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Anónimo
El toro y el ratón (perdón, humildad)
Un día, un ratoncito asomo la nariz fuera de su agujero y vio que un gran toro
pastaba apaciblemente, apenas a una docena de metros de distancia. Retozón,
como siempre, el ratoncito se acercó a él por detrás y él le propino un ligero
mordisco en el pie. El toro lanzón
un aterrador mugido y echó a correr por él campo, desgarrando la hierba y
mirando a su alrededor, como si buscara a un enemigo.
El ratoncito corrió detrás de él, porque no quería perderse esa diversión. -
¡Alguien me ha mordido el pie! – Bramó el toro-. ¡Alguien me ha mordido el pie y
no descansaré hasta descubrirlo! ¡Simplemente, no lo toleraré! – ¿Te dolió
mucho? - preguntó el ratoncito, asomando con mucha precaución la cabeza por
entre un montón de hierba, -No- dijo el toro, con más suavidad-. Realmente lo
hizo, noble toro – chilló el ratoncito-. Aunque solo soy un ratón, obtuve una
victoria sobre cuatro cascos, un poderoso cuerpo y un par de cuernos. Y
meneando la cola, escapó. El toro miró el sitio donde había estado el ratón y
después de un momento, se alejó confuso. –Debí comprender que ninguna
persona importante se atrevería a atacarme –se dijo, esforzándose en recuperar
la dignidad perdida-. Después de todo, solo era un ratón.
Anónimo.
Como una lluvia de balas, las piedras caían con violencia sobre las pequeñas
ranas que se soleaban sobre las hojas de los nenúfares que flotaban en el
estanque. Los animalitos se sumergían rápidamente o se ocultaban en el barro,
para huir de los terribles golpes. Pero los niños, empeñados en aquella
travesura, arrojaban una piedra tras otra, y los romos proyectiles cruzaban los
aires zumbando. -¡Deteneos! ¡Deteneos! – suplicó una de las ranas, mientras
saltaba a buena altura sobre un nenúfar, para eludir una piedra que volaba-.
¡Deteneos! ¡Nos estáis hiriendo! ¿No los comprendéis?
Pero los niños seguían riéndose, dedicados en cuerpo y alma aquella diversión.
El granjero, que apareció en aquel preciso instante, vio lo que sucedía y,
recogiendo un puño de piedras, comenzó a apedrear a los niños, con tiros bien
dirigidos. Cuando las piedras lastimaron sus desnudas piernas, los niños se
echaron a llorar de dolor y suplicaron al granjero que no les tirara más.
-¿Por qué he de detenerme? - replicó el -. ¿Os habéis detenido vosotros cuando
apedreabas a las ranas? Luego hizo una pausa y agregó sabiamente: -¡Ya lo
veis! Lo que divierte para unos, puede causar dolor para otros.
Anónimo
Anónimo
Desde hacía mucho tiempo, los ratones que vivían en la cocina del granjero no
tenían que comer. Cada vez que asomaban la cabeza fuera de la cueva, el
enorme gato gris, se abalanzaba sobre ellos. Por, fin se sintieron demasiado
asustados para aventurarse a salir, ni aún en busca de alimento, y su situación
se hizo lamentable. Estaban flaquísimos y con la piel untada sobre las costillas.
El hambre iba a acabar con ellos. Había que hacer algo. Y convocaron una
conferencia para decidir qué harían. Se pronunciaron muchos discursos, pero la
mayoría sólo fueron lamentos y acusaciones contra el gato, en vez de ofrecer
soluciones al problema. Por fin, uno de los ratones más jóvenes propuso un
brillante plan. – Colguémosles un cascabel al cuello del gato- sugirió, maneando
con excitación la cola-. Su sonido delatara su presencia y nos dará tiempo de
ponernos a cubierto. Los demás ratones vitorearon a su compañero, porque se
trataba de una idea excelente. Se sometió a votación y se decidió, por
unanimidad, que eso sería lo que se haría. Pero cuando se hubo extinguido el
estrépito de los aplausos… y por ser más viejo que todo los demás, sus
opiniones se escuchaban siempre con respeto. – El plan es excelente- dijo-. Y
me enorgullece pensar que se le ha ocurrido a este joven amigo que está aquí
presente. Al oírlo, el ratón joven frunció la nariz y se rasco la oreja, con aire
confuso.
¿Quién será el encargado de ponerle el cascabel al gato? Al oír esto, los
ratoncitos se quedaron repentinamente callados, muy callados, porque no
podían contestar a aquellas preguntas. Y corrieron de nuevo a sus cuevas...
hambrientas y tristes.
Anónimo
El sol de la tarde caldeaba las flores y todos los animales estaban tendidos,
durmiendo cómodamente la siesta: todos, salvo el ratoncito, gris, que retozaba
en la danzarina luz y en la sombra. Tan feliz se sentía en aquella dorada tarde
estival. Pero… ¡ay! Persiguió de manera tan alocada su propia cola?, que choco
con el gran león.
El tonto ratón creyó que solo había chocado con el tronco del árbol, y hasta que
se topó con la nariz del gran león y sintió el aliento del gran animal, no
comprendió lo que había hecho. El rey de la selva se movió como si sintiera un
cosquilleo en la nariz y, abriendo un ojo vio al ratoncito gris, inmediatamente,
puso la pata sobre la larga cola del animalito. El ratón chilló, con terror – ¡no, no
rey León!- ¡te suplico que tengas piedad de mí, quita tu pata de mi cola y
déjame ir! Pero el león se limitaba a aturdirlo con otro rugido. - ¡oh rey de León!
¡Si me sueltas, algún día te salvare la vida! -. Varias semanas después, el
ratoncito, al corretear de nuevo entre los arboles del bosque, oyó un bramido de
dolor que llegaba al otro lado de la arboleda. Siguió la dirección del ruido y vio a
su amigo el león firmemente atrapado en la trampa de un cazador. Ahora le
tocaba al gran rey de los animales tirar y forcejear. Pero cuanto más intentaba
liberarse de la red, tanto más se enredaba en ella. El ratón advirtió en seguida lo
que sucedía y empezó a roer las mallas de la red hasta que, a los pocos
minutos, el rey de la selva quedo en libertad.
Anónimo
Anónimo
Mariana era una niña caprichosa y engreída. Creía tener derecho a todo lo que
se le antojaba. Le perteneciera o no. También creía ser la más hermosa, la más
inteligente, la mejor de todas las niñas. Por esa razón pensaba que todos
deseaban estar con ella, jugar con ella y pasar el tiempo con ella. Y por esa
razón debían estar sumamente agradecidos.
También podía contestar de mal modo sin pedir disculpas o burlarse de los
demás sin medir las consecuencias. Como cuando uno de sus amigos se cayó y
ella en lugar de ayudarlo se largó a reír. Un hada que pasó justamente y vio lo
que sucedía, decidió darle una lección. Mariana debería aprender las palabras
mágicas. El hada tocó a sus amigos con su varita y ellos rápidamente se
cansaron de su actitud veleidosa y pizpireta, y decidieron no salir más a la
vereda. Se quedaron jugando detrás de la reja en el jardín de su casa.
Mariana salió y no los vio. Le llamó la atención que no pasaran a buscarla. Justo
a ella que garantizaba la diversión y ahora tenía una nueva bicicleta color rosa
tornasol. -¡Qué tontos! Pensó. Y Salió a dar vueltas alrededor de la manzana. Al
pasar por la reja vio a todos sus amigos disfrutando bajo un árbol. Entonces les
dijo-¡Tengo una bicicleta nueva! Pero los amigos no la escucharon. Gritó más
fuerte-¡Ey, Aquí estoy yo! pero los amigos parecían estar sordos.
Volvió preocupada a su casa, y le pidió a su mamá una muñeca nueva.-Quiero
una muñeca Barbie vestida de playa. El Hada también tocó con su varita a sus
padres. -Pero si tienes veinte muñecas. Juega con esas. Respondió la madre. -
Ya te dije que quiero una vestida de playa. -Pues no. Dijo la madre por primera
vez, ya que nunca le había negado nada.
Mariana se pescó una rabieta, se tiró al piso pataleando y gritando. Pero su
madre hizo oídos sordos hasta que se calmó. Se encerró en su habitación a
estudiar la lección para el día siguiente. La aprendió a la perfección para dejar a
todos boquiabiertos. Pero el Hada madrina, también sacudió su varita sobre la
maestra y los compañeros.
Cuando llegó el momento de tomar la lección, la maestra pidió que levantaran
las manos y Mariana la levantó rápidamente al grito de –¡Yo, yo, yo! La maestra,
parecía no verla ni escucharla. Todos los que levantaron la mano, dieron su
lección, menos Mariana que se revolvía de rabia en su pupitre.
Volvió a su casa muy triste. Jamás le había pasado algo así. Y no sabía cómo
hacer para revertir esta dificultad. Pensó y pensó sin encontrar la solución del
problema que la afectaba. Mientras dormía el Hada se le apareció en sus
sueños y le enseñó la importancia de las palabras mágicas: ¨PERDÓN¨, ¨POR
FAVOR¨ Y ¨GRACIAS¨.
Al día siguiente Mariana le pidió PERDON a su mamá por la rabieta y le dio las
GRACIAS por la nueva bicicleta. Fue a visitar a sus amigos y les pidió POR
FAVOR que abriera la reja para jugar con ellos, y sus amigos la dejaron pasar.
Luego les dio las GRACIAS por invitarla. Luego le pidió PERDON a uno de sus
amigos por haberse reído cuando se cayó dolorido en la vereda, Y él la perdonó.
En el colegio, pidió POR FAVOR que le permitieran dar su lección y la maestra
la felicitó.
Anónimo
Análisis para reforzar el valor educativo
¿Qué características tenia Mariana?
¿Por qué el hada en sueños le enseñó las palabras mágicas?
¿Cuáles eran las palabras mágicas que aprendió Mariana?
¿Tú usas las palabras mágicas cuando es necesario?
¿Por qué los niños se cansaron y se quedaron detrás de la reja del jardín?
¿Qué fue lo que hizo para poner en práctica las palabras mágicas?
¿Qué palabras mágicas usas con mayor frecuencia?
¿A quiénes le pidió perdón, les dio las gracias y por favor?
¿Qué fue lo que le pasó a Mariana para que llegara triste a su casa?
¿Qué nos enseña la lección que tuvo Mariana?
Los clavos y el amor... (Amistad y amor)
Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día su padre le dio una bolsa con
clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debería clavar un clavo en la
cerca de atrás de la casa. El primer día el niño clavó 37 clavos en la cerca...
Pero poco a poco fue calmándose porque descubrió que era mucho más fácil
controlar su carácter que clavar los clavos en la cerca. Finalmente llegó el día
cuando el muchacho no perdió la calma para nada y se lo dijo a su padre y
entonces el papá le sugirió que por cada día que controlara su carácter debería
sacar un clavo de la cerca.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente decirle a su padre que ya había
sacado todos los clavos de la cerca..., entonces el papá llevó de la mano a su
hijo a la cerca de atrás... Mira hijo, has hecho bien... pero fíjate en todos los
agujeros que quedaron en la cerca... Ya la cerca nunca será la misma de
antes... Cuando dices o haces cosas con coraje, dejas una cicatriz como éste
agujero en la cerca...
Es como meterle un cuchillo a alguien, aunque lo vuelvas a sacar, la herida ya
quedó hecha... No importa cuántas veces pidas disculpas, la herida está
ahí...Una herida física es igual de grave que una herida verbal... Los amigos y
amores son verdaderas joyas a quienes hay que valorar... Ellos te sonríen y te
animan a mejorar... Te escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre
tienen su corazón abierto para recibirte... Demuéstrales cuánto los quieres...
Anónimo
Había una vez un hombre que salió un día de su casa para ir al trabajo, y justo al
pasar por delante de la puerta de la casa de su vecino, sin darse cuenta se le
cayó un papel importante. Su vecino, que miraba por la ventana en ese
momento, vio caer el papel, y pensó: - ¡Qué descarado, el tío va y tira un papel
para ensuciar mi puerta disimulando descaradamente!
Pero en vez de decirle nada, planeó su venganza, y por la noche vació su
papelera junto a la puerta del primer vecino. Este estaba mirando por la ventana
en ese momento y cuando recogió los papeles encontró aquel papel tan
importante que había perdido y que le había supuesto un problemón aquel día.
Estaba roto en mil pedazos, y pensó que su vecino no sólo se lo había robado,
sino que además lo había roto y tirado en la puerta de su casa. Pero no quiso
decirle nada, y se puso a preparar su venganza. Esa noche llamó a una granja
para hacer un pedido de diez cerdos y cien patos, y pidió que los llevaran a la
dirección de su vecino, que al día siguiente tuvo un buen problema para tratar de
librarse de los animales y sus malos olores. Pero éste, como estaba seguro de
que aquello era idea de su vecino, en cuanto se deshizo de los cerdos comenzó
a planear su venganza.
Y así, uno y otro siguieron fastidiándose mutuamente, cada vez más
exageradamente, y de aquel simple papelito en la puerta llegaron a llamar a una
banda de música, o una sirena de bomberos, a estrellar un camión contra la
tapia, lanzar una lluvia de piedras contra los cristales, disparar un cañón del
ejército y finalmente, una bomba-terremoto que derrumbo las casas de los dos
vecinos…
Ambos acabaron en el hospital, y se pasaron una buena temporada
compartiendo habitación. Al principio no se dirigían la palabra, pero un día,
cansados del silencio, comenzaron a hablar; con el tiempo, se fueron haciendo
amigos hasta que finalmente, un día se atrevieron a hablar del incidente del
papel. Entonces se dieron cuenta de que todo había sido una coincidencia, y de
que si la primera vez hubieran hablado claramente, en lugar de juzgar las malas
intenciones de su vecino, se habrían dado cuenta de que todo había ocurrido por
casualidad, y ahora los dos tendrían su casa pie…
Y así fue, hablando, como aquellos dos vecinos terminaron siendo amigos, lo
que les fue de gran ayuda para recuperarse de sus heridas y reconstruir sus
maltrechas casas.
Anónimo
El hada fea (Respeto)
Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista
y amable de las hadas. Pero era también un hada muy fea, y por mucho que se
esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban
empeñados en que lo más importante de un hada tenía que ser su belleza.
En la escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión
para ayudar a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes de poder abrir
la boca, ya la estaban chillando y gritando: - ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!.
Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado
hacer un encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le
contaba su mamá de pequeña: - tu eres como eres, con cada uno de tus granos
y tus arrugas; y seguro que es así por alguna razón especial…
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a
todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus
propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo
seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta
para todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos, arañas y música de
lobos aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran
hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los
siguientes 100 años.
Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la
inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la
fealdad una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de
alegría sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.
Anónimo
La joven del bello rostro (Humildad)
Había una vez una joven de origen humilde, pero increíblemente hermosa,
famosa en toda la comarca por su belleza. Ella, conociendo bien cuánto la
querían los jóvenes del reino, rechazaba a todos sus pretendientes, esperando
la llegada de algún apuesto príncipe. Este no tardó en aparecer, y nada más
verla, se enamoró perdidamente de ella y la colmó de halagos y regalos. La
boda fue grandiosa, y todos comentaban que hacían una pareja perfecta.
Pero cuando el brillo de los regalos y las fiestas se fueron apagando, la joven
princesa descubrió que su guapo marido no era tan maravilloso como ella
esperaba: se comportaba como un tirano con su pueblo, alardeaba de su esposa
como de un trofeo de caza y era egoísta y mezquino. Cuando comprobó que
todo en su marido era una falsa apariencia, no dudó en decírselo a la cara, pero
él le respondió de forma similar, recordándole que sólo la había elegido por su
belleza, y que ella misma podía haber elegido a otros muchos antes que a él, de
no haberse dejado llevar por su ambición y sus ganas de vivir en un palacio.
La princesa lloró durante días, comprendiendo la verdad de las palabras de su
cruel marido.
Y se acordaba de tantos jóvenes honrados y bondadosos a quienes había
rechazado sólo por convertirse en una princesa. Dispuesta a enmendar su error,
la princesa trató de huir de palacio, pero el príncipe no lo consintió, pues a todos
hablaba de la extraordinaria belleza de su esposa, aumentando con ellos su
fama de hombre excepcional. Tantos intentos hizo la princesa por escapar, que
acabó encerrada y custodiada por varios guardias constantemente.
Uno de aquellos guardias sentía lástima por la princesa, y en sus encierros
trataba de animarle y darle conversación, de forma que con el paso del tiempo
se fueron haciendo buenos amigos. Tanta confianza llegaron a tener, que un día
la princesa pidió a su guardián que la dejara escapar. Pero el soldado, que debía
lealtad y obediencia a su rey, no accedió a la petición de la princesa. Sin
embargo, le respondió diciendo: - Si tanto queréis huir de aquí, yo sé la forma de
hacerlo, pero requerirá de un gran sacrificio por vuestra parte.
Ella estuvo de acuerdo, confirmando que estaba dispuesta a cualquier cosa, y el
soldado prosiguió: - El príncipe sólo os quiere por vuestra belleza. Si os
desfiguráis el rostro, os enviará lejos de palacio, para que nadie pueda veros, y
borrará cualquier rastro de vuestra presencia. Él es así de ruin y miserable. La
princesa respondió diciendo: - ¿Desfigurarme?
¿Y a dónde iré? ¿Qué será de mí, si mi belleza es lo único que tengo? ¿Quién
querrá saber nada de una mujer horriblemente fea e inútil como yo? - Yo lo haré
- respondió seguro el soldado, que de su trato diario con la princesa había
terminado enamorándose de ella.
Para mí sois aún más bella por dentro que por fuera. Y entonces la princesa
comprendió que también amaba a aquel sencillo y honrado soldado. Con
lágrimas en los ojos, tomó la mano de su guardián, y empuñando juntos una
daga, trazaron sobre su rostro dos largos y profundos cortes… Cuando el
príncipe contempló el rostro de su esposa, todo sucedió como el guardián había
previsto. La hizo enviar tan lejos como pudo, y se inventó una trágica historia
sobre la muerte de la princesa que le hizo aún más popular entre la gente.
Y así, desfigurada y libre, la joven del bello rostro pudo por fin ser feliz junto a
aquel sencillo y leal soldado, el único que al verla no apartaba la mirada, pues a
través de su rostro encontraba siempre el camino hacia su corazón.
Anónimo