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Introducción
El objeto del presente trabajo es otorgar una visión más clara de la identidad propia de
sus objetos y métodos específicos, para comprender mejor el servicio mutuo que se brindan
En el conocimiento del mundo que nos rodea podemos distinguir diferentes cosas y,
en cada cosa, diferentes realidades o modos de ser. La amplitud y variedad del universo no
han permitido al hombre agotar, a lo largo de los siglos que lleva recorriendo la historia, toda
una mayor conciencia del misterio que aún encierra gran parte del cosmos. Esto es
sorprendente tanto respecto al universo mismo que se despliega ante nuestros sentidos, como
Este conocimiento del cosmos no se da, sin embargo, caóticamente. El mismo orden
propio del sabio ordenar (Metafísica, I, 2). Explica el Estagirita en el proemio a la Física,
además, que el verdadero conocimiento es el del que sabe las causas de las cosas: próximas,
que le permiten entender cada cosa, y luego últimas, que otorgan la comprensión de la
realidad toda (Física I, 1). Y aquí recurrimos a Tomás de Aquino, que comentando al
la explicitación de sus causas últimas. La definición de lo conocido, aunque solo explicita las
causas más inmediatas de lo definido, lleva implícitas a sus causas últimas. Porque “sólo
creemos conocer una cosa cuando conocemos sus primeras causas y sus primeros principios,
e incluso sus elementos” (Aristóteles, Física, I, 1). Esto es, la episteme se da solamente en
tanto se hacen explícitos, a partir del análisis de una cosa, sus principios, sus causas y sus
elementos.
Pero entre estos principios y causas, unos son más universales que otros, pues son
comunes a más entes. Lo máximamente universal será entonces el objeto de la ciencia más
alta, pues explicará las causas últimas y principios primeros de todas las cosas. Así lo explica
Tomás de Aquino comentando la Metafísica de Aristóteles (In Metaph., Proemio, 9). Ahora
bien, lo máximamente universal implica los seres materiales, pero no se restringe a ellos, sino
que trasciende su campo. Porque “[Hay cosas que] no dependen de la materia ni según el ser
ni según la razón; o bien porque nunca existen en materia, como Dios y otras sustancias
el acto, y el ente mismo” (Tomás de Aquino, In Phys., I, 1). Así, el mundo material tal como
lo percibimos mediante nuestros sentidos no constituye la totalidad de lo que puede ser objeto
meramente fenoménico para investigar las causas, lo estable, detrás de los numerosos
cambios que los cuerpos presentan. Más aún, según el texto citado, nuestro conocer puede
alcanzar realidades no atadas a la materia como tales, ya porque nunca existen en ella, ya
determinado ente percibimos en primer lugar lo sensible, y en ello un primer modo de ser, a
saber, el material; en segundo lugar lo conocemos tal cual es, y aquí entra en juego un modo
de ser más profundo, un segundo nivel, que consiste en su realidad formal; por último, en
tercer lugar, lo conocemos en lo que tiene de común con todos los entes, es decir, de forma
máximamente universal. Es así que lo percibimos como ente, es decir, lo que es.
orden en que el sujeto lo conoce; veremos que podemos encontrar cuatro niveles de
presentan ante nuestros sentidos. Al estudiar a estos, conocemos sus cambios y mutaciones
para inferir, a través de la inducción, las leyes comunes que en ellos se aplican; trabajamos
así con determinada cantidad de entes particulares, con los que experimentamos. El segundo
nivel penetra en lo conocido para distinguir los accidentes de la sustancia, es decir, lo que
subyace a las mutaciones a nivel accidental. Podemos estudiar de este modo a los entes en
cuanto sujetos de cambios, y esto nos lleva a ordenarlos en categorías que nos permiten
comprender la realidad toda. Más allá, podemos restringir nuestro estudio al campo de la
cantidad en cuanto tal; es decir, en la extensión propia de los cuerpos para estudiarla en sí
misma. En este campo encontramos aquellos entes que, aun dependiendo de la materia en el
ser, no dependen de ella según el conocer, pues pueden estudiarse en forma abstracta. Inferior
sin duda al estudio del ser en sí mismo, pero más abstracto que el campo de estudio de la
ciencia física, que es más cercana a lo sensible, la ciencia matemática es situada por Maritain
en un nivel intermedio entre la Física y la Metafísica (Maritain, 1935, p.4). Esta última
sino un tercer nivel real: su condición de entes, es decir, que son. Y al considerar la realidad
de este modo lo hacemos de forma totalmente independiente de la materia, pues el ente, aun
cuando en casos existe con materia y no puede ser sin ella, es considerado en sí mismo, y lo
conocimiento, que dan lugar a cuatro modos de entender la ciencia humana. El considerar las
cosas según su ser es el conocimiento máximamente universal, pues es el que nos permite
abarcar la totalidad de lo que es, es decir, no excluye realidad alguna. Este conocimiento
constituye la ciencia en sentido restringido, a saber, el conocimiento cierto según las causas
últimas y primeros principios. Por eso Aristóteles lo llamó Ciencia en sentido propio, “rectora
de todas las demás” (Metafísica, 983a). En segundo lugar, el considerar al accidente cantidad
En tercer lugar, el conocer las cosas en cuanto entes sujetos al movimiento enfoca nuestro
Física: “Puesto que la naturaleza es un principio del movimiento y del cambio, y nuestro
estudio versa sobre la naturaleza, no podemos dejar de investigar qué es el movimiento […]”
(Física, 200b). Este estudio pues se denomina ciencia natural, o filosofía de la naturaleza,
porque estudia las causas próximas de los entes sujetos a movimiento. Por último, en cuarto
lugar, el considerar los entes móviles según sus características concretas y singulares da por
resultado las ciencias particulares, en el sentido moderno del término ciencia. De este modo
cada ciencia posee un objeto formal específico que le otorga una identidad propia, y a partir
Pero hemos dado un salto cualitativo que nos obliga a detenernos un momento. Tanto
en la ciencia rectora como en la ciencia natural nos referimos a la investigación de las causas
del ente, en tanto nos permiten llegar hasta el conocimiento íntimo de él y universal acerca
del cosmos. Sin embargo, al referirnos a las ciencias en su cuarta acepción, las hemos
sensible. Estas ciencias no abstraen del objeto conocido realidades estrictamente universales,
sino que se restringen a un método empírico no especulativo, ligado estrictamente a la
materia con toda su condición de mudable. Por lo tanto, no es propio de las ciencias
experimentales considerar las causas del ente en cuanto tal, ni siquiera de una propiedad de él
que lo llevan a comportarse de distintos modos. Así, por ejemplo, es conocida comúnmente la
división entre química y física según la cual la primera estudia aquellas mutaciones de la
diferencia de la física, que estudia la interacción entre energía y materia sin la alteración de la
estructura interna de esta última. El objeto formal de una y otra ciencia, vemos, difieren por
el modo en que estudian una realidad propia de la materia, i.e. el cambio; pero son definidas
por el hombre mismo de forma puramente arbitraria, pues se trata de ciencias que, aun
estudiando la naturaleza sensible, han sido constituidas y diferenciadas entre sí por el hombre
modernas, así, experimentan con la realidad para penetrar sus leyes y predecir su
alguna manera, enfocarse más en determinadas áreas de lo real según el interés del científico,
específicos propios de cada conocimiento científico, pues aunque una correcta división
teórica sea perenne, en la práctica encontramos una y otra vez a ciencias experimentales
Rañada (2010) acerca del argumento a favor del ateísmo de S. Hawkins, que deduce la
necesario exponer la división del conocimiento elaborada por Aristóteles y sostenida hasta
nuestros días por filósofos de la talla de J. Maritain. Consideramos que el valor perenne de
esta perspectiva radica en que está tomada directamente de la experiencia de lo real. Los
siglos no han hecho más que profundizar en ella y pulirla hasta hoy, en que la encontramos
plenamente vigente en el resurgir del tomismo en el siglo XX. Citamos como prueba de ello,
(2010), Gómez Robledo (1956, pp. 55 a 75), McMahon (1957, pp. 9 a 57), el mencionado
Maritain (1978, 1980), autores que disienten en determinados puntos y proceden de ámbitos
de pensamiento diversos, y que sin embargo poseen en común el aval a la doctrina del
Sentada la base de esta división del conocimiento, nos toca ahora enfocarnos
para dilucidar la relación entre una y otras, si es que existe, y encontrar puntos de contacto
terminología a utilizar.
En primer lugar, hasta ahora nos hemos referido al conocimiento del hombre como
ciencia en un sentido amplio, aclarando cuando fue necesario su sentido más específico. En
adelante, haremos uso del vocablo únicamente en referencia a las ciencias en sentido
inmediatas del objeto formal de su estudio desde una óptica matemático-física. Estos
conocimientos son denominados también como ciencias particulares. En segundo lugar, nos
salvaguarda de alimentar la omisión cometida por los antiguos que describe Maritain:
Ellos no habiá n visto que este detalle de los fenómenos exige su propia ciencia,
antiguos, que se apoyaba muy rápidamente en razones de ser a veces muy hipotéticas cuando
se trataba del detalle de los fenómenos, la filosofía y las ciencias experimentales constituían
un solo e idéntico saber; todas las ciencias del mundo material eran subdivisiones de una sola
vez la explicación de la sustancia de los cuerpos y la del arco iris o de los cristales de nieve.
(Maritain, 1935, p. 5)
El término Física, por un lado, tiende a confundirse con la ciencia propuesta por
donde el científico postula las conocidas tres leyes de la mecánica clásica. Nótese que, según
el título, la Filosofía Natural basa sus conocimientos en principios matemáticos. Este punto
será desarrollado más adelante. La acepción Ciencia Natural, por otra parte, contiene en sí
distinguirse, pues ciencia se llama comúnmente hoy en día al conocimiento empírico que
misma por un lado al conocimiento cierto por las causas, tal como definía Aristóteles a la
Episteme de Platón (Sanguinetti, 2002, p. 71); y por otro a su objeto de estudio, el ente
Por último, debe aclararse que designaremos al conocimiento empírico con los
1935, p.5). La segunda acepción hace énfasis en el método, y esto es igualmente bueno, pues
quien hemos citado anteriormente como autoridad en lo que respecta a la temática del
presente trabajo, consagró gran parte de su vida a comprender en profundidad las similitudes
puede ni existir sin la materia sensible ni ser concebido sin ella; su noción encierra
p.25)
Esta descripción del primer grado del saber abarca, según Maritain, el tercer y cuarto
tipos de conocimiento descritos en la introducción del presente trabajo. Sin embargo, en esta
con el de las ciencias, afirmando que ambas poseen uno y el mismo. Como hemos expuesto
anteriormente, se trata del ente móvil. Para fundamentar esta cuestión, recurrimos
nuevamente a Maritain. Al explicar cómo todos nuestros conceptos se resuelven en el ser in
confuso, por ser el ser el objeto propio de nuestro intelecto, el autor expone como se concreta
la Física; conocimiento que abarca, según su parecer, tanto la Filosofía de la Naturaleza como
las Ciencias Particulares: “los [conceptos] de la Physica, [se resuelven] en el ser móvil o
expuestas por Aristóteles, pero citamos a un autor más actual, Gredt, que expresa:
“Essentialiter tum scientia speculativa tum practica dividitur ratione objecti formalis; nam
sicut omnis habitus, ita etiam scientiae specificantur et distinguuntur per objecta sua formalia,
ad quae essentialiter ordinantur” (Gredt, 1961, p.203). Por su objeto formal, pues, se
distinguen las ciencias entre sí. Nos encontramos en una encrucijada, pues es en este punto
donde se dividen las opiniones de los filósofos. Unos opinarán que, poseyendo ambos
conocimientos un mismo objeto formal, no se distinguen realmente sino que son una y la
misma ciencia, que ha mutado sus intereses a lo largo de los siglos. Otros, y a ellos
adherimos, afirman que la distinción entre ambos saberes es elemental. Estas posturas se
filosofía, de Casaubón (1992, pp. 94 a 122). Siguiendo a Maritain, basamos la distinción entre
objeto formal.
expresión ens sensibile, subrayar el término ens; pues siendo ciencia de la explicación,
descubre la naturaleza y las razones de ser de su objeto” (1980, p. 74). Y más adelante, “La
ciencia empírica de la naturaleza, por el contrario, al decir ens sensibile, deberá subrayar con
particular interés, no ens, sino sensibile, ya que todos sus conceptos los ha de referir a lo
sensible como tal […], en la medida al menos en que intente constituirse como ciencia
autónoma de los fenómenos” (1980, p. 74). Por lo tanto, ens y sensibile constituyen para
estos tipos de conocimiento. Más aún, afirmará más adelante el autor que ambos
confundirse (1967, p. 89). Así pues, la filosofía se especifica por el énfasis en el ser del ente
sensible, al que tratará en cuanto tal, aunque distinguiéndose de la metafísica en que lo hará
de sus accidentes concretos y singulares. Y se especificarán a partir de estos; así, cada ciencia
particular se concentra en un determinado tipo de ente sensible, desde los objetos propios de
los sentidos, pasando por los entes existentes en la naturaleza, hasta las vivencias mismas del
hombre en su relación con el cosmos, tal es la amplitud de objetos del conocimiento. Por
ejemplo, la ciencia que estudia el sonido será la acústica, la que estudie los planetas será la
Imposible no asombrarse ante tal campo de estudio, tan vasto como real. Pero de la
misma forma que entre los planos de conocimiento se da un orden jerárquico, como
explicábamos en un comienzo, también entre las ciencias se puede establecer una jerarquía
género, a otra ciencia más amplia, la física. Esta proporcionará los principios que permitan a
será parte de la física, ya que si buscamos entender más profundamente sus principios,
encontramos que las fuerzas que impulsan el movimiento de los cuerpos celestes son, al igual
que las ondas sonoras, diferentes formas de energía. La psicología, en cambio, no parece
guardar relación alguna con los ejemplos aducidos anteriormente. Esto puede encontrar su
razón de ser en la división de estos saberes que esquematiza Maritain. El autor afirma,
siguiendo un criterio analógico, que la totalidad de los saberes se divide en dos grandes
géneros, los que se caracterizan por un análisis empiriológico de la realidad sensible, y lo que
realizan al análisis ontológico de lo real, sea abarcando tan solo los sensibles, como la
(Maritain, 1952, p. 125 y ss.). Ahora bien, entre los conocimientos empiriológicos
encontramos a su vez dos nuevos subgéneros. Las ciencias se dividirán entonces según
cantidad, y las segundas en los demás accidentes, en última instancia en las diversas
cualidades de lo sensible. Más exactamente, las ciencias que proceden según análisis
geometría, para establecer las leyes o teorías que extraen de la experiencia y por las que
ni las cualidades de cuarta especie, forma y figura, como elementos de sus leyes. Esgrimen
por el contrario dichas ciencias un análisis descriptivo de los fenómenos. Aquí, por
método. Sabemos que tanto la Filosofía de la Naturaleza como las Ciencias Experimentales
tienen como punto de partida el ente sensible. Ahora bien, a partir de la distinción esgrimida
por Maritain que exponíamos más arriba, es posible marcar un camino muy diferente para
ambos saberes a partir del hecho sensible conocido. La Filosofía, desde una perspectiva
ontológica, se sitúa en el plano inteligible para explicar lo sensible mediante categorías más
fenoménico, pues no son las notas constitutivas del ente sensible lo que las preocupa, sino
Esto significa que, en el primer caso, la demostración no se hará por medios sensibles.
¿Cómo, pues, podemos afirmar que se trata de una sabiduría, saber necesario? Porque sus
ciertas afirmaciones más o menos comunes que pueden servir de punto de partida confiable
para las ciencias. Muy por el contrario, abstrae lo sensible para profundizar en su realidad a la
luz de los principios necesarios de la razón, que son primeros e irrefutables; y por eso mismo
su saber, aunque más general, constituye un punto de partida cierto y seguro para las ciencias
particulares, que encontrarán en ella su referencia o puerto en medio del mar del cosmos
sensible. Maritain expone esta necesidad afirmando que es “imposible la ciencia [i.e. saber
cierto por las causas] sin los primeros principios, en los cuales debe descansar toda clase de
respaldar de modo implícito a las ciencias particulares en sus métodos específicos, pero sin
inmiscuirse en ellos, sino dando lugar a que dichas ciencias, por poseer su propio objeto,
elaboren sus conclusiones por sí mismas, es decir, en última instancia, sean saberes
en el hecho sensible mismo, pues al elaborar en el plano inteligible sus conclusiones a modo
Las leyes por las que las ciencias explican los hechos no son evidentes por sí mismas porque
son extraídas inductivamente a partir de multitud de casos concretos. Esto no significa que
sea por el hecho mismo de que se trate de inducciones que dichas leyes no sean demostrables;
sino que la contingencia les proviene de la materia utilizada, a saber, el mismo dato sensible.
Así también, por consiguiente, los axiomas que constituyen como las síntesis de las leyes a
filosofía. Es importante notar que, en toda analogía, existe una similitud y una diferencia
entre las partes. En el presente caso, la similitud consistiría en que tanto axiomas como
primeros principios constituyen el trasfondo de todo juicio emitido en el avance del conocer;
la diferencia, que aquí enfatizamos especialmente, está en que los primeros principios son
necesarios por sí mismos y los axiomas no. Comenta esto mismo Casaubón cuando afirma
que “No ocurre lo mismo con las ciencias positivas. Aunque en los tiempos de Galileo,
Descartes o Newton pudo creerse que los principios de las mismas -como la ley de inercia o
de la gravitación- eran autoevidentes, hoy en día se reconoce poco menos que unánimemente
que no es así” (1992, p.31) y más adelante, “en el campo en que se mueven las físico-
primeras, por imposibilidad de limpia abstracción eidética con respecto a las contingencias
Conclusión
inteligible, acentuando la realidad ontológica de su objeto para explicar sus causas. Ordena
como ciencia rectora dará a conocer las causas últimas y primeros principios.
ciencias experimentales y la Ciencia por excelencia, que explica y otorga sentido a todas las
mismo plano de conocimiento -el sensible- que los sentidos externos, y sin embargo se
encuentran estos al servicio de aquellos, que unifican su objeto (sentido común) y elaboran
un cierto juicio sobre él (estimativa). Los sentidos externos reciben cada uno un determinado
tipo de dato sensible, pero no lo interpretan sino que sirven únicamente de canal para él. De
ciencias particulares, y les da sustento para proceder en sus métodos específicos, pues no
podrían las ciencias proceder si no fuera en base a principios filosóficos. Sin embargo, es
necesario aclarar que no se debe entender la analogía propuesta en el sentido de que las
datos específicos que solo la filosofía comprende; sino que muy por el contrario proceden
ellas por sí mismas dentro del campo de su objeto y según su método específico, aunque
siempre en armonía con la filosofía, pues proceden racionalmente. Otro malentendido podría
surgir del hecho de que los sentidos internos, que aquí comparamos con la filosofía de la
naturaleza, no poseen contacto directo con lo real sino a través de los sentidos externos. No
es este el caso de la filosofía, que no solo se contacta directamente con la realidad, sino que
además lo hace de modo mucho más simple y efectivo que las ciencias, que precisan en su
telescopio.
Por otra parte, insistimos en la validez de la analogía propuesta al considerar el rol de
composición de esencia y acto de ser; del mismo modo que en el conocer el intelecto, en su
mismo nivel de abstracción; como los sentidos internos y los externos comparten un mismo
saber distinto y complementario respecto de las Ciencias Experimentales. Estas han recibido
en los últimos siglos un protagonismo que en casos ha llegado a desplazar a la filosofía como
saber, recluyéndola al plano de la opinión. Sin embargo, como hemos visto, el científico que
su misma ciencia, pues es aquella la que le otorga las bases o principios, define su campo, y
diálogo cada vez más profundo de enriquecimiento mutuo entre estos saberes, ya que de esta
forma se contribuye a destacar y valorar la intensa labor realizada tanto por el científico como
por el filósofo hasta el día de hoy, y se impulsa la misma a obtener más y mejores resultados
en el futuro.
Referencias
bin/library.cgi?a=d&c=Revistas&d=sapientia92
o Gómez Robledo, A. (1956). La ciencia como virtud intelectual. Dianoia, 2(2), 55–75.
Recuperado de
http://dianoia.filosoficas.unam.mx/index.php/dianoia/article/view/1392/1350
franciscoleocata.com.ar/docs/librosfilosofia.pdf
Recuperado de
http://www.jacquesmaritain.com/pdf/05_FN/click.php?link=02_FN_FilNat.pdf
Lectores
o Maritain, J. (1980) Los grados del saber, Buenos Aires, Argentina: Club de Lectores
http://www.corpusthomisticum.org/cpy011.html
http://www.corpusthomisticum.org/cmp00.html
o Sanguinetti, J.J. (2002). Science, metaphysics, philosophy: in search of a distinction.
http://www.actaphilosophica.it/sites/default/files/pdf/sanguineti_2002_1.pdf