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TE DISTE ENTONCES CUENTA

Hubo un tiempo cercano


en el que los sentidos
servían para algo.

Abundaba el placer
y la amistad acariciaba
al perro con viento a favor,
para que no mordiera
la realidad del desencanto.

Reíamos por culpa de la ginebra,


ignorando al ingenio,
y sudábamos por los poros
sueños de sensación,
ésos que sólo tienes
cuando vas muy drogado
y crees que ella te mira
sin importar si lo hace de veras.

Nos sacudíamos
el futuro a brazadas
en medio de la pista,
como queriendo echar lejos
lo que ignorábamos
estaba por venir,
y compartíamos en el baño
algo que, con el tiempo,
criticaríamos de los otros:
la arrogancia de la juventud.

Y cuando la cabeza se volvía loca


y daba todo vueltas,
el grifo del baño
siempre te devolvía la realidad:
ni siquiera soltaba un hilo de agua
para echarte a la boca como auxilio.
Te diste entonces cuenta
que la vendían en la barra
y descubriste, al acabar la noche,
que la felicidad también se puede comprar,
aunque sea mentira
y al día siguiente
no puedas despertar
de la resaca.

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