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“¿Se pueden impulsar cambios sociales y promover conductas que transformen la marcha a la

deriva de una comunidad en actitudes colectivas que mejoren la vida de todos? Ante
inquietudes como éstas es fácil caer en el desaliento y darse por vencido de antemano al son
de frases como "Esta sociedad no te deja", "La sociedad está mal", "Hay mucho egoísmo" y así
por el estilo. A veces estas funcionan como excusas para la inacción. Las transformaciones de
largo aliento y de profundas raíces, las que van más allá de lo espasmódico y del impulso breve
y bullicioso, no comienzan desde arriba hacia abajo, tampoco desde afuera hacia adentro y
menos desde lo grande a lo pequeño. Es exactamente a la inversa. No son los gobernantes ni
los funcionarios, no son revelaciones que llegan desde otras dimensiones y no son
movimientos multitudinarios y armónicamente acompasados los que producen esos
fenómenos. Ninguna sociedad existe antes que sus integrantes ni subsiste sin ellos. Una
sociedad empieza con al menos dos personas (la palabra deviene del latín societas, que
significa unión) y desaparece donde no hay nadie.

Cada uno de nosotros es, por lo tanto, la sociedad. La suma de nuestras actitudes, de nuestras
acciones, de nuestras elecciones, de nuestros propósitos, de nuestras creencias da como
resultado un tipo de sociedad. Esta se transforma y cambia desde cada uno de sus integrantes,
nadie queda al margen de tal responsabilidad y cada quien debe asumirla en el lugar puntual
en donde vive, trabaja, se vincula y se desempeña como ciudadano. En esos espacios somos
influyentes. Esto significa que en nuestra pareja, en nuestra familia, en nuestras relaciones
sociales, en el consorcio, en el barrio, en el club, en el trabajo, en la profesión, en la calle
(como conductores, ciclistas o peatones), en los deportes que practicamos, en aquellos de los
que somos espectadores, podemos ejercer valores, tomar iniciativas, adoptar conductas que,
sin duda, tendrán allí un efecto producirán una modificación así sea imperceptible. De esas
conductas y de los valores que ejercemos somos responsables y por ellos podemos y debemos
responder. La responsabilidad es siempre individual. Nuestro amigo Mauro nos proporciona un
ejemplo sencillo y poderoso. Desde su lugar toma una decisión y lleva adelante una acción
destinada a servir a otros y a mejorar un poco el mundo (un poco multiplicado es mucho). No
espera que otros empiecen, no teme ser el único, confía en que cada quien hará su parte. No
espera grandes proclamas, órdenes impartidas desde una cúpula, no busca recetas ajenas, no
teme que lo suyo sea poco y se pierda. Hace lo que siente que debe hacer. De eso se trata. De
que cada uno recupere el discreto protagonismo que le es propicio y se proponga vivir en los
lugares reales y cotidianos de su experiencia con los valores, las conductas y las normas que
quisiera ver plasmados en la sociedad que integra. ¿Alguien diría "Yo no puedo"?”

Por Sergio Sinay, Revista La Nación, 6/10/13, en http://www.lanacion.com.ar/1626400-dialogos-del-alma

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