones en cabeza de los
justiciables.

En este sentido ha expresado la Sala que “Hay consenso,


entonces, en torno a lo anterior. Es que todo proceso judicial está
organizado para que el juzgador adopte una decisión que dirima
la controversia planteada, pues esa y no otra constituye su razón
de ser, su justificación, de manera que puede calificarse como un
verdadero fracaso el trámite que culmina con una resolución de
carácter inhibitorio” (cas. civ. de 5 de febrero de 2001; exp. 5663).

Claro está, ello no se discute, la sentencia, para ser legítima, debe


ser secuela de un debido proceso, esto es, de una actuación
válida y, por tanto, acorde con las reglas inherentes a dicha
garantía (art. 29 C. Pol.), razón por la cual el Juez, antes de
proferirla, debe verificar que se hallen estructurados los
denominados presupuestos procesales de: demanda en forma,
capacidad para ser parte, capacidad procesal y competencia,
cuya ausencia impide que la jurisdicción dirima el litigio, bien
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porque se ha generado una nulidad –en el caso de las dos
últimas-, ora porque no es posible decidir –en el evento de las dos
primeras-, hipótesis ésta que conduce a la sentencia inhibitoria,
en la medida en que no cabe decir el derecho cuando una de las
partes no podía ser -ab initio- sujeto de los mismos, por haber
dejado de ser persona, como tampoco cuando el libelo genitor del
proceso contiene deficiencias de tal significación y envergadura,
que se tornen imposibles de superar.

Importa destacar que, tratándose del presupuesto procesal de


demanda en forma, la Corte ha precisado que “el defecto que
debe presentar una demanda para que se la pueda calificar de
inepta o en indebida forma tiene que ser verdaderamente grave,
trascendente y no cualquier informalidad superable lógicamente,
pues bien se sabe que una demanda ‘…cuando adolece de cierta
vaguedad, es susceptible de ser interpretada por el juzgador, con
el fin de no sacrificar un derecho y siempre que la interpretación
no varíe los capítulos petitorios del libelo…’;’…en la interpretación
de una demanda –afirma categóricamente la Corte- existe el
poder necesario para ir tras lo racional y evitar lo absurdo’(G.J.
XLIV, pág. 439)” (se subraya; CCXXXI, págs. 260 y 261). Y no
puede ser de otra manera, se itera, porque si, como quedó
señalado, en las actuaciones judiciales debe prevalecer el
derecho sustancial, no pueden los Jueces escudarse en la
existencia de cualquier error de la demanda, para proferir decisión
inhibitoria y, por esa vía, lisa y llanamente se señala, abstenerse
de administrar justicia, lo que constituiría, per se, inaceptable –
amén que reprochable- incumplimiento a sus elevados deberes.

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2. En este orden de ideas, no se discute que toda demanda
debe contener “Lo que se pretenda, expresado con precisión y
claridad”, exigencia que obliga, en caso de acumulación, a que los
varios pedimentos, principales, consecuenciales o subsidiarios,
deban formularse por separado, con respeto a los requisitos que
la ley establece para su procedencia (arts. 75 nral. 5 y 82 C.P.C.).

En el caso de la acumulación subjetiva de pretensiones,


ciertamente lo apropiado es que en la demanda se determinen
individualmente las aspiraciones de cada uno de los
demandantes, cuando aquella se presenta en el extremo activo
del litigio (inc. 3 art. 82 C.P.C.), pero ello no significa que si las
súplicas se formulan de otra manera, el Juez indefectiblemente,
esto es, como única vía posible, deba abstenerse de dictar
sentencia de mérito, lo que significaría sacrificar –no exento de
aleve atentado- el fondo por la forma. Antes bien, si de la
demanda, integralmente considerada, se puede deducir cuál es
en concreto la aspiración de cada uno de los litigantes, deberá el
juzgador, en uso de los amplios y extendidos poderes que –como
director del proceso que es- la ley procesal le confiere, interpretar
racionalmente el libelo para desentrañar la pretensión, o para
precisarla, aún en lo atinente a la estimación cuantitativa del
derecho, punto éste que, bueno es advertirlo, no es un requisito
esencial para la estructuración de la pretensión, stricto sensu,
como sí lo es –las más de las veces- para la determinación de la
competencia (nral. 8 art. 75 ib.) y para la fijación de los límites del
fallo, por cuanto la expresión del interés económico particular,
tiene relievancia en la congruencia de la sentencia (inc. 2 art. 305
ib.).

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Sobre el particular ha precisado la Sala, que “lo que hace inepta a
la demanda es la imposibilidad o dificultad suma para desentrañar
su verdadero sentido y fijar sus verdaderos alcances; lo otro,
como aquí lo pretende el impugnante, es propender por la
elaboración paradigmática de las demandas. Recuérdese que la
ley lo que exige es una demanda que no imposibilite
definitivamente su entendimiento. Perspectiva desde la cual se
puede afirmar que el requisito consiste en que el libelo se ajuste a
unas condiciones mínimas, y no en que esté incomparablemente
logrado” (se subraya; CCLV, pág. 917).

Por consiguiente, aunque la medida del derecho litigado


contribuye a darle precisión a la pretensión y, en tal virtud, es
aconsejable que el demandante establezca –ab initio- el alcance
cuantitativo del derecho cuyo reconocimiento persigue, la omisión
de ese específico tópico no se erige en detonante de una decisión
inhibitoria, a pretexto de la falta de configuración del presupuesto
procesal de demanda en forma, habida cuenta que “no es
condición para la idoneidad formal de la demanda el que se
puntualicen todos los pormenores que se estimen relevantes en
las súplicas (petitum) o en los hechos que las fundamentan
(causa petendi), sino que basta fijar ‘…los que son primordiales
en orden a especificar el origen y la identidad de la
pretensión…’(G.J. Tomo CII, pág. 38)” (CCXLVI, pág. 1208).

3. Bajo este entendimiento, aunque es cierto que la demanda


que le dio lugar a este proceso no singularizó, en el acápite de
pretensiones, cuál es “el concreto interés de cada uno de los
demandantes con respecto a las condenas globales deprecadas”
(fl. 23, cdno. 9), no puede afirmarse que del contexto del libelo no
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se podía colegir, como lo hizo el Tribunal, cuál era la aspiración
individual de los demandantes, pues de una desprevenida lectura
de los hechos se deduce que el valor de los perjuicios materiales,
cuantificados en la suma de $12’000.000,oo, se reclamó para el
señor Moisés Cadena Lozano, mientras que los perjuicios
morales, estimados en $3’000.000,oo, se suplicaron tanto para
aquel como para las menores Diana Cristina y Linda Catalina
Cadena Franco (fl. 15, cdno. 1).

Obsérvese que en los hechos atinentes a los daños materiales


causados por el accidente de tránsito (19 a 23, fls. 4 y 5, cdno. 1),
consistentes en la destrucción del automotor, las intervenciones
quirúrgicas y procedimientos de rehabilitación adelantados tanto
en Colombia como en el exterior, así como los gastos de
inhumación del cadáver de la señora María Cristina Franco y los
de cuidado de sus hijas, hacen relación a erogaciones que tuvo
que realizar el señor Cadena por dicha causa, mientras que en los
hechos 25 y 26, alusivos a los perjuicios morales, se involucra a
todos y cada uno de los peticionarios.

Por ello, entonces, no estuvo desatinado el Tribunal cuando


habilitó la sentencia estimatoria, sobre la base de respetar el
“monto de $12’000.000,oo pedidos por la parte demandante”, sin
perjuicio de la corrección monetaria, así como la cuantía
reclamada por concepto de perjuicios morales, que tiene “para
cada uno de los demandantes un monto de $1’000.000,oo” (fls. 26
vlto y 27, cdno. 8), interpretación que, no solo no es absurda,
antojadiza o amañada, sino que responde, por el contrario, a una
adecuada y debida comprensión –in globo- de la demanda, lo que
excluye, delanteramente, la materialización del error de hecho
C.I.J.J.. Exp.6649 17
que predica el recurrente, referido a la indebida apreciación del
libelo genitor.

En consecuencia, el cargo no prospera.

CARGO SEGUNDO

También con fundamento en la causal 1ª de casación, el censor


acusó la sentencia de ser violatoria, en forma indirecta, de normas
sustanciales, por indebida aplicación de los artículos 2341, 2343,
2344, 2347, 2350. 2351, 2355, 2356 y 1617, 1626 y 1649 Inc. 2º,
del C.C., como consecuencia de errores trascendentes de
derecho en la apreciación de las pruebas, con violación de los
artículos 174, 177 Inc. 1º, 178, 252, 254 y 279 del C. de P.C., y
por aplicación indebida del artículo 22-2 del Decreto 2651 de
1991.

Para sustentar este cargo, el recurrente transcribió las


consideraciones del ad quem en lo tocante con las pruebas
documentales que le sirvieron para cuantificar los daños
materiales, resaltando que el Tribunal le otorgó plena eficacia
probatoria a los documentos emanados de terceros, por cuanto no
se solicitó su ratificación por la parte demandada (art. 22 numeral
2º del decreto 2651 de 1991).

Sin embargo, sostuvo la censura que el sentenciador dio por


acreditada –sin estarlo debidamente- la existencia y el monto de
dichos perjuicios, como consecuencia de errores trascendentes
de derecho en la apreciación de la prueba documental, habida
C.I.J.J.. Exp.6649 18
cuenta que, respecto a los pagos hechos en pesos colombianos y
con soporte en el artículo 22 del decreto citado, le “reconoció
pleno mérito probatorio a los documentos obrantes a folios 270,
271, 272, 273, 274, 275, 276, 277, 278, 279, 280, 286, 287, 288,
289, 290, 291, 292, 293, 294, 295, 296, 298, 299, 300, 301, 302,
303 y 357 del cuaderno No. 3”, los cuales “carecen de
autenticidad, pues se trata de documentos privados que no
encajan en ninguna de las hipótesis previstas en el art. 252 del
C.P.C, aparte de que ni siquiera ostentan el valor de pruebas
sumarias, por no estar suscritos ante dos testigos (art. 279 in fine
ibídem). Ello, máxime cuando no existe ni la más remota certeza
sobre las personas que respectivamente elaboraron,
manuscribieron (sic) o firmaron dichos documentos (certeza que
se exige en la primera proposición del inc. 1º del citado art. 252),
ya que se trata de documentos con firmas ilegibles o sin firma en
algunos casos –esto último acontece con los que obran a folios
286, 288, 291, 292, 293, 294 y 300 del cuaderno 3” (fl. 29, cdno.
9).

Concluyó la censura argumentando que si bien el artículo 22 del


Decreto 2651 de 1991, permite la apreciación de los documentos
sin necesidad de ratificación, en todo caso debe entenderse que
debe tratarse de documentos auténticos, requisito éste que exigen
otras disposiciones y que la norma en comento no eliminó.

En consecuencia, excluyendo los documentos aludidos, la


condena debe limitarse a la suma de $21.313.200.oo por
concepto de pagos hechos en pesos colombianos, con intereses
legales solo sobre las respectivas sumas nominales resultantes

C.I.J.J.. Exp.6649 19
En similares términos hizo alusión el recurrente a los errores de
derecho en la apreciación de los documentos relacionados con los
perjuicios atinentes a pagos realizados en dólares, acotando que,
por las mismas razones atrás aludidas, los documentos visibles a
folios 11 a 30 y 408 a 421 del cuaderno 3, no podían ser
apreciados, motivo por el cual la condena, por este concepto,
debía reducirse a la suma de $3’540.000,oo.

Por tanto, se solicitó casar la sentencia, para que en sede de


instancia se modificara el fallo de primer grado en el sentido
aludido, previo decreto oficioso de certificación del Banco de la
República que permita la actualización de las sumas.

CONSIDERACIONES

1. En el régimen legal de la prueba documental, la eficacia


probatoria de un documento privado está indisolublemente ligada,
de una parte, a su origen o a su etiología, esto es, según
provenga de una de las partes o de un tercero, y de la otra, a si es
de contenido dispositivo, representativo o meramente declarativo.

En efecto, siguiendo las directrices trazadas por el legislador en el


capítulo VIII del Título XIII de la Sección III del Libro II del Código
de Procedimiento Civil, lo mismo que en el Decreto 2651 de 1991,
algunas de cuyas disposiciones fueron acogidas por la ley 446 de
1998 (arts. 10 a 13), fácilmente se advierte que, en orden a
otorgarle valor probatorio a un documento privado, debe el Juez
distinguir la naturaleza de su contenido. Con este específico
propósito, ya ha precisado la Sala: “sabido es que los documentos
C.I.J.J.. Exp.6649 20
son simplemente representativos cuando, sin plasmar narraciones
o declaraciones de cualquier índole, contienen imágenes, tal
como acontece con las fotografías, pinturas, dibujos, etc. Y son
declarativos, cuando contienen una declaración de hombre y en
tal caso se les suele clasificar en dispositivos y testimoniales,
según correspondan a una declaración constitutiva o de carácter
negocial (los primeros), o a una de carácter testimonial (los
segundos)” (CCXXII, pág. 560).

En tratándose de los documentos de naturaleza dispositiva y


representativa, su valor probatorio dependerá de la autenticidad,
sin importar si provienen de una de las partes o de un tercero,
según lo establecen los artículos 277 nral. 1 y 279 del código de
los ritos civiles, así como el artículo 11 de la ley 446 de 1998, que
reprodujo –con algunas modificaciones- lo otrora establecido en el
artículo 25 del Decreto 2651 de 1991. Por consiguiente, mientras
no se tenga certeza sobre quién es el autor del documento, no se
le podrá dar crédito a su contenido, en los términos de los
artículos 258 y 264 del Código de Procedimiento Civil, sin
perjuicio, por supuesto, de la valoración que debe hacer el Juez
conforme a las reglas de la sana crítica, según lo impera el
artículo 187 de dicha codificación.

Por el contrario, cuando se trate de documentos declarativos, su


eficacia probatoria estará condicionada al carácter auténtico del
mismo, únicamente cuando provenga de una de las partes, tanto
más si son de contenido confesional; pero si dichos documentos
emanan de un tercero, podrá el Juez estimarlos “sin necesidad de
ratificar su contenido, salvo que la parte contraria solicite su
ratificación”, según lo dispone, expressis verbis, el numeral 2º del
C.I.J.J.. Exp.6649 21
artículo 10 de la ley 446 de 1998, trasunto –en lo pertinente- del
numeral 2º del artículo 22 del Decreto 2651 de 1991. En este
sentido la Corte recientemente ha señalado que, “si el documento
proviene de un tercero, la posibilidad de apreciarlo está dada por
su naturaleza, como quiera que sólo cuando son de contenido
dispositivo o representativo, se requerirá que sean auténticos
(nral. 1 art. 277 ib.), mientras que si son simplemente declarativos,
podrá el Juez concederles valor, siempre que la parte contra quien
se oponen no solicite, oportunamente, su ratificación (nral. 2 art.
10 ley 446/98, derogatorio del nral. 2 del art. 277 ib.)” (se subraya;
cas. civ. de 4 de septiembre de 2000; exp: 5565).

Expresado de otra manera, en lo tocante con su eficacia


probatoria, ninguna norma procesal ha exigido la autenticidad de
los documentos declarativos emanados de terceros que, “por sus
características especiales, han tenido una regulación también
particular que, en la legislación permanente, ha consistido en
asimilarlos a los testimonios para efecto de su ratificación (o, más
bien, su recepción directa), salvo cuando, por acuerdo de las
partes se acepta el documento como tal (arts. 277, num 2º ., y 229
inciso 2º C. de P.C.)” (CCXLIII, págs. 297 y 298). Pero a partir de
la vigencia del decreto especial de descongestión antes aludido,
“Esa ‘ratificación’, que en realidad consiste en recibir una
declaración testimonial juramentada, fue la que se relegó…, con
la salvedad de que debe producirse siempre y cuando la parte
contra quien se presenta lo solicite de manera expresa. En caso
contrario, el documento será estimado por el Juez, sin ninguna
otra formalidad” (se subraya; CCXXII, pág. 560). En suma, “El
requisito de autenticidad, por otros medios que la censura echa de
menos, está reservado para verdaderas copias y para los
C.I.J.J.. Exp.6649 22
documentos de naturaleza dispositiva o simplemente
representativa (Art. 254 y 277-1o. ib.)” (CCXXXVII, pág. 879).

2. Sentadas estas premisas de estirpe general, a manera de


prolegómenos, se colige la improcedencia del cargo formulado,
pues en él se parte de la errónea creencia de que todo
documento, sin importar su contenido u origen, sólo podrá ser
apreciado por el Juez si es auténtico, “requisito éste que rigen
otras disposiciones y que la norma en comento –se alude al Dec.
2651/91- no elimina” (fl. 30, cdno. 9).

Obsérvese que el recurrente no discutió que los documentos que


le sirvieron de soporte al Tribunal para establecer la cuantía del
daño emergente, provenían de terceros. Más aún, tampoco
controvirtió la naturaleza declarativa que les atribuyó el ad quem
al estimar que tenían “plena eficacia probatoria por cuanto no se
solicitó su ratificación”, según lo establece el numeral 2º del
artículo 22 del Decreto 2651 de 1991 (fls. 22 vlto., 23 y 25, cdno.
8). Lo único que alega el recurrente, es que ésta norma “permite
obviar es la ratificación del contenido de dichos documentos, lo
que no tiene que ver con la exigencia de su autenticidad, la cual
sigue operando” (fls. 30 y 31, cdno. 9).

En consecuencia, circunscrita privativamente la impugnación a


este aspecto –lo que en virtud del principio dispositivo impide que
la Corte desborde el marco trazado por la censura-, se colige que
el fallador no incurrió en el error de derecho que se le endilga,
habida cuenta que el mérito probatorio de un documento
declarativo emanado de tercero, como se advirtió, no depende de
su carácter auténtico. De ahí que el entonces vigente artículo 25
C.I.J.J.. Exp.6649 23
del Decreto 2651 de 1991, al igual que lo hace el actual artículo
11 de la ley 446 de 1998, al establecer la presunción de
autenticidad de los documentos privados presentados por las
partes al proceso, haya precisado que “Todo ello sin perjuicio de
lo dispuesto en relación con los documentos emanados de
terceros”, para los cuales, como quedó examinado, existe un
régimen de suyo especial, por ende, llamada a imperar.

De otra parte, en lo que atañe a la censura formulada por


habérsele dado mérito probatorio a “documentos con firmas
ilegibles o sin firma” (fl. 29, cdno. 9), debe resaltarse que la ley
considera como firma, no sólo “la expresión del nombre del
suscriptor o de alguno de los elementos que la integren “, sino
también “de un signo o símbolo empleado como medio de
identificación personal” (art. 826 C. de Co.), razón por la cual, no
puede restársele mérito probatorio a un documento con firma, a
pretexto de que ésta es ilegible. De igual forma, como los
documentos que –según el censor- carecen de firma, esto es,
algunas de las facturas de la Clínica de Cirugía Ortopédica (fls.
286, 288, 291 a 294 y 300, cdno. 3), en todo caso refieren la
razón social de la persona jurídica que las habría creado, bien
pudo la sociedad demandada exigir que, respecto de ellas, se
diera cumplimiento a las formalidades legales, para que pudieran
ser apreciadas por el Juez. Pero como ello no ocurrió, no puede
ahora la censura dolerse de la señalada circunstancia.

Por tanto, el cargo no prospera.

C.I.J.J.. Exp.6649 24
DECISION

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia en Sala de


Casación Civil, administrando justicia en nombre de la república y
por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia de fecha y
procedencia preanotadas

Condénase al recurrente al pago de las costas del recurso.


Liquídense.

Cópiese, notifíquese y devuélvase al Tribunal de origen.

NICOLAS BECHARA SIMANCAS

MANUEL ARDILA VELASQUEZ

JORGE ANTONIO CASTILLO RUGELES

C.I.J.J.. Exp.6649 25
CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

JOSE FERNANDO RAMIREZ GOMEZ

JORGE SANTOS BALLESTEROS

SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO

C.I.J.J.. Exp.6649 26

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