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Material reproducido por fines académicos, prohibida su reproducción sin la autorización de los titulares de los derechos.
Ahora tomemos otro caso, apartes de la descripción de las terrazas:
La forma verdadera de la ciudad está en ese subir y bajar de los
techos, tejas viejas y nuevas, acanaladas y chatas, cumbreras gráciles
o pesadas, pérgolas de cañizo o cobertizos de fibrocemento ondula-
do, barandillas, columnitas que sostienen macetas, albercas de cha-
pa, tragaluces, lumbreras de vidrio, y sobre todas las cosas se alza
la arboladura de las antenas de televisión, derechas o torcidas, es-
maltadas u oxidadas, en modelos de generaciones sucesivas,
diversamente ramificadas y retorcidas y aisladas, pero todas flacas
como esqueletos e inquietantes como totems...
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otros casos, un maestro de la precisión semántica. Luego el conocimiento
y la exactitud del sustantivo son claves para la descripción. De otra par-
te, Calvino va como tomando diapositivas a cada hecho; hay un trabajo
de filigrana, un cuidado por el detalle. Lo que se quiere describir es
fijado, congelado; se lo somete a filtros de color, a diversas tonalidades,
a variados juegos de perspectiva. Cualquiera puede notar que hay en
esta escritura muchas horas empleadas para captar la esencia y desechar
el accidente. Porque describir -y esa puede ser otra clave significativa
para nuestro oficio-, es más que una sumatoria de elementos, más que
un listado de palabras. La descripción es una tarea de clarificación, de
jerarquía, una depuración que la mirada hace sobre las cosas o las per-
sonas. Por lo mismo, cuando uno quiere ejercitarse en hacer descripcio-
nes, su primera lucha es con la barahúnda imprecisa de vocablos, con
la falta del concepto exacto, con el uso de términos genéricos, con el
escaso o descuidado conocimiento que tenemos del mundo y de los
seres que lo pueblan. A lo mejor, así como Calvino lo confesó después
en una entrevista, deberíamos imitar las descripciones de Lucrecio, en
ese otro texto magnífico, De la naturaleza de las cosas:
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Tal vez describir sea un ejercicio de "literatura científica". Deman-
da del aprendiz de escritor el ojo del botánico o del geólogo; una mira-
da capaz de captar las diferencias, de saber descubrir los matices. Y es
acá donde la fotografía o la pintura pueden ser de gran ayuda. A mí me
encanta, por ejemplo, a partir de ciertas fotografías de periódico o de
revistas, descomponer la escena en palabras, hacerle un análisis, una
descripción:
La madre mantiene sus manos apretadas, como orando. Sus ojos
están cerrados. Parece como dormida. Así como cuando uno se
queda dormido en el puesto de un bus. El asiento es nuevo. Es una
silla lujosa, con una esmerada talla en cada una de sus patas. Los
zapatos de la señora están sucios; también le quedan amplios, segu-
ramente por el uso frecuente. Al lado de ella, su hijo más pequeño.
La mirada del niño está como entretenida en alguna nube o en
alguna forma caprichosa del humo; el niño tiene una mirada de-
masiado seria para su edad. Los niños no miran con tanto dolor.
Está sentado como para una foto de estudio. Se lo ve como abando-
nado. En medio de los dos, un hombre joven contempla un lugar
distante; mira el piso, pero en dirección distinta a donde está el
cadáver de Martha Liliana. El hombre joven protege con una de
sus manos, la mano del niño. Al frente de ellos, como testigos mudos
del evento, una garrafa llena de un líquido morado, y una bolsa
deshecha. Luego, en el mismo sentido, una enorme sábana, donde
puede leerse "Policía Nacional". Los vidrios se confunden con los
cables de la luz. Martha Liliana: siete años sepultados, de golpe,
en medio del silencio de las palabras y los ojos.
Este tipo de ejercicios ayuda a afinar el ojo, a darle una noción espacial
a la escritura. Además, proporciona en quien escribe una idea de lo que
es "composición de lugar". Contribuye a dotar al escritor de esas otras
herramientas empleadas por el cine: el plano, la profundidad de cam-
po, el valor del detalle... Me animo a compartir otro ejemplo de mi
propia cosecha, teniendo como base, esta vez, una obra pictórica:
El cuadro es de Dióscoro Puebla: "Primer desembarco de Colón
en el Nuevo Mundo". Una oblicua trazada desde la parte superior
izquierda hasta el margen inferior derecho, divide los dos mundos.
De un lado, escondida detrás de la exuberancia de la naturaleza
(hojas de plátano enormes, gigantes hojas) la desnudez edénica, la
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desnudez de las momias: petrificados, atónitos, curiosos pero -sobre
todo- escondidos... siete indios. Todas sus miradas se centran en los
visitantes. Más que por la sorpresa, los ojos curiosean temerosamente.
Al otro lado, más solar, menos oscura que la primera escena, entre
el dorado y la claridad del cielo, entre el azul y el resplandor del
amarillo, altivos, muy altivos... diecisiete hombres. Al frente, poniendo
rodilla en tierra, levantando con su mano izquierda un estandarte
y con la derecha una espada, Colón mira hacia las alturas. Es el
momento de la posesión. Al lado de él, un fraile. Su mano derecha
asume el gesto del "dominus"; la izquierda, enarbola un crucifijo.
El fraile no mira al cielo, su mirada se centra en un más allá in-
sondable, lejano, distante. Atrás de ellos dos, como haciendo un
coro, los quince hombres restantes se dividen el escenario. La mayoría
mira hacia arriba, en acción de gracias u observando, quizás, la
más alta de las ceibas absolutamente desconocida hasta ahora para
sus ojos. Uno de los hombres besa la tierra, otro la agarra entre sus
manos como si fuera un plato de comida o un enorme pan. Nadie,
ninguno de los diecisiete personajes descubridores mira a los siete
indios descubiertos.
Aprender a describir partiendo de obras pictóricas parece ser un
recurso empleado también por escritores de alta calidad imaginativa.
Baste mencionar sólo un caso: Antonio Tabucchi, y uno de sus cuen-
tos, que puede servirnos como refuerzo y prueba magistral de lo que
venimos diciendo: "Los volátiles del Beato Angélico" La descriptiva
como dispositivo para la ficción. O la descriptiva al servicio de la poe-
sía. Cuánto hay por aprender de Neruda en sus tres libros de Odas; qué
fineza en la percepción, qué ojo tan perspicaz y tan escrupuloso en las
imágenes... "Oda al nacimiento de un ciervo":
Se recostó la sierva
detrás
de la alambrada.
Sus ojos eran
dos oscuras almendras.
El gran ciervo velaba
y a mediodía
su corona de cuernos
brillaba
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como
un altar encendido.
Sangre y agua,
una bolsa turgente,
palpitante,
y en ella
un nuevo ciervo
inerme, informe.
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a descubrir las aguas en el monte.
Miró el mundo radiante.
Elcielosobre
su pequeña cabeza
era como una uva
transparente,
y se pegó a las ubres de la cierva
estremeciéndosecomosirecibiera
sacudidas de luz delfirmanento.
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lien en 1997, llevó a cabo el ejercicio. Ella tituló su trabajo: "Aproxi-
ación a la madurez".
Primera semana.
Día uno: Escoger el tomate, muy verde, muy rojo, pintón. Buscar el
lugar donde permanecerá por varios días. En mi habitación, no. En la
cocina, mi mamá lo gastaría. En la sala, sí; que todo el mundo lo vea,
no importa. Hablar de un tomate, mis hermanas se rieron, mi mamá
creyó que era algo extraño. ¿Qué puedo decir de un tomate?
Día dos: Este tomate es grande, debe saber muy rico en una ensalada
con aguacate y lechuga. Pero el pobre está aquí frente a mí, sólo, sin
poder cumplir su misión. ¿Cuál es la misión de un tomate? Supongo
que servir de alimento, en ensaladas, en guisos, o en salsa de tomate.
Tal vez servir de inspiración a un principiante escritor.
Día tres: Este lugar donde está el tomate, es demasiado amplio, el sol
sólo entra en las mañanas y algo en las tardes. No veo grandes cam-
bios. Es verde. Tiene algunas manchas amarillas, de un matiz entre el
verde más claro y el amarillo.
Día cuatro: Creo que la naturaleza hace las cosas perfectas. Empie-
zan a aparecer manchas más amarillas, algunas casi naranjas. Los colo-
res de la maduración de este tomate, son como los de algunas flores
silvestres, de las que están de moda y venden en las carreteras los
domingos en la tarde.
Día seis: Las tonalidades entre color y color, hacen del "ver" un mi-
lagro, el ojo distingue entre colores claros y oscuros, es sensible al
brillo, a la textura, a la intensidad y a la armonía. El tomate como
objeto es perfecto, en él hay equilibrio en su forma, en sus colores, en
su piel. Como alimento supongo está en el momento en que estaría
perfecto en un plato.
Día siete: Tomate: (azteca, tomad). Fruto de la tomatera. Posible-
mente oriundo de México o Perú. Se cultiva durante todo el año en
los países cálidos y en invernaderos. Las variedades españolas de to-
mates más importantes son "la canaria y la valenciana" de tamaño
pequeño y grande. Pertenece a la familia de las solanáceas (plantas
gamopétalas). Los tomates son fruto de la tomatera que es una planta
"dicotiledónea", su característica principal es que tienen semillas com-
pletamente encerradas. Otros alimentos de este grupo son las patatas
(Tomado de "Las plantas". El mundo de la Botánica).
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Segunda semana
Día ocho: El rojo del tomate ha empezado a cambiar de rojo-claro
casi naranja oscuro a un rojo más intenso. ¿Qué estará pasando en el
interior? Aún es duro; en sus partes más rojas, más blando. Lo tomo
en mi mano, se me cae, rueda, gira, se estabiliza en su parte superior.
Día nueve: No sé qué más escribir sobre el tomate. Hay cambios, lo
sé, pero no tan fáciles de describir como para escribirlos y hacerlos
distintos.
Día once: En el lugar más rojo del tomate, una región no muy exten-
sa, la piel se ha empezado a arrugar muy poco. Este lugar es blando y
se siente lleno de agua. Pobre tomate. Es como un universo, no. Como
un planeta. Lleno de vida, de agua, de vitaminas, proteínas, fibra, qué
sé yo. Un planeta desierto, deshabitado, desde aquí. Tal vez sus úni-
cas habitantes sean las semillitas que guarda en su interior, cubiertas
por capas y capas de tejido tomatoso y albergadas en lo húmedo y
gelatinoso, en lo más profundo de su interior. ¿Todos los tomates son
iguales? Sí, son iguales, en principio.
Día trece: El pobre tomate ha cambiado de lugar muchas veces. Para
limpiar el polvo, para ver ordenada la sala. En la cocina no porque se
está pudriendo. Pienso que la cocina es el ambiente más propicio para
cambiar los estados del tomate. Es un espacio, con una atmósfera cáli-
da y húmeda por los vapores de la cocción de alimentos. Justo el
lugar, el nuevo hogar del tomate donde están sus primos que próxi-
mamente serán consumidos.
Día catorce: ¿La luz del sol, el flash de la cámara fotográfica contri-
buyen a los cambios? Tal vez sí pero muy lentamente, son factores
externos, el más importante es el tiempo. Su paso deja huella, imposi-
ble de retroceder o de invertir.
Tercera semana
Día quince: Lo veo igual que ayer, con la esperanza de que hayan
cambios notables. No hay nada. Quiero escribir, pero el día afuera es
frío, mi mamá está entumida, algo no me deja escribir. No quiero
volverte a ver. Tomate.
Día diez y ocho: El tomate empieza a tornarse más oscuro. Es un
círculo, lo que nace de la tierra vuelve a ella. Si este tomate hubiera
estado hasta su madurez en un árbol, (habría caído y terminado nue-
vamente como parte de la tierra) en un momento su destino se trans-
formaría. Volvería a ser parte de la tierra. La vida implica la muerte,
el principio y el final, la alegría y la tristeza, el rojo y el marrón, el
brillo y lo opaco, la piel lisa y la piel arrugada.
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Día veinte: ¿Qué pasaría si...? En mi laboratorio llegara un paciente,
Don Tomate, y se extrajera de su interior, con una jeringa muy aguda
ese líquido rojizo y espeso. Tal vez se arrugaría más pronto. El tiempo
comprobará esta hipótesis. Mi intención es ayudar al aceleramiento
de la vejez de este fruto. ¿Lo lograré? ¿Tal vez degeneración al contac-
to con el aire?
Día veintiuno: Efectivamente sus arrugas son más pronunciadas. Al
extraer el líquido una falta de cuidado y de tacto posibilitó el rompi-
miento de la piel. La carne se ve ahí, quieta, inmóvil, húmeda. Su
olor es ácido, penetrante.
Cuarta semana
Día veintidós: Ha empezado a negriarse o a oscurecerse aún más,
casi hacia los tonos marrón, es inminente la putrefacción del elemen-
to. Ojalá sea pronto. Gloria (mi mamá) insiste en que lo bote, pues ha
empezado a salirse por varios poros abiertos un líquido transparente
con algunas pintas rojas.
Día veintitrés: El moho en diferentes alimentos tiene la propiedad
de cubrir primero lo exterior, para luego atacar el interior. Es gris,
verdoso, azuloso, suave y pegachento, desagradable. Acelera los pro-
cesos internos del alimento. Fermenta el interior y da paso a olores
insospechados y hostigantes.
Día veintiséis: Hoy me despido del tomate, su apariencia es lamenta-
ble, su aroma es insoportable. Cada vez que coma tomate, recordaré
esta experiencia. Cada vez que vea una arruga recordaré su piel, cada
vez que vea unos labios rojos, recordaré su carne, cada vez que vea la
felicidad o la tristeza recordaré su esencia, su líquido, su vida. Ha sido
mi compañero, le tocó terminar en la basura, él no lo pidió. Era un
tomate perfecto, en su color, en su tamaño, en su forma, en toda su
apariencia, sobresalía y por eso fue escogido. Terminó mal, el tiempo
carcomió sus entrañas. Alegró con sus colores algunos momentos y re-
cordó que la vida está ahí y se transforma a cada segundo. Su tiempo
terminó. Su tamaño se redujo, sus colores vivos y alegres se marcharon
para dar paso a otros tenues y oscuros, se desangró poco a poco, man-
chó hojas de papel, pero su imagen fue capturada en mi mente y en el
papel fotográfico. Aunque ya no existe, aún permanece.
Pero además de este proceso día a día, semana tras semana, Ruth
Angela incluyó otra serie de observaciones en su cuaderno:
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Un tomate sin color... No. El color es como la esencia, como el
aliento, es lo que le permite la dinámica. ¿Cuántos colores o gamas de
tonos pasan por o a través de la existencia de un tomate? Cientos.
Cada segundo los colores van cambiando al igual que la vida, que los
sentimientos y los pensamientos. ¿Qué sería de un tomate azul? Pro-
bablemente nadie lo comería. El color atrae, el rojo provoca, es sen-
sual, es el color de la vida, del fuego, de la sangre, del calor, de la
intensidad, de la acción, de la seducción.
Primera impresión del arrugamiento de la piel del tomate: Se
parecen a las arrugas de la piel humana, y me refiero no a las de la
vejez, sino a las estrías que se forman en los pliegues de las articulacio-
nes y hasta las microscópicas arrugas de la piel de las manos.
Segunda impresión del arrugamiento de la piel del tomate:
Arrugas mucho más avanzadas y profundas, cambio en el color. El paso
del tiempo no perdona (diría mi abuela). La piel del tomate se hace más
frágil a la luz, al tiempo. Cualquier parecido con la piel del hombre no
es coincidencia.
Mirar su interior: El cuchillo pasa suavemente al través. Al igual que
su exterior, el interior se hace responsable por los cambios de color del
afuera. Se confunden colores y texturas. La carne del tomate es roja, es
naranja, es amarilla, sus venas son ocres y atraviesan toda su existencia.
Su corazón, lo más claro, lo más duro, lo último en madurarse. No
estoy segura, pero creo que el tomate madura de afuera hacia dentro.
Su interior es el último en enterarse de los cambios, de la transforma-
ción. A medida que pasa el tiempo es más jugoso. Es decir, menos
carne y más agua. Para luego ser menos agua, menos vida.
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Quinto estado: El cuerpo es pasto de los animales. Su vientre se
abre. En ningún lugar nuestros cuerpos escaparán a la destrucción.
Sexto estado: El cuerpo está podrido y se vuelve verde. El esqueleto,
todavía teñido de sangre, es despojado de su carne. ¿Cómo podemos
dejar de pensar que nuestro cuerpo será devorado por los perros?
Séptimo estado: El cuerpo es sólo un esqueleto cuyos miembros
todavía están reunidos. Sólo la carne distingue al hombre de la mujer,
sus esqueletos son los mismos.
Octavo estado: Los huesos del esqueleto se quiebran y esparcen.
Todo lo que más nos gusta contemplar en un cuerpo se pudre y desva-
nece en polvo.
Noveno estado: Una vieja tumba en medio de la vegetación lujuriosa.
Cuando acabamos de visitar una tumba sobre el monte Toribé, ¿ve-
mos sobre ella algo más que gotas de rocío?
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