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Reseña del libro: Maquiavelo: una guía contemporánea sobre lo político y el Estado, Israel
Covarrubias (coord.), México, Tecnos, 2017
1
El Príncipe fue en realidad publicado póstumamente, en 1532. Que 1513 se tome como la fecha de su
composición se lo debemos a la célebre carta de diciembre de ese año que Maquiavelo escribe a su amigo
Francesco Vettori en la que le cuenta que ha “compuesto un opúsculo De Principatibus, donde profundizo
todo lo que puedo sobre este tema, disputando qué es principado, de cuáles especies son, cómo se adquieren,
cómo se mantienen, por qué se pierden” (Maquiavelo, 2013: 138). Entre las publicaciones relacionadas con
este aniversario se encuentran los libros de Erica Benner (2013), Miguel Vatter (2014), Filippo del Lucchese
(2015), Maurizio Viroli (2014), entre otros.
lectores de Maquiavelo, que tiene por objeto mostrar el vínculo existente entre el concepto
maquiaveliano de virtù y sus reflexiones sobre el estado. Más precisamente, el tema del
ensayo es el de la virtù necesaria para tener éxito en la empresa consideraba por
Maquiavelo la más difícil de todas, a saber, la de la fundación de un estado.2 “El momento
fundacional del Estado –escribe Borisonik- requiere de la potencia y virtud de un héroe
individual que con su masculinidad atraiga y domine a la fortuna” (p. 34).3 Para el autor, la
figura de Castruccio tendría una especial importancia en la medida en que ésta encarna las
virtudes políticas que el príncipe nuevo debía poseer en orden a tener éxito en la fundación
del estado. Castruccio, de hecho, según Borisonik, ilustra a la perfección “las ilusiones
maquiavelianas de despertar la valentía y la voluntad de algún hombre virtuoso, cuyo
ímpetu pudiera unificar a Italia” (p. 40).
Relacionado con lo anterior, la vida de Castruccio es también una vía para representar, en
un lenguaje distinto al utilizado en El Príncipe y en los Discursos, las tensiones entre virtù
y fortuna en un caso preciso. Al respecto, Borisonik destaca que en Maquiavelo
encontramos un modo de valoración por completo desligado de los mandatos éticos de
carácter universal. Para Maquiavelo, señala correctamente, las acciones deben valorarse no
por su adecuación a nociones abstractas preconcebidas sino por los efectos que producen
dentro de un contexto en constante movimiento. La virtù, por ello, es siempre “virtud en
acto (es decir, en un tiempo y en un espacio)” (p. 39). Otra cuestión que aparece
mencionada en el ensayo es el de la relación entre el príncipe nuevo y el pueblo. Borisonik
señala en este sentido que “el apoyo civil al poder político también es un tema recurrente en
las obras de Maquiavelo” (p. 38). Lamentablemente, quizá por razones de espacio no se
extiende sobre este punto. Un análisis más detallado de esta cuestión habría servido no sólo
para vincular aún más estrechamente este texto “menor” con las obras teóricas del
florentino, sino también hubiera echado luz sobre el modo en que la virtù del príncipe entra
2
“Tengamos en cuenta que no hay cosa más difícil de tratar, ni en la que el éxito sea más dudoso, ni más
peligrosa de manejar, que convertirse en responsable de la introducción de un nuevo orden político” (El
Príncipe, a continuación P, 6).
3
Para un análisis de la retórica masculinista de Maquiavelo, véase Pitkin (1999)
en relación con el conflicto entre las partes de la ciudad y, específicamente, con el deseo del
pueblo de no ser dominado.4
Acerca del cálculo, el autor sostiene que éste no implica en Maquiavelo un ejercicio
delimitado por una estrategia fija y predeterminada. Al ser realizado siempre en un espacio
caracterizado por la contingencia y el des-orden, el cálculo es necesariamente “infinito”, ya
que el sujeto no puede dejar de sopesar continuadamente los resultados de sus acciones al
interior de un horizonte en perpetuo movimiento. Su discusión sobre la categoría de
potencia la comienza haciendo referencia al capítulo 18 de El Príncipe, en particular al
pasaje en el que Maquiavelo apela a la figura del centauro Quirón y a la necesidad que tiene
el príncipe de “saber usar ambas naturalezas”, la humana y la animal. El objeto de dicha
alusión es la de mostrar que la potencia requiere de la “fabulación”, es decir, del poder del
príncipe para crear ficciones que tiendan a aumentar su poder: “la significativa maestría de
Maquiavelo radica en despejar junto con la categoría de fuerza (“potencia”), la de astucia y
engaño o disimulo en cuanto intrínsecas a la misma naturaleza del poder” (p. 76).
4
“[E]n todas las ciudades existen estos dos tipos de humores; que nacen del hecho de que el pueblo no quiere
ser gobernado ni oprimido por los grandes y en cambio los grandes desean dominar y oprimir al pueblo” (P,
9).
De la conquista del poder, el tercer y último elemento de la “geometría del conflicto”, lo
que destaca el autor es que ésta no se da, en Maquiavelo, “ante la mirada trascendente del
Señor” sino que se somete al “juicio ocular del pueblo” (p. 78). Con esto no sólo quiere
indicar que el poder del príncipe carece de un fundamento trascendente sino también que la
conquista y el ejercicio del poder pasan en realidad por la relación entre gobernantes y
gobernados: “lo que se inaugura es, en todo caso, una relación entre gobernantes y
gobernados que adquiere la forma de una relación de poder” (p. 79). De este modo, el
conflicto entre humores sería la base de la conquista y la tarea de mantenere lo stato, señala
correctamente, pasaría a depender de la complementariedad entre la virtù o fuerza del
príncipe y el deseo del pueblo de no ser dominado. En lo que estoy en desacuerdo es con la
afirmación de que esta comprensión de la dinámica política implicaría una suspensión del
momento político, esto es, de la conflictividad entre las partes de la ciudad. Al hacer del
conflicto el fundamento de la sociedad y, por ende, del poder del príncipe, Maquiavelo
señala, por el contrario, que aquél es una condición ineliminable de la vida política y que,
antes que su erradicación de la ciudad, el desafío es hacerlo productivo institucionalmente.
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“Y los hombres, en general, juzgan más por los ojos que por las manos; que a todos es dado ver, pero tocar
a pocos. Todos ven lo que pareces pero pocos sienten lo que eres y esos pocos no se atreven a oponerse a la
opinión de la mayoría que tiene además el poder del estado que les protege; y en las acciones de todos los
hombres, especialmente de los príncipes, donde no hay tribunal al que apelar, se atiende al resultado” (P, 18).
Más todavía, “el príncipe-líder debe ser capaz de mandar, sujetado a la necesidad de
controlar e imponerse sobre la naturaleza humana, con la conveniente capacidad para
ejercer el mal” (p. 148, cursivas en el original).
Los ensayos que componen la segunda parte del libro buscan establecer el modo en que las
circunstancias personales que experimentó el florentino, así como el entorno político y
cultural en el que se desarrolló, fueron incorporadas a su teoría política. La intuición
general que resume estas contribuciones es bien expresada por Roberto García cuando
escribe que “puede ganarse mucho en la interpretación de la obra de Maquiavelo si se
observa que muchos de sus postulados son producto mismo de su experiencia política y de
sus juicios como hombre de gobierno, como servidor de una república renacentista” (pp.
192-193).
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“Debe, por lo tanto, quien llegue a príncipe con el favor del pueblo, mantenérselo amigo, cosa fácil ya que el
pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero uno que contra la voluntad popular llegue a príncipe con el apoyo de
los grandes, deberá, ante todo, intentar ganarse al pueblo, lo que será fácil si se convierte en su protector” (P,
9).
En su trabajo, “Maquiavelo: la educación y formación de un humanista”, Roberto García
aborda dos etapas de la vida de Maquiavelo, su infancia y juventud, de 1469 a 1498, y su
período como funcionario de la república de Florencia, de 1498 a 1512. Éste es, a su vez,
divido en tres períodos. El primero abarca los cuatro años que van desde su ingreso a la
Segunda Cancillería de la República de Florencia, en 1498, hasta 1502, año en que
comienza a realizar misiones diplomáticas de suma relevancia para la ciudad. Estas
misiones lo conducirán a entablar contacto, entre otras figuras políticas relevantes del
momento, con César Borgia, quien había iniciado una política de expansión que amenazaba
los intereses de Florencia. Este encuentro, como se sabe, habría causado en Maquiavelo una
honda impresión, al grado de proponer al Duque Valentino en el capítulo 7 de El Príncipe
como un modelo para la imitación, lo que constituye un ejemplo notable del tipo de cruces
entre experiencia y producción teórica que constituyen el tema de este apartado.7
De hecho, otro de los ensayos de esta sección, titulado “Guerra y política en Maquiavelo”,
está dedicado por completo a esta cuestión. En él, Adolfo Garcé sitúa la clave de
interpretación de la obra de Maquiavelo en su experiencia diplomática. “Maquiavelo –
7
Que Cesar Borgia sea efectivamente un modelo de la virtù maquiaveliana ha sido puesto en cuestión de
manera enfática en Benner (2013: 89-111).
8
Todos los escritos citados está traducidos al español y se encuentran recogidos en Nicolás Maquiavelo
(2013).
escribe- se dedicó a la diplomacia en tiempos en los cuales política y guerra constituían dos
cara de la misma moneda” (pp. 230-231). La vida civil y la militar se encontraban entonces
profundamente unidas, cuestión que se vería expresada claramente en los textos de
Maquiavelo, en los cuales las cuestiones de la guerra resultan inescindibles de la actividad
política.9 No se trata sólo de que “la virtù del príncipe coincide con las aptitudes exigidas a
un buen jefe militar” (p. 236). Para Maquiavelo, opina Garcé, la guerra exterior y la política
interna de los estados se encuentran perfectamente integradas. Garcé también señala, sin
embargo, que en último término la política no es reductible a la guerra. La política, a
diferencia de esta última, se refiere también a la “libertad (la principal clave explicativa de
la añorada ‘grandeza de Roma’) y al bienestar de los ciudadanos, a la participación popular
y las instituciones que la hacen posible” (p. 238). En suma, si bien la guerra, “su
organización y reglamentación”, es un “imperativo fundamental para el éxito del príncipe”,
la política en realidad “trasciende la omnipresencia de la guerra y su lógica” (p. 238).
Si bien es cierto que Maquiavelo no difumina las fronteras entre guerra y política, en El
Príncipe y de modo aún más claro en los Discursos, vincula de modo explícito la cuestión
de la guerra, más precisamente, la del armamiento del pueblo, con la de la libertad política.
El ejército de ciudadanos es concebido por el florentino no sólo como un arma en contra de
los enemigos extranjeros, sino también como un instrumento para mantener la libertad al
interior de la república. Lo que intento indicar es que la conexión entre la guerra y la
política va más allá de las similares estrategias que implican o de la virtù que exigen del
príncipe. A este respecto, hay quienes incluso llegan a señalar que la concepción del
ejército defendida por Maquiavelo puede caracterizarse como democrática o populista,
puesto que el efecto de la expansión militar de Roma fue el de haber proporcionado a la
plebe “fuerza y aumento”, haciéndola difícil de controlar por el senado.10
Los otros dos ensayos que conforman la segunda parte del libro, “El contexto sociocultural
de Nicolás Maquiavelo”, de Herminio Sánchez, y “Nicolás Maquiavelo y el colapso del
pensamiento medieval”, de Juan Cristóbal Cruz y Martha López, abordan cuestiones más
9
“Un príncipe, pues, no debe tener otro objetivo, ni otra preocupación, ni considerar cosa alguna como
responsabilidad personal, excepto la guerra y su organización y reglamentación, porque éste es un arte que
compete exclusivamente a quien manda” (P, 14).
10
Véase, entro otros, Del Lucchesse (2015) y Winter (2014). Cfr. Hulliung (2015).
generales, tales como las de la relación de Maquiavelo con el humanismo renacentista o el
modo en que su pensamiento se inscribe dentro del contexto de la decadencia del
pensamiento político medieval. La obra de Maquiavelo es aquí considerada como
inaugurando “un programa de investigación intelectual ante el colapso del pensamiento
medieval” (p. 244). Este nuevo programa se expresaría sobre todo en términos de una
nueva antropología política, que considera a todos los hombres igualmente malos, así como
en una novedosa reflexión en torno a la acción humana y sus posibilidades.
Al comienzo de esta reseña señalé que nos encontramos, en parte por razones cronológicas,
en medio de un nuevo “momento maquiavélico”. Maquiavelo: una guía…, forma parte de
este momento siendo, además, a mi modo de ver, la publicación más relevante hecha en
México en los últimos años en torno a la obra del secretario florentino. Ahora, este
renovado interés por los escritos de Maquiavelo, que podría servirnos como prueba de la
vigencia de su pensamiento, en realidad nos obliga a preguntarnos por las razones de
nuestra continuada lectura. Es decir, más allá de su incorporación al canon de la teoría
política, y de su incuestionable lugar dentro del “museo” de la disciplina, al lado de figuras
como la de Platón, Aristóteles, Hobbes y Rousseau, ¿para qué sirve leer a Maquiavelo hoy?
¿No constituye un anacronismo seguir buscando respuestas a los problemas
contemporáneos en la obra del secretario florentino?
Pero, ¿qué es lo que comienza con Maquiavelo? Lo que se propone en este libro colectivo
es, fundamentalmente, que Maquiavelo inaugura una nueva semántica, moderna, sobre lo
político. Más precisamente, Maquiavelo es considerado el fundador de un nuevo lenguaje
que, sobre todas las cosas, nos permite reconocer “la inmanencia del conflicto en la
dinámica social de lo político” (p. 16). Aprovechando esta afirmación hecha por
Covarrubias, quisiera concluir señalando que más allá de las razones teóricas, la necesidad
de seguir reafirmando la verità effettuale de Maquiavelo hoy tiene importantes implicancias
prácticas, especialmente en un momento histórico en el que una concepción tecnocrática de
la política pretende dejar la actividad política en manos de unos pocos expertos negando
con ello la productividad política del deseo del pueblo de no ser dominado. El libro propone
esto también. Recuperar la lengua común heredada por Maquiavelo no solo para la teoría,
sino también para la práctica política en un contexto en el que los recursos materiales y el
saber experto, propiedades históricamente vinculadas con las oligarquías, tienden a dominar
el quehacer político en las democracias contemporáneas.
REFERENCIAS
Pitkin, Hannah (1999), Fortune is a woman: Gender and Politics in the Thought of Niccolò
Machiavelli, Chicago, The University of Chicago Press.
Vatter, M. (2013), Machiavelli´s The Prince, London, Bloomsbury