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Con una nueva novela a punto de editarse y otra más bajo la manga, el escritor
distinguido con el Premio Nacional de literatura 2008 habla de su obra y de la nueva
y vieja guardia de las letras chapinas.
Arturo Arias nos responde desde Austin, Texas, en donde vive una agitada vida académica.
Hace apenas una semana el Consejo Asesor para las Letras anunció que le fue otorgado el
Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2008 y está listo para aceptarlo. “Lo
recibiré con ánimo festivo y con la satisfacción de haber cumplido con mi vocación de una
manera ética, sin descarriar a jóvenes escritores ni usurpar lugares que no me corresponden”,
dice. La entrega será el viernes 28 de noviembre en el Salón de Recepciones del Palacio
Nacional de la Cultura.
El año pasado la Editorial de la Universidad de Minnesota publicó Taking Their Word: Literature
and the Signs of Central America (Tomándoles la palabra: Literatura y los signos de
Centroamérica), un libro en el cual Arias describe el desarrollo de la producción literaria en el
istmo centroamericano, desde el fragor revolucionario de los años 70 hasta el surgimiento de
una nueva literatura maya, luego del final de las guerras civiles en la región.
Pero lo que el Premio reconoce primordialmente es “la obra literaria de Arturo Arias”. En media
docena de novelas “apunta a la innovación del lenguaje (tanto en los aspectos formales como
de contenido) y se sale, muchas veces, de los cánones más transitados y conocidos”, razonó el
Consejo.
“Si no empiezo a responder (la entrevista) ahora, ya no habrá tiempo luego”, escribe Arias.
Está preparando una conferencia que dictará el fin de semana y sus múltiples proyectos le
aguardan. Pero consigue hacerse un espacio para contarnos sobre sus dos novelas inéditas,
del guión cinematográfico basado en uno de sus cuentos y su opinión de la literatura
guatemalteca actual y la que está por venir.
Sabemos que mientras respondés estas preguntas tenés un “trabajal de película” ¿Qué te ocupa en estos días?
Hace unos días mencionaste a la nueva generación de escritores. Has notado que ésta se “niega a hablar de la
guerra”. ¿Qué otras características comunes encontrás en su producción literaria?
¿Te animás a predecir el próximo gran tema de la literatura guatemalteca? ¿Será la violencia que nos agobia en
la actualidad?
¿Qué hace falta para que se consolide la incipiente “nueva literatura indígena”? ¿Cuántos años faltan para que
uno de los escritores de esta corriente pueda siquiera optar al premio?
No hacen falta años. El premio ya se le ofreció a Humberto Ak’abal, quien lo rechazó. En este
mismo momento podrían optar al mismo Gaspar Pedro González o Víctor Montejo. De estar
vivo, Luis de Lión hubiera podido hacerlo. Asimismo, hay mujeres mayas escribiendo buena
poesía, como Calixta Gabriel Xiquín o Maya Cú. Lo importante de todo esto es que conforme
pasen los años, no desaparezca la afición por escribir por parte de los jóvenes mayas
emergiendo ya en una cultura no sólo letrada sino más globalizada. Yo conozco mayas jóvenes
muy talentosos, pero se están dedicando más bien a blogs, música electrónica y otras formas
creativas de articular su subjetividad.
¿Cómo ves la creación literaria guatemalteca en 10 años, de cara a la explosión cibernética (blogs, foros, libros
en formato PDF, etc.)?
Creo que la producción literaria de los 90 para acá ha sido excelente, como resultado de los
mismos eventos socio-históricos vividos en torno a la firma de la paz y la postguerra inmediata
que abrieron espacios y casas editoriales para canalizar la producción literaria. Sin embargo,
en todo el mundo la literatura se va volviendo una especie de dinosaurio. Es natural que le
ceda su sitio a la explosión cibernética, como la llamás. Asimismo, el cine va copando el
espacio hegemónico que antes ocupó la producción novelesca, como el espacio idóneo para
forjar imaginarios nacionales. Esto ya había pasado en los centros hegemónicos desde luego,
pero el abaratamiento de la producción cinematográfica y la emergencia de directores y
actores de calidad facilita su emergencia en Guate. Son procesos históricos naturales.
Tu trabajo Ideologías, literatura y sociedad durante la revolución guatemalteca 1944-1954 (1979), ganador de
ensayo Casa de las Américas, es casi desconocido en Guatemala. Hablanos brevemente de su contenido.
En pocas palabras, es un estudio a fondo de la novela Entre la piedra y la cruz de Mario
Monteforte Toledo, ubicándola en su contexto ideológico y el momento histórico social, en la
cual la produjo el autor, para ilustrar cómo un texto no surge de la nada, sino es un producto
explícito de su tiempo y del pensamiento vigente en ese mismo momento, plasmando un
imaginario que sólo puede ser representado de una cierta manera, debido a ese mismo
pensamiento ideológico que condiciona la matriz cultural dentro de la cual surge el texto.
Sólo uno de tus libros, En la ciudad y en las montañas (1975), el primero, aborda el cuento. ¿Qué te ha motivado
a apostar por la novela?
Me gusta el espacio novelesco para explayar mis ideas. No tengo nada contra el cuento. He
escrito más cuentos pero han sido publicados sueltos, y no recopilados en libro. De hecho, una
directora de cine mexicana acaba de hacer un guión cinematográfico de uno de ellos, titulado
Bocado de viento, que salió en una antología del cuento latinoamericano publicada en Chile,
editada por Poli Délano. Admiro a Tito Monterroso, el mejor cuentista latinoamericano después
de Borges. Pero de manera general yo necesito una articulación narrativa de largo aliento para
plasmar mi visión.
La experimentación lingüística es notoria en tus dos primeras novelas, Después de las bombas (1979) e Itzam
Na (1981). ¿Fue esto un vicio de juventud?
Es casi imposible resumirlos, pues se trenza ahí lo personal y privado con lo público.
Ciertamente incluiríamos la guerra guatemalteca que marcó para siempre mi manera de
pensar. El tener viviendo en mi casa a Rigoberta Menchú y a Domingo Hernández Ixcoy, y
posteriormente a Francisca y Victoria Álvarez, durante más de 6 meses en total, entre 1983 y
1985, transformó de forma permanente mi manera de entender la cultura y a los sujetos
mayas. Podríamos añadir la obtención tempranera de mis dos premios Casa de las Américas
que marcaron mi vocación. Mi formación en el París de los 70, cercano a figuras importantes
del conocimiento contemporáneo y a protagonistas de la historia latinoamericana, y el apoyo
constante a lo largo de mi vida de varias mujeres fuertes, tales como mi abuela, mi madre, mi
tía y mi esposa, quienes no sólo me estimularon, sino me encausaron por buscar soluciones
éticas por complejas o difíciles de alcanzar que fueran, y por el desdén a toda forma de
oportunismo o facilismo baratos.
¿Cómo conciliás tu doble condición de escritor y crítico? ¿No es lo mismo que ser juez y parte?
Los escritores siempre han sido críticos, si por crítica entendemos reflexionar racionalmente
sobre el impulso creador que apela más al inconsciente y a los sentidos. En el siglo XIX, la
mayoría de los escritores europeos publicaba crítica en la prensa escrita. En el siglo XX, el
espacio crítico se desplazó hacia las instituciones universitarias. Observamos ese fenómeno no
sólo en Europa o los Estados Unidos, sino en México, en el Brasil, en la Argentina, en Chile,
donde los escritores que no viven como periodistas o diplomáticos suelen hacerlo como
catedráticos. Además, ser “crítico” no es ser juez. Es enseñar el amor por la literatura, explicar
los diseños generales de la narrativa de diversos autores que pueden gustarnos, recopilar
textos inéditos o bien elaborar ediciones “críticas”, lo cual implica hacer la edición definitiva de
textos importantes cuyas ediciones originales salieron llenas de erratas o incompletas; es
también problematizar la relación entre la producción literaria, la cultura y la sociedad, a
manera de que se ubique a la misma en su justa dimensión; se le enseña al estudiante a
investigar, a hacer trabajo de archivo, a leer los textos con extremo detalle y con sumo
cuidado, a regodearse con la belleza de las palabras, pero también a pensar críticamente en el
sentido de que no les den atol con el dedo sino aprendan a conocer su sociedad y su cultura
para problematizarla y contribuir a mejorarla, y es también enseñar la vocación de escritor a
quien la tiene. No somos “críticos”. Somos académicos, mentores, profesores.