Vous êtes sur la page 1sur 318

OTRA DIMENSIÓN DE LA COLECCIÓN GAVIOTAS DE AZOGUE

CÁTEDRA IBEROAMERICANA ITINERANTE DE NARRACIÓN ORAL ESCÉNICA


COMUNICACIÓN, ORALIDAD Y ARTES
Número 22 / Novela / Madrid / México D. F. / 2013

1
2
LOS LIBROS
DE LAS GAVIOTAS

© Armando José Sequera


© De esta Edición: Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES)
Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE)
Director General: Francisco Garzón Céspedes
Asesora General: María Amada Heras Herrera
Director Ejecutivo: José Víctor Martínez Gil
Directora de Relaciones Internacionales: Mayda Bustamante Fontes
Directora de Extensión Cultural: Concha de la Casa.
Madrid / México D. F., 2013 / ciinoe@hotmail.com

Derechos reservados.
Se autoriza el reenvío sólo por correo electrónico como archivo adjunto PDF.
Se autoriza a las bibliotecas a catalogarlo para el público.

3
4

http://loslibrosdelasgaviotas.blogspot.com
http://ciinoe.blogspot.com
http://invencionart.blogspot.com
http://siesamorqueseadecine.blogia.com
http://fgcfgc.wordpress.com
LA
COMEDIA
URBANA 5

ARMANDO JOSÉ SEQUERA


NOVELA
Primer Premio Bienal Literaria “Mariano Picón Salas”
Mención Narrativa “Salvador Garmendia”, Mérida, Estado Mérida
2001
A Mariana

A la memoria de Josune Dorronsoro

6
A MANERA DE PRÓLOGO

“Tú te pones a leer y no hallas lo que buscas. Entonces tienes que inventar
tu propio libro”. Juan Rulfo, en conversación con Fernando Benítez.

“Será una nueva Biblia... El último libro. Todos los que tengan algo que decir
lo dirán aquí... Anónimamente”. Henry Miller. Trópico de Cáncer.

“...con aquella vocería, hija de su barbaridad, con que suelen desfogar los
ardimientos de su cólera”. José de Oviedo y Baños. Historia de la Conquista y
Población de la Provincia de Venezuela.

“He aquí que me senté a escribir un libro sobre Caracas y lo que me salió
fue un kaleidoscopio. No por el estilo, sino por los temas, mi libro a lo largo de su
lectura irá dejando en el alma del lector un reguero de cositas pequeñas y colori-
das...”. Aquiles Nazoa. Caracas Física y Espiritual.

“Yo, en todo mi relato, me propongo escribir lo que he oído contar a cada


cual”. Herodoto. Los Nueve Libros de la Historia.

“‘¿Quién demonios ha escrito lo que sigue?’ Nada puedo contestar, porque 7


yo mismo me vería muy confuso si tratara de determinar quién ha escrito lo que
escribo. No respondo del procedimiento; sí respondo de la exactitud de los hechos.
El narrador se oculta. La narración, nutrida de sentimiento de las cosas y de históri-
ca verdad, se manifiesta en sí misma clara, precisa, sincera”. Benito Pérez Galdós.
Nazarín.

“Todo el valor de mi libro, si alguno tiene, estará en haber sabido andar dere-
cho sobre un cabello suspendido entre el doble abismo del lirismo y de lo vulgar
(que quiero fundir en un análisis narrativo). Cuando pienso en lo que puede resul-
tar, tengo deslumbramientos, pero cuando después pienso que me ha sido confia-
da a mí tanta belleza, me dan cólicos de espanto y ganas de huir a cualquier sitio”.
Gustave Flaubert. Carta a Louise Colet, 20 -21 de marzo de 1852.

“Pues bien: ¿Qué otra cosa es la vida humana sino una comedia como otra
cualquiera, en la que cada uno sale cubierto con su máscara a representar su pa-
pel respectivo, hasta que el director de escena les manda retirarse de las tablas?”.
Erasmo de Rótterdam. Elogio de la Locura.

“La vida es una sombra tan sólo que transcurre; un pobre actor que, orgullo-
so, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído”. William
Shakespeare. Macbeth.

“Vox populi, vox Dei”. Adagio Latino.


8
8:00 A.M.

“Mas cuando el tiempo se desgaja del tiempo...”. Octavio Paz. “Himno futuro”.

"... creemos en la ficción del tiempo, en el presente, el pasado y el futuro,


pero puede ser también que todo ocurre simultáneamente". Isabel Allende. La Ca-
sa de los Espíritus.

9
I Acto

CIVILIZADA
BARBARIE

“Hemos entrado en una barbarie. No ha habido invasiones. Después de to-


do, los bárbaros portan una energía que avigora civilizaciones cansadas. En nues-
tro tiempo es la sociedad la que, revestida de progreso, se barbariza. Se trata de
una destrucción ‘inteligente’”. Rafael Cadenas. Anotaciones.

10
Torre a Veroes
P ARA LLEG AR HASTA MARCOS P ARRA

Para llegar hasta Marcos Parra usted tiene una de dos: puede
irse por esta avenida, que es la avenida Urdaneta, ha sta la esquina de
Bolero, donde esTá el palacio de Miraflores. En Bolero, doble a la i z-
quierda y baje hasta la estación Silencio del Metro: esa es Marcos P a-
rra. Ahora, si prefiere irse por esta otra vía, también es fácil llegar.
Estamos en la esquina de Veroes y la que viene, a la izquierda, donde
está la Catedral, es la Torre. Ahí en la Torre, se va a encontrar a m a-
no derecha con la plaza Bolívar: usted la cruza en diagonal, pasando
frente a la estatua del Libertador, y llega a la esquina de Las Monjas.
En Las Monjas puede segui r a la izquierda hasta la esqu ina siguiente,
que es la de San Francisco. Si se va por la derecha, pasa frente al
Capitolio y llega a la esquina de P adre Sierra, donde antes estuvo la
casa natal de Francisco de M iranda. Ahí está un edificio bien feo y lo
único que recuerda a Miranda es una placa que nadie ve, ni lee, do n-
de dice que en ese lugar nació el prócer. Es que en este país no s a-
bemos conservar lo que tiene valor histórico, ni lo que tiene valor
estético... Pero, vo lviendo a lo nuestro, en Padre Sierr a usted sigue
derecho hasta la esquina que viene, que es Muñoz. Ahí se va a enco n-
11
trar con una avenida que llega hasta El Avila: esa es la avenida B a-
ralt. En Muñoz, tome a la izquierda y baje una cuadra hasta la e squina
de La Pedrera, y ahí vuelva a doblar, pero esta vez hacia la d erecha:
la esquina que sigue es Marcos P arra. Ahora bien, si cuando usted
llega a Las Monjas, decide seguir a su izquierda, va a caer, como le
dije, a la esquina de San Francisco, en la avenida Universidad, donde
está una ceiba eno rme y una iglesia. Justo en esa esquina, tiene que
doblar a la derecha, seguir recto tres cuadras por la avenida, y ya:
eso no tiene pierde.
Avenida Principal de El Bosque
SÓLO P AR A CERDOS

Mi asistente es un ingeniero recién graduado que hizo su p a-


santía en Puerto Ordaz, en una de esas grandes empresas del alum i-
nio, y regresó asqueado de las cOsas que vio allá. Me contó que como
no hay muchos lugares adonde ir ni dónde d ivertirse, los gerentes y
los profesionales que tienen altos cargos han organiz ado todo tipo de
cosas para entretenerse. Me habló de una a la que él asistió una n o-
che como espectador, invitado por un primo suyo que es director ej e-
cutivo de una siderúrgica. Para tomar parte era necesario estar inscr i-
to en un club llamado “El Potosí”, en e l que sólo aceptan a ejecutivos
con ingresos en dólares, no en bolívares, que estén dispuestos a ga s-
tar cualquier cantidad de dinero para pasarla bien. Los participantes
de esa noche habían comprado, previamente, los trajes de gala más
caros que consiguie ron aquí en Caracas e incluso algunos hasta los
importaron de Nueva York. Con ellos puestos, se reunieron en una c o-
chinera a la que le pusi eron tribunas, como si se tratara de un rodeo
americano. La gran diversión era meterse en los chiqueros, con sus
trajes de gala, a forcejear con un cerdo, para tirarlo al suelo e inmov i-
lizarlo. Mi asistente me dijo que lo que más le horrorizó fue ver que,
12
cuando terminó el espectáculo, los competidores botaron los trajes en
la basura, sin ningún dolor, y que cada traje t enía un costo aproxima-
do a cinco y hasta ocho meses de sueldo de cualquier trabajador de la
zona.
Calle Real del Carpintero
AL CINE, DE NOCHE

La otra noche Iraida se empeñó tanto en que fuéramos al cine


que por fin me convenció y bajamos el cerro, cuan do ya era oscuro.
Yo bajé chorreada, porque una escucha toDos los días en el noticiero
lo que hacen los malandros de la zona y, cuando al fin llegamos a la
Redoma de Petare y agarramos el M etro, yo en lo único que pensaba
era que teníamos que r egresar a medianoche y siendo viernes, para
completar. Por donde nosotras vivimos, parece que los viernes le
abrieran las puertas a la locura y no hay un fin de semana que no e m-
piece con por lo menos un muerto y una chorrera de heridos. Si tú me
preguntas de qué se tr ataba la película, la verdad es que no lo sé: yo
sólo me acuerdo de lo nerviosa que estaba. Iraida no, Iraida and aba
de lo más tranquila, como si tuviera gua rdaespaldas y viviera en el
Country. Después, a eso de las o nce, cuando veníamos de regreso, yo
me preguntaba “¿Quién me mandaría a hacerle caso a Iraida, quién?”,
hasta que por fin llegamos a Petare, en el último tren del Metro. Toda
la Redoma estaba llena de borrachos, que nos dijeron todo tipo de
groserías y nos hicieron cualquier cantidad de propos iciones. Por fin,
llegamos a la cola de los jeeps que vienen para la casa y, cuando nos
13
subimos a uno, faltaba un cuarto para las doce. Después recorr imos a
toda carrera las dos cuadras y media que hay que caminar desde do n-
de nos deja el jeep hasta la casa y, apenas llegamos, ahí mi smito me
acosté sin comer, dándole gracias a Dios por haber vuelto sana y sa l-
va. Y dime si tengo o no razón para asustarme: por la m añana, cuando
Iraida y yo salimos para el mercado, por allí no se hablaba de otra c o-
sa que de una señora a la que habían violado y asesinado cuatro m a-
landros, pasadita la medianoche, como a una cuadra de la casa.
Porvenir a Chimborazo
DETRÁS DE MICKEY MOUSE

¡M i a m o r . . . ! ¡M i a m o r . . . ! ¡T e e st o y l l a m a n d o p o r e l c e lu l a r
p o r q u e n o e n cu e n t r o d o n d e e s t a c i o n a rm e . . . ! ¡S í , a h o r i t a e st o y p a -
r a d o e n d o b l e f i l a , p e r o n o q u ie r O q u e ve n g a u n f is c a l d e t rá n s it o y
m e p o n g a u n a m u l t a ! ¡Si ya estás lista, baja rápido, que se nos ha
hecho un poco tarde! ¡Y ya que vas bajando, aprovecha y tráeme el
revólver pequeño...! ¡Sí, el de culata nacarada...! ¡¿Dónde?! ¡Creo
que está, debe estar en la repisa del comedor! ¡Si está, desde ahí lo
debes ver...! ¡¿No?! ¡Entonces está detrás del José Gregorio Herná n-
dez de yeso que tiene tu mamá en la peinadora! ¡Ah, no, ahora que
me acuerdo! ¡A n o ch e , p a r a q u e Jo s é I g n a c i o n o lo f u e r a a a g a r ra r ,
n i t a m p o co n i n g u n o d e l o s a m i g u i t o s q u e vi n o a su cu m p le a ñ o s , lo
p u se d e t rá s d e l M i c k e y M o u se d e p lá s t i co q u e t ú le co m p r a s t e e n
d i c i e m b r e y q u e é l n o q u ie r e ve r n i e n p in t u r a ! ¡Tráemelo rápido
aunque te dé miedo agarrarlo, porque como está el mundo, uno no
puede salir a la calle sin llevar con qué defe nderse!

14
Calle Suapure, Colinas de Bello Monte
EL CRISTO MIRÓN

A mí me preocupaba de pequeña eso de que Dios estuviera en


todas partes. No e ra remordimiento lo que yo sentía, ni preocup ación
por lo que hubiera hecHo o hubiera dejado de hacer. Yo pe nsaba que
Dios se la pasaba mirándola a una todo el tiempo, incluso cuando e s-
taba haciendo alguna necesidad o estaba desnuda, y eso a mí me d a-
ba mucha vergüenza. La cosa llegó a tanto que yo r ecuerdo que una
tarde en que iba para una fiesta, antes de ca mbiarme de ropa, agarré
al Cristo que estaba en la pared, encima de mi cama, y lo volteé para
que no me viera. Y, bueno, no había alcanzado ni siqui era a sacarme
la blusa, cuando entró un ventarrón al cuarto y puso otra vez el Cristo
al derecho. A partir de a hí y hasta que tuve como dieciséis años, la
sensación de que É l me estaba viendo fue terrible.

15
Calle La Colina, Lomas del Mirador
INCOMP ATIBILIDAD CON EL MUNDO

¿Que si los conocí? ¡Claro que los conocí! ¡Y los padecí ta m-


bién! Otilia y Rafael fueron mis vecinos durante dos años y por culpa
de ellOs fue que me mudé de San Román para acá. En ese tiempo,
ese par me hizo la vida imposible, y no sólo a mí sino a todos los que
vivíamos en el edificio. Yo nunca he c onocido a nadie tan insoportable
como ellos. Aparte de chismosos, pedantes y c alumniadores, nunca
pagaban el condominio o lo pagaban a destiempo, sus hijos ensuci a-
ban y dañaban las áreas comune s, y armaban escándalos a cualquier
hora, especialmente en la madrug ada. Los cobradores hacían cola en
la puerta del edificio y, cuando podían entrar, se paraban delante de
la de su apartamento, para esperar que salieran. Y no salían, lo peor
es que no salían. Y, si salían, lo hacían tempranito, antes de que ll e-
gara el primer cobrador. Y volvían a medianoche, cuando ya no se v e-
ía ni un alma por la zona. Mira, en los veinte años que tengo trabaja n-
do en finanzas yo he conocido a malos pagadores pero adonde es os
llegaron no ha llegado nadie... Por si fuera poco, Otilia y Rafael sie m-
pre estaban viendo cómo sacarle provecho a todo, pasando por enc i-
ma de lo que fuera y de quien fuera. Figúrate cómo serían que, cua n-
16
do estaban por divorciarse, hablaron con un consej ero matrimonial
que yo conozco y, como se pasaron la sesión discutiendo y echá ndole
la culpa de su situación a todo el que les pasaba por la cab eza, el
consejero los mandó a callar y les dijo: “Ustedes son inco mpatibles,
pero no sólo entre ustedes, sino c on todo el mundo”.
Cortafuegos del Parque Nacional El Á vila
UNA HISTORI A DE CAMP AMENTOS

El pueblo donde yo nací, que era y sigue siendo un campo petr o-


lero, lo fundaron las putas. Cuando eso pasó, no era raro: así sucedió
en otros lugares del país y s upongo que taMbién del mu ndo, donde
hubo algún campamento minero. La compañía llegaba con sus técn i-
cos, su maquinaria y sus obreros, y en cuestión de horas levantaban
una o dos barracas. Y no h abían pasado quince días, cuando llegaba
un cargamento de putas a establecerse ahí. Esas mujeres, por lo g e-
neral, provenían de burdeles de mala muerte, donde las habían d e-
sahuciado por viejas o por haberse gastado en demasiados partos,
pero a los ojos de los trabajadores petrol eros eran como las princesas
de los cuentos. Quien las explotaba -fuera hombre o mujer -, también
montaba un bar. La mujer que les cocinaba levantaba un tinglado do n-
de le vendía comida a los trab ajadores y, después de eso, era que el
pueblo empezaba a ser pueblo. La compañía mandaba entonces a
construir unas casas para los técnicos y los empleados administrat i-
vos y esas casas eran todas de estilo americano o europeo. Más ad e-
lante, venía un ingeniero que traz aba las calles, levantaba una plaza
con un parquecito infantil y tendía un cerco. E ste cerco separaba a las
17
casas de las barracas, de las excavaciones y del puterío. Unos meses
más tarde, se aparecía un portugués o un gallego que montaba un
abasto, y un italiano que arreglaba zapatos. Y uno de ellos, o los dos,
terminaban casándose con una de la s putas o con alguna de las hijas
de ellas. Al tiempo, si el campo era productivo, sustituían las barracas
por casitas prefabricadas y, cuando todo estaba ma rchando, llegaban
las autoridades y un cura, a establecer unas l eyes y una moral que no
tenían nada que ver ni con el lugar, ni mucho menos con el país. E n-
tonces, los obreros que tenían familia se la traían a vivir con ellos y,
poco a poco, iba surgiendo una pobl ación más en los mapas. Muchos
años después, si el pozo quedaba seco, el primer síntoma del aban-
dono del pueblo era que se iban las putas. Un día, se bañaban de pe r-
fumes, se vestían con sus trajes de colores chillones, subían sus
muebles y sus baúles a un c amión, y se iban en caravana cantando
“Adiós, Pampa Mía” o el “Adiós, llanero”, ese que di ce: “Por si acaso
yo no vuelvo, me de spido a la llanera. Despedirme no quisiera, pero
no encuentro manera”. Se iban para instalarse en otro lugar más
próspero, generalmente otro campo petrolero que se estuviera fu n-
dando. Así fue la historia, con más o meno s variantes, de buena parte
del país en el siglo Veinte. Una historia de campamentos, donde todo
es provisional, las cosas duran lo que los caprichos, y nadie echa
raíces. Te la cuento porque las nuevas generaciones deben c onocer
su pasado y sus or ígenes, por oscuros que sean.
Avenida Principal de Alta Vista
CON UN POCO DE BUENA VOLUNTAD
Y ALGO DE PLATA

¡Buenos días, ciudadanos! ¡Se bajan todos los hombres de e ste


autobús, con su cédula de identidad y su libreta militar en la mano!
¡Los que tengan am Bos documentos se ubican en una fila a la izquie r-
da y los que no, a la derecha...! ¡Vamos, salgan rápido y se ponen
como les dije! ¡¿Ah?! Si no tienes la cédula, pero sí la libreta, ya va:
¡los que dejaron en la casa o no tienen uno de los dos docume ntos
hacen una tercera fila, entre las otras dos! ¡Y si hay a lguien que lo
que tiene es un pasaporte, ese alguien se pone a la derecha de los
que están a la derecha...! No, no, eso no es la cédula, eso que me
estás mostrando es el comprobante de que estás solici tando la cédu-
la. ¡Atención: aquellos que nada más tengan el comprobante de la
cédula de identidad me hacen otra fila ahí, a la salida del autobús...!
No, señora, esto no es una redada: se trata de un procedimiento rut i-
nario de requisición de documentos de conscripción, porque hay m u-
chos renuentes que no quieren cumplir con el servicio militar. No se
preocupe que si su hijo tiene t odos sus documentos en regla, dentro
de unos minutos sigue el viaje con usted, sin ningún inconveniente.
18
Además, señora, si se presenta algún problema, con un poco de buena vo-
luntad y algo de plata, todo tiene solución en esta vida, menos la muerte.
Gobernador a Muerto
EFRAÍN

A Efraín lo conocí yo una noche, hace cuatro meses, al salir de


una fiesta que hubo en casa de María Cristina. Esa fue la última vez
que yo me puse un tRaje descotado. Claro, ni p arecido al que llevaba
la rubia oxigenada que vimos hace rato. Yo fui a esa fiesta con Gi o-
vanni, ¿te acuerdas de Giovanni, el itali anito que estaba detrás de mí
en esos días? El es muy bien parecido, está de un bueno que provoca
comérselo, pero es muy neurótico, a cada rato está gritando y enojá n-
dose por cualquier cosa. Esa noche, apenas vio cómo iba ve stida, se
molestó y, durante toda la fiesta, cada vez que un hombre se me ace r-
caba o se me quedaba viendo, le a umentaba la rabia. Por fin, cuando
íbamos a buscar el carro, donde él lo había dejado estacionado, a un
muchacho delgadito y pequ eñito que iba pasando y que no sólo se me
quedó mirando sino que me sonrió, lo agarró por la ca misa, lo insultó
y le tiró un golpe. A mí me pareció aquello de lo más c obarde pero,
cuando se lo fui a decir, el muchacho esquivó el golpe, le dio a Gi o-
vanni una patada en la cara y lo tiró contra una pared. Yo, entonces,
me quedé helada, pero el muchacho me pidió disculpas y se fue. Gi o-
vanni se paró y me preguntó que por dónde se había ido el carajo ese
19
para matarlo y, sin esperar que yo dijera n ada, fue hasta el carro a
buscar un revólver que cargaba debajo del asiento. Cuando volvió, yo
le señalé para el lado contrario de donde se había ido el muchacho,
pero Giovanni dijo que él no confiaba en las mujeres y se fue en la
dirección correcta. Y, ¿tú puedes creer? ¡Me dejó sola en la aven ida
Andrés Bello, a las tres de la madrugada! Pero para que tú veas, fr en-
te a la acera donde yo estaba, se detuvo un carro y de él salió Efraín,
que no sólo me llevó a la casa sino que, como nos gustamos de entra-
da, empezamos a salir y, ya tú ves, pronto nos cas amos.
Calle Valle Alto, Santa Fe Sur
“ASÍ ERA LA COSA”

Con los años he descubierto que hay una frase que le permite a
uno aceptar la vida sin tantos problemas: esa frase es “Así era la c o-
sa”. De pequEño, cuando uno estaba jugando o brincando dentro de la
casa, lo regañaban los padres y los tíos y, en general, las pe rsonas
mayores, y uno no entendía por qué la mayoría de las cosas divert idas
estaban prohibidas. Hasta que creció, tuvo varios hijos y desc ubrió
que, cuando los muchachos se divierten, rompen o dañan las cosas
que tanto ha costado comprar y conservar. E ntonces uno dice: “Así
era la cosa”, y ya no se molesta tanto. Y, de paso, se le quitan a uno
tantos malos recuerdos de los padres, pues uno creía que actu aban
injustamente. En el trabajo, a veces le demoraban a uno el pago de la
quincena dos o tres días, has ta que uno montó su propia empr esa y
un día, por equis o por zeta, no tuvo el dinero a tiempo para p agar la
nómina, y se vio obligado a decirle a sus empleados que se aguant a-
ran dos o tres días para cobrar. Ahí también uno dice: “Así era la c o-
sa”, y descub re que el retraso en el pago no era por mala i ntención, ni
nada por el estilo, como uno había creído. Yo me he dado cuenta que,
desde que uso esa frase, ando por la vida con mejor án imo y libre de
20
todos esos prejuicios y rencores que, si uno se pone a ver, son un las-
tre para vivir y para salir adelante.
Calle Bajada de los Curtidores, Alto Hatillo
TRES MARAVILLAS

De mis hijas yo no me puedo quejar, son tres maravillas, a cual


mejor de las tres. A las dos primeras yo las casé vírgenes, con sus
respectivos certificados expeDidos por su ginec ólogo. El día de sus
bodas yo llamé a cada uno de mis dos yernos para entregarles el p a-
pel y los dos se quedaron contentísimos. A mí me parece que toda
madre tiene el deber de velar por la integridad física de sus hijos , en
especial de las hembras, porque eso es lo más sagrado que puede
haber. Lo otro es tener los hijos como los animales y, no, Dios mío...
Yo, hasta el momento en que algún pretendiente las lleve al altar,
hasta ese momento yo velo por ellas. Después de q ue uno las entre-
ga, ya es otra cosa. Ahora, la única que me queda es Candy, la m e-
nor, pero ella nada más tiene diec iséis años, los acaba de cumplir el
mes pasado y, gracias a Dios Todopoder oso, hay que ver qué buena
hija me ha resultado. Es la que más se p arece a mí, en todo. Con decir-
le que yo a ella la llevo todos los meses al ginecólogo para que la revise y esa mu-
chacha es tan honesta, tan pura, tan como su madre, que las veces en que a mí,
por cualquier circunstancia, se me olvida llevarla para que le h agan su
examen, ella misma me lo recuerda: “¡Mamá, me toca visita al ginec ó-
21
logo!”. Y, claro, yo tengo que posp oner lo que sea para llevarla.
Ferrenquín a La Cruz
EN UNA ORGÍ A

Yo sie m p re qu ise e n t ra r e n u na o rgía , ha st a qu e f u i a u n a . En


la s p e lícu la s, en la s re vist a s p o rn o grá f ica s, la s m u je res qu e a si st en
a e so e stá n bu E n ísim a s y t ie n e n t odo lo qu e h a y qu e t e n e r e n a b u n -
d a n cia p e ro , e n la re a lid a d , la co sa n o e s a sí. E xce p to , cla ro e stá,
si t ú t i e n e s mu ch o b ille t e y p u e d e s pa ga rle u n a mo n ta ña d e b ille t es
a u na s cua n ta s m isse s y m o d e lo s. A la qu e yo f u i -sa lvo u n a am iga
qu e e n co n t ré a h í y u n a m o r e n a qu e sí e st a b a com o pa ra co m é rse la
vi va y t o d o s ha cía n co la pa ra a co st arse co n e lla -, lo qu e h a b ía e ran
p u ra s mu je re s h o rro ro sa s, f e a s, lle na s d e ce lu lit is, y h o mb re s a d i-
p o so s qu e n o ha cía n o t ra co sa sin o re so p la r co m o ba lle na s.
A d em á s, la m a yo rí a d e e llo s -t an t o ho m b re s com o mu jere s -, e st ab an
b o rra ch o s, b añ ad os d e sud o r, y o lía n m a l. P a ra se rt e f ra n co , a qu e llo
d a ba a sco y e ra l o m en o s e xcit a n t e d e l m u nd o , n o sól o p o r lo s m a -
lo s o lo re s y lo s b uf ido s, sino p o r lo gro t e sco . A m i am iga y a m í n o s
p a re ció to d o t a n po co e st im u lan t e, ta n po co e rót ico , qu e no s me t i-
m o s e n u n b a ño y e lla se nt a da en el b id e t y yo e n e l wa t e r clo se t,
estuvimos conversando hasta que amaneció y nos fuimos a su apartamento.
22
Residencias Bosque Sans Soucí, Chacaíto
¡HOMERO, LLÉVESE EL P ARAGUAS !

¡Yolanda, Tibisay, muchachas, apúrense a recoger la ropa, que


está lloviendo! ¡Yolanda, que se moja el vestido que te lavé esta m a-
ñana, para que hoy vayas a misa! ¡Ay, mija, y la Blusa blanca! ¡Agarra
primero la blusa blanca, que me costó mucho qu itarle esa mancha que
tenía! ¡Tibisay, por Dios, mueve esos brazos y ayuda a tu herm ana!
¡Lo primero, recoge ese paño, que lo puede volar el viento...! ¡Ap ú-
rense, muchachas, que las cosas no están como para estarse enfe r-
mando: miren que está dando una gripe que uno se tiene que pasar su
semana y media, por lo menos, en la cama, con unos dolores en los
huesos y unas fiebres...! ¡Virgen del Carmen! ¡Santa Bárbara be ndita:
un trueno! ¡Pero, apúrense, pues! ¡Yolandita, mija, mira que d ejas ese
pantalón, ahí, colgado! ¡No, no importa que esté húmedo, tráemelo,
que aquí adentro se termina de secar...! ¡Ay, qué feo se e stá poniendo
el cielo! ¡San Isidro Labrador, quita el agua y pon el sol! ¡Yolanda:
cuidado agarras el suiche de la luz con las manos mojadas, mira que
te puede dar un corrientazo! ¡Tibisay, deja de ponerle la cara a la ll u-
via, que tú eres un pavo chiquito y de nada ya te estás enfermando!
¡Agarren a Saturno, que a ese niño todavía no se le ha ido la tos y no
23
es bueno que se esté mojando con una lluvia como ésta! ¡Ay, Dios
mío, rápido, rápido, cualquiera de las dos! ¡Tú, que ya rec ogiste todo,
corre el taller de tu papá, que ésta es la hora en que él viene a a lmor-
zar y ni porque tengo treinta años d iciéndoselo, me hace caso! ¡Yo
estoy cansada de decirle “¡Homero, viejo, llévese el p araguas, mire
que eso pesa menos que una enferm edad!” Pero no, ese hombre es
más porfiado! ¡Cualquier día de éstos agarra una de es as pestes que
mandan los americanos con la lluvia y, como ya él no está picho ncito,
entonces sí que la vamos a ver negra...!
Edificio de Estudios Generales
Universidad Simón Bolívar
BUENA P AG A

Si quieres que la gente te preste dinero cada vez que neces ites,
tienes que hacer algo que te voy a enseñar. Es un poquito tr abajoso
porquE debe hacerse varias veces con la misma persona, pero te g a-
rantizo que es infalible. La primera vez, tú le pides prestados mil o
dos mil bolívares a alguien a quien nunca le ha s pedido nada y ofre-
ces pagarle al día siguiente, a una hora determinada. Al día siguiente,
a esa hora en punto y ni un minuto más, ni un minuto menos, vas y le
pagas con el mismo dinero que te prestó, porque tú lo has guardado
tal cual como te lo entregó. Como a los quince días o tres semanas, le
pides prestada una cantidad un poquito mayor -cinco mil, por ejemplo-, y
también los guardas y los pagas puntualmente dos o tres días de s-
pués, en la hora y en la fecha exa ctas en que te has comprometido a
hacerlo. Después, esperas un mes y solicitas un tercer préstamo, que
tiene que ser por una cantidad mayor y con un plazo de venc imiento
también mayor, digamos que de una semana o hasta el próximo día de
cobro. Otra vez haces lo mismo y repites la receta un mes más tarde,
para asegurarte. Haciendo eso, yo te garantizo que cuando de verdad
24
necesites, esa persona te presta lo que le pidas, con los ojos cerr a-
dos, y si ofreces pagarle en un mes o dos, ten por seguro que te esp e-
ra porque te cons idera buena paga.
Avenida Principal de La Hacienda
EL VERDADERO CRIMINAL

Ese joven es el verdadero criminal, en su estado más p uro. Mira


que matar a esas dos muchachas así, a mansalva, n ada más porque le
dio la gana. Y el padre no se queda atráS, el padre es un industrial
que quién sabe qué le echará a las c osas que produce para rendirlas
porque, a sabiendas de que su hijo ha hecho lo que ha hecho, ha co n-
tratado a los mejores abogados del país para que demuestren que es
inocente y eso que hay no menos de veinte te stigos que, unos minutos
antes de matarlas, lo vieron salir de la discoteca persiguié ndolas, lo
vieron amenazarlas con el revólver con que después les disparó, y
hasta lo vieron cometer su asesinato con la mayor sangre fría... In o-
centes eran sus víctimas que, según se ha descubierto, no eran las
primeras. ¿Tú no escuchaste hace unos meses por la radio o leí ste en
la prensa algo sobre un tipo que, desde un jeep y con una Magnum
44, se dedicaba por las noches a recorrer la avenida Francisco Sol a-
no, disparándole a los transe úntes? Bueno, resulta ser que el examen
de balística ha establecido que las balas que mataron a cinco pers o-
nas, entre ellas un guardia no cturno, e hirieron a ocho o nueve más en
la Solano, venían de la misma arma del joven que mató a las much a-
25
chas en Altamira. Para colmo, todos los sobrevivientes de esos at a-
ques nocturnos lo han reconocido. Y au n así, el padre está m oviendo
cielo y tierra para que lo d eclaren inocente... Pero lo peor no es eso:
lo peor es que está aflojando dinero aquí y aflojando dinero al lá, y
gastando en abogados y en periodistas, y seguro que el hijo está libre
antes de Navidad...
Jesuitas a Mijares
LA ÚLTIMA VEZ
QUE A MÍ ME VIERON BORRACHO

Una noche, por ahí por mil novecientos treinta y cinco o trei nta
y seis, yo andaba borracho y, como empezó a llover, me metí en un
cine que quedaba cerca de la cAsa. Como era Semana Santa, estaban
pasando una película sobre Nuestro Señor Jesucristo. Yo estuve vie n-
do la película tranquilo, hasta la escena del prendimie nto en el huerto
de Getsemaní. En ese momento, me dio una rabia tan grande ver
aquella injusticia que, cuando los centuriones estaban azotando a
Cristo, no sé qué me pasó por la mente que me paré de la butaca con
la intención de meterme en la pantalla a salva rlo. Mientras corría por
la sala, me di cuenta de que lo único que podía usar como arma era el
cinturón y lo saqué de los pantalones. Yo sé que parece un chiste, p e-
ro unos pasos más ad elante se me cayeron los pantalones y me fui al
suelo. Lo único que se me ocurrió decir fue: “¡Cu ando me pare de
aquí, le voy a dar con el cinturón a los ce nturiones!”. Eso me pareció
tan gracioso que me reí a carcajadas. Entonces encendieron las luces
y entre un policía y el portero me sacaron a la calle. Yo me quedé en
la acera frente al cine, riénd ome a más no poder. Todavía me acuerdo
26
y me dan ganas de reír, pero no de la frase sino de las idioteces que
uno hace, cuando está tomado... Ahora, la última vez que a mí me vi e-
ron borracho fue en agosto de 1945, el día en que los americanos tir a-
ron la bomba en Hiroshima. A mí me caían mal los japoneses -ya ni
me acuerdo por qué -, y agarré una pea de brandy que por poco me
lleva a la muerte, porque yo salí del bar donde estaba celebrando y,
alentado por unos am igos con quienes andaba, intenté cruzar la cal le,
brincando en una sola pierna, y casi me atropella un carro que iba p a-
sando a toda velocidad. Esa noche, del susto, se me quitó la borr a-
chera y comprendí algo que muy pocos bebedores comprenden: que el
borracho es un bufón para los demás y un p eligro pa ra sí mismo.
Castán a Palmita
VESTIDO DE ROJO, CON UNOS CACHOS

Eso pasó en la pensión donde nosotros vivimos. A mí me consta.


La dueña, una mujer madura que todavía da buen ca ldo, dijo el otro
día que ella era capaz de darle el culo al diaBlo, si el di ablo le arre-
glaba la vida y le conseguía un hombre con plata para casarse. Yo no
sé cómo se enteró de eso el compadre Roberto, si fue que él la oyó o
ella le comentó, y como él desde hace tiempo le tiene ganas a la m u-
jer ésta, Magdalena se llama, pues se h a vestido de rojo, se ha puesto
unos cachos, y se le ha aparecido en m edio de la noche y en plena
oscuridad, diciéndole con una voz fingida que él era el diablo. Y la
verdad es que estaba tan bien vestido y maquill ado que lo parecía de
verdad. Yo digo que ese hombre nació para actor, porque qué bien le
quedó todo. É l le dijo que la había escuchado invocarlo y que venía a
hacer un pacto con ella. Como ella quiso encender la luz, para verlo,
él se lo prohibió y le dijo que, si la prendía, tendría que irse. Yo no sé
cómo fue que la muy cabrona no lo descubrió y se creyó el cuento
completico porque, desde ese momento y que se dejó hacer t odo lo
que Roberto quiso, tanto por delante como por detrás. Al rato, cuando
ya él se iba, ella le preguntó: “¿ Y cu á n do vo y a co n o ce r a m i f u tu ro
27
m a rid o? ” Y Ro b e rt o le co n te st ó con su vo z n o rm a l: “ ¡P a re ce me n t i-
ra , Ma gd a le na , que a su ed a d , usted todavía siga creyendo en el diablo!”.
Avenida Francisco de Miranda, Chacao
AMIGOS SECRETOS

A mí, cuando jugamos al amigo secreto el año pasado, me tocó


el gafo ese de Freddy. Ay, yo hubiera querid o regalarle algo a Chri s-
tian, pEro Christian le tocó a la estúpida de Anita, ¡esa muj er sí es
estúpida! Tú sabes que ella no se pinta los labios porque eso y que da
cáncer, ni tampoco se echa rímel porque y que le produce bolsas d e-
bajo de los ojos, ni toma refrescos porque los refrescos y que esteril i-
zan. A mí esa tipa me cae como una piedra, no la soporto, me revue l-
ve los ovarios. Y a esa imbécil y no a otra, a esa m ujer que es lo más
parecido a un feto que yo he visto, a ella tenía que tocarle Christian
en el intercambio de regalos de Navidad. ¿Que qué le regaló...?
¿Qué crees tú? ¡Un libro! Un libro que tr ataba sobre, no me acuerdo,
él me lo mostró. ¿Yo...? Yo le hubiera regalado una caja d e preserva-
tivos y, cuando se la hubiera entregado, me le hubiera quedado m i-
rando a los ojos así, provocativamente y...! ¡Ay, no, ¿cómo crees
tú...? Pero hablando en serio, yo no habría sabido qué regalarle. A un
hombre así uno no encuentra qué regalarle. E n cambio, al marico de
Freddy le compré un ence ndedor y mira cómo será de gafo que hasta
le gustó. Incluso me dijo que cualquier cosa que yo le hubiera dado le
28
habría gustado porque venía de mi mano, ¿puedes creerlo? A mí, en
cambio, me fue bien con mi ami go secreto, el señor Domínguez, tan
lindo él. Me regaló un frasco grande de ese perfume nuevo que est a-
ban anunciando por la televisión y que él, un día, me escuchó decir
que me gustaría tener. Yo espero tener mejor suerte en las próximas
navidades y, si no me toca Christian, que me toque al menos Asdr ú-
bal, el de Contabilidad, que ese también está como le da la gana.
Centro Simón Bolívar
UN ZOOLÓGICO DE GENTE

Cuando yo era pequeño, mis padres me llevaban casi t odos los


domingos al zoológico, porque era a donde a mí más me gust aba ir: lo
que ellos no sabían eRa que yo no iba a ver a los anim ales, sino a las
personas que estaban viendo a los animales. Y, aquí entre nos, era la
cosa más divertida que te puedes imaginar. Uno de los mejores e s-
pectáculos del mun do sería un zoológico de ge nte, un lugar donde uno
tuviera la ocasión de ver, con su letrero en la parte de afuera de la
jaula, a un envidioso, a un santo, a un mentiroso o a una loca. Aunque
para eso está la calle, pero no es lo mismo. En la calle, como a prime-
ra vista casi todo el mundo es más o menos igual, es fácil disimular y
cualquiera se confunde. Con decirte que hay personas que vienen de
matar a otras y par ece, por la cara que traen, que vinieran de oír misa
y comulgar. Y es que así somos los seres humanos: traicioneros a más
no poder y unos actores y actrices de primera, cuando nos lo propon emos.

29
Avenida Andrés Bello con Avenida Los Samanes
P AZ EN MARG ARITA

S ie mp re qu e se p re se n ta b a u no de e so s f ine s d e sema n a la r-
go s e n lo s que uno p ue de ha ce r pu en t e , m i e sp o sa y yo n o s íb a mo s
p a ra Ma rga rit a . Te e st o y h ab la n do d e ha Ce po co m á s de ve in t e
a ñ o s. Ma rga rit a e ra m u y sa na , un o po d ía d e ja r ha st a la p u e rt a d e la
ca sa ab ie rt a , p o r e l ca lo r, y n a d ie se me t ía a ro ba r. Co n de cirt e que
la isla d e Ma rga rit a e r a e l ú n ico lu ga r d e Ve n e zu e la do n de n o h ab ía
cá rce l, p o rqu e qu é cá rce l ib a a h a b er, si a h í n o h a b ía la d ro ne s. P e -
ro co n la zo n a f ran ca , p rime ro , y d e s p u é s con e l p ue rt o lib re , e so se
lo co gie ro n lo s á rab e s y lo s ju d ío s y se a ca bó la t ra n quilid a d . . . ¡No ,
si e sa e s la co sa : lo s á r a be s y lo s jud ío s se la p a san en gu e rra po r
a llá , p o r e l cip o t e vie jo , p e ro , e n Ma rga rit a , co m o se t ra t a d e un n e -
go cio , a h í sí e st á n d e a cue rd o , y t ú lo s ve s ju n t ico s, p a ra a rrib a y
p a ra ab a jo, y a ve ce s h a st a co m ien do e n e l m i sm o p la to !

30
Avenida Paramaconi, Macaracua y
P ARA MAT AR A ALGUIEN,
LE TENGO QUE TOMAR RABI A

Yo, para matar a alguien, le tengo que tomar rabia. Yo aver iguo
primero quién es la persona a la me han encargado pegarle un tiro y
después, pOco a poco, voy desarrolland o un odio tan grande que,
cuando llega el día de sacarla de circulación, no siento ningún remo r-
dimiento por hacerlo. Más bien, si no lo hiciera, me sentiría muy mal.
Yo, sin ese odio, sin ese rencor profundo, no sería capaz de matar a
nadie. Una vez me pas ó que, a medida que averiguaba quién era la
persona a la que debía matar y por la que hasta me habían dado un
buen anticipo, descubrí que quien me había contratado era un autént i-
co coño de su madre y que quien iba a ser mi víctima había sido est a-
fado por él. Entonces fui donde el cliente, le devolví el dinero y le dije
que se cuidara porque, aunque yo no m ataba a nadie de gratis, yo ya
había empezado a odiarlo. Además, le advertí que si me llegaba a e n-
terar que otra persona contratada por él mataba a ese se ñor, en cual-
quier momento que yo tuviera encima uno o dos tragos de más, lo
buscaba donde estuviera y le metía dos balas en el pellejo.
31
Esquina de Palo Negro
KING KONG
ES MUCHO MÁS SEXY QUE ELLA

No es la primera vez que yo me quedo encerrado en un as cen-


sor, pero sí la primera que me pasa esto. Esa tipa que es más fea que
degollar a la maMá de uno el 24 de diciembre, apenas supo que no
podíamos salir, se me echó encima y empezó a besuquearme, a t o-
carme por todas partes y, mientras yo buscaba l ibrarme de su abrazo
de oso, se bajó los pantalones y después trató de bajá rmelos a mí.
Como al fin me zafé y no le hice nada, la muy maldita empezó a gritar
y a pedir auxilio, diciendo que yo qu ería violarla. Yo no sé qué se trae
esa mujer, ni qué se cree porque, te digo, King Kong es mucho más
sexy que ella... Cuando nos s acaron, ella se había roto la blusa y el
sostén y temblaba, como si estuviera muy asustada. Menos mal que
está bastante desprestigiada, po rque ya había intentado hacerle algo
parecido a otros dos tipos: a uno que le fue a entregar un paquete y
ella también le saltó enc ima, y a un vecino del mismo edificio al que
se le metió en el apa rtamento, desnuda en pelota, alegando que en el
suyo había entrado por la ventana un insecto muy raro que le daba
miedo. A los dos alcanzó a bajarles los pantalones pero figúrate tú
32
como será de fea que ninguno aceptó tener nada con ella. Gracias a
eso, no me llevaron preso.
Cristo al Revés a Totumos
DESPUÉS DE MATAR AL TIGRE

El domingo pasado, a pleno sol, poco ant es del mediodía, yo


venía caminando por el Paseo Anauco, venía de San Be rnardino hacia
la estación Bellas Artes del Metro, cuandO vi que venía corriendo
hacia mí una mujer vestida de blanco que me dijo “¡Corra, señor, que
ahí vienen unos ladrones!”. Yo ent onces miré hacia donde ella venía
y, en efecto, unos treinta metros más atrás venían dos tipos, uno a r-
mado con un palo y el otro con una navaja barbera abierta. Por s u-
puesto, de inmediato yo eché a correr también y, en la carrera, pas a-
mos junto a la escale ra que da hacia Puente R epública. Como ella iba
a seguir de largo, yo la agarré por un brazo y la ayudé a subir los pr i-
meros escalones. P e r o r e s u l t a s e r q u e s e l e t r a b ó e l t a c ó n d e l z a -
pato y se cayó llegando al primer de scanso. En ese momento, me
di cuenta de que si seguía corriendo y la d ejaba, los tipos eran
capaces de matarla o de hacerle algún daño y entonces me sentí
al mismo tiempo todos los héroes de este mu ndo, desde Hércules
hasta Batman, y decidí enfrentarlos. Ahí me pasó por la mente
que, aunque ellos eran dos y andaban armados, yo tenía la vent a-
ja de la posición, y eso fue decisivo: apenas se acercó el prim ero,
33
el del palo, le di una patada en el pecho, tan fuerte, que el t ipo
cayó al suelo de espaldas y se dio tremendo golpe. El otro, como
me vio decidido a todo, y venía como cinco metros más atrás, en
lugar de agredirme con la navaja, siguió de largo, c orriendo, y el
q u e r e c i b i ó l a p a t a d a , t a n p r o n t o s e i n c o r p o r ó , h i zo l o m i s m o .
Después de eso, y con más razón, yo me sentí c omo una especie
de Supermán... La mujer, que no estaba nada mal, se dio cuenta
de lo que yo estaba sintiendo y me dio un beso en la boca, como
en las películas. Después, como me dijo que tenía que ll egar a
una cita de trabajo, donde la estaban esperando, la acompañé
h a s t a l a o t r a c u a d r a . Ahí nos dimos otro beso, pero esta vez en la
mejilla, y nos separamos, no supe más de ella, porque yo e staba tan
orgulloso de lo que había hecho que se me olvidó preguntarle cómo se
llamaba, dónde vivía o, al menos, cuál era su teléf ono. Yo seguí hasta
la estación Bellas Artes del Metro y, cuando iba a bajar las escaleras,
la pierna derecha se me ablandó y no me caí porque me agarré del
pasamano a tiempo... Sí, después de matar al tigre, por lo visto le t u-
ve miedo al cuero.
Barrio Gramovén, Ca tia
NOCHE BUENA MILITAR

Una nochebuena, cuando yo estaba en el ejército, cumplie ndo el


servicio militar, me tocó hacer guardia en la entrada que da al jardín
de la casa de un genEral, que era viceministro de la D efensa. Yo veía
desde ahí toda la casa il uminada y a la gente que iba llegando a la
fiesta y me daba de todo estar yo allí, sin poder disfrutar de nada. P a-
ra completar, como a las once y media de la noche empezó a ll oviznar
y yo tenía orden de no moverme, por nada del mundo, de donde est a-
ba. Yo pensé que, a lo mejor, el general se acordaría de que yo est a-
ba allí y que, aunque fuera un café, me mandaría a ll evar, pero qué
va: estuve hasta la una y media, temblando de frío, con la ropa empa-
pada, hasta que se me ocurrió acercarme a la casa, y ni porque todavía estaba
lloviendo me dejaron entrar. Ahí mismo, en la puerta, una de las muj e-
res de servicio me dio una taza de café tan frío que parecía que lo
habían servido como dos horas antes. Yo volví a mi puesto, medio
arrecho con aquello, y en eso empezó un griterío: parece que en el
momento en que yo me moví, se metió un loco al jardín y de ahí se
coló en la casa, nadie supo por dónde. De spués de que saqué al tipo
y le di como diez planazos, para cobrarme en alguien lo que me había
34
pasado, apareció el general. Llegó hasta donde yo estaba y me dijo
que me reportara arrestado al comando, al día siguiente. Yo i ntenté
explicarle lo que había pasado y lo que me contestó fue que le diera
gracias a Dios que ahora no existía la pena de muerte en Ven ezuela,
porque el susto que habían pasado sus invitados había sido demasi a-
do grande. Me tuvieron una semana en el calabozo y fue la única vez
que estuve detenido, mientras cumplí con el serv icio militar.
Ño Pastor a Misericordia
ANTES DE QUE TE METAS AL BAÑO

Antes de que te metas al baño, déjame explicarte varias c osas,


para que después no tengas problemas: cuando vayas a pre nder la
luz, tieneS que darle al suiche varias veces: prenderlo, apagarlo,
prenderlo otra vez y apagarlo hasta que la luz quede ence ndida. Ahí
tenemos una fallita eléctrica que esperamos arreglar un día de éstos...
A la poceta, al water closet, cuando le bajes la palanca, espera un
momento hasta que el agua baje y caiga el tapón que la cierra. Ento n-
ces le vuelves a dar a la palanca, pero esta vez suavecito, para que el
tapón quede ajustado porque, si no, el agua se queda chorreando. Y
en cuanto a chorros, como el del lavam anos queda siempre goteando
o botando un poquito de agua, después de que te laves, apriétalo
bien, porque él queda cerrado si lo aprietas bien. Aquí todo tiene su
maña... Ah, se me olvidaba: cuando jales el paño para secarte, jálalo
con suavidad, porque el colgadero está flojo y te puede caer en un pie
o, por lo menos, darte un susto.

35
Avenida Washin gton, El Paraíso
DISFRAZADAS DE NEGRITAS

En ese carnaval, yo y otro amigo nos disfrazamos, él de cura y


yo de Satanás, y nos fuimos a una fiesta en el Caracas Hilton. Ahí e s-
tuvimos bailando con un pAr de mujeres disfrazadas de negritas que,
pensamos nosotros, se le habían escapado a sus maridos. Durante el
baile, nos estuvimos sobando y restregando, hasta que nos pregunt a-
ron si las podíamos llevar a su casa. Nosotros les d ijimos que, cómo
no, que las llevábamos pero que, antes, nos gu staría ver cómo eran
sin máscaras y sin disfraces. Claro, se lo dijimos con su segunda i n-
tención y entonces la que estaba con mi amigo dijo que okey, que e s-
taba bien, pero que primero tendrían que arreglarse. Eso sí, nos pidi e-
ron que las esperáramos un momento y se metieron en un baño.
Cuando salieron, res ultó que eran un par de hembras de lo mejor,
unas tipas de esas que uno cree que jamás se van a fijar en uno. En
ese momento, nos dijeron que eran divorciadas y que si las lleváb a-
mos a su casa, podíamos qu edarnos con ellas hasta el día siguiente.
E l p e n t h o u se a l q u e f u im o s e r a d e u n l u jo q u e u n o sa b e q u e e xi s t e
p o r q u e l o ve e n l a s p e l í c u l a s. H a b í a d e t o d o , lo q u e se d i ce “d e t o -
d o ” : b u e n o s l i c o re s , b u e n a c o m id a , b u e n a s c a m a s , u n t e l e vi s o r e n
36
c a d a c u a r t o , t o d o e l p i s o a lf o m b r a d o . E s a n o ch e f u e s e n s a c io n a l:
y o y m i a m i g o lo h i c i m o s c o n la s d o s , e n t o d a s la s p o s i c i o n e s q u e
s e n o s o c u r r ie r o n . P e r o a l o t r o d í a , c u a n d o yo y é l n o s d e s p e r t a -
m o s , d e s cu b r i m o s q u e l a s m u j e re s s e h a b í a n l l e va d o n o só l o n u e s -
t r a r o p a y l a s t a r je t a s d e c r é d i t o , s in o t a m b ié n e l ca r r o y h a s t a l o s
l e n t e s o s cu r o s d e m i a m i g o . De sp u é s n o s e n t e ra m o s q u e e l a p a r -
t a m e n t o n o e r a d e e l l a s, s i n o q u e p o r l a t a r d e , a n t e s d e i r s e a l a
f ie s t a d e l H i l t o n , h a b í a n f o r za d o l a ce r r a d u r a y s e h a b í a n m e t i d o e n
é l , a p r o ve ch a n d o q u e l o s d u e ñ o s e s t a b a n f u e ra d e l p a í s . L o p e o r
e s q u e l a s f u i m o s a d e n u n c i a r a la p o l i c í a y n o s d i j e r o n q u e l o
m i sm o q u e n o s h i c i e r o n a n o so t ro s s e l o h a b í a n h e ch o a m á s d e
ve i n t e t i p o s , e n t re e l l o s , u n i n sp e c t o r y d o s c o m i sa r i o s d e l a m i sm a
policía.
Calle Las Flores, Sabana Grande
“SI ALGUIEN ROBA UNA FLOR P ARA TI”

Yo escuché unos gritos que decían “¡Agárrenlo!” y vi a un n egro


que venía del Boulevard e iba corriendo con algo en las manos. El n e-
gRo cruzó a toda máquina la avenida Francisco Solano, apr ovechando
que el semáforo estaba en r ojo, y vino hacia la calle Las Flores.
Cuando ya estaba llegando a la avenida Libertador, un fiscal de
tránsito que venía en dirección contraria lo vio venir y lo detuvo,
haciendo un disparo al aire. El negro se paró en seco y el fiscal lo e n-
cañonó y lo obligó a caminar en dirección al Bulevar, para llevarlo a la
Jefatura Civil. De inmediato los rodeó una multitud que vino avanza n-
do con ellos hasta donde yo estaba. Yo me quedé parado en la esqu i-
na de la Solano, junto al semáforo, viendo el episodio. C u a n d o y a e s -
taban como a diez o quince metros de mí, un policía que se sumó
al grupo le quitó al negro lo que llevaba en las manos y le puso
unas esposas. Cuando pasaron a mi lado, vi que lo que el policía
le había quitado al hombre era un ramo de rosas rojas. “S on para
mi novia”, dijo el negro en ese m omento. “Robo es robo, amigo”,
le contestó el policía. En eso me acordé que, hace años, la p u-
blicidad de un perfume llamado “Impulse” decía: “Si a lguien roba
37
una flor para ti, eso es Impulse”. Pero, claro, el hombr e éste no
se parecía en nada al modelo de esa publicidad.
Avenida El Rosario, Los Chorros
UN MIÉRCOLES POR LA MAÑANA

Eso pasó hace como quince años: unos amigos y yo dec idimos
asaltar un banco en San Antonio de lo s Altos y, después de planif icar
bien la cosa, nos fuimos pa Ra allá, un miércoles por la mañana. El g e-
rente del banco, apenas nos vio llegar con las caras cubiertas con
medias y empuñando cada uno una ametralladora, nos dijo que no
quería derramamientos de sangre, ni violencia de ningún tipo. E l mis-
mo nos entregó los billetes y, con el nerviosi smo, hasta unos cheques
que estaba contando uno de los cajeros. “¡Tengan, tengan”, decía,
mientras nos daba los billetes y trataba de que nos fuéramos lo más
pronto posible, “que el dinero y todo lo demás se repone, pero la vida
no”. A todas éstas, el compinche que se quedó afuera para conseguir
transporte había forzado la cerradura de una camioneta y, apenas s a-
limos del banco, nos m etimos en ella. Pero resultó que la camioneta
era del gerente del banco y e l hombre, en lo que vio que nos la llev á-
bamos, corrió, se acostó en la vía con los brazos cruz ados sobre el
pecho, y dijo que para llevarnos su camioneta teníamos que pasarle
por encima. Nosotros lo amenazamos con hacerlo y hasta con ametr a-
llarlo, pero él alegó que esa camioneta la había comprado con mucho
38
esfuerzo y que, además, en ella tenía el almuerzo que le había prep a-
rado su madre esa mañana, y que un almuerzo preparado por su m a-
dre era algo sagrado para él. “¡Pero, bueno, vale”, le grité yo, “¿tú no
decías allá adentro que el dinero y todo lo d emás se repone y que la
vida no?”. Él contestó, acostado a todo lo ancho de la vía: “¡Sí, p ero
lo de allá adentro no es mío y la camioneta sí!”. “¿Te vas a qu itar o
no?”, le preguntó uno de los que andaban conmi go, acercándosele
como si le fuera a disparar. “¡No!”, dijo el hombre y cerró los ojos.
“¿Si te damos tu a lmuerzo, nos prestas la camioneta?”, le preguntó
otro. “¡No!”, respondió, sin abrir los ojos, “porque de spués la policía la
va a retener para buscar huellas digitales, me la van a devolver d e-
ntro de un mes, y yo la necesito esta tarde p ara llevar a mi mamá al
cardiólogo!”. “¿Tu mamá está enferma del c orazón?”, quiso saber el
que lo iba a ametrallar. “Sí”, dijo el hombre, ponie ndo los ojos como
un chino, “hoy le toca hacerse su chequeo”. C omo ya teníamos varios
minutos tratando de convencerlo de que se quitara del camino y nos
dimos cuenta de que no le importaba m orirse, tuvimos que bajarnos de
la camioneta y roba rnos otro carro para escapar.
El Cubo Negro
LA TRAICIÓN DE ROLANDO

Sí, Clarisa, diste la cómica en el cumpleaños de Elías, ¿no te


acuerdas...? Yo no me explico cómo puedes olvidarte de todo lo que
haces, cuando te emborrachas... Esa noche te pusIste a en amorar al
papá de Elías, delante de su esposa. Después rompiste una ventana
con el tacón de un zapato, para que entrara aire fre sco porque, según
tú, estabas sofocada. Te burlaste del daltonismo de Leopoldo y de la
cirugía que se hizo Matilde en la nariz y, por último, armaste un
escándalo y te metiste en un baño a llorar, cuando viste a Jennifer, la
nueva novia de Rolando. Como saliste del baño con la cara desdibuj a-
da porque se te había corrido el maquillaje y te pusiste a buscarle
bronca a Jennifer, “El Flaco” te sacó cargada de la fiesta.. . Sí, mi
amor, como lo oyes, “cargada”. Te cargó hasta el a scensor y, como en
el pasillo se te cayó la cartera, yo la recogí y entré en el ascensor con
ustedes. Entonces, te p usiste a pasarle las uñas por el pecho a “El
Flaco” y a pellizcarlo y, como él pr otestaba, tú le decías que los am i-
gos, los verdaderos amigos, eran como los maridos y tenían que
aguantarse los defe ctos de una. A mí me gritaste y me dijiste varias
groserías delante de una pareja que venía entrando al edificio, sólo
39
porque nos tropezamos. Luego, apenas salimos a la calle, te caíste y
vomitaste sobre el vigilante que trató de levantarte. Después, r e-
volcándote en el vómito, dijiste que no te pensabas levantar de ahí.
En el estacionamiento, te subiste la falda y le mostraste el culo al e n-
cargado, diciéndole que esa era su pr opina. Por el camino, insultaste
a los ocupantes de otros automóviles y forcejeaste conmigo, porque
estabas empeñada en clavarle una uña en la nuca al “Flaco”, para
mostrarme que él era extraterrestre. Tu impertinencia lle gó a tal e x-
tremo que si yo no supiera que todo eso fue a consecuencia de la tra i-
ción de Rolando, estaría de lo más enojada contigo.
Centro Comercial Concresa
SI JUAN NO ME ATIENDE QUICKLY

I'm sorry, si Juan no me atiende quickly, I'm going to my house .


Es que no hay derecho a que cada vez que vengo me deje de último,
the end. El cree que por ser my Brother, I haven't fear, el muy son of
the bitch... No, Carlota, antes no era así. Antes, cuando todavía no se
había graduado, a cada rato me andaba buscando para practicar co n-
migo porque, claro, como yo soy el maraco de la casa... El mar aco,
chica, el más chiquito de todos, el menor, pues. ¡Ay, no me digas que
tú no entiendes el castellano, mmmm, parece mentira...! Pero, lo que
te decía: cuando éramos así, de este tamaño, unos little boys, él me
ponía chicle en las caries y a mí eso sí que me dolía, pero yo de pe n-
dejo me dejaba h acer de todo... Ah, pero déjame que te cuente lo que
pasó cuando él me fue a vis itar una vez allá, en los Uniteds. Yo viví
cuatro años en una ciudad llamada Tampa, en el estado de Flórida ,
ahí la pasé divino, fra ncamente wonderful. El brother fue y se enojó
conmigo, porque yo había puesto una placa en la puerta del apart a-
mento que decía “PETER L. SMITH”, y él se puso cabezón porque, bue-
no, no estaba seguro de que yo viviera ahí. Y es que tuve que hacerlo, po r-
que eso de llamarse Pedro Luis Pérez, como yo, en Estados Unidos, es de
40
lo peor.
Avenida Río de Oro, Cumbres de Curumo
¡VÁY ASE TRANQUILA AL OTRO MUNDO!

Después de que reventó uno de los cauchos de adelante, Gud e-


lia cuenta que el carro se le encabritó como un caballo cerrero. Ella
no se acuerda de h aber cAído por un barranco, cerro abajo, pero sí
que en el parabrisas se formó una telaraña. Que cuando miró hacia el
espejo retrovisor , vio que tenía la cara cubierta de sangre y el cabello
desordenado. Según me dijo, tuvo que hacer un gran esfuerzo para
abrir la portezuela del carro y para arrastrarse cuesta arriba entre m a-
torrales, hasta llegar otra vez a la carretera. Ella dice que pa saron va-
rios automóviles, pero que los conductores la vieron y se hici eron los
locos. Por fin se paró uno, que se detuvo tan cerca de ella que r e-
cuerda haber visto el parachoques a pocos centím etros de su cara.
Entonces sintió que una mano de hombre le qui tó la cartera –que en
ese momento se dio cuenta de que era lo que había entorpecido sus
movimientos entre los matorrales –, y sintió además dos manos de m u-
jer que le sacaron apresuradamente el reloj de la muñeca izquie rda y
el anillo de matrimonio. Antes de desmayarse, Gudelia dice que e s-
cuchó una voz de mujer que le dijo: “¡Váyase tranquila al otro mundo,
señora, que gracias a usted, nuestros hijos van a comer bien esta sem ana!”.
41
Avenida Los Próceres, San Bernardino
CUIDANDO LAS POSESIONES DE ULTRAMAR

Ay, gordo, mi papá nos llevó a Miami la semana pasada para que
compráramos la ropa de diciembre. É l dice que en diciembre todo se
pone más caro y que por eso es mEjor cualquier otro mes del año p ara
comprar. Además, dice él y es verdad, así uno tiene tiempo para es-
coger y nadie te obliga a comprar lo primero que te vendan. Tony se
compró cuatro bluyines y dos trajes, mientras yo me compré otros cu a-
tro bluyines, ocho blusas, tres conjuntos y un par de suéteres que
están soñados. Yo me iba a comprar cuatro, pe ro los modelos que vi
no me gustaron. Allá, todavía, pese al cambio, salen baratísimos. E s-
tuvimos en Miami todo el fin de semana, desde el viernes, y regres a-
mos el lunes bien temprano. Me di el gusto de comer hamburguesas
de verdad, no esos panes d uros y carnes podridas que venden aquí.
Antes de venirnos el domingo en la ta rde, papá le compró un par de
vestidos a mamá, que yo le entregué al llegar porque, tú sabes, ellos
están separados. El sábado en la noche, Tony se fue a ver el fútbol
americano y yo me quedé en el casino del hotel, con papá, jugando en
la ruleta, en las máquinas tragaperras, en todo. Como perdimos más
de 400 dólares, yo le dije que mejor nos íbamos y él me contestó que
42
no me preocupara, que eso lo sacaba él, en el quirófano, en diez m i-
nutos... A ti te traje este regalito. Lo escogí yo misma, pensando en ti.
Ábrelo y verás... ¿Te gusta? Es un gorrito tejido para mi amigu ito de
allá abajo, para que te lo cubras bien cuando llegues a Berlín, po rque
ahora ya está bien entrado el otoño y no qui ero que él salga a buscar
calor en otra mujercita. ¡Tengo que cuidar mis posesiones, aunque
estén al otro lado del Atlántico, ¿no te par ece?!
Calle La Colmena, Antímano
UNO NUNCA DURA MUCHO TIEMPO
EN LA GLORI A

Lo que te voy a contar pasó hace como cu arenta años, cuando


me gradué de maestra y me salió un cargo para irme a trabajar en Jají, en
el estado Mérida. Hoy eSa zona tiene carretera y es un pueblo turíst i-
co pero, en esa época, para uno llegar allá tenía que viajar c omo seis
horas a lomo de mula, desde el lugar donde te dejaba el automóvil. Yo
llegué a Mérida muy contenta porque me sentía en camino de cumplir
mi “Deber con la Patria”, algo en lo que uno creía e ntonces. Cuando
yo vi esa mula aperada para llevarme, lo que me dieron fueron unas
ganas muy grandes de llorar y me calmé porque el baqueano me dijo
que en el pueblo estaban muy conte ntos, esperándome. Y, de verdad,
tenían la entrada del pueblo adornada con bambalinas y una pancarta que
me hizo ponerme a llorar otra vez, pero de felicidad, que decía
“BIENVENIDA, MAESTRA”. Yo parecía una verdad era tonta, secándome
los mocos sobre la mula y con un nudo en la garganta. Ten en cuenta
que lo que tenía eran dieciocho años. Cuando llegué a la plaza, en
pleno mediodía, ahí me estaban esp erando todos lo s niños a los que
les iba a dar clase y también estaban el prefecto, el cura y el jefe c ivil.
43
En ese momento, lanzaron unos cohetes y yo sentí que estaba llega n-
do a la gloria. Pero uno nunca dura mucho tiempo en la gloria porque,
esa misma noche, mientras cenábamos en una fiesta que dieron en mi
honor, el jefe civil y el prefecto se pelearon y se cayeron a machet a-
zos, el primero porque quería que yo diera clases de primer grado y
el otro, cuya hija ya había aprobado el segu ndo, porque quería que yo
diera tercero. Yo me asusté toda, cuando vi a aquellos dos hombres
ensangrentados y mutilados, y a la gente tomando part ido por uno y
por otro y lanzándose a pelear también. En total, hubo doce her idos.
El jefe civil perdió dos dedos de la mano izquierda y el pre fecto la
mano derecha... No, no renu ncié, sino que me fui a la casa en la que
se suponía que tenía que vivir y ahí estuve, en un solo temblor, hasta
que al día siguiente pedí que me devolvieran a C aracas. Al final, me
convencieron de que me quedara y tant o el prefecto como el jefe civil,
cuando se repusieron, me pidieron discu lpas y lo cierto es que terminé
dando clases de primer grado por la mañana y de segundo, tercero y
cuarto grado por la tarde, durante veint icuatro años.
Escuela de Comunicación Socia l
Universidad Central de Venezuela
ESPÍ AS EN LA NOCHE

Hay que ver cómo es la gente por donde yo vivo, por Terrazas
del Club Hípico. El sábado en la noche, me asomé a la ventana y, c o-
mo estAba el cielo clarito, me metí al cuarto a buscar mis bin óculos,
unos que compré para cuando voy al hipódromo o al b oxeo y, bueno,
me puse a ver ese poco de estrellas, de todos col ores y tamaños. Ya
tenía un rato dándome un banquete de cielo, cuando vi, casualmente,
que en un apartamento del edificio de enfrente estaba o tro tipo, tam-
bién con binóculos y detrás de una co rtina, mirando hacia donde yo
estaba. Yo me dije, “¡Ah, conque así es la cosa!”, y me puse a ver
hacia todas partes y resulta que, en el mismo edificio de enfrente, en
el techo, sorprendí a un segundo indi viduo, mirando también con bin ó-
culos hacia donde yo estaba. Seguí registrando los alrededores y en
otro edificio que está un poco más allá, vi a un tercer m irón. Yo, como
la situación del país no está nada buena, pensé que toda esa gente
estaba contratada por el gobierno como espía y que su trabajo co n-
sistía en ver qué era lo que los ciudadanos estábamos haciendo. “S e-
guramente”, pensé, “me están vigilando, por el cargo nuevo que tengo
44
en la universidad”. Pero esta mañana se lo comenté al vendedor de
periódicos de la esquina y me dijo que no era a mí a quien estaban
viendo, sino a una rubia que vive dos pisos más arriba que yo, una
que se mudó hace como dos meses, que acostumbra desnudarse fre n-
te a la ventana abierta. Me dijo, además, que eso era famoso en el
vecindario y más bien se extrañó que yo no lo supiera.
Gato Negro a Nacimiento
EL SEÑOR CABALLERO

El señor que vivía en casa, cuando Fidel Castro estaba en la


Sierra Maestra, era de apellido “Caballero”. Se llamaba Salvador, Sa n-
tiago, algo así. Era un exiliado del goBierno de Batista que recolect a-
ba dinero para los revolucionarios. Con ese dinero, decía él, se co m-
praban armas, alimentos, medicinas, ropa. Todas las semanas, en
cuanto los inquilinos le pagaban a mi abuela por el alquiler de las
habitaciones y por la comida en la pensión, ella separaba veinte bol í-
vares para la Revolución Cubana y se los daba al “señor Caballero”,
que era como todos lo llamábamos. Veinte bolívares eran entonces
cerca de nueve dólares. Nunca se me ha olvidado que tan pronto co-
mo se supo que había triunfado la Revolución, el señor Caballero fue
hasta su escaparate y sacó un disco de 78 revoluciones que había
guardado, sin oírlo, desde que había salido de Cuba. El disco conte n-
ía “Siboney”, esa canción de Ernesto Lecuona que es para los cuba-
nos un segundo himno, como “El A lma Llanera” para nosotros. Todo
ese día, mientras Fidel entraba victorioso en La Habana, el señor C a-
ballero no paró de llorar y de reír al mismo tiempo y a cada rato decía
que ahora sí se podía morir tranquilo. Y así fue: murió un mes de s-
45
pués, de un paro cardíaco, con una sonrisa enorme que le llenaba t o-
da la cara.
Mercado de Ma yoristas de El Cementerio
EL PRECIO DE LA HONESTIDAD

¡Todo lo que hay aquí es mercancía de la buena, nada de pacot i-


lla! ¡Todo es imp ortado! ¡Lo que agarre se lo pongo a buen precio!
¡Mire que aquí ten emos calidad! ¡Meta la mAno, meta la mano, pura
mercancía de la buena, de primera, nada de basura, nada de etiquetas
nacionales cambiadas por etiquetas de los Estados Un idos, nada de
eso! ¡Lo mío es honestidad, yo vendo honestidad...! ¡Sí, señor, aquí
es: meta la mano, todo de primera calidad, a buen precio, lo que ag a-
rre se lo dejo más barato que en cualquier otro sitio...! ¡Pasa adela n-
te, mi amor, agarra lo que quieras, que todo lo que ha y aquí es tuyo,
yo incluido! ¡Si me quieres llevar a mí te doy un buen precio! ¡T odo lo
que tengo es mercancía de la buena, no hay nada de mala calidad y
todo está al mejor precio...! ¡Dime, m uñeca! ¿Esa blusa...? ¡Por ser
para ti, que tienes unos ojos...! ¡Dios mío, qué ojos...! ¡Por ser p ara ti
te la dejo en quince mil bolívares! ¡Una ganga, porque esa blusa es
importada! ¡Ese no es su precio, fíjate en la etiqu eta que su precio es
treinta y dos mil y yo te estoy rebajando diecisiete mil de un golpe, no
sólo porque me caes bien, sino porque tienes unos ojos que me par e-
cen maravillosos, unos ojos como yo jamás había visto...! ¡No, mi ci e-
46
lo, en menos no te la puedo dejar, porque ya te dije que te estoy de s-
contando diecisiete mil bolívares...! ¡No, es que est o y todo lo que yo
vendo aquí es cal idad y así como yo no te vendería a ti por menos del
precio que tú vales, así tampoco yo puedo vender mi mercancía por
menos del precio que ella vale! ¡Si yo te rebajo algo más, se d evalúa
el precio de la honestidad! ¡Yo soy honesto, yo vendo honestidad, y así
como te digo que esa blusa no vale los treinta y dos mil que marca la
etiqueta, también te digo que no vale menos de los quince mil que te
estoy pidiendo!
Sociedad a Traposos
POR POCO NO PIERDO EL PIE

Por poco pierdo el pie el otro día en Macuto. Yo me estaba b a-


ñando y, de repente, vi que el agua donde yo estaba parado se puso
roJa y me asusté mucho, porque lo primerito que pensé fue que un t i-
burón me había mordido. Pero entonces saqué el pie del agua y vi que
la sangre salía porque me había clavado un pedazo de vidrio en la
planta. Y ahí fue que empezó lo terrible: una niñita que estaba cerca
empezó a gritar y la gente, en lo que vio la sa ngre, también se asustó
y salió corriendo del agua. Parece que m uchos estaban psicoseados
con el asunto del tiburón porque, mie ntras yo buscaba afincar el pie
para caminar y salirme del agua, v arias personas me hacían señas y
me gritaban que me saliera. Y es que, después de todo, el único que
se había quedado en el mar era yo. C omo yo no sabía por qué todo el
mundo estaba asustado y de repente me vi solo, me asu sté y empecé
a pedir auxilio y entonces vinieron los dos salvavidas y me sacaron
cargado. Menos mal que ahí estaba una ambulancia y, de inmediato,
me llevaron para el hospi tal de Pariata. Pero ahí no term ina la cosa:
para completar, cuando todo eso pasó, que fue en un momentico, M a-
rycarmen se había llevado a los niños para co mprarles unos helados.
47
Yo le dejé dicho con unos tipos que estaban junto a la ambulancia que
si veían a una mujer como la mía -y se las describí-, con unos niños,
que le contaran lo que había pasado y que no se preocupara. Pero p a-
rece que nadie le dijo nada y, cuando ella regresó a donde est aban
las sillas, todo el mundo hablaba de un señor al que había a tacado un
tiburón. Lo peor fue que cuando Marycarmen no me vio y le explicaron
que el señor era más o menos como yo y que llev aba puesto un traje
de baño azul con rayas blancas, como el mío, le dio un ataque de hi s-
teria. Y no era para menos, porque hubo ha sta quien le dijo que el t i-
burón me había arrancado la pierna.
Avenida Simón Planas, Santa Mónica
INSTRUCCIONES
P ARA REUTILIZAR UN PRESERV ATIVO

Un preservativo, si lo sabes cuidar y limpiar bien, tú lo puedes


usar diez, doce y hasta quince veces. Pero para eso, después de
usarlo, tienes que lava rlo y dejarlo listO para la siguiente ocasión. Si
es nuevo y lo vas a usar por primera vez, también debes lavarlo, po r-
que todos los preservativos de sprenden briznas de plástico que dañan
el útero de la mujer. Par a limpiarlo -bien sea de las briznas de plást ico
o de semen-, hay que meterlo debajo del grifo y dejar que el agua c o-
rra por dentro y por fuera. Después, le echas jabón también por dentro
y por fuera y lo vuelves a meter bajo el grifo, para que no le quede el
más mínimo rastro de jabón. Cuando ya lo tienes limpiecito, lo secas
en un paño suave, preferiblemente de a lgodón, por los dos lados. Al
estar bien seco, le echas un poquito de talco por dentro y le das la
vuelta. En ese momento, él está fácil de volte ar, no como cuando lo
estás secando, que lo tienes que soplar un poco, como si fuera un
globo. Luego, le echas talco por el otro lado, lo enr ollas y lo guardas
bien protegido, en un pañuelo desechable. La goma del preservativo
tiene la particularidad de qu e, mientras más la usas, menos se siente.
48
Pruébalo para que veas.
Avenida Luis Roche, Altamira
CON LA HEBILLA DE UN CINTURÓN

Nosotros fuimos a esa casa a visitar a una amiga de mi mujer


que estaba enferma y, no tendríamos más de diez minutos de haber
llegado, cuando escuchamos unos griTos de mujer. Como en todas las
casas de vecindad -por cierto, ya en Caracas no quedan casas de
esas-, lo que tú hacías en cualquiera de las habitaciones se escuch a-
ba clarito en las de los lados y, a veces, en toda la c asa, los gritos
parecía que llegaban desde la misma puerta. Mi m ujer y yo dejamos
un momento a la enferma y fuimos a ver qué era lo que estaba pasa n-
do porque, aparte de los gritos, se escuchaba la voz de un hombre
que decía “¡Tú lo que eres es una puta!” y, a continuación, un golpe y
un nuevo alarido. Cuatro puertas más allá, en el mismo pasillo donde
estábamos, había una habitación que recién habían alquilado la tarde
anterior y que tenía la puerta entrejunta. Por la rendija vimos a un
hombre que le estaba pe gando a una mujer con la hebilla de un ci n-
turón. La hebilla era de esas que tenían el escudo de Venezuela en
colores y que estuvieron de moda durante la dictadura de Pérez Jim é-
nez. La mujer estaba semidesnuda y tenía la cara y la espalda amor a-
tadas. Estaba en el suelo, al lado de la cama. Nosotros entr amos a la
49
habitación con tres vecinas más que estaban en el pasillo y, como yo
era el único hombree, agarré al individuo, forcejeé con él un rato, p ero
le quité el cinturón. Entonces la mujer me gritó desde el piso: “¡Usted
si que es entrépito, pedazo de viejo, ¿acaso yo lo estoy llama ndo?!
¡¿Usted no se da cuenta de que a mí me gusta que mi macho me p e-
gue?!” Yo te digo una cosa: si no es por mi mujer y por las otras tres
mujeres que entraron al cuarto con noso tros, que entre todas me co n-
tuvieron y me quitaron el cinturón, yo también le hubiera dado su r a-
ción de cuerazos a esa sinvergüenza.
Calle Cuatro, Bella Vista
VENTAJ AS DE VER EL MUNDO BORROSO

Al papá de mi esposo, un señor mayor de casi setenta años, l e


mandaron a poner lentes porque se descubrió que los dolores de c a-
beza que había venidO sufriendo se debían a problemas de la vista.
Sin embargo, él prefirió quedarse con sus dolores y seguir tomando
calmantes, yo creía que por adicción. El viernes, aprov echando que
George estaba de viaje, esperé a mi suegro, a la hora del desayuno, y
le hablé de lo malo que resultaba para su salud ingerir tantas pastillas
y le sugerí que se pusiera sus anteojos. Entonces me dijo: “Lo que
pasa es que con los lentes se ve t odo nítido. Tan nítido que veo la c a-
lle sucia, la mala cara que pone la gente cuando le hablo. Veo las
arrugas de mis amigos y las mías mismas, a la hora de afeitarme.
Créeme, hija, ver el mundo borroso tiene sus ventajas”. Y, ante eso...

50
Urapal a Alcabala
NUNCA TOMO V ACACIONES

Nunca tomo vacaciones, no sólo porque no tengo dónde ir sino


porque tampoco tengo dónde llegar, ni quien me espere o me aco m-
pañe. Yo soy solo y no tengo a más nadie en esta v iDa. Mi familia son
mis compañeros de trabajo y mi casa es mi oficina. Padre nunca tuve
porque el que me engendró vivía borr acho, día y noche, hasta que lo
mataron en un bar, después de armar un lío porque una mesonera se
negó a darle un beso. Mamá y mi herm ana murieron en la crecida del
río que quedaba cerca de donde vivíamos -yo me salvé, porque esa
noche me había quedado a dormir donde mi única tía -, y a la tía la
mató el dengue, un mes de spués de irme de su casa. Desde entonces
no he hecho otra c osa sino trabajar: crecí trabajando como pregonero
y limpiabotas y después, durante los años que estuve en la univers i-
dad, fui mensajero de la misma empresa donde estoy ahora. Cuando
me gradué, me quedé trabajando ahí y ya tengo treinta y dos años en
el departamento de cont abilidad. El otro día, el gerente me dijo q ue
debía ir pensando en la jubilación y te confieso que me dio miedo.
Porque yo, fuera de mi trabajo, no sé qué hacer ni para qué vivir.
51
Avenida El Ejército, El Paraíso
UNA P ARTIDA DE TRUCO

El sábado en la tarde, estábamos en casa de Constantino, j u-


gando truco, cuando Socorrito, su mujer, tuvo unas palabras con él,
precisamente por el ju ego de cartas, y dijO que se iba con los niños a
casa de sus padres. Los padres de ella viven en Valencia, en una
quinta bien bonita de la urbanización El Tr igal. Y diciendo y haciendo,
Socorrito fue hasta su habitación, preparó una maleta con algunas c o-
sas suyas y otras de los niños y salió. A todas estas, Consta ntino ni
se movió de la mesa donde estábamos y siguió jugando, como si n a-
da. Además, se mantuvo callado todo e l tiempo. Sólo se levantó de su
silla y dijo algo, cuando oyó que su mujer encendió el carro y se
marchó. Apenas Socorrito salió, dando un portazo que estremeció la
casa, Constantino dijo que iba a da rle una lección a su mujer y nos
pidió que lo acompañára mos. Yo tenía que ir a una fiesta con Amalia
esa noche y la llamé para que nos e xcusara, porque lo de Constantino
me pareció prioritario. Adolfo y Eduardo hicieron lo mismo, llamaron a sus es-
posas y les avisaron que tenían que salir para Valencia, a acomp añar
a Constantino a un asunto que tenía que resolver... No, ninguna de
nuestras mujeres pudo avisarle nada a Socorrito porque, con la prisa,
52
se olvidó el celular. Pero, déjame contarte el resto: más o menos diez
minutos después de que Socorrito se fue, sal imos en mi carro para el
Aeropuerto Metropolitano y allí Constantino, que es piloto, cons iguió
prestada una avioneta y salimos nosotros también para Valencia.
Cuando Socorrito llegó, tres horas después de haber salido, casi se
desmayó porque nos encontró a llá, jugando otra partida de truco con
su papá. Al principio, se nos quedó viendo como con ganas de corta r-
nos la cabeza, pero después se echó a reír y se reconcilió con Con s-
tantino, dándole un abrazo.
Esquina de Curamichate
CALOR DE TERREMOTO

Hoy está haciendo un calor como el que hacía el día del terr e-
moto del 67, ¿te has dado cuenta? A mí no se me olvida ese día, po r-
que ese día yo estaba viSitando a una tía que vivía en uno de los bl o-
ques del 23 de Enero y, de r epente, aquel bloque empezó a moverse,
como si se quisiera caer hacia la avenida Sucre. Yo creí que de esa
no nos salvábamos. Mi tía se puso a rezarle a cuanto santo y a cuanta
virgen le pasaron por la cabeza y uno de mis primos, el hijo mayor de
ella, fue el que nos dijo que nos m etiéramos debajo de las columnas
porque, si se derrumbaba toda la estructura, eso era lo último en c a-
erse. El esposo de mi tía, entr etanto, dijo que como él en verdad creía
en Dios, él dejaba que el Señor hiciese su voluntad y se quedó sent a-
do en la sala, leyendo el per iódico. Cuando salimos a la calle vimos a
un gentío corriendo desnudo, en interiores, en pantaletas, en bata, y,
algunas casas con el t echo o las paredes caídas o con grietas en las
fachadas. Había fuego en algunas y se oían gritos y gemidos por t o-
das partes. En fin, un desastre. Por cierto, esa noche, entre la gente
que salió desnuda a la calle, and aba una vecina de mi tía que a mí me
gustaba porque estaba de lo mejor y yo, apenas la vi, me le ace rqué y
53
le presté mi camisa para que se cubriera. De lo que m e arrepiento,
porque desde entonces La Negra no sólo se convirtió en mi mujer, s i-
no en mi principal tormento... De eso no hablo porque, ¿para qué? No
voy a remediar nada quejándome. Yo mismo me puse la soga al cu e-
llo. Pero sí te digo que por ese calor que está haciendo, yo creo que
lo mejor es acostarse vestido esta noche.
Barrio El Manguito
NO HAY COMO LOS S ANTOS

Iraima, hazme caso, para esas cosas no hay como los santos.
Yo sé que ustedes los jóvenes no creen en nada de eso y se la p asan
burlándose de los viejos, pEro acuérdate que más sabe el diablo por
viejo que por diablo. Esc úchame: para eso de tu mamá, para su mal
carácter, tienes que enc omendársela a San Marcos de León, que es el
que amansa a las fieras. Para que te vaya bien en los exámenes, a
partir de la semana que viene, préndele una vela a Santo Domingo de
Guzmán, el patrono de los estudiantes. Si de verdad quieres enco ntrar
la pulsera que se le perdió a tu mamá y por la que armó el zap eroco
antenoche, ofrécele un padrenuestro al ánima de Gr egorio de Rivera y
tú vas a ver que, en un momentico, la consigues. Para lo de cons e-
guirte un buen hombre, con el cual casarte y llevar una vida d ecente,
con tus dos hijos, escucha bien lo que te voy a decir: agarra dos velas
y las pones en cualquier rincó n de la casa por donde no estés pasa n-
do para allá y para acá y se las ofreces, una a San Antonio, para que
te presente un buen partido, un buen hombre que te proponga matr i-
monio, y la otra a Santa Eduvigis para que, en lo que se c asen, les
consiga rápido una casita o un apartamento. Si tú quieres, te lo repito
54
todo y lo anotas para que no se te olvide. Eso sí, tienes que hacer las
cosas al pie de la letra, exactamente como te lo he dicho, para que
tengas buenos resultados.
Calle Los Abogados, Los Chaguaram os
LO QUE QUEDA

En una época esa familia tuvo hasta seis sirvientes, sin contar al
chofer, al jardinero, al cocinero, al ama de llaves y a dos guardae s-
paldas. Y Mira lo que queda: ese viejo en ese caserón, íngrimo y solo. Todo
se vino abajo, cuando la m ujer que él tenía se fue con uno de los
guardaespaldas, un tipo que había sido de su más abs oluta confianza.
A partir de entonces, todo empezó a funcionar mal en esa c asa, de
eso hace ya una buena cantidad de años y, claro, una casa como esa,
sin mantenimiento, unas fábricas sin el ojo del amo que supervisara y
una serie de empresas donde los gerentes hacían y deshacían sin vi-
gilancia de ninguna especie, d errumbaron ese imperio. Yo estuve ahí de
visita hace como tres meses, acompañando a una persona que c onoce
al viejo y que vino del interior expresamente a verlo, y eso daba lástima.
Con decirte que, en el patio de atrás, tenían un gallo que, según parece,
tenía el termostato dañado porque el pobre, según me dijeron, nunca
cantaba de madrugada sino –y yo lo oí–, en pleno mediodía.

55
El Placer de María, Baruta
¿QUÉ PIENS A HACER POR ESTE VIEJO?

El otro día conocí a un corredor de seguros que se las sabe t o-


das en eso de venderle pólizas a la gente. Y cuanto te digo “t odas”,
quiero decir “todas”, ni más ni meno s. En sU campo, ese hombre es
un tigre, un verdadero tigre. Cuando ve en los periód icos alguna foto
de un empresario joven o de un joven emprendedor que ha recibido un
cargo importante, él recorta esa foto y la retoca, de modo que el retr a-
tado parezca como de sesenta o setenta años. Entonces se presenta
en las oficinas de él y le muestra la foto, al tiempo que le pregunta:
“¿Qué piensa hacer usted por este viejo?” Hasta ahora, la fó rmula le
ha servido con la mayoría de los jóvenes que ha visitado y alg unos
hasta se han asustado, al verse como aprox imadamente serán dentro
de treinta o cuarenta años.

56
Esquina de Salas
LA COS A HA EMPEORADO

¡Ay, Consuelo, perdona que te llame a esta hora pero es que ya


no aguanto más, a alguien se lo tengo que decir...! ¡Sí, es Darío otra
vez, que me está engañando de nuEvo! ¡Yo siempre le he p eleado que
ande por ahí con cualquiera de esas mujercitas de mala muerte que él
conoce por su trabajo, pero ahora la cosa ha empe orado! ¡¿Sabes que
he descubierto que ahora con quien tie ne su asunto es con otro ho m-
bre...?! ¡Sí, manita, con otro hombre, y ayer, por pura casualidad,
entré en su buzón electrónico y encontré que hasta se mandan ca rtas!
¡Anoche mismo se lo dije: “¡Si antes me molestaba que me pusieras
cuernos con otras mujeres , ahora menos te voy a soportar que me los
pongas con un hombre! ¡Eso ya es el co lmo!”.

57
Calle Murachí, El Marqués
CROQUETAS DE CANGREJO

Fui con mi novio a un restaurante chino el viernes por la noche


y, cuando vimos el menú, se me ocurrió pedir unas cr oquetas de can-
grejo. Yo le dije a LudoVico que quería probar las croquetas de ca ngrejo
y él, tan lindo, también las pidió... Nos hicieron esperar como cuarenta
minutos y, cuando las trajeron, nosotros coment amos que debían ser
muy buenas, por lo mucho que se habían demorado. Yo tenía ta nta
hambre que no esperé ni siquiera a que el mesonero se hubiera ret i-
rado. Todavía le estaba sirviendo a Ludovico, cuando yo empecé a
comerme mis croquetas. Pero, apenas les pegué el primer mordisco,
dije: “¡Ay, pero este cangrejo sabe a pollo!”. Ahí mismo, el meson ero,
sin que nosotros hubiésemos reclamado nada, fue a buscar al g erente
y vino el gerente y nos pidió que lo disculpáramos porque, efectiv a-
mente, las croquetas eran de pollo, ya que el cangrejo se les había
terminado. Nos dijo que no nos preoc upáramos por la cuenta, que la
comida esa noche nos salía gratis y nos deseó buen provecho. Y, te
digo, esas croquetas de pollo estaban divinas. Y con el aderezo de
saber que no nos las estaban cobrando, a mí me supieron a gloria.
58
Avenida Francisco Fajardo
EL VIGILANTE

En vista de que hubo más de treinta asaltos en los últimos m e-


ses, sin que la policía hiciera nada por impedirlos o por descubrir
quiénes lo habían hEcho, los miembros de la Asociación de Vecinos
aprobamos colocar una caseta con un vigilante al comienzo de la c a-
lle, para llevar un control de todos los visita ntes y de las entradas y
salidas de la urbanización, fueran a pie o en carro. D urante la primera
semana nos fue muy bien pero, al empezar la siguiente, e l mismo lu-
nes, uno de los dos vigilantes que habíamos contratado -al que le to-
caba relevar a quien había estado de gua rdia el fin de semana -, no se
presentó. Cuando nos pusimos a averiguar qué le había pasado, de s-
cubrimos que ese domingo la mujer de servic io de una de las casas
que están a la entrada de la urbanización aprovechó que la familia p a-
ra la que trabajaba había viajado a Nueva York, para llevarse las j o-
yas y más o menos cien mil dólares en efectivo que estaban guard a-
dos en un armario, según la pol icía, producto de un lavado de din ero
proveniente de la droga. Esto se descubrió después, cuando captur a-
ron a la mujer, en un rancho en Macarao. Ah, por supuesto: el mar ido
de esa mujer era el vigilante que había desaparecido. Como tod avía
59
no sabíamos lo del vecino que lavaba dinero y quienes habíamos co n-
tratado al vigilante a través de una compañía de vigilancia privada
éramos los direct ivos de la Asociación de Vecinos, el tesorero y yo,
que soy el secretario general, fuimos a la sede de la empresa y e n-
contramos que también se habían esfumado y que en el local donde
funcionaba, lo único que d ejaron, según pudimos ver porque nos lo
permitió el conserje, fueron dos escritorios, una resma de papel con
publicidad y varias revistas hípicas y periódicos, todos po r cierto con el
crucigrama a medio llenar.
Calle Del Patotal, La Tahona
CUENTO TRES

Cuando el ejército llegó al barrio Los Erasos, en San Berna rdino,


en los días que siguieron al 27 de Febrero del 89, a recuperar los t e-
levisores Y los equipos de sonido que habían sido robados durante los
saqueos, en un centro comercial cercano, al oficial a cargo de la op e-
ración se le ocurrió una idea. Como él sabía que por las buenas no iba
a conseguir nada y no podía actuar por las malas, se le ocurrió ubicar
a sus soldados en la entrada del barrio y p edirle a la gente, a través
de un altoparlante, que devolviera lo que había tomado indebidame n-
te. Dijo que iba a contar hasta tres, para que los soldados se pusieran
de espaldas y avisó que daba un minuto para que las per sonas del lu-
gar colocaran frente a las viviendas todo lo que habían sustraído. A d-
virtió que, después de ese minuto, al que le encontraran algún objeto
nuevo cuya propiedad no pudiera demostrar con facturas se lo lleva r-
ían detenido. El of icial contó tres y él y sus soldados se voltearon.
Cuando pasó el minuto, se volvieron y quedaron asombrados porque
aquello parecía un acto de magia: toda la calle estaba floreada de r e-
productores de video, de equipos de sonido, filmadoras, computad o-
ras, radios, televisores, lavadoras, licuadoras y hasta refrigeradores.
60
Imagínate que había cuatro refrigeradores.
1º Plan del Barrio La Silsa
P ÁGINAS ROJ AS

Olvídate de la prensa, la prensa no viene donde vivimos


l o s p a t a e n e l s u e l o . Nosotros nos podemos estar muriendo aquí por
el problema más grande del mundo y, como no viVimos en el Este, l a
prensa no se ocupa de nosotros. Tiene que haber una catástrofe,
un terremoto, una inundación, para que tú veas a los periodistas
subir por estos cerros. Y suben, no para mostrar lo que ha p asa-
do, sino para importunar al gobierno, decir que tal o cual funci o-
nario es inepto o corrupto, para más nada. Uno, el pobre, para lo
único que sirve es para engordar las estadísticas o para llenar
las páginas rojas. De hecho, ¿tú no te has dado cuenta de que el
éxito de las páginas rojas se d ebe, precisamente, a que ellas son
la única oportunidad que tenemos los pobres de aparecer dest a-
cados en los periódicos, aunque sea una sola vez en la vida?

61
Centro Ciudad Comercial Tamanaco
MUERTO QUE AÚN VIVE

Tuve que botar a esa secretaria, porque esa mujer era un desa s-
tre, y el colmo fue lo de la semana antepasada. Yo me sentía tan mal,
después de ir donde el dentIsta, que le dije que no quería recibir a
nadie y que, a quienes preguntaran por mí, les dijera que m e había
muerto. A todas estas, yo me encerré en la oficina, me tomé dos asp i-
rinas y me recosté en el sofá convertible, para ver si echaba un sueñ i-
to. ¿Tú puedes creer que esa mujer tomó mis palabras al pie de la l e-
tra y a todo el que llamó esa tarde le dij o que yo me había muerto?
Imagínate el lío que se armó: la gente e mpezó a llamar a la casa y, en
la casa, mi mujer y su mamá, que ahorita está pasando un tiempo con
nosotros, se volvieron locas, llamaron a nuestras amistades, contrat a-
ron una funeraria y s e fueron a la morgue, donde esta mujer les dijo
que estaba mi cuerpo. Yo dormí tan profundo en la oficina que no me
enteré de nada hasta que ya casi era de noche. Cuando desperté, la
secretaria se había ido, y atendí yo mismo una llamada de mi su egra.
Figúrate el susto que se llevó, le iba dando un soponcio. Cuando mi
esposa pasó al teléfono, me armó un zaperoco y me dijo que lo que yo
había hecho era de mal gusto, que yo era un desconsiderado y unas
62
cuantas cosas más. Después de explicarle lo que más o men os en-
tendí que había pasado, me enteré que ya ella había contr atado una
sala en la funeraria Vallés y que varios amigos habían enviado unas
coronas de flores. Yo pasé por la funeraria y, en efecto, había nueve
coronas. Después fui al bar y César, Bartolomé y “El Colombiano”,
apenas me vieron, en vez de alegrarse, se molestaron conmigo, po r-
que también pensaron que yo les estaba jugando una broma. Aquí
tengo El Nacional y El Universal del día siguiente y, como ves, hay
dos invitaciones para mi e ntierro y cinco notificaciones de condolencia
a mi familia.
Calle San Jerónimo, Sabana Grande
JIMÉNEZ

Jim é ne z e st á ca sad o co n u n a d e do s ge m e la s y, p o co d e spu é s


d e l m at r im on io , la h e rm an a de su m u je r se f ue a vi vi r co n a m bo s.
Un a n o ch e , p a re ce qu e co Mo a lo s cu a t ro añ o s d e e so , é l se l e va n tó
a me d ian o che , sin h a ce r n in gú n ru ido , y se m e t ió en el cu a rt o y e n
la ca m a de la cu ña d a . La cu ña d a, en t o n ce s, a rmó t rem e nd o e scá n -
d a lo , u n a lb o rot o t a n gra n de qu e los ve cin o s t u vie ro n qu e lla ma r a
la p o licía . . . S í, a sí co m o tú lo ve s, q u e se la s da d e c orre ct o y h a sta
p re sum e d e se r m ie m b ro d e l O p u s De i, e l h o mb re h izo e so . P e ro lo
m e jo r de l cu en t o e s qu e , a lo s p o cos d ía s, la c u ña da le d ijo qu e su
m o le st ia no e ra po rqu e se hu b ie ra m e t ido en su cu a rt o y e n su c a -
m a , sin o po rqu e h a b í a d em o rad o de m a sia d o t iem po e n h a ce rlo y
qu e e lla y qu e lo e st a ba e spe ra nd o d e sd e e l m ism o d ía e n qu e se
h a b ía m u da do a esa ca sa, cua t ro año s a t rá s.

63
Avenida Intercomunal de El Valle
“LA CUCAR ACHA”

Cada vez que salía o que entraba la señora que vive pue rta de
por medio conmigo, en el apartamento de al lado, se enteraba todo el
edificio poRque d aba unos portazos terribles. Parecía siempre que le
daba grima agarrar el picaporte. Pero eso fue hasta hace mes y m e-
dio. Una noche, ella iba saliendo, en momentos en que mamá y yo
estábamos durmiendo al niño, y ¡pram!, ha dado tal portazo que el n i-
ño se puso a llorar. Mamá entonces salió corriendo al pasillo, armada
con un pote de insecticida y, antes de que la vec ina pudiera decir algo
o al menos cubrirse la cara, la roció desde la cabeza hasta los pies.
Por supuesto, la mujer se puso a gritar y a maldecir a todo volumen y
eso hizo que los demás vecinos sali eran de sus apartamentos a ver
qué pasaba. A mamá la agarraron entre dos ho mbres y le quitaron la
lata de insecticida y a la vecina se la llevaron a una clínica porque,
según ella, estaba intoxicada de muerte. Y aunque nosotros estáb a-
mos temerosos de una demanda, la cosa no pasó a mayores y, de p a-
so, como que fue efectiva po rque la vecina más nunca ha vuelto a ti rar
la puerta. Claro, ella ahora no nos dirige la palabra, ni a Ma rcelo, ni a
mí, ni mucho menos a mamá. Y ahora, con todos los chistes que se
64
hacen por el asunto, ya nadie la llama por su nombre, sino que t odo el
mundo le dice “La Cucaracha” y, cuando ella pasa, le cantan o le tararean
aquello de “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede c aminar”.
Avenida Sucre, Catia
TARJETAS DE PRESENTACIÓN

Nosotros, los vendedores, tenemos que ser sumamente creat ivos


porque, cada día, este campo está más competido. Y o he tenido que
inventar mis propios trucos pAra vender. ¿Quieres saber cuál es el
último, el más reciente? Yo camino mucho, camino más que el Judío
Errante. Y, caminando, se me ocurrió recoger esas tarjetas de prese n-
tación que uno encuentra tiradas en la calle... No, no importa que
estén sucias. Yo les quito el polvo y las guardo en una bo lsita plástica
transparente que cargo especialmente para eso. Después, al día s i-
guiente, me pongo mi mejor traje y me presento en la empresa o inst i-
tución donde trabaja l a persona de la tarjeta. De entrada, yo no le
oculto que soy vendedor, para crear una atmósfera de confianza. Y
entonces le digo que la he ido a v isitar porque, andando por Londres,
o París, o Tokio -mientras más lejos, mejor -, vi su tarjeta al cruzar una
calle -y se la muestro, m etida en la bolsita -. El hombre o la mujer se
relamen de gusto cua ndo les digo que, al recoger la tarjeta, pensé:
“¡qué importante debe ser este compatriota -o esta compatriota, si es
mujer-, para que una tarjeta suya ande rodando por aquí, tan lejos de
nuestro país! Ese truco es tan efectivo que, hasta ahora, lo he aplic a-
65
do catorce veces y las catorce veces me ha dado muy buenos result a-
dos. La única dificultad es conseguir las tarjetas. Así que, si encue n-
tras alguna en la calle, no importa si está sucia, rota o pisada,
tráemela que yo te doy una comisión por la venta que haga.
Prolongación Zuloaga, Los Rosales
MANOS DE PRESTIDIGITADOR

Fíjate bien en el peso, cuando te esté pesando la mortadela,


porque ese portugués tiene manos d e prestidigitador. Incluso a mí me
ha robado el muy sinvErgüenza y eso que yo le conozco todas sus
mañas. Aunque tú eres medio gafo, te mando porque es bueno que ya
te enfrentes al mundo, yo no te voy a durar toda la vida, y porque
además, si yo voy, segur o que el portugués ese no me de spacha. Él
me tiene tirria desde el otro día en que le fui a comprar medio kilo de
jamón y el muy muérgano pesó el medio kilo y, en un momento en que
me descuidé, me envolvió nada más que un cua rto, o menos, qué sé
yo. Pero yo sólo me di cuenta cuando llegué aquí porque, al abrir el
paquete, vi que faltaba como la mitad de lo que le h abía comprado. Y
lo peor es que a la hora de cobrarme, el muy ladrón me cobró compl e-
to. Yo volví al supermercado esa tarde y no hubo manera de qu e re-
conociera que me había robado. Y, cl aro, como yo no tenía testigos de
que las cosas habían sido como yo decía, todo se quedó así. Esa
misma tarde le juré que no le compraba más nunca, pero desafortun a-
damente la de él es la ún ica charcutería que hay en el barrio... ¡Ay,
Dios, si Ignacio ya se fue! ¡Quién sabe desde cuándo estoy aquí
66
hablando sola, como una loca!
Avenida Coromoto, Bello Campo
EL CAPITÁN PEÑALOZA

Lo de Peñaloza ahora es que se está empezando a arr eglar. Lo


suyo fue una de esas arbitrar iedades que ocurren en el ejército, cua n-
do tieneS la mala suerte de caer en desgracia con alguien de alto ra n-
go... El cayó en desgracia una mañana hace más de diez años, cua n-
do el hijo de un general se presentó en las caballerizas de las que él
estaba a cargo y, como no lo dejó llevarse ningún caballo, el much a-
cho fue donde el padre con el chisme. Peñaloza alegó que tenía órd e-
nes de no dejar que nadie -y menos un civil -, sacase un cab allo de los
establos, cuando los cadetes estaban en prácticas, pero el g eneral
igualito se molestó con él y después le hizo todo el daño que pudo.
Desde entonces, a Peñaloza le frenaron todos los ascensos, lo trasl a-
daron de aquí para allá y de allá para acá, buscando, supongo yo, que
se obstinara y se saliera del ejército. Pero él aguantó todo ese ch a-
parrón y ahora que su hermano ascendió a general de división, el p a-
norama ha empezado a aclarársele. Según me contó, su he rmano va a
hacer lo posible y lo imposible porque le reconozcan sus méritos y le den
los ascensos que antes le habían negado. Eso sí, el hermano le llamó
la atención y le dijo que cuando el hijo del gen eral se presentó aquel
67
día en las caballerizas, él no tenía po r qué decirle que no había cab a-
llos disponibles y que debió darle alguno, p asando por encima de lo
que fuera. Como Peñaloza le r eplicó que en ese momento todos los
caballos estaban ocupados o los estaban aseando, el hermano le dijo
que lo que debió hacer fue echarse al muchacho sobre los hombros y
pasearlo un rato, relinchando de vez en cuando, hasta que se fuera
satisfecho.
Avenida Principal de Maripérez
LA MAMA DE CECILI A

Ya va, termino de hacer esto y te cuento... Por fin me e ncontré


con Cecilia el sábado y me le declaré. Ella me dijo que yo también le
gustaba y que desDe hacía tiempo estaba esperando que yo le propu-
siera una relación. En vista de eso, la abracé, le di un buen beso y la
invité a salir para tomarnos algo, lo que ella quisi era -una cerveza, un
refresco, un helado -, pero me dijo que su mamá estaba de viaje y que
ella no salía a ninguna pa rte sin su permiso. Yo le dije que precis a-
mente quería hablar con su mamá, para poder vis itarla e invitarla a
pasear sin problemas. Además, le propuse que eligiera ella dónde
podíamos encontrarnos los tres y me dijo que en la iglesia, en la misa
de once del domingo... ¡No, chico, ella es una muchacha decente, ¿cómo
me iba yo a aprovechar de que estuviera sola?! ¡Yo no soy un pervertido como
tú...! Bueno, déjame contarte: el domingo, como a cinco para las once,
llegué a la iglesia y ya ellas estaban adentro . Yo no entré sino que
escuché la misa en la pue rta, porque a mí no me gustan los curas, ni
nada que tenga que ver con ellos. Cuando terminó la misa, Cecilia s a-
lió con su mamá y me la pr esentó. Y me quedé loco, porque la mamá
es muchísimo más bonita que e lla, está más buena, tiene mejor cue r-
68
po, y es tan simpática que yo no sé, vale, yo no sé...
Hipódromo La Rinconada
EL CALOR DE UNA FIESTA

Este calor no es nada comparado con el que hizo aquí en Car a-


cas, a comienzos de siglo. Me contaba mamá, porque yo era muy pe-
queño cUando eso, que el calor llegó a tanto que la gente salía a la
calle a freír huevos, plátanos y presas de pollo en el pavimento, y
que aquello daba la impresión de ser una fiesta y no una desgr acia
climatológica. Bueno, algo parecido vi yo una vez, a principios de si-
glo, que se incendió una casa por donde ahora es Sabana Grande.
Como eso quedaba en las afueras de la ciudad y el carro de los bo m-
beros era de manigueta y había que darle cuerda para que encendi e-
ra, los vecinos aprovech aron que todo se consumió, mucho antes de
que llegaran a apagar la candela. Cuando los bomberos se present a-
ron, la gente tenía montada una c omilona como yo no he vuelto a ver,
asando la comida en las brasas. Y lo que empezó como una tragedia,
en cuestión de un rato se convirtió en la mejor parrillada a la que yo
he asistido.

69
Esquina de Pepe Alemán
TIBIS AY

Sí que me he podido reír con Tibisay. La pobre se tuvo que ir de


su casa porque el novio que tenía, un ingeniero, la dejó emb arazada
y, en lo que se enteró, ch Ao contigo, si te he visto no me acuerdo.
Cuando yo la conocí, esa muchacha estaba de lo más d eprimida, no
sólo por lo anterior, que ya era suficiente tragedia, sino porque ac a-
baban de botarla del trabajo y, para colmo, sus padres también la ha b-
ían echado de la casa y no querían saber más nada de ella. ¿Dónde
trabajaba...? Ella era recepcionista en el Ministerio de Sanidad y ahí
fue que yo la conocí, un día que me fui a hacer un chequeo. Yo le dije
que no se preocupara, que lo suyo tenía remedio y así fue. La llevé
donde un doctor cubano, ahí en San Bernardino, y listo, no hubo pr o-
blema. Desde entonces, ella no se ha querido separar de mí y aquí,
mal que bien, tiene su comida, su cuarto, su cama limpia. Yo nunca le
he pedido que se meta a trab ajar en esto po rque, bueno, una es así,
pero ella dice que le da ve rgüenza estar aquí sin hacer nada. Aunque,
te digo, Tibisay me es muy útil, porque ella llama “no hacer nada” a
acomodar los cua rtos, a lavar, a planchar, a tener todo esto limpio. Yo
le doy su dinerito p ara que compre sus cosas -ropa, perfume o las
70
chucherías que quiera -, pero yo creo que como ve que las muchachas
mueven dinero, se le ha despertado la ambición. Varias veces me ha
asomado que ella quisiera tener dinero suyo en su cartera, dinero g a-
nado por ella... Sí, yo le propuse pagarle por todo lo que hace aquí,
pero ella dice que no, que ese es su deber, ya que yo he sido tan
buena con ella. Hace como una semana me dijo que ella quería irse
metiendo poco a poco en el oficio, aunque fuera una noche sí y una
noche no, o cuando se presentara algún cliente que a ella le agr adara,
y yo no supe decirle que no. Antenoche, se puso de acuerdo con uno,
un tipo que trabaja en el mercado de Guaicaipuro, que vino por prim e-
ra vez y se veía decente. Bueno, Tibisay y él se metieron en la habitación y
como, a los cinco minutos salió corriendo, desnuda, diciendo que ella no se
acostaba con ese hombre ni estando loca. Yo le pregunté por qué y me d i-
jo que él tenía un pipí tan grande que a ella le había dado miedo que
la partiera en dos. Cuando me dijo eso, yo entré a la habitación a ver
y, en efecto, lo que el fulano tenía era para atravesarla a una y de p a-
so romper el colchón... Sí, mi amor, un pepino de este tamaño, que yo
estoy segura que haría feliz a por lo menos una do cena de mujeres y
podría preñar a cualquiera a control r emoto. En el momento en que
eso ocurrió, yo le dije a Tibisay que le diera gr acias a Dios, porque
hombres así no se veían todos los días, pero como ella se negó a
acostarse con él, tuve que llamar a M igdalia para que se hiciera ca r-
go. Y Tibisay tuvo razón de tenerle miedo, porque Migdalia, que tú s a-
bes que tiene la cosa bien ancha, me contó que al otro día amaneció
sangrando, sin tener la regla... Esa noche nos reímos a más no poder y
todavía, cada vez que nos acordamos de la cara que puso Tibisay cuando
vio aquel cañón, no hacemos otra cosa sino soltar las carcaj adas.
Avenida Boyacá (Cota Mil)
EMMA NO ME CREE

Emma no me cree y yo creo que si fuera ella, yo tampoco me


creería... Te debe haber contad o que yo salí de San Félix la sem ana
antepasada y que la llamé desde eL terminal de autobuses para deci r-
le que estaría en Caracas unas catorce horas después. Pero pasó
que, cuando íbamos llegando a El Tigre, al autobús se le r eventó un
caucho y, mientras lo reparaban, dos pasajeros se pusi eron a pelear.
Yo intervine para separarlos y uno de los ellos me agarró la camisa
tan fuerte que me la rompió. En eso llegó una camioneta de la Guardia
Nacional y los guardias que venían en ella nos detuvieron a los tres .
Yo le dije a los guardias, y los demás pasajeros me ap oyaron, que yo
no tenía nada que ver con la pelea y que más bien había tr atado de
evitarla, pero no hicieron el menor caso. Según ellos, el h echo de que
yo estuviera con la camisa rota era una clara s eñal de que había in-
tervenido en la riña. De allí nos llevaron al comando del Kilómetro 33
y, apenas llegamos, yo pr otesté y dije que lo que hacían conmigo era
un atropello. “Tú no sabes lo que es un atropello”, me contestó el c a-
pitán que estaba a cargo. “ Atropello es esto” y ento nces, entre él y
cinco guardias, me cayeron a peinillazos y patadas, hasta que perdí el
71
conocimiento. Cuando desperté, parece que había p asado día y medio
o más y me tenían en un calabozo oscuro, donde hacía bastante calor.
Ahí me picaron no menos de cuatrocientos zancudos y creo que me
transmitieron dengue, paludismo o algo así. El resto de ese día lo
pasé temblando de fiebre y, como no tenía ni siquiera una sábana p a-
ra cubrirme, me sentí tan mal como nunca me había sentido. Es más ,
en ese momento yo creí que no la iba a contar. Y es que, además del
malestar de la fiebre, me dolían todos los huesos y los músculos por
la golpiza. Cuando por fin salí, varios días después, supe que estaba
en Barcelona. Antes de dejarme salir, me diero n una camisa vieja y
me devolvieron las llaves de mi casa y mis documentos, pero se qu e-
daron con los sesenta mil bolívares en efectivo que yo traía en mi b i-
lletera. Según los guardias, cuando ellos me detuvieron yo no cargaba
dinero y me advirtieron que si reclamaba me iban a dar “otra ración de
palos”. Así mismo me dijeron: “otra ración de palos”. Total, que me fui
al terminal de pasajeros, a ver si conve ncía a algún chofer de autobús
para que me trajera de gratis hasta Caracas. Yo pensé en llamar a
Emma, pero como no tenía ni un centavo, no pude comprar ni alquilar
una tarjeta telefónica. Al rato, conversa ndo con un hombre que estaba
por ahí y que tenía una, él ofreció prestármela para que llamara, pero
ninguno de los teléfonos del terminal de pasajeros se rvía. Y es que o
no tenían línea, o les faltaba la bocina o no aceptaban la tarjeta. De s-
pués hablé con tres choferes de autobús, pero ninguno aceptó trae r-
me. Uno de ellos incluso me dijo que yo estaba bueno y sano y que, si
quería viajar, tenía que comprar un pasaje. Yo le conté lo que me ha b-
ía pasado y me contestó que él no transportaba pres idiarios. Además,
como de Barcelona casi no salen autobuses hacia Car acas, la mayor
parte del tiempo estuve deambulando por aquel p eladero de chivos. Y
como a cada mome nto me sentía peor y me aumentaba el hambre, no
sé en qué momento me quedé dormido en uno de los bancos de c e-
mento del terminal. Cuando de sperté, estaba temblando por la fiebre.
Tuve la fortuna de que una m ujer que trabaja por ahí cerca me vio y
se apiadó de mí. Esta mujer, que se llama Haydeé, me llevó para su
casa y ahí pasé nueve días, sin p oderme parar de la cama. Yo le pedí
que llamara a Emma y le avisara, pero justo en esos días se produjo
una avería por donde nosotros vivimos y todos los teléfonos d e la zo-
na quedaron incomunicados desde entonces, sin línea y sin tono.
Haydeé llamó a mi compadre Justino, para que le avisara a Emma, p e-
ro tú sabes cómo es Justino de olvidadizo y en todos estos días no
llamó nunca. A ti también te llamó pero le dijeron q ue tú estabas de
viaje. Luego, más bien le pedí que no siguiera llamando, porque est a-
ba seguro de que Emma iba a pensar que si una voz de mujer era la
que estaba dando razón de mí, lo menos que podía pensar era que yo
le estaba poniendo cuernos. Ese mismo día, Haydeé llevó a un médico
a su casa y gracias a un jarabe que tomé por la mañana, al m ediodía
y empezando la noche, me levanté al décimo día. Yo casi no me podía
tener en pie, pero igual le pedí a Haydeé que me ll evara a Puerto La
Cruz, porque en el p uerto salen autobuses para Caracas a cada rato.
Esa mujer se portó conmigo mejor que si fuéramos familia, po rque no
72
sólo me llevó hasta el terminal de Puerto La Cruz, sino que me dio d i-
nero para el pasaje y para que comiera algo por el camino. Cuando
nos despedimos, me dio un beso en la boca y me dijo que, cuando p a-
sara por Anzoátegui, me acordara siempre de ella. Yo te digo una c o-
sa: si no estuviera casado con Emma, le echaría los perros a Haydeé.
Ella tiene una cara agrad able, un buen cuerpo, aunque ya pa sa largo
de los treinta años, y como cocinera es de lo mejor... Pero ahí no te r-
mina la historia: cuando venía rumbo a Caracas, conocí en el autobús
a dos morenas que iban a cantar en las fiestas de Río Chico, en Ba r-
lovento. La menor venía sentada a mi lado y, como nos caímos bien y
estuvimos hablando todo el viaje, me invitó a bajarme con ellas al ll e-
gar al pueblo. Yo les dije que no porque lo único que qu ería era llegar
a mi casa. Pero llegué y, en lugar de recibirme contenta, Emma estaba
supermolesta porq ue, según dijo, yo me había burlado de ella, me
había quedado con otra mujer, y le estaba inventando un cuento. I n-
cluso, como me vio tembleco, dijo que cómo h abría sido la tiradera
que tuve con la mujer con quien me desaparecí t odos esos días, que
apenas me podía tener en pie. Cuando dijo eso, agarró varias camisas
y pantalones míos, me los arrojó a la cara y me pidió que me fuera,
que no quería volverme a ver. Vine a pedirte que me ayudes a co n-
vencerla de que todo lo que le conté -que es lo mismo que te ac abo
de contar a ti -, pasó de verdad. Y a ti además te juro que no tuve n a-
da con Haydeé, no porque no hubi éramos querido o no hubiéramos
tenido ocasión, sino porque en los días que pasé en su casa yo tenía
tan pocas fuerzas que, a duras p enas, podía abrir los ojos.
Calle El Carmen, Country Club
AVENTURAS VEGETALES

La que robaba plantas en los parques y en los jardines de las


casas por donde pasaba era mamá. Pero eso sí, lo de ella no podía
considerarse un robo ni un capricho. Lo de ella, Y me consta po rque
una vez la acompañé, era toda una aventura. Déjame contarte cómo
era. Lo primero que hacía era conseguir un periódico o un papel gra n-
de para envolver la planta que quería y luego venía el pr opio acto de
sacarla de donde estaba y llevársela. En eso, mamá era una artista.
Tú la veías acercársele a la planta con toda naturalidad, como si v i-
niera pendiente de otra cosa. Entonces miraba p ara todas partes como
los espías del cine y, en menos de lo que te imaginas, la sacaba con
raíz y todo y la envolvía con el periódico o el papel. Si se daba cuenta
de que no se la podía llevar en ese mismo momento, porque las raíces
estaban muy profundas o po rque el lugar estaba muy concurrido y la
podían descubrir, planif icaba cómo robársela esa noche o la noche
siguiente. Entonces, se iba con un cuchillo y un potecito lleno de ti e-
rra y le pedía a papá que la llevara y la esperara por allí cerca, con el
auto encendido, por si la sorprendían. De spués se escapaban como si
fueran una pareja de delincuentes, haciendo sonar los cau chos y
73
huyendo a toda velocidad. Más tarde, llegaban a la casa felices, rié n-
dose de lo que habían hecho, como un par de niños travi esos.
Torre Este, Parque Central
“LA SEÑORA DE TELEVISOR”

A quien yo no me trago es a Wanda, la secretaria de


Comercialización. Esa mujer tiene todos los defectos que pu e-
d e t e n e r u n a p e r s o n a e i n c l u s o u n o s c u A n t o s m á s : es presumida,
chismosa, aduladora y se cree la última Coca Cola del desierto, au n-
que se viste con una ropa que parece hecha de saldos de tapicería o
de una venta de cortinas. Lo peor es que ella cree que está elegant í-
sima. Yo creo que soy capaz de perdonarle lo demás pero el mal gu s-
to es algo que a mí me da de todo, me da grima, me echa a perder el
cuerpo. Yo la veo y se me revuelve la bilis. Por eso fue que el otro
día, en el cumpleaños de Olivia, cuando yo entré y la oí diciendo que
su marido ideal tenía que ser brillante, alguien que hablara bien, que
supiera contar chistes, que cantara y que no s aliera de noche, yo no
me aguanté y, para ponerla en ridículo, le dije: “W anda, tú lo que n e-
cesitas no es un hombre, sino un telev isor”. Y como a partir de ahí le
han estado echando bromas, llamándola “La Señora de Televisor”,
ahora, cada vez que me ve, tuerce la boca y me echa unas miradas
que quieren decir, textualm ente: “¡Púdrete, de sgraciada!”.
74
Centro Comercial Sambil
LA CARA QUE YO TENÍ A

El jueves iba por la avenida Rómulo Gallegos cuando, en un


semáforo, me detuvo un fiscal de tránsito. Yo había dejado mi of icina
antes de la hora de salida porQue me sentía de lo peor pero, como
tenía que pasar por la casa de mi suegra en El Marqués, a buscar a la
niña, tomé la avenida Francisco de Miranda y después la Rómulo G a-
llegos y las dos estaban congestionadas. Estando en el sem áforo de
Boleíta, el fiscal tocó en la vent anilla y, cuando la bajé, me dijo que
me parara en el hombrillo. Ahí empezó a pedirme documento tras d o-
cumento y como yo siempre ando legal no encontró ninguna anormal i-
dad. Entonces se puso a rev isar el carro. Me hizo prender las luces
altas y las bajas, los stops y los limpiaparabrisas, y hasta me hizo
probar los frenos. Como me di cuenta qué era lo que andaba busca n-
do, le dije: “¡Oiga, señor, son casi las tres de la tarde y hace un calor
de los mil demonios. Y o s a l í h a c e u n a h o r a d e m i t r a b a j o y h e s o -
portado una cola de carros tan grande que tengo hambre, tengo
sed, tengo calor, tengo ganas de hacer pipí, me duele la cabeza y
me siento muy deprimida, además de que anoche casi no pude
dormir. Para colmo, antes de ir a mi casa voy a un sitio al que no
75
quiero ir, que es la casa de mi suegra, y usted viene y se pone a p e-
dirme documento tras documento y a buscar cualquier excusa para
sacarme dinero! ¡¿Sería tan amable de dejarme tranquila?!”. Y, claro,
al ver mi cara, tuvo que d ejarme ir.
Calle Carúpano, El Cafetal
POR UN P AQUETE DE G ALLETAS MARÍ A

Increíble, todo pasó por un paquete de galletas María. Yo e m-


pecé a abrirlo y, como estaba bien cerrado, lo tiré al suelo y le di una
patada. Como lo que hice fUe romper las galletas, volverlas harina, de
la rabia les tiré otra patada, con tan mala suerte que le pegué a la
mesa y, como yo ahí todavía tenía sin cicatrizar las heridas de cuando
me caí de la moto, se me abrieron otra vez. Al principio, yo no les h ice
caso pero me fui debilitando, debilitando, hasta que m e di cuenta de
que me estaba desangrando. Traté de llamar por teléfono a mi herm a-
no, que estaba en el trabajo, pero siempre daba ocupado. Eso fue en
la mañana y mi hermano, cuando llegó en la noche y me e ncontró en
el suelo, yo ya estaba más de allá que de acá. Por fin, cuando entre él y
un vecino me trajeron aquí, al hospital, por un pelo no ingresé mue rto.
Me salvé porque me cortaron la pierna, según me dijo el doctor. En los
días en que estuve hospitalizado y en los que he pasado aquí, en la
casa, acostumbrándome a la idea de que me falta una pierna, lo único
que he hecho es pensar en lo peligroso que puede ser un p aquete de
galletas María, si no lo sabes manejar.
76
Avenida El Buen Pastor, Boleíta Norte
EL ENTIERRO MÁS CARO

Eso es lo que se llama “hipoc resía”, ni más ni menos. Hay que


ver cómo trataban a ese pobre viejo antes de que se m uriera. El se
sentaba en la sala y de inmEdiato el nieto encendía el equipo de son i-
do a todo volumen. Iba a descansar en la mecedora que estaba en el
porche y ahí se ponía a jugar la niña con el perr ito, hasta que a él no
le quedaba más remedio que irse a su cuarto. El viejo no tenía otro
sitio donde estar que no fuera su cuarto y por eso lo llamaba “El últ i-
mo refugio que me queda en la vida”. Si alguno de los nietos se me tía
en el cuarto, se iba a la placita de la urbanización, que está en la otra
cuadra. Pero, como se sentía tan mal con la artritis, iba pasito a pas i-
to, como un bebé que aprende a caminar. Yo lo veía pasar y me pr e-
guntaba: “¿Dónde estarán la madre y el p adre de esos niños?” Cada
uno andaba por su lado, en sus negocios y tracalerías, sin i mportarle
lo que hicieran o dejaran de hacer sus hijos, y eran las mujeres de
servicio las que tenían que lidiar con esos criminales... Sí, criminales,
porque por culpa de ellos fue que antier el pobre viejo salió a la calle,
huyendo del ruido que había en la casa y que se oía en toda la ma n-
zana, porque yo, que vivo enfrente, lo escuchaba como si lo tuviese
77
en mi sala. Cuando estaba cruzando la avenida, parece que ni el ch o-
fer lo vio a tiempo, ni él tampoco tuvo la agilidad para quitarse de en
medio, y vino un carro y se lo llevó por delante. El que lo atropelló
está internado en una clínica, recuperándose de la impresión pero, y
eso lo sabemos todos, los verdaderos culpable s de esa muerte son
esos demonios y sus padres. Yo me pregunto, ¿cómo es posible que,
después de todo lo que ese pobre viejo trabajó para levantar a su f a-
milia, no tuvo en su ancianidad un lugar dónde pasar tranquilo sus
últimos años? Ahora, para hacerle v er a la sociedad que lo querían
mucho, le están pagando el entierro más caro.
Parque del Este
LIMPI ANDO AQUÍ Y LIMPI ANDO ALLÁ

Una vez, como al año y medio de quedarme viuda, me sentí tan


sola, tan sin fuerzas y sin esperanzas, que decidí suicidarme, m e-
Tiendo la cabeza en un horno de gas que había en casa desde que yo
era niña. Yo no lo utilizaba casi nunca porque para hornear usaba el
horno de cocina eléctrica. Por eso, cuando lo abrí, lo encontré lleno
de grasa y de chiripas y me dio asco suic idarme ah í. Sobre todo, sentí
repulsión de que mi cabeza cayera en semejante acumulación de po r-
quería y se me llenara el pelo de grasa. Pensé que si a alguien se le
ocurría fotografiarme así -muerta, vieja y con el cabello sucio -, las
personas que vieran esa imagen iban a tener una idea equivocada de
quién había sido yo. Así que decidí asear aquello pr imero, antes de
usarlo, y como no tenía limpiahornos ni insecticida, me vestí y fui al
supermercado. Cuando regresé, me volví a cambiar de ropa y descubrí
que había olvidado comprar unos guantes. “Si no me sale bien el su i-
cidio, no voy a andar por ahí después, con las uñas destrozadas”,
pensé, y me arreglé para volver al supermercado. Compré los guantes
y regresé rapidito, porque me urgía suicidarme. En la casa, me camb ié
de nuevo y puse manos a la obra. Empecé r ociando el horno con el
78
insecticida y eso hizo salir a cientos de cucar achas y chiripas. En ese
momento me di cuenta de que si quería aba ndonar pronto este valle
de lágrimas, tenía que buscar otro método, porque el olor del insect i-
cida -aunque usara el líquido limpiahornos -, no iba a dejar que meti e-
ra la cabeza en el horno por más de unos s egundos. Para no hacerte
largo el cuento, te diré que esperé una hora para quita rle la grasa a
todo aquello y entonces advertí que el piso de la cocina estaba sucio y,
limpiando aquí y limpiando allá, se me pasaron las h oras y los días y
hasta los años. Y aquí me tienes, viva y con la casa pulcra y brilla nte
como una tacita de plata.
Esquina de Amadores
EN EL CUMPLE AÑOS DE MIREY A

Nosotros estábamos en pleno bonche, en el cumpleaños de M i-


reya, cuando de repente se pre ndió un mariquerón. Yo no sé cuá ndo
empezó todo, sólo que me dI eron tremendo coñazo con una silla por la
espalda, cuando estaba bailando con Raquel, la prima de Al tagracia
que está bien buena, y me entró tal arrechera que agarré un florero
que estaba en una mesa y se la puse de sombr ero al tipo que tenía
más cerca, porque en una cosa así uno no puede escoger a quien j o-
de. El tipo se quedó parado, botando sangre por la cabeza y, aprove-
chando que me le quedé mirando, me salt aron encima dos tipos y me
cayeron a coñazos. Ahí fue donde yo me di cuenta que unos carajos
se habían metido para sabotear la fiesta porque no los habían invit a-
do. Fueron como doce o trece carajos los que se metieron porque sí,
buscándole bronca a todos los ho mbres que estábamos en la casa,
empezando por Beto que es mi hermano mayor, y terminando por F e-
derico, que es un hijo de tía Socorro que, como está estudiando en la
Universidad Central, se vino a vivir con nosotros. Lo que pasó de s-
pués fue que, en medio de la coñamentazón, no se sabe quién le m e-
tió un cuchillo de cortar carne en la espalda a uno de los tipos y el
79
desgraciado se quedó ahí, quieteciiiito, tendido en un charco de sa n-
gre, en la entrada a la cocina. Al rato, llegó la policía y nos llevaron a
todos detenidos -¡coño, y esos polis sí son mierdas: de paso, se llev a-
ron la torta y seis botellas de ron! -, y bueno, como con nosotros est a-
ba Pascual, que él es policía secreto, a las pocas horas nos soltaron,
porque el tipo que se murió era una lacra, tenía antecedentes en t o-
das las policías y no importaba mucho... ¡Eso es lo que yo digo: de s-
pués de todo, no estuvo tan mal, porque un bonche que no te rmine
con un muerto o media docena de heridos, por lo menos, no es un
verdadero bonche, ¿no es así?!
Avenida Principal de El Cementerio
G ARDEL NO HA MUERTO
Y CANTA ENMASCAR ADO
EN UN BAR DE MEDELLÍN

Yo le he oído decir a mamá que Gardel no ha muerto y canta


enmascarado en un bar de Medellín. Ella di ce que se lo contó a lguien
que estuvo en ese bar. ParEce que a eso de las nueve de la noche se
apagan las luces y entra un viejo en una silla de ruedas, que usa una
máscara de esas que se ponen los luchadores, porque la cara la tiene
desfigurada por los añ os y por las quemaduras del a ccidente. Al viejo
lo dejan en un escenario y entonces empieza a cantar todos esos ta n-
gos que Gardel cantaba, cuando papá andaba detrás de la vieja y ella
ni pensaba en decirle que sí... Sí, eso es lo que yo le he dicho, que si
eso es verdad, ese señor debe tener más de cien años. Pero, según le
contaron, cuando Gardel salió del avión, con la ropa en llamas, e ntre
la gente que se acercó a salvar a los sobrevivientes estaba un i ndio
colombiano que se lo llevó para donde vive su t ribu y ese indio le curó
todo menos las quemaduras de la cara, porque eran muy profu ndas.
Esos mismos indios son los que le dan a beber una cosa para conse r-
varle la voz igualita a como la tenía antes del accidente. Dicen que
80
algo así pasó con Kennedy, que a Kennedy no lo mataron en D allas,
nada más lo hirieron, y después hicieron como que lo enterraban, pero
en realidad se lo llevaron para la isla en que vivía Onassis. Luego
montaron todo el teatro de que Onassis se casaba con Jacqueline,
porque sabían que él no iba a durar mucho, y por eso fue que a ella
no se le vio llorar cuando se volvió a quedar viuda. Hace unos años
también simularon que ella se había muerto y vendieron sus joyas y
sus vestidos a precios altísimos. Y, ¿adónde crees tú que fue a parar
ese dinero? A la causa de Kennedy, porque Kennedy se ha estado
preparando todos estos años para reaparecer en cua lquier momento
como el Anticristo... Pero volviendo a m amá, ella quiere ir a Medellín y
se ha propuesto hacerlo en diversas fechas pero, cada v ez que lle-
gan, algo pasa, o no pasa nada pero ella cree que sí y resulta que
jamás se da ese viaje. Aquí, entre nos, yo creo que a ella le da miedo
ir y encontrarse con que todo es ment ira.
Chorro a Coliseo
ROMPECABEZAS DE DIEZ MIL PIEZAS

Compré un rom pecabezas de diez mil piezas y pasé todo el fin


de semana armándolo, desde el viernes en la tarde hasta casi la m e-
dianoche del domingo, que fue cuaNdo descubrí que faltaba una. La
busqué en la caja, entre los sillones, en la bolsa donde transporté la
caja e incluso en la basura, porque pensé que p odía haber caído allí,
cuando le quité el envoltorio de papel transpare nte. En vista de que la
pieza no apareció, desarmé el rompecabezas y me fui al lunes, al
mediodía, a la tienda donde lo compré. Cuando le dije a la vendedora
lo que había pasado, se me quedó viendo y, poniendo cara de no e n-
tender, preguntó: “¿Y cuál es el problema de que falte una pieza?
¿Acaso no están todas las d emás?” Si alguna vez yo he tenido ganas
de matar a alguien, ha s ido en ese momento .

81
Complejo Cultural “Teresa Carreño”
LA CATEDRAL SUMERGIDA

Nosotros nunca hemos sabido valorar lo que tenemos y sie mpre


hemos menospreciado lo nuestro y creído que lo de los demás es m e-
jor, tiEne mayor calidad, es más grande. Ahí tienes tú la “Catedral
Sumergida” de Ys, que Claude Debussy hizo famosa porque le comp u-
so una obra para piano. E n ca mb io , aqu í, e n Cu b a gu a , n o so t ro s ta m -
b ié n t en em o s un a ca t e d ra l de b a jo d e l m a r, cu ya s cam p an ad a s se
e scu cha n cua n do lo s f e rrys y lo s b a rco s p a sa n de no che ce rca de la
isla , y la ge n t e no d ice qu e e so e s u n h e ch o p o ét ico, sin o que se
t ra t a de su pe rst icio n e s p ro p ia s d e l a t ra so y e l su b desa rro llo . Pero,
claro, esta catedral sumergida queda en Cubagua, que hoy día está reducida a
nada y tomada por los zamuros. En Cubagua estuvo la primera capital del
país y fue, durante la colonia, un lugar próspero, donde las perlas
corrían como moneda común. Pero como Cubagua no queda en Europa...

82
Monzón a Mame y
LOS CURSOS DE LA VIDA

A mí quien me corta el cabello es mi hija mayor. Como a ella el


marido le salió malo, se divorció y se quedó con la patria pote stad de
los tres niños y, usteD sabe, criar tres hijos en estos tie mpos no es
como antes, que antes usted los d ejaba que se criaran solos y esos
muchachos crecían de lo más s anos. Por eso es que la hija mía, que
es maestra graduada, h izo un curso de auxiliar de enfermería para ver
si redondeaba el sueldito, porque con la miseria que ganan los mae s-
tros en el país no pueden vivir ni siquiera los que son solteros. Cua n-
do lo terminó, puso en la entrada del edificio un letrerito que decía
“SE PONEN INYECCIONES Y SE TOMA LA TENSION” pero, como
con eso no se ayudaba gran cosa, hizo también un curso de repost ería
y, a partir de ahí, usted veía a esa muchacha todas las noches en la
cocina, haciendo tortas por encargo, para cumpleaños, bodas y baut i-
zos. Pero eso tampoco es rentable porque hay varias pastelerías muy
buenas en Caracas, y tuvo que hacer un tercer curso, uno de pel u-
quería que anuncian por la prensa, y por fin como que la pegó, ya que
ahora le corta el pelo y peina a todas las vecinas y a la familia. Y no
porque sea mi hija es que le voy a decir lo que le voy a decir, pero
83
quien se corta el cabello una vez con ella, no ace pta más nunca que
se lo corte otra persona.
Avenida María Teresa Toro, Valle Abajo
LA MAYOR VERGÜENZA QUE HE PAS ADO

La mayor vergüenza que he pasado en mi vida fue cuando el g i-


necólogo de mi mujer me mandó a hacerme un examen de e sperma,
porque llevábamos dOs años de casados y Jeanette nunca había qu e-
dado embarazada. Ese día fui bien temprano a un laboratorio que te nía
una sala enorme, donde estaban catorce mujeres trabajando con m i-
croscopios y con distintas m áquinas que no sé cómo se llaman ni para
qué sirven. Yo le e xpliqué a la encargada a qué iba y ella, par a que se
enteraran las catorce mujeres, repitió en voz alta lo que yo le había
dicho bajitico. Por supuesto, todas se voltearon a verme. Ento nces me
dijo, otra vez en voz alta, que necesitaba tomarme una muestra de
semen, y como yo le pregunté, “¿Dónde?”, me señaló un cuart ico que
quedaba al otro lado de la sala. Mientras yo veía por dónde tenía que
pasar y observaba cómo las mujeres me miraban de reojo, la encarg a-
da me dio un frasquito y me entregó unas revistas pornográficas su e-
cas, bastante manoseadas, e n las que había hombres haciendo el
amor con mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres y ha s-
ta hombres y mujeres con animales. Sin decir nada y sintiendo que el
rojo de la cara iluminaba mi camisa blanca, fui ha sta el cuartico, con
84
las revistas bajo el brazo, y ese camino se me hizo larguísimo. A m e-
dida que iba pasando, las mujeres se hacían las que no me veían,
aunque en las comisuras de los labios les asomaba una cierta sonris i-
ta. O j a l á h u b ie r a t e r m in a d o a h í e l a s u n t o p e ro r e su l t a q u e e l cu a rt o
e s t a b a c e r r a d o co n l l a ve p o r q u e , co m o e st a b a e m p e za n d o e l d í a ,
n a d i e l o h a b í a u sa d o . Y o t r a t é d e g i r a r e l p i c a p o r t e p e r o , a l v e r
que no cedía, volteé hacia donde estaba la encargada y vi
que todas las personas, incluso las que habían ido a hacerse
exámenes de sangre, de orina y de qué sé yo, me estaban m i-
rando, y ninguna de las mujeres estaba trabajando. La e n-
cargada vino rapidito, me pidió disculpas y abrió la puerta de
lo que resultó ser un baño, con su retr ete y su ducha. Claro
está que, cuando me quedé s olo, lo que yo menos quería
hacer era lo que se suponía que debía hacer. Afuera, yo las
oía, las mujeres hacían chistes y comentarios sobre mí y por
eso demoré bastante en tener una erección. Pero hice de tr i-
pas corazón y me dije: “Humberto, ya que estás a quí, sal lo
más pronto que puedas de este asunto”. Y así lo hice, aunque
me tuve que concentrar muchísimo, m irando a una rubia de
e s a s q u e parece que las hacen por co mputadora, de lo bien hechas
que están. Cuando ya estaba a punto de eyacular, otro tipo qu e venía
a lo mismo abrió la puerta, porque yo no le había pasado el seguro, y
quedé expuesto a la vista de todos. De milagro no me dio un at aque,
cuando las mujeres del laboratorio se pusieron a aplaudir y a silbar,
mientras la hipócrita de la encargada simulaba que las mandaba a callar.
Edificio Catuche, Parque Central
PENDEJ ADITA DE SUELDO

No sé a ti pero, a mí, esa pendejadita de sueldo que yo estaba


ganando donde tú y yo trabajábamos antes no me alcanzaba para n a-
da. AnteS, yo cobraba y después de pa gar el giro del carro, las cuotas
del juego de recibo, del juego de c omedor, del equipo de sonido y de
la nevera, apenas me quedaba algo para hacer mercado, pagar el c o-
legio de los niños y pagar el alquiler del apartamento. Tres días de s-
pués de haber cobra do, siempre tenía que solicitar vales o pedir din e-
ro prestado, hasta que un amigo mío que está metido en esto me pintó
el negocio y yo decidí echarle bolas. Y aquí me tienes. Tú has visto
como tengo la casa, como están los muchachos y, bueno, en mi casa,
a Dios gracias, no falta nada. A mí me traen la coca cada quince días
de Bolivia y yo solamente la distribuyo en varios sitios: a mí me queda
una tajada que es como diez veces el sueldito ese de mierda que te n-
ía antes... ¿La policía? ¡La policía está peor q ue uno, metida hasta el
culo en esto! ¡La gente para la que yo trabajo le da una comisión a
varios de los jefes, para que estén tranquilos, y de vez en cuando se
ponen de acuerdo en dejar capturar a alguna mula en un aeropuerto,
para hacerle creer a la gen te que se está luchando duro contra la dr o-
85
ga. Esas comisiones uno se las carga a los clie ntes y por eso no hay
ninguna pérdida! ¡Esto es un negocio muy bien organizado, que tiene
sus riesgos como todo! Aunque, claro, yo no dejaría que un hijo mío
se metiera en él. Y si me preguntas por qué, no sabría decírtelo. Sólo
te diría, y sinceramente, que porque, después de todo, a uno siempre
le queda algún resto de decencia en el cuerpo.
Kilómetro 12, Carretera a El Junquito
DESPUÉS DE LA P ALIZA

Después de la p aliza que me dieron los dos policías que me d e-


tuvieron, me desmayé. Al rato o a las horas, no sé, cuando de sperté,
lo hice Porque en la celda donde me metieron tenían ence ndida una
radio a todo volumen y había un bombillo al que no había manera de
apagar y ni siquiera de quebrar, porque no sólo estaba muy arriba, s i-
no que lo habían cubierto con una armadura de alambre y tela metál i-
ca. El bombillo, calculo yo, era de más de cien bu jías, porque daba
una luz muy fuerte. En ese lugar me tuvieron s olo, sin dejarme dormir,
dos días con sus noches, y apenas me di eron de comer el primer día
una rebanada de pan con jamón y un vaso de agua, y dos rebanadas
de pan con mortadela y agua, el s egundo. Al tercer día, me vinieron a
buscar, me vendaron los ojos y me hicieron caminar hasta un carro,
donde me metieron a empujones. Luego, estuvimos rodando como me-
dia hora, hasta que entramos a un sitio que yo creo que era el mismo,
porque del suelo se levantaba el mismo ruido sordo. A mí me parece
que lo que hicieron fue pasearme , para hacerme creer que me estaban
mudando de sitio. Apenas llegamos, me llevaron por un pas illo y, de
repente, me empujaron y me metieron en una habitación p equeñita,
86
donde estaban dos tipos que yo no había visto nunca. Uno de ellos,
me quitó la venda d e los ojos y, sin decir nada, me dio una p atada en
los testículos. Mientras yo me retorcía en el suelo, el otro me insult a-
ba y me daba patadas en la cara, en el estómago, en las na lgas, en la
espalda. Mientras me pegaban, me pregunt aban por alguien que yo no
conozco y mientras más yo les decía que no sabía de quién me est a-
ban hablando, más me p egaban. Por f in, me debí desmayar, porque no
recuerdo más nada, y, cuando me desperté, estaba tirado en otra ce l-
da, pero esta vez acompañ ado de veinte o veinticinco t ipos. Ahí había
drogadictos, carteristas y de todo. Imagínate en qué cond iciones me
verían que nadie se metió conmigo y más bien me ayudaron a sobr e-
llevar mis muchos dol ores. Allí me tuvieron hasta que, al tercer día,
como yo estaba tan mal, llevaron un m édico y el médico hizo que me
trasladaran a una enfermería. En esa enfermería estuve tres días más,
recuperándome, y después, unos tipos que se identificaron como p o-
licías, de la Policía Técnica Judicial, me devolvieron mis documentos,
me dijeron que había habido una confusión, que la cosa no era conm i-
go, pero que si se me ocurría denunciar lo que había pasado, ellos
sabían dónde encontrarme, a mí, a mi mujer y a mis dos hijas. Te
cuento esto, para que tú sepas que estas cosas pasan a menos de
cien metros de la vida normal y democrática y nadie lo ve o, mejor
dicho, nadie quiere verlo.
Segunda Calle de El Pinar
ÓRG ANOS DE REPUESTO

Sería buenísimo que a medida que a uno se le fueran desga s-


tando los órganos, los pudiera reponer con piezas de repuesto, com o
los autOmóviles. Que si el estómago se me dañó, ahí va uno nuevo.
Que si el corazón se paró, me ponen otro que late como un caballito al
galope. Uno tendría la oportunidad de comprar órganos nuevos, sell a-
dos dentro de sus respectivos empaques, o de segun da mano, en
tiendas o locales especiales que, me figuro, habría en los hospitales.
Para cambiárselos, claro está, se necesitarían op eraciones en salas
acondicionadas para ese tipo de cirugía que se haría tan común que
no requeriría de quirófanos. Ahora, aq uellas partes del cuerpo que
dan hacia el exterior, como los brazos, los pechos de las mujeres, las
piernas o el pene, me figuro que se cambiarían como los bombillos,
que uno desenrosca el órgano malo, lo tira al basurero, se pone el
nuevo y sale a la call e, tranquilamente, a estrenarlo.

87
Centro Plaza
LO QUE P ASÓ ESA TARDE

Guillermo, yo no te embarqué ese día a propósito. Eso no fue


así, escúchame: lo que pasó esa tarde en que iba para tu casa a e s-
tudiar fue que conocí en eL minibús a una carajita lindís ima, que pa-
recía sacada del Miss Venezuela. Como había mucho tráfico, nos p u-
simos a hablar y nos caímos bien. Hablamos de todo, de lo que
estudiábamos, de la música que nos gustaba, de los lugares donde
íbamos y de los amigos. Mientras tanto, yo pensaba po r dentro que
nunca me había levantado a una chama tan buena. Por eso, cuando
ella se fue a bajar por S abana Grande, yo le pregunté que si quería
que me apeara con ella y, como me dijo que sí, est uvimos paseando
por el bulevar, primero sueltos y después aga rrados de la mano, como
hasta las diez de la noche. A esa hora la acompañé a su casa en el
metro, a un apartamento que queda por La Candelaria y, cuando me
invitó a quedarme con ella, a mí se me olvidó que teníamos examen
de Física al otro día. Ella me dij o que ella vivía ahí con dos hermanas,
pero que las dos estaban de viaje para Barinas. Bueno, apenas e n-
tramos, empezamos a besarnos y a sobarnos, mientras nos quitáb a-
mos la ropa. Pero en lo que le puse la mano ahí abajo, me eché para
88
atrás y dije: “¡Coño d e la madre!”, porque le sentí un bulto, “¿no me
digas que tú eres un hombre?” Entonces ella, sin decir nada, se te r-
minó de quitar la ropa y me mostró un cinturón de castidad que le ha b-
ían puesto las hermanas, antes de irse. De la arrechera, me vestí y
me fui, y esa noche no pude estudiar nada. ¿Oye, Guillermo, tú crees
que si hablo con la profesora y le digo que estaba enfermo y consigo
un certificado con un médico que yo conozco, me deje presentar el
examen?
Avenida Los Jabillos, Los Caobos
SERVICIO DE CO NSOMÉ DE G ALLINA Y CAFÉ

Pase por aquí, caballero, si me hace el favor. Lo primero que


vamos a hacer es encender esta luz. Bien: aquí tenemos este m odelo.
Tiene tOdo incluido: servicio de consomé de gallina y café en la cap i-
lla, son seis servicios de caf é y dos de consomé, hasta la hora de s a-
lida el cuerpo, más la participación del sepelio por un periódico, el
que usted elija. Este otro modelo también tiene todas las comodid a-
des, los mismos servicios y cuesta exactamente igual. Lo único dif e-
rente es que estas molduras que aquí son plateadas, en el que vimos
antes son doradas, pero adentro tiene el mismo ancho, el terminado
es similar y viene así, en brillante o, si usted lo prefiere, en mate.
¿Este...? Este es el modelo más caro: en el precio se incluye un a mi-
sa cantada de cuerpo presente y, en lugar de hacer la participación en
un solo periódico, la hacemos en tres y en dos radioemisoras.
Además, hay servicio perm anente de café y consomé y un servicio de
flores, por cuenta de la casa. Este de aquí, en camb io, es el más
económico: aquí no se incluyen las participaciones por la prensa y el
acolchado interior es, liger amente, de inferior calidad. Sólo hay tres
servicios de café y el consomé es n ada más que para las personas
89
allegadas... Usted dirá cuál es el de su gusto.
Avenida Principal de Charallavito
LA HIJ A DEL COMP ADRE DE UN AMIGO

La hija del compadre de un amigo mío desapareció el 2 de Marzo


del 89, después de todo aquel embrollo que se formó y, d urante dos
días, él y su espoSa se cansaron de pregun tar por ella en clínicas,
hospitales y jefaturas, hasta que fueron a la morgue, en Bello Monte.
Ahí tuvieron que hacer cola, porque los muertos en esos días se r e-
cogían en las calles como arroz y, cuando por fin entraron, les mostr a-
ron el cadáver de una mu chacha que se parecía mucho al de la h ija.
El compadre de mi amigo dijo que no, que esa no era su hija, pero
tanto insistió la señora en que sí era, que se llevaron el cuerpo, lo e n-
terraron y gastaron en eso más de ciento cincuenta y mil bolív ares.
Quince días después, cuando ya se había terminado el novenario y los
rezos, recibieron una llamada de la hija, desde Cumaná, contá ndoles
que se había fugado con un soldado que desertó el mismo día en que
ella se fue. Eso de ellos ha sido un lío enorme porque, pri mero, la mu-
chacha, legalmente, está muerta. Segundo, porque se empató con un
desertor y, tercero, porque qué iban a hacer con el cuerpo que habían
enterrado: ¿sacarlo y devolverlo a la morgue o dejarlo donde estaba,
sin que nunca se supiera de quién había sido?
90
Conde a Carmelitas
EL SERRUCHO PERDIDO

Cuando vivíamos en San Felipe, a Seferino se le perdió una vez


un serrucho, y sus sospechas cayeron en el hijo del vecino de al lado,
que siempre esTaba saltando del techo de su casa al techo de la
nuestra, según decía, buscando alguna cosa que se le había caído.
Seferino empezó a fijarse en el muchacho y me c omentó que lo viera
bien porque ese muchacho caminaba como un ladrón, gesticulaba c o-
mo un ladrón y hablaba como un ladrón. Como a la semana del s u-
puesto robo, cuando ya Seferino estaba por hablar con el papá del
muchacho, se presentó un compadre suyo a devo lverle el serrucho. Y
sólo entonces Seferino se acordó de que se lo había prestado hacía
mes y medio, en medio de una borrachera de domingo. Seferino n o
dijo nada pero, a la semana siguiente, cuando vio saltar por nue stro
techo al hijo del vecino, me dijo que, viéndolo bien, ese muchacho, en
caso de que ocurriera cualquier crimen en el barrio, era el favorito p a-
ra cargar con las sospechas, porque hab ía algo criminal en su m anera
de subir y bajar de los techos. Por eso es que yo no le hago caso y lo dejo
que siga con sus sospechas y su paranoia porque, si no, voy a terminar vo l-
viéndome loca.
91
Museo de Bellas Artes
LAS ARMAS SECRETAS

A fines de los a ños Sesenta, cuando había diversos grupos gu e-


rrilleros tratando de derrocar al gobierno de Rómulo Beta ncourt, yo
venía una nOche de Maturín hacia Caracas cuando, ahí en Barlove nto,
me topé con una cola de carros. La cola avanzaba lentamente y, al
comienzo, pensé que se trataba de un accide nte. Pero más o menos
diez minutos después, al salir de una curva, vi que lo que la originaba
era una alcabala móvil que había montado la Guardia Nacional en la
entrada a El Guapo, supongo que con la idea de detectar algún sumi-
nistro de armas, comida o medicinas a los guerrilleros que estaban en
las montañas de El Bachiller. Cuando llegó mi turno, a mi carro lo r e-
gistraron por dentro y por fuera y a mí no sólo me solicitaron mis d o-
cumentos, sino que me hicieron un cacheo ex haustivo, para ver si po r-
taba algún arma. Luego, cua ndo ya yo creía que podía irme, uno de
los guardias me pidió que abriera el maletín donde llevaba los p apeles
que había ido a firmar en Maturín. Yo lo abrí, sin ningún problema,
porque el que no la debe n o la teme. El guardia que revisó el maletín,
sin embargo, tomó algo y fue en busca de un sargento. Minutos de s-
pués apareció el sargento y me hizo detener bajo el cargo de tran s-
92
portar literatura subversiva. Yo le dije que est aba en un error, que yo
era un abogado que venía del estado Monagas. Entonces él me
mostró un libro de Julio Cortázar que yo estaba leyendo en esos días
y que se titula Las Armas Secretas. Yo alegué que ese libro no tenía
nada de subversivo pero el sargento contestó que eso lo determinar ía
él, leyéndolo. Y tú puedes creer que me tuvieron en una ce lda, desde
las ocho de la noche hasta más o menos las dos de la m adrugada. A
e s a h o r a , é l t e r m in ó d e l e e r e l l i b ro y, d e sp u é s d e d e vo l vé r m e l o ,
m e d i jo q u e m e f u e r a . E n e s e m o m e n t o - y s o b r e t o d o , m ie n t r a s e s -
t u ve d e t e n i d o - , m e m o l e st é m u ch í s i m o , n o s ó lo p o r l a h u m i l l a c i ó n
s i n o p o r q u e m e h a b í a n h e c h o p e rd e r s e is h o r a s y yo t e n í a q u e
e s t a r e n u n a c t o e n u n t r ib u n a l , a p ri m e ra h o ra . P e r o a l r a t o , c u a n -
d o ya e s t a b a l l e ga n d o a Ca r a ca s , le vi e l l a d o p o s i t ivo a l a s u n t o y
e s q u e e s a n o c h e c o n t r i b u í a l a f o rm a c i ó n l i t e r a r ia d e l a s Fu e r za s
A r m a d a s , ¿ n o t e p a r e ce ?
Calle Los Caciques, Petare
A LA HORA DE LA VERDAD

A la hora de la verdad, la muerte no tiene nada que ver con que


uno esté bien vestido o esté metido en una pachanga o tenga o no
tenga real: cuanDo a uno le toca, ella se presenta, ¡y aquí e stoy si no
me han visto! Sin ir más lejos, en esta empresa de aut obuses se han
muerto dos personas: un ho mbre que venía sentado en el ocho, el que
maneja “Zamuro”. Precisamente, a él le decimos así por ese muerto.
Antes lo llamábamos “Frente 'e Playa”, por la frente tan grande que
tiene. El hombre, un tipo medio viejón, venía sentado de lo más tra n-
quilo y de repente se recostó del asiento de adelante y no se mo vió
más hasta que llegaron al terminal. Ahí “Zamuro” lo tocó en un brazo y
lo jamaqueó y le dijo “¡Epa, mae stro, ya llegamos!”, y el tipo nada. Y,
claro, qué se iba a mover, si ya había entreg ado el equipo. La otra fue
también una vieja que peló gajo en el autobús de Mendible. Esa y que
llegó, se sentó, y a las tres cuadras blanqueó los ojos y dijo: “ ¡A h , c a -
r a j o , l a p e l o n a ! ” . C u e n t a M e n d ib l e q u e l a m u je r se sa n t i gu ó y a h í
m i sm o se q u e d ó t i e s i t a . D i m e u n a c o s a : ¿ e n l o s a u t o b u s e s d o n d e
t ú t r a b a ja s , n o se h a m u e rt o n a d ie . . . ?
93
Calle La Manguera, La Castellana
MANDAMIENTOS P ARA VIVIR TRANQUILA

He terminado por creer que son los golpes los que la e nseñan a
una. Yo he llevado tantos que, si escribiera, podría escribir no una s i-
no varias novelas. Por esO yo, en e ste momento, para vivir tranquila,
tengo tres mandamientos que no dejo de cumplir por n ada: el primero,
y eso que yo también soy mujer, es no trabajar t eniendo a una mujer
como jefa. Qué va, eso es lo peor que le puede pasar a una en el
mundo. El segundo es no trabajar con amigos porque, con los am igos,
encima de que tú nunca sabes si te van a pagar, cuando te p agan -si
es que te llegan a dar algo -, te arreglan como les da la gana y tú no
les puedes reclamar, a menos que estés dispuesta a perder esa ami s-
tad. Y mi tercer mandamiento es no llevar nunca un amante a mi apa r-
tamento porque, mi amor, se mete a vivir allí y de spués no hay forma
de sacarlo.

94
Calle El Polvorín, La Colina
J AMÁS REG AÑES A LOS CAM AREROS

Nunca se me olvida un consejo que cuando más o m enos tenía


veinticinco años me dio un amigo que fue para mí como un padre. Una
vez Fui con él a comer a un restaurante y, durante más o menos vei n-
te minutos, ninguno de los c amareros nos prestó atención. Nosotros
los llamábamos y todos pasaban de largo. Po r fin, yo me paré de la
mesa y me puse en el camino de uno de ellos y le pr egunté que si era
que el dinero de los negros no tenía valor, porque hacía más de m edia
hora que habíamos llegado y ninguno había acudido. Como el hombre
me dijo que a él no le toca ba servir en esa mesa, le pregunté que
quién era nuestro camarero y me mostró a un flaco de bigotes que e s-
taba saliendo de la cocina . Cuando vi que el flaco volvió a p asar de
largo, le reclamé también, sólo que un poco más fuerte, y le dije que
si no nos atendía, iba a armar un escándalo. Cuando me senté, mi
amigo me aconsejó que más nunca hiciera lo que acababa de h acer.
Me dijo que en un restaurante yo podía llamarle la atención al dueño o
al administrador pero nunca a los c amareros, ni a los cocineros. Y me
contó que un día, estando en un resta urante de lujo con una mujer,
fue al baño y, cuando regresaba a su mesa, vio a dos camareros que
95
observaban a un cliente que almo rzaba solo, en una de las mesas de
las esquinas. En el momento en que él p asó cerca de ellos, escuchó a
uno que dijo, riéndose: “¿Viste? El desgraciado se lo comió”. Y el otro
camarero, como se dio cuenta de que mi amigo lo había oído, c omentó:
“Eso es para que aprenda a no meterse jamás con un camar ero”.
Avenida Principal de El Manicomio
CUANDO DES AP ARECEN LAS MÁSCAR AS

¿Tú sabes en qué circunstancias he descubierto que la gente se


comporta sin máscaras, tal cual es? En los divorcios y cuando está en
un lugar como inquiLina. Yo no entiendo por qué pero, en los divo r-
cios, cuando la gente se disputa una o varias propiedades -entre
ellas los hijos, a los que tratan como paquetes -, sale a relucir la ve r-
dadera personalidad de cada quien. Ahí se descubre quién es amb i-
cioso, quién egoísta y quién es una buena persona. Igual sucede
cuando alguien toma una casa, un apartamento o una hab itación en
alquiler. Ahí se sabe quién es buena paga y quién no. Quien cuida lo
ajeno como si fuera propio y a quién le importa un pito lo de los d e-
más. Después, si le piden desocupación, esa persona demue stra con
sus actos siguientes si es o no civilizada. Mi comadre Leticia le tenía
alquilado un apartamento a un amigo s uyo, alguien que para ella era
como un hermano. Un día, cuando Alfredito -el hijo mayor de ella -, de-
cidió casarse, ella le ofreció el apartamento pa ra que viviera y le pidió
desocupación al amigo, dándole suficiente tiempo para que buscase
un lugar adonde mudarse. Bueno, ese hombre se volvió una fi era: dejó
de hablarle a Leticia y contrató a un abogado. Para sacarlo, Leticia tuvo
96
que pleitear con él en los tribunales durante cuatro años y, cuando el hombre
al fin se fue, dejó el apartamento en ruinas, con las paredes agujereadas y el
piso de mosaicos alfombrado de pegostes de chicle. El día antes de irse,
cuentan los vecinos que estuvieron a punto de l lamar a la policía por
el ruido que el hombre hacía destr uyendo todo el mobiliario, mueble
por mueble, parece que con un hacha. La cocina la dejó hecha añicos.
Rompió todos los vidrios de las ventanas y le echó pegamento a t odas
y cada una de las cerraduras para que nadie pudiera abrirlas nuev a-
mente. Y, aunque parezca mentira, llegó al colmo de arrancar la d ucha
de la pared y el retrete del suelo, y de sacar de las par edes los cables
de la electricidad y todas las tuberías, tanto las de aguas bla ncas como
las de aguas negras. Yo entré con Leticia en el apartame nto, cuando el
hombre al fin se fue, y parecía que lo habían bomba rdeado.
Bloque Uno de El Silencio
ANTES NO ÉRAMOS AMIG AS

Antes, Amaya y yo no éramos amigas, pese a que nos encontr á-


bamos todos los días en todas partes, en el ascensor, en la c alle y
hasta en el bUs. Yo iba para el cine y ahí estaba ella. Iba para el te a-
tro o para una fiesta y también. No había un sitio al que yo fuera que
ella no fuera también. Nosotras nos saludábamos, p ero más nada. Por
fin, dejamos de vernos, porque a mí me mandaron a estudiar a Esp a-
ña. Pero, un día iba caminando por Las Ra mblas, allá en Barcelona,
cuando en eso veo a Amaya en la otra acera y empecé a hacerle s e-
ñas para que me viera. Ella llegó a donde yo estaba y dijo “¡Hasta
aquí nos encontramos!”. A partir de ahí fue que nos hicimos amigas y
supimos que vivíamos en el mismo edif icio, aquí en Caracas, ella en
el piso que queda arriba del mío.

97
Calle Real de Los Magallanes, Catia
EL HOMBRE DEL MALETÍN

Este estado de corrupción generalizado no tiene nada de nu evo


aquí, en Venezuela. Hace ya unos cuantos años que se perdi eron la
decencia y la honradez Y, en cuanto a la honest idad, ésta no sólo se
fue bien lejos, de vacaciones, sino que hasta se quedó por donde a n-
daba... Antes de ser taxista, yo fui vigilante y policía. Una vez, siendo
policía, a mi compañero y a mí nos pareció sospechoso un hombre
que iba por la calle con un maletín negro. Lo seguimos sin que él nos
viera y, en efecto, descubrimos que andaba en a lgo raro. Cuando lo
detuvimos, revisamos el maletín y encontramos que estaba full de
dólares. El hombre resultó ser el encargado de cobrar el dinero del
juego ilegal de lotería y caballos y venía de cambiarlo por dólares p a-
ra enviarlo a Miami. Cuando el hombre se vio atrap ado, nos ofreció el
maletín con todo lo que llevaba adentro que, según dijo, pasaba de
cincuenta y cinco millones de bolívares. “Agárrenlo para ustedes, m u-
chachos”, nos dijo, “y déjenme ir”. Mi compañero Faustino se me
quedó viendo y yo le hice señas de que agarráramos el maletín. En
ese momento, el hombre nos preguntó: “¿Ustedes tienen casa pr o-
pia?”. “No”, le contesté yo. “Pues ahí ti ene cada uno su casa. Ábranle
98
los brazos a la buena suerte”. Yo le dije a Faustino que le hiciéramos
caso pero mi compañero se puso duro y dijo que no, que mejor e n-
tregábamos al hombre y al maletín en la comandancia, porque s eguro
nos daban un ascenso y hasta salíamos en la televisión. “Yo prefiero
no seguir viviendo alquilado el resto de mi vida”, le dije, per o él se
cerró y no hubo manera de convencerlo. En vista de eso, metimos al
hombre en la radiopatrulla y lo llevamos a la comandancia. “Están j u-
gando el juego del idiota” fue lo único que dijo el hombre del maletín
en el trayecto, y tuvo razón. Nosotros se lo entregamos al propio c o-
mandante, en persona, quien nos felicitó y nos dijo que fuéramos a la
cafetería a comer y a tomarnos algo a su cuenta. Cuando regresamos
a su oficina, nos encontramos que ya el detenido se había ido y que el
maletín había desaparecido. El comandante, incluso, puso cara de e x-
trañeza cuando le preguntamos por el hombre y dijo que él no ha bía
visto a nadie. Después, como insistimos, nos advirtió que tuvi éramos
cuidado porque tanto llevar sol en la calle nos estaba haciendo ver
visiones. Como se dio cuenta de que Faustino y yo pusimos los ojos
como un par de huevos fritos en un plato llano, nos amenazó: “Otro
comentario de ustedes sobre ese ‘supuesto’ hombre del maletín”, dijo,
“y les mando a hacer un examen psiqui átrico”. Ese comandante, por
cierto, se retiró de la policía poco después y, según supe, desde en-
tonces se fue a vivir a Miami.
Esquina de Tienda Honda
DESTINO TELEFÓNICO

Siempre que voy llegando al apartamento me pasa lo mismo: es


como si el destino me estuviera mamando e l gallo todo el tiempo po r-
que, apenas voy saliEndo del ascensor, e scucho que está sonando el
teléfono. Como hay dos apartame ntos pegados, el mío y otro donde
vive una señora con su hijo, yo dejo que suene por segunda vez para
estar seguro de que el que sue na es el mío y, en lo que me doy cue n-
ta de que sí es, trato de abrir la puerta a millón. Entonces meto la ll a-
ve que no es en la cerradura de la reja o si agarro la que sí es, me
tiembla tanto la mano que no consigo el agujero. Después, p asa algo
parecido con la puerta y, cuando al fin entro corriendo al apartame nto,
o el teléfono deja de sonar o en lo que tomo el auricular la llamada se
corta o, lo que es peor, resulta que la llamada es equivocada.

99
Esquina de Los Cuatro Vientos
TÚ TAMBIÉN ERES HIJO DEL VIE JO

No, Argimiro, yo no estoy loca ni soy mujer de gastar din ero por
el simple gusto de gastarlo. Apenas me di cuenta de lo que estaba p a-
sando, Yo llevé a papá primero al hospital pero, cuando llegamos, r e-
sulta que el médico de guardia se había ido para el cine con una de las
enfermeras. Quienes estaban de guardia eran dos estudiantes de m e-
dicina que, para atender las emergencias, no contaban ni con g asas ni
con mercurocromo, ni algodón, ni vac unas antitetánicas. Para que a
un paciente le aplicaran cualqu ier medicina, había que ir hasta la fa r-
macia de turno más próximo y traer, no sólo el medicamento sino ha s-
ta la inyectadora desechable. Yo, antes de que el viejo se fuera a m o-
rir de mengua, decidí llevarlo a una clínica privada que queda dos
cuadras más al lá pero, para aceptarlo, me pidieron un depósito y,
bueno, les tuve que dar lo que había reunido para pagar el alquiler del
apartamento. A Dios gracias, papá respondió al tratamiento y ya está
bien pero ahora tengo la mensualidad pendiente y hasta le debo una
platica a una vecina que me prestó para completar el pago de la clín i-
ca. Vine a ver si tú me puedes ayudar con algo, porque, bueno, tú
también eres hijo del viejo.
100
Avenida Bolívar, La Hoyada
UN SOLO DEFECTO

Gilda tiene una prima que está tan buena como ella. Si tú quie-
res, te la presento. Se llama Victoria y trabaja como escribiente en
una notaría. Tiene, cReo, diecinueve años, a lo más veinte, y está so l-
terita y sin compromiso. ¿Cómo es...? Es rubia, alta, de lgada y canta
muy bien. Yo la oí cantar en una fiesta y lo hace de maravilla. Si qu i-
siera, podría hacerse pr ofesional. Tiene un cuerpo de modelo, habla
tres idiomas y hasta es huérfana, es decir, no tiene suegra... ¿Defe c-
tos? Que yo sepa, nada más tiene uno y no es gran cosa, si tomas en
cuenta todo lo demás. Victoria tiene un br azo artificial que le pusieron
hace como dos años, cuando perdió el suyo en un accidente. Pero no
es un brazo de madera, ni de plástico. Es un br azo tan bien hecho que
hasta se ve mejor que el de verdad.

101
Bárcenas a Río
¡¡¡AHÍ ESTÁ LA DERECHA!!!

¡Este es el round número nueve de la pelea preliminar que su


Radio Caracas Televisión les ofrece! ¡Estén atentos, la e xpectativa
crEce...! ¡¡¡Se cayóooooooo!!! ¡¡¡Se cayó con un ganchoooooooo, tr e-
mendoooooooo, de derechaaaaaaaa, Pablito Ramoooossss!!! ¡Vean
ustedes en el fondo la voz del referée! ¡Fue un gancho tr emendoooo,
le contó diez, está sacándole el protector de la boca a Pablito R amos
y vean allí la cara de Pablo Ramos, un muchacho muy valiente pero,
tal como les veníamos diciendo, no podía con Jerry Celestine...! ¡I m-
presionante el derechazo, tremendo el golpe, el muchacho todavía
estáááá fulminado en el ring! ¡El golpe fue bestial, lo recibió de lleno,
ahí vemos la repetición! ¡Vean ustedes, lo recibe neto neto sobre la
mandíbula, se desploma y pega la c abeza contra el tapiz...! ¡Ahí está
otra vez, una derecha bestial, lo derribó, ya estaba a punto...! ¡Ahí va
de nuevo la repetición: véanlo ahora desde otro ángulo! ¡Neta, tr e-
menda la derecha de Cele stine! ¡Ahora es cuando se está levantando
del cuadrilátero Pablito Ramos y lo tienen que llevar en brazos de
amigos! ¡Ahí tienen un close up de la cara tota lmente destrozada! ¡A
ver, Santiago, Santiago: congela un momento el rostro de Pablito
102
Ramos, para que nue stros televident es puedan apreciar las heridas!
¡Así! ¡Miren, amigos que nos están sintonizando, o bserven el pómulo
de Pablo Ramos, miren como le han quedado inflamados los párp a-
dos! ¡Celestine venía haciendo un trabajo demoledor y...! ¡Ahí está
otra vez la repetición, miren esa derecha! ¡Ya venía anunciándoles la
superioridad de Celestine sobre Ramos...! ¡ S a n t i a g o , e h , S a n t i a g o ,
vamos de nuevo con el replay, para aquellos que sintonizaron
tarde! ¡¡¡Ahí está la derecha!!!
Avenida Luis Roche, Altamira
EL PODER DE LAS LÁGRI MAS

Cuando llegué al edificio y vi que el ascensor estaba d añado


y, al parecer, ya tenía más de dos meses así, le dije: “ M i r e , s e -
ñ o r a , F r a n c a m e n t e , lo siento mucho, pero aquí tiro la toalla. Yo
prefiero dejarle todos sus muebles aquí, en la planta baja, y no co-
brarle nada por la mudanza, que hacer un sacrificio de ese tamaño,
subiendo por las escaleras hasta el décimo piso”. Y, bueno, la m ujer
se puso a llorar con tanto dolor que yo me sentí como un de sgraciado.
Entre Casimiro, El Pescao y yo le subimos, uno a uno, todos sus cor o-
tos. Cuando term inamos, yo le pagué a ellos y me senté un momento
en uno de los muebles que habíamos subido. Entonces la mujer me
quitó los zapatos, me puso unas pantuflas, me dio un trago y, mientras
yo me lo tomaba, me masajeó l os pies con una pomada. Yo me sentí
tan bien que le pregunté si podía echar un sueñito y, cuando desperté,
ya era de madrugada. Ento nces me paré, me asomé al que me pareció
que era el cuarto de ella y la vi, dormida y desnuda. Bueno, uno es un
hombre y, ante aquello, me desvestí yo también, me acosté a su lado
y la pasé por las armas. Ento nces se puso a llorar otra vez y me dijo
que nunca se había sentido tan bien con ningún hombre y que le dolía
103
pensar que yo me iba a ir en cuanto amaneciera. Yo le dije qu e no se
preocupara por eso y, bueno, aquí me tienes mudando mis corotos p a-
ra su apartamento. No le digas nada ni al Pescao ni a Casimiro porque
después no me van a dejar tranquilo con sus chanzas.
Hospital “Domingo Bustamante Luciani”, El Llanito
TRES POLICÍ AS BORRACHOS

¡A mí me matan un hijo como se lo mataron unos policías a unos


compadres míos que viven por el barrio La Silsa y yo espero a esos
tipos, uno por uno, cerca deL lugar donde viven, y lo menos que hago
es meterlos en una máquina de esas de cortar jamón y mortadela, así
me maten a mí después...! ¡¿Tú te imaginas que el muchacho iba s u-
biendo para el rancho donde ellos viven, ahí en el cerro, y en eso ap a-
reció una radiopatrulla con tres policías, los tres borrachos, y se han
puesto a practicar tiro al blanco con él, apostando una caja de cerv e-
zas a ver quién acertaba primero...?! ¡Los desgraciados esos están
detenidos pero a mis compadres los han amenazado otros pol icías con
que, si no retiran la denuncia, les va a pasar algo desagr adable un día
de estos...! ¡El compadre dice que él no se va a echar para atrás y
que va a llevar el asunto hasta sus últimas consecuencias po rque al
que mataron fue a su hijo y no a un perro...!

104
Avenida Libertador con Avenida Las Acacias
¿QUÉ SE PUEDE HACER CON UNA PERSONA ASÍ?

De Ernesto ni me hables... É l estaba mal económicamente, p ero


mal de verdad, desde que se murió su mamá, que era la que lo ma n-
tenía, y yo le consegUí trabajo en el Aseo U rbano, al menos para que
no se muriera de hambre. Porque Ernesto no con oce ningún oficio, no
sabe hacer nada. Ahí donde tú lo ves, dánd oselas de mucho, Ernesto
no sabe hacer nada de nada. Pero entró a tr abajar en el Aseo Urbano
y a los quince días le cayó a golpes nada menos que al jefe de pers o-
nal. Claro, más rápido que inme diatamente, lo botaron. Yo hablé con
él y me contó que el hombre al que había golpeado era un dictador y
que él, por muy n ecesitado que estuviera, no iba a permitir que nadie
le pusiera el pie encima. Yo le di la razón porque si la cosa era así,
tenía razón. Luego, con un amigo que trabaja en el hipódromo le co n-
seguí otro puesto, limpiando el piso en una de las tribunas, y no ha b-
ían pasado ni diez días cuando Ernesto le cayó a escobazos al jefe de
servicios. Esta vez me contó que el hombre le tenía ojeriza y lo man-
daba a hacer puras cosas desagradables y que él no estaba di spuesto
a soportar humillaciones, a cambio de un plato de lentejas. Así mismo
me dijo. Creo que esa frase está en La Biblia. Ese mismo día, por c a-
105
sualidad, otro amigo me pidió que le cons iguiera un hombre para r e-
partir unos productos naturales que él distribuye y yo le hablé de E r-
nesto. Después los puse en contacto y Ernesto entró a trabajar al día
siguiente. Por la tarde de ese mismo día, cuando regresó de llevar
unas cajas a una tienda n aturista que queda por Santa Eduvigis, E r-
nesto discutió con mi amigo y le tiró un teléfono que, si se lo hubiera
lanzado con puntería, le hubiera reventado la cabeza. Claro, ese fue
su primer y único día allí. Ahora está peor que uno de esos africanos
que salen en los periódicos, muriéndose de hambre. Pero, ¿qué se
puede hacer por una persona así, ah?
Avenida Rotaria, Vista Alegre
COOPERAR CON LO INEVITABLE

Hay una persona que, desde que la conozco, siempre me ha i n-


trigado, porque siempre está sonriendo : se trata de Cárdenas, un s e-
ñor que limpia algunas de las oficinas del banco donde Yo trabajo.
Hasta hace poco, Cárdenas tenía asign ado mi cubículo y otros más en
el mismo piso pero ahora trabaja en el de abajo. En dieciséis años
que tengo trabajando ahí, hace doce o trece que conozco al señor
Cárdenas y jamás lo he visto malhumorado. Al contrario, todas las maña-
nas llega con su sonrisa bien instalada y, mientras limpia, te hace sentir bien,
aunque no diga nada. Hace tiempo le pregunté cómo hacía él para e star
siempre alegre y no dejarse abatir por nada y me dijo que, en su j u-
ventud, tuvo la fortuna de leer una frase y que esa frase le había ev i-
tado las preocupaciones y las ideas negativas d urante el resto de su
vida. “Y, ¿cuál es esa frase?”, quise saber y o. “Es muy sencilla”, me
dijo, “simplemente se debe cooperar con lo inevitable”. En ese m o-
mento, no entendí qué quería decir eso. P ero estuve dándole vueltas
en la cabeza dura nte más o menos un mes hasta que me di cuenta de
que era la cosa más sabia que ha bía oído: “Cooperar con lo inevit a-
ble” quiere decir que hay que pactar con lo que no tiene remedio o, lo
106
que es lo mismo, con la voluntad de Dios. ¿No te par ece?
1ª Transversal de Montecristo
CARACAS

Qué idea tan bonita ha tenido la señora de la casa a l poner mu-


ñecas de trapo dentro de jaulas. Eso es mil veces pr eferible a tener
ahí metido a un pobrE p ajarito, que no merece esa prisión, porque no
ha hecho nada malo... Cuando a mi e sposo lo mandaron a estudiar a
Madrid, yo fui con él, y estuv imos allá poco más de tres años. Un día,
yo iba entrando al edificio donde vivíamos y el portero me salió al p a-
so, preguntándome si a mí me gustaban los pájaros. Yo le dije que sí
y entonces me regaló una canaria que, al parecer, se había escapado
de por allí cerca y que él había atrapado, echándole un paño encima.
A la canaria la llamé “Caracas”, la metí en una jaula que compré y, a
los pocos días, como la vimos tri ste, le compramos un machito para
cogerle cría. ¿Usted puede creer que la canaria tuvo, desde entonces
y hasta que volvimos a Venezuela, dieciocho casales de canaritos? Yo
tenía las jaulas en un rincón de la cocina, y ocupaban desde el p iso
hasta el techo. Uno no podía entrar en la noche a la cocina y ence n-
der la luz po rque, de inmediato, todos se ponían a c antar. Los tuvimos
con nosotros hasta que nos vinimos. A algunos los vendimos pero a la
mayoría los regalamos, porque ya teníamos el viaje encima y no po d-
107
íamos traérnoslos. Sólo nos quedamos con Caracas, por cariño y po r-
que hacía poco había enviudado. Uno lee, ¿sabe?, y un día comprendí
que eso de tener un pájaro metido en una jaula era malo, porque p a-
sar toda la vida metida en el mismo sitio, además de aburr ido tenía
que ser muy poco estimulante para vivir. Así que me puse de acuerdo
con mi marido y mis t res hijos y un domingo llevamos a Caracas al
Parque del Este y la sacamos de la jaula. Pero, qué va, ella no se qu i-
so ir. Nosotros le decíamos “¡Vete, Car acas, que eres libre!”, y nada:
la pobre lo que hacía era mirarnos con miedo, como diciendo con los
ojitos “¡No me dejen aquí sola, indefensa, que no me sé valer por mí
misma!”. Al fin, después de tenerla un rato dando brinquitos detrás de
nosotros, la metimos otra vez en la jaula y la llevamos de nuevo a c a-
sa. Caracas era tan mansa que Luis Guillermo, mi hijo menor, tenía un
carrito de esos que se manejan a control remoto, y el juego favorito de
él, tan pronto llegaba del colegio, era sacar a Caracas de la jaula,
ponerla en el asiento delantero del carrito y pasearla por el apart a-
mento. A todas éstas, Ca racas sacaba la cabecita por una de las ve n-
tanas del carro y, por la cara que ponía, se sentía contenta. Eso dur a-
ba hasta que Luis Guille rmo se cansaba del juego y la devolvía a la
jaula. Cuando la pobrecita murió, yo la enterré en el jardín del ed ificio
donde vivimos, debajo de un rosal, y le dije estas palabras: “A ver,
Caracas, te dejo en este lugar para que la libertad que no di sfrutaste
como pájaro, la disfrutes ahora como flor”.
108
II Acto

METÁSTASIS DE LA LOCURA

“Ahora, lector, si se te hace difícil creer lo que te voy a decir, no


será extraño, porque yo que lo vi apenas lo creo”. Dante Ali ghieri. La
Divina Comedia.

“Pero, ¿no es ésta una escena de todos los tiempos y de todos


los lugares, aunque aquí la veamos reducida a su más simple expr e-
109
sión?” Honoré de Balzac. Eugenia Grandet.
Mundo

“Igual que una linterna mágica es esta Rueda en torno de la cual


vamos todos girando: la lámpara es el sol, el mundo la pantalla, no so-
tros las imágenes que pasan y se esf uman”. Omar Khayyam. Rubaiyat.

110
INDIO COMPLETO

Él no es medio indio como la gente cree, él es indio completo.


A él lo trajeron a Caracas, para el mitin de cierre de una campaña
electoral de Acción Democrática o Cop ei, él no se acuerda. El había
ido a Tucupita a vender unas cestas y se puso a beber aguardiente
con otros indios hasta que se quedó dormido. Cuando despertó, se dio
cuenta de que lo habían subido a un autobús y que el autobús estaba
pasando por lugares que él no conocía. Los amigos le dijeron que no
se preocupara, que iba a conocer Caracas y que después regresarían,
pero el pobre, después del mitin, se extravió y, como no supo dónde
estaba el autobús que lo trajo, no le quedó más remedio que quedarse
aquí. Esa noche y las siguientes, durante varias semanas, durmió a la
intemperie, en las escalinatas de El Calvario. Todo ese tiempo sobr e-
vivió pidiendo limosna porque él no sabía hacer ninguno de los trab a-
jos de la ciudad. Por fin, descubrió que podía cargar cajas en el mer-
cado de Quinta Crespo y, poco a poco, aprendió a hacer otras cosas
hasta que, apenas tres años de spués, montó su propio negocio. Yo he
hablado con él y me ha dicho que, cuando se vio solo y sin la posibil i-
dad de regresar, lo primero que hizo fue ponerse triste y abandonarse.
Pero después comprendió que no ha bía vuelta atrás y que cualquier
cosa que hiciera era un paso que daba hacia adelante. De él sí puede 111
decirse que salió de la nada.

Y CHUPULÚN

Ay, no, mi corazón, eso fue como cuando uno está soñando: yo
salí del trabajo para acá y, como tenía más o menos media hora esp e-
rando y nada que pasaba un autobús o un taxi y no quería llegar ta r-
de, se me ocurrió hacer lo que hice. Yo me di cuenta de que ahí e s-
taban unos muchachos y unas muchac has pidiendo cola y yo también
me puse a hacer lo mismo. En eso, pasó un hombre que me preguntó
que para dónde iba, que él me llevaba, y vine yo -tonta que soy, que
ni se me ocurrió ver cómo era el hombre -, y me monté y, cuando me di
cuenta, el carro iba r umbo al Cementerio. Yo le dije que iba para Los
Chorros y él no me contestó nada, nada más me miró, sin decir nada.
Pero yo no le insistí, sino que me dejé llevar. Yo estaba tan chorreada
que ni se me ocurrió gritar. Al fin, llegamos al Cementerio y empez a-
mos a recorrer todas aquellas calles con tumbas a lado y lado. Por fin,
detuvo el carro y como yo me negué a salir, el hombre me sacó carg a-
da y me llevó hasta una fosa que estaba recién abierta. Me tiró d e-
ntro y, afortunadamente, la tierra estaba blandita y casi no me golpeé.
Ni siquiera me había i ncorporado, cuando el hombre me saltó encima
y empezó a romperme la ropa para violarme. Pero como yo me puse a
forcejear, evitando que me tocara en mis partes íntimas, él dijo que
me iba a estrangular. En eso yo dije: “¡Si existe un Dios en el cielo,
que me salve!”. Y chupulún...
SOBRE LOS MUEBLES

¿De dónde saldrá tanto polvo? Uno limpia los muebles en la m a-


ñana y por la tarde les pasa el dedo y están como si nunca se les
hubiera quitado el polvo. A veces, me d an ganas de dejarlo que se
acumule y limpiar de vez en cuando, pero veo a Jonathan estornuda n-
do y no me queda más remedio que quitarlo. Si yo viviera s ola o si ese
niño no fuera tan propenso a enfermarse de los bro nquios, yo dejaría
al polvo hacer de las s uyas en la casa, porque me acuerdo que hace
muchos años, cuando aún estaba viva, la bisabuela me dijo que el
polvo eran los muertos más allegados a uno, que se dejaban traer por
el viento hasta la casa, para seguir acompañándonos ahí, callad itos,
sobre los muebles.

LA JEFA DEL GRUPO

El fin de semana pasado se armó tremendo alboroto por mi casa,


porque unos colombianos que viven como a unos cincuenta metros
más abajo, montaron una fiesta a medianoche. Aquello parecía el Fe s-
112
tival del Vallenato -con porros que iban y cumbias que venían -, hasta
que a mi mujer se le ocurrió llamar a la policía, d iciendo que en esa
fiesta había un grupo de traficantes y consumidores de dr ogas. Como
a los diez minutos llegó la policía y, pistola en mano, se llevó detenido
a todo el mundo, incluso a una señora mayor que vive ahí y que creo
que es la bisabuela de la dueña. Como mi esposa se había sentido
mal desde entonces, yo fui a ver qué había pasado con los colombi a-
nos y resulta que, en efecto, estaban todos metidos en asunto s de
drogas y que la jefa del gr upo era la vieja.

POR P AR ARME A DAR UNA DIRECCIÓN

Cuando ya estaba por llegar a la casa, ahí abajo, en la aven ida,


se me acercó una mujer y me preguntó dónde quedaba una dirección
que tenía escrita en un papelito. En el momento en que le estaba d i-
ciendo por dónde tenía que tomar para llegar hasta ahí, se presentó
un tipo y me preguntó que qué tenía yo con su esposa. Yo le dije que
nada, que sólo est aba indicándole una dirección, pero él me empujó
contra una pared y, p oniéndome un dedo en el pecho, me dijo que me
iba a enseñar a respetar la propiedad ajena y un montón de cosas
más. Yo intenté explicarle que ni su mujer ni yo habíamos hecho nada,
que ni siquiera nos conocíamos, pero el tipo estaba arrecho y sacó
una navaja de los pantalones. Menos mal que en eso iban pasando
dos policías y lo desarmaron porque, si no, quién sabe qué me hubi e-
ra pasado por pararme a dar una dire cción.
EN SU MUNDO

A mí me tiene preocupada Elizabeth. Yo no sé, esa m uchacha no


tiene ningún pud or, nada le da vergüenza. Cuando está en casa,
siempre está desnuda, desnuda como yo misma la parí, y lo peor es
que se pasea así por todo el apartamento, a cualquier hora. La otra
tarde hubo un choque abajo, en la calle, y ella se asomó a ver qué p a-
saba. Bueno, todos los hombres de los edificios vecinos dejaron de
ver lo que ocurría abajo para verla a ella. Desde entonces, en los ba l-
cones y en las ventanas de los edificios de los alrededores, se la pasa
una gran cantidad de hombres asomados, mirando hacia nuestro apa r-
tamento, muchos de ellos con binóculos, esperando que Elizabeth p a-
se o se asome. Yo le he dicho que se po nga aunque sea un sostén y
unas pantaletas, pero nada: ella dice que está en su casa, que su c a-
sa es su mundo, y que ella en su mundo puede estar y andar como le
dé la gana. Yo no le puedo decir más de lo que le digo, porque ella es
la que trabaja y manti ene el hogar.

“EL MAGO DE LA CARNE”


113
A Bernardo lo llaman “El Mago de la Carne” porque el año a n-
tepasado, en Navidad, cuando tuvo una sit uación económica más fea
que de costumbre, vio en el periódico una foto del basurero de La B o-
nanza y se le ocurrió montar un neg ocio. Yo no me explico cómo lo
hizo pero, según me contaron, fue al basurero, co nsiguió unos cien
zamuros y, después de matarlos , los desplumó, los cortó bien cort a-
dos, los decoró con pimentones y rodajas de piña y le quedaron tan
bien presentados que los vendió como pavos. Esa Navidad fue mucha
la gente que comió zamuro aquí en Caracas. Como tres meses de s-
pués hizo lo mismo con un os perros, a los que despellejó con tanto
arte que los vendió como chivos. Imag ínate si le habrá ido bien que,
en las navidades pasadas, tuvo una cantidad tan grande de enca rgos
que se vio obligado a rechazar más de sesenta clientes.

EL SOBRINO DEL DUEÑO DE LA FÁBRICA

Me contaron que un sobrino del dueño de la fábrica donde yo


trabajo -un tipo como de treinta años que no hace nada y al que t o-
davía lo mantiene la mamá -, se encontró en la calle, en un café, a una
mujer buenísima, como de revista porn ográfica, que estaba llorando, y
que cuando él le preguntó por qué lloraba, ella le contestó que porque
nadie quería hacer el amor con ella. El sobrino de mi jefe se quedó
frío. Pero ahí mismo se repuso y ofreció ayudarla, pensando que por
fin Dios había escu chado sus peticiones. Mientras iban camino a un
hotel, el sobrino del dueño de la fábrica se exhibió con aquel mon u-
mento de mujer y la paseó por media Caracas. Como hora y media
después de revolcarse en la cama con la mujer, el muchacho le pr e-
guntó por qué nadie quería hacer el amor con ella, si era tan atractiva
y tan buena en la cama, y ella le contestó, tranquilamente y sin ni ngún
remordimiento, que porque tenía sida. Me contaron pero, a mí no me
consta, que, desde entonces, el muchacho está hospitalizad o, no por
el sida, que todavía no se le ha manifestado, sino por el trastorno ne r-
vioso severo que le causó lo que le dijo la mujer.

HEDOR A AZUFRE

¿Esto...? Esto no es nada. Lo que pasa es que tú no has est a-


do en la oficina que yo limpio los martes y l os jueves a primera hora.
Esa no tiene comparación con ninguna de las que aseo durante el r e-
sto de la semana. Mientras en las otras se consiguen papeles, vasitos
desechables, colillas de cigarrillos, virutas de lápiz y cosas así, c o-
munes y corrientes, en esa de los martes y los jueves yo he encontr a-
do desde fotos de mujeres desnudas y boletos fríos del hipódromo,
hasta botellas vacías de ron, de vino, de whisky y de champaña, latas
vacías de cerveza, condones usados, pantaletas y calzoncillos de todo
114
tipo. Un día conseguí en esa oficina, debajo de un escritorio, unas
pantaletas rarísimas: eran delgaditas y n egras y tenían un agujero en
todo el centro, que estaba medio qu emado en los bordes. Y eso no era
lo peor: lo peor era que, incl uso desde lejos, no se aguantaba el hedor
a azufre.
Cielo

“Mientras iba por las llanuras del infierno, deleitado con los g ozos
del Genio que a los ángeles parecen tormentos y locura, r ecogí algunos
de sus proverbios pensando que, así como los dichos del pueblo señ a-
lan su carácter, así los Proverbios del Infierno muestran la nat uraleza
de la Sabiduría Infernal mejor que cualquier descripción de edificios o
vestiduras”. W illiam Blake. Las Bodas del Cielo y el I nfierno.

115
SOL TODO EL AÑO

La gran bendición de Venezuela es el sol, el sol iluminando la


vida todo el año. Quienes venimos de Europa o de cua lquier otro lugar
que no esté en el trópico sabemos lo que es pasar semanas e incluso
meses sin ver un rayito de sol, y por eso valoramos más el don que
Dios le ha dado a esta tierra. Aquí la gente se queja del calor pero,
cuando uno se ha e nfrentado al frío y ha sentido que está a punto de
morirse congelado, de convertirse en una estatua de hielo, sabe que
el calor es bendito. No hay nada peor que sentir el frío cuando, de s-
pués de metérsete en el cuerpo por las manos, por los pies o por
cualquier otro lugar, te llega a los huesos. Tú te cubres con todo lo
que tienes a mano y no entras en calor. A mí no se me olvida un i n-
vierno, el de mil novecientos cuarenta y ocho, cuando descubrí, tem-
blando como no he vuelto a temblar jamás, que una pe rsona sin sol y
sin una estufa es el ser más miserable del mundo.

YA DIOS HIZO SU TRAB AJO

116
Todas las mañanas, al despertarse, durante casi noventa años, el
abuelo siempre hizo eso: abría los ojos, mucho antes de que el sol sali e-
ra, se iba hasta la ventana, y allí se quedaba cerca de media hora, vie n-
do cómo la claridad iba disipando las sombras y el cielo se iba ll enando
de colores. Una vez me mostró lo que veía y oía. Yo ha bía ido a pasar
unas vacaciones con él y con la abuela, y me despertó tempranito, t o-
davía oscuro. Aún me estaba quitando las nubes del sueño de los ojos,
cuando me dijo que escuchara cómo, al abrir rendijas de luz en la noche,
la aurora producía un sonido muy suave que tra ía la brisa. Recuerdo
haberle dicho que no oía nada y entonces me pidió que me concentrara.
“Tampoco, abuelo”, le dije. No insistió, pero su cara se fue llenando de
una alegría increíble, como si le estuvi esen inyectando felicidad, o algo
así. Al rato, me dijo que oyera el canto de los gallos y eso sí lo oí, a lo
lejos. “Le dan gracias a Dios por haberles regal ado un día más de vida”,
dijo, y me apretó contra él con uno de sus brazos. Así me tuvo un rato,
en silencio, hasta que me señaló las bandadas de p ájaros, loros y gua-
camayas que pasaban sobre el edificio. Después, me soltó y dijo: “Bu e-
no, ya Dios hizo su trabajo. Ahora me toca a mí hacer el mío”. Y entró a
su cuarto, a vestirse para ir a trabajar en su joyería.

VISIÓN DIVINA

Mi mujer y yo íbamos en la avioneta volando hacia Mérida y


mirábamos desde arriba una parte de la carretera trasandina. En eso
vimos cómo en una curva un carro empezó a adelantar a otro, sin da r-
se cuenta de que en dirección contraria venía un camión cargado de
tubos. De inmediato, nos dimos cuenta de que iba a haber un choque
y tratamos de avisarle al del carro, pero desde arriba era impos ible.
En mi impotencia, yo apreté los pedales de la avioneta, como si fueran
los frenos del carro. Cuando se produjo el choque, Miriam y yo n os
miramos, con sternados, y ella comentó: “Ya sé cómo se siente Dios,
cuando mira hacia abajo”.

DESEO MALG ASTADO

Conversando con mi suegra, le dije que a me gustaría tener un


loro, porque es un animal que, si uno lo enseña, puede aprender a
hablar y hasta a cantar. Esa misma tarde, llegó a la ventana del apart a-
mento un lorito que, a kilómetros, se veía que había huido de algún l u-
gar cercano. Era de lo más manso y se dejó agarrar por mí, tranquil a-
mente. Sin embargo, para que no volviera a escaparse, cerr amos todas
las ventanas, mientras yo salí a comprarle una jaula. Cuando regresé, lo
metimos en ella y se quedó como si toda la vida hubiera vivido allí. Pero,
al día siguiente, cuando estaba desayunando, me le quedé viendo y
agarré tremenda rabieta porque , en ese momento, me di cuenta de que
117
me habían concedido un deseo y yo lo había malga stado en un loro.

P AS APORTE P ARA EL INFIERNO

Ah, no, si en el Cielo uno va a estar oyendo misas, conversa n-


do con los evangélicos o los testigos de Jehová sobre Dios y La Bi-
blia, dándose golpes de pecho y comulgando tres veces al día, en l u-
gar de comer lo que a uno le dé la gana, beber aguardiente y bailar
hasta que le den calambres en las piernas, olvídalo. Yo voy a ver,
desde ya, si consigo un pasaporte para el Infier no porque ahí la cosa
debe ser al revés: un eterno guaguancó, un merecumbé, una rumba
gigante, con mujeres desnudas, bien sabrosas y sinvergüenzas, una
música pegajosa a todo volumen, ríos de ron y de cerveza, y bastante
comida, para que a nadie le falten pertrechos para alegrarse. Para mí,
el Infierno es un lugar donde uno está gritando “¡Yujuuuu!”, t odo el
tiempo, de lo bien que la pasa. Y creo que a quienes no les gusta es a
los mojigatos, a esa gente que se la pasa en las iglesias y cree que
hasta con respirar está cometiendo un pecado.

ESP ANTANDO LA CLIENTELA

La que le pasó al padre Buenaventura el otro día sí estuvo


buena. El salió una noche con su traje negro y su cuello clerical a dar
una extremaunción, por ahí por El Silencio, cerca de donde que da el
diario El Nacional. Cuando dejó el apartamento donde lo habían ll a-
mado, estaba lloviendo, pero él igual salió a la calle, porque no había
cenado y tenía hambre. En ese momento, arreció la lluvia y, como vio
un local abierto, se guareció allí. Varios hombres que llegaron de s-
pués, al verlo, se echaron de nuevo a la lluvia y él no entendió por
qué. Por fin, se le acercó un hombre bajito quien le entregó un par a-
guas y le dijo: “Perdóneme, padre, que le pida que se meta en otro
sitio, pero me está espanta ndo a la clientela”. En ese momento, fue
que el padre Buenaventura se dio cuenta de que se había metido en el
cine Urdaneta, donde sólo pasan pelíc ulas pornográficas.

VENEZUELA YA NO EXISTE

Desde que salí jubilado de la universidad, abandoné ta mbién la


vida pública. Ahora me dedico exclusivamente a mi familia, a la hidr o-
ponia y a la cría de can arios. No he vuelto a escribir ningún libro, ni a
dar clases, ni a participar en ningún congreso o encuentro de mi e s-
pecialidad, porque me cansé de arar en el des ierto. Uno se mata por
este país, lucha por él, se lastima por él, y resulta que él no exi ste,
118
que cada día que pasa es más una entelequia que algo real, un esp e-
jismo en vez de una nación. Hablando clarame nte, Venezuela ya no
existe, ni existe la m ayoría de los países del mundo. Ahora todo se
hace en función de la fulana globalización, de las convenie ncias del
mercado mundial, y cualquier otra cosa que uno haga está destinada,
de antemano, al fracaso. Así que, perdone que no acepte su invitación
a dictar esa conferencia. Búsquese a otro que todavía crea que este
país y este mundo tienen r emedio.

CELEBRANDO LA DESGRACI A

Casimiro, para no explotar a nadie, pasó dos días en la finca de


un amigo, cosechando naranjas. Después, él mismo las trajo en un
camión, para venderlas aquí, en Caracas. Pero cuando venía por el
estado Anzoátegui, en el sector ese donde la carretera sube hacia
Aguas Calientes, se le abrió la reja al camión y las naranjas s alieron
rodando por la vía. El cuenta que, de inmediato, detuvo el camión, se
bajó y trató de detener la fuga de naranjas, pero qué va, c omo iba en
subida, ya quedaban muy pocas. Al ver aquella gran cantidad de n a-
ranjas rodando por el pavimento, la gente de un caserío que se ha
formado allí cerca, especialmente los niños, se echó a la carretera a
recoger cuantas naranjas pudieran. Según me dijo, cuando compre n-
dió que no podía hacer nada, se sentó en el techo del camión a ver la
fiesta que se armó con sus naranjas y hasta le pareció bonito ver a
todas aquellas personas tan alegres. Al rato, cuando ya se iba a meter
otra vez en el camión, para r egresar a Caracas, varios hombres del
lugar lo llamaron y le preguntaron que si quería echarse unos p alos
con ellos, que ellos tenían ron, cerveza y caña blanca. Casim iro les
dijo que sí y allí se quedó casi una semana, según dijo él mismo, “c e-
lebrando su desgracia”.

ASOMBRO DE ÍDOLO

Aún no salgo de mi asombro. No me ha sido fácil acostumbra r-


me al éxito y ese éxito lo siento en todos lados: cuando toco el piano
en mis espectáculos y empiezan a lloverme pantaletas, sortijas, p a-
ñuelos y muchas cosas más. Cuando voy del trabajo a la casa o vic e-
versa y la gente me detiene para hablarme, agarrarme y pedirme
autógrafos. Yo tuve que mudarme porque vivían tocando la puerta de
mi apartamento todo el día o se asomaban a las ventanas de enfrente
para verme cuando me estuviera vistiendo o para saber con quién e s-
taba. Yo había leído y visto películas sobre gente famosa, pero nunca
creí que esto de ser un ídolo fuera así.

119
EMBAR AZ AD A DE UN IDIOTA

Manita, déjame que te cuente una cosa que me está sucedie n-


do, mira que no tengo más nadie a quien contársela. Sí, estoy sum a-
mente preocupada porque desde hace dos semanas que debió veni r-
me la regla y nada. Yo no sé qué es lo que pasa porque tengo más de
ocho meses sin tener relaciones con ningún hombre y... No sé, hace
como un mes, o mes y medio, no me acuerdo con exactitud, cuando
estaba visitando a la mamá de Daniela, me dieron ganas de orinar y
entré al baño de la casa. En un momento en que me senté e n el inodo-
ro, no me di cuenta de que en la tapa h abía algo lechoso que parecía
semen. Yo lo vi, pero cuando ya me estaba levantando del asiento y
estaba agarrando la palanca de la ci sterna. En eso me acordé que ella
tiene un hijo idiota que casi nunca sale , pero no le di mayor importa n-
cia. Ahora que he estado preguntándome por qué no me viene el per ío-
do, me he acordado de eso y estoy preocupada, manita, porque te ngo
miedo de haber quedado embarazada de ese idiota.

DETALLES OLVIDADOS

Estábamos en el esta cionamiento del Centro Ciudad C omercial


Tamanaco, a la salida del cine, cuando vimos a una mujer que e staba
a punto de llorar porque no encontraba el carro en que había ido y su
hija estaba esperando que se lo regresara antes de las ocho de la n o-
che. Como apenas faltaban veinte minutos para las ocho, nos ofrec i-
mos a ayudarla y le preguntamos cómo era el c arro. Nos dijo que no
se acordaba del número de la matrícula, pero que se reconocía fáci l-
mente porque era verde claro y tenía ligeramente doblada la d efensa
trasera. Entre todos nos repartimos las plantas del estacion amiento y,
después de casi una hora de búsqueda, cuando ya nos dábamos por
vencidos, Isaac comentó que había visto un carro parecido en el s e-
gundo sótano, pero que tenía la tapicería verde, de u n verde chillón, y
llevaba una alfombra amarrada sobre el techo. “¡Ese es!”, dijo la mujer
y, como vio nuestras caras, se excusó: “Discúlpenme, pero se me hab ían
olvidado esos detalles”.

SI ALGUIEN VIOLÓ A ALGUIEN

En la época en que yo trabajaba en un tribunal, me tocó ate n-


der el caso de una menor de edad a la que habían violado doce t ipos,
por los lados de la entrada de La Guaira. La muchacha est aba en el
suelo de una casa abandonada, con uno de los violadores encima y
los otros once mirando y aplaudi endo, cuando pasaron por el lugar
dos policías y los detuvieron a todos. En el tribunal estaban los doce
120
tipos, sentados alrededor una mesa, esposados por parejas, cuando
ella llegó con su mamá. Se llamaba Irma, el no mbre no se me olvida, y
eso que ya hace como quince años que eso pasó. Bueno, esta Irma
llegó -era un mujerón, aunque sólo tenía catorce años, recién cumpl i-
dos: era alta, pelo negro, boca ancha pero no desagradable, sino de
ese tipo de boca que a uno le provoca estar besando -, y en su decla-
ración dijo que a ella no la ha bían violado, que había sido ella quien
se le ofreció a los doce. Contó que el grupo estaba jugando bolas
criollas, en un patio, y tomando cerveza y, cuando ella vio a todos
aquellos hombres ju ntos, le provocó que la cogieran ent re todos. Dijo
además que la razón por la que los policías se llevaron a todos los
muchachos presos fue porque ella no quiso tener nada con ninguno de
los dos. Al final, soltó una frase cojonuda. Dijo: “Si alguien violó al a l-
guien, fui yo a ellos”. Todos e n ese momento, en el tribunal, nos m i-
ramos a la cara y tuvimos que hacer un tremendo esfuerzo para no
reírnos.

EL G ATO QUE VOLVIÓ

Aquí tuvimos un gato como ese del que tú hablas, que a mí me


tenía hasta la coronilla porque, por donde quiera que pasaba, iba
orinándose. Orinaba las paredes, las puertas, los muebles y, si te
descuidabas, te orinaba las piernas. Un día de hace como quince
años, le pedí a Ramón que buscara dónde botar al gato, y él lo agarró,
lo metió en una bolsa de tela de coleto y se lo l levó por los lados de
La Urbina, que en ese e ntonces era puro monte y casi y no había casi
nadie por ahí. Figúrate cómo sería La Urbina en ese entonces, que en
un terreno de unas cuatro hectáreas había una cría de ovejas y cab a-
llos. Pero resulta que, a los cinco días, se apareció el gato otra vez,
flaco y ojeroso, después de haber recorrido los veint itantos kilómetros
que hay desde allá hasta aquí. En vista de eso y como no nos atrev e-
mos a matarlo, hemos tenido que cerrar todas las puertas y las vent a-
nas para que el gato no entre a la casa, porque esa peste que deja
por donde quiera que p asa es insoportable.

PEOR QUE MORIRSE

No me gustaría estar en el pellejo de esa niña, ahora que está


así: ¿tú sabes lo que es pasarse toda la vida preparándose para co m-
petir en el Miss Venezuela, viviendo sólo para embellecer el cue rpo
porque esa es su meta desde niña y, cuando por fin cumple los di e-
ciocho años, la misma noche en que los está celebrando, tiene ese
accidente y se le fracturan las dos piernas y se le desf igura la cara?
Eso debe ser peor que morirse, porque tú te mueres y las cosas de s-
aparecen de una sola vez. Pero eso de que no pu edas tener un espejo
121
cerca porque te acuerdas de la manera tan injusta en que te ha trat a-
do la vida, eso es horrible. Únicamente d e pensarlo, da grima.

SEGUNDO NO CREÍ A EN EL VI AJE A LA LUNA

Segundo, que en paz descanse, no creía nada de lo que veía


en la televisión, ni siquiera lo de la llegada a la Luna. El día en que
Neil Armstrong y Buzz Aldrin descendieron en la Luna, él no quiso ver
porque, según decía, eso era puro cuento, un teatro montado por los
americanos, porque era impos ible llegar tan arriba. Pero, aparte de él,
fue mucha la gente que también puso en duda el asunto e, incluso, leí
en un reportaje donde decían que eso que vimos en 1969 fue una c o-
sa filmada aquí abajo. En ese reportaje argumentaban que entre las
pruebas de que era un montaje burdo estaba el hecho de que usaran
una cámara fija, con un solo lente, siendo que para un momento como
ese, debieron usarse equip os de video y fotografía sofisticados que ya
existían. Además, leí ta mbién en otra parte que los americanos y los
rusos llegaron juntos a Marte, en 1962, y que lo han mantenido en s e-
creto desde entonces, porque se produjo un accidente que mató a t o-
dos los que ya se habían establecido en una colonia marciana. Al p a-
recer, hay un documental de esto último que lo prueba, pero a todo el
que lo ve o habla del tema lo matan unos hombres que el gobierno de
los Estados Unidos ha entrenado especialmente para eso. Por si aca-
so, no le digas a nadie que yo te lo dije...
LA CONFESIÓN DE VIVI ANA

A Viviana la llamaron a declarar en el crimen del marido de


Anastasia y, como a la pobrecita la tuvieron casi veinticu atro horas en
la policía, regresó de lo más asustada. Ella cuenta que le hicieron
preguntas y más preguntas y, como se co ntradijo en algunas cosas,
tuvo que confesar que a la hora del asunto ella est aba en la casa, en
la parte de arriba, acostada con ya tú sabes quién y que ella, apenas
oyó el zaperoco, se vistió , creyendo que Eloísa había llegado y los
había descubierto. Contó, además, que Johnny y ella habían salido
por la parte de atrás y vuelto a entrar por el frente, como si vinieran
de la calle y se hubieran encontr ado casualmente. Los de la policía
interrogaron aparte a Johnny y Johnny les dijo que a la hora del cr i-
men él estaba con una mujer que no era su e sposa, cuyo nombre no
podía revelar. Eloísa supo de esa declaración y dice que si él no rev e-
la el nombre de la mujer es porque se trata de una persona co nocida.
Ahora anda como un detective, preguntando por todas partes, y ha j u-
rado que cuando encue ntre a la fulana mujercita le va a cortar la cara,
para que aprenda a no andar con hombres ajenos. Así que, imagínate
como está Viviana.
122
DIOS ME DA TODO LO QU E LE PIDO

Yo voy a misa todos los domingos, porque a mí Dios me da t o-


do lo que le pido. ¿Te acuerdas cuando te dije que quería un horno
microondas? Bueno, pues recé cinco padrenuestros y cinco avemarías
y esa misma noche vino Rodolfo y, como yo había cum plido años la
semana anterior, me regaló uno. Después se me metió la idea de
cambiar el televisor que teníamos, el de diecisiete pulgadas, por uno
de veintitrés, y pasó lo mismo: tres días después de rezar otros cinco
padrenuestros y otras cinco avemarías, se presentó Rodolfo con ese
que tenemos ahora. Lo último que le pedí a Dios fue una nevera de
esas que hacen hielo y, mira, no pasó ni una semana, cuando Rodolfo
se presentó con la nevera, que la sacó para pagarla a plazos.

AUGE Y CAÍDA DE UN VOYEURISTA

En los últimos años, su obsesión era ver bañándose a las m u-


jeres. Cuando nos mudamos a esa pensión donde los baños eran c o-
munes, Nano se metía en un cuartico que quedaba p ared con pared de
los baños. Ahí miraba a las mujeres que se iban a bañar o a hac er sus
necesidades, a través de varios agujeros que él mismo había hecho.
Un día lo descubrieron y la reclamación fue de tal nivel que nos tuv i-
mos que mudar. Donde fuimos, vivían dos muchachas y Nano se en a-
moró de una de ellas, con tanta pasión que empezó a buscar la man e-
ra de verla en el baño y descubrió que, desde la azotea del edif icio de
enfrente, tenía una visión inmejorable. Una noche, estando ahí, mie n-
tras miraba a la chica que se e staba bañando, lo encontró una mujer
que fue a tender la ropa. C omo, al parecer, en ese momento él estaba
buscando un mejor ángulo, apenas vio a la mujer, se asustó, y del
susto se soltó y se cayó. Ese edificio tiene catorce pisos y Nano
quedó vuelto papilla s obre el techo de un carro, como en las películas.

SIN MIRAR A Q UIÉN

Hay millones de maneras de hacer el bien, incluso sin uno


proponérselo. Te podría poner el ejemplo más común, el de alguien
que va por la ca lle y, cuando va a cruzar una avenida, ve a un anci a-
no y lo a yuda a pasar. Ese alguien no ven ía pe nsando en h acer el
bien pero, apenas se le presentó la o portunidad, no dudó y lo hizo. El
ejemplo que te voy a poner es algo que me pasó a mí no hace m u-
cho. Yo estaba en el superme rcado, con la lista que Sonia me había
preparado y, cuando ll egué a la caja, se me acer có un señor mayor y
me dijo que él me había estado observando y hab ía visto que las c o-
123
sas que yo compraba eran más o menos las mismas que se consu mían
en su casa. Que su mujer le había hecho una lista como la mía y que la
lista se le había perdido. Después de decirme todo eso, me pidió que
se la regalara y, apenas se la di, me dio las gracias, me pidió disculpas
por marcharse rápidamente, y se fue con su carrito a hacer su compra.

HASTA LOS LLANOS

L o p eo r d e t o do lo qu e e st á p a sa ndo e n e ste p a ís e s qu e ya
la h o mo se xu a l id ad h a lle ga d o ha sta lo s L la n o s, u na re gió n d o n de
u n o p en sa ba qu e ja m á s en t ra ría y qu e , e n e l p e o r d e lo s ca so s, se
co n ve rt iría e n e l ú lt im o b a st ió n d e la h omb ría . P e ro qu é va , la s
f u e rza s d e l m a l e st á n d e sa ta da s y e l o t ro d ía , e st an d o yo e n Ca l a -
b o zo , e n e l e st a do G u á rico , e n un a m a n ga d e co leo , se m e a ce rcó
u n t ipo de b igo t es, m ed io f o rt a ch ón é l, igu a lit o a eso s t ip o s que
h a cen la s c u ña s de lo s ciga rrillo s M a rlb o ro , y m e p re gu n t ó si yo e ra
m a rico . Yo , a h í m i sm o , le con t e st é qu e n o , pa ra n o pro d u cir m a los
e n t en d ido s co n una re sp u e st a t it ub ea n t e, y a g re gu é q u e me se n t ía
t a n m a ch o com o él. E n t on ce s, e l t ipo se e ch ó a re ír y m e d ijo qu e
p o r e so e ra qu e me h a b ía p re gu nt a do , p o rqu e é l te n ía la im p re sión
d e qu e yo e ra t a n m a rico com o é l. Me n o s ma l qu e se d iscu lp ó a n te s
d e irse , p o rqu e ya yo t e n ía la m a n o ce rra d a pa ra ro mpe rle la n a riz,
n o só lo p o r la f a lta d e re sp e to , sin o a d e má s p o r e xh ib ir co n t a n to
o rgu llo su ma riqu e ra .
COMO SI UN ÁNGEL HUBIERA DICHO “AMÉN”

Camila fue a Margarita hace como vei nte días, a pagarle una
promesa a la Virgen del Valle. Una promesa que ella le había hecho
de ir al santuario a visitarla y prenderle un cirio, si la curaba de un d o-
lor en el pecho que se le presentaba con cierta regularidad. Fue a eso
y a comprar ropa para vender pero, parece que se le fue todo el tie m-
po entre una tienda y otra y, al final, no pudo ir donde la Virgen. C o-
mo ella había ido en su carro para moverse más rápido, resulta que el
carro se le paró antes de llegar a Punta de Piedras, para tomar el fe-
rry de regreso. Dos mecánicos revisaron el carro por todas partes y na-
da, no le encontraron ni esto. Camila consiguió a otro mecánico y ese
le vio hasta el último tornillo. Al rato, en vista de que no conseguía
ninguna falla, el mecánico le preguntó si ella había dejado alguna
promesa sin cumplir y ahí fue que se acordó de la Virgen del Valle.
Ella me cuenta que, apenas se propuso mentalmente saldar su deuda,
fue como si un ángel hubiera dicho “amén”, porque el carro pre n-
dió, ella fue al santuario, y después hizo su viaje de retorno sin
ningún contratiempo.

124
PUESTO V AC ANTE

En los días en que su papá estuvo enfermo, Eugenio llegó


quince minutos tarde a su trabajo, por lo que su jefe -que no le creyó
lo de la gravedad del viejo, porque Eugenio siem pre está enfermando
de mentira a la familia para no ir a trabajar -, no sólo le llamó la ate n-
ción, sino que le advirtió que al siguiente retardo estaría botado a u-
tomáticamente. Así que, aunque pasó la mayor parte de esa noche
despierto, atendiendo al papá, Eugenio hizo lo imposible la mañana
siguiente por llegar a su trabajo a tiempo. Pero fue como si Mandinga
hubiera metido su mano porque esa vez le pasó lo que nunca le había
pasado: se quedó dormido y, por s upuesto, no sólo llegó retardado de
nuevo, sino que esta vez la demora fue de cuarenta y cinco minutos.
Por supuesto, el jefe lo estaba esperando y, apenas lo vio, salió de su
oficina. Pero Eugenio no lo dejó hablar sino que le dijo algo que,
según me contó, se le ocurrió en ese mismo momento. Le dijo, m uy
serio, tendiéndole la mano: “Mucho gusto. Soy Eugenio Trías y vengo
a solicitar el puesto que quedó vacante hace cuarenta y cinco min u-
tos”. El jefe y que se le quedó m irando, y después se echó a reír. A
partir de ahí no le dijo más nada acerca de los re trasos, creo yo que
porque averiguó que lo de la enfermedad de su papá era verdad. Y,
por cierto, cuando el señor Trías supo lo de su hijo, soltó una carcaj a-
da y, desde entonces, mejoró de su enfermedad, como si ese hubiese
sido el remedio que necesitaba.
SORPRES A VECINAL

Lo de Jeanette fue una cosa tan escandalosa que da ve rgüenza


contarlo. Parece que ella vio un aviso en el periódico donde ofrecían
dildos y consoladores y, como ya hacía más de dos años que la había
dejado el marido y ella quedó muy do lorida de eso y no ha querido s a-
lir con más nadie, se compró uno. La misma noche en que lo estr enó,
se desnudó, se acostó en la alfombra que tiene en la sala, y se lo e s-
tuvo metiendo y sacando con tanto gusto que empezó a gritar. C omo
en ese edificio se oye todo y lo menos que se imaginaban era lo que
estaba ocurriendo, varios vecinos pens aron que la estaban matando o
violando y, sin pensarlo mucho, echaron abajo la puerta. Cuál no sería
la sorpresa de todos al verla sobre la alfombra, sudor osa y roja como
un tomate, con aquella cosa metida hasta la empuñ adura y mirando
asombrada hacia la puerta que acababan de derribar. Después de
eso, Jeanette se mudó para un apartamento que la he rmana tiene en
Caraballeda, frente a la playa, y no ha vuelto al suyo. Es má s, creo
que lo está vendiendo.

USTED PRIMERO
125

El otro día vi en el aeropuerto a un hombre de mi edad y a un


muchacho más alto que él, que se adivinaba desde lejos que era su
hijo. Cuando el joven se despidió del papá, le dio un abrazo tan car i-
ñoso que a mí me dio cierta envidia. Como unos minutos de spués el
hombre y yo coincidimos en el estacionamiento, porque él tenía su c a-
rro junto al mío, le dije que ojalá mis hijos me abrazaran algún día de
la manera como yo había visto que su hijo lo había abrazado. El hom-
bre sonrió, se acercó, me tendió la mano y me dijo, poniéndome la
otra mano en el hombro: “Si ellos no lo abrazan, ¿por qué no los abr a-
za usted a ellos?”

PELE A NULA

Hace muchos años, cuando tú todavía no habías nacido, Luis


se presentó en vario s combates de boxeo públicos. Una noche, la
mamá estaba preparando la cena y encendió la radio. Dio la casual i-
dad de que, en ese momento, estaban transmitiendo un pr ograma de
boxeo y, justamente, anunciaban una de las peleas preliminares.
Cuando dijeron lo s nombres de los peleadores, ella se asombró de
que hubiera una persona con la misma combinación de nombres y
apellidos del hijo. Como él había salido y no le había dicho para
dónde iba y andaba un poco misterioso desde hacía varios días, ella
tuvo la corazonada de que no se trataba de a lguien que se llamaba
igual que él, sino que era Luis el que estaba sobre el ring. La señora,
entonces, se vistió a toda prisa, se puso un sombrero de plumas que
ella usaba para salir de p aseo, y tomó un taxi hasta el Palac io de los
Deportes, que quedaba en la av enida San Martín. Apenas entró en la
sala, vio que, en efecto, uno de los que estaban boxeando era su hijo.
Entonces agarró una escoba que estaba cerca de la entrada, corrió
hasta el ring, se metió por entre las cuer das y, sin previo aviso, le
cayó a escobazos a Luis, al otro boxeador y al réferi. Por supuesto, se
formó un escándalo mayúsculo, no sólo sobre el ring, sino entre el
público, po rque algunos espectadores armaron un zaperoco, pidiendo
que les devolvieran la s entradas. Al final, d eclararon nula la pelea,
porque no terminó, y a él lo obligaron a retirarse po rque entonces se
descubrió que era menor de edad.

CANCIÓN FAVORITA

El día de nuestras bodas de plata fuimos mi esposo y yo, con


nuestros hijos y sus e sposas, a un restaurante donde alguien t ocaba
un piano. Cuando llegamos, mi esposo le hizo saber a los demás c o-
mensales qué estábamos celebrando y por eso el piani sta, queriendo
126
hacernos un homenaje, nos preguntó por nuestra canción favorita. Tan
pronto yo dije cuál era, todo el mundo en el restaurante se echó a reír
y yo no supe por qué, hasta que caí en cuenta y me reí yo también. Es
que nuestra canción favorita es “Extraños en la noche”, ca ntada por
Frank Sinatra.

“¡ AUXILIO, ME QUEDÉ DESNUDA!”

A quien le pasó algo peor que eso que me acabas de co ntar fue
a Roxanna, la hermana de Paulina y Petra. ¿Tú la c onoces...? Ella es
bien bonita y bien proporcionadita y tiene una figura que llama mucho
la atención. Bueno, ella se estaba bañando en Chir imena, cuando vino
una ola bien fuerte y le arrancó el traje de baño, tanto la parte de arr i-
ba como la de abajo del bikini, porque a mbas se sostenían con nudos.
Ella cuenta que, con el temor de que la vieran, se puso a gritar “¡Aux i-
lio, me quedé desnuda!”. Y ahí m ismo la rodearon cerca de treinta
hombres, muchos de los cuales se metieron al mar corriendo. Si no es
por otra muchacha que fue a auxiliarla y le prestó una toalla para que
se cubriera, ella no sabe qué hubiera ocurrido porque, según me dijo,
la mayoría de los hombres que se hallaban alrededor s uyo, al verla
desnuda, se quitaron sus trajes de baño y, como est aban bebidos y en
grupo, trataron de violarla. Cuando el salvavidas y la muchacha lleg a-
ron a su lado, ya dos de los hombres la estaban manoseando por de-
lante y por detrás, mientras los demás aplaudían y agitaban en el aire
sus trajes de baño.
LA MEJOR AMIG A DE MI SUEGRA

La mejor amiga de mi suegra y ella se conocieron hace como


cinco años, cuando las dos compraron parcelas contiguas en el C e-
menterio del Este. Mi su egra estaba firmando el contrato para adquirir
la suya, cuando una señora que estaba en la misma ofic ina, atendida
por otro vendedor, le dijo: “Según pude oír, su parcela y la mía qu e-
dan una junto a la otra. Ya que vamos a ser vecinas despué s de muer-
tas, ¿por qué no nos hac emos amigas ahora, en la vida?” A mi suegra
le pareció buena la idea y, como las dos eran viudas y ya habían cri a-
do a sus hijos, se pusieron de acuerdo para salir juntas al cine, a e x-
posiciones, a reuniones sociales, y para ir de compras y hasta de vi a-
je. Hace menos de un año se fueron en un crucero de quince días por
el Caribe y, según cuentan, la pasaron bomba. Ahora están plan eando
ir a pasar el Año Nuevo en M achu Picchu, en Perú.

DESDE ENTONCES NO QUEDÓ BIEN DE LA CABE ZA

Ella quedó así desde 1948, el día que ganó el Extra del Carmen
127
de la Lotería de Caracas. Ella fue, cobró veinte mil bolívares que eran
el premio mayor de esa época, por ahí por los años Ci ncuenta, y se
los trajo a la casa en una bolsa de tela de las que todavía usan los
bancos. Entonces metió los billetes en una maletica que puso debajo
de la cama y no le dijo nada a nadie, ni pensó siquiera en compartirlo
con su mamá o con sus hermanas. Por la tarde, llovió como si hubi e-
ran abierto un grifo en el cie lo y a medianoche ella escuchó que a l-
guien tocaba a la puerta de la casa. Afuera estaba una comadre suya
gritándoles “¡Eloísa, Carlota, Guadalupe, María de Jesús, por amor de
Dios, sálganse de la casa que ahí viene el río!”. Y, en efecto, el rumor
de la crecida del río se escuch aba a poca distancia. Ella apenas tuvo
tiempo de despertar a la mamá y a las hermanas y de salir corriendo
hasta un montecito cercano. Desde allí vio como el río arrastraba la
casa, que no era más que un montón de l adrillos montados unos sobre
otros. Entonces se echó a llorar y a dar gritos, porque en ese mome n-
to fue que se acordó del dinero, pero ya era tarde. Desde e ntonces,
no quedó bien de la cabeza y sólo tiene ratos de lucidez.

EL PUESTO

¡Hay que ver que la gente es bien descarada! El domingo yo fui


como siempre a la iglesia de la Coromoto, ahí en El P araíso -a mí no
me gusta ir a otra iglesia y eso que por aquí quedan unas cuantas, yo
voy a misa de once -. Cuando salí, me acordé del señor Reynosa, un
señor tullido que pide limosna ahí, en las escalinatas, y abrí la cartera
para sacar el m onedero. A mí me extrañó no verlo cuando entré, pero
no le hice mayor caso porque, a veces, cuando se siente muy mal, no
va, y yo le guardo su limosna para la sem ana siguiente. Cuando salí
de la iglesia, en vez del señor Reynosa, estaba otro señor, al que le
faltaba una pierna, y tú s abes que una debe hacer el bien sin mirar a
quién. Bueno, yo le di los cien bolívares que ya tenía en la mano. P e-
ro no me aguanté y le pregunté si sabía algo d el señor Reynosa y,
cuando me dijo lo que había p asado, me quedé fría, helada. ¿Sabes lo
que me contestó? Que a partir de entonces el que iba a estar en la
escalinata era él, porque le había comprado el puesto a Reynosa en
millón y medio de bolívares y de contado. ¡Millón y medio de bolív ares!
¡En mi vida he visto yo ese dinero junto y yo no vivo de pedir l imosna!

CRE ATIVIDAD CULINARI A

Ayer, un compañero de trabajo se cansó de que su esposa le


preparara siempre lo mismo para el almuerzo -pollo frito con papas
sancochadas o fritas y ensalada de tomate y cebolla -, y dijo que en la
tarde, cuando regresara a su casa, le iba a pedir que fuera más cre a-
tiva con la comida, que él ya estaba harto de esa monotonía. Hoy, t o-
128
dos estábamos pendientes a ver qué comi da iba a llevar y hasta hic i-
mos apuestas, porque como su esposa tiene muy mal carácter,
pensamos que lo más probable era que le volviera a preparar el mi s-
mo pollo frito con papas y ensalada de tomate y ceb olla. Pero, qué va,
nos caímos de un coco, porque p recisamente le metió en la lonchera
dos cocos y un martillo. Viendo la cara que él puso, cuando nos se n-
tamos a comer, estuvimos riéndonos un rato pero, al final, terminamos
compartiendo con él lo que cada uno ll evó para el almuerzo.

DEVOLUCIÓN DE UN REFR IGERADOR

En los días que vinieron después de los saqueos del Carac azo,
Estanislao fue el que salió peor de todos: figúrate tú que le costó ci nco
horas de trabajo subir un refrigerador al rancho donde vive, ahí en El
Guarataro. Eso de llevar el refrigera dor hasta su casa, primero en una
carrucha de transportar mercancías y de spués a pulso, él solo, porque
todo el mundo estaba ocupado cargando cosas, fue el martes. El ju eves,
cuando empezaron los allanamientos para encontrar la mercancía rob a-
da, él fue uno de los primeros a los que la Guardia Nacional obligó a d e-
volver lo saqueado. Daba dolor verlo otra vez con el refrigerador a cue s-
tas, porque los guardias lo hicieron cargar con él por las escalinatas
hasta abajo. Más que agobiado por la carga, el p obre Estanislao iba más
triste que un capitán al que se le hunde su barco, devolviendo algo que
casi se podía decir que se lo había ganado con el sudor de su fre nte.
HIJO DEL COMETA

Yo fui uno de los que nació gracias al cometa Halley. Mi papá y


mi mamá se ten ían ganas en esa época y, como la s ociedad era tan
moralista, no pasaban de mirarse a lo lejos, de mandarse pap elitos o
de sentarse juntos, como por casualidad, en el mismo banco de la
iglesia. Hasta que vino el cometa. Como la gente creyó que el mundo
se iba a acabar, se puso a hacer todo lo que tenía ganas de hacer y
no había podido. Mi mamá y mi papá aprovecharon y se citaron en la
casa de una tía de él que estaba de viaje y, bueno: cuando se fue el
cometa, yo ya venía en camino.

DE VENENO A VENENO

Lo que me contaron de Gloria, la mujer que trabajaba conm igo


en el ministerio y me hizo la vida imposible hasta que la desp idieron,
parece una cosa inventada, pero quien me la contó me juró que era
cierta. Gloria estaba en el campo, en una hacienda que tie ne el papá
más allá de San Fernando de Apure, casi en la frontera con Colombia.
129
Me dijeron que ella andaba una madrug ada por el monte, porque iba a
encontrarse con el capataz para aco starse con él y, sin darse cuenta,
pisó una serpiente venenosa, una coral . Obviamente, la serpiente la
mordió. Ella gritó varias veces pero, como nadie llegaba a aux iliarla,
se sentó en la tierra, se metió en la boca el pie donde la habían mo r-
dido y se extrajo el veneno. Así la encontraron varios peones que p a-
saron por el lugar: doblada como un perro y chupándose la herida. P e-
ro lo gracioso del asunto fue que, a pocos metros, hallaron a la pobre
culebra, muertecita. La muy tonta se enteró bien tarde que, de veneno
a veneno, el de algunas personas es más fuerte que el de cualquie r
serpiente.

LARG A Y FELIZ INFANCI A

La persona más optimista y alegre que yo he conocido es mi


abuelo. Ya tiene 98 años y parece que los años le pasan por enc ima y
que no se quedan en él. Óyeme esto que te voy a contar: hace dos
años, le pidieron desocupación de la casa donde él vivía alquilado de s-
de hacía más de cuarenta años, porque la iban a demoler para con s-
truir un edificio. Como los alquileres están tan c aros, el abuelo decidió
irse para un asilo de ancianos y, cuando e staba tratando de ingresar en
uno, lo entrevistó una trabajadora social. Una de las pr eguntas que le
hizo fue: “Señor, ¿tuvo usted una infancia feliz?”. El abuelo se le quedó
mirando un momento y le contestó: “La verdad es que sí. Hasta ahora
me ha ido muy bien”. Y, por supuesto, lo aceptaron.
LAS MIRADAS SE SIENTEN

La ciencia no dice nada al respecto pero yo puedo dar fe de


que si una persona mira a otra con insistencia las miradas se sie nten.
En estos días me di cuenta de que un hombre me estaba s iguiendo,
yo creo que para asal tarme, porque sentí que me estaba mirando y no
me quitaba los ojos de encima. La primera vez que lo vi fue en el M e-
tro, en el propio vagón del tren. Después, me fijé que venía detrás de
mí, cuando salí en la estación Chacao y, por último, cuando iba cam i-
nando por la avenida Francisco de Miranda. Yo me fui caminando d e-
rechito hasta un policía y le dije que ese hombre que estaba como a
cuatro metros detrás mío me venía s iguiendo. Entonces el hombre, en
lo que se dio cuenta de lo que yo había hecho, echó a cor rer hasta
que se perdió de vista. ¿Y el policía? El policía se quedó al lado mío,
sin hacer nada. Como justificación me dijo que a él le falt aban diez
meses para la jubilación y no quería enredarse en ningún problema.
Después, ante mi insistencia, sonó un pito y llamó a otro agente y
éste, en lugar de pe rseguir al hombre, me dijo que, para él actuar, yo
tenía que hacer forma lmente una denuncia.

130
UN RENAULT NUEVO, AZUL ELÉCTRICO

¡¿De quién es un renault nuevo, azul eléctrico, que estaba e s-


tacionado cinco casas más abajo...?! ¡Un renault nuevo, azul elé ctrico,
que estaba estacionado cinco casas más abajo...! ¡¿Cómo...?! ¡Habla
más fuerte que con la música no te oigo...! ¡¿De quién?! ¡¿De Roger?!
¡¿Y quién es Roger...?! ¡Ah, pero es que yo a él lo conozco c omo Ro-
gelio..! ¡Ah, es verdad que él se cambió de nombre, desde que entró a
tocar la batería en el grupo “Chiclet's”! ¡Déjame entrar a ver si lo
veo...! ¡Ajá, allá está, está bailando con Betty! ¡Coño, y parece que la
está enamorando! ¡¿Y cómo hago yo ahor a para decirle que le r obaron
el carro?!

OÍDOS SORDOS

El otro día tuve la corazonada de que mi mujer se estaba qu e-


dando sorda y decidí comprobarlo. Claro, no le dije nada, para no m o-
lestarla innecesariamente si mi apreciación no era cierta. Esa tarde
regresé a casa más temprano. Llegué a la hora en que sé que ella
está preparando la cena y le pregunté desde la entrada: “Mi amor,
¿cómo has pasado el día?”. No me contestó. Avancé hasta la sala y,
más o menos desde la mitad de la distancia anterior, repe tí la pregun-
ta: “Mi amor, ¿cómo has pasado el día?” y n ada, siguió cortando un
tomate para una ensalada que estaba haciendo. Entonces me puse a
su espalda y por tercera vez le hice la pregunta. Cuál no sería mi
sorpresa, cuando me respondió: “Con ésta son tres las veces que te
he dicho que lo he pasado bien”.

LA FELICIDAD TAMBIÉN TIENE CABIDA EN CARACAS

Déjame recordar... Yo llegué a Caracas un viernes por la n oche y


el mismo sábado salí a conocer la ciudad. Lo primero que hice fue subir
al Teleférico del Avila, para ver a Caracas desde arriba. Después r e-
corrí todo el centro, desde las Torres del Silencio hasta Parque Ce n-
tral. Me metí en el Parque del Este y, por último, visité dos o tres bares
que me habían dicho que eran buenos y baratos. En uno de esos bares
conocí a Gisela, que trabajaba ahí como mesonera, y esa misma noche
me enamoré de ella como un tortolito. A la noche siguiente, la esp eré a
la hora en que ella salía, y le pedí que se viniera a vivir conmigo a una
habitación que yo tenía alquila da en San Agustín. Ella aceptó y se
mudó tres días después. Desde entonces, ya de eso hace treinta años,
vivimos juntos y de lo más felices. Te digo esto, para que sepas que la
felicidad también tiene cabida en Car acas.
131
Destino

“Y ahora que todos ocupan sus respectivos puestos y que todo


está arreglado, ¡salgan los Espectros!” Johann W olfgang Goethe.
Fausto.

132
EN MI FAMILI A NO EXISTE LA CORDURA

En mi familia puede decirse que no existe la cordura, lo que


hay son puros locos. Una prima mía s e encerró a los quince años en
su habitación, según ella para que ningún hombre la profanara, ni s i-
quiera con la mirada, y no salió jamás, hasta que se murió como a los
cuarenta y tantos. Un hermano de ella preparaba unos platos exquis i-
tos por los que todo el mundo se moría, con una salsa que él había
inventado y que llamaba “la salsa económica”. Un día, en una fiesta,
le insistieron que diera la receta de su salsa, porque siempre se había
negado a hacerlo, y, como estaba borracho, dijo que sí. Resulta que,
aparte de tomate, carne molida y pimienta negra, los demás ingredie n-
tes eran insectos resecos y molidos. Y cuando te digo i nsectos, no te
digo cualquier insecto, sino moscas y cucar achas. Un primo lejano que
parecía normal, durante una procesión de Semana Santa, se puso a gri-
tar, mientras señalaba al santo con un dedo, que b ajaran de ahí a ese
impostor y lo pasearan a él, que él era la reencarnación de San Francis-
co de Asís. Pero nadie tan loco como mi tía Constancia, que salía
desnuda a la calle. Un día, la detuvo la policía y ella le juró a los dos
agentes que no andaba desnuda, porque según ella estar desnudo era
andar con el esqueleto pelado. Y fue tan convincente que los p olicías
133
la dejaron ir. Después se le cambió la loquera y le dio por ve stirse con
trajes de noche para mete rse bajo la ducha y después irse a dormir. A
mí me gustaría decir que en vez de locos fueron excéntricos, pero t o-
dos fueron y siguen siendo tan inf elices...

BENEFACTOR INDIRECTO

Un industrial al que visité esta mañana tiene so bre su escritorio


una foto y, un poco para buscarle conversación y otro poco para s aber
quién era el retratado, se lo pregunté y me dijo que gracias a ese
hombre él era una persona próspera. “¿Es su papá?”, dije, y me co n-
testó que no. Entonces me explicó: “Ese de la foto es el hombre más
terrible que yo he tenido como jefe. Es un tirano, una persona autor i-
taria como ninguna, con la que trabajé durante seis años, seis largu í-
simos años. Tengo su foto lo más cerca que pu edo, para recordar que
si no me esfuerzo , que si bajo la guardia, puedo terminar trabajando
otra vez con él”.

BABEL

Los dueños de la compañía que inició esa construcción donde


yo estaba trabajando eran todos musiúes, me parece que venían de
Alemania o de Austria. Fue la primera vez que trab ajé en un lugar así,
donde no tenía con quien hablar. Entre ellos hablaban en alemán, con
el ingeniero en francés, con a lgunos de los técnicos en italiano y con el
maestro de obra en inglés, que parece que lo trajeron de Escocia. En-
tre los obreros había p ortugueses, argentinos, dominicanos, ecuat o-
rianos y peruanos y media docena de c olombianos, dos trinitarios y
hasta un tipo de Martinica. Yo no sé cómo logramos levantar dos p i-
sos, porque ahí no había manera de cruzar palabras con ninguno de
los jefes y los trabajadores no te níamos ningún poder de decisión. Un
día, después de un aguacero que d uró casi tres horas, la construcción
mostró todos sus defectos y los musiúes decidieron cancelarla. Ahora
está ahí, con las cabillas oxidadas al aire, esperando que al guien ter-
mine de construirla o la mande a derrumbar, para aprovechar el terr e-
no, que está muy bien situado.

LO QUE EN RE ALIDAD SOMOS

¡Qué destino, ni qué destino: nosotros estamos como e stamos


porque hemos sido muy alcahuetes! ¡Vivimos cantando el hi mno na-
cional, aquello de “Gloria al bravo pueblo”, pero como si el bravo pu e-
blo fuera algo del pasado, algo que ahora está dormido o ciego y p a-
134
ralítico! ¡En realidad, somos un pueblo cómodo, un pueblo que
prefiere sobrevivir en vez de vivir y que se deja liderizar por un puñ a-
do de sinvergüenzas! ¡¿El destino?! ¡Qué riñones! ¿Y acaso el destino
se hace solo? ¡El destino nos lo fabricamos nosotros, con nuestras
buenas y nuestras m alas decisiones!

ELLA ESTÁ EN P ARQUE CENTRAL

Este amigo que yo tengo en Su iza, Franz, siempre me e scribe,


me manda postales. El no se olvida que la vez que vino a Venezu ela
yo lo llevé a un apart amento que hay en Parque Central, donde vive
una puta de esas que conocen su oficio al dedillo. Era -o, mejor dicho,
es-, una de esas m ujeres que tienen todo en su punto, de pelo negro
largo hasta la cintura y que, nada más verla vestida, ya te provoca
hacer con ella todo tipo de sinvergüenzuras... Volviendo a Franz, el
hombre se metió en un cuarto con ella y salió como a la media hora
gritando “¡Viva Venezuela!”, más contento que un m uchacho con los
bolsillos llenos de monedas. Daisy se llama esa mujer que lo que tiene
allá abajo es un f ogón, candela pura. Si tú quieres, te doy su dire c-
ción, para que vayas y te des un banquete. Como te di je, ella está en
uno de los edificios de Parque Ce ntral y no cobra tan caro. Es más, si
vas de parte mía y le dices que tú eres estudiante, puede que ni te
cobre.
ESP AÑA GRABADA

Nosotros, los hispanoamericanos, siempre nos hemos creído


diferentes de los españoles, pero la verdad es que somos bastante
parecidos a ellos. Fíjate que nos encanta una monarquía, un rey o
una reina, así sea para que presida una fiesta. Tenemos la misma l o-
cura y nos abochornamos de lo mismo, de la influencia mora y afric a-
na. Hablamos un idioma que ellos trajeron y que, poco a poco, lo
hemos ido puliendo aquí y allá, hasta dejarlo brillante, como es ahora.
Y, claro, lo que no podía faltar: como españoles que s omos, no nos
consideramos españoles. Ahí tienes tú a los vascos, a l os catalanes, a
los guanches, y hasta a los gallegos: ninguno acepta que es español y
resulta que el que menos tiene a España grab ada en los cojones.

AMOR ATROPELLADO

¿Quieres saber cómo conoció Marlene a Darío...? Hace como


cuatro años, mamá venía un día con ella, después de recogerla en la
universidad, cuando el carro que iba delante se pasó la luz roja y
135
atropelló a un muchacho que había empez ado a cruzar. El carro se dio
a la fuga y, como no había más nadie en la calle, entre Marlene y
mamá recogieron al muchacho, lo metieron en su auto y pusieron ru m-
bo al hospital. En el camino, como les dio miedo de que las acusaran
del atropellamiento, mamá decidió llevarlo a la casa. Desde allí se
comunicó con la familia del muchacho que, por supuesto, era D arío, y
lo mantuvo en la habitación de arriba durante quince días, atendido
por un médico amigo de nosotros. En ese tiempo, Marlene y él se
enamoraron y seis meses después se casaron. Y, míralos: v iven de lo
más felices y contentos.

¡NO SE RINDA!

Como he estado aumentando de peso en los últimos tres años y


con las dietas que he hecho no he rebajado ni medio kilo, le dije a mi
hermano Edmundo que iba a acompañarlo a correr todas las tardes
por el Paseo Los Próceres. Pero, claro, mientras él va a su v elocidad,
que es como diez veces la mía, yo voy pasito a pasito, y aun así e m-
piezo a asfixiarme a los pocos minutos. Desde el primer día, apenas
me empieza a fallar el aire, yo me siento en uno de los bancos del p a-
seo y varias veces me he encontrado ahí con un s eñor mayor que, al
verme boqueando, me dice: “¡Siga corriendo, no se rinda, siga c o-
rriendo!”. Yo hago el esfuerzo y trato de seguir un poco más y a la
larga he descubierto que, cuando me siento en el banco y después r e-
anudo la carrera, me dan calambres. En cambio, cuando no me dete n-
go y sólo aminoro la marcha, no me duele ni me molesta nada. Ayer,
cuando pasé por el banco donde se sienta el señor mayor -a quien no
he tenido, por cierto, la cortesía de preguntarle su nombre -, él no es-
taba, pero en el árbol de al lado vi un cartoncito, prendido con una
chincheta, que tenía algo escrito. Cuando me acerqué y leí la nota, me
dio risa, porque era para mí y decía: “Tuve que irme antes de que u s-
ted pasara pero, no se rinda, siga corrie ndo”.

AHORA NO HAY REMEDIO

¡Soledad, Soledad! ¿Por qué se le ocurriría a tus viejos ponerte


ese nombre: “Soledad”...? Hay que ver el daño que -por supuesto, sin
querer-, te hicieron al ponerte ese nombre. Y mira que llevo una cant i-
dad de años diciéndotelo: una mujer, cuando no se cas a, por la razón
que sea, debe aprovechar mientras está joven para tener un hijo con
el hombre que le guste. No importa lo que la ge nte diga, ni lo que la
gente piense. No importa tampoco si el hombre es c asado, soltero, feo
o bonito. Lo que importa es que le guste a una. Mírate en tu propio
espejo: si tú hubieras tenido un hijo a tiempo, a estas alturas tendrías
quien velara por ti en la vejez y no estarías como ahora, prácticame n-
136
te viviendo de mengua. Un hijo es un hijo y sea hembra o sea varón,
rara vez e s tan maluco que no se ocupa de su madre. Si tú hubieras
parido un hijo, no te habrías marchitado tan pronto, ni tend rías esa
amargura que hace que hasta los que te queremos nos alej emos de ti.
Ahora -y perdona que te lo diga -, ahora no hay remedio: lo q ue te
queda es seguir ad elante, hasta que Dios disponga otra cosa.

MI KHARMA

Mi kharma es mi familia: la mía es particularmente liosa, vive


metida en cuanto problema se presenta en la vida y yo tengo que e s-
tar solucionando cosas que a veces parecen sue ños, a veces parecen
cuentos fantásticos y a veces parecen películas cómicas o trág icas
pero que, lamentablemente, son parte de mi vida y de la de mis p a-
rientes. Sin ir más lejos, antenoche me tocó ir a la policía, a buscar a
un sobrino que est aba detenido por levantarle la falda a una mujer en
la calle. Una mujer que, según el comisario de la jefatura, era una vi e-
ja más fea que comerse un mango en una misa de difuntos. La sem a-
na pasada me llamaron de urgencia de casa de mamá porque mi he r-
manita Mariví se e quivocó de frasco y, en vez de tomarse un jarabe
para la tos, se tomó un purga nte que le produjo una peritonitis. Hace
un mes secuestraron a mi herm ano Mateo por equivocación, porque lo
confundieron con un ganadero z uliano y, cuando se dieron cuenta de
que él no era quien creían, le cayeron a golpes. Yo tuve que pagar la
clínica donde lo atendieron po rque, para variar, está desempleado. Si
yo me pusiera a contarte los problemas en que me metió la familia e s-
te año, pasaríamos la noche y pa rte del día de maña na haciendo el
inventario. Ah, y seguro que, mientras estemos hablando, alguno de
ellos va a llamar para que yo vaya a saca rle las patas del barro.

ME DI EL GUSTO DE DECÍRSELO

¡Me di el gusto de decírselo! ¿Acaso que porque él es el pres i-


dente de la República es más que yo...? ¡Okey, tiene i nfluencia, más
poder que yo para desnucarme o para mandar a otros a que me de s-
nuquen, pero más nada! ¡Yo se lo dije, cuando me dijo que él no tenía
tiempo para escuchar lo que yo tenía que d ecirle! ¡Yo me acordé de
algo que había leído no me acuerdo dónde y le co ntesté que si él no
tenía tiempo para escuchar a quienes lo habíamos elegido, pues e n-
tonces él no tenía tiempo para gobernarnos! ¡Y, como se lo dije en
público, saliendo del Caracas Hilton, se puso rojo y se me quedó mi-
rando, con una mirada... Menos mal que las miradas no m atan...!

AÚN NO HA CUMPLIDO LOS VEINTE


137

Si ese muchacho llega a los 21 años es porque ni allá arriba ni


allá abajo lo quieren. El empezó con la marihuana, a eso de los doce,
siguió con el ácido, la cocaína y el crack, y como el papá es el gere nte
general de un laboratorio norteamericano aquí en el país, ahora aprov e-
cha los contactos para importar no sólo cocaína, sino también opio puro,
sin refinar. Yo lo sé, porque el hijo mío -que por eso fue que lo mandé a
estudiar a Milwaukee-, hasta no hace mucho andaba encompinchado con
él y era su mano derecha. Por lo que sé, él ahora no co nsume sino que
vende, pero no a cualquiera, sino a clientes muy esc ogidos, entre los que
según mi hijo hay pura gente de dinero: industriales, gerentes, corred o-
res de bolsa, abogados, ingenieros, profesores universitarios, e scritores,
congresistas y varios militares de alto rango. Pero lo increíble es que ese
muchacho aún no ha cumplido los veinte y se la pasa, para arriba y para
abajo, con los principales capos de la droga a nivel mu ndial.

CON UN DESTINO PREP ARADO

Hay gente que parece que nace con un destino preparado, un


destino que no hay nada que lo tuerza. Un ejemplo es el doctor Ca mpos,
el dueño de esto. Lo que te voy a contar lo supe por mamá, que conoció
al papá de él, allá en Barinitas. El doctor Campos fue un niño al que el
bodeguero de la cuadra donde mamá vivía encontró durmiendo en su
camión. El bodeguero llegó a su camión, después de almorzar, y e n-
contró que le habían dejado a un bebé, metido en una cesta de mimbre.
Con ese niño, ese hombre se volvió como loco porque él, en su matr i-
monio, no había podido tener hijos. El y la esposa se propusieron criarlo
como si fuera suyo y lo educaron, hasta gradua rlo en la universidad. Se
graduó de médico y ya tú ves adonde ha llegado, porque además de e s-
ta clínica, tiene un laboratorio de análisis, donde quien te hace los ex á-
menes es una computadora. ¡Ay, otra vez está sonando el timbre del
nueve: esa señora sí se queja! ¡La operaron ayer en la tarde y a cada
rato llama para esto y para lo otro! Ahorita vengo, para que sigamos
dándole a la lengua, a ver si así se nos pasa más rápido la gua rdia.

SERVICIO DE MANTENIMIENTO

Mire, doña, aquí entre nos, yo le voy a d ecir una cosa: no vaya
usted a pensar que yo soy comunista porque, créame, yo no quiero
que ahora que el comunismo está de capa caída v aya a llegar aquí al
país de uno porque, ahí mismo, a mí me quitarían mi taxi, que es lo
único que yo tengo en el mundo p ara mantener a mi mujer y a mis dos
hijos, peroooo... Le d igo: en este país lo que hace falta es un Fidel
Castro. Sí, un Fidel Castro que venga y haga un servicio de manten i-
138
miento. Que fusile a esa cuerda de vivos que se está robando el tes o-
ro público, que hacen y deshacen y para ellos no hay ley, y que ac a-
be con tanta vagabundería. Ah, pero eso sí: en lo que termine su
trabajo, que se vaya, porque aquí no queremos el c omunismo.

A QUIEN LE HA IDO MUY BIEN

A quien le ha ido muy bien es al que hasta hace año y medio


era prefecto de Baruta, ¿te acuerdas de él...? Era aquel hombre bajito
y mandón que caminaba con las piernas abiertas, como si debajo ll e-
vara un caballo. En diciembre ganó ciento veinte millones de bolívares
en la lotería y compró un bar en l a avenida Rómulo Gall egos, cerca de
El Marqués. Desde entonces está dedicado a su neg ocio, a full time,
porque parece que le ha resultado de lo más productivo. El lugar
siempre está lleno de policías, de detectives, de vigilantes privados y
hasta de militares, y todos andan arm ados... Sí, eso es lo que yo digo:
el día que ahí se forme un vainón, la sangre va a salir por la puerta y
quién sabe hasta dónde irá a llegar.

LA GENTE PEOR PENS ADA DEL MUNDO

Nosotros los venezolanos somos la gente peor pensada del


mundo. Te voy a mencionar nada más dos ejemplos: está llovie ndo, tú
vas por un lugar donde no hay ningún refugio y tienes un paraguas.
Entonces, te topas con un hombre que e stá empapado, pero a ti no se
te ocurre en ningún momento decirle que se meta bajo tu paraguas.
¿Por qué? Porque tienes miedo de que las personas que los están
viendo o el mismo hombre piensen que tú eres hom osexual, ¿no es
así? ¿Verdad que es así? En cambio, si es una mujer a la que te e n-
cuentras, a que sí le ofreces meterse bajo t u paraguas. ¿Y ella por
qué te dice que no, aunque el agua le chorree por todo el cuerpo?
Porque no sólo teme que cuando escampe tú le propongas acostarse
contigo, sino también que si alguien conocido los ve, piense que ust e-
des son amantes... Ahora te voy a poner otro ejemplo: si tú hubieras
visto que el peor traf icante de drogas del mundo andaba con la madre
Teresa de Calcuta, ¿qué hubieras pensado? Te aseguro que ni por
equivocación se te hubiera ocurrido que el narcotraficante se estaba
reformando, sino que ya, hasta la madre Teresa le estaba metiendo a
la cocaína. ¿No es así? ¿Verdad que es así?

SI LE TOCAS LOS RE ALES

Tú, a cualquiera le agarras a la abuelita y la violas en su pr e-


139
sencia y, si el individuo es muy macho, cuando más te da uno o dos
carajazos para no quedar mal con la familia. Al mismo tipo le pu edes
estrangular la mamá o meterle treinta puñaladas y lo más que hace es
amenazarte conque te va a meter dos tiros o te va a mandar preso o,
a lo mejor, también te da dos o tres empujones y uno o dos carajazos,
pero de ahí no pasa. Te coges a la herm ana, haces con ella todo lo
que se te ocurra y después la matas, la picas en pedacitos y los ped a-
citos se los echas a los perros y lo más que hace el tipo es llamar a la
policía, para que sea la pol icía y no él quien te dé una rumba de go l-
pes y más nada: ahí se termina t odo. Pero, muchacho, tú le tocas el
dinero a ese mismo individuo y ahí sí es verdad que reacciona: ¡y
cómo! Si no te mata en el m omento, es capaz de perseguirte el resto
de su vida, para hacerlo apenas tenga la menor oportunidad, y ento n-
ces el mundo te queda chiquito para esconderte.

POR ESO ESTÁ COMO ESTÁ

La mamá mía fue una vez donde esa señora que está en esa
cama, a pedirle prestado algo de dinero, porque desde hacía dos días
no teníamos nada para comer, y ella le contestó que se los pre staba si
le dejaba en prenda el documento de propiedad de la casa. La neces i-
dad tiene cara de perro, como dicen, y a mamá no le quedó más r e-
medio que volver a la casa y buscar lo que la señ ora le pedía. Con el
dinero que prestó, apenas se pudieron comprar unos panes, algo de
queso y de jamón y un poquito de café. Una semana después, mamá
consiguió trabajo en una clínica, barriendo y limpiando los pasillos y
los consultorios, y pudo recuperar el d ocumento con el que ya la señ o-
ra se quería quedar, alegando que no le habían pagado los i ntereses.
En ese entonces ella cobraba -cáete para atrás-, ¡el diez por ciento
semanal! Por eso es que hoy está como está: tiene un tumor así, de
este tamaño, en la es palda, que no la deja dormir sino es de medio
lado, y eso por raticos, y no tiene a nadie que la venga a ver aquí al
hospital.

140
Eternidad

“...Todo lo que ha existido desde el origen del universo existe


ahora también. Lo que sucedió hace milen ios sigue sucediendo en
otra dimensión del espacio. Lo que sucederá dentro de milenios suce-
de ya”. Frank Belknap Long. “Los perros de Tíndalos”.

141
LA SUERTE NO SABE QUE ESTAMOS AQUÍ

Nosotros nos vinimos de allá, dejamos nuestra gente, nuestras


casas, porque, para llegar al pueblo más cercano a vender nuestras
artesanías, teníamos que caminar seis días, y después nadie nos las
compraba. Decían que eso era basura y que contagiaba las pulgas de
los indios. Pero un día nos enteramos de que el que nos las ca mbiaba
por ron y por algo de comida se estaba llenando de billetes, vendié n-
dolas aquí en Caracas. Mis hermanos y yo y las mujeres de nosotros
decidimos venirnos con todos los hijos a buscar la suerte, pero ya ll e-
vamos viviendo como año y medio aquí, en este t erreno baldío, sin
techo y sin agua, ni ningún servicio, y, por lo visto, la sue rte todavía
no sabe que estamos aquí.

TODO TIENE SU CICLO

¡Pero, bueno, vale: ¿es que tú no piensas salir hoy a almo r-


zar?! ¡Deja esa trabajadera, mira que ya los ricos está n completos!
¿Tú crees que aquí te van a pagar más porque hagas las cosas mejor
142
y más rápido...?! ¡Cómo se ve que estás recién graduado! ¡Con eso lo
único que te estás ganando es el odio de todos tus compañ eros! ¡Y yo
no creo que tu propósito en la vida se a tener a todo el mundo de en e-
migo! ¡Acuérdate que esto es una oficina pública y que, tanto si trab a-
jas como si no, tu sueldo está seguro! ¡Tú ya eres un f uncionario de
carrera y no te tienes que estar complicando la existencia con n ada!
¡Además, aquí tene mos dos reglas que todos seguimos al pie de la
letra, porque son sagradas: una es “La prisa lo que trae es cansancio”
y la otra, “Para que salgan bien, las cosas deben hacerse siempre con
calma”! ¡De lo que se trata es de que cumplan con su c iclo regular,
porque en la vida todo tiene su ciclo! ¡Uno no puede violentar los c i-
clos, porque sería como violentar una caja fuerte o una mujer! ¡Esta r-
íamos atentando contra el orden de la naturaleza, ¿te das cue nta?!

ETERNIDAD LABORAL

¡Mamá! ¡Adivina a quien vi en el supermercado...! ¡No, fría...!


¡Uf, más fría aún...! No, mejor no sigas, porque no vas a adiv inar. Vi a
la señora Amparo, tu amiga del ministerio. Estuvimos hablando dura n-
te un rato, mientras ella iba empujando su carrito de compras y yo el
mío. Aparte de muchos saludos, te mandó a decir que te extraña. Me
contó que la habían jubilado hacía poco y, cuando le comenté que s e-
guramente ahora estaba durmiendo hasta tarde, sonrió y me dijo que
sí, pero que deja que el despertador suene todas las mañanas a las
seis, sólo para sacarle la lengua y seguir durmiendo. “¿Sabes una c o-
sa?”, me dijo cuando nos despedíamos: “Yo había trabajado en el m i-
nisterio toda mi vida pero, en los últimos años, me p arecía que había
sido más tiempo. Yo no creo en la reencarnación, p ero la sensación
que tenía era de que llevaba diez o veinte vidas en ese lugar”.

NUESTRO MUNDO ES ÉSTE

Hace ya casi veinte años que mi mujer y yo salimos de nuestro


país y, aunque el tango dice que “veinte años no es nada”, la ve rdad
es que yo creo que sí son, y bastante. Hasta no hace mucho, ella y yo
estuvimos pensando en regresa rnos, pero fuimos allá en las últimas
vacaciones, a tantear el terreno, y encontramos que todo está ca m-
biado, ya casi no queda nada ni nadie conocido, y los lugares que uno
recuerda han cambiado tanto que ya son otra cosa. Los viejos se m u-
rieron casi todos y los pocos que quedan ya no reconocen o no ven o
no oyen y los adultos como uno, los que crecieron junto a uno, ta m-
bién han emigrado y hecho sus vidas en otras partes. Esta ndo allá
comprendimos que nuestro mundo es éste, que es aquí donde hemos
prosperado, donde hemos hecho una familia y donde, mal que bien, se
nos toma en cuenta y se nos conoce. Y, además, aquí nacieron los
143
hijos y, dentro de poco, si Dios sigue siendo tan generoso, también
nacerán los nietos.

LO MISMO

La mayoría de la gente, cada vez que te encuentra en la calle y


tiene tiempo que no te ha visto, te pregunta lo mismo, ¿te has fijado?
Cuando uno es adulto lo soporta porque, a veces, uno ta mbién cae en
lo mismo. Pero yo recuerdo que, cuando era niño, siempre me mole s-
taba que me preguntaran la misma cosa: “¿Cómo te llamas?” “¿Qué
edad tienes?” “¡Qué estás estudiando?” “¿Cómo está tu mamá?” “¿Te
gustan los dulces?” Yo creo que, durante los años que fui niño, ningún
adulto se dirigió a mí para preguntarme algo que no fueran esas cinco
cosas y, si lo hizo, yo no me acue rdo.

EL CRISTAL CON QUE SE MIRA

A mi mujer se le cayó uno de los lentes de contacto en la grama


del Parque del Este, cuando estaba jugando c on Jorgito, y se puso a
buscarlo desesperadamente, antes de que alguien lo pisara. Yo, mie n-
tras tanto, me dediqué a desviar a las personas que iban pasando,
hasta que ella se dio por vencida. Entonces cambiamos de l ugar y en
menos de un minuto encontré el lente. “¿Y cómo hiciste?”, me pr e-
guntó ella. En el momento no supe qué decirle y me encogí de ho m-
bros pero, al rato -pensando en el asunto -, me di cuenta de que mie n-
tras ella había buscado un lente, yo, en cambio, había buscado a lgo
que costaba ochenta mi l bolívares.

LA VERDAD DE LOS AÑOS

Uno, cuando se da cuenta, está tan deteriorado como t odas las


cosas que lo rodean. Mientras uno está pendiente de que son los o b-
jetos los que se echan a perder y de que son las cosas las que se d a-
ñan, no se ve a sí mi smo. Pero un día e mpieza a sentir que el cuerpo
no responde como antes, que las cosas que antes hacía sin esfuerzo,
ahora le cuesta mucho hacerlas. Y ese mismo día encuentra uno un
espejo que le muestra la verdad, la dolorosa, amarga verdad: que los
años se nos han venido encima como una avalancha y que no h emos
salido ilesos.

REG ALOS SIN IMAGINACIÓN


144
Más nunca vuelvo a protestar cuando me hagan un regalo po r-
que, déjame contarte lo que me pasó: resulta que a mí siempre me
han gustado las cosas pequeñas, los adornos para la casa, cua lquier
cosa chiquita o a escala. Durante una buena cantidad de años, en mis
cumpleaños, en las navidades o cada vez que a a lguien se le ocurría
regalarme algo, ese alguien me llevaba un adorno. Un día me cansé
de recibir siempre lo mismo y estallé d urante un cumpleaños, di cuatro
gritos, y protesté por la falta de imaginación de la gente: “¿Cómo no
se les ocurre regalarme otra cosa que no sean adornos para la c asa?
¿Acaso ustedes no saben que yo uso pantaletas, por poner un eje m-
plo?” A partir de ahí, se acabaron los adornitos y lo único que me r e-
galan son pantaletas. Ahora tengo en casa, en un armario, toneladas
de pantaletas de todos los tamaños y col ores.

EL BUEN HIJO VUELVE A CAS A

De vez en cuando yo me desaparezco de mi c asa, me voy a co-


rrer mundo, a conocer otras gentes, otros aires, otros paisajes, y n a-
die sabe nada de mí durante tres o cuatro meses. Pero, eso sí, sie m-
pre regreso, porque mi casa es mi casa. La primera vez que lo hice no
había cumplido todavía los quince años. Mis viejos llam aron a todas
las policías y a los hospitales y cuando ya casi me d aban por muerto,
un vecino que había ido de vacaciones a Colombia -para entonces yo
ya tenía semana y media fuera de mi casa -, me encontró en un prost í-
bulo de Maicao, b orracho a más no poder y gozando una bola y parte
de la otra con una trigueña de Barranqu illa. La segunda vez que me
fui, estaba por cumplir diecisiete. Llegué hasta Río de Janeiro y r e-
gresé un mes después, bailando samba y bossa nova. Más adela nte,
lo hice tantas veces que ellos terminaron aceptando que yo soy como
ese dicho que dice que “El buen hijo vuelve a casa, contando lo que le
pasa”.

DEMASI ADO P ARECIDO A COMO SON LAS COS AS

Me contaron que, en las elecciones pasadas, en un caserío del


estado Apure, un campesino fue a votar y los encargados de la m esa
de votaciones le entregaron un sobre cerrado para que lo metiera en la
urna. Antes de hacerlo, el ca mpesino quiso abrir el sobre pero uno de
los funcionarios se le acercó y, molesto, le preguntó: “¿Q ué hace?”.
“Quiero ver por quien voy a votar” y que contestó el campesino, mie n-
tras trataba de abrir el sobre, pero el fu ncionario preguntó a su vez:
“¿Y acaso usted no sabe que el voto es secreto?”. Yo no sé si eso pasó
en realidad o si es un cuento pero, ¿verdad que se parece demasiado a
como son las cosas en el país, cada vez que hay ele cciones?
145

SI TÚ QUIERES SER ALGUIEN

Aquí, en este país, si tú quieres ser alguien, tienes que entrar


en una rosca, en un grupito donde haya un jefe, un gran gurú al qu e le
jales bolas, y él o ella -porque también hay m ujeres gurú-, él o ella te
den la mano para que asciendas en el escalafón y los sigas adulando.
Así ocurre entre los artistas, entre los profesionales, en donde tú te
metas. Cada rosca controla determinad a parcela, como los gánsters
de Chicago, y dentro o fuera de esa parcela tú no te puedes mover, si
ellos no te dejan. Ahora, cuando el gurú se muere, si tú tienes t alento
y has sabido ganarte a los que están a tu mismo nivel, tú puedes p a-
sar a ser el nuevo gurú y entonces puede decirse que triu nfaste.

LA PRIMERA VEZ

La primera vez que yo hice el amor con alguien tenía diec isiete
años y lo hice con Aramis, un novio que tenía en esa época. Ese día,
en lugar de irnos a clases en la universidad, él me llevó a un hotel que
todavía existe, por ahí por el centro. Yo estaba de lo más asustada,
pensando en el dolor que sentiría, al perder la virgin idad, pero todo
fue tan lindo, tan tierno, que apenas sentí una punzadita. Esa tarde,
cuando salimos del hotel y empe zamos a caminar hasta la parada del
autobús, yo tenía la sensación de que todo el mundo nos miraba, de
que todos sabían lo que veníamos de h acer. Aquello llegó a tal punto
que Aramís tuvo que mandarme en un taxi para la casa. Y, aun así, yo
creía que el ta xista, cada vez que me miraba por el espejo retrovisor,
e st a ba a pu n to de d e cirme a lgo o d e h a ce rme a lgu na p ro p o sición
in decente.

A DÓNDE HEMOS LLEG ADO

Con eso de las lluvias, el otro día vinieron de la Alcaldía y li m-


piaron la calle donde yo vivo, pero a la señora Lucero le dejaron
amontonado un poco de tierra en todo el frente de su casa y, de spués
de eso, ella se ha cansado de hacer dil igencias en la misma Alcaldía
para que retiren la tierra y hasta ha llevado la queja a v arias emisoras
de radio y ni así le hacen caso. Y, mientras tanto, aquello es un cri a-
dero de zancudos, de ratas y de cuanta plaga Dios creó. Por fin, habló
con un maracucho que tiene un hermano en la Gobernación o en el
Concejo Municipal, yo no sé, y agarró setenta mil bolívares que tenía
guardados y se los dio a este tipo, para que intercediera por ella en la
Alcaldía. Pero de eso hace más de un mes y, hasta ahora, no ha hab i-
146
do ningún resultado. Ayer me dijo ella -y con razón -: “¡Ay, Abelardo,
ya hemos llegado a un punto en que ni s obornando a la gente se co n-
siguen las cosas!”.

TODOS LOS AÑOS ES LA MISMA COS A

Todos los años es la misma cosa: cuando empieza la temp orada


de lluvia se caen los ranchos en los cerros. Y se caen porque son v i-
viendas sin ninguna base, ni ninguna previs ión, que la gente constr u-
ye sin pensar en el peligro que supone v ivir a la orilla de un precipicio
o sobre tierras resbaladizas. En otras partes del país, sobre todo al
sur, en Apure, Amazonas, Bolívar, las inundaciones son de tal magn i-
tud que la gente tie ne que salir de sus casas en botes, canoas y la n-
chas. En cambio, en la estación seca, las represas se quedan sin
agua, la gente se muere de sed, todo el mundo se queja del sol y del
calor insoportable, pero no se hace nada por solucionar ni uno ni otro
problema. Y eso es año tras año y quién sabe por cuá nto tiempo más
seguiremos así.

UNA DOCENA DE MANDARINAS

El policía me dijo que le mostrara el permiso de la Alcaldía p ara


vender mandarinas aquí, en el boulevard, y como yo le dije que se me
había quedado en la casa, me preguntó: “M ira, negro, ¿tú como que
quieres dormir esta noche en la jef atura?” Y sin esperar a que yo le
respondiera, me dijo “Porque si quieres dormir en tu casa, vas a tener
que bajarte de la m ula con cinco mil bolívares”. Yo le dije que ese día
no había vendido casi nada y que sí tenía el permiso pero que se me
había quedado en la casa, que primera vez que se me olvidaba el f u-
lano permiso y, por fin, el tipo me dejó tranquilo, a cambio de una d o-
cena de mandarinas. Ah ora, lo que yo hago todos los días, cuando lo
veo, es que le entrego sus doce mandarinas, escogidas, y tranquilo:
yo confío más en eso que en el perm iso.

ARGUMENTO DE TELENOVELA

¡Niña, lo que pasó en esa boda fue como un capítulo de una t e-


lenovela pero, eso sí, mejor qu e las que uno ve en la televisión! ¡Yo
fui y lo vi todo! ¡¿Tú crees que me lo iba a pe rder...?! ¡Cuando el cura
preguntó si alguien sabía de un impedimento para que no se d iese el
matrimonio, se levantaron Tony y Lisbeth y dij eron lo que había que
decir: que Adelaida y Esteban eran todavía sus respectivos esp osos y
que, con ese matrimonio, se convertían en bígamos, porque ni nguno
147
de los dos estaba legalmente divorciado! ¡Para probarlo, mostr aron
los documentos donde constaba que, aunque estaban separados, e llos
todavía eran los esposos leg ales...! ¡Sí, parece un argumento sacado
de una telenovela! ¡Pero lo peor no fue eso, sino que, en plena igl e-
sia, se descubrió que Adelaida está preñada de Tony y Lisbeth de E s-
teban porque, parece que cada cual por su lado , las dos parejas d e-
cidieron despedirse y tener relaciones por última vez antes de c asarse
de nuevo! ¡Y vaya puntería, ¿eh?!

TAMAÑO DESCARO

Ha y ge n t e qu e , cu a n d o t ra e a qu í a s u s n iñ o s, p a re ce q u e a n -
t e s h u b ie ra co m p r a d o e l p a r qu e . S e a d u e ñ a n d e lo s co lu m p io s, d e
lo s t o b o ga n e s y d e lo s s u b e y b a ja s , co n u n d e sca ro i n cre íb le . P a ra
e llo s, lo s ú n i co s q u e t ie n e n d e r e ch o a d isf ru t a r d e e s a s co sa s so n
su s h i jo s . ¿V e s la se ñ o ra e s a , ve s t id a d e ro jo . . . ? L o s t r e s n iñ o s qu e
t ie n e n o c u p a d o s l o s co lu m p io s d e sd e h a ce m á s d e m e d ia h o ra so n
d e e lla . Y m ira l a co la d e n i ñ o s e sp e ra n d o qu e se b a je n . Ha st a
h a ce co m o d ie z m in u t o s Ju a n A lb e rt o , m i h i jo , e st u vo e sp e ra n d o
t u rn o y co m o vi l o qu e e st a b a p a s a n d o , le d i je a la se ñ o ra q u e
h a b la ra co n su s h ijo s, p a ra qu e l e ce d ie ra n lo s co lu m p io s a lo s
o t ro s n iñ o s y, ¿ qu é c re e s qu e m e co n t e st o ? Q u e la vid a e s co m o e l
ju e go d e M o n o p o l i o : ga n a e l qu e se qu e d a co n t o d o . ¿ T ú h a s vist o
t a m a ñ o d e sca ro ?
“P AN P ARA HOY”

Apréndete esto, Julio César, y no lo olvides, porque esa situ a-


ción que estás viviendo ahorita es pasajera. Esos cargos del g obierno,
como el que tú tienes, son como dice el refrán “Pan para hoy y hambre
para mañana”. Yo sé que es muy sabroso recibir invitaciones para e s-
to y para aquello, que la gente se desviva por hacerte un a atención y
que tú cuentes un chiste y todo el mundo a tu alrededor se ría, au nque
el chiste sea malo. Pero toda esa gente que hoy busca adularte, ap e-
nas dejes el cargo -bien porque renuncies o porque te boten -, ahí
mismo te dará la espalda. Y, además, co n los aduladores siempre hay
que tener cuidado, porque son los primeros que desean estar donde
tú estás. Yo, que ya he pasado por eso, te puedo decir -sin que me
quede nada por dentro -, que no hay nadie más temible que aquel que
te adula y se postra a tus pies porque, desde esa posición, le es más
fácil ponerte una za ncadilla.

FLOJERA G ALOPANTE

148
La gente, en nuestros días, es una cosa seria. Pareciera que
ya nadie quiere trabajar, ni progresar o salir adelante en la vida. Hay
una flojera galopante, una indolencia que está pegada a la gente c o-
mo una segunda sombra. Y no sólo en las oficinas del gobierno, s ino
en las empresas privadas, en las peluquerías, en las tiendas, en los
restaurantes y en los comercios de cualquier tipo... La otra tarde fui a
una tienda por departamentos que está cerca de casa y como vi a una
de las empleadas parada en una esquina, sin hacer nada, me le ace r-
qué y le pregunté por algo que iba a comprar. ¿Y sabes lo que me d i-
jo? Que ella no me podía atender porque todavía faltaban die z minu-
tos para regresar de su hora de a lmuerzo. La culpa de eso la tiene el
petróleo. Como aquí hay petróleo ha sta para regalar, la gente se ha
hecho indolente, perezosa, y ha perdido la creatividad y hasta el d e-
seo de progresar. A ti se te daña un electr odoméstico y no consigues
una sola persona que lo repare. ¿Entonces, qué h aces? Te compras
uno nuevo. Y, ¿sabes lo peor de toda esta situación...? Lo peor es
que a cualquiera que le preguntes, eso le parece normal, le parece
que forma parte de la identidad del venezolano.

P AÍS DE SORDOS

¿Te has dado cuenta de que en este país nadie oye a nadie?
Los gobernantes hablan y nadie les hace caso y el pueblo habla y se
queja y los gobernantes se hacen los sordos. Yo me he puesto a p o-
nerle cuidado a las discusio nes de la gente, en la calle, y he desc u-
bierto que la mayoría de las veces las personas que discuten no ti e-
nen posiciones contrarias, sino la misma, sólo que ninguno oye al otro
y piensa que se le está oponiendo. Una amiga mía hizo la prueba y,
en una fiesta, le dijo a sus invitados, mientras pasaba con una band e-
ja de canapés, que los había de tres sabores disti ntos: de jamón, de
queso o de basura. Y nadie puso cara de asco, ni n adie dejó de comer
los canapés. Mayor prueba de sordera, imp osible.

AQUÍ, TODO LO TRANSFORMAMOS EN COMEDI A

Aquí es difícil que las cosas cambien porque nosotros t odo lo


transformamos en comedia. El venezolano es una persona que se bu r-
la hasta de la peor tragedia o del drama más i ntenso. Tú vas al cine,
por ejemplo, y en las esce nas que en otros países todo el mundo ll ora,
aquí se arma tal escándalo de risas y mamaderas de gallo que a nadie
se le ocurre derramar una lágrima. Y mientras los esp añoles de todo
hacen una tragicomedia o los alemanes todo lo convierten en drama o
los norteamericanos en melodrama, nosotros todo, absolutamente t o-
do, lo transformamos en comedia y eso, históricamente, pesa mucho.
Tanto que, como no nos tomamos n ada en serio, nos resulta imposible
149
salir adelante.

LOS CULP ABLES SOMOS NOSOTROS

En las elecciones pasadas estuvieron por aquí gentes de todos


los partidos y grupos políticos, prometiendo que iban a hacer esto y
que iban a hacer lo otro y, al final, ¿qué pasó? Que los que gan aron
se olvidaron de lo que habían prometido y los que perdieron, pues,
con más razón. Pero esos vuelven, a los cinco años, a seguirte prom e-
tiendo lo mismo de la campaña pasada que, según me he dado cue n-
ta, nadie resuelve, justamente para que eso siga siendo tema de pr o-
mesas. Los culpables de que eso ocurra y vuelva a ocurrir somos
nosotros, que votamos por ellos y los volvemos a recibir cada vez que
les da la gana de venir por ahí a vomitarnos toda su demag ogia.

LA SEQUÍ A

Ahora sí estoy seguro de que la gente se cree todo lo que le


dicen porque por todos los medios de com unicación se habla de que
hay una sequía tremenda, un verano interminable, y resulta que yo
tengo como cuatro meses que no salgo a la calle sin mi paraguas po r-
que, si no llueve por la mañana, llueve por la tarde o llueve por la n o-
che. Hay ríos que se han desbordado, la misma prensa lo informa,
gente que se ha muerto porque la corriente se ha llevado sus vivie n-
das y, aun así, se sigue hablando de sequía. Y lo peor no es eso, s i-
no que todo el mundo se queja de la “maldita sequía”.... Sequía es la
que tenemos en el cerebro.

LIS A Y LLAN AMENTE

¿Pero tú no tienes aspiraciones, Luis Alfredo? ¿Tú te pie nsas


quedar toda la vida ganando ese mismo sueldito que no nos alca nza
para nada? Yo creo que hasta un estudiante que está haciendo una
pasantía gana más que t ú en esa empresa. Como tú nunca has pedido
aumento, ni ascenso, ni tampoco has hecho ningún curso, ni nada p a-
ra mejorar, yo estoy segura de que esa gente de personal o de cont a-
bilidad, qué sé yo, esa gente lisa y llanamente se ha olvidado de que
tú tienes ahí más de dos décadas. Para mí que, desde hace años, a ti
te dieron por muerto y simplemente se les olvidó borrarte de la nóm i-
na. Yo he llegado a pensar que la única razón por la que tu sueldo s i-
gue saliendo es porque Dios es muy grande y Él nunca desampa ra a
sus criaturas.
150
“DEPRIMENTE”

“Deprimente” es la palabra. Esas noches en el hospital la depr i-


men a una por completo. Tú oyes a un hombre llorando porque no se
quiere morir y dice que la pelona le está jurungando la cama. Más allá,
está otro agonizando y el de enfrente, al que le han cortado una pierna
esa mañana, está llorando porque le du ele lo que ya no tiene. El de al
lado está sufriendo porque ni la esposa ni los hijos han ven ido a verlo
desde que está ahí. Y si es en las salas de las mujeres, a una le acaban
de dar una semana de vida y todavía está en shock, catat ónica, con los
ojos extraviados. Otra está respirando como un fuelle, porque se está
muriendo de un enfisema pulmonar. Una, como enfermera v oluntaria que
es, debería acostumbrarse a eso, pero no es fácil, al menos a mí en e s-
tos dos meses no me ha resultado fácil. A veces pienso que debería d e-
dicarme a otra cosa. Yo creo que los hospitales deberían ser sitios do n-
de a la gente le dieran ganas de vivir, no lugares do nde muchos están
deseando que la muerte llegue pronto a re scatarlos.

CUATRO TIPOS DE PERSONAS

En el mundo hay cinco tipos de personas: los que avanzan y


hacen avanzar el mundo, desde el lugar que ocupen y desde el of icio
que desempeñen. Son los que sirven de locomotora para que otros,
menos emprendedores pero que también quieren avanzar, se enga n-
chen como vagones. En tercer lugar, están los que se dedican a p o-
ner obstáculos en la vía, a dañar y a destruir lo que los anteriores
construyen. Viven para impedir el paso de los q ue buscan evolucionar
y son las típicas personas encargadas de meter zancadillas, de dificu l-
tar los procedimientos, de e ntorpecer los avances. En cuarto lugar,
están los que se dejan llevar, los pasajeros, algunos con ganas de
avanzar y de colocarse entre los primeros y otros, sin suficiente fue r-
za o maldad para estar entre los segundos. Por último, están los ind i-
ferentes, a quienes no les importa avanzar o retroceder. Esos son la
mayoría, los indiferentes, los apáticos, los inactivos, los que viven
porque el aire les entra por los huecos de la nariz.

V ARI ANTES DEL MISMO PLATO

Mi esposa y yo hemos hecho el amor de todas las formas pos i-


bles: acostados, parados, sentados, boca arriba, boca abajo, de medio
lado, en el agua, montados en la lavadora, en la nevera, debajo de la
cama, en la parte de atrás del carro, en la de adelante, en el maletero,
y hasta subidos a un columpio en un parquecito que queda por la c a-
151
sa... No, no se trata ni de locura ni de exhibicioni smo. Lo que pasa es
que si no se puede variar el menú -y con el sida y esta economía que se
la llevó el diablo, las cosas no están como para variarlo -, basta que
cambies la manera y el lugar de tu comida, para que el mismo plato te
sepa distinto.

TÚ TAMBIÉN V AS A GUARD AR EL SECRETO

Esa mujer saca todas las tardes a pasear a ese perro y... Dios
me perdone por lo que voy a decir, aunque simplemente voy a repetir
lo que la gente dice por aquí. Yo no la he visto, pero, dicen que ese
perro es su amante. La conserje del edificio donde ella v ive, que es
muy amiga mía desde hace mucho tiempo, me contó que una tarde,
hace como año y medio, la mujer ésta la llamó porque tenía una
emergencia. Mi amiga, además de atender la conse rjería, se redondea
sus centavitos haciendo la limpieza de algunos apartamentos. Por
eso, ella tiene llave de esos apartamentos y... A lo que iba: ella me
cuenta que, esa tarde, cuando e ntró, encontró a la mujer y al perro,
tumbados en la cama, pegados uno al otro y sin poderse zafar. Ella
me dijo que, después de que se le pasó el aso mbro, trató varias veces
de separarlos, halando el perro hacia ella, pero no pudo. Ento nces,
después de unos minutos en que no se le ocurría qué hacer, buscó
agua helada en la nevera y se la echó al perro. Entonces, en lo que se
le bajó aquella cosa roja, dice ella, el perro se salió de la mujer y las
cosas volvieron a la normalidad. Mi amiga me dijo que la mujer le
pagó bien para que no se lo co ntara a nadie, y a la única que se lo ha
contado es a mí. Ahora lo sabes tú, pero eso es algo tan sucio que yo
sé que tú también vas a guardar el secreto.

¡CALLADÍIIIIIIITO!

Yo, cuando se trata de una excursión, un paseo o algo así, voy


con mi marido, a mí no me importa. Pero, ¿a una fiesta? A una fiesta,
ni loca. A fiestas, parrillas, bonches de cua lquier tipo, él no va y, si
va, se la pasa todo el tiempo con una carota y entonces una, c omo lo
ve así, se tiene que venir temprano y no di sfruta de nada. Por eso, yo
me voy sola a las fiestas y gozo un mundo. Me empato con quien me
da la gana, baila todo lo que el cu erpo me pide y como lo que haya. Y si
a él no le gusta, yo se lo digo bien claro: “¡Mira, mijito: si a ti no te gusta
que yo me divierta, te vas buscando otra que te lave, que te planche y
que te cocine porque, qué va, yo no voy a e star toda la vida encerr ada
entre estas cuatro paredes, sirviéndote de cachif a!” Y él se queda
¡ca lladiiiiiiiito!

152
TURISMO METALIZADO

Ahorita la gente de aquí está tan metalizada como en México o


en España y, bueno, en esos países se justifica, porque ellos viven
del turismo. Tú vas allá y la mayoría de la gente está muy puteada, es
muy servil y está acostumbrada a aprovecharse del turista, pero
¿aquí? Mi esposa y yo andábamos por el páramo del Águila, en Mér i-
da, y nos detuvimos en una venta de cosas folkl óricas que está cerca
de Apartaderos. Como mi mujer es gringa y, para completar, tiene c a-
ra de gringa y habla como gringa, trataron de venderle una piel de
esas que se ponen en los recibos, una piel que tú ahí mismo ves que
es de oveja o como mucho de alp aca, diciéndole que era de un oso
polar. ¿Tú puedes creer? Y como yo dije que los osos polares eran
más grandes, ¿sabes lo que me contestó la dueña del n egocio? “Mire,
señor, no se meta en lo que no sabe. Esta piel era de un oso polar
enano”. Con semejantes engaños, es imposible que en Venezuela
haya una industria turística.
Fuerza

“Lo humano me satisface, pues allí encuentro todo, hasta lo


eterno”. Marguerite Yourcenar. Memorias de Adriano.

153
LOS MUCHACHOS DE AHORA NACEN APRENDIDOS

Cincuenta años atrás uno era ta n ingenuo... Ahora no, los m u-


chachos de ahora parece que nacen aprendidos. Sin ir más lejos, el
domingo en la noche, el hijo mío y yo estábamos viendo en la telev i-
sión una película sobre Drácula, y Drácula, cada vez que le mostraban
una cruz, se espantaba. Hacía años que yo había visto esa película y
me había parecido no rmal esa aversión pero el hijo mío, apenas vio
que Drácula andaba bien tranquilo por el cementerio, aunque ahí e s-
taba rodeado de cientos de cruces, me dijo: “¡Papá, ese libreti sta sí
es gafo: Drácula y que le tiene miedo a las cruces y míralo donde v i-
ve!”. Y te confieso que a mí jamás me ha bía pasado esa idea por la
cabeza.

LAS MUJERES DE ANTES NO ERAN ASÍ

Que yo recuerde, las mujeres de antes no eran así. Antes, el


hombre salía a trabaja r y sabía que, al regresar a su casa, tenía el
almuerzo servido. El que podía se sentaba en un sillón y ahí mismo
154
venía la mujer a quitarle los zapatos y a ponerle unas pantuflas. Ha s-
ta el periódico se lo llevaban al hombre porque, si no, le daban una
cueriza. Pero de unos años para acá, los americanos han sinvergüe n-
ceado a las mujeres, con eso de los pañitos desechables, la harina de
maíz precocida y la comida en latas. Ahora, ninguna aprende a c oser,
ninguna hace las arepas de maíz recién molido, ni ning una quiere co-
cinar sino calentar latas o meter comida co ngelada en el microondas.
Hasta el puré de papas viene nada más que para calentarlo y se rvirlo.
Las mujeres de ahora somos muy flojas: yo me acuerdo que mamá se
paraba a las cuatro de la mañana y se a costaba a las diez de la n o-
che, y todo el día estaba pendiente de que a mi padre, que en paz
descanse, no le faltara nada y estuviese siempre bien atendido.

ANOCHE HABLE CON ÉL

Ese carro me tiene tan enojada que anoche hablé con él. El
muy muérgano no quiso rodar ayer en la tarde y ya otras veces me
había presentado problemas en el encendido. Yo me paré frente a él y
le dije: “¡Así es la cosa: ¿tú no quieres trabajar?! ¡Bueno, se acabó:
hasta aquí llegamos! ¡De ahora en adelante, no te voy a seguir cu i-
dando! ¡Aquí te dejo y ojalá te conviertan en chatarra!”. Di media vue l-
ta y, cuando ya me iba, sentí que me llamaba, no con una voz, sino
con, no sé... Me metí otra vez dentro, le di vuelta a la llave en el e n-
cendido y el motor prendió como si fuera nuevo. Esta mañana se portó
bien, cuando salí con Alicia, y ahora, cuando vine para acá, también.
Pero vamos a ver cuánto le dura la mansedu mbre, yo no confío mucho
en él.

EN CAS A DE HERRERO

¿Tú conoces ese dicho que dice que “En casa de herrero, c u-
chillo de palo”? Con Franklin, mi cuñado, ese dicho está más que ju s-
tificado. El, precisamente, es herrero, y de los buenos, de los de ant e-
s, formado en el oficio. Pero tú vas a su apartamento y Franklin no
tiene ni una sola reja, ni una sola cerradura, ni nada qu e le recue rde
su trabajo. Allí no existen ventanas ni puertas, la única que hay es la
de la calle. Desde que se mudó, él hizo sacar las ventanas y mandó a
que taparan los huecos con ladrillos. Allí no entra luz natural y, p ara
no pintar las paredes, las r ecubrió de papel tapiz y las tapó con cort i-
nas. Para resguardar el apartamento, Franklin tiene un sistema de
alarma conectado a una sirena, que suena si a lguien intenta forzar la
puerta de la entrada. Por eso y por otras excentricidades es que él no
se ha casado y yo no creo que haya en este mundo una sola mujer
que le soporte sus locuras.
155
EL ESPECI ALISTA

El tipo se me acercó en un semáforo de la avenida Nueva Gr a-


nada y me preguntó que qué emisora estaba escuchando y, mie ntras
yo veía cuál tenía sinton izada, me encañonó con una pi stola y me dijo
que lo dejara ponerse en mi asiento. En un primer momento yo no s u-
pe qué hacer, pero cuando reaccioné, me moví al asiento de al lado y
él se puso al volante. De ahí fuimos directo hasta un terreno baldío en
Turmerito, más allá de El Valle, y me entregó un destornillador. Como
yo no sabía para qué me lo estaba dando, le pregunté y me dijo que
para que soltara el radio. Cuando se lo entregué, me dijo que me qu e-
dara tranquilo, que él no me iba a hacer nada, ni tampo co me iba a
robar el carro, porque su especialidad eran los equ ipos de sonido.

BAJO EL INFLUJO DE “FANTASÍ A”

La razón por la que yo nunca me casé fue porque no e ncontré a


una mujer que tuviera los mismos gustos que yo y que fuera como mi
madre, que en gloría esté. Con la que más ce rca estuve de casarme
fue con una profesora de Educación Física llamada Consuelo, que e n-
tonces era una muchacha preciosa, de vei nticinco años. Una tarde -en
esos días estaba de moda la película Fantasía , de W alt Disney-, llevé
a Consuelo a verla y, durante toda la película no nos hablamos, yo
creía que porque ella estaba igualmente extasiada. Cuando encendi e-
ron las luces, yo tenía los ojos llenos de lágrimas y le pr egunté qué le
había parecido la película. Y hasta ahí llegamos : ¿tú puedes creer que
la muy ignorante me pidió que la disculpara porque ella, con esa
música tan fastidiosa, se había quedado dormida desde el princ ipio?

SI YO TUVIERA UN HIJO

En una conferencia a la que asistí en el Ateneo sobre el arte y


la necesidad que el hombre tiene de realizar o al menos de disfr utar
aquellas cosas que no tienen utilidad material sino espiritual, un ho m-
bre se levantó de su asiento y dijo que a él el arte le parecía una
pérdida de tiempo. Después, agregó: “Si yo tuviera un hijo, yo sólo le
enseñaría cosas prácticas, como por ejemplo, ordeñar una vaca”. El
conferencista, que no me acuerdo cómo se llama, p ero es escritor y
profesor universitario, le contestó: “Pues, si yo tuviera un hijo, me
gustaría que supiera ordeñar vacas, pero también le enseñaría ciertas
cosas que los becerros no pudieran hacer, como por ejemplo, leer, e s-
cribir y degustar el arte”. Como todos aplaudimos al conferencista, el
hombre se puso rojo, como un t omate, y trató de decir algo, pero unos
muchachos que esta ban en la sala se pusieron a mugir como vacas y
156
toros. Como no lo dejaron hablar, el hombre se paró, nos hizo una p u-
ñeta y se fue.

LOS ÚNICOS ANIMALES QUE CONOCEN

¡Niña, tú no te imaginas qué es lo que han hecho estos niños, s o-


brinos tuyos, todo el sábado y todo el domingo, cuando nos qued amos
en la finca de Simón Antonio, allá en Villa de Cura! ¡Muér ete que, desde
que llegamos el sábado en la mañanita -nos fuimos todavía oscuro, de
madrugada-, los muchachos se han puesto a mirar, embel esaaaados,
leeeelos, a unas hormigas...! ¡Como lo oyes: a unas hormigas! Y la ve r-
dad es que yo me puse a pensar que los pobres, en ese apartamento
donde vivimos apretujados, los únicos animales que ellos han podido
conocer, fuera de los zoológicos, han sido las palomas de una casa ve-
cina que, a veces, se paran en el balcón o en alguna de las ventanas.

SUFICIENTE CASTIGO

Ayer en la mañana detuve un carro que iba por la avenida San


Martín a exceso de velocidad y, cuando le pedí los documentos al
chofer, una mujer que ib a a su lado dijo: “¡Eso es, señor fiscal, póng a-
le una multa! ¡Mire que tengo bastante tiempo diciéndole que maneja
como alguien que se quiere suicidar!”. Mientras yo revisaba los pap e-
les que el hombre me entregó, la mujer no dejó de desca rgarlo, hasta
que yo le pregunté: “¿Es su esposa?” “Sí”, me contestó, con resign a-
ción y moviendo la cabeza. Yo no me atreví a castigarlo aún más y,
después de devolverle sus documentos, le dije que se fuera. Pero a n-
tes alcancé a oír a la mujer, cuando le dijo: “¡Por eso es que eres co-
mo eres, porque todo el mundo te alcahu etea los defectos!”

P ARA DEJ AR DE FUMAR

Yo intenté dejar el cigarrillo tres o cuatro veces y no pude


hacerlo. Lo dejaba por varios días y después volvía a caer en la te n-
tación. Una vez duré dos semanas sin fumar y, cuando creí que ya
había dejado el vicio, se murió mi padrastro, el que me crió y fue para
mí mejor que mi padre. La misma noche del velorio volví a fumar. Más
adelante me encontré con un amigo que trabaja en Alcohólicos An ó-
nimos. El me recome ndó ponerme cada día plazos de veinticuatro
horas sin f umar. Yo lo intenté con todas las fuerzas del mundo pero, al
cuarto día, la tensión en el trabajo me llevó a encerrarme en el baño y
a fumarme tres cigarrillos seguidos, uno tras otro. Pero hace más o
menos un año se me ocurrió una idea y, ya ves, no he vuelto a fumar.
157
Lo que hice fue ponerme un plazo definitivo para el pr óximo cigarrillo.
Yo pensé: “El siguiente cigarrillo me lo fumo cuando salga de todas
mis deudas”. Y como eso da la i mpresión de que nunca va a suceder...

POR CULP A DEL CINE

Ronald tiene eso, él ve cualquier película y ahí mismo quiere


actuar como el protagonista. Saliendo del cine, de ver una pel ícula de
James Bond, el agente 007, se puso a seguir a una mujer que iba p a-
sando, porque a él le pareció que ella era una espía extranjera. Y,
como la siguió sin disimulo, la mujer creyó que era para asaltarla y, de
repente, se detuvo en seco, lo agarró por la camisa, le propinó dos
golpes de karate y lo inmovilizó. Luego, entre varios hombr es que an-
daban por ahí lo agarraron y lo llevaron hasta donde estaban unos p o-
licías. Antes y después de eso, Ronald se ha metido en unos cua ntos
embrollos por la misma causa, por el cine. Pero que va, él es de esas
personas que nunca escarmientan.

ANOREXI A MORTAL

Una muchacha que vivía con su mamá en la casa de vecindad


donde yo me alojaba hace como treinta años decidió un día que ella
no iba comer más, porque le daba asco ir al baño a hacer sus neces i-
dades. Después de eso, la llevaron a varios médicos, donde unos
psicólogos y hasta donde un brujo y n ada. Se fue poniendo delgada,
delgadita, hasta que, cuando quedó en el puro huesito y apenas se
mantenía con suero fisiológico, la agarró un virus de esos que están
dando y no duró ni dos días. Antes de que le sucediera eso, esa m u-
chacha era bellísima, todos los hombres de la pensión y de los alr e-
dedores estábamos enamorados de ella y, mira tú, se murió sin con o-
cer marido.

RETOQUES A LA MUERTE

En mi primer día como periodista de sucesos, me mand aron con


un fotógrafo veterano a cubrir la noticia de un panad ero que habían
asesinado en La Pastora. Como en la redacción nos pidi eron una foto
del panadero, de cuando estaba vivo, y en la funeraria la viuda no te nía
ninguna a mano, el fotógrafo me dijo que no hab ía problema, siempre y
cuando lo ayudara a sacar al muerto de la urna. Aquí e ntre nos, yo me
asusté un poco, pero igual lo ayudé. Entre los dos, más la viuda y un
compadre del muerto, lo sacamos de la caja y lo recost amos de una
pared blanca. Entonces, yo lo aguanté por la cintura, mientras la viuda
158
le sostenía las piernas y el compadre le mantenía el cuello d erecho.
Para que al panadero se le mantuvieran abiertos los ojos mie ntras él
lo retrataba, el fotógrafo le puso unos mondadientes en los párpados
que, según dijo, él se los haría desaparecer de spués en el laboratorio.
Y así fue: al día siguiente, en la foto que salió en el periódico, el p a-
nadero no sólo tenía los ojos abiertos, sino que hasta mostraba una
sonrisa de oreja a oreja.

DE MARTE P AR A VENUS

Esa belicosidad que nosotros tenemos va a desaparecer pronto,


yo que se lo digo. Va a desaparecer porque es un imperativo de la hi s-
toria y la historia manda. Ahora somos como somos porque nosotros,
los terrícolas, es decir, todos los nacidos en este plan eta, ven imos de
Marte, y somos en realidad los sobrevivientes de una gran civilización
marciana. ¿Por qué cree usted que no se consiguen restos del e s-
labón perdido? Pues, simplemente, porque no hubo tal eslabón perd i-
do. Nuestros antepasados llegaron de Mar te, ya hechos y derechos.
Ahora, volviendo a lo que le decía, todo e sto va a mejorar, usted va a
ver, porque ahora nosotros vamos hacia Venus y ese espíritu guerrero
de los marcianos está a punto de desaparecer. En este momento, e s-
tamos en una etapa interm edia y, créame, el hombre no se va a aut o-
destruir como piensa la gente, porque el hombre tiene a lma y el alma
está hecha para amar.
EL ÚNICO POBRE EN UNA MINA DE ORO

Cuando asumí el cargo de ministro, yo pensaba que podía


hacer mucho e incluso ayudar a los demás, pero todo está tan podr i-
do... Para hacer cualquier cosa se cobra una comisión y todo se r e-
suelve con un soborno. Tú no puedes trabajar a un ritmo hone sto, ni
siquiera a un ritmo suave, sino que todo lo tienes que demorar lo más
que puedes y, si no, te ponen mala cara, te acusan de cualquier cosa
y salen de ti, antes de que te des cuenta. De mí, todo el mundo ha
hablado mal, hasta mi familia, cuando, asqueado, abandoné el cargo,
porque todos dicen que yo he sido el único hombre en este país que
ha estado al frente de una de esas minas de oro que son los minist e-
rios y ha salido pobre.

UNA FALLA EN EL ENCENDIDO

Desde que lo compramos, nuestro carro tuvo siempre una falla


en el encendido que el mecánico no sabía cómo arreglarla. Era más el
tiempo que el carro pasaba en el taller que con nosotros. Este lunes,
159
en lugar de llevarlo yo a reparar, mi mujer fue la que se e ncargó de
hacerlo, pero no fue sola sino que se llevó a nuestros niños pequeños
e invitó a otros tres del edificio. Apenas llegaron a l taller, Alicia dejó
que los niños se movieran a sus anchas, mirando y pregu ntando por
todos lados, mientras el mecánico y dos ayudantes se e ncargaban de
nuestro carro. Entonces sí apareció la falla y en menos de un cuarto
de hora el carro estuvo listo. A hora enciende de inmedi ato, como una
seda.

EN FEBRERO DEL AÑO QUE VIENE

En febrero del año que viene me pienso ir para los Estados


Unidos por unos dos años. Yo estuve allá la semana antepasada y
presenté el toefl. Para aprobarlo, tienes que sacar quini entos puntos,
por lo menos, y yo saqué cuatrocientos ochenta. Ahora tengo que
hacer un curso intensivo que empieza la semana que viene y los vei n-
te puntos que me faltan seguro los consigo en un mes que pase allá.
Así que, por ahí en Agosto, debo estar habl ando como un verdadero
gringo y no como un renacuajo subdesarrollado. Allá, en los Estados
Unidos, uno no hace otra cosa sino crecer, especialmente si uno va
dispuesto a hacer cualquier cosa para llegar arriba. Yo pienso regr e-
sar en dos años pero, si la co sa me gusta mucho, seguro que me qu e-
do, ya se lo dije a mis padres. Si regr eso, a lo mejor me encuentras en
la calle, no me reconoces y te dices: “¡Ese que va ahí se parece a W i l-
fredo, pero no puede ser él, po rque ese tipo es un americano!”
REMORDIMIENTOS DE BOLSILLO

Mi mujer ya no sabe qué hacer para que bajemos de peso.


Hemos probado varias dietas, hemos salido a caminar durante m eses,
hemos comprado fajas, cremas reductoras y cuanta cosa anuncian en
la televisión o en la prensa que sirve para adelgazar . En casa tene-
mos tantos aparatos para hacer ejercicios o reducir la grasa de alg una
parte del cuerpo, incluyendo una bicicleta fija y una escaladora, que la
sala parece un gi mnasio en miniatura... En estos días, a mi mujer se
le ocurrió preparar la comida y ponerle precio a los platos, como si
estuviera en un restaurante. Y te digo una cosa: creo que e sto sí va a
servir porque, viendo lo caro que está todo, no sólo se nos ha echado
a perder el apetito, sino que hasta hemos llegado a sentir remord i-
mientos de bolsillo.

LA ENSEÑANZA DE UN G ATO

En mi casa tenemos un gato que es muy inteligente, intel i-


gentísimo. La otra noche, por nada más ponerte un ejemplo, agarró un
160
ratón y lo trajo para la sala, colgando por la cola, hasta donde nos o-
tros estábamos viend o televisión. Lo puso delante del televisor, c omo
diciéndonos: “Ahí está, vean que lo que me dan de comer no es en
balde”. Y de verdad, él tiene toda la razón del mundo: cuá ntas veces
uno hace cosas en su trabajo y después nadie se entera de que las ha
hecho. Y lo peor es que a la hora de una ev aluación de rendimiento,
uno es visto como otro del montón y, cu idado si no aparece alguien
diciendo que uno es un flojo que se gana su sue ldo sin hacer nada, y
le creen. Yo nunca me imaginé que pudiera aprender algo de un gato
pero, para que tú veas, así son las c osas.

¿QUÉ ES UN MUERTO?

¡Somos un país de morbosos! ¡Cada vez que hay un choque, se


forman estos atascos en la autopista porque todo el mundo quiere ver si
hay algún muerto o, por lo menos, unos heridos ! ¡Esto no pasa en Esta-
dos Unidos ni en ningún país de Europa, porque entre la gente civil izada
un muerto es un muerto, y un accidente es sólo eso, un a ccidente! ¡En
esos países la gente no pierde su tiempo en necedades, ni en trivialid a-
des y, si ve a alguien tirado en la calle, ni siquiera se detiene a ver!
¿Por qué? ¡Porque la gente del mundo civilizado está preocupada por
cosas más urgentes, más importantes que un sangr ero regado en el piso
y una persona muerta o herida! ¡Y, además, ¿qué es un muerto?! ¡ Un
muerto es fiambre, un mue rto es algo que no sirve, que no es útil para
nada, que no compra nada, que no hace nada, que no dice nada!
PRIMER RECITAL

En mi primer recital, yo estaba muy asustado porque, c ada vez


que me asomaba al escenario, veía decena s de sillas y sobre las s i-
llas una cantidad de culos y arriba de los culos una tonelada de gente
y, terminando la gente, un montón de ojos y oídos. Yo sabía que t odos
esos ojos y esos oídos sólo estaban pendientes de que me equivoc a-
ra, de que se me olvida ra una parte o desafinara una nota para crit i-
carme. Después, a la hora de la verdad, toqué y t oqué y creo que lo
hice bien. Cuando terminó todo y estaba salie ndo, las personas me
decían, supongo que por salir del paso: “¡Qué bien: tú prometes!”
“¡Vas a lle gar muy lejos!” Esa noche, lo único que me pareció sincero
fue lo que me dijo una muchacha que est aba en la primera fila, que
me soltó: “¡Oye, tú estás bien bueno!”

EN CONTACTO CON LA NATURALEZA

Cada vez que puedo, me echo una mochila en la espalda y me


voy por ahí, para el monte, a ponerme en contacto con la natural eza y
161
con la vida en su esencia más pura. Generalme nte, voy solo porque
muy poca gente entiende por qué uno hace eso. Yo aprov echo para
estar a solas conmigo mismo y darle vueltas a lo que estoy haciendo
bien y a lo que estoy haciendo mal. Aprovecho ta mbién para ver las
estrellas, que aquí en la ciudad uno casi no pu ede verlas, y para ver
qué nuevas cadenas le estoy poniendo a mi vida, sean personas o c o-
sas. Gracias a eso, cuando vuelvo a ca sa, me siento renovado, con
ganas de seguir adelante y con la fuerza suficiente para superar cua l-
quier obstáculo que se me presente, sea del tamaño que sea. Así que,
si tienes ocasión de darte una escapadita a la naturaleza, de vez en
cuando, aprovéchala y carga tus baterías.

ALGUIEN QUE PRACTICA EL DES APEGO

¿Alguien que practica el desapego? Edgar. El iba una vez por


Chacao y el carro empezó a fallarle. Como sólo tenía dos días de
haberlo sacado del taller y lo había mandado a reparar varias v eces
seguidas, sacó algunas cosas de la cajuela, otras de la guantera, y
dejó el automóvil ahí, en la vía, para que se lo llevara quien lo quisi e-
ra. Después, como al año, había sacado un dodge de s egunda mano y
ese cacharro tampoco salía del taller mecánico. Una tarde en que iba
apurado para la Universidad, porque iba a prese ntar un examen, el
carro se le accidentó en plena Autopista del Este. Edgar se salió, s acó
lo que tenía que sacar de la maleta y la guantera, le dio dos patadas
al carro, y mientras caminaba, iba levantando su dedo pulgar como si
no hubiera pasado nada, a ver si alguien le d aba la cola, para llegar a
tiempo a la Universidad.

DÉJ AME DECIRTE ALGO

No quiero que me malinterpretes, Susana, pero óyeme lo que


te vo y a decir: en esta sociedad, hay que aprender a ser hipócrita.
De ve z en cuando es bueno un poquito de hipocresía. Y no es tan
dif ícil: más cuesta aprender a querer a alguien y, con el tiempo, ha s-
ta eso se aprende. Por eso, déjame decirte algo: si tú a Rodolf o no lo
tragas, si te parece insoportable o desagradable o mala persona, no
se lo demuestres. Guárdate tus opiniones para cuando estés sola o
estés con a lguien de conf ianza. Ese hombre tiene más dinero que tú
pelos en la cabeza y tú eres ele ga nte, tienes buen físico. Tienes
además una cara agradable y yo sé que no le caes mal. Quién quita
que, con un p oco de suerte y a lgo que pongas tú de tu parte, se te
presente la oportun idad de tu vida. Además, por lo que yo sé, él no
tiene buena s alud.

162
NUNCA HEMOS QUERIDO CONTRADECIRTE

Hijo, desde hace días yo estoy por hablar contigo, porque tu


padre y yo estamos preocupados. En tus dieciocho años, nosotros
nunca hemos querido contradecirte, pero todo tiene un límite. Está
bien que tú quieras tener una mascota, pero una mascota es un an i-
mal pequeño, un animal que se adapta a un espacio también pequeño.
Pero, ese tigre... ¿De dónde te nació la idea de que podíamos tener
un tigre en este pent house? Los vecinos están aterroriz ados y sobre
todo los de al lado. Cada vez que Rajá ruge, dicen que se les baja el
alma al suelo. Yo sé que tú te has encariñado m ucho con ese animal,
pero ve a ver si, aprovechando que todavía es un c achorro, aunque
tiene ese tamañón, se lo donas a un zo ológico.

LAS COS AS NO PUEDEN SER TAN APRESURAD AS

¡¿Cómo...?! ¡¿Que si este autobús va para Catia...?! ¡Ahorita no,


mi caramelo, yo ahorita voy para Chacaíto! ¡Pero si tú quieres ir prim ero
a Chacaíto y luego, cuando me devuelva, venirte conmigo para C atia, yo
no tengo el menor inconveniente, al contrario, mejor! ¡Así apr ovechamos
para irnos conociendo, para ir intima ndo, como quien dice! ¡Si te parece,
quedamos para vernos el jueves en la tarde, que el jueves es mi día l i-
bre, y después...! ¡Después uno no sabe, de spués ya veremos cómo nos
va! ¡Tampoco las cosas pueden ser tan apresuradas!
EL QUE ES BUENA GENTE

El que es buena gente es buena gente siempre, así se esté m u-


riendo. Ahí tienes tú a la tía Ernestina, ella siempre vivió sola y no se
casó nunca po rque decía que si ella misma no se soportaba cómo la
iba a aguantar otra persona. Imagínate si sería chévere, que el día en
que estaba agonizando en la cl ínica Ávila, porque le dio un patatús de
repente, ese mismo día se casaba Jennifer y, muérete: fuimos, habl a-
mos con ella para saber cómo se sentía y, de paso, le explic amos to-
dos los preparativos y los gastos que habíamos hecho para montar la
fiesta. Ella nos dijo que no nos preocup áramos, que ella no se iba a
morir ni ese día, ni al día siguiente, para no e stropearnos la diversión.
Y cumplió. Al tercer día, le dijo a To ña, que se quedó con ella, “!Bu e-
no, mija, ya pasaron las fiestas!” Y listo: cerró los ojos y se quedó
quietecita, para siempre.

163
Fe

“Yo miré y vi una mano tendida hacia mí con un libro enroll ado.
Lo desenrolló ante mi vista: estaba escrito po r dentro y por fuera y
contenía lamentaciones, gemidos y ayes”. Ezequiel, 2,9-10.

164
CARA DE ESPERANZA

Durante años, sentí envidia de una pareja vecina que siempre


me dio la impresión de ser sumamente próspera y de que todo les iba
de maravillas. Desde qu e los conozco, los dos, tanto él como ella,
siempre se han vestido con la elegancia con que a mí me gustaría
vestirme, viajan al exterior con bastante frecuencia y se la pasan en
los mejores restaurantes de Caracas. Pero la envidia se me quitó o,
mejor dicho, me disminuyó bastante, desde que el miércoles de la s e-
mana pasada fui a comprar un boleto para la l otería de esa noche y
los encontré mirando la lista de premios del sorteo anterior, con la
misma cara de esperanza que yo pongo cuando la estoy rev isando,
para ver si me gané algo y llego al fin de qui ncena con algo de dinero
en el bolsillo.

A MI MUJER LE HA DADO POR LEER LIBROS DE METAFÍSICA

A mi mujer le ha dado por leer libros de Metafísica, pura M e-


tafísica, ¿tú crees en la Metafísica...? Bueno, el la me pregunta: “I s-
165
mael, ¿a ti te molesta que yo lea sobre Metafísica?” y yo le digo, ¿qué
le voy a decir? “No, mi amor, ¿cómo me va a molestar? No faltaba
más. Tú tienes tus cosas y yo tengo las mías: si lo tuyo es la Metafís i-
ca, lo mío son los caballos y el boxeo”. Ella se la pasa hablando de
Conny Méndez y del conde de Saint Germaine y dice que, en sueños,
ha tenido comunicación con varias personas que se han muerto. Esas
personas y que le han dicho que el cielo exi ste y el infierno también, y
le han hablado de que morirse no es una cosa tan mala, sino que uno
pasa a otra vida que, según y que es puro espíritu, que allí no hay
materia. Lo bueno del asunto es que, desde que está metida en eso,
ha cambiado muchísimo, se ha vuelto otra, es completamente dist inta.
Ella antes era pendenciera, se la pasaba buscándole pleito a las vec i-
nas, y estaba m etida en cuanto chisme había. Ahora no, ahora está
suave, mansita. Yo te digo: yo ni creo ni no creo. Eso sí: yo re speto a
Dios, a los muertos y a los santos. Yo voy a un velorio y no me pongo
a echar cuentos colorados ni a reírme, yo no. Yo me siento por ahí, en
cualquier rincón de la funeraria, y sólo pienso en el muerto, ha sta que
me voy.

AMOR SIN HUMO

A tu mamá, que en paz descanse, la conocí una noche, en un a


fiesta de cumpleaños. Yo estaba hablando con ella cuando se e xcusó
un momento, buscó su cartera y sacó una cajetilla de cigarrillos. T omó
uno, dejó la cartera y regresó donde yo estaba. “¿Tiene fuego?” me
preguntó. “No”, le contesté, “no me gusta fumar e incluso no me gusta
ver que otra persona lo haga. Para serle franco, jamás me casaría con
una mujer fumadora”. Entonces tu mamá dobló en dos el cigarrillo, sin
encenderlo, lo echó en un cenicero que estaba por allí cerca y dijo:
“Desde este momento no vue lvo a fumar jamás”. Y cumplió su palabra:
en los veintitrés años que e stuvimos casados y en el que estuvimos de
novios no volvió a fumar ni un solo c igarrillo.

S ALV ADO POR UN AP AGÓN

Uf, no, después de que pasé tres meses pensando si iba o si no


iba, por fin fui al dentista, porque ya no aguantaba el d olor de muelas.
Pero estando en el consultorio se me desapar eció el dolor y me puse a
pedirle a Dios que me sacara de ahí. Se lo pedí con una fe que nunca
había tenido para otra cosa. Incluso, cuando el dentista me llamó y me
senté en la silla, yo no perdí la fe de que, aunque fuera a última hora,
algo sobrenatural me salvara del taladro, porque es a lo que yo le tengo
miedo. Y cuando estaba con la boca abierta, entregado, me salvó la ca m-
pana: se fue la luz. En plena oscuridad, salí corriendo y, hasta ahora, no
he vuelto, ni pienso ir... Yo creo que si Dios se apiadó de mí en ese m o-
166
mento era porque todavía no me tocaba entregarle mi boca al dentista.

MAL DE OJO

¡Ay, Carmencita, mija, yo estoy sumament e preocupada: desde


anoche Danielita está decaída y tengo miedo de que le hayan echado
mal de ojo! Anteayer, cuando estábamos en el zoológico de El Pinar,
ella estaba comiéndose unas papas fr itas y pasó por ahí una señora
que tenía los ojos azules y se par ó a hacerle una carantoña. La señ o-
ra la acarició y le dijo: “¡Qué niña tan bonita eres tú!” Desde ento nces,
Danielita no quiere comer, no quiere jugar, no quiere nada. Ella sie m-
pre había cargado su azabache para protegerse pero, desde hace c o-
mo quince días, la mamá se lo quitó. Yo no quiero que mi primera ni e-
ta se muera. Celso me dijo que si para cuando él viniera a a lmorzar, la
muchachita seguía así, esta misma tarde la llevábamos donde un s e-
ñor que él conoce en Guarenas, que y que es muy bueno en eso de
curar el mal de ojo... Ay, sí, yo le tengo una vela encendida a San
Onofre para que el tiempo pase rápido y Celso venga pronto.

EL MUNDO A LO WALT DISNEY

Para casarte, tienes que ir al matrimonio con una idea del mu n-


do a lo W alt Disney, pensando que se trata de un vínculo eterno, y
que vas a ser feliz con esa persona y con más nadie. Si no, fracasas,
porque la vida no te perdona que tú, en determinado momento, pongas
en duda los sueños de la soci edad.

EL NAUFRAGIO DE NOÉ

Cuando el abuelo de Nicolás murió, en lo único que se p arecía


a Noé era en la barba blanca que se había dejado crecer. El a rca que
estaba construyendo iba más o menos por la mitad. El daba por seg u-
ro que habría otro diluvio y que el nuevo esc ogido de Dios era él. Por
eso, un día, empezó a fabricar su arca, sin ayuda de nadie, y en eso
pasó sus últimos años. Cada vez que caía una ll ovizna, él creía que
había llegado el momento y se deprimía pensando que no la había
terminado. Después de muerto, Nicolás y su papá vendieron toda la
madera que el abuelo fue comprando con sus ahorros. Y, aquí entre
nos, los que conocimos al abuelo de N icolás sentimos que él fue el
único marinero que hubo en el mundo que naufragó sin haberse e m-
barcado nunca.

167
LECTORA DEL PENS AMIENTO

La semana antepasada llegó una circular del departame nto de


Personal, en la que me pedían una lista de las funciones que desemp e-
ña la gente que trabaja bajo mi supervisión. Tres días después, cuando
estaba revisando lo que había escrito Melissa, mi secretaria –que más
que mi secretaria es mi utility, porque ella hace de todo –, me encontré
con que la última función que había pue sto en su lista era “Leerle el
pensamiento a mi jefe”. “¡Coño!”, me dije y de inmediato la llamé por el
intercomunicador: “¡Melissa, ven acá!”, le dije . Entonces me quedé lelo
porque ella, sin levantarse de su asiento, me co ntestó: “Usted sabe que
de verdad lo hago”.

EL ÁNIMA DE JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

Cuando mi hijo mayor salió sorteado para ir a servir en la Mar i-


na, yo le pedí al ánima de José Greg orio Hernández que ev itara que lo
aceptaran en el ejército y le puse un velón blanco en el baño. Y d icho
y hecho: a mi muchacho lo rechazaron porque le faltaban dos centím e-
tros para la estatura mínima. José Gregorio me hizo ese milagro, c o-
mo me ha hecho ot ros relativos a la salud. Yo le tengo mucha fe po r-
que ese hombre era un santo. Los demás doctores lo invitaban:
“Vamos a una fiesta, que allá hay unas mujeres”. Y él decía: “¿Unas
mujeres? Mis mujeres están aquí” y les señalaba sus libros. Él sabía
mucho de medicina y la prueba es que, hace dos años –¿te acuerdas? –,
yo me la pasaba doblada por un dolor de cintura que, según dijo el
médico, me lo producía una insuficiencia en los riñones. Un día, yo le
pedí a José Gregorio que me curara y no pasó una semana cuando
una noche entró a mi cuarto un hombre vestido de negro. Yo no me
asusté porque lo reconocí de inmediato, por el bigote. Me dijo “Hija, tu
fe te ha salvado. En tus riñones estaba escondida tu muerte. Acuést a-
te boca abajo, que voy a curarte”. Yo le o bedecí y él puso sus manos
sobre mis riñones. Entonces sentí un bienestar tan grande que me
dormí y no supe más de mí hasta el día siguiente, cuando por pr imera
vez en mucho tiempo me desperté sin el dolor. Yo fui a Isnotú, en el
estado Trujillo, a la casa donde él nació y también visité su tumba
aquí en Caracas, en la iglesia de La Candelaria. Yo le tengo una fe
tan grande a ese hombre...

EL DÍ A QUE YO TENG A RE AL

E l d ía que yo te n ga re al, m i compad re , y eso va a se r p ronto,


po rque e st o y ce rca de gana rm e la lo te ría , yo no vu elvo a t raba ja r
má s nun ca. A p a rtir de e se momento , me ded icaré a co mp ra rme lo
168
qu e me d é la gana , que ba stan te s priva cione s he t en ido , y me iré a
vivir a cua lqu ie ra de esas u rb an iza cion es de rico s qu e ha y e n e l E s-
t e. O n o: me jo r me co mp ro un a m ansión en lo s Estado s Un idos, en
a lgú n lu ga r d e los E sta dos Un ido s, y m e ma ndo a ha ce r t remendo
ba r. Que si yo quie ro u n vin ito f ran cé s, de la co secha de m il no v e -
ciento s qu e sé yo cuán to o champán de l m ism o que t oma la Re ina de
I n glate rra , pue s ahí lo ten go, a la mano . Apa rte de eso , ¿usted sabe
lo que a m í me gusta ría t ene r? Yo qu isiera tene r una flot a d e Ro lls
Ro yce s pa ra la f am ilia . Y ot ra f lota de Me rcede s Be n z, p a ra la se rv i-
dumb re. Mi ch of er se ría e l n e gro má s ne gro que se p re sen te bu s -
cando e l t rab ajo, pa ra pon erle un un if orm e b ien blanco y p ara qu e
t oda la gen te, en la ca lle, se no s qued e viend o po r dond e qu ie ra que
pa semo s.

S ALUD DE BICICLETA

Lo de Misael fue así: él decidió comprar una bicicleta porque


quería hacer ejercicio y rebajar la barriga. Pasó varios días apre n-
diendo a montar porque no había aprendido cuando niño. La primera
mañana que salió de casa en la bicicleta, h abló hasta por los codos de
recuperar la salud y la silueta. Y no había rec orrido ni cinco cuadras
cuando, en una esquina, lo atropelló un carro al que venía persiguie n-
do la policía. Ahora Misael está en una cama, cu adraplégico y ciego
por el resto de su vida, en vez de sano y rozagante, como estaba a n-
tes de comprar la bic icleta.
P ARECE QUE V A A LLOVER

Huy, parece que dentro de poco va a llover... ¿Que cómo lo


sé...? Muy sencillo: mira a esas cucarachas, vueltas locas, que no e n-
cuentran dónde meterse. Eso sólo pasa cuando va a llover o a temblar
la tierra, pero ahorita no creo que se vaya a producir un te mblor. Y no
lo creo porque yo tengo un callo, aquí, en el dedo chiquito del pie d e-
recho, que nunca falla. Cada vez que me duele, llu eve, y, desde esta
mañana, cuando me levanté, me está doliendo el co ndenado.

AUGURIOS

Me está pasando todo esto por necia, porque , antes de aceptar


este cargo, yo debí fijarme en los augurios que me alertaban sobre lo
que se me venía enc ima. La misma mañana del día que empecé, un
carro chocó al mío por detrás, mientras yo estaba detenida en un semáfo-
ro. En medio de la discusión con el conductor del otro carro, un ho m-
bre entró en el mío y me robó el reproductor de casetes y una cigarr e-
ra de oro que había sido de mi abuelo y que me había regalado la
169
abuela a los 21 años, un día que ella me descubrió fumando en un b a-
ño. Al mediodía, mie ntras esperaba que me sirvieran el a lmuerzo en
un restaurante que queda cerca del trabajo, un mesonero tropezó con
el pie de un cliente de la m esa vecina y me echó encima una taza de
caldo de pollo con fideos y, por si fu era poco, esa tarde, cuando ya
iba de salida del trabajo, el ascensor se trancó, conmigo y dos pers o-
nas más adentro, y los bomberos no llegaron a sacarnos sino hasta
dos horas y media después, porque estaban apagando un incendio
seis cuadras más allá. Con todo lo que me pasó ese día, yo deb í re-
nunciar esa misma tarde o ni siquiera aceptar el cargo. Me habría
ahorrado todos los sinsabores que he tenido en este tiempo. Ahora,
¿quién sabe si hasta he cultivado un cáncer con todo lo que me ha
pasado aquí?

NO ESTOY DE ACUERDO CON LAS UTOPÍ AS

No estoy de acuerdo con las utopías porque, en las uto pías, los
que las hacen quieren que el mundo sea a imagen y semejanza de
ellos, que el orden sea el que ellos imponen y que el curso de los
acontecimientos siga el camino que ellos han trazado. A mi mod o de
ver, cada quien debe construir su propia utopía y tratar de vivirla, p ero
eso sí, sin imponérsela a nadie.
EL NUEVO RATÓN DE LOS DIENTES

Los niños de antes, cuando se nos caía un diente, nos co n-


formábamos con una monedita, pero los de ahora... A u no el ratón
Pérez, el ratón de los dientes, le dejaba medio o, cuando mucho, un
real, debajo de la alm ohada, por cada diente, y hay que ver cómo se
ponía uno: ¡aquello era una verdadera alegría, algo que no te cabía en
el cuerpo! Claro, medio o un real te permitían comprar unas cuantas
chucherías e incluso algún juguetico o una pelota de goma para jugar
béisbol. Pero hoy día hasta el Ratón Pérez está sufriendo los efectos
de la inflación. Hoy ningún niño se conforma con menos de dos o tres
mil bolívares, por la medida chiquita. Sin ir más lejos, la última vez
que a mi hijo Silverio se le cayó un diente, le pidió al ratón Pérez no
mil o dos mil bolívares, sino -¡cáete para atrás! -, una tarjeta de créd i-
to. ¡Y apenas tiene seis años!

ERRORES DE DIOS

Hay que ver, Teodoro, que la misericordia divina es infin ita: hay
170
tanta gente en esta vida en la que no vale la pena gastar m ateria y,
sin embargo, Dios la tiene ahí, como si nada, tragando a más no p o-
der, consumiendo a ire, gastando agua, ocupando un espacio, ten iendo
hijo tras hijo. Uno de esos es el dueño del bar que está a mitad de la cua-
dra. ¿Qué beneficio le ha reportado a la humanidad o al mundo la
existencia de ese señor? Es un hombre grosero, e nvidioso, tracalero,
intrigante y, para colmo, cobarde a más no poder. Él te hace algún
daño y tú le respondes o, simplemente, te d efiendes, y te lleva ante la
policía, acusándote de que lo estás agrediendo. Como ya está viejo,
hace uso de la edad para prese ntarse como víctima. Él te busca pleito
y hasta trata de dart e un carajazo y, cuando tú se lo devue lves, va y
pide ayuda, porque él es una persona mayor. Y claro, ahí mismo se
levantan de las mesas del bar cuatro o cinco hombres, a defende rlo.
Ya yo he tenido varios encontronazos con él, porque parece que ded i-
ca su vida a ver cómo hacerle daño a los demás... A veces pienso que
para lo que existe ese tipo de persona es para probar la p aciencia y la
entereza de los demás. Para más nada. De otra manera, lo único que
a uno le quedaría pensar es que se trata de err ores de Dios.

DE HUECO EN HUECO

Los adultos siempre creemos que los niños no escuchan. ¿No


escuchan? Yo te aviso. Yo me acuerdo que, cuando estaba p equeña,
más o menos como Sarita o un poquito más grande, un día llegó tía
Úrsula y dijo que ella había descubie rto que todo en la vida tenía que
ver con un hueco. Ella decía que a uno lo hacen por un hueco, lo p a-
ren por un hueco, toda la vida se la pasa uno de hueco en hueco y, al
final, también termina metido en un hueco. Hay que ver el tiempo que
hace que ella dijo eso y a mí jamás se me ha o lvidado.

PIS ADA

Para salir con bien de una entrevista de trabajo, no hay nada


como tener pisada a la persona con quien vas a hablar... Es fácil,
déjame explicarte. Tú anotas en un papelito el nombre de la pe rsona
con quien te tienes que entrevistar. Después, doblas el papelito y lo
metes en uno de tus zap atos, antes de ponértelo. Por último, te calzas
normalmente, eso sí, proc urando tener el papelito bien pisado bajo la
planta del pie y listo: la más i mpertinente de las pe rsonas te recibe
con una sonrisa en la cara, y te aprueba lo que sea.

SI ME ANUNCI AN UN MAL DÍ A

Me suscribí al periódico para recibirlo tempranito, en la misma


171
casa, porque, mira, uno no debe salir de casa sin antes haber revis a-
do su horóscopo. Yo, si m e anuncian un mal día, llamo al trab ajo para
avisar que no me siento bien. Me pongo mi bata, cojo una n ovela de
Agatha Christie o bajo hasta la planta baja del edificio, donde hay un
club de video, y alquilo dos o tres buenas películas, y me vuelvo a m e-
ter en la cama, y de ahí no salgo ni a comer, hasta el día siguie nte.

POR QUÉ ANDO ARMADO

Yo sí, yo no lo oculto, yo creo en las armas y creo que hay ge n-


te con la que no se puede hablar, sino caerse a tiros. Mira, aquí está.
Yo ando armado porque, sin ir más lejos, aquí mismo, en la e ntrada
del edificio, hará cosa de un seis meses, se metió un tipo con un c u-
chillo, justo cuando iba saliendo una señora joven que vive en el
penthouse. El tipo, un malandro de esos que salen retratados en la
prensa y al que ha n detenido más de una vez acusado de la misma
cosa, pero tiene un padrino, un concejal, un d iputado, no sé, que no
deja que lo tengan detenido ni siquiera cu arenta y ocho horas, el tipo,
en cuanto vio a la señora, la amenazó con un cuchillo y se la llevó p a-
ra el depósito de basura. Allí le dijo que se desnudara, porque él la
iba a violar, y que cuidadito con gritar porque sino, suáquiti, le pasaba
el cuchillo por la garganta. La señora se salvó porque tenía la men s-
truación y al tipo le dio asco violarla así pero entonces le pidió que se
pusiera de espaldas, para verle el culo mientras él se mastu rbaba. A
una de las mujeres de mi familia le hacen algo así y al pend ejo ese,
primero le meto todas las balas de este revólver en el cuerpo, y de s-
pués reviento su ca dáver a patadas.

COMPRAR EL PERIÓDICO

Yo compro el periódico todos los días, con la idea de e ncontrar


un pequeño indicio de que el mundo se está acomodando. O, no dig a-
mos que acomodándose, pero sí que al menos ya no se está echando
a perder. Pero nada, uno no encuentra ni una falsa alarma, ni un det a-
lle que le haga albergar una esperanza o sentir que de un m omento a
otro se vaya a producir el milagro. Mientras tanto, qué más puede uno
hacer sino resignarse y seguir comprando el periódico t odos los días.

172
Necesidad

“¡Y hay tantas historias que contar, demasiadas, tal exc eso de
vidas acontecimientos milagros lugares rumores entrelazados, una
mezcolanza tan densa de lo improbable y de lo mundano! He sido un
devorador de vidas y, para conocerme , sólo para conocer la mía,
tendréis que devorar también todo el resto”. Salman Rushdie. Hijos de
la Medianoche.

173
DE FAMILI A

A mí me gusta todo en abundancia y lo que hago, lo hago con


el corazón. Supongamos que me gusta hacer el amor con una dete r-
minada mujer: yo no la dejo tranquila hasta que ni nguno de los dos
tiene fuerzas para pararse de la cama. Lo mismo me ocurre con la
comida y con la bebida. Es algo que me viene de familia porque dos
de mis primos que vivían en San Juan de los Morros se murieron en la
mesa, haciendo una apuesta a ver quién comía más sin desmayarse.
A las dos horas hubo que decretar un empate porque los dos murieron
de infarto, con apenas unos minutos de diferencia. El segundo cayó
sobre el plato que tenía en la mesa, mientras mis tíos socorrían al
primero. Una sobrina que vive en Acar igua, en el estado Portuguesa,
una tarde se puso a cantar de contento, después de que el n ovio la
pidió a su papá, que es mi he rmano mayor, para casarse. Y cantó el
resto de la tarde y toda la noche ha sta que, clareando el alba del día
siguiente, empezó a salirle sangre de la garganta. Le faltó poco para
quedarse muda. Eso que mi familia lleva en la sangre es lo que hace
que yo sea como soy.

174
SUCEDÁNEO TROPICAL

Te digo la verdad: eso de soportar la c ola de carros que se


forma todos los sábados en la mañana para bajar a La Guaira, s u-
puestamente a darse un bañito de playa y relajarse del ajetreo de la
semana, es la mayor mentira del mundo. Después de dos o tres horas
de cola, con un calor que se te derr iten los sesos y una sed que se rías
capaz de beberte el Orinoco si lo tuvieras enfrente, nadie se relaja s i-
no que, por el contrario, está peor. Yo, para evitar eso, acabo de
comprarme dos lámparas de rayos ultravioleta y ya me hice instalar
una bañera en la casa. Ahora, lo que haremos será ll enar la bañera
con agua, le echaremos sal, unas goticas de yodo y, después de
prender nuestras lámparas, a gozar de nuestra playa partic ular. Ahí
nos iremos metiendo por turnos Felicia, los muchachos y yo. Y es lo
mismo, exactamente lo mismo: tú te bronceas igual, sin tener que m e-
terte en una de esas colas intermin ables.

VUELTAS Y MÁS VUELTAS

¡Aaaaaaaauuuuuuhhhhmmmmmmmmmm! ¿Qué hora es...?


¡Las ocho de la mañana...! Si no fuera porque hoy es día de cobro y
uno tiene que estar aquí, al pie del cañón, esperando que le paguen,
olvídate, yo me hubiera quedado en mi casa: tengo taaaanto sueño. Y
para colmo, aparte de que casi no dormí, hoy me levanté con el pie
izquierdo. No sé qué me pasó anoche que, desde que me acosté como
a eso de las once, hasta esta mañana, un poquito después de las cu a-
tro y media, no pude pegar un ojo. Pasé la noche dando vueltas y más
vueltas en la cama y no pude conciliar el sueño. A cada rato, yo mir aba
el reloj y el tiempo parecía que estaba do rmido, porque casi no ava n-
zaba. Por fin, a eso de las cu atro y media, cogí un sueñito, con la mala
suerte de que me puse a soñar que se estaba acabando el mundo. C o-
mo me desperté bañado en sudor, me metí en la ducha para quitarme
el calorón y no había agua . Para completar, el pantalón que me quise
poner se descosió y el único que tenía lavado y planchado era este
bluyín que casi nunca me pongo, porque es más viejo que Matusalén.

HORAS DESIGUALES

Mientras a uno lo están sometiendo a torturas, uno no s abe qué


hacer, sólo tiene dolores. Uno trata de poner la mente en blanco para
no pensar en nada, ni decir nada que comprometa a alguien, p ero es
imposible porque, mientras te go lpean, te insultan y ponen en duda
todo aquello que tú crees y amas. La tortura física duele -y cómo-, pe-
ro la tortura psicológica es peor, porque te golpea más hondo. Por
175
eso, mientras te están torturando, tú te sientes desdichado, con miedo
y con rabia, y tienes la idea de que el tie mpo corre de otra manera.
Los que hemos sido tortu rados sabemos que las horas de to rtura no
son iguales a las horas de la calle.

ME ESTÁN ENFERMANDO LOS CONSEJOS

¡Ah, no, ya está bueno de jarabes y pastillas! ¡Yo quiero seguir


enfermo, quiero seguir afónico, quiero seguir tosiendo y qu edarme
con mi gripe y mis virus! ¡Ya estoy hasta los cojones con eso de
“Tómate un poquito de miel con limón para que se te quite la ronqu e-
ra”. Con “Échale bicarbonato a la miel con limón para que te haga
efecto más rápido”. Con “Úntate keros ene entre el cuello y el pech o,
porque eso que tienes es frío en los bronquios”. Con “Cómete un p e-
dazo de esperma de vela derretido” o “Bébete un té con limón, te t o-
mas una aspirina y te abrigas bien el pecho para que sudes”. ¡Ya no
quiero oír más co nsejos! ¡Me están matando los conse jos!

CABALLERO ANDANTE

Porfirio es como dicen que eran antiguamente los caballeros


andantes. Él no puede ver ninguna injusticia, por pequeña que sea, o
nada fuera de lugar, porque ahí mismo trata de componer las cosas.
El ve a una mujer de pie en un au tobús o en el metro y de i nmediato le
da el asiento. No puede ver que le hagan daño a un niño, ni a un an i-
mal, porque se le sube la sangre a la cabeza y es capaz de caerse a
golpes con cualquiera, no impo rta el tamaño, ni la fuerza, ni si tiene
que enfrentar a varias personas. A él le falta poco para cu mplir años
y, si yo tuviera con qué, con un herrero que yo conozco le mandaría a
hacer una armadura y una lanza, y hasta trataba de co nseguirle un
caballo y un escudero, para que saliera a la calle como debe ser o,
mejor dicho, como debe salir a la calle alguien como él.

AL FIN Y AL CABO

La boba soy yo, porque él me dijo desde un principio que era


casado. Claro, él también me dijo que se estaba divorcia ndo y yo me lo
creí todo este tiempo, hasta que el otr o día le dije que estaba embara-
zada y eso fue como si lo hubiera insultado. No me ha vuelto a ll amar
y, cuando yo lo llamo al trabajo, me dicen siempre que no está, que
está en una reunión, que salió de v acaciones... Ah, no, a mi hijo yo voy
a tenerlo y a criarlo y, eso sí, si el papá un día se aparece y me dice
que lo quiere conocer, yo no lo voy a dejar, porque ese es much acho
176
es mío y de más nadie. Al fin y al c abo -y eso es lo que le voy a decir -,
él lo único que hizo fue poner un espermatozoide, más na da.

EL TIEMPO POR UN ALBAÑ AL

Pasado mañana se me terminan las vacaciones y no he podido


hacer ni la cuarta parte de las cosas que me había propuesto. Yo que ría
llevar a los niños a la playa pero ellos ya están en clases. A mi mujer la
quería llevar de compras pero ella está en su trabajo y yo mi smo quería
leerme tres libros que tengo apartados desde hace tiempo y apenas ll e-
vo el primero por la mitad. Quería arreglar algunas cosas de la casa y
qué va: lo único a lo que le pude meter el pecho fue a las g oteras y al
arreglo de la nevera y al del fregadero, pero no pude acom odar el carro
como yo quería, ni pintar la casa, ni cambiar una parte de la inst alación
eléctrica, ni mucho menos poner la cerám ica nueva en el baño, que ya
hasta compré los mosaicos. Ahora, si tú me preguntas qué hice en todo
este tiempo, en tres semanas libres, te juro que no lo sé, pues siento
como si el tiempo se me hubiera escurrido por un alb añal.

DOCE COMPRADO RES

El sábado fuimos a ver la casa que papá quiere comprar y, en


principio, los que íbamos éramos mi mamá, mi papá, yo y un comp a-
dre de mi papá, que es albañil, para que dijera si los arr eglos que hay
que hacerle no son tan caros e, incluso, si vale la pena comprar la c a-
sa. El compadre de mi papá se llevó a su ayudante y e l ayudante, co-
mo era sábado, andaba con la esposa, porque ellos venían de servir
de testigos en una boda civil. Cuando íbamos saliendo, llegó mi he r-
mano Federico con su mujer y sus tres chamos y, además, con mi
abuela, que vive con ellos, y también se agre garon. Cuando el vend e-
dor vio venir a aquel tropel de gente, se asustó y se negó a mostra r-
nos la casa.

P ARA MAÑANA SE ANUNCI A UN GOLPE DE ESTADO

Antenoche llamaron por teléfono a la casa y una voz me dijo:


“Señora, yo soy un amigo suyo y la estoy llam ando para avisarle que
para mañana se anuncia un golpe de Estado. Por eso es bueno que se
vaya tempranito al supermercado y se aprovisione, porque no se sabe
si estalla una guerra civil”. Ayer en la mañana, nos fuimos t odos en la
casa, a gastar lo poco que teníamos en el supe rmercado que queda
frente a nuestro edificio y, te digo, no resp etamos ni siquiera el dinero
177
del alquiler. A eso del mediodía volvió a llamar la misma voz apurá n-
dome para que fuera a comprar y, cuando le dije que ya lo ha bíamos
hecho, se despidió y no supimos más nada de él. Pero esta mañana
me enteré que quien llamó fue el hijo del portugués dueño del supe r-
mercado, ese tarajallo de veintipico de años que se la pasa en la e s-
quina bostezando y m irando pasar la vida, con un cigarrillo entr e los
dedos.

VIDA DE PERRA

A h o ra qu e lo d i ce s, e s ve rd a d : d e sd e qu e d e jé e l t ra b a jo , m e
h e p a sa d o la vid a la d ra n d o . P e ro , p e n sá n d o lo b ie n , e so n o e s n u e -
vo . E m p e za n d o p o r qu e , se gú n e l h o ró s co p o ch in o , yo n a cí e n e l
a ñ o d e l p e rro , d e a h í e n a d e la n t e , la vid a m e h a t ra t a d o sie m p r e
co m o u n p e rro y a ve ce s co m o a u n a p e rra . . . P a ra qu e ve a s qu e lo
qu e d i go e s ve rd a d , e l o t ro d ía m e p re se n t é a u n a p r u e b a p a ra i n -
g re sa r e n la E scu e la Na c io n a l d e T e a t ro y m e p u s ie ro n a h a ce r p r e -
cis a m e n t e d e p e r r o . T e n ía qu e la d ra r, m o ve r la co la y ra s ca rm e la s
p u l ga s co n u n p i e . Yo p e n sé qu e m i a ct u a c ió n le s e s t a b a gu st a n d o
m u ch o , p o r qu e o í a t o d o t ip o d e e xcla m a c io n e s p e ro d e sp u é s m e
qu e r ía m o r ir d e la ve r gü e n za , cu a n d o su p e qu e l o qu e t o d o s
a p la u d ía n e ra qu e a l le va n t a r la s p i e rn a s, se m e ve ía n la s p a n t a l e -
t a s, p o r qu e c o m e t í la t o rp e za d e ir a p re se n t a r e se e xa m e n co n u n a
f a ld a co r t a .
¡GABRIEL, BÁJ ATE DEL ÁRBOL!

¡Gabriel, bájate de ahí: mira que te puedes caer...! ¡Que te b a-


jes te digo, que ya va a ser de noche...! ¡Gabriel, haz me caso y bájate
de ahí, mira que soy tu mamá! ¡Bájate de ese árbol, antes de que te
caigas! ¡Mira que, si te caes, en lugar de recogerte, ahí mismo donde
te caigas, te voy a rematar a zapatazos...! ¡Gabriel, ¿es que no te pie n-
sas bajar de ahí, ah?! ¡¿Es a sí cómo yo te he enseñado a ser...?!
¡Respóndeme, Gabriel, no me mires con esa cara! ¡Gabriel, si no te b a-
jas de ahí, llamo a la policía...! ¡¿Ah, no te importa?! ¡Como no te bajes
de ahí, para cuando yo cuente tres, vas a ver lo que te va a pasar!
¡Uno...! ¡Dos...! ¡Gabriel bájate de ese árbol, por Dios, que me pones
nerviosa! ¡Dos y medio...! ¡Dos y tres cuartos...! ¡Dos y tres cuartos y un
poquito...! ¡Casi tres...! ¡¡¡Ya me enojé, ahora sí es verdad que me
enojé!!! ¡¡¡¡Bájate inmediatamente o me subo a bajarte...!!! ¡Que con s-
te, no me dejas otra salida...! ¡Ay, Gabriel, como me caiga de este
árbol, te voy a desollar vivo! ¡Ven acá, no subas más arriba...! ¡G a-
briel! ¡Ay, me caigo, me caigo...! ¡Ay, coño, ay: me quebré la pierna,
debo haberme quebrado esta pierna! ¡Y todo por tu culpa, Gabriel!
¡Tan pronto te bajes de ahí, te vas a arrepentir de haber nacido!
178
LA NATURALEZA S ABÍ A LO QUE HACÍ A

Menos mal que la naturaleza no puso a los hombres a a ndar en


celo, corriendo detrás de nosotras, porque eso sí se ría feo. Más que
feo, deprimente. ¿Tú te imaginas a un grupo de hombres con la le ngua
y otras cosas también afuera, buscando montársele a una en cualquier
esquina o tratando de agarrarla con los dientes por la nuca, para que
una no se mueva, mie ntras le hacen lo que les da la gana? Ah, y otra
cosa: también sería horrible vernos a nosotras mismas, restregánd o-
nos la espalda contra el suelo, para que los hombres se exc iten y se
nos monten encima. La naturaleza sabía lo que hacía cuando nos dio
el entendimiento, para que no nos comportáramos de esa m anera tan
grotesca.

LA SÉPTIMA VÍCTIMA

En este país la gente está cada día más sinvergüenza. Me e n-


teré anoche del negocio que tienen dos hermanos que viven por La
Candelaria y, te digo, es el acabose. Ellos manda n a la mamá, que es
una señora como de noventa años, a la calle, para que haga el s i-
guiente teatro: ella va por la acera y, cuando ve que viene un c arro
más o menos lejos pero pegado a la acera y a poca velocidad, se tira
a la avenida. Claro, el chofer se detiene, creyendo que a la señora le
ha dado un vahído y entonces intenta recogerla para llevarla a un
hospital de emergencia. Pero cuando la está auxiliando, la señora
hace como que recobra el conocimiento y dice que lo último que r e-
cuerda es que la atrop elló un carro. Por supuesto, la gente que se
agrupa alrededor de ella y las autoridades de tránsito, si ya han lleg a-
do, detienen al supuesto atropellador y llaman a los hijos de la señ o-
ra, a un teléfono celular que ella les proporci ona. A los pocos minutos ,
se presentan los dos “angelitos”, hacie ndo todo tipo de acusaciones
contra la persona y la acorr alan hasta que le ofrecen un trato: que si
les dan cincuenta, cien mil bolívares o más, según el dinero que tenga
la persona, ellos retiran los ca rgos. Y parece que con mi cuñada, que
fue la séptima víctima, ya lo han hecho siete veces, según le dij eron
en la Policía Judicial.

EL AUTOPROBLEMA DE CRISTINA

El problema por el que está atravesando Cristina se lo fabricó


ella misma, así que no venga ahora con lá grimas de cocodrilo. Ella se
lo buscó porque, desde que le dijo a Virginia que se fuera a vivir en su
casa, casi que se la mete en la cama al marido. Si iban a salir, salían
179
con Virginia y era Virginia quien, prácticamente, d ecidía adónde iban.
Si ella ten ía que hablar con Roberto para solucionar un asunto, pues
le pedía a Virginia que hablara con él. Si Roberto lleg aba del trabajo y
Cristina no había cocinado nada -algo que pasaba casi todas las n o-
ches-, Virginia dejaba lo que estuviera haciendo y, rápidam ente, se
metía en la cocina y le preparaba lo que él quisiera. Después, como
ella sabía que Cristina no iba a cocinar nada, Virginia llamaba a R o-
berto al trabajo, le preguntaba qué deseaba comer y se lo tenía listo
mucho antes de que él llegara. Claro, Vir ginia es una mujer muy atra c-
tiva, muy femenina, bastante inteligente y, después de dos m eses de
estar juntos, Roberto se quedó una tarde a solas con ella y pasó lo
que tenía que pasar. Por eso es que yo digo que Cristina no tiene d e-
recho de quejarse, porqu e ella misma labró su desgr acia.

P ARRANDERA

Ese muchacho se ve tan tranquilo, tan decente, tan hog areño,


que yo he estado varias veces a punto de decírselo, porque yo no
quiero que la cosa lo agarre por sorpresa. Es mejor que se vaya pr e-
parando, ya que él está tan entusiasmado en casarse con la Nena. Yo
soy su madre, pero yo no dejo de reconocer que esa hija mía es ca n-
dela, candela pura. A la Nena le gusta vivir parrandeando de aquí p a-
ra allá y de allá para acá y yo prefiero que él lo sepa desde ahora,
porque me daría mucha lástima que su matrimonio f uera un fiasco.
Ese muchacho no se m erece semejante cosa. Por lo visto, ella no le
dicho nada al respecto y, a los ojos de él, ella es una santa. ¡Una sa n-
ta! ¡Figúrate, Andreína, cómo será ella de parrand era, que yo que he
conocido y lidiado en esta vida con gente borracha y fiestera, pu edo
decirte que jamás he visto a nadie que le gane a la Nena! Ni s iquiera
el papá que, cuando yo lo conocí, era capaz de estar celebrando cua l-
quier cosa, quince y hasta vei nte días seguidos. Con decirte que Juan
Ignacio se encontró una vez un billete de diez bolívares en la calle y
eso le sirvió de pretexto para emb orracharse durante una semana.

IMAGÍNATE QUE YO FUERA EL GENIO DE LA LÁMP ARA

Me gustaría salir todos los días a la calle y tener el poder de con-


cederle un deseo a alguna persona. Supongamos que yo viera a a lguien
comprando un billete de lotería y pudiera decirle “¡Co ncedido!” y ya. O,
imagínate que yo fuera el genio de la lámpara, pero sin lámpara, porque
estamos en otros tiempos. Yo le diría “Puedo concederle tres d eseos” y,
aunque me viera con cara de “Esta mujer está loca”, yo le insi stiría y la
persona probaría: “Quiero un carro, de esta marca y con estas cara c-
terísticas” y chas, ahí mismo hago aparecer el car ro. “Quiero esto y
quiero aquello” y yo haría que de inmediato se materializaran las cosas.
180
Yo sería feliz viendo las caras de f elicidad que pondría la gente.

LA P AS ANTÍ A DE JULIETA

Sí, chica, la graduación fue el mes pasado... ¿Y cómo te íb a-


mos a invitar, si tú te fuiste para Londres y no le avisaste a nadie?
Además, ¿viniste hace quince días y ahora es que llamas...? Juli eta
se graduó el mes pasado y desde entonces está metida en uno de
esos barrios pobres de Antímano, en una cosa donde hay policías,
médicos, psicólogos, abogados y hasta asuntos culturales... Sí, en
una cosa de esas que llaman “módulo de servicio”... Y eso fue lo m e-
jor o lo menos m alo que le pudo conseguir papá: a todos los que se
acaban de graduar de médicos los mandan un tiempo para el interior
pero, como papá tiene sus contactos en Sanidad y en el Colegio Méd i-
co, la dejaron ahí, practicando. Tú sabes que, cuando uno se gr adúa -
y más si es de médico -, por más prácticas que haya hecho, siempre
está nervioso. Y ahí, como de todas m aneras esa gente se va a morir,
si uno se equivoca, se nota menos.

NI AM ARRADA VUELVO YO A ESE INFIERNO

¿Tú crees que yo vuelvo a Cúcuta alguna vez? Ni loca, ni am a-


rrada vuelvo yo a ese infierno. Yo fui con Francisco el año pas ado,
que él se iba a hacer un trabajo grande en los die ntes. Tú sabes, aquí
los dentistas son muy caros y allá le salía todo, con el viaje de nos o-
tros dos incluido, por menos de la mitad de lo que le cobraba aquí un
doctor que y que es amigo suyo. Nosotros íbamos en un bus que nos
dejaba cerca del h otel cuando, más adelantico de donde lo tomamos,
se montó un hombre como de unos cincuenta años, un hombre así
como tu papá, con una cosa envuelta en papel periódico, debajo del br a-
zo. Ay, Carmen Diana, ¿tú puedes creer que, como a las cinc o cuadras,
ha empezado a gotear un líquido oscuro del paquete que el señor llev a-
ba sobre los piernas? Una señora que iba sentada en el asiento de e n-
frente le dijo: “¡Señor, mire, eso que lleva ahí está got eando algo que
parece sangre!” y el hombre se hizo el loco, como si no fuera con él.
Pero como en el bus iba un guardia y al guardia aquello le pareció
sospechoso, lo obligó a abrir el paquete y ¡cáete para atrás, qué cosa
tan horrorosa! ¡El hombre llevaba un brazo que le había co rtado a un
automovilista, en un semáforo, para robarle el reloj!

SIN RUMBO FIJO

Ay, no, de verdad: yo un día de estos voy a agarrar a mis m u-


181
chachos y me voy a ir por ahí, para donde sea, sin rumbo fijo. Quién
sabe si me meta en una pieza alquilada o en otro rancho bien lejos de
aquí, porque todas las noches, cuando Ricardo llega del tr abajo, en
vez de hacer como hacen otros maridos con sus e sposas, que yo veo
en las novelas y en las películas que les dan un beso o por lo menos
les preguntan qué es lo que han hecho en el día, él no: él lo primero
que hace es caerme a golpes, delante de los niños, dice él que por si
acaso yo le he faltado con otro hombre mientras él está a usente. Yo
nunca le he hecho nada, Josefina, nada, te lo juro por mis hijos, pero,
con esas palizas que me da, la verdad es que ganas no me faltan.

COMO UN BISTECK

No, señora, ¿cómo va usted a pensar que uno, por ser médico,
está acostumbrado a ver gente desnuda? Uno la ve, claro que sí, pero
en otras condiciones, igual que se ve un bisteck o una parr illa, no sé
si me entiende. Por otra parte, en la emergencia de esta clínica, las
pocas veces que uno tiene enfrente a una mujer verdaderamente b e-
lla, lo más seguro es que ella esté tan mal que uno sólo sienta co m-
pasión por ese cuerpo. Pero, por supuesto, eso no qu iere decir que a
uno no le guste ver ciertas cosas, por ejemplo, unos bu enos pechos,
un trasero bien pr oporcionado, unas piernas de concurso. Y si a uno
se le presenta la ocasión, no debe de saprovecharla, ya que no hay
peor cosa que llegar a viejo y sentir se frustrado por no haber hecho
todo lo que se pudo.
MAMÁ NUNCA HA VISTO CAER GRANIZO

La última vez que cayó granizo aquí en Caracas, mamá había


viajado al interior. Ella nunca ha podido ver una granizada porque,
cada vez que se produce una, o es en una zona distinta a donde ella
está o vive, o está fuera de la ciudad. Esa vez, a mi abuela se le oc u-
rrió guardarle unos pedacitos de hielo en el refrigerador, p ara que al
menos tuviera una idea de cómo habían sido las gotas. Esa tarde yo
salí al patio de la c asa a recogerlos y recibí unos cuantos hielazos
que por poco me dejan “nock out”, porque hay que ver lo duro que p e-
gan. En vista de eso y como vi que los hielitos se quebraban al co n-
tacto con el cemento, se me ocurrió quitarme la camisa y atrapa rlos
en el aire como si fueran mariposas. Claro, cuando mamá regresó, se
lamentó de no haber visto el fenómeno, pero se consoló mirando
aquella multitud de granos de hielo con que llenamos el refrigerador.

LO ÚNICO QUE ME FALTA

Te traje con el pensamiento: contig o era que yo quería hablar,


182
María Dolores, menos mal que nos hemos encontrado. Es que el hijo
mío me tiene asustada, yo ya no sé qué hacer, no sé a qué santo r e-
currir, estoy angustiadísima. El no quiere estudiar, no qui ere trabajar,
sólo quiere estar acost ado en una cama, leyendo todo el día. y escr i-
biendo poesía. Ahora tiene casi un mes que nada más sale para la b i-
blioteca a llevar los libros que ya leyó y a traer otros. Y cl aro, como
en casa no hay un hombre que le dé disciplina, que lo e nrumbe, desde
que murió Federico él está así. Yo lo amenazo con dejarlo sin c omer,
con no darle dinero para más nada y eso a él le entra por un o ído y le
sale por el otro. Por eso pensé en ti, que tú le hables y lo aconsejes,
porque él a ti sí te oye. Dame esa ayuda, Marí a Dolores, mira que con
todos los problemas económicos y de salud que yo tengo, lo que me
falta es que el ún ico hijo que tengo me salga poeta.

SIN PREP ARACIÓN

Uno de los principales problemas que hay en Caracas es que


no se consigue gente que conozca s u oficio. No hace mucho, llevé un
electricista para que arreglara dos hornillas de la cocina que no fu n-
cionaban y lo que hizo fue producir dos cortos circuitos y qu emar las
dos que estaban trabajando. He contratado cinco plomeros disti ntos
para que eliminen un bote de agua que hay en el fregadero y ni nguno
de ellos ha dado con la solución. Le pagué a una co ntadora para que
me calculara el Impuesto Sobre la Renta y lo hizo peor que yo: me p u-
sieron una multa, por llenar mal las planillas de la declaración, c uando
a mí nunca antes me h abían multado. Aquí la gente se mete a trabajar
en cualquier cosa, sin preparación, sólo porque tiene una v aga idea
del oficio y porque piensa que con hacer las cosas más o menos, ba s-
ta. Ah, pero eso sí: a la hora de cobrar son u nos tigres y eso sí lo s a-
ben hacer a la perfe cción.

NI UN MES

La primera discusión la tuvieron en la misma jefatura civil do n-


de se acababan de casar. Ella le reclamó a él no sé qué cosa y se p u-
sieron a discutir, sin más ni más, delante de los invitados y del Jefe
Civil. En la iglesia tuvieron el segundo atajaperros: ante el c ura y ante
todo el mundo, se insultaron, se dijeron de todo y casi se fueron a las
manos, minutos antes de la ceremonia. Con decirte que el cura les
preguntó si estaban seguros del paso que iban a dar... Claro, no dur a-
ron casados ni un mes: a los veinticuatro días, ella le pidió el divorcio
y él, en respuesta, le dio una golpiza. Lu ego, cuando la vio en el suelo
llorando y sangrando, se le quedó viendo y le dijo: “¡A mí no me gu s-
tan las mujeres débiles!” y agarró su ropa, la m etió en una maleta y se
fue. Y hasta el día de hoy, de eso hace como seis meses, ella no ha
183
vuelto a saber nada de él.

DONDE EL ABSURDO DICTA LAS NORMAS

Éste es un país donde lo provisional se hace permanente , don-


de lo que se planificó para unos días o, a lo sumo, para unas sem a-
nas, se convierte en algo para toda la vida. Aquí hay jefes enca rgados
a los que, después de muchísimos años, a nadie se le ha ocurrido da r-
les la titularidad. Hay puentes de emergencia que ya están a punto de
caerse de viejos, po rque hace tanto tiempo que los pusieron que ya la
gente los cree permanentes. Y lo peor es que a la mayoría de las pe r-
sonas eso le parece normal. Yo tiemblo, cuando pienso en esas c o-
sas, porque un país donde el absurdo dicta las normas, si no está
perdido, le falta poco.

P ADRE INVISIBLE

Arsenio tiene razón de no querer a su padre, porque en verdad


ese señor es casi un desconocido para él. Según me he enterado, A r-
senio casi nunca lo ve y eso que viven en la mi sma casa. Por la m a-
ñana, mientras él está en clases, el papá está durmiendo. En la tarde,
cuando el papá se levanta, él está haciendo tareas. Por la noche,
como el papá trabaja de guachimán –hace la vigilancia en una empr e-
sa petrolera–, menos lo ve. Ademá s, las guardias del papá no son
guardias normales, sino de doce, veinticuatro y treinta y seis horas
seguidas. Como el papá trabaja dos fines de semana sí y uno no y el
que no lo pasa metido en un bar de la avenida Nueva Gran ada, pues
el pobre muchacho rara vez lo ve y casi nunca habla con él. Uno e n-
tiende que ese señor trabaja para que los dos salgan adelante pero,
¿qué le cuesta darle un p oco de tiempo y de cariño al hijo?

LAS MAFI AS DEL CAMPO

Tú te vas al campo, huyendo de la locura de la ciudad, de esa


violencia que te salta a los ojos a cada instante, y allá la cosa está
peor. Allá existe una mafia de los granos, una mafia de las verd uras,
otra de las frutas, otra de las aves benefici adas. A un amigo mío le
pasó que se puso a criar gallinas sin el alimento que ahora le dan a
esos animales, hecho a base de harina de pescado, y, cuando un día
se le enfermaron de moquillo, no le quisieron vender las medicinas
porque él no compraba el alimento. Fue a varias venta de alimentos
para animales y como en tod os le exigían las facturas que demostr a-
ran que alimentaba sus gallinas con la harina esa, no pudo hacer nada
184
y perdió toda su cría en el curso de una sem ana.

UNA LAV ANDERÍ A AUTOMÁTICA DE DINERO

Uno ve en este país que la mayoría de la gente no tiene ni si-


quiera con qué comer pero, al mismo tiempo, ve que hay quienes se
gastan varios millones de bolívares en una fiesta, sólo para l ucirse
una noche ante sus amistades. Los pasajes en avión para viajar al e x-
terior están cada vez más caros y, sin embargo, lo s vuelos para todas
partes salen llenos. La prueba está en que tú llamas para reservar,
porque vas a un viaje de negocios o a representar al país en un co n-
greso, y no hay cupo. La moda es que las novias manden a hacer no
uno sino dos trajes y para la cerem onia de la noche de bodas se p o-
nen el que más les gusta. Tú cada día ves en la calle más automóviles
de lujo y te enteras que hay oficinas y casas que las alquilan en dól a-
res, que al cambio son una millonada, y hay quien las p aga. ¿Y todo
eso a qué se debe ? ¡¿Al petróleo?! ¡¿Al hierro?! ¡No, todo eso se d e-
be a que hemos pasado a ser uno de los principales países del mundo
donde se vive del lavado de dólares. Aquí hay una lavandería autom á-
tica de dinero del narcotráfico, que ni te cuento. Si no, fíjate en la
cantidad de bancos nuevos que han aparecido en los últimos años,
bancos nacionales y extranjeros: eso, en un país en crisis, sólo se e x-
plica con lo que te he dicho.
VERDE, CON PUNTICOS ROJOS Y BLANCOS

A veces parece que uno estuviera viviendo en una ca ricatura o en


una comedia de las que pasan por la televisión. Y es que así como pasó
en esa película que acabamos de ver, así mismo nos hizo mamá hace
como veinte o veinticinco años. Ella iba pasando por un almacén donde
había un remate de telas y compró u na pieza completa que estaba en
oferta y que era de color verde, con punticos rojos y blancos. Con esa
tela nos hizo un vestido a cada una de las niñas, otro para ella mi sma –eso
sí, diferentes modelos, menos mal–, media docena de pañuelos para
papá y media docena para José Vicente. Hizo, además, un cubrec amas
para la cama de ella y del viejo, una cortina para cada una de las cuatro
habitaciones, una cantidad enorme de pañitos de cocina, una b ufanda
para Yelitza, que es la más friolenta de mis he rmanas, y hasta un juego
de fundas para las almohadas de cada quien. Yo creo que si papá no
la hubiera amenazado con divorciarse si seguía, todavía estaría llena n-
do la casa con la maldita tela esa, que pare cía interminable.

ESTÉTICA Y ANTIESTÉTICA DE ANTONIO


185
Antonio decidió un día que él sólo iba a salir con mujeres feas
porque, según dijo, las mujeres feas se le entregaban complet amente,
no le exigían nada, no le ponían condiciones y, cuando él las buscaba,
las tenía disponibles a la hora que fuera, sin neces idad de casarse
con ellas, ni tener que disputárselas a nadie. El estaba ca nsado de
salir con mujeres bellas que le pedían de todo, lo obligaban a hacer lo
que a ellas les daba la gana, e ir adonde ellas querían. Y, mientras él
gastaba un dineral, ellas nunca estaban satisfechas, se mostraban
caprichosas y, si se descuidaba, hasta coqueteaban con otro. En
cambio, las feas le permiten hacer todo lo que él quiere, van donde él
las lleva, le dan dinero si lo necesita, y jamás le h acen una escena de
celos, porque saben que después de algo así él las puede aband onar.

DOÑA PERFECTA

Una de mis vecinas tiene cuatro hijos y, sin embargo, su casa


siempre está limpia y ordenada. Cocina que es una maravilla y ella
misma diseña y cose su ropa. Es bonita, delgada, y su ma rido es un
hombre muy casero y educado. Es la presidenta de la Sociedad de
Padres y Representantes del colegio de sus hijos y presidenta ta m-
bién de la Junta de Condominio del edificio donde ella vive, el que
está enfrente del nuestro. Por si fuera poco, ti ene una personalidad
que, dondequiera que llega, es el centro de atención y, según todo el
mundo, es una maravilla de mujer. Te soy franca: no la sopo rto.
EL CARNICERO EN EL QUIRÓFANO

Hace como cinco años estuvo aquí un joven que se pag aba los
estudios t rabajando en el día como carnicero, en una charcutería que
quedaba por Caricuao. Una tarde, cuando a él le correspondió el per ío-
do de sus prácticas hospitalarias, le tocó asistir a un parto y, apenas
entró al quirófano, se armó un escándalo porque la partu rienta lo co-
nocía y se puso a gritar nerviosamente: “¡El carnicero! ¡¿Qué hace
aquí el carnicero?!” “¡No dejen que me haga nada m alo!” Como nadie
sabía qué era lo que estaba pasando, porque él nunca nos había d i-
cho a qué se dedicaba para ganarse la vida, p asó un rato antes de
que pudiéramos aclarar el asunto. Pero, por poco, la pobre mujer tiene
un shock, creyendo que el carnicero estaba allí para hacerle d año a
ella o a su bebé.

SI LA OBRA SE CAE

La única manera de hacer que la gente se responsabilice por su


trabajo es la que usaba el General Juan Vicente Gómez cuando ma n-
186
daba a construir un puente. El día de la inauguración, mientras él e s-
taba arriba con su gabinete y con los invitados al acto de cortar la ci n-
ta, tanto los ingenieros como los maestros d e obra y los obreros
tenían que estar abajo, de manera que, si la obra se caía, los prim e-
ros muertos eran los que la habían construido. Si así hiciéramos con
el resto de las cosas, este país sería una tacita de oro. Date cuenta
cómo estarán de bien constru idos esos puentes que noventa o más
años después siguen en pie, buen itos y sanos, mientras muchos de
los que se han hecho en los últimos años se han caído con la primera
crecida de los ríos.

LO MÁS IMPORTANTE EN LA VIDA

A mí siempre me ha gustado camin ar y, entre los dieciocho y


los treinta años, pasaba mis vacaciones caminando. Mamá decía que
yo estaba loco y papá comentaba que mal no me debía ir porque todos
los años repetía esos viajes, uno en julio y otro en diciembre. Así c o-
nocí todo el país e incl uso recorrí parte de Colombia y del norte de
Brasil. Cada día caminaba entre 30 y 40 kilómetros y, aparte de los
paisajes increíbles que vi y de la gente que conocí, aprendí que cua l-
quier cosa, por simple que sea, puede convertirse en lo más importa n-
te en la vida de uno. Lo aprendí porque entonces –no lo vas a creer–,
lo más importante para mí era sentarme.
FESTÍN EN EL ALTAR MAYOR

No sé por qué impulso se me ocurrió entrar a la iglesia de Las


Mercedes y, cuando se me acostumbró la vista a la osc uridad, vi una
cosa de lo más insólita, algo que aunque lo est aba viendo no podía
creerlo: una señora decentemente vestida, que se veía que no era una
loca, ni una mendiga, estaba c omiéndose las flores del altar mayor.
En el momento en que yo entré, la señora estaba mirando hacia todos
los lados y no me vio, porque me ocultaba una columna. Entonces
agarró unas gladiolas y unos claveles que est aban en el lado derecho
del altar, se los metió en la boca y los ma sticó a toda prisa. Después
arrasó con unas rosas y u nas margaritas que estaban al otro lado y,
cuando terminó su banquete, pasó por la pila de agua bendita y se bebió
varios sorbos. Ahí fue que yo me di cuenta del hambre que se está
pasando en este país.

187
Memoria

“Son perlas resbaladizas, ensa rtadas en un hilo de seda, notas


de una melodía que fluyen de la boca invisible”. Gustav Meyrink. El
Gólem.

188
SOUVENIRES AMBULANTES

Los jóvenes de ahora la miran a uno con asombro, cuando se


enteran que uno vivió y era una adolescente en la época de Elvis
Presley y los Beatles. Además, me he d ado cuenta de que muchos de
ellos sienten nostalgia por esa época. Pero no una nostalgia igual a la
nuestra, porque ellos no vivieron ese momento, sino una nostalgia
prefabricada, artificial y, por s upuesto, muy superficial. Es ese tipo de
nostalgia que inventan los comerciantes para vender c omo antigüedad
o como objeto de culto lo que hasta ayer se co nsideraba viejo y nadie
quería. Un día de estos sacan una ley que permita la venta de pers o-
nas como souvenires o como a rtículos de época y seguro que alguien
hace el gran negocio de su vida, ve ndiendo a quienes como tú o como
yo vivimos en los años Sesenta.

EL PRIMER DELINCUENTE DE CARACAS

El primer delincuente que tuvo esta ciudad fue nada m enos que
su propio fundador, Diego de Losada. El otro día leí que Losada
189
montó un juicio fraudulento contra el cacique Guaicaipuro y libró co n-
tra él una orden de aprehensión, siendo que ambas cosas eran ileg a-
les, pues Guaicaipuro no era súbdito español y no estaba bajo su j u-
risdicción. Por eso, se podría decir que lo de la delincuencia
organizada –y, por supuesto, también la deso rganizada–, que pulula
en esta ciudad, es congénita.

EN LOS REGISTROS AKÁSHICOS

T o d o l o qu e e s y t o d o lo q u e s u ce d e , a b so l u t a m e n t e t o d o lo
q u e p a sa , h a p a sa d o y va a p a s a r e n e s t a vi d a , e st á e s c r i t o e n a l -
g o q u e s e l l a m a lo s “ r e g i s t r o s a k á sh i c o s ”. L o q u e s u c e d ió , l o q u e
e s t á s u c e d ie n d o y l o q u e va a s u c e d e r , ya t o d o e st á a n o t a d o a h í y
n o h a y m a n e r a d e c a m b i a r l o . U n o t ie n e q u e a d e cu a r se a e s o , t e n e r
c o n c ie n c i a d e q u e l o q u e e s t á p a sa n d o e s a s í y n o p u e d e se r d e
o t r a m a n e r a , a m e n o s q u e e s t é e sc r i t o q u e u n o l o d e b a ca m b ia r.
I n c lu s o e st a r e ve l a c i ó n q u e t e e st o y h a c i e n d o ya e s t á e s c r i t a . S i yo
m e l e d e c l a ro a u n a m u j e r, e s o t a m b ié n e st á e sc r i t o , in c l u s o co n
l a s p a l a b ra s q u e yo c re a q u e e s t o y in ve n t a n d o e n e se m o m e n t o . S i
yo e s c r i b o u n p o e m a , e se p o e m a e s t á e sc r i t o e n e s o s r e g i s t ro s
a k á sh i co s y yo l o q u e h a g o e s p e n e t r a r a e se l u g a r co n m i m e n t e y
c o p ia r l o .
EL NAZ ARENO DE S AN P ABLO

Esa imagen, la del Nazareno de San Pablo, que está en la iglesia


de Santa Teresa, tiene su historia. En 1696, creo, después de año y m e-
dio de estar todo el mundo con peste aquí en Caracas, a alguien se le
ocurrió pasear al Nazareno en procesión, para pedirle a Dios que ac abara
con la epidemia. Cuando la procesión iba por la que hoy es la esqu ina de
Miracielos, para evitar un hueco que había en la calle, los que ll evaban la
imagen se subieron a la acera y la cruz se enganchó en un limonero.
Cuando trataron de zafarla, empezaron a ca er limones. Algunas personas
los recogieron, se los dieron a los enfermos y los enfe rmos, que por lo
visto lo que necesitaban era vitamina C, se curaron. Con ese rem edio tan
simple se acabó la epidemia de peste. Desde entonces, al Naz areno de
San Pablo lo veneran como la imagen más milagrosa de la ci udad.

MI MAESTRA DE TERCER GRADO

Tengo muy buenos recuerdos de mi maestra de tercer grado po r-


que, como a mí me tocaba sentarme frente a ella, cuando ella se se ntaba
190
o se paraba me mostraba directamente las pantaletas. Ella usaba falda y,
cuando se sentaba, cruzaba las piernas y yo le veía hasta el alma. T o-
davía me acuerdo que el color de sus pantaletas dependía del día: amar i-
llas los lunes, azules los martes, rosadas los miércoles, verdes los jueves y
blancas los viernes. A mí me gustaban mucho los viernes, no sólo po rque
al día siguiente no había clases, sino porque las pantaletas blancas le
transparentaban el pubis y algunas veces, con un poco de atención y yo
diría que hasta de imaginación, se le veía la raja. Ella tenía unas piernas
delgaditas abajo y rellenitas en los muslos y sabía que yo la miraba, que
yo estaba pendiente de su cuerpo, y creo que hasta le gustaba que lo
hiciera porque, cuando veía que yo enfocaba mis ojos hacia sus piernas,
las abría. Lamentablemente, yo entonces era muy inocente –¡apenas tenía
nueve años!–, y nunca hicimos nada. Y de que yo le gustaba, eso era s e-
guro porque, en las fiestas, me abrazaba y me apurruñaba contra ella, a
cada rato me rozaba con las caderas, me ponía la cara sobre sus pechos,
y me besaba las mejillas, el pelo y la frente. Dos veces me pidió que me
quedara un momento al terminar las clases y en las dos ocasiones me
besó en los labios, según ella, para enseñarme a besar a las mujeres.
Además, cada vez que veía a mi mamá, le decía que yo era su osito de
peluche.

LOS MUERTOS AÚN ANDAN POR LA CAS A

Nosotros estamos acostumbrados a hablar de los muertos como


si todavía anduvieran por la casa, porque ¿qué sabes tú si todavía
están ahí, mirando lo que haces o de jas de hacer? Yo, por ejemplo, he
entrado muchas veces sola en la casa y he sentido que hay alguien
más, alguien a quien no veo... A veces no es una sola presencia, sino
que son varias las que siento y yo hasta les he dirig ido la palabra. Y,
no sé, ha habido veces en que me ha parec ido que me contestaban, no
con una voz por fuera como nosotros los vivos, sino con unas p alabras
que me corren por la mente y el corazón, como la cinta de un gr abador.

RAZÓN TENI A EL LIBERTADOR

Razón tenía el Libertador cuan do, en sus últimas palabras, dijo


que si su muerte contribuía a que cesaran los partidos y se consolid a-
ra la unión, él bajaría tranquilo al sepulcro. Él sabía lo que son los
partidos políticos, que lo que hacen es dividir los intereses nacion a-
les. Sabía también que en los partidos la gente lo que busca es el
poder y el bienestar personal, no el bienestar del país. Tan es así
que, aunque los sueldos en los cargos de gobierno son relativamente
bajos, sobran aspirantes a ejercerlos. Y claro, cómo no va a quer er la
gente enchufarse en ellos, si la mayoría de los que nos han gobern a-
do entraron pobres al gobierno y han salido mult imillonarios.
191

LAS LUCESITAS DE UN PUERTO

Si uno supiera cuándo es la última vez que va a ver a una pe r-


sona, uno se fijaría muy bien cómo era, para no olvidar nunca su cara,
sus gestos, su voz. Cuántas veces uno ha visto superficialmente a a l-
guien que quiere y después no vuelve a ver más nunca a esa pe rsona
porque o se muere o se muda o se va del país. Con el tiempo, uno se
va olvidando de ella, hasta que su imagen se apaga en la m emoria,
igual que las lucecitas de un puerto, cuando uno se aleja en un barco.

COS AS QUE A UNO J AMÁS SE LE OLVIDAN

Hay cosas que a uno jamás se le olvidan, aunque hayan sido b a-


nales e intrascendentes. A m í jamás se me ha olvidado una much acha
que vi una vez, en una carnicería de la avenida Los Jabillos. Ella est aba
comprando y, en el momento en que yo iba pasando, pegó un ve ntarrón
y le levantó la falda, hasta taparle la cara. Yo jamás he vuelto a ver unas
piernas como las de esa muchacha, ni un trasero tan redond ito, tan bien
proporcionado. Yo me quedé mirándola y ella se dio cuenta de que la
había visto y se sonrió y, para mí, eso se me ha quedado grabado, i n-
cluso por encima de la escena de aquella pelícu la en la que a Marilyn
Monroe se le sube la falda, mientras le da el aire desde ab ajo.
CELOSO

Desde que lo conozco, Raúl siempre ha sido así, tremendamente


celoso. Con decirte que una noche soñó con Nicolás –el novio que yo tuve
antes de casarme con él–, y se despertó en la madrugada hecho una f uria,
enojadísimo conmigo, diciéndome que si él había si ntonizado a ese tipo en
un sueño era porque el inconsciente le estaba avisando que se cu idara de
él. Después no me dejó seguir durmiendo y me montó un interr ogatorio que
ríete de la policía. Me preguntó que cuándo había sido la últ ima vez que yo
había visto a Nicolás, que qué le había dicho y qué me había dicho él, que
dónde nos habíamos encontrado y todo lo que se le vino a la cabeza, hasta
que amaneció. Ese día no comió, no me habló, pasó la siguiente noche en
vela, y todavía, una semana después, cada vez que me dirigía la mirada,
yo sentía que mentalmente me estaba picando en pedacitos.

LA BECA

¡Ah, no, vale, tú no puedes seguir con eso de que hoy te dan la
beca para irte a Alemania y mañana no! Si la cosa sigue así, vas a t e-
192
ner que hacer como el tipo que llegó una vez do nde Guzmán Blanco,
cuando Antonio Guzmán Blanco era presidente de la Repúbl ica, y le
pidió una ayuda económica para irse a estudiar a Fra ncia, porque él y
que era pintor. Ese día Guzmán estaba molesto y le soltó al tipo cua n-
to insulto le vino a la cabeza. Pero el supuesto pintor se quedó call a-
do y dejó que Guzmán Blanco se cansara de echar sapos y cul ebras.
Y como él sabía que a Guzmán lo q ue más le gustaba era que lo co m-
pararan con Simón Bolívar, se levantó de donde estaba sentado y dijo:
“¡Caramba, general: hasta en el carácter se parece usted al Libert a-
dor!”. Y ahí mismo Guzmán Blanco ordenó que le conc edieran la beca.

VI AJE POR EL SUBCONSCIENTE

¡No me vuelvo a mudar de casa más nunca! ¡Quedé traumatiz a-


da con la última mudanza! No sé de dónde salieron tantas c osas que
yo creía que ya no existían, que estaban destruidas, olvid adas, pero
que a la hora de embalar estaban ahí, esperando qu e yo me las lleva-
ra. Cartas, fotos de gente cuyo nombre ya no me acord aba, regalos
que jamás quise usar ni ver y hasta cabos de vela, había c omo quince
cabos de vela. Cuando terminé de embalar todo ese cach ivachero, no
sólo sentí que no debía volverme a in volucrar en otra m udanza, en lo
que me resta de vida, sino que me pareció que había asistido a una
exhibición de todas aquellas cosas que alguna vez ha bían formado
parte de mi existencia. Mi hermano, que es psicoanalista, me dijo que
mi mudanza había sido como un viaje por el subconscie nte.
Alfabeto

“Los sonidos recobraron prominencia. No era tanto que yo qu i-


siese oírlos; más bien tenían un modo de forzarme a co ncentrarme en
ellos”. Carlos Castaneda. Una Realidad Aparte .

193
ASÍ NO LLEG AMOS A NI NGUNA P ARTE

En este país nunca se podrá hacer ningún trabajo científico


mientras las palabras no digan lo que tienen que decir. En Inglat erra,
en Alemania, en Estados Unidos, en Japón –y por eso ellos son du e-
ños de medio mundo –, todo funciona con lógica, empezando por el
lenguaje. Tú, en inglés, dices “bird” y es “bird”, más nada. Aquí, en
cambio, dices “pájaro” y empi ezan las sonrisitas, los golpecitos con el
codo, las preguntas: “¿Tú estás hablando del ‘pájaro pájaro’ o del
‘pájaro’”. Y así la ciencia n o progresa. Tú no puedes, ni entre colegas,
hablar de “bola”, de algo que se coge, que se mete o que se saca. No
puedes decir “la cosa” y menos “la cosita”, porque eso ya es motivo de
guasa. El otro día, a un profesor amigo mío que da clases de historia
en bachillerato, en un liceo de La California, se le ocurrió preguntar
en una clase si alguien sabía algo del huevo de Colón y, claro, ahí
mismo le preguntaron, empezando por las muchachas, que de cuál de
los dos. Así no llegamos a ninguna pa rte.

UNA TEMPORADA EN “EL INFIERNO”


194
Yo t rabajé una temporada ahí, en “El Inf ierno”, cuando nada
más era un re staurant de mala muerte. Yo f ui mesonero durante tres
años y medio. Y aguanté todo ese tiempo porque algunos clie ntes
daban muy buenas propinas. Había, eso sí, mucha bebida: cor rían
vinos, brandys, wh iskies y rones hasta por debajo de la mesa porque,
como la comida era mala, la disimulaban con aguardiente en cantid a-
des industriales y con unas mujeres que bailaban hasta quedarse
desnudas. El nombre se lo pusie ron porque siempre esta ba dañado el
aire aco ndicionado y, apenas asomabas la cabeza dentro, ya sent ías
un vaporón, como si estuvieras entra ndo en alguna de las pailas del
inf ierno.

UN BUEN P ADRE

En otro país, ese hombre estaría preso por pegarle así a ese
niño, pero aquí hasta se le considera un buen padre porque, según la
gente, pegándole demuestra que se preocupa por él. La semana p a-
sada se lo tuvieron que quitar entre dos vecinos, porque el niño est a-
ba en un sólo grito y tenía los cachetes hinchados y m oretones por
todo el cuerpo. Ayer, dice el niño, el papá llegó enojado del trabajo y,
apenas lo vio, le dio una bofetada. Y no conforme con eso, en lo que
la criatura cayó al suelo, le dio una patada en las costillas. Menos mal
que en la casa estaba de vis ita un compadre, que fue quien resc ató al
niño del suelo, porque si no ese salvaje lo hubiera matado. Yo me
pregunto: ¿para qué una persona así tiene hijos? ¿P ara desquitarse
con ellos de lo mal que lo ha tratado la v ida?

OTRO SIMÓN BOLÍV AR

El que fue otro Simón Bolívar fue el Che Guevara, el doctor E r-


nesto Guevara. Cuentan que, aunque él sufría de asma y andaba de
guerrillero por ahí, por Los Andes, como en una campaña adm irable,
si había un compañero temblando de frío, él se quitaba el poncho y se
lo daba. Si hubiera sido un ho mbre egoísta, se hubiera quedado en
Cuba a gozar de la revol ución que ayudó a hacer. Pero él sabía que la
gente de otros países también necesitaba una rev olución y se fue a
hacerla a Bolivia. Y allá lo mataron como a un perro y e xhibieron su
cadáver, como un trofeo de caza. Pero así son los hombres despre n-
didos, los hombres verdad eros, los hombres que hacen que el mundo
siga adelante: para ellos, la patria es el mundo y no como para nos o-
tros que es, a veces un país, a veces un ter ritorio, y casi siempre no
más que la casa o la habitación donde malvivimos.

195
EN CONTRA DE LAS CLASES ABURRIDAS

Siempre he estado en contra de las clases aburridas, no sólo


ahora, sino desde que era estudiante. Por eso, en todos mis cursos
trato siempre de introducir un elemento lúdico, algo que haga inolv i-
dables mis clases. En este semestre se me ocurrió algo que a los e s-
tudiantes les parece buenísimo y que a mí me sirve p ara mantener la
disciplina. Si vieras cómo me respetan ahora... Cl aro, el primer día,
cuando yo toqué el silbato y le saqué tarjeta am arilla a un alumno que
estaba hablando mucho en la clase, t odos se quedaron sorprendidos.
Al rato, le saqué tarjeta roja a otro que no hacía sino molestar y sab o-
tear mis explicaciones. A ese lo expul sé del salón no sólo por esa cl a-
se, sino también por la siguiente. A partir de ese momento ha aume n-
tado la asistencia a mis clases, todos me ponen atención y no hay uno
solo que no me entregue a tiempo los trabajos que mando a h acer en
la casa.

ÉL NO QUIERE NADA CON SU MUJER

Ese hombre sufre mucho porque para él el divorcio es un pec a-


do mortal. Él no quiere nada con su mujer pero pasan y pasan los
años y nunca se lo ha dicho. El, para no verla, se mete en t odo lo que
puede, en negocios, reuniones, curso s, talleres, lo que sea. Tú te p o-
nes a hablar con él y él se queda contigo hasta la hora más tarde que
pueda... Ah, ¿tú también te has dado cuenta? Con la inseguridad que
hay por estos lados, ese hombre prefiere estar en la calle, arriesgá n-
dose a que lo asalten o le den una puñ alada, antes que estar en su
casa, con su mujer. Yo lo he visto en la calle por ahí como a las once,
once y media, dando tiempo a que le ll egue el sueño. Yo me imagino
que ese, en lo que llega a su casa, ya encue ntra a la mujer dormid a y
se mete en la cama rapidito. Y me figuro también que, estando ahí,
se olvida de que la tiene al lado, hasta el día siguiente. Según he s a-
bido, él ni le habla, ni la mira, ni mucho menos la toca.

PREP ARÁNDOSE P ARA UN SUEÑITO

Cuando murió Cristóbal, a mí me entró una tristeza muy gra n-


de. Ese sí que era un jodedor, un echador de vainas increíble. La ta r-
de en que murió, como tres horas y media antes de morirse, e stuvo
lúcido y me mandó a llamar. Yo sabía, porque el médico nos lo había
dicho, que ya estaba agonizando y que no pasaba de esa noche. Yo
me acerqué a la cama y él me vio. Como no sabía qué decirle, le pr e-
gunté cómo estaba y me dijo: “Aquí estoy, preparándome para un su e-
ñito”. Entonces, cerró los ojos y perdió el conocimiento, hasta que se
196
murió varias horas después.

MES A P ARA DOS

A mi hermana Lupe le pasa cada cosa... Parece que vivi era en


una serie de televisión cómica, de esas donde a cada momento su e-
nan unas risas grabadas. Sin ir más lejos, la semana antepasada, te n-
ía cita con el médico a primera hora de la tarde y decidió ir en su c a-
rro, manejando ella misma, hasta la clínica. En el camino, llamó a
Pablo, su esposo, al celular, y le propuso que almorzaran en un re s-
taurante que queda a media cuadra de la clínica. Como en ese m o-
mento él iba saliendo de su trabajo, quedaron a encontrarse en el re s-
taurante. Cuando mi hermana llegó, el camarero le preguntó si iba a
comer sola y ella le contestó: “No, dentro de unos minutos seremos
dos”. Al pobre hombre casi se le salen los ojos del susto porq ue resul-
ta que mi hermana está embarazada de ocho meses, entrando ya a los
nueve, y se espera que dé a luz la sem ana que viene.

“S ANSÓN”

Lo que me han contado de mi tío Dagoberto, el hermano de mi


mamá, es que era una bestia, un tipo alto, cuadrado, co n músculos
hasta en las orejas, que, cuando contraía los brazos, parecía que te nía
un muchachito acostado en cada uno. Le decían “Sansón” y, según he
oído contar, era capaz de levantar un carro, alzándolo por el parach o-
ques. Yo no lo conocí, él murió un añ o y medio antes de yo nacer, p e-
ro en las fotos que mamá tiene guardadas, se ve que era un hombrón.
En una, por cierto, mi abuela y mi mamá están colgadas cada una de
un brazo y él tiene una sonrisa que le ocupa media cara. Mi tío Dag o-
berto murió trágicame nte, en una emboscada que le tendió el marido
de una mujer que se había vuelto loca por él. El hombre lo esperó una
noche, a eso de las diez, con cuatro amigos, en una calle cercana a
Puente Hierro, donde estaba viviendo la mujer, y, apenas lo vieron, se
le fueron encima. Sin cruzar palabras, lo rodearon y, antes de que p u-
diera reaccionar o, por lo menos, gritar pidiendo auxilio, le vaciaron
los cargadores de las pistolas que llevaban. A mamá la he oído contar
varias veces que le metieron veinticinco balas en el cuerpo y, aún así,
tardó una semana en mori rse.

CADA VEZ HAY MENOS GENTE CON QUIEN HABLAR

Cada vez hay menos gente con quien hablar en este país. Es i m-
presionante la imbecilidad y la brutalidad de las personas que lo rod ean
197
a uno... Y lo peor es que, en vez de disminuir el número, todos los días
aumenta. A la gente no le interesan las cosas importantes, sino t odo lo
que es banal, superficial, farandulesco. Uno siente como si se le est u-
viera reblandeciendo el coco o secando la materia gris a la gen te. A ese
paso, no sé a dónde iremos a llegar, ni en qué nos iremos a conve rtir.

ESO FUE TODO

Esta mañana, venía yo por la Plaza Altamira, cuando sentí que


un hombre se me venía acercando. Yo traía mi cartera bajo el br azo,
bien agarrada, pero en eso me di cuenta de que el hombre estaba d e-
masiado cerca, di un brinco y me quité de su trayectoria. El ho mbre, un
señor que parece que iba para su trabajo, también se asustó, cua ndo
yo hice ese movimiento brusco, y retrocedió. Como me di cuenta de
que no estaba pasando nada, le dije que me disculpara pero que, con
la cantidad de ladrones que había sueltos en Caracas, debía tener cu i-
dado de no acercársele demasiado a la gente, porque lo podían co n-
fundir con uno. El señor, muy educado, me dijo que lo discu lpara, que
yo tenía razón, pero que él venía distraído. Y eso fue todo.

CONSIDÉRENLO UN PRÉSTAMO

¡Señoras y señores pasajeros! ¡Por favor, quiero que me po n-


gan un poquito de atención, si son tan amables! ¡Mi nombre tal vez no
les diga nada, porque todavía soy un don nadie! ¡Yo me llamo Teoli n-
do Sánchez, tengo veinte años y soy estudiante de medicina! ¡Periód i-
camente, sufro de ataques de epilepsia y por eso no puedo trab ajar!
¡Yo estoy estudiando, porque quiero llegar a ser alguien en la vida,
quiero ver si pued o curarme de mi enfermedad y pu edo curar a otros
de sus males! ¡Los ataques de epilepsia no me dejan trabajar, aunque
quiera! ¡Si ustedes pu eden y quieren contribuir con cualquier cosa, de
diez bolívares para arriba, yo se los agradezco en el alma! ¡Hoy po r
mí y mañana por ti! ¡Ahora mismo voy a pasar por sus asientos y u s-
tedes dan lo que puedan, en la medida de sus posibilidades! ¡Co n-
sidérenlo un préstamo, un préstamo que yo espero devolverles algún
día con creces! ¡Muchas gracias y que Dios se los pague!

ROS ALINDA ERA UN ACURE

En mi barrio no había mujeres bellas, ni siquiera regula rmente


bellas, pero uno, con el tiempo, se iba acostumbrando a verlas, hasta
que un día empezaba a descubrirles dones ocultos y llegaban a gu s-
tarle. Una de esas era Rosalind a, una muchacha muy d ecente, no muy
bonita, nada de un monumento de esos que hacen comerciales de t e-
198
levisión y salen en los afiches, sino una muchacha común y corrie nte,
aceptable de cara y de cuerpo, que tenía una sonrisa muy agrad able.
Rosalinda fue mi p rimera mujer, cuando los dos teníamos diec inueve
años, y la tuve que dejar como a los veintitrés porque esa ch ica era
un acure: uno se la cogía una noche y ahí mismo e staba preñada, y no
de un muchacho como las demás mujeres, sino de dos y hasta de tres.
Menos mal que no tenía miedo de abortar y estando conmigo abortó
cuatro veces: dos veces trillizos y dos veces morochos. Si toda esa
muchachera hubiera nacido, yo hubiera tenido con ella nada hijos.

EL MEJOR ESCONDITE

Mi esposa nunca me había mostrado d ónde guardaba sus ah o-


rros pero el otro día yo necesité algo de dinero efectivo y fue ha sta La
Biblia que tenemos en la biblioteca de la sala y, abriéndola, me dijo:
“Aquí guardo yo el dinero del gasto diario, porque éste es el mejor e s-
condite del mundo. Na die que abra La Biblia lo hace con la idea de
robar y a nadie que vaya a robar se le oc urre abrir La Biblia”.

UN BOLÍV AR P ARA IR A GUARENAS

Desde hace más o menos veinticinco años esa mujer anda por
ahí, pidiendo un bolívar para completar un pasaje e ir a Guarenas, y,
desde entonces, veo yo a la gente cayendo con ese cuento, así que tú
no eres el primero ni serás el último. Pero resulta que esa mujer es
dueña de dos edificios en Boleíta y tiene su buena quinta por El Hat i-
llo, donde viven ella, su marid o -que nunca ha trabajado en la vida y
fue quien le dio la idea de hacer lo que hace -, y los cuatro hijos que
tienen, ninguno de los cuales da golpe, ni estudia. A fuerza de pedir
ese bolívar, que a todo el mundo le parece poco y por eso nadie se lo
niega, ella tiene más dinero que tú y yo ju ntos pelos en la cabeza.

EL PUNTO DE VISTA DE UNA HORMIG A

Una vez, el profesor Márquez Pérez, aquel que nos daba Cast e-
llano y Literatura en tercer año, dijo en una clase que nosotros los
humanos siempre veíamos las cosas desde nuestro pu nto de vista y
que por eso no teníamos consideración hacia ninguna otra especie
animal ni vegetal. Más adelante dijo que, con esa actitud, práctic a-
mente estábamos destruyendo el mundo. Yo no entendí bien aquello
y, cuando salimos de clases, le pedí que me explicara eso del punto
de vista. Entonces me puso como ejemplo el punto de vista de una
hormiga. Márquez Pérez dijo que, para nosotros, los animales peligr o-
199
sos eran las fieras, en tanto los inofensivos eran los domésticos. En
cambio, para una hormiga, las cosas eran al contrario. Para ella se rían
peligrosos el pato, el ganso y la gall ina, e inofensivos el tigre, el león,
el oso y la serpiente.

YO QUERÍ A DECIRLE ALGO

La otra tarde, después de almuerzo, mientras esperaba el a s-


censor para subir a mi oficina, llegó una mujer espectacular, de esas
que parecen labradas a mano por un orfebre o un joyero muy d elicado.
Yo quería decirle algo, pero no se me ocurría nada para llamar su
atención. Pensé usar aquel viejo piropo “¿Qué estará pas ando en el
cielo, que los ángeles están baja ndo?”, pero me pareció pasado de
moda. Empecé a preparar una frase m emorable, como “Mientras suba
el ascensor, pensaré que estoy subiendo al cielo”, pero me di cuenta
de que estaba comparando a la mujer con la mu erte. Decirle “Señorita,
usted está como para comérsela viva” me pareció muy burdo y soltarle
algo como “Sufro de claustrofobia. Si me asfixiara en el ascensor,
¿usted me daría respiración artificial?”, me lució que no era para una
mujer como esa. En ese m omento, llegó el ascensor y entramos. Yo
seguí pensando pero nada de lo que se me ocurría me gustaba y,
cuando ella fue a salir en el piso seis, le dije lo primero que me vino a
la cabeza: “Gracias por permitirme compartir con usted dos minutos de
su vida”. Ella se volvió y sonrió y por poco no se me caen los pantal o-
nes. “Es usted muy amable”, dijo, y después añadió: “Y también el
primero que entra a solas conmigo en un ascensor y no me dice una
gro se ría . S e lo a gr a d e zco ”. E n e se mo m en t o, se ce rró e l a sce n s o r y
m e p a re ció ve r qu e m e ha b ía gu iñ a do u n o jo . Yo lle gu é a la of icin a
y, a n t e s d e qu e mi se cre t a ria o m i a sist e n t e se d ie ra n cu e n t a to mé
e l p a lt ó y b a jé a e sp e ra r qu e sa lie ra . P e ro e stu ve e sp e ra nd o ha sta
la s o ch o d e la n o ch e y n a d a qu e b a jó . He p re gu nt a d o p o r e lla en e l
p iso se is p e ro n a die la co n o ce . ¿S e rá qu e la so lt e ría m e t ie ne vie n -
d o visio n e s?

VENDO ROP A, TALLAS GRANDES

Hace unos meses puse un aviso en el periódico que decía:


“Perdí 25 kilos. Vendo toda mi ropa como nueva. Tallas grandes”.
¿Puedes creer que aunque repetí el anuncio durante una semana y
recibí más de seiscientas llamadas, no ve ndí ni una blusa, ni un solo
vestido? Todas las personas que llamaron lo hicieron nada más que
para preguntarme cómo había hecho para perder veint icinco kilos.

UN P ALO DE MUJER
200

Gustavo sí tuvo suerte a la hora de escoger compañera, porque


hay que ver que le tocó un palo de mujer. Evelyn está dedic ada a él y
a los niños todo el santo día y tú nunca la ves ni la oyes quejándose,
como el resto de las mujeres . Gustavo llega a su casa y Evelyn lo está
esperando con la comida caliente, los niños limpiecitos y la casa r e-
lumbrosita. Ella le quita los zapatos, le pone las pantuflas, le prep ara
un coctelito y le prende la televisión. El se la trajo de los Andes –la
conoció cuando estuvo trabajando en el T áchira–, y desde entonces,
hace como siete años, esa mujer no le ha dado el menor disgusto. Y
te digo una cosa: para ella no hay más nada impo rtante en el mundo
que él.

LA MUERTE DEL GUERRERO

La de Hans ha sido la peor muerte de la que yo he tenido not i-


cia. El peleó en las dos guerras mundiales como aviador alemán y s o-
brevivió a seis caídas. En la última, su paracaídas lo hizo caer en t e-
rritorio de los aliados y fue prisionero de los franceses dura nte año y
medio. Después, cuando se vino a América, el barco en que viajaba se
topó con una tormenta y se hundió y él se salvó de milagro. Aquí, en
Venezuela, con un todoterreno que logró traer de Alemania, años más
tarde, se fue una noche por un barranco, porque se quedó dormido
manejando, y no le pasó nada ni a él ni al todoterreno, que era bli n-
dado. Y qué cosa tan increíble, se cuenta y no se cree: ese hombre,
que parecía de hierro, se murió patinando. Una n oche, en vísperas de
la Navidad, ahí, en Los Próceres, fue a pa tinar con un grupo de am i-
gos y amigas de por aquí, del b arrio, y apenas bajó del carro en que
fueron, se resbaló. Cuando cayó, pegó la cabeza contra la acera y
murió en el acto.

A LAS CUATRO Y MEDI A DE LA MADRUG ADA

La que me pasó esta mañana fue de cog er palco: yo andaba


por Terrazas del Club Hípico, donde fui a llevar a una señora que,
según me pareció, venía de ponerle los cuernos al marido. Cuando
venía de regreso, a la altura del Centro Comercial Humboldt, me det u-
vo un hombre bien vestido, que me pi dió que llevara a La Campiña.
Pero cuando íbamos por la autopista, el hombre sacó una pistola y me
dijo que le entregara todo el dinero que cargara. Y yo no sé de donde
me salió tanta valentía y le dije, más o menos con estas mismas pal a-
bras: “Mire, amigo, a esta hora, el que trabaja lo hace por pura nec e-
sidad. ¿Usted cree que si yo no tuviera n ecesidad, andaría manejando
un taxi de madrugada, en una ci udad que, sin ánimo de ofender, está
201
tan llena de ladrones y crim inales? Yo tengo seis hijos y dos mujeres
y tengo que estar pegado a este volante desde las ocho de la noche
hasta la seis de la mañana. M ire la hora que es -las cuatro y media - y
no he hecho gran cosa. Vea usted mismo mis bolsillos, vea mi cart era.
No me eche esta vaina y dejemos este asalto par a otro día, ¿sí...? Si
usted quiere, yo lo llevo hasta donde me dijo y no le cobro nada. Yo
entiendo su pobreza, pero entienda usted también la mía”. El hombre
se quedó pensativo y, después de guardarse la pistola, me dijo que lo
perdonara, que él también estaba trabajando para mantener a su m u-
jer y a sus dos hijas, y que una de las niñas sufría de parálisis cer e-
bral. Entonces, se metió la mano en uno de los bolsillos de los pant a-
lones y sacó su billetera. Primero me mostró que no tenía dinero y
después me pidió que viera una foto de su hija. Ahí llegamos a un
acuerdo: convinimos en que yo le daba la mitad de lo que había pr o-
ducido y lo dejaba en Chacaíto, donde ya estábamos ll egando, y él me
dejaba ir en paz. Y así lo hicimos. Pero, cuando el hombre se b ajó, el
carro se me apagó. ¿Y tú sabes lo que hizo? Se devolvió, me regresó
mi dinero y me dijo: “Coño, compadre, tenga: usted no mer ece que yo
lo asalte”. Y se fue.

EN ESTOS AP ARTAMENTOS

¡¿A d ó n d e he mo s lle ga d o , Dio s m ío ?! ¡E n e st o s ap a rt am e nt os


d e m ie rd a qu e con st ru ye n a ho ra u no n o p ue de n i siqu ie ra e ru ct ar
p o rqu e se de sp ie rta n a su sta d o s t od os lo s n iñ o s d e l e d if icio , cre ye n -
d o qu e a n da ce rca e l Ho m b re Lo bo ! ¡P a re ce m e nt ira qu e u n o no
p u ed a silba r un a ca n ció n po rqu e e l silb id o le m o le sta a cua lqu i e ra
d e lo s ve cin o s! ¡U n o n o p u ed e m e te r u n cla vo e n u na pa re d , po rqu e
se ca en la s co sa s qu e t ie n en lo s ve cin o s a l ot ro la do ! ¡No p u ed e t e -
n e r la te le visió n en ce nd id a h a sta que le d é la ga n a , po rqu e am a n e -
ce d e sve la d o t od o e l e d if icio ! ¡S i yo h u b ie ra sa b ido e so , n i m e ca so
n i m e m et o e n una d eu d a d e ve in t e a ñ o s p a ra p a ga rlo , qu e ah o ra
m e p a re ce qu e n un ca f u e ra a sa lir de e lla ! ¡¿T ú cre e s qu e so n e x a -
ge ra cio n e s m ía s. . .? ! ¡Có m o se rán de d e lga d a s e st a s pa re d e s que la
o t ra no che yo e sta b a vie n d o e l n ot icie ro d e la m ed ian o che y, como
t e n ía m u ch o sue ñ o, a p a gu é e l t e le viso r y, a h í m ism o , e l ve c in o d e a l
la d o me re cla mó qu e n o lo h ab ía d e ja d o o ír u n a inf o rm a ció n qu e le
in t e re sab a !

IMAGÍNESE

Cuando estuve esta mañana, temprano, en el edificio de los tr i-


bunales, el ascensor al que entré no podía subir porque estaba sobr e-
cargado. Incluso las puertas no cerraban porque tres personas las e s-
taban obstaculizando. Un señor que había entrado antes que yo dijo:
202
“Que salgan los últimos que entraron”. Entonces esas tres pers onas
miraron hacia donde había salido la voz y dieron un paso atrás. Las
tres pusieron mala cara y una de ellas, una abogada gorda, que usa
una melena roja como un león de comiquitas, y que tiene años litiga n-
do, protestó porque, según dijo, tenía que estar dos minutos d espués
en el Decimotercero de Parroquia y la estaban obligando a qu edarse.
“No se moleste, doctora,” habló otra vez el que había pedido que s a-
lieran los últimos, “la situ ación pudo ser peor. Imagínese si en vez de
un ascensor, esto fuera un bote salvavidas y estuviéramos en medio
de un naufragio”.

Y LISTO

Yo no estoy de acuerdo con eso de darle de comer y ma ntener


a los presos. Ellos deberían ganarse la vida igual que los que estamos
libres po rque, si no, qué golilla. En lugar de un castigo, lo que reci ben
es un doble premio: no trabajar y que el Estado los ma ntenga. Muchos
de ellos tienen veinte o treinta entradas a la policía por diversos del i-
tos, desde atracos y violaciones hasta homicidios. Si yo fuera gobie r-
no, yo los pondría a trabajar en fábricas dentro de las mismas cárc e-
les, pero antes les diría: “¡Okey, ustedes están aquí po rque todo el
mundo puede equivocarse una vez en la vida, pero el que reincida lo
hago llevar a alta mar, para que se lo echen a los tibur ones!” Y listo,
así se acabaría el problema de la delincue ncia.
SOBREPROTEGIDA

Ahora me doy cuenta del mal que me hicieron mis padres, s o-


breprotegiéndome. Más de la mitad de los golpes que me he llev ado en
la vida los he recibido por no estar preparada para esperarlos. Yo veo a
otra gente, otras mujeres, que están mejor equipadas, mejor di spuestas
a enfrentar la vida, y tienen menos tem ores que yo. Y lo único que las
diferencia de mí es el simple hecho de que no haber sido sobreproteg i-
das. Yo, por ejemplo, nunca aprendí a nadar, porque a mi madre le da-
ba un ataque cada vez que me veía cerca del mar o de una piscina. No
aprendí a jugar ningún deporte porque ella siempre pens aba que me
podían dar un mal golpe, y no aprendí a tocar el piano po rque mi padre
decía que, para sobresalir, una mujer artista tenía que meterse en la
cama con cualquiera, y que él no me estaba criando y enviando a bu e-
nos colegios, para que yo terminara como una mer etriz.

LAS EMOCIONES DE LA VIDA

Luis Alberto se la pasaba quejándose de que la vida que él ll e-


203
vaba era una vida sin emociones, una vida rutinaria a más no poder.
Esa cantaleta la repetía una y otra vez, no sólo d elante de nosotros,
sino hasta delante de los clientes. Pero el otro día un cliente terminó
de comer y, en un descuido nuestro, salió c orriendo del restaurante.
Como estaba en una de las sillas al aire libre, no pudimos ag arrarlo y,
cuando salimos a perseguirlo, ya nos llevaba más o menos cincuenta
metros de ventaja. Sin e mbargo, como el hombre había comido en una
de sus mesas, Luis Alberto lo persigui ó hasta tres cuadras más allá de
donde nosotros abandonamos. Cuando regresó, Luis Alberto venía
molesto porque tenía que pagar todo lo que el hombre había consum i-
do. Pero, al recoger los platos vacíos, encontró que debajo estaba el
pago por lo consum ido, más una nota que decía: “Esto es para que
vea que la vida sí tiene emociones”.

NO ES BUENO SER TAN BUENO

Óigame: yo sé que ahorita usted no me va a entender pero


quiero que se grabe muy bien en la cabeza una cosa que le voy a d e-
cir por su bien. Yo lo he venido observando y me he dado cuenta de
que usted es tan pasado de bueno que la gente lo toma por pendejo.
Yo sé que de pendejo no tiene nada pero la gente es mala, la mayor
parte de la gente es mala. Hay gente aprovech adora, gente que está
con usted mientras tenga qué sacarle y hay gente malagradecida que,
por más que usted haga por ella, jamás va a estar satisfecha. Ambos
tipos de persona llegarán a odiarlo y a hablar mal de usted, el día que
usted decida no darles más nada. Le repito: yo quiero que no se le ol-
vide esto, que se lo grabe en la cabeza, no para ahora, sino para más
tarde, cuando a usted se le hayan aplacado los sent imientos: en esta
sociedad, no es bueno ser tan bueno.

INCENDICIDA

Déjame recordar... Cuando pasó eso del incendio yo tenía cerca


de once años... En esa época, yo me las daba de valiente pero le tenía
un miedo enorme a las cucarachas. Tan gra nde era ese miedo que un
día me estaba sirviendo un vaso de agua en la cocina y vi una c omo del
tamaño de un morrocoy, que se escondió detrás de la escoba. Yo agarré
un poco de aceite de comer y se lo eché con cuidado a la escoba y, c o-
mo me dio miedo de que la cucaracha se escapara hacia mis pies, hice
un círculo de aceite alrededor de la escoba. Después, encendí un fósf o-
ro y le prendí fuego a la escoba. Yo no me fijé que el aceite que había
echado en el suelo se había escurrido hacia el albañal, ni me acordé que
el albañal estaba al lado de la vitrina que mamá us aba como despensa,
que era de madera, y, claro, apenas le metí candela a aqu ello, saltó una
llamarada y, en menos de dos minutos, se incendió media cocina. Si no
204
llega a ser porque teníamos a la central de los bomberos cerca, no hubie-
ra quedado de la casa sino el recuerdo... Lo peor de todo es que, desde
entonces, no le tengo miedo a las cucarachas, sino fobia.

UN MORRALITO IGUAL AL QUE TIENE MI HIJO MENOR

En esta ciudad ya casi no queda por dónde caminar. La gente


que tiene automóvil se cree dueña del mundo y monta sus c acharros
en las aceras, los atraviesa en cualquier parte y convierte en estacio-
namiento hasta los parques públicos. Uno, el peatón, no tiene por
donde transitar. Yo vi el otro día, con estos ojos que se han de comer
la tierra, cómo atropellaban a un niño que salía del colegio donde e s-
tudian mis hijos. Y es que com o la acera estaba llena de carros est a-
cionados, el pobre tuvo que lanzarse al medio de la calle p ara seguir
rumbo a su casa y justo, en ese momento, venía uno a toda veloc idad,
pegadito de la acera, que lo atropelló y lo dejó muertecito en el acto.
No se me olvidará, por el resto de mis días, que el niño llevaba un m o-
rralito en la espalda, igual al que tiene mi hijo m enor.

TANTO ESCÁNDALO POR UNA AR AÑA

Eso no es nada nuevo: yo dejé de ir a ese restaurante hace


como un año –aunque le hacen mucha publicid ad por la radio y hasta
por la televisión–, porque un día fuimos con mi suegra, a celebrarle su
cumpleaños, y encontramos una araña muerta dentro de una pa ella. El
gerente me llamó aparte y me explicó que eso había sido un accide n-
te y que, para compe nsarnos, la comida del día iba por cuenta de la
casa. Pero yo estaba tan molesto que le dije que qué va, que yo pr e-
fería morirme de hambre que volver a comer ahí. El colmo lo p uso el
mesonero quien, cuando ya íbamos saliendo, comentó: “Tanto escá n-
dalo por una a raña, cuando yo he visto cosas peores en los pl atos y la
gente se las ha comido sin decir n ada”.

EL CEPILLO DE DIENTES DE MAMÁ

Parece un chiste de esos que salen en las revistas pero pasó


así: hace como cuatro meses estuvo mamá en casa y, como se nos
hizo tarde conversando, esa noche se quedó a dormir. Por la m añana,
cuando se iba, se olvidó de su cepillo de dientes y de una revista
Cosmopolitan que cargaba. Durante todo este tiempo, n osotros le
guardamos el cepillo pero la semana pasada Abilio tuvo ne cesidad de una
escobita pequeña o de un cepillo para limpiar unas piecitas de metal y
lo usó. Después de eso, lo guardó en su caja de herramie ntas. El caso
205
es que, el domingo pasado, Abilio estaba limpiando la tapa del carb u-
rador de la camioneta y se acord ó del cepillo y, como el apart amento
de nosotros da hacia el estacionamiento, me gritó desde abajo: “¡M a-
ritza: tráeme el cepillo de dientes de tu mamá para limpiar la tapa del
carburador!”. Y, te d igo: desde entonces, los vecinos nos ven con una
cara...

¿OKEY?

¡Una sola cosa te digo y es que no se te ocurra volver a ver a S a-


lomón, ¿okey...?! ¡Salomón nada más tiene y quiere a una m ujer y esa
soy yo, ¿okey...?! ¡Tú ya tuviste tu oportunidad y la perdiste, ni s iquiera
lo supiste retener con ese hijo que le diste, así que déjalo tranquilo,
déjalo rehacer su vida conmigo, que ya se las vio bastante negras cont i-
go, ¿okey...?! ¡Como vuelva yo a verte detrás suyo, tratando de que
vuelva contigo o tratando de sacarle más dinero del que él te pasa por la
pensión del niño, tú vas a ver la que te va a pasar, ¿okey...?! ¡Y te a d-
vierto una cosa: yo no repito mis amenazas, ¿okey...?! ¡¿Okey...?!

LA OTRA P AREJ A DEL LIBERTADO R

A mí me sucedió una cosa tan triste cuando estudiaba bachill e-


rato, que hay que ver los años que han pasado y a mí el dolor todavía
no se me ha ido del corazón. Yo estaba en el grupo de te atro del liceo
y al director se le ocurrió montar una obra sobre el Libert ador. Como
el que hacía de Bolívar y yo éramos novios, yo cr eía que el papel de
Manuelita Sáenz me lo iban a dar a mí. Pero no, se lo dieron a una
tipa que todo el tiempo, durante los ensayos, trató de darme e nvidia,
y, de verdad que me la dio, porque cada vez que ellos se bes aban, en
una escena que estaba como en la mitad de la obra, a mí me daban
ganas de ponerme a llorar. Y lloraba, cómo lloraba. Y lloré ta nto en
esos días que todavía me sie nto atada a ese sentimiento. Y eso que
ya no me acuerdo ni cómo se llamaba el novio que tuve en esa época.
Yo pienso en él y el nombre que se me v iene a la mente es “Simón
Bolívar”.

EL VELORIO DE TÍO HERMINIO

El tío que estamos velando es tío Herminio, el que nosotros


más queríamos. Según decía, él había inventado el chocolate c aliente,
el preservativo, el avión y la llave inglesa, entre otras c osas... El era
vendedor, pero no aquí, sino en varios estados del i nterior. El llenaba
su camioneta con todo lo que podía y se iba por ahí, por los pueblos
206
más escondidos que tú te puedas imaginar, y todo o casi todo lo que
vendía él decía que lo había inventado. La gente lo quería tanto que ya
ves cómo está la funeraria, no cabe un alma. La gente ha venido de
todas partes. Y eso no es todo: esta mañana, cuando traj imos para
acá el cuerpo, se descubrió que tío Herminio dejó dieciocho hijos n a-
turales –al menos, ese es el número de los que han llegado hasta ah o-
ra–, dieciocho hijos naturales en trece mujeres. Eso nos ha hecho
aplazar el entierro dos veces, en espera de que aparezcan más.

“CLAR A, GO HOME”

Las mujeres de servicio están hoy día tan difíciles q ue yo pre-


fiero que Marcelo se vaya de la casa, con todo y que es mi marido, y
no que se vaya Felicia, porque esa mujer es un tesoro, un regalo que
me mandó Dios. Antes de Felicia, pasó por aquí un desfile de m ujeres
de servicio, a cual peor. Hubo una que n o hacía nada y pasaba todo el
día mirando televisión. Veía todos los programas de cocina de la m a-
ñana y todas las telen ovelas de la tarde. Y, mientras tanto, la casa
estaba sucia, la comida sin hacerse y la ropa sin lavar ni planchar. V i-
no otra que, en tre s días que estuvo, se llevó toda la lencería y los
cubiertos y, cuando nos dimos cuenta, no teníamos con qué ve stir las
camas, ni cómo comer. Tuvimos una que limpiaba y cocinaba de m a-
ravillas y era muy honrada, pero fumaba mucho y nos tenía la casa
hedionda a tabaco. También estuvo una trinitaria llamada Clara, que
medía casi dos metros y apenas hablaba español. Clara aterror izaba a
los niños, porque ella traía uno de cuatro años al que le pegaba por
cualquier cosa. Yo misma no me atreví a despedirla y le p edí a Marce-
lo que lo hiciera. Como la mujer no quería irse, él se puso muy serio y
le dijo en inglés: “Clara, go home”. Sólo así agarró su hijo por el br azo
y salió dando un portazo.

EN CAR AC AS HAY SITIOS PEORES

Aquí en Caracas hay sitios peores que es e que tú dices. Por


sólo ponerte un ejemplo, uno de esos sitios es el barrio donde yo vivo.
Ahí hay un toque de queda permanente. Tú no puedes salir de spués
de las siete o siete y media de la noche porque si no te roban, te ag a-
rran los drogadictos y, si le s da la gana, te caen a golpes, te tiran por
un barranco y, si te descuidas, son capaces hasta de cogerte, no i m-
porta si eres mujer u hombre. Y no sería nada si te echaran una buena
cogida y tú te quedaras satisfecho, sino que, como están dr ogados,
cuando se van, te dejan todo go lpeado, escupiendo sangre y dientes
y, encima, mal cogido. A un amigo mío, que es medio marico –o mari-
co completo–, le pasó, y todavía no se ha recuperado de lo que él
considera un despilfarro de emociones y de semen.
207

MUESTRA DE V ANIDAD Y DE EGOCENTRISMO

Eso de hacer un escrito que después aparece con el no mbre de


otra persona y a uno no le ponen en la publicación ni siquiera un
agradecimiento, yo no lo vuelvo a hacer. Ya me pasó cuando tenía
veinte años, con un tipo que decía se r de izquierda y progr esista. Yo
militaba en un partido que, supuestamente, era “de izquierda” y, de s-
pués de entregar un escrito, el que lo recibió me d ijo que firmar lo que
yo había hecho era una muestra de vanidad y de egocentrismo. Me
informó que mi texto se iba a publicar en un libro como un producto
intelectual colectivo, algo que recogía el pensamiento del grupo. A mí
me pareció bien, porque yo todavía creía en el trabajo en equipo. Pero
un mes más tarde, cuando el libro salió a la calle, desc ubrí que el que
me había dicho que no lo firmara aparecía como el a utor de mi texto.

“LAS TRES HERMAN AS”

A la casa le tuvimos que poner ese nombre de “Las Tres He r-


manas” porque yo pensaba hacer como hace todo el mundo una co m-
binación con la primera sílaba del nombre de mis tres hijas, pero el
problema es que la mayor se llama Miriam, como la abuela, la mamá
de su papá. La segunda se llama Cumaná Del Valle, porque en la
época en que ella nació vivíamos allá, en el estado Sucre, y nos iba
muy bien, gracias al F avor de Dios y a la Virgencita del Valle, tan m i-
lagrosa y buena que es. La tercera, que es la última, se llama Lola,
como yo. Cumaná fue la que, muerta de la risa, me advirtió del no m-
bre que iba a tener la casa, si yo hacía la combinación que había pe n-
sado y eso ha sido para reírnos todo este tiempo, cada vez que a l-
guien se acuerda del asunto.

UN VENDEDOR CON UN P ALILLO DE DIENTES

Si tú vas a comprar algo en cualquier tienda, lo primero que


debes hacer es buscar a un vendedor que tenga un palillo de die ntes
en la boca, porque ese no ha vendido nada y está haciéndose la idea
de que se está comiendo un pollo. Tú te acercas a ese vendedor, e s-
quivando a los demás, y le dices qué quieres co mprar e incluso cuánto
puedes gastar. Como el hombre seguramente traba ja por comisión, tú
le dices que si te da un buen precio, le pasas algo bajo cue rda, y ten
la certeza de que lo que vayas a comprar te sale mucho más barato.

208
MENS AJE DE PELÍCULA

El lunes me metí en un cine en El Silencio y vi una pelíc ula del


carajo. No me acuerdo muy bien cómo se llamaba, pero me gustó que
jode. Trataba de dos carajitas que estaban empatadas con el mismo
tipo, pero ninguna de las dos sabía de la otra. El tipo se las coge a las
dos durante media película y es más el tiempo que ellas pa san des-
nudas que el que están vestidas. Pero a lo que v amos: el tipo se va
debilitando y debilitando, hasta que ya no puede hacer nada con ni n-
guna, y decide reunirlas y explicarles qué es lo que le pasa. E ntonces
ellas dicen que no les importa compartir el mismo macho y que si él
así se siente mejor, ellas van a organizar un turno. Además, como el
tipo está débil y no puede trabajar, ellas le dicen que no se preocupe
ni por la comida ni por la casa, que ellas piensan darle todo. Ahí te r-
minó. A mí me gustó m ucho, porque me pareció que tenía un gran
mensaje.

AUXILIO DE CARRETERA

Esta mañanita, cuando salí de mi casa en Charallave, el carro


empezó con un ruidito al que no le hice caso porque tenía que ll egar
temprano a la oficina. Pero a los poquitos min utos, cuando ya venía
por la autopista, empezó a salir un humito del motor y tuve que det e-
nerme en el hombrillo. Como yo no sé nada de mecánica, levanté la
tapita del motor y me puse a esperar que alguien me auxili ara. Pero
pasaron más de veinte minuticos y todos los carros y los autobuses
que pasaban por ahí seguían de largo, como e xhalaciones. Traté de
comunicarme por el celular con la oficina p ero, como era tempranito,
todavía no había llegado nadie. Por fin, un carro que tenía los vidrios
levantados se detuvo unos metros más allá de donde yo estaba y me
acerqué para hacerle saber a quien lo conducía cuál era el problema
de mi carrito. Cuando bajó la ventanilla, vi que se trataba de una m u-
jer que me dijo: “Disculpe que no la ayude, señora, pero igual que u s-
ted yo tampoco sé de mecánica. Sólo quería que me dijera dónde
compró ese conjunto tan elegante de blusa y pantalón, porque tengo
varios meses buscando uno así y no lo consigo”.

LA ÉTICA DE LOS MAFIOSOS

¡Advierto: la próxima vez que alguien se tropiec e y se caiga y


alguno de ustedes se eche a reír, quien lo haga puede despedi rse
desde ese momento del tít ulo de bachiller! ¡Yo no entiendo por qué el
que una persona mayor como la prof esora Hernández se caiga, les
puede provocar risa! ¡Yo les aseguro que s i es la madre de u stedes la
209
que se resbala y se va al su elo, ustedes se ríen –claro que se ríen,
pues son unos degen erados–, pero, ¿a que no se ríen con la misma
intensidad de ahora...?! ¡Aunque, ni se sabe: ustedes no tienen ni s i-
quiera la ética de los ma fiosos! ¡Los mafiosos matan a todo el que se
les atraviesa en su camino de sangre y crimen pero ellos respetan a
las personas mayores, sobre todo a las m ujeres, a las matronas! ¡Para
ellos las madres son sagradas! ¡Y aunque yo sé que lo que les estoy
diciendo les entra por una oreja y les sale por la otra, les voy a hacer
un favor: sepan que hasta para ser un delincuente –y algunos de us-
tedes ya lo son en potencia y en esencia –, se necesita tener una ét i-
ca! ¡Y lo quieran o no, yo se las voy a enseñar, aunqu e para eso ten-
ga que despellejarles el cuerpo y después el alma!

UNA FORMA ÚNICA DE INSULTAR

Mi hermana tiene una forma de insultar a la gente, cuando a l-


guien la molesta, que es única. Hace unos días fue a tramitar un d o-
cumento en una oficina pública y se topó con uno de esos fu ncionarios
que nunca faltan, que le puso sopotocientos obstáculos. Antes de ret i-
rarse, sin haber obtenido nada, mi hermana se quedó mirando fijame n-
te al hombre, hasta que le dijo: “A mí se me hace difícil ver en usted
el producto final de millones de años de evol ución”. Ella dice que usa
ese tipo de insulto con la gente ignorante, porque así se descarga y el
insultado ni se entera.
ESO DEL MACHISMO ES PURO CUENTO

Eso del machismo es puro cuento: dile a un hombre que te


quieres acostar con él, para que veas que no sabe qué hacer, piensa
que tú estás loca o que lo llevas a una emboscada para que lo asa l-
ten. Si acepta, si tiene los bríos de ace ptar, porque tú eres bien par e-
cida y muy elegante, seguro que el tipo pie nsa que eres ninfómana o
eres una puta a quien la acaba de dejar su chulo. Y eso, que debería
ser tan normal como que sea el hombre quien lo proponga, eso está
mal visto, incluso con la permisividad y tolera ncia sexual que hay. Por
eso es que digo que aquí no hay machis mo, sino sumisión de la m ujer,
que es otra cosa.

¡PASTELITOS CALIENTES!

¡Pastelitos calientes! ¡Calienticos los pastelitos! ¡Pastelitos c a-


lientes! ¡Calienticos los pastelitos! ¡Pastelitos calientes! ¡Calie nticos
los pastelitos! ¡De carne, de queso y d e jamón! ¡Pastelitos calie ntes!
¡Calienticos los pastelitos! ¡Pastelitos calientes! ¡Lleva tus past elitos
210
calientes! ¡Calienticos los pa stelitos! ¡De carne, de queso y de jamón!
¡Calienticos los past elitos! ¡Lleva tus pastelitos calientes! ¡Pastelitos
calientes! ¡Calienticos los pastelitos! ¡Mira que sí hay de carne, de
queso y de jamón! ¡Pastelitos calientes, pastelitos! ¡Lleva tus pastel i-
tos! ¡Pastelitos calientes! ¡Calienticos los pastelitos! ¡¿Pa stelitos...?!
¡No, señor, ya no me quedan. Hoy los vendí todos tempranito pero,
como no tengo nada en qué pensar, mientras llego a mi c asa sigo
haciendo como que los vendo...! ¡Pastelitos calientes! ¡Calie nticos los
pastelitos..!
Aritmética

“Cada uno de nosotros, por poco importante que parezca, e s un


pedazo vivo de Historia”. Alvin Toffler La Tercera Ola.

211
¿QUIÉN ES MÁS LADRÓN?

Te voy a plantear un problema, a ver si puedes resolverlo. Se


me ocurrió a partir de algo que me pasó hoy. Esta mañana, subí a un
taxi y, cuando me iba a bajar, el chofe r me dijo cuánto indicaba el
taxímetro. Como yo le entregué un billete de mayor denomin ación, el
chofer se vio obligado a darme vuelto pero, intencionad amente, me lo
dio incompleto, aprovechando que yo tenía prisa por llegar y él por
marcharse. Por supuest o, a este chofer debería tildársele de ladrón
porque, aunque el robo haya sido de poca mo nta, no es la cantidad
sino el hecho lo que cuenta, ¿me sigues? Y aquí está mi pregunta: si
yo le hubiera pagado con un billete falso, ¿quién sería más ladrón: él
o yo?

EL TREINTA Y CUATRO

Yo me levanto todos los días de madrugada con el hijo mío, el


mayor, a quien me llevo para que me acompañe. El y yo nos par amos
a eso de las dos, las dos y media, y nos vamos para El P araíso o para
212
San José, que son las zonas por donde yo vendo. Vamos a poner que
ese día vaya a ve nder el treinta y cuatro. Esa madrugada me pongo a
gritar por donde voy p asando “¡El treinta y cuatro, el trei nta y cuatro!”,
y estoy como una hora y media en eso. A esa hora tú no ves a nadie
por ahí, ni atracadores hay, pero igual yo le pido a mi hijo que me
acompañe, por si acaso. En la mañana, a eso de las nu eve, las diez,
paso con los billetes, y la gente me los compra todiiiitos, porque todo
el mundo cree que soñó con el núm ero.

LOS QUE VEMOS LAS COS AS COMO SON

Una tarde íbamos por el parque Los Caobos, cuando de repe nte
salió un animalito de los matorrales. Mi esposa y una pareja de am i-
gos con quienes íb amos charlando dijeron que era una rata y yo que
era una ardilla. Entonces me dijeron que, c laro, yo era un po eta y veía
ardillas donde había ratas. Yo no me quedé con la d uda y me acerqué
al lugar donde habíamos visto meterse al animal y r esultó que yo tenía
razón, que de verdad era una ardilla. Ahí me puse a pensar en lo t e-
rrible que es la vida : ellos, que eran el s etenta y cinco por ciento de
los testigos, falsearon la realidad. Y yo, que apenas era el veint icinco
por ciento restante, no. Así mismo ocurre en la sociedad: los que v e-
mos las cosas como son y no como nuestros preju icios quieren verlas
somos una minoría.
III Acto

ESCOMBROS
Y RELIQUIAS

“HIJA DE INDRA: ¿Has dicho la Tierra? ¿Es este oscuro y tétrico


mundo iluminado por la Luna?
VOZ DE INDRA: Es la esfera más densa y pesada que vaga por el espacio.
HIJA DE INDRA: Ahora oi go ruidos allá abajo. ¿Qué raza hab ita allí? 213
VOZ DE INDRA: Desciende y mira. No hablo mal de los hijos del
Creador. Pero lo que oyes elevarse es su habla.
HIJA DE INDRA: Suena como... No tiene ni un sonido alegre.
VOZ DE INDRA: Desciende y mira y oye y lue go vuelve y cuént ame,
hija mía, si esas quejas y lamentos están bien fundados”. August
Strinberg. Sueño.

“-¡Oh, no: nada de crimen! –me dijo riendo Sherlock Holmes –.


Nada más que uno de estos pequeños incidentes fantásticos que oc u-
rren cuando en un espac io de pocas millas cuadradas se apr etujan,
dándose empujones, cuatro millones de seres humanos. Entre las a c-
ciones y reacciones de un e njambre humano tan denso pueden tener
lugar toda clase de combinaciones de hechos, y presentarse muchos
minúsculos problemas que, sin llegar al crimen, resultan extraños y
pintorescos”. Arthur Conan Doyle. “La Aventura del carbu nclo azul”.

“...ante nosotros se desarrolla el más grande de los espectác u-


los que el mundo haya visto nunca: el misterio de las calles innumer a-
bles e interminables, las extrañas aventuras que por fuerza deben
surgir de una acumulación tan compleja de intereses”. Ar thur Machen.
Los Tres Impostores.
INCENDIO

¡Notirumbos: las ocho en punto...! ¡Acaba de desatarse un i n-


cendio en una empresa siderúrgi ca...! ¡La industria se encuentra s i-
tuada en la Calle Real de Cútira, Catia...! ¡En el lugar del sinie stro se
encuentran cuatro unidades del Cuerpo de Bomberos de C aracas, al
mando del sargento Pedro Martínez...! ¡El incendio se inició hace m e-
nos de una hora, al parecer, por un corto circuito! ¡La industria s i-
derúrgica pasto de las llamas recibe el nombre de “Bella Caracas”...!
¡Notirumbos!

NUESTRAS FRONTERAS

Nuestras fronteras dan lástima porque están muy desprot egidas.


La mayoría de las veces, lo único que nos separa de los países vec inos
es un kioskito de la Guardia Nacional, donde apenas hay luz y agua. Allí
mandan, no a los soldados experimentados sino a los nu evos, y muchos
de ellos no han visto en toda su vida un mapa del país. Si la cosa sigue
así, un día de estos las fronteras de Colombia, Brasil y G uyana van a
214
amanecer en los alrededores de Caracas, y sólo entonces nuestros g o-
bernantes se van a dar cuenta del territorio que hemos pe rdido.

LA SILLA DE FLORENCIO

A Florencio no le gusta sent arse en otra silla que no sea esa.


Desde chiquito tiene esa manía. Esa silla se ha roto, la han co mpues-
to, se ha vuelto a romper y la han vuelto a componer, sopot ocientas
veces. Como él la quiere tanto, todos nos hemos acostumbrado a que
ella esté ahí y, bueno: ya la co nsideramos parte de la familia.

ESE EGOÍSMO

¡Luis Miguel: ¿de dónde te sale a ti ese egoísmo?! ¡Pré stale tu


ametralladora al niñito, mira que el niñito también tiene derecho de di s-
pararle a la gente! ¡Hazlo, porque si no, no te vuelvo a traer al parque!

UNA VERDAD DEL TAMAÑO DE UN TEMPLO

Lo que usted acaba de decir es una verdad del tamaño de un


templo: a medida que las personas van envejeciendo, se van par e-
ciendo más a aquello que odian de sus padres... De eso, no le quepa
la menor duda.

OBSESOS SEXUALES

Todos los funcionarios del gobierno que trabajan en obras


públicas son unos obsesos sexuales, sólo piensan en sexo, sexo y
más sexo. Para demostrarte que eso es verdad, pon atención a este
detalle: no hay una sola calle de Cara cas en reparaciones donde, si
no están abriendo un hueco, están m etiendo un tubo. Eso es obsesión
sexual en esencia, ¿tú no crees?

LO QUE MENOS VES

Antes llamaban a Caracas “La Ciudad de los Techos R ojos”, de


tantos como había. Ahora tú te asomas a l a ventana y lo que menos
ves son techos rojos. Ves contaminación, ropas tendidas, luces de t o-
dos colores, gente malencarada y pocas veces techos, porque las t e-
215
rrazas de los edificios siempre e stán más arriba de tu mirada.

COMO UN GRANO DE MOSTAZ A

T ú j a m á s h a s e s t a d o e n la p o b re za y p o r e s o t e r e su l t a d if í -
c i l e n t e n d e r qu e p e r s o n a s co m o A n a M a r í a o yo vi va m o s co m o v i -
v i m o s . A t i , t u p a p á t e d a t o d o lo q u e l e p i d e s , p o r q u e e r e s e s o , u n
h i j o d e p a p á . E n ca m b i o , n o s o t r a s t e n e m o s q u e t r a b a j a r p a ra c o m -
p r a r c u a l q u i e r co sa y, a n t e s , sa ca r c u e n t a s p a r a ve r s i l o q u e v a -
m o s a co m p ra r n o n o s d e se s t a b i l i za e l p r e su p u e s t o . P a r a t i n o h a y
c r i s i s , n o p u e d e h a b e r l a , p o r q u e t ú s i g u e s vi vi e n d o i g u a l q u e s i e m -
p r e p e ro , p a ra n o s o t r o s , p a ra l o s qu e e s t a m o s d e e st e la d o d e la
e c o n o m í a , l a vi d a e s t á d u r a , a p r e t a d a , ch i q u i t i ca co m o u n g r a n o d e
m o s t a za .

EL LLAMADO DE LA TIERRA

A mí no me gusta nadita eso de que el abuelo se esté c ayendo


a cada rato porque, según dicen, cuando un viejo se cae varias v eces
en pocos días, seguro que al poco tiempo se muere, porque eso qui e-
re decir que la tierra lo está llama ndo.
¡QUÉ COS A TAN HORRIBLE SOÑÉ ANOCHE!

¡Ay, Nicolás, qué cosa tan horrible soñé anoche! ¡Soñé que
dejábamos de ser amigos y tú me declarabas tu amor, me pedías que
fuera tu esposa, yo te decía que sí y teníamos un noviazgo de lo más
lindo! ¡Después nos casábamos, nos íb amos a esa región del Canadá
que tanto te gusta y vivíamos en una casita de madera muy confort a-
ble y hermosa y con una chimenea que espantaba el frío de la s no-
ches! ¡Teníamos dos hijos, Michael y Pamela, y ér amos la pareja más
feliz del mundo! ¡Yo respiré tranquila esta m añana, cuando abrí los
ojos, y vi que todo había sido un sueño!

APENAS P ASEN LAS NAVIDADES

¡Hay que ver, Gilberto, que tú eres bien id iota: Frank se la p asa
todo el año jodiéndote, sacándote el jugo en el trabajo, e xplotándote a
más no poder, y porque el 24 de diciembre, en un a lmuerzo, se toma
contigo dos cervezas y te pone la mano en el ho mbro, por eso ya tú
piensas que es un buen tipo , una buena persona! ¿Tú no te das cue n-
216
ta que ese hombre, apenas pasen las navidades, volverá a ser el
mismo déspota de sie mpre?

LA CONCIENCI A CRÍTICA DEL P AÍS

Parece mentira que la única gente de este país que todavía


protesta contra las malas actuac iones de los gobiernos sean los est u-
diantes. Nadie más reclama en la calle, en voz alta. Todo el mundo se
queja por lo bajito pero a la larga ace pta ciegamente los aumentos de
precios, los bajos sueldos, el deterioro de la vida y la miseria colect i-
va. Los estudiantes no, ellos todavía son capaces de decir las cosas
de frente... Aun así, hay quienes echan pestes de ellos, siendo como
son la conciencia crítica del país.

POR SI AC ASO

No sé qué me está pasando últimamente pero de mí sólo se


están enamorando mujeres gordas o feas y algunas que son gordas y
feas a la vez. Yo no sé si será por un perfume que me regalaron el
otro día pero, por si acaso, no lo voy a usar más.
NO SÉ CUÁNTAS PUÑAL AD AS LE DI

A mi mujer la tuve que matar porque era más puta que una ga-
llina. Para mí, llegó a ser la mujer más puta que había sobre la Ti erra.
Y no lo digo para justificarme sino que, en los años que estuvimos c a-
sados, no hubo un solo hombre entre mis amigos y c onocidos que no
se acostara con ella, incl uyendo al párroco de la iglesia donde iba a
misa los domingos. Nada más con él, me enteré que me había mo nta-
do cachos tres veces y eso que era un cura más feo, buena persona
pero feo a más no poder. No sé cuántas puñaladas le di porque a la
de veintidós perdí la cuenta . Yo quería darle una por cada hombre con
que me había engañado, pero como no sabía cuántos eran, le di todas
las que pude, hasta que se me cansó el brazo. Cuando terminé, cua n-
do sentí que ya no tenía fuerzas para darle una más, yo mismo fui con
el cuchillo lleno de sangre a entregarme a la policía.

MULTILINGÜÍSMO

Hay tres frases que nosotros los hombres debemos aprender a


217
decir en todos los idiomas. Esas frases son: “Tengo hambre”, “Te amo” y
“Dame un beso”. Eso te garantiza que, a cualquier lugar que vayas, no
vas a pasar hambre, no vas a dormir solo, ni te va a faltar diversión.

SEGÚN SE MIREN

Las cosas son según como se miren. Tú las ves favor ables y te
resultan favorables. Las ves en contra tuya y seguro que te s alen mal.
Yo siempre me acue rdo de algo que leí en un libro, algo que d ecían
de David y Goliat. Todos los israel itas veían a Goliat tan grande y tan
fuerte que llegaron a creer que nadie podía derrotarlo. En cambio, D a-
vid lo vio igualmente grande, pero pensó: Con ese tamaño, es i mposi-
ble que me f alle la puntería”.

CARACAS Y MAG ALLANES

Yo no sé qué es lo que pasa pero, cada vez que juegan Car a-


cas y Magallanes, el béisbol se convierte en otra cosa, en algo más
grande que de costumbre. Anoche el estadio estaba compl etamente
lleno, no cabía ni un alma, y fue la misma magia de siempre. Pasan
los años y la rivalidad es la misma y uno no se explica cómo esa riv a-
lidad pasa de jugador a jugador y de año en año, porque no son nada
más los jugadores criollos los que se enfrentan, sino ta mbién los que
vienen de otros países. Esa afición no existe en ningún otro lugar del
mundo, ni en otro deporte... ¿Quién ganó anoche...? ¿Quién iba a g a-
nar? ¡Caracas, para dolor de los magallaneros!

NUDO EN EL CORAZÓN

Te juro que a partir de ahora me voy a hacer un nudo en el c o-


razón para que ahí no entre más nadie, porque me he d ado cuenta de
que lo que más daño le hace a uno en esta vida son los afectos. Por
afecto o por amor recibes golpes de todos los calibres y sufres, te
manipulan, te engañan, te sedu cen y puede que hasta te maten. Y t o-
do para qué: ¿para que te quieran? ¿Para que te den una m igaja de
afecto? ¿Para no sentirte sola por las noches, cuando te das la vuelta
en la cama? ¿Para que alguien te pase la mano por el lomo, como a
un gato? ¿Para qu e cuando seas vieja te tengan lá stima? Qué va, te
lo digo con conocimiento de causa: no vale la p ena.

EL ESPEJO QUE ES BERTA


218
Mírate en el espejo que es Berta, que lo tienes bastante cerca.
Berta pasó toda su juventud esperando por un príncipe azul y t erminó
casándose con uno morado, de tan pasado de azul como e staba. Y ahí
la tienes ahora, cuidando a un viejo enfermo y amarg ado al que, para
completar, ella tiene que mantener porque con el accide nte que tuvo
quedó incapacitado para trabajar. Y, te digo, si alguien tuvo preten-
dientes de primera fue Berta.

CAUS AL DE DIVORCIO

El que la mujer de uno no sepa gastar parejamente el tubo de


pasta dental debería considerarse como una causal de d ivorcio. En mi
casa, ni ella ni los hijos míos saben gastar la p asta dental como debe
ser. Solamente yo aprieto el tubo por debajo y le saco la pasta co m-
pletica, de extremo a extremo... Ellos no, mis hijos y mi mujer lo apri e-
tan por donde les da la gana y yo pienso que con gente así no se
puede construir ni una familia , ni tampoco un país.

LA UNIÓN

Nosotros, en Latinoamérica, ya no podemos seguir sep arados:


los estados más poderosos del mundo, Estados Unidos y la Unión
Soviética o, como se llama ahora, la Unión de Naciones Ind ependien-
tes, son dos uniones. La Comuni dad Europea también es otra unión.
Incluso la Gran Bretaña es una unión y otra la que f orman los países
del Commonwealth. Ellos todo lo hacen juntos y ahí está la cla ve de
su éxito. En nuestra separación está el germen de nuestro repetido
f racaso.

DESDE QUE TENÍA DIEZ AÑOS

Desde que tenía diez años –y de eso hace veinticinco –, yo tra-


bajo como vendedor y vendo de todo, menos drogas, porque uno el
pobre no puede meterse en ese tipo de negocio. Eso es para el que
tiene dinero o influencias. Para los mafi osos, los políticos o los milit a-
res de alto rango. Ellos sí tienen cómo comprar policías y jueces, y
cómo pagarle a abogados y periodistas para que los d efiendan. Yo no
me meto ni me meteré en asuntos de drogas, lo mío es el trabajo ho n-
rado. Aunque, si te soy sincero, todavía no ha nacido el primer ve nde-
dor que de verdad sea honrado.

219
VÍCTOR

No estoy seguro, pero creo que Víctor es el dueño del ford ve r-


de claro que se estaciona todos los días en el primer espacio que
consigue, cerca de la entrada... Exac to, ese mismo. El usa los cuatro
cauchos radiales, tiene el tubo de escape descompuesto y, en el vidrio
de atrás, lleva una de esas calcomanías que d icen I ♥ NEW YORK.

CEMENTO FRESCO

Algo que muy pocos entienden es que los niños son como el
cemento f resco y que todo lo que les cae les deja marc ada su
huella.

MANTENERSE JOVEN

Lo más fácil del mundo es mantenerse joven. Uno cambia de


mujer cada vez que puede, no se esclaviza trabajando sino que hace
lo estrictamente necesario, y no lee periódicos, o, si los lee, lo hace
como quien lee un libro de cuentos fantást icos. Con eso, uno p asa por
el tiempo, pero el tiempo no pasa por uno.
¿ACASO NO SE HA DADO CUENTA?

¡¿Cuatro personas en el asiento trasero?! ¡Noooo, yo no me


monto en un carro donde ten ga que viajar en esas condiciones! ¡Yo
prefiero esperar a que llegue el siguiente, así tenga que sentarme
aquí en la acera y ponerme vieja, esperando...! ¡No, señor, no insista,
yo así no viajo! ¡¿Usted no se da cuenta de que yo tengo un defecto
físico que no me permite viajar apretujada, como si fuera un alma
condenada en el infierno? ¡¿Ah, usted no me ve nada?! ¡Pues vea...!
¡¿Sigue sin ver nada?! ¡¿Acaso no se ha dado cuenta de que yo tengo
una nalga más grande que la otra?!

¿A TI NUNCA TE HA P AS ADO?

¿A ti nunca te ha pasado que vas por la calle, te cons igues una


chica bien buena a la que le guiñas el ojo, ella te sonríe, los dos se
ponen a caminar juntos un rato y hablando se dan cuenta de que son
hermanos, hijos del mismo padre? Bueno, a mí sí.
220
FAUSTO FEMENINO

Clemencia no piensa en otra cosa sino en su físico. A la hora


en que tú hables con ella está maquillándose o a punto de m aquillar-
se. Se está vistiendo o a punto de vestirse. Se está b añando, peinan-
do o depilando o a punto de hacer una d e esas tres cosas. Y, claro,
por eso es que ella siempre parece una muñequ ita, nunca tiene un p e-
lo fuera de lugar, jamás le ves un hilito sobrante en la ropa, ni nada
que desentone. No recuerdo si fue Ludmila la que me comentó el otro
día que parece que Cl emencia le ha vendido su alma a las e mpresas
de cosméticos porque, es increíble: no hay un solo cosmético que sa l-
ga anunciado por la telev isión que ella no haya probado.

LA MARCA MUNDIAL

¡Ya te volviste a cortar afeitándote, Jesús Adolfo! ¡Hay que ver


que tú eres bien terco...! ¡Pero, mamá, cómo no le voy a decir n ada, si
está empeñado en romper la marca mundial de ciento treinta y ci nco
afeitadas con una sola hojilla! ¡Y lo peor es que no lleva ni vei nte, y
míralo cómo sale del baño: parece que le hub iera prest ado la cara a
un gato para que se afilara las uñas!
SI ESTE DOMINGO ME G ANO LA LOTERÍ A

¡Si este domingo me gano la lotería, el lunes o el martes debo


estar en Nueva York, bebiendo champaña de la buena y montado e n-
cima de la mujer más sabros a que haya en los Estados Un idos...! ¡¿Si
no..?! ¡Si no, el lunes voy a estar como ahora, aquí mismo en e ste
chinchorro, tomándome otra cervecita y buscando montármele a la m u-
jer mía. ¿Qué más...?!

LO QUE MÁS ME ASOMBRA

A mí hay algo que me asombra de los ladrones y de los ases i-


nos y es que esa gente tenga cara como uno, tenga manos, re spire,
se junte con uno en el metro o en un cine, sin que uno sepa quiénes
son, ni qué han hecho. También me asombra que esas gentes hayan
sido niños, niños a los que al guna vez les auguraron un porv enir bri-
llante. ¿Y sabes lo que más me asombra? Que ese tipo de pe rsonas
haya tenido una mamá.
221
CIFRAS HUMAN AS

Sinceramente –y no lo digo porque esté borracho –, pero yo


preferiría andar por ahí como un vagabundo, con las pocas cosas que
tengo metidas en un pañuelo, colgando en la punta de un pal ito. Eso
de estar sometidos por los números, no me gu sta. Yo no creo que la
civilización sea esto de numerar a los i ndividuos, de darte un número
en la escuela, en la universidad, e n la cédula de identidad, en la l i-
breta militar, en la nómina de pago, en la tarjeta de crédito y en todo
lo que tenga que ver con tu persona. Esa es una de las tantas escl a-
vitudes que nos h emos impuesto. Y una e sclavitud peligrosa porque
nos desp oja de humanidad, nos vuelve cif ras, cif ras humanas, y las
cif ras humanas sólo sirven para engordar esos animales que llaman
“estadísticas”.

ESPERANDO A MILITZA

En esa fiesta, me aburrí como nunca. Yo llegué a las ocho de la


noche y, desde un principio, me olí que las cosas no iban por buen c a-
mino. No había un solo hombre al que le gustara bailar y los que est a-
ban sólo hablaban de política, de automóviles y de todo tipo de depo r-
tes. Para completar la tragedia, la música era la propia para acompañar
un entierro, la bebida era de mala calidad y la comida peor, pésima,
porque todo sabía mal o estaba pasado. Yo me quedé porque alguien
me dijo que en cualquier momento se presentaba Mili tza, la sobrina de la
dueña de la casa, que me debe unos reales. Pero dieron las s eis de la
mañana y, como Militza no llegó, me cansé de esp erarla y me fui.

¿POR QUÉ?

Lo que uno no se explica es cómo habiendo tantos supe rvisores


y tantas instancias a las que se debe recurrir para tramitar ha sta el
más mínimo pago en las oficinas p úblicas, haya gente que robe tantos
millones en ellas. Además, ¿cómo es que alguien puede llamarse s u-
pervisor, si se construyen calles sin aceras y nadie dice nada? Cua l-
quier particular compra algo y lo co mpra a un precio, pero el Estado
quiere comprar lo mismo y lo tiene que pagar hasta cinco o seis veces
por encima de su precio. ¿Por qué? ¿Tú puedes explicarme por qué?

LO QUE NO ES S ANO

222
En la vida, uno puede abrazar opiniones y puntos de vista. Eso
es muy sano. Lo que no tiene nada de sano es que la s opiniones y los
puntos de vista te abracen tan fuerte que, después, te impidan m overte.

ESTÍMULO FISIOLÓGICO

¡Mamá, yo no sé qué iremos a hacer con este niño porque,


desde que me dejó su papá, siempre que me ve hablando con otro
hombre, ahí mismo le dan ganas de orinar o de hacer algo peor!

UN ENG AÑO

No conseguí nada, era un engaño. El aviso en el periódico sol i-


citaba un dibujante con experiencia de por lo menos tres años en d i-
bujo publicitario y, cuando llegué allá con todos mis documentos y m i
currículo, el tipo con quien me entrevisté me dijo que lo que en re ali-
dad necesitaban era un ve ndedor, que ellos eran distribuidores de
ollas, de una marca acreditada i nternacionalmente. Como yo me
enojé, el tipo me pidió disculpas y me explicó que el p roblema era que
si ellos solicitaban vendedores en sus avisos, no acudía nadie. De e s-
ta manera, ellos habían contratado a muchos de sus mejores vend e-
dores, gente que nunca se había propuesto vender y que se dedicó a
hacerlo, y descubrió que podía hacerlo muy bien, a falta de otro trabajo.
TODAVÍ A NO LO CREO

Todavía no lo creo: esta mañana estábamos juntos, echando


vainas y, ni diez horas después, estoy en su velorio... Cuando me ll a-
maron a la casa para d ecírmelo, yo pensé que estaba soñando, pero
me pellizqué el brazo y le pedí a Silvia que me pellizcara también, y
entonces fue que me convencí. Todavía me siento como si estuviera
en un sueño del que pronto fuera a despertarme y fuera después a
encontrarlo a él diciéndome: No, vale, fue una br oma, yo nada más me
estaba haciendo el muerto”.

UNA PERSONA MUY MODERNA

Mi mamá es una persona muy moderna. Imagínate si será m o-


derna que me ha dicho que, si algún día me veo en peligro de viol a-
ción, en lugar de ponerme a gritar o a forcejear con quien trate de v io-
larme, que me relaje y convenza al violador de que se ponga un
condón. Y, por si fuera poco, que, de ser posible, hasta lo di sfrute.
223
ORDINARIO

¡Ay, no, Adelaida, yo con hombres así no quiero nada! ¡Mira,


¿cómo te explico...?! ¡Yo salí con él una sol a vez y no lo vuelvo a
hacer, pero ni que me vuelva loca o se acaben los hombres sobre la
Tierra! ¡Es que ese hombre es, como se dice vulgarmente, más ordin a-
rio que una pantaleta de kaki! ¡No sabe hablar, no sabe comporta rse,
no sabe vestirse y lo peor de todo es que ni siquiera tiene dinero como
para perdonarle todo lo anterior! ¡Cuando habla, es tan grosero que
debería usar un bozal o, cuando menos, un condón bucal! ¡Lo único
que tiene es buen físico, eso sí, pero hasta ahí! ¡Se ríe con unas carc a-
jadas que dan grima, tiene mal aliento, bebe como si se fuera a acabar
el alcohol en el mundo y, después de un rato, no pie nsa en otra cosa
que en meterte mano por todas partes, de una manera tan tosca, tan
bruta que, en lugar de placer, lo que te produce es d olor!

CONSEJO

No, mi vida, no llores, no sigas llorando. Uno no puede a spirar a


que todo el mundo quiera ser amigo de uno. Si esa niñita no quiere
ser tu amiga, no te preocupes, no hay ningún probl ema, ya vendrán
otras niñas y otros niños que sí quieran jugar contigo. Y si alguno no
te cae bien, le haces lo mismo y así te desquitas.
PONER LAS COS AS EN CLARO

Yo, un día, en medio de una de esas arrecheras que coge uno


cuando nada le sale bien, le menté la madre a Nuestro Señor Jes u-
cristo y después dije “¡Ojalá que se muera la Virgen!”. Y ¿tú puedes
creer que a partir de entonces me empezó a salir todo bien? Por eso
es que yo digo que, aunque sea de vez en cuando, uno tiene que p o-
ner las cosas en claro con Dios y con los santos.

SI YO FUERA GOBIERNO

Si yo fuera gobierno, declararía obligatorio en todas las escu e-


las, liceos y universidades del país que se vieran y estudiaran las t e-
lenovelas, y que todos los días se hicieran exámenes, para ver si los
estudiantes están siguiendo la trama. Con eso, te a seguro que más
temprano que tarde los jóvenes van a odiar las telenovelas y a hacer
escándalos para que las tel evisoras las saquen de la programación
diaria. Si yo fuera gobierno, esa sería mi fórmula para ac abar con las
telenovelas. De repente, un día de éstos me animo y escribo una ca rta
224
a un periódico, proponiéndola.

PETICIÓN DE AUXILIO

Acaba de llamar un tipo aquí, a la emisora, para pedir a uxilio,


porque el teléfono de emergencia de la policía repica y repica y nadie
responde, y parece que unos as altantes se metieron a su casa a r o-
bar. Según alcanzó a decir, los ladrones están tratando de entrar al
cuarto donde él está y andan armados... No, por la voz, yo no creo
que estaba fingiendo, pero el problema es que la llamada se cortó y
no tuvo tiempo de decir su nombre ni su dire cción.

PROSPECTO DE MONSTRUO

Ahora que ya estoy viejo, que me convertí en un anciano, es que


me doy cuenta de que casi todo lo que antes me resultaba incompre n-
sible, ahora lo tengo claro, lo entiendo increíblemente bien o lo asimi-
lo sin dificultad. A raíz de eso, he estado pensando que un individuo
joven, sea hombre o mujer, que tenga la sab iduría de un viejo como
yo, y tenga el ímpetu de la juventud, sería invencible. Sería un mon s-
truo, algo sin igual, aplastante.
MANGO O GUAYABA

Al morirme, a mí me gustaría que me sembraran debajo de un


árbol, bien sea de mango o de guayaba. ¿Te imaginas que cosa más
bonita sería que, cuando ya la gente empiece a olvidarse de una, una
regrese toda dulcita a ll enarla de sabor?

DI AGNÓSTICO

¡Mire, amigo, vamos a precisar las cosas: cuando dije que u sted es
un imbécil y el coño de madre más grande que he conocido en mi vida, no
lo estaba insultando! ¡Yo soy médico y lo que hice fue darle un diagnóst ico!

NADIE PUEDE TENER TODO EN LA V IDA

De niña, yo quería tener de todo, comprar todo cuanto veía, y ll o-


raba y pataleaba si mis padres no me complacían. Por supuesto, vivía
225
en un solo berrinche porque, aunque en mi familia no se pasaba hambre,
no había suficiente dinero para complacer to dos mis caprichos. Un día,
en clases, siendo una adolescente, la maestra nos pr eguntó qué era lo
que más deseábamos en la vida y, cuando yo dije que quería tener de
todo, me dijo –eso no se me olvida–: “Nadie puede tener de todo en la
vida y, ¿sabes por qué?”. Yo moví la cabeza, negando, y ella contestó:
“Por la sencilla razón de que no tendrías esp acio dónde ponerlo”.

MALAGRADECIDA

Julia es una malagradecida, ella no reconoce que donde apre n-


dió a mostrar las tetas y a mover el culo fue aquí, conmigo. Antes,
igual ella hacía striptease y enseñaba las tetas sin saca rles provecho,
pero desde que yo me puse una noche a explicarle cómo agarrárselas,
como moverlas, para que los hombres se b abearan, desde entonces
se fue para arriba como la espuma. P ero, claro, ahora ella no conoce
a nadie –y menos a mí–, y anda diciendo que no le debe nada a n adie,
que ella se hizo solita. ¡Malagr adecida!

COMPLETAMENTE MUDO

Amor, estoy preocupado porque tengo que estar en ese progr a-


ma de televisión a las diez de la mañan a y no se me ocurre qué decir.
No he pegado el ojo en toda la noche, pensando, y ya casi me voy a
levantar y todavía tengo la mente en blanco. Yo no sé por qué acepté,
si a mí eso de hablar en público me deja m udo, ¡Ayúdame, ¿sí? ¿Qué
dirías tú, si estuvieras en mi lugar?

LA BOTADERA

Para serte franca, yo jamás había mandado a reparar n ada. Si


en mi casa se echaba a perder alguna cosa, yo la botaba y me co m-
praba otra. Ahora no. Ahora, como está la situación, uno sólo bota
aquello que ya de verdad no ti ene arreglo, porque todo está sumame n-
te caro. Para colmo, donde yo trabajo anunciaron una r educción de
personal y esta misma semana empezó la botadera. Yo estoy bastante
asustada porque la semana pasada botaron al su bgerente, a dos jefes
de departamento, a un director y a cuatro secretarias, y tengo miedo de
que en cualquier momento me boten a mí.

EL PROBLEMA DE BRENDA
226
El problema de Brenda es el de muchas personas que yo cono z-
co: es gente que ha tenido la suerte de toparse cara a cara con la fel i-
cidad y, al mismo tiempo, la desgracia de no haberla recon ocido.

“RENOIR”

A Remigio lo llaman “Renoir” no porque pinte, ni porque le guste


la pintura, sino porque siempre sale con mujeres gordas. Ni Botero
anda con mujeres más gordas que Remigio. Yo le pr egunté el otro día
de dónde le venía esa preferencia y él me co nfesó que no le gustan
las flacas porque eso de ir a agarrar carne y e ncontrar puro hueso lo
frustra.

LLAM AD AS A LOS HIJOS

Nuestros hijos ya tienen treinta y cinco años el varón y treinta y


dos la hembra, pero todavía los llamamos por teléfono cuando Carm e-
la y yo salimos de n oche. Claro que las razones no son las mismas,
porque antes lo hacíamos para asegurarnos que estaban bien con
quien los habíamos dejado y ahora los llam amos para que sep an que
a nosotros no nos ha pasado nada malo.
“LA ERA DEL ESP ACIO”

No estoy de acuerdo con que a este tiempo se le llame la “Era


del Espacio”. Está bien por lo de los viajes a la Luna y a otros plan e-
tas, pero aquí abajo la cosa es muy diferente: cada vez hay menos
espacio donde vivir, donde respirar, donde sentirse libre y donde e s-
tacionar. Trata de conseguir un lugar do nde dejar tu carro, cuando vas
al Centro, y eso de la “Era del Espacio” te va a sonar como la mayor
falacia que hayas oído.

EL REY DE LOS TAC AÑOS

Más tacaño que el dueño de la pensión donde yo vivía, cua ndo


era estudiante, no creo que haya nadie en el mundo. Ese señor era el
rey de los tacaños. El tapaba con plástico una cara de los jabones p a-
ra que no se gastaran tan rápido. Las s ábanas de las camas las ca m-
biaba una vez cada quince días y los paños que nos entregaba eran
unos pedacitos de tela con huecos que, si te los ponías como un ant i-
faz, te faltaba tela para cubrirte los ojos y te sobraban huecos para
227
mirar a través de ellos. Los desayunos apenas sí se veían en los pl a-
tos y los almuerzos había que buscarlos con lupa. Cada vez que el
muy muérgano tenía ganas de fumar, le pedía un cigarrillo a cualqui e-
ra de los pensionistas porque, según decía, la mejor m anera de evitar
un vicio era sufrir la vergüenza de pedir para satisfacerlos. Ese ho m-
bre era como reza el dicho: alguien que evitaba mear, para que la ti e-
rra no chupara los orines.

PREJUICIO FAMILI AR

Sí, sí, estoy de acuerdo contigo, yo sé que los mosquitos y los


zancudos son dañinos y transmiten cualquier cantidad de enfermed a-
des. Pero yo no puedo matar a ninguno aunque me haya picado, po r-
que me da escalofríos pensar que voy a asesinar a alguien de mi pr o-
pia sangre.

INCONFORMIDAD

Nadie está conforme consigo mismo. Las mu jeres de cabello riz a-


do se la pasan alisándoselo y las que lo tienen liso se lo rizan. Los
gordos quieren adelgazar, mientras los flacos tratan de echar cuerpo.
De eso viven los peluqueros, los barb eros, los que tienen gimnasios,
los que escriben libros d e dietas y miles de personas más que se
aprovechan de esa inco nformidad que, según yo creo, es la mayor de
las debilidades humanas.

NADA M ALO QUE DECIR

De Carmen América no tengo nada malo que decir, porque ella


es una maravilla. En el mundo entero e s difícil encontrar otra mujer
como esa. Todo lo que tú digas de ella es poco, porque Carmen Am é-
rica es una persona que jamás te lleva la contraria.

PODERES DESE ABLES

¿Qué hora tiene usted, por favor...? ¡Todavía falta media hora
para que abran el ban co! Si uno tuviera el poder de aligerar o retardar
el tiempo, qué bueno sería, ¿verdad? Que uno dijera “¡abracadabra!” y
ahí mismo el reloj pegara una carrerita y se montara en el minuto que
uno quisiera. O, al revés, que uno anduviera retras ado y entonces el
tiempo se pusiera a caminar como si estuviera cojo... Otro poder que
me gustaría tener sería el de conve rtirme en cualquier animal, para 228
que cada vez que alguien me molestara, me sintiera aburrida o cans a-
da, me pudiera transformar en el que me diera la gana y así poder sa-
lir a la calle, a disfrutar la vida. Que alguien me insultó, voy y me
vuelvo una avispa para picarla. Quiero volar y me convierto en un
pájaro o, si deseo nadar, me hago pez, tiburón o ballena. Un poder de
esos le hace a una m ucha falta en la vida, yo que se lo digo.

CONTRA LAS RECOMENDACIONES

Más nunca vuelvo a recomendar a nadie. A mi cuñada, para la


separación de bienes de su divorcio, le recomendé un primo mío,
abogado, que en dieciocho años de ejercicio legal no había perdido ni
un solo caso. Y resulta que el primero que no ha ganado ha sido ju s-
tamente el de mi cuñada. Ahora, mi cuñada está molesta conm igo y mi
primo también.

ARMA OFENSIV A O DEFENSIV A

¿Quieres que te diga por qué yo casi no vengo a Caracas? Por el


tránsito, mi hermano, por el tránsito. Yo no soporto eso de salir de mi
casa, donde mal que bien estoy tranquilo, para meterme en esta selva
metálica, a pelear por un huequito, a impedir que me ch oquen, que me
insulten o que me vuelvan ñoña el carrito que me ha cos tado tanto sa-
crificio y sudor. Aquí, el carro es una necesidad, y no sólo para m o-
verte sino también para usarlo como arma. Un arma ofensiva o defe n-
siva, según las circunstancias que se te pr esenten.

TROMP AS DE REPUESTO

Los dos, cuando les nació el sexto niño, decidieron operarse. Cua-
tro meses después, él se hizo la vasectomía y ella la histerecto mía pero,
qué va, esa hermana mía y su marido son peores que los conejos, d e-
masiado fértiles, y una semana después ya ella estaba otra vez embar a-
zada. La única explicación, según uno de los médicos que c onocieron
del caso, es que ella tiene unas trompas de Falopio de r epuesto.

CUANDO ALGUIEN V A A S ALIR BUENO

A W illie Guillermo lo echó el padrastro a la calle cuando tenía


ocho años, y, desde entonces, ese n iño se crio en la calle. Pero él no
hizo como los otros m uchachos que se criaron con él. Él no se dedicó 229
a la droga, ni al delito, sino que se puso a vender periódicos, a hacer
mandados aquí y allá, a limpiar carros y a trabajar en lo que pudiera.
Y para que tú veas que cuando alguien va a salir bueno sale bueno,
aunque esté rodeado de mal eantes, W illie Guillermo salió adelante y
hoy en día es un hombre de provecho. Él estudió como pudo, con c a-
rencias de todo tipo, empezando por las afectivas, hasta que s e gra-
duó de abogado. Sus amigos de la infancia, los pocos que han sobr e-
vivido, lo respetan como si fuera su papá... En otro país, la vida de
W illie Guillermo serviría de argumento p ara una película.

RECICLAJE

Anoche estuve hasta la madrugada pensando en cómo se rec i-


clan las cosas. Y es que, hoy en día, una tragedia, una c atástrofe, un
crimen, terminan siempre formando parte de un periódico. Con ese p e-
riódico se envuelven unas flores, unos camarones o la basura domé s-
tica, y hasta es posible que con esas muertes después se hagan ca n-
ciones, libros, películas.

EL POR QUÉ DE UNA AMISTAD

He descubierto por qué se considera al perro como el mejor


amigo del hombre y el más antiguo: simplemente, porque no habla.
UNA LEY

Mira, Franco, eso es una ley: una mujer que baila bien, que es
buena moviendo el esqueleto al ritmo de la música, es igual de buena
en la cama. No lo digo yo, lo dicen los científicos: los resortes del
cuerpo para bailar y para hacer el amor son los mismos.

HUMO DE INCIENSO

De niña, yo sentía que el tiempo era largo, interminable, y que


cada día terminaba muchísimo después de haber empezado. También
que tenía tiempo para hacer todo lo que me viniera en gana y que ha s-
ta me sobraban horas. Me fastidiaba tener tanto tiempo disponible par a
mí sola. Ahora, en cambio, el tiempo no me alcanza para nada y nunca
tengo un minuto que yo pueda dejar de usar. Yo trato de est irarlo, de
hacer todas las cosas que quiero hacer y qué va, es impos ible: parece
que cada día que pasa, las horas duran menos o se encogen más, que
los minutos pasan más rápido y que una cosa así como un ventarrón se
230
está llevando mi vida, como si fuera humo de incie nso.

COCINAR BIEN

Ninguna persona mezquina, pienso yo, puede ser buena cocin e-


ra. Cocinar bien, cocinar de modo que todo el que coma se sienta s a-
tisfecho, requiere gen erosidad, requiere corazón, y necesita una mano
suave, cosas que la gente mezquina y muerta de hambre no tiene.

EN PERSONA

Hoy me tengo que acostar temprano, porque mañana debo m a-


drugar para sali r de Caracas antes de que amanezca, y ver si llego a
San Carlos, en Cojedes, antes de media mañana, y le entrego a Fel i-
cia su regalo de cumpleaños. Mi idea es estar de vuelta a la hora de
almuerzo, porque tengo muchas cosas que hacer en la tarde. A mi
hermana, si uno no le lleva su r egalo de cumpleaños personalmente y
el mismo día en que cumple años, le da un ataque de rabia tan grande
que se empieza a dar golpes de cabeza contra las paredes, hasta que
pierde el conocimiento. Ya lo ha hecho otras veces y ah ora todos sus
hermanos estamos pendientes para que eso no se r epita.
DESDE QUE MURIÓ S ANTOS

Ya que estamos hablando de eso, déjame decirte algo que no le


he dicho nunca a nadie... No me vas a creer pero, desde que murió
Santos, mi marido, que en paz des canse, yo me dejé de hombres. Yo
no he vuelto a saber lo que es un hombre y, cuando digo eso, quiero
decir que no sólo no me he acostado con ninguno, sino que no he vue l-
to a salir con ninguno, ni so nreírle a ninguno. A mí me da mucho miedo
involucrarme en una relación con otra pe rsona, porque tengo miedo de
volverme a quedar viuda. Por eso, cada vez que tengo g anas de... De...
Tú sabes... Sí, sí, de eso... Cuando tengo ganas, no lo pienso dos v e-
ces y me meto en el baño. Entonces, abro las piernas y me rocío anes-
tesia en mis partes, para que se me duerman los apet itos.

LOS VIEJOS DESPERTADORES

No sé si es que yo estoy chapada a la antigua, pero yo prefi ero


aquellos viejos despertadores que te sacaban del sueño con un ti m-
bre. Esos que te despiertan con mú sica, encendiendo la radio o s u-
231
surrándote un “¡buenos días!” al oído, me parecen detestables. No
hay nada más molesto, cuando uno abre los ojos por la mañ ana, que
empezar el día con s emejante hipocresía.

ADIOS, INDIGESTIÓN

La verdad es que tú, aquí, te puedes enfermar de cualquier cosa,


menos de la digestión, porque, si vas manejando, con los brincos que da
el carro cada vez que cae en uno de los millones de huecos que tiene la
calle, haces la digestión completica, así hayas comido piedras.

¡OBEDECE A TU PAP Á!

¡Agustín: obedece a tu papá, mira que tu papá es un g eneral y a


los generales se les respeta y se les obedece sin chistar! ¡No te e x-
pongas a que te dé un golpe, de esos que él sabe dar!

COMO LAS CULEBRAS

Uno debería ser como las culebra s, que todos los años ca mbian
de piel. Aunque, si eso pasara, quebrarían todas las fábricas de
cosméticos y las mujeres ya no necesitarían quitarse la edad porque,
cada tanto tiempo, tendrían su cirugía estética natural y gratuita.

“CHICHO” BLANCO

¿Qué se haría un pescador llamado “Chicho” Blanco, que vivía


allá en Oriente, cuando yo me vine a estudiar a Caracas? Es pr obable
que se haya muerto, porque hace tiempo que no sé nada de él. Chicho
Blanco tenía un pene tan grande que lo usaba como tolete para rema-
tar a los pescados. Imagínate de qué tamaño lo tendría que, cuando
no lo estaba usando, se lo tenía que amarrar al muslo derecho. Cue n-
tan, a mí no me creas, que una madrugada iba caminando por la pl a-
ya, vio a una muchacha que se estaba b añando desnuda y ahí mismo
se le paró el bicho. Pero como lo ll evaba amarrado al muslo, Chicho
Blanco se cayó, como si le hubieran puesto una zancad illa.

TODO FUE TAN RÁPIDO

232
Eso sí que da lástima. La pobre le dejó el niño a una m ujer ahí
mismo, en la entrada de la maternidad, para entregar un papel que le
estaban pidiendo –creo que era el certificado de que el médico la ha b-
ía dado de alta–, y resulta que la mujer se fue con el niño y de sapare-
ció de todo esto... Sí, pasó hace como diez minutos, yo estaba
hablando en el teléfono público y vi cuando ella le entr egó el bebé a la
mujer. A mí no se me ocurrió que estuviera sucediendo nada malo,
porque las dos hablaron como si se conocieran desde hace mucho
tiempo. Luego, todo fue tan rápido que, si no tuviera el dolor de vien-
tre que tengo por la regla, pensaría que e stoy soñando.

HELIODORO

He l io d o ro sa l ió a b u sca r t ra b a jo la se m a n a a n t e p a sa d a y t o -
d o s e n la ca sa d i jim o s “ ¡m ila g ro ! ”. P e ro qu é p o co n o s d u ró e l co n -
t e n t o : h a y qu e ve r qu e e se h o m b re e s b ie n sin ve r gü e n za . P o r la
t a rd e , n o s co n t ó q u e e n u n a co n s t ru cci ó n n o a ce p t ó e l t ra b a jo qu e
le ofrecieron porque no pagaban el salario mínimo. Después y que f u e
a u n a ca rn ice r ía y t a m p o co se qu e d ó p o r qu e n a d a m á s p a ga b a n e l
sa la ri o m ín im o . P o r ú lt im o – se gú n d ijo – , l le gó a u n a t ie n d a p o r d e -
p a rt a m e n t o s d o n d e n e ce sit a b a n a u n a lm a ce n i st a y, c u a n d o le d ij e -
ro n qu e le p a ga r í a n p o r e n c im a d e l sa la rio m ín im o , é l y qu e p u so
ca ra d e in t r i ga y c o n t e st ó : “ ¡Q u é va , si p a ga n t a n t o , e s p o r qu e a qu í
lo e xp lo t a n a u n o sin m ise r ico rd ia ! ” . E so f u e lo qu e é l co n t ó – ¡l o
qu e t u vo la d e sf a ch a t e z d e co n t a r! – , p e ro , a qu í e n t re n o s, He l io d o -
ro e s d e l t ip o d e ge n t e qu e s a le d e la ca sa b u sca n d o a D io s y r o -
ga n d o n o e n co n t ra rlo .

LA V AINA

¿Qué hubo, sobrino, cómo está la vaina...? ¡Ah, qué bien, me co n-


tenta! Y, ¿cómo va la vaina aquella de la que hablamos el otro día, sigue
caminando...? ¿Sí...? ¡No me digas! ¡Pero, qué vaina! ¡Es que a esas
vainas hay que salirles adelante porque, si no, lo envainan a uno...! ¡No,
ni de vaina, no se te ocurra...! ¡No, no, esa vaina no es así...! ¡Ten cu i-
dado, porque te pueden echar una vaina y...! ¡Mejor es que dejes esa
vaina como está, por las buenas, y te olvides de eso...!

LECCIONES DE PULCRITUD

Jacinta vive dando lecciones de pulcritud y quejándose de lo mal


que huelen las demás personas y yo me he enterado, porque su pr o-
pia hermana me lo ha dicho, que cuando lava sus pantalones nada
más mete en agua y enjabona la cintura y la entrepierna, y de las bl u- 233
sas sólo enjuaga las axilas y el cuello. Ella dice que hace eso para
que la ropa no se le gaste. A mí esa forma de lavar la ropa me parece
de lo más asquerosa, me da grima, me parece algo tan asqueroso c o-
mo andar con la ropa sucia. Mírame los brazos: con sólo d ecírtelo, se
me erizaron los pelitos de los brazos.

“PEPE NOSEQUÉCOS A”

Dora, mi prima, estaba comprometida en esos años con un tor e-


ro llamado “Pepe...” “Pepe...” Bueno, “Pepe Nosequécosa”. Más tarde,
si me acuerdo, te digo el apellido, ahorita lo tengo en la pu nta de la
lengua, pero no me sale... El tal Pepe le había dado a mi tía un retrato
suyo y ella lo ha bía puesto en una repisa. Un domingo, Dora estaba
bordando en la sala y, sin que estuviera haciendo brisa ni nada, el r e-
trato se cayó y se le quebró el vidrio. Al ratico, le vinieron a avisar
que a Pepe lo había cogido un toro esa tarde, en el Nuevo Circo y
que, en ese mismo momento, se hallaba agon izando.

AL REVÉS DEL REY MIDAS

Nadie se explica cómo Norberto ha podido llegar a la edad que ti ene,


si él es igualito al rey Midas, pero al revés: ¿tú no te has dado cuenta de
que todo lo que Norberto toca, tarde o temprano se convierte en mie rda?
NADA M ÁS CON VERLA

Magda es de esas personas que creen que los demás son idi otas
y siempre tratan de demostrar que son más vivas y más intel igentes
que los demás. Pero como tratan de hacer eso a cada rato, hay qui e-
nes nada más con verla se dan cuenta de quién es ella. Sin ir más l e-
jos, el otro día fue a verse con una adivina y la mujer, apenas la vio
entrar a su consultorio, la d etuvo y le soltó: “¡Para decir le algo, me
tiene que pagar por adelantado...!” Si no fuera porque a Magda se le
ven las intenciones claritas, yo pensaría que esa adivina de verdad es
buena.

UNA IDE A GENI AL

El otro día vi un documental que pasaron por la televisión s obre


esos satélites llamados “Voyager”, que la NASA mandó a pas earse por
todos los planetas, y hubo una cosa que me gustó much ísimo: en el
centro de operaciones, las reuniones se hacen de pie, durante no
más de quince minutos, en una of icina chiquitica, llena de muebles.
234
Así, todo lo que se dice es concreto y nadie tiene g anas de hablar de
más. Si eso se hiciera aquí, en las oficinas públ icas y en las privadas,
hay que ver la cantidad de dinero que se ahorrarían tanto el Estado
como las empresas y cómo aument aría la eficiencia en el país. Te lo
digo con la mano en el cor azón: a mí, eso tan simple me pareció una
idea genial.

PRIMERA S ALIDA

¡Avisado, primera y última vez que salgo contigo a almo rzar!


¡Desde que me pasaste buscando, hace más o menos dos horas, ha s-
ta este momento, tú no has hecho otra cosa que exhibirme, mostrarme
a todas tus amistades como si yo fuera un animal de feria, y darte i m-
portancia porque ando contigo! ¡El hecho de que yo haya sido finalista
del Miss Venezuela el año pasado no te da d erecho a usarme ni de
esa ni de ninguna otra manera...! ¡Caramba, si eso es en la primera
salida que tenemos, ¿cómo serían las c osas contigo si llegáramos a
tener una relación s eria?!

DÍ A DE LAS SECRETARI AS

El año pasado yo vine a Caracas a hacer las diligencia s para mi


traslado y, como en casa de mi hermana no había ni un rincón de s-
ocupado porque estaban unas tías nuestras de visita, yo dije que no
importaba, que me iba a un hotel. Y estuve pegado del tel éfono como
tres horas, llamando a todos los hoteles que a parecían en la guía tele-
fónica y nada, en ninguno tenían habitaci ones. Por fin, pregunté qué
era lo que pasaba y entonces fue que me enteré que era el Día de las
Secretarías y que tanto el Día de las Secretarias como en el de los
Enamorados tienes que hace r las reservaciones con mucha antel ación,
porque de otra manera no consigues habitación en ninguna pa rte.

¡QUÉ FLORES TAN LINDAS !

¡Ay, Irene, qué flores tan lindas tiene usted aquí...! ¡Ay, Dios: si
hasta parecen de plástico!

TABACO

Todas las mañanas, en los recesos, yo entró al baño de los v a-


rones y no una sino varias veces he sorprendido a un grupito de m u-
235
chachos, de entre once y catorce años, drogándose con crack o con
cocaína... ¡¿Tabaco...?! ¡No, lo del tabaco es tan normal en ese col e-
gio que ya yo no le digo nada a los que tienen ence ndido su cigarrito!

LO ÚNICO QUE LE FALTA

Este fin de semana estuvimos en Payclá, una isla que queda en


el estado Falcón, frente al parque Morrocoy. Yo he estado en basta n-
tes playas, yo me conozco casi todo el Caribe, y he estado en las
grandes playas de Europa y, te digo una cosa: a Payclá lo único que
le hace falta para ser perfecta es que esté en algún l ugar de la costa
de los Estados Unidos.

NO LO VOY A PERMITIR

Nos hemos reído bastante con algo que le pasó a Tulio porque el
lunes, cuando Cristina tuvo la bebé, se la llevaron a la habit ación para
que la viera y le diera de mamar. Un tipo que estaba en la sala de e s-
pera comentó que ojalá cuando su hijo, que también acababa de n a-
cer, tuviera edad de ca sarse, eligiera a una niña tan bonita como la
nuestra. Al rato, en la habitación -estábamos Dorys, mamá y yo -, nos
llamó la atención ver a Tulio, pensativo y con los puños cerrados,
dándole golpes a la pared y a la silla. “¿Qué te pasa, Tuly?”, le pr e-
guntó Dorys, y mira tú por donde andaba su pensamiento que co n-
testó, todo molesto: “¡Ah, no, yo no voy a permitir que mi hija se en a-
more de un cualquiera y menos que, de buenas a prim eras, se vaya a
vivir con él!”.

P ARA MAT AR EL TIEMPO

Para matar el tiempo , sobre todo de noche, cuando me ataca el


insomnio, yo me pongo a hacer crucigramas, dameros y cuanto test
viene en las revistas. Por cierto, estoy por llamar a mi psicólogo, po r-
que me está pasando una cosa bien rara últimamente y es que en t o-
dos los test que he hecho, si no salgo deficiente, salgo con puntu a-
ción de anormal.

ACUÉRDATE DE ESO

Cuando a ti te guste una muchacha para casarte, fíjate bien


cómo es la suegra, la mamá de tu novia. Si tu suegra es flaca o gorda,
236
su hija, cuando esté como ella, va a ser flaca o gorda: según. Si tu
suegra es alegre o es gruñona, así mismo va a ser después la hija,
acuérdate de eso.

DESDE QUE ME VOLVÍ RUBI A

A los hombres sólo les gustan las mujeres rubias. Si eres rubia
te dicen piropos, te dan el asiento en e l metro o en el autobús, te inv i-
tan a salir, a comer, a todo. Si tienes el cabello negro, ni te ven. Por
eso, yo me dejé de tonterías y me teñí el pelo de rubio cenizo y, de s-
de que me volví rubia, me va de maravillas. Los ho mbres se voltean
cuando paso, me consienten, hacen lo que yo quiero y hasta juego
con ellos, como si todos fueran mongólicos. Yo no sé cómo no me teñí
el pelo antes.

TÚ NO MERECES A ALGUIEN ASÍ

Aló... ¿Julia...? Soy yo, Amarilis... Yo sé que desde an oche te


has estado preguntando dónde y con quién pasó la noche tu mar ido y
te llamo para que sepas que fue conmigo... No, Julia, yo no te lo he
quitado, tú eres la que lo ha perdido porque, francamente, tú no te
mereces a alguien así. Él es demasiado hombre para ti, tú no lo val o-
ras, no le das su espacio, no tienes ninguna consideración con él...
Pero no te llamé para que discutiéramos, ni para que nos pusiéramos
a debatir sobre Mauricio. Él te manda a decir que le empaques toda
su ropa y se la tengas lista que la va a recoger mañana en la tarde...
Sí, claro que voy a ir con él: yo no me pierdo la cara que vas a poner
en ese momento...

NO ES POR ASUSTARTE

Mi amor, yo tengo una lengua de tal calibre que es mejor que


evites caer en ella porque, no es por asustarte pero el que cae ahí se
tiene que enterrar. A quien yo le deseó mal, no l evanta cabeza más
nunca, ni contratando a un batallón de br ujos o santeros. Si no, fíjate
que ya van para cinco meses que yo me fui del trabajo y el puesto que yo
tenía sigue vacante. Y, ¿cómo no va a seg uir vacante si el día que
salí, yo lo maldije? Y hasta que yo no retire la maldición, no van a
conseguir a quien poner ahí, yo que te lo digo.

SIN EXPLICACIÓN
237
Hemos tenido que pagarle a una psicopedagoga para que ayude
a Alexis a aprender a leer. Par ece mentira, pero ese n iño ya está en
quinto grado y todavía no sabe leer de corrido... Eso es lo que yo no
me explico: si no sabe leer bien, ¿por qué pasa de gr ado? ¿Cómo son
entonces esas maestras? ¿En base a qué lo eva lúan y lo promueven
de un grado al siguiente?

CÓMO ME LLAMO Y CÓMO ME CONOCEN

¿Tú quieres saber cómo me llamo...? Bueno, en la calle, para


“efectos legales” y para la cédula, yo me llamo Vicente Rojas. P ero,
en la clandestinidad, me dicen “El Inmortal” y, por aquí, en los burd e-
les y en casi todos los bares del Centro y en las tascas de La Cand e-
laria se me conoce como “El Espum oso”. ¿Por qué? Porque nada me
hace daño y porque siempre estoy arriba.

PROHIBICIÓN MÉDICA

La doctora nos prohibió que tuviéramos relaciones este fin de


semana, mientras mi esposo se recupera, y yo le dije que nosotros
casi nunca las teníamos. Él no duerme y todas las noches, de spués de
acostarnos, como a la media hora o a la hora, se levanta y se pone a
rezar el rosario. Todas las noches reza tres rosarios. El primero, invo-
cando los misterios gozosos. El segundo, los dolorosos y el terc ero,
los gloriosos. Él tiene varios años que no me toca, ni yo lo toco a él,
porque a mí siempre me ha parecido que eso del sexo es pecado. I n-
cluso con el matrimonio de por medio , el sexo me parece sucio, pec a-
minoso. Él no piensa así pero, como me quiere, me resp eta. Él me ha
dicho que su insomnio es por eso, pero yo no le creo y le recomiendo
que rece el rosario para que se calme y encuentre paz en nuestro S e-
ñor. Y hasta ahora, s iempre ha sido así: él se calma rezando, tan inf i-
nita es la misericordia de Dios, alabado sea.

LUJO IMPOSIBLE

En los últimos años, el costo de las consultas médicas y de los


medicamentos se ha ido a las nubes, mientras los sue ldos parece que
sólo se hubieran montado sobre una silla. Hasta hace poco, yo no te n-
ía conciencia clara de esas alzas de precio porque, gracias a la Div i-
nidad, en casa somos muy sanos. Pero el otro día me e ncontré con
una amiga que se la pasa enferma y me comentó que los gastos m édi-
cos y las medicinas estaban tan caros que, en Venezuela, ser hip o-
condríaco se había convertido en un verdadero lujo.
238

REVIVIR LA REPUGNANCI A

Para que tú veas que las apariencias engañan, ahí donde tú lo


ves, Avelino no es de ningún partido, ni de ni ngún grupo político. El odia
todo eso como no tienes idea de que se pueda odiar algo. El asiste a
reuniones de todos los partidos y a cuanto foro, simposio o congreso
tiene que ver con política nacional o internacional, no po rque le interese
el tema sino porque –según dice–, sólo así mantiene viva la repugna ncia
que le ocasiona todo lo que tiene que ver con la política. Para él, esa es
la actividad más peligrosa y d añina que hace el hombre.

SIN FRENOS

El otro día iba en mi carro por la urbanización San ta Marta y, al


final de una bajada, se me fueron los frenos. No llegué muy lejos po r-
que, como a los cuarenta metros, choqué con otro automóvil que iba
saliendo del garaje de una casa. Yo me bajé de inmediato para expl i-
car lo que había pasado pero el otro c hofer era sordom udo y estaba
furioso. Tan furioso estaba que se puso a hacer todo tipo de s eñas,
mientras una mujer que iba con él, que no era muda, se puso a trad u-
cirlas simultáneamente, y lo que decía eran puros insultos y gros erías,
uno tras otro, y de todos los calibres...
RESIGNACION

¡No, no me digas más nada! ¡Ya no quiero volver a oír tus cue n-
tos! ¡Yo ya me resigné a que tú vas a abandonar a tu mujer y a casa r-
te conmigo, cuando yo sea una vieja gorda y fea, con las tetas caídas
y sin dientes, con el poco pelo que me quede recogido en un moño, y
con tres o cuatro hijos que ni siquiera van a ser t uyos!

LAS NEV ADAS CUMBRES DEL REFRIGERADOR

Carol, mi mujer, tiene una fijación con las labores de la c asa que
no la deja estar tranquila, ni disfrutar de nada de la vida. Ni cuando
salimos de vacaciones, Carol se olvida de la casa y sus quehaceres.
Cuando se muera, te aseguro que va a andar por la casa espantando,
porque es candidata a convertirse en ánima en pena. Hace seis o si e-
te meses, nuestro hijo m ayor nos regaló un viaje a Suiza, con todos
los gastos pagos, desde los boletos de avión hasta el hotel y las c o-
midas y, estando allá, mirando por las ventanas del hotel aquellas
montañas cubiertas de nieve, yo me sentía feliz, con el espíritu en paz
239
y enamorado de la vida. En cambio, Carol, cuando vio las nieves s o-
bre las montañas, ¿sabes qué me dijo? “Isidro: acabo de acordarme
que, antes de venirnos, no puse a descongelar el r efrigerador”.

UN HOMBRE QUE SÓLO TIENE UNA CAMA

Yo opino que un hombre que sólo tiene una cama donde pasar la
noche es un pobre hombre porque, o es un miserable o un imp otente.
Y, te digo, de alguien así yo no me enamoraría jamás en la vida.

S ALÍ A MI ABUELA

E n e so yo sa lí a m i a b ue la : m i a b ue la d e cía qu e si e l e n em igo
le p e d ía a u no a gu a , n o ha b ía qu e n e gá rse la . P e ro , e so sí, co n b a s-
t a n te sa l, p a ra qu e se le vo lt e a ra e l e st ó m a go com o si f u e ra una
ch a qu e t a.

MANUMISO

Mi bisabuelo era manumiso y en casa, cuando yo estaba pequ e-


ña, no se podía hablar ni de la esclavitud, n i de los negros, porque o
todo el mundo se callaba y no había forma de seguir hablando o mi
mamá o una de mis tías saltaba diciendo que, en apenas dos gener a-
ciones, ya casi nadie en la familia salía be mbón, ni con el pelo malo.
También se ponían a darle gr acias al ánima de la tía Belencita –la tía
abuela que se casó con un alemán –, porque según decían, a partir de
entonces, había mejorado la raza.

P ARA NO HACER COLAS

Para no hacer colas, mi papá me dio un consejo que a mí nu nca


se me ha olvidado. Una t arde, molesta porque me había pasado la
mañana entera de cola en cola, para conseguir unos docume ntos, él
me dijo: “Hija, si no te gusta hacer cola, trata siempre de llegar antes
que los demás”. Y es verdad: si llegas te mprano, rara vez hay alguien
delante de ti.

RESPUESTA A LA TERQUEDAD

240
Te voy a ser sincera: Erasmo es tan terco que yo terminé
casándome con él para ver si, por fin, después del divorcio, me lo
podía sacar de encima.

EL AÑO NUEVO

A mí no me gusta que llegue el Año Nuevo porque ento nces mi


carro vale menos y toda la ropa de mi mujer pasa a ser ropa vi eja...
El Año Nuevo me hace pensar en todos los cu mpleaños que vienen, el
mío inclusive, y me parece mentira haber llegado tan lejos. Me acue r-
do que, cuando yo era niño -tendría ocho o nueve años-, pensaba que
a los treinta años ya las personas estaban chochas e insoportabl e-
mente decrépitas.

BIBLIOTECA A CUENTO

No, no me vengas con eso de que “Yo sí devuelvo los l ibros”.


Ese cuento lo he oído tantas veces, que ya no me lo trago. Ade más,
con ese mismo cuento he perdido buena parte de mi bibliot eca y, para
serte sincero, con él también fue que la hice.
¿QUÉ LE DIJO ALEJ ANDRA A SIMÓN?

Anoche, cuando la novela estaba en lo más emocionante, sonó


el teléfono y tuve que apagar el tel evisor porque, el p obrecito –debe
ser por la cantidad de años que ha pasado ahí en el recibo sirviéndole
a toda la familia–, tiene un desperfecto en el volumen y si no es bien
fuerte no se oye. ¿Qué telenov ela...? La del dos... ¡¿Esa es la que tú
también ves?! ¡Ay, qué bueno! Ven acá, por fin, ¿qué fue lo que le dijo
Alejandra a Simón? ¿Que está preñada o que tiene cáncer?

MENOS MAL

Menos mal que ninguna ley considera delito las cosas que uno
hace contra sí mismo. Si eso fuera así, las cárceles estaría n llenas y,
donde hubiera pena de muerte, las guillotinas, las cámaras de gases o
las sillas eléctricas no pararían de trabajar en todo el día, veinticu atro
horas diarias, los trescientos sesenta y cinco días del año.

241
RECURSO P ARA S ALIR ADELANTE

Otilia me dijo -y todavía no salgo de mi asombro, porque yo no


creí que alguien como ella pudiera pensar así -, que “Una mujer con un
buen culo jamás se muere de hambre”. Después, mientras estaba m u-
da, sin saber qué contestarle, agregó: “Tú tienes una mala sit uación
económica porque quieres, porque el recurso para salir adelante, gr a-
cias a Dios, lo tienes”. Y me contó que ella se pagó sus estudios de
Arquitectura en la universidad, sacándole provecho a todo lo que Dios
le dio, especialmente al culo. “No hay un hombre en este mundo al
que no le guste un buen culo y el que tú ti enes, redondito y firme, es
muy cotizado”.

DESPUÉS DE V ACACIONES

Los primeros días, después de que uno regresa de vacaci ones,


la verdad es que está toda desorientada. No sé, yo me sien to tan ex-
traña, tan fuera de mí, tan... ¡Ay, no sé...! ¡Me hablan de una c osa que
quedó pendiente y la ve rdad es que no me acuerdo de eso, en lo más
mínimo...! ¡Sé que tengo que hacer un mo ntón de cosas y que las que
tengo anotadas en mi agenda no son toda s, pero...! ¡Debería inventa r-
se una especie de paracaídas para estos c asos, ¿tú no crees...?!
RECUERDE

¡¡¡Señora: ponga más cuidado cuando maneja!!! ¡¡¡Recue rde que


ahorita no anda montada en su escoba!!!

LUNES TAN ESPERADO

Mi marido pasó el fin de semana íntegro en la casa, mirando t e-


levisión. Yo no sé qué le pasó ni por qué no quiso ir a jugar bolas
criollas, ni a echarse palos con sus amigos. Y, cl aro, aquello fue el
acabose, yo no sé cómo no le planteé el divorcio de una vez: que si
tráeme esto, tráeme aqu ello, que si eso está sucio, que si manda a
callar a los muchachos... Y, entre cumplir órdenes y regañar a los n i-
ños, se me fueron el sábado y el domingo. El lunes, cuando Fermín
salió para su trabajo, yo, por fin, respiré aliviada.

LA MAYOR RIQUEZA
242
Dicen que la mayor riqueza que uno tiene en la vida son los
hijos, pero habemos mujeres que, por lo visto, tenemos el vientre ma l-
dito: yo tuve tres hijos, dos varones y una hembra, y el primero me
salió ladrón, la hembra me salió puta y el t ercero policía, de esos que
le pegan a los presos para que h ablen...

ARMANDITO EN LA TELEVISIÓN

¡A y, ¿sabes que vi a Armandito el ot ro día en la tele visión, en


una entrevista?! ¡¿Quién iba a pensar, cuando ese hijo tuyo and aba
por ahí jugando pelota o policía y ladrón, que de grande se iba a
convert ir en escrit or?! ¡Cualquier d ía de éstos, cuando ven ga a vis i-
tarte, dile que se dé una pasadita por la casa, para que me redacte
unos recibos!

NUEV AS TRETAS

Hoy, que digo, ayer, fui a cobrar un cheque en el banco y el


cheque rebotó. Entonces, llamé al que me lo dio y, en lugar de discu l-
parse, se enojó, porque por mi culpa le iban a cobrar una multa por
emitir cheques sin fondo. No conforme con eso, me insultó y dijo que
si yo no le tenía consideración, él no tenía por qué paga rme nada, y
hasta me colgó el teléfono. Después, lo dejó descolg ado para que yo
no lo volviera a llamar... Sí, sí, eso es exactamente lo que yo digo: la
gente usa su creatividad para inventar cada día nuevas tretas para no
pagar las deudas.

UN P AÍS DE HOMOSEXUALES ENCUBIERTOS

Para mí, éste es un país de homosexuales encubiertos, ni más ni


menos. No hay nada que guste más que un hombre disfrazado de m u-
jer. En los carnavales, se produce una algarabía cada vez que pasa
cualquiera vestido de mujer, sobre todo si va meneando el trasero c o-
mo una rumbera. Tú vas a una fie sta y los hombres andan por un lado
y las mujeres por el otro, como si fueran enem igos. El principal medio
de demostrar la hombría es pasar el tiempo en un bar, rodead o de
otros hombres, hablando de deportes y de mujeres. Eso no tiene otro
nombre sino “homosexualidad reprim ida”, ni más ni menos.

REMEDIO P AR A LA SOLEDAD
243
Nunca en mi vida he tenido problemas de soledad. Las pocas
veces en que, por alguna razón, me he sentido sola, a los cinco min u-
tos he agarrado la guía telefónica y me he pue sto a ver cuánta gente
vive en Caracas. Toda esa gente está al alcance de una llamada tel e-
fónica, la conozcas o no. Entonces, no estás sola. Mie ntras eso sea
así, no te puedes sen tir sola.

UNA BOTELLA DE CHAMP AÑA

Mañana me dan la nota del examen de Química y voy a traer una


botella de champaña para bebérmela con ustedes, si me va bien... Y
si me va mal, no hay problema, igual me sirve, porque e ntonces me la
pego por la cabeza.

HORA VENEZOLANA

Recién llegada de Inglaterra, del postgrado que hizo en Londres,


Esther era muy formal, tanto que si tú acordabas con ella encontrarse
a una hora, lloviera, tronara o relampagueara, ahí estaba ella. Pero,
de un tiempo a esta pa rte, Esther está igual que todo el mundo en el
país: siempre llega media hora después –como dicen, a la “hora vene-
zolana”–, y jamás pide disculpas.
GRAN COSTURERA

Cada dos o tres meses, cuando Alfredo va a visitar a su mamá,


yo le meto en una maleta toda esa ropa que necesita una costura aquí
y otra allá, y meto las camisas a las que les falta algún botón y los
pantalones a los que se les ha dañ ado el cierre porque, no es que a
mí no me guste la costura, sino que con este trabajo en el que paso la
mayor parte del día, yo no tengo tiempo de encargarme de esas c o-
sas, como cualquier esposa común y c orriente. Además, mi suegra es
una gran costurera y a ella no le molesta seguir hacie ndo eso por su
único hijo varón.

LA MUJER DE UN ANORMAL

Te lo juro, Alcira, yo ya no sé qué hacer con mi marido. Todas


las mujeres se quejan de que sus esposos se les esc apan de vez en
cuando, sobre todo los días de pago, y se les van de parranda. El mío
no, Alcira. El mío, desde que llega del trabajo, prende la t elevisión y
no aparta los ojos de la pantalla, hasta que se acuesta... ¡Ay, sí, yo sé
244
que parece broma lo que te estoy diciendo, pero es en serio: yo me la
paso esperando que, aunque sea una vez en la vida, él se dé su e s-
capadita! ¡Yo no quiero seguir sintiéndome la mujer de un anormal!

TENEMOS UN PROBLEMA

Nosotros tenemos un problema y es que, mientras en la mayor


parte del mundo se es inocente hasta que se demuestra lo contr ario,
en este país se es culpable hasta que se demuestra lo contrario. Y
aun con una sentencia a bsolutoria a tu favor, la mayoría de las pers o-
nas te sigue creyendo cu lpable. Hemos llegado a un punto en el que
nadie confía en nadie y el principio de todas las relaciones –incluyendo
las familiares–, es la desconfianza mutua. A este paso, no sé adónde
iremos a llegar.

DORELYS

Una pregunta: ¿tú conoces a alguien que se llame “Dor elys”...?


“Dorelys”, chico, es un nombre como cualquier otro... No, yo digo c o-
nocer, no que hayas vivido con ella o que hayas tenido amores con
alguien que se llame así... Yo tampoco conozco a nadie con ese no m-
bre y ese es mi problema: antean oche compuse una canción que titulé
“Dorelys de mi vida” y ahora no encuentro a quién dedicá rsela.
A LO QUE HEMOS LLEG ADO

A lo que hemos llegado: la gente de El Silencio, que vive en lo s


edificios alrededor de la Plaza O'Leary, no dejó que el gobierno les
construyera un parque entre el bloque Uno y las Torres porque, según
dijeron los representantes de las asoci aciones de vecinos, ellos tenían
miedo de que, por las noches, ese parque se convirtiera en un refugio
de hampones, traficantes y drogadictos. En una reunión, i ncluso, hubo
un señor que amenazó con que, si llegaban a construirlo, él se iba a
prender candela como hacían los bonzos, aquellos monjes budistas
que se incineraban en los años Sesenta... El mundo está mal, hombre,
bastante mal.

LA ESCALERA AUSENTE

Carlos Augusto se graduó de arquitecto hace ya más de treinta


años, pero nunca ejerció la profesión porque la única casa que d iseñó,
la suya, la mandó a construir y, cuando y a iban a echar la segunda
planta, se le acercó el maestro de obra y le dijo: “Mire, doctor, a mí
245
me parece que se ha perdido un plano, porque no encuentro por
ningún lado dónde es que va la escalera”. Y resulta que a Carlos A u-
gusto se le había o lvidado ponerla: ¡hizo una casa de dos plantas y
olvidó ponerle una escalera!

VERDAD S ANGRIENTA

Aparte de mí, en la familia no hay más médicos, ni ningún otro


cirujano. El más cercano a esta profesión fue mi bisabuelo, quien d e-
cía que la mejor comp añera de un hombre era una navaja. El siempre
cargaba una en algún bolsillo y, según contaba, le servía para todo:
para pelar frutas, para atacar o para defenderse, y hasta para enam o-
rar mujeres. Cuando a él le gustaba una mujer y quería acostarse con
ella, se le declaraba y, mientras le decía todo lo que se le ocurría, s a-
caba la navaja y se hacía un corte s uperficial en la muñeca izquierda.
Entonces le decía “Te juro por esta sangre, que lo que te estoy d i-
ciendo es verdad”. Y, por supue sto, ¿qué mujer se le iba a res istir?

CUANDO P AP Á TENÍ A TU EDAD

¡W inston, cómete eso, cómetelo todo! ¡Mira que tu papá, cuando


tenía tu misma edad, se comía sin protestar todo lo que le daba su m a-
dre...! Aunque, a decir verdad, debe ser por eso que el pobre es así.
EL COLMO DE LA MEZQUINDAD

La gente está ahora cada vez más mezquina. A Jonathan R afael,


el menorcito de mis hijos, le regalaron en su cumple años una cámara
fotográfica, sin siquiera un rollo de película para que empezara a
usarla, y un carro que funciona con baterías, sin las baterías. Está
bien que la situación del país no es buena, pero eso ya es el colmo de
la mezquindad.

SÍNDROME DE LA ENFERMEDAD OCULTA

El día que yo acepte que me vea cualquier otro médico tiene que
ser que estoy en coma, porque consciente yo no me vuelvo a exponer a
que hagan conmigo lo que les dé la gana o a que estén experime ntando
con mi cuerpo y con mi vida, c omo si yo fuera un conejillo de Indias...
Me he pasado más de dos semanas de médico en médico, asustado,
haciéndome exámenes de todo tipo y tomando diversos m edicamentos
y ahora, como no encuentran la causa de lo que tengo, ¿sabes lo que
me han dicho? Que yo padezco el “síndrome de la e nfermedad oculta” y
246
que, mientras tanto, lo único que se puede hacer conmigo es estudia r-
me, porque yo y que soy el paciente cero de ese mal.

TAL CUAL

Así, tal cual, es mi marido, parece que lo hubieras descrito a él.


Pero la otra noche no aguanté más y se lo dije, le canté las cuarenta
verdades en su cara: “¡Tú estás aquí, Simón Alfredo, en la casa, y
nunca tienes tiempo ni disposición para hacer nada, po rque te sientes
viejo y cansado; pero vamos a una fiesta y, apenas llegamos, ya qui e-
res bailar con cuanta fulana se te pone por delante, porque todavía te
sientes joven!”

LO QUE MÁS ME GUSTA DE LA B IBLI A

La parte que más me gusta de La Biblia es esa, cuando ese a c-


tor llamado... Llamado... Eso, Charlton Heston... Cuando Charlton
Heston viene corriendo por la sabana, con un poco de judíos atrás,
como si lo vinieran persiguiendo para cobrarle, y detr ás de ellos va-
rios batallones de romanos, y cuando ya los romanos los van a ag a-
rrar, entonces él dice “¡Ábrete, sésamo!” y se empieza a abrir una
cueva en el mar, por donde él y los judíos se meten. Después, en lo
que llegan los romanos y dicen “Si estos s e metieron por aquí, nos o-
tros también cabemos”, suácata: les cae el mar encima y se ahogan
como unos mismos pendejos.

QUIERO DIEZ

Mi suegra estaba soñando con un señor que conoció, cuando


ella era pequeña, y el señor le estaba regalando billetes de m il bolíva-
res. En lo que llegó a nueve, no le dio más y entonces ella dijo “¡Deme
otro, que yo quiero diez!”. Pero lo dijo con tanta fuerza que se de s-
pertó y, claro, al despertarse, se encontró con que no tenía nada. E n-
tonces pasó todo el día molesta por no haberse conform ado con los
nueve billetes.

CÓMO PEDIR UN PRÉSTAMO BANCARIO

Cuando vayas a pedir un préstamo en un banco, tienes que hacer


como los grandes estafadores: vestirte y calzarte con la m ayor elegancia
posible, llegar al lugar y comportarte como los grandes estafadores. P a-
247
ra eso necesitas alquilar un buen traje, no un esmoquin, porque ese es
un traje de fiesta, pero sí el mejor traje formal que consigas. Debes
presentarte en un carro con chofer y hacer que te dejen frente a la e n-
trada del propio banco. Si vas disfrazado de rico, desde el portero en
adelante, todos los empleados y hasta los gere ntes te van a jalar bolas.
Para que te digan que no, tiene que ser que ya c onocen el truco.

OSCURO DESIGNIO

Allá, en el pueblo, todo el mundo sabí a que esos niños que vi v-


ían en la casa parroquial con el cura no eran unos huérfanos que él
había recogido, como él decía y se cansaba de repetir. Todo el mundo
sabía que eran hijos suyos, tenidos con la mujer que barría la capilla,
una tal Candelaria que era hija ilegítima del sacristán. Todos esos n i-
ños, cuatro o cinco, ya no me acuerdo, eran igualitos a él y, como p a-
ra que no lo pudiera negar, todos habían hered ado de él un dedo de
más en cada mano. El cura, para defenderse, decía que eso era una
casualidad, un oscuro d esignio del Todopoderoso.

IGUALES A LOS CANGREJOS

Los humanos somos como me mostró una vez un pesc ador de


cangrejos en Naiguatá. ¿Sabías que a los cangrejos, cuando los s a-
can del mar, los meten en cestas que no tienen tapas? ¿Y sabes p or
qué? Porque igualito que pasa con nos otros los humanos, cada vez
que un cangrejo intenta salir de la cesta, los otros lo halan hacia ab a-
jo. Ahora, tú pones un solo cangrejo en la misma cesta y, cuando él
decide salir, sube y se sale, sin ningún problema .

LA NOCHE DEL ESTRENO

Esos niños nunca tuvieron un televisor en su casa hasta que la


mamá, haciendo un enorme sacrificio, les compró uno. Pero la misma
noche del estreno, unos malandros que, al parecer, la habían visto
llegar con el aparato, le metie ron candela a unos cartones en la e n-
trada del rancho y, en lo que ella y los hijos salieron a ver qué pas a-
ba, los malandros entraron por detrás y se ll evaron el televisor.

LAS COS AS NO SON COMO P ARECEN

Hay una época en la vida de uno en que eso que te está pasan-
248
do a ti es más o menos normal. A uno le parece, oyendo hablar a los
demás, que ha perdido su tiempo leyendo los pocos libros que ha p o-
dido leer, porque los verdaderamente importantes par ecen ser los que
han leído los demás. Ni más ni menos, uno siente como que hubiera
extraviado la senda para alcanzar la verdad y que todo el mundo está
en el camino corre cto y uno no. Pero no es así y de eso te vas a dar
cuenta más adelante. Tú vas a ver, no ahora sino dentro de unos
años, que las cosas no son co mo parecen y que más de un erudito
es, en realidad, un farsante. Ninguna persona, ni la más culta que tú
conozcas, se ha leído todo lo que cita.

EN LOS CASINOS

¿Tú quieres saber dónde se la pasan los que han arruin ado a
este país? No los busques en sus casas, ni en sus of icinas, y ni s i-
quiera en lu gares maravillosos como París, Nueva York o las islas
Seychelles. Están en Curazao, en Aruba, en Bonaire, o en cualquier
lugar del Caribe donde haya casinos, apostando el dinero que tan
poco esfuerzo les ha co stado, sin importarles si lo pierden o no, po r-
que saben que bie n pronto volve rán a reponerlo. Algún día, cuando
se escriba la verd adera historia de este país, se señalará un f en ó-
meno socioeconómico bien curioso y es cómo los casinos de toda el
área del Caribe p rosperaron, durante décadas, gracia s al petróleo
vene zolano.
“LILY MARLEEN”

Me cuentan que a la abuela -cuando bebía uno o dos tr agos de


ron, de brandy o de whisky y estuviera donde estuviera -, le daba por
cantar “Lily Marleen” a todo pulmón, mie ntras se iba desn udando, y
que, cuando se quitaba la ropa interior, se le insinuaba a cuanto ho m-
bre tenía cerca. Hasta donde sé, porque quien me lo contó fue tía E l-
sa, más de una vez la sacaron de fiestas y reuniones por h acer eso. Y
fue también por eso qu e la dejó el abuelo, poco después de haber n a-
cido mamá, porque parece que lo hizo varias veces e stando casada y
él se cansó de reclamárselo. La propia tía me dijo que le extraña que
ahora la abuela sea tan conservadora y no nos deje a las nietas t o-
marnos ni siquiera una ce rveza. ¿Será que teme que seamos como
ella?

MIENTRAS ÉL ME DÉ MI DINERITO

Ah, no, Rafaela, yo soy así: yo sueño que estoy enferma y am a-


nezco al día siguiente moqueando y con el cuerpo que no lo aguanto.
249
O sueño que Abelardo no viene a casa y seguro que esa noche se
queda a dormir donde la querida, que ahora pasa la m ayor parte del
tiempo donde una querida que tiene por los lados de La California…
No, mija, yo no celo hombres: mientras él me dé mi dinerito semanal,
puede hacer lo que le dé la gana, que yo no me pre ocupo.

POR ENCIMA DEL HOMBRO

El que también tenía la mala costumbre de ponerse a leer por


encima de tu hombro cualquier cosa que tú estuvieras leyendo, era
Oscar, mi hermano menor. Desde pequeño siempre tuvo esa mala co s-
tumbre, hasta que yo se la quité, siendo ya un hombre hecho y der e-
cho. Cuando yo lo cazaba haciendo eso, lo obligaba a aprenderse de
memoria la página que había leído, bien fuera de libro, de revista o de
periódico y, hasta que no me la recitaba completica, yo no lo dejaba
comer, porque no había peor castigo para él que d ejarlo sin comer.

BUSCANDO ORO

¡Xavier, muchacho de porra, no sea tan cochino! ¡Sáquese esos


dedos de la nariz! ¡Se le van a poner esos dos huecos como un par de
túneles y ¿entonces...?! ¡Además, ¿usted no se da cuenta de que
pueden venir visitas y que ese es un e spectáculo muy feo, ver a un
niño con media mano metida en la nariz, como quien está buscando
oro?!

ATENTO

Tú sólo tienes que estar atento todos los días en los periód icos
a que se muera alguien con tu apellido. Debes revisarlos te mpranito y
todos, eso sí, todos, porque no traen los mi smos muertos. Mira: no ha
habido una vez que se haya muerto un Gutiérrez que yo no haya ped i-
do permiso para faltar en el trabajo.

LA MISMA GE NTE

En el autobús en que me monté esta mañana había varios letr e-


ros, pero había uno particularmente terrible que decía: YA YO MATÉ
A UN COLOMBI ANO, ¿Y TÚ? Lo que la gente no se ha qu erido dar
cuenta es que el odio que sentimos por los colombianos es un odio
hacia nosotros mismos, porque, históricamente, somos una misma
250
gente. Y es obvio que así sea, porque si existe en el mundo un pueblo
autodestructivo, un pueblo infectado de sífilis en los genes, ese s o-
mos nosotros.

LA COS A MÁS FEA DEL MUNDO

Cuando las calles se llenan de buhoneros es porque la ec onomía


del país está mal, no hay trabajo, no se generan empleos, y toda esa
gente que tiene una catajarria de hijos a los que no hallan cómo da r-
les de comer, cómo llevarlos a un médico o comprarles ropa –que na-
die come o gasta más ropa que los hijos cuando están creciendo –, el
único camino que le queda es ponerse a vender cualquier c osa en la
calle, desde piedras hasta papas fritas. Y es que la cosa más fea de
este mundo es la miseria. Yo que la he vi sto cara a cara te lo puedo
decir: la miseria es lo más horroroso que tiene la vida.

ACTUALÍZATE

Pero, mamá, cómo se te ocurre... ¿En qué mundo crees tú que


vivimos? ¿Cómo quieres que regrese a casa de mi cita con Edua rdo, a
las ocho de la noche? Actualíza te: hasta la Cen icienta tenía permiso
para regresar a medianoche.
NO SOY UNA PERSONA RENCOROSA

Honestamente hablando, yo no soy ni nunca he sido una pe rsona


rencorosa, ni mucho menos vengativa. Si lo fuera, ¿tú crees que hab ría
votado por Genaro, en las pasadas elecciones para alcalde? Gen aro
fue el que me presentó a la cuaima de mi mujer.

PROMES A MATRIMONI AL

Te apuesto lo que quieras a que Aldemaro se casa con Món ica...


Lo que tú quieras... ¿Que cómo estoy tan seguro? Muy f ácil. La sem a-
na pasada, Aldemaro fue a la casa, como de costumbre, pero esa n o-
che le regaló a mi hermana una licu adora. Hace quince días le llevó
una plancha y hace un mes le dio una aspir adora.

SI YO HUBIERA SABIDO

Mire, señora, yo la he mandado a llamar porque a este much a- 251


cho suyo -y eso me tiene muy preocupada -, le pegan todos sus co m-
pañeros de clase y hasta los que estudian en las otras secci ones, y él
nunca se defiende. Para mí que él tiene un problema que, no sé cómo
decírselo... El necesita... ¡Señora...! ¡¿Qué hace... ?! ¡Ay, señora, no
le pegue...! ¡Señora...! ¡Contrólese...! ¡Si yo hubiera sab ido esto, que
usted también le iba a pegar -y delante de mí-, no la hubiera llamado,
porque la que de verdad necesita que se le lleve a un psiquiatra -y de
urgencia -, es a usted!

PEORES HE CONOCIDO

Pero, Amelia, cónchale, no te pongas así, que la cosa no es para


tanto... Sí, yo sé, en eso no te quito la razón, porque la razón es del
que la tiene, pero, francamente, no está bien que te preocupes como
tú te preocupas, porque la cosa no tiene remedio. Preocupándote o no
la cosa no tiene arreglo. Claro, yo te entiendo, y si yo fuera la del
asunto, a lo mejor est aría peor que tú, pero, óyeme bien lo que te voy
a decir... Okey, la niña es un poco retrasadita pero, cuando crezca,
cuando tenga entre quince y dieciséis años, como ella es muy bonita y
tiene esa carita de ángel, casi nadie se va a dar cuenta. Peores he
conocido yo y se han c asado.
FRANKESTEIN

Entre nuestras amigas, te confieso que yo me quedaría con la


cara de Marlene, el cuerpo de María Alejandra, las tetas de Grace, el
culo de Ninoska y los reales del papá de Virginia.

EL ÚNICO CONSUELO

A estas alturas de mi vida, el único consuelo que me qu eda es


que, si bien no se han realizado mis sueños, tampoco se han h echo
realidad mis pesadillas.

VESTIDA POR SUS ENEMIG AS

A Belinda parece que la vistieran sus enemigas: ¿la viste la s e-


mana pasada en ese programa de televisión donde la entrevistaron...?
Fue con una minifalda de cuero negro, una blusa amarilla y una cart e-
252
ra y unos zapatos anaranjados. Lo que menos parecía era una psic ó-
loga. Tú la veías y, si no sabías quién era, pensabas que era la pres i-
denta de un sindicato de putas.

VECINOS V AMPIROS

En ese edificio al que recién nos mudamos como que viven p u-


ros vampiros: en el día, aquello es un cementerio, tú no escuchas ni el
zumbido de una mosca. Pero, en la noche, m uchacho, eso es candela:
música a todo volumen, discusiones, portazos, platos que se quiebran,
niños llorando o gritando, mujeres histéricas peleándo se entre ellas o
con los maridos, cuerpos que caen y todo lo que te puedas imaginar.
Ese escándalo dura más o menos como hasta las cinco o seis de la
mañana, cuando sale el sol.

UN P AÍS DONDE LA GENTE COME HIELO

Jimmy estaba recién llegado al país y, a medida que iba viendo


cosas, se iba enamorando de ellas. Una mañana, se paró frente a un
vendedor de raspados y se quedó mirando cómo el hombre pulveriz a-
ba un bloque de hielo, cómo recogía esa granizada en un vasito de
cartulina y, por último, cómo la ro ciaba con jarabe de frambuesa.
Jimmy me contó después que él se puso a ver cómo un niño se comía
aquel hielo coloreado, con tanto gusto, que se sintió tentado de c o-
merse uno también y que, desde que se comió ese raspado, supo que
jamás se podría ir de Ven ezuela. Según me dijo, con todo el ent u-
siasmo del mundo, un país donde la gente podía comer hielo era lo
más maravilloso que se podía encontrar s obre la Tierra.

UN RATICO DESPUÉS

Por lo general, yo salgo a la misma hora todos los días para ir al


trabajo y no soy el único. A esa hora, siempre encuentro a la misma
gente, parada en los mismos lugares. Pero uno sale un ratico de s-
pués, como hice yo ayer, que se me hizo tarde sin darme cuenta, y
parecía que me acababa de mudar por ahí: no conocía a nadie y, en-
cima, los autobuses y las camionetas pasaban más llenos que a la
hora en que norma lmente yo salgo. Me sentí igualito que si estuviera
exilado en otro país, completamente fuera de l ugar.

PICOR DE MANOS
253
Me está picando la mano derecha, qué buena broma . Cuando
ese picor empieza, al rato también empieza el desfile de cobrad ores
por mi oficina.... Si, en cambio, la mano que me picara fuera la i z-
quierda, tendría al menos la esperanza de que me va a entrar algún
dinerito. El mes pasado, me empezó apenas cob ré la quincena y, ha s-
ta que no pagué la última cuenta y me quedé más limpio que talón de
lavandera, no se det uvo el picor.

ACOSTUMBRADOS A LO MALO

Lo más terrible de todo lo que está pasando en Venezuela en


estos últimos años no es la desidia de la ge nte, ni la corrupción gen e-
ralizada, ni tampoco el menosprecio al talento y a la inteligencia, sino
el conformismo. La gente se ha acostumbrado a lo malo, a que las c o-
sas se hagan de cualquier manera y a que todo esté sucio, desarr e-
glado o torcido. Para col mo, estamos llegando a un momento en que
ya uno simplemente se conforma con amanecer vivo.

TIRO AL BLANCO

Algo verdaderamente asombroso es la cantidad de gente a rmada


que hay en el país. Mira esos avisos de la autopista: no hay uno solo
que no tenga una o varias perforaciones de bala. Quienes vivimos
cerca de las autopistas escuchamos disparos todas las n oches y al día
siguiente la prensa no dice nada, porque en verdad no ha pasado n a-
da. Y es que, simplemente, cientos de personas practican tiro al bla n-
co con esos avisos, mientras van en sus automóv iles.

AL REVÉS

Muchas personas cree n que cuando uno envejece deja de reír. Y


están completamente equivocadas. La cosa es al revés: uno e nvejece,
a cualquier edad, precisamente cuando deja de reír.

COMPRENSIÓN DIVINA

¿Tú quieres saber por qué en Venezuela no hay volcanes, ni ll e-


gan los huracanes y casi nunca se producen catástrofes como en los
demás países? Yo he pensado mucho en eso, desde hace bastante
tiempo y he llegado a la conclusión de que Dios c omprendió que con los
propios venezolanos ya Venezuela tenía bastante en cuanto a tr agedias.
254

TRAER AL HERMANO MAYOR

Es una lástima que, con lo emocionante que es el fútbol, aquí


seamos tan apegados a los norteamericanos y que el d eporte que más
nos atraiga sea el béisbol. En los campeonatos mundiales o en la C o-
pa América, como Venezuela siempre queda fuera en las eliminat o-
rias, a uno no le queda más rem edio que apoyar a Brasil o a Argentina
todo el tiempo y uno se siente como cuando era pequeño, que v enía
un tipo grandote a buscarte pleito o te daba un golpe y tenías que
buscar a tu hermano mayor para que te defe ndiera.

CÓMO ME V A EN EL TRABAJO

¿Quieres saber cómo me va en el trabajo? Bueno, imagínate


cómo me irá que el viernes de la semana pasada, cuando salí de la
oficina y después de muchas peripecias que mejor no te cuento p ara
que no te eches a llorar, pude llegar al apartamento, y lo prim ero que
hice fue meterme debajo de la ducha con ropa y todo, con la cartera,
los zapatos y una bolsa con co sméticos que había comprado al m e-
diodía. Después, como a la media hora, me salí del agua, me sequé,
me puse una bata y me puse a llorar, abrazada a las paredes, hasta
que me quedé dormida.
DECISIONES

Una cosa que yo no soporto de la vida es eso de tener que to-


mar decisiones todo el día: qué me voy a poner para s alir a la calle,
qué voy a desayunar, a almorzar o a cenar, adónde voy a ir y con
quién para divertirme, y mil decisiones más. En decidir cosas yo sie n-
to que se me va la cuarta parte de la vida. Otra cuarta parte la paso
arrepintiéndome de las decisi ones que tomo y el resto se me va entre
dormir, trabajar y tratar de hacer las cosas que he d ecidido o las que
la vida ha decidido por mí.

LO MALO DE CASARSE CON UNA BUENA MUJER

He ahí el detalle: lo malo de casarse con una buena mujer, una m u-


jer de la que no tienes ninguna queja después de muchos años de mant e-
ner una relación, es que el día que te cansas de ella no la pu edes mandar
para el carajo, sino que la tienes que aguantar por otro montón de años,
porque es peor el remordimiento que te va a quedar para el r esto de tu
vida, que el tener que soportarla a tu lado sin qu ererla.
255

YO NO COMO NARANJ AS

No, gracias, yo no como naranjas, desde una vez que mi papá


nos dio dos naranjas a mí y dos a m i hermana Yolanda. Yo me c omí
las mías y, como Yolanda estaba más pequeña, le quité las suyas y
me las comí también. Cua ndo papá llegó y se enteró, fue al mercado,
compró medio saco de naranjas, que en ese m omento era baratísimo,
y me hizo comer las cuaren ta y pico que traía el medio saco. Y santo
remedio: a mí me e ncantan las frutas, pero las naranjas no puedo ni
olerlas.

MÁS DE ALLÁ QUE DE AC Á

Ahora que he llegado a una edad en la que estoy más de allá


que de acá, me he estado haciendo preguntas que nunca antes se me
habían ocurrido. Por ejemplo, ¿cómo amanecerá al día siguie nte de mi
muerte? ¿Estará lloviendo? ¿Hará buen día? ¿Yo lo estaré vie ndo?
¿Qué me habré hecho en esa doble inmensidad que es el espacio y el
tiempo? ¿Reencarnaré aquí o en otro sitio? ¿Me volveré a encontrar
con la gente que quiero o ya más nunca nos volveremos a ver? A lo
mejor la muerte no me trae ninguna respuesta, pero me gustaría pe n-
sar que sí.
EL ESPÍRITU DE LOS JUGUETES

Con los juguetes de los niños pasa una cosa que no sé si te has
dado cuenta y es que existe una especie de reciclaje espont áneo. Uno
le compra juguetes a sus hijos y ellos los botan o los pierden. Supo n-
go que lo mismo le sucede a los demás padres con sus niños y, por
eso, por cualquier sitio que pases, si empre encuentras un juguetico
que se le ha caído o se le ha perdido a algún niño. Y no sé si te has
dado cuenta, pero esos juguetes encontrados son los que más le gu s-
tan a nuestros hijos. Yo he llegado a pensar eso que te dije, que con
los juguetes existe algo así como un espíritu o una fuerza universal de
reciclaje espontáneo, que mantiene un cierto nivel de compens ación.

SU VERDADERO ÉXITO

Para mí, el éxito de Juan Manuel no son sus negocios, ni sus


inversiones. Su verdadero éxito son las mujeres con las que se ha ro-
deado en los últimos años. En primer lugar, está Mónica, su e sposa,
que piensa por él y le dice qué debe hacer y qué no. En segundo, está
256
Malena, su he rmana y socia en cuanta cosa se mete. Yo he conocido
pocas mujeres tan trabajadoras como esa. Malena ha sido la que ha
sacado adelante todos los proyectos que tienen en co njunto y quien
los ha hecho producir una barbaridad. En tercer lugar, Juan M anuel
tiene a Adela, su secretaria: esa es otra mujer única. Adela se ha co n-
vertido en una segund a mamá de Juan Manuel y es ella quien se oc u-
pa de que todo funcione perfectamente. Mientras tanto, todo el mu n-
do piensa que el ex itoso es él... Y, en el fondo, no les falta razón.

EL FANTASMA DE ALGUIEN QUE NUNCA EXISTIÓ

Josefina es de ese tipo de pe rsona que sólo en una isla desierta


y después de varios meses, tú te das cuenta que existe. Ella tiene t o-
do para ser atractiva, porque tiene buen cue rpo, una cara bonita y
hasta unos ojos verdes de lo más monos. Pero tiene tan poca pers o-
nalidad que parece invisible o, peor, parece el fantasma de alguien
que nunca existió.

EL NIÑO NO CONTROLA SUS ESFÍNTERES

Perdone, señor, pero es que el niño todavía no controla sus


esfínteres: él suelta su chorro donde sea y a la hora que sea y por
eso, a veces, pasa esto. Y no es la primera vez y supongo que tamp o-
co será la última... Pero, no se preocupe, que yo le doy ahora mismo
para que pague el lavado de la tapicería y... ¡Ah, no, el día completo
no se lo voy a pagar, ¿cómo se le ocurre...?! ¡Eso se lo limpian en un
autolavado en un m omentico, yo tengo la experiencia, porque a cada
rato él lo hace en mi propio carro. Precisamente, por eso es que ah o-
ra, cuando salgo con él, viajo en taxi.

CUANDO NO AGUANTO MÁS

Yo, cuando no aguanto más las presiones del trabajo , de la fami-


lia o de la falta de dinero, me subo a mi carro y me voy para la Cota
Mil o para cualquiera de las carreteras cercanas. Cierro los vidrios,
enciendo el aire acondicionado y me pongo a gritar, a gritar lo más
duro que pueda, o a llorar, hasta qu e ya no me queda nada por d e-
ntro. Entonces enciendo la radio y me vengo nuevecita hasta la casa,
a seguirme cargando de amarguras y de enojos.

P ARA QUE RINDA EL TIEMPO


257
Papá le dijo el otro día a mi hermana, cuando ella se estaba
quejando de que el tiempo no le alcanzaba para nada, que la mejor
manera que había en nuestro tiempo para hacer que el tiempo rindi e-
ra, era apagar el televisor. Yo no sé si ella le ha hecho caso, pero yo
hice la prueba y, parece mentira, tiene toda la razón.

CARA DE MOSQUITA MUERTA

Ahí donde tú la ves con esa cara de mosquita muerta y esa v o-


cecita de yo no fui, esa señora es de lo peor. Vive dando lástima, al e-
gando que ella es una pers ona sola y enferma. Se la pasa diciendo
que todo el mundo la agrede, que nadie la compren de y que todos le
hacen la vida imposible. Y resulta que quien se la pasa intrigando
contra todo el que se le pone en la mira es ella. Aquí nadie la traga y
cada vez que entra en alguna oficina, se siente una tensión terrible y
todos se ponen como los anim ales de la selva cuando el león está
cerca. A mí, nada más con oírle los pasos, ya me rechinan los die ntes.

MIS NEGOCIOS

Si alguno de mis hijos llegara a decepcionarme y no se gr aduara


en la profesión que yo le he escogido, automáticamente d ejaría de ser
mi hijo. Cada tanto se los d igo, para que no se les o lvide: “Yo no los
tuve para que le dieran benef icios a otra persona, sino para que f u e-
ran una prolongación mía en mis negocios que, a la larga, serán sus
negocios”. A Isabe l, la mayor, la tengo est udiando Derecho y ya está
por graduarse. A Luis, el segundo, Adm inistración de Empresas, y a
Lucía, la menor, Publicidad y Me rcadeo. Luis debe salir dentro de
tres años y Lucía dentro de cuatro, porque apenas tiene un año en la
universidad.

NEGOCIO ENTRE PIERNAS

Lo que yo no sé es de dónde saca Andrea tanta ropa nu eva: ¿tú


no te has fijado que nunca repite una blusa, ni una falda, ni un conju n-
to, ni un vestido? Y ella no gana un sueldo como para tener semejante
vestuario... Aquí entre nos, yo creo que e sa tiene un negocio nocturno
entre las piernas, ¿tú no crees?

VE AN A CONTINUACIÓN
258

¡Y, siguiendo con nuestra programación habitual, vean a cont i-


nuación: “El Hombre Invisible...”!

CONCLUSIÓN

No sé si será por la edad o porque se me ha abierto la men te, pe-


ro estoy llegando a la conclusión de que el mundo es una mar avilla y
que soy yo quien no encaja en él. Hay quienes me hacen daño, a mí y
a mi familia, y porque los enfrento hablan mal de mí, tratan de de s-
prestigiarme y hasta me amenazan. En la oficin a me dicen que no tra-
baje tanto, ni tan bien, porque eso es un mal eje mplo. Y me critican no
sólo mis compañeros, sino hasta mis jefes. Eso me ha llevado a la
conclusión de que no puede ser que todo el mundo esté equ ivocado.
¿O sí...?

AL PRIMERO QUE LE CORTÉ EL PESCUEZO

Al primero que le corté el pescuezo le tuve tanta lástima que a


los pocos días lo fui a visitar al cementerio y ahí fue que me ag arró la
policía y me metió en esta celda donde, mal que bien –yo diría que
más bien que mal, porque todavía estoy vivo, gracias a Dios–, mal que bien
he salido adelante y, siempre, antes de que alguien me haya p odido
concretar algún daño, el dañado ha sido él. Aunque yo no sé cuándo
se me pondrá el santo de espaldas y ahí sí es ve rdad que no la voy a
contar.

INDEFENSIÓN

Esa estatua es así de fea como la ves porque la sociedad sie m-


pre espera a que los grandes hombres se mueran, para hacer con
ellos y con su memoria lo que le dé la gana. ¡Claro, como ya no pu e-
den defenderse!

DESDE ESTA MAÑAN A

¡Gran Pode r de Dios! ¡Esta niña está desde esta mañana


rascándose el fondillo y dicen que cuando eso pasa, cuando un n iño
hace eso, es que va a morirse un viejo en la familia! ¡Dios a mpare y
favorezca a tu abuelo pero el pobre se ha sentido tan mal últ imamente
259
que yo no sé si ir llamando de una vez al cura, para que la pelona no
lo agarre de sorpresa!

MAL DEL ESTÓMAGO

Chama, desde que me hicieron la cesárea de José Fra ncisco, ya


de eso hace siete meses, desde entonces yo estoy mal del estómago
todo el tiempo y tengo un malestar que no se me quita con nada. Una
señora, amiga de mamá, que sabe de brujerías y de esas cosas, me
dijo que lo que ocurrió fue que, después de sacar a José Francisco,
que tuvieron que e ntubarlo porque no respiraba bien, el médico me
metió las tripas al revés. Y yo pienso que algo así debió pasar, po r-
que yo como y siento que la comida toma un camino que no es el
acostumbrado.

SER CALVO

Hay cosas buenas y cosas malas en eso de ser calvo. Fíjate


que, cuando estoy en la oficina y llega al guien de repente, lo único
que me tengo que arreglar es la corbata. Además, no gasto en
champú, ni en ir a la barbería. Uno ahorra en peines y en fijadores, y
los sombreros y las gorras le entran con más facilidad. Lo malo es que
no hay manera de esconder las orejas y todo el que te ve piensa que
las tienes grandes. En mi caso, la gente dice, cuando me ve venir, que
mi cabeza parece un volkswagen con las puertas abiertas.

CONSENTIMIENTO

A h , ¿t e e n te ra st e? S í, a l f in a l, de sp ué s d e t a n to n e ga rm e , t u ve
qu e d a r m i con sen t im ien t o p a ra qu e Ma ria n e la se casa ra co n e se
m u cha cho qu e la h a e sta d o p re te n d ie n do d e sd e qu e e lla t e n ía qu i n -
ce a ñ o s. E l d ía e n qu e é l f ue a h ab la r co n m igo p a ra pe d irm e la m a -
n o d e Ma ria ne la , yo a b rí la b o ca p ara d e cirle qu e n o , p o rqu e é l n o
co n t ab a con lo s re cu rso s suf icien t es p a ra ma n te n e rla, y e n e so me
d i cu e n t a de qu e yo t a mp o co. E n t on ce s, m e le qu e d é vie n do y, co m o
m o ví la ca b e za h a cia a rrib a y h a cia a b a jo, va ria s ve ce s, t an t o él
co m o Ma ria ne la int e rp re t a ron qu e a pro b a ba su m at rim on io y se la n -
za ro n so b re m í, a a b ra za rm e . A e sas a lt u ra s, ya n o m e a t re ví a d e -
cir n a d a y, b u en o , co m o ya t e h ab rá s e n t e rad o , la b od a e s d e nt ro de
qu in ce d ía s.

260
EN LAS REVISTAS PORNOGRÁFICAS

En las revistas pornográficas se ven puras cochinadas: hombres


haciéndole cosas sucias a mujeres, mujeres haciénd oselas a hombres,
hombres a hombres, mujeres a mujeres, mujeres a ellas mismas o m u-
jeres solas mostrando todo lo que tienen y lo que no tienen. A mí, a
veces, me da cosa que eso exista y que circule entre los j óvenes, pero
yo las vendo aquí, en el kiosko, po rque, de todas maneras, si no me
las compran a mí, se las compran a otro.

EN PRIMERA FILA

Traje a mamá esta madrugada porque, de repente, en m edio de


la noche, le dio una asfixia. Desde las dos y media q ue estoy aquí, en
Emergencia, he visto entrar a dos hombres muertos a disparos, a una
mujer a la que la apuñaló el amante, a una niña violada por su padra s-
tro, a un policía al que le dieron una golpiza unos malandros y a v a-
rios indigestados, dos infartados y a un atropellado por un carro. Yo
llegué un poco asustada con mi mamá, pero ahorita tengo los nervios
deshechos, porque me he enterado aquí, en primera fila, cuan violenta
es la ciudad donde vivo.
IV ÁN

A Iván lo reciben en casa, pero yo no tengo na da con él. Mi


mamá me lo mete por los ojos, diciéndome que él es muy simpát ico,
muy buena persona, pero a mí quien me gusta es Esteban, que a mi
mamá no le cae bien, porque ella dice que es muy rochelero. El otro
día Iván estaba en casa cuando llegó Esteba n y yo recibí a Esteban
con un abrazo y un beso en la boca. Ahí mismo llegó mamá y me
llamó la atención, diciéndome que qué iba a pensar Iván de mí, y c o-
mo yo le contesté que eso a mí no me iba ni me venía, se enojó y me
dio tremendo regaño. Pero el regaño duró hasta que yo le dije que la
que estaba enamorada de Iván era ella y le pregunté que por qué no
aprovechaba que era viuda y se casaba con él. Abrió los ojos, como si
fueran a salírsele y no dijo más nada. Desde entonces, no nos habl a-
mos y, aunque vivi mos en la misma casa, ni s iquiera nos saludamos.

SI UNO PUDIERA

Oye, Alirio, mira lo que dice aquí: “Si uno pudiera patearle el c u-
261
lo a la persona que nos hace la vida imposible y que nos mete en líos
y nos llena de tr ibulaciones a cada rato, le asegur o que no podríamos
sentarnos en varios meses”. A mí me parece un pensamiento buenís i-
mo, ¿y a ti?

ESCOMBROS Y RELIQUI AS

Si los jóvenes de este país tuvieran más valor, más coraje, de s-


de cuándo hubieran colgado en los árboles de la Plaza Bolívar a todos
esos políticos viejos que desde hace años están desa ngrando al país!
¡Pero no, aquí los jóvenes lo que quieren es llegar a ser gerentes de
cualquier empresa o compañía para ganar cualquier cantidad de bill e-
tes y, mientras tanto, que el que venga atrás que arree! ¡Y eso fue lo
mismo que pensaron sus padres! ¡A mí lo que me duele es que, a este
paso, si esto sigue como va, los ni etos de mis nietos van a recibir los
escombros y las reliquias de lo que un día fue un paraíso!

PULMONES DROGADOS

A h , s í , e so m e p a s ó a m í : e l o t ro d ía f u i a l ca m p o p a r a r e sp i -
r a r a i r e p u r o y, a p e n a s h i c e la s p ri m e ra s i n h a la c io n e s , t u ve u n a
b a ja d e t e n s i ó n y m e d io u n d e sm a yo . F u e c o m o s i m i o r g a n i sm o
p r o t e s t a se p o r l a f a l t a d e e s t e a i re c o n t a m in a d o q u e r e s p i r a t o d o s
l o s d í a s. D e b e se r q u e m is p u l m o n e s ya a s p i r a n e l a i re u r b a n o c o -
m o u n a d ro g a .

UNA FRASE BUENÍSIMA

La otra noche yo no podía dormir y me paré un rato en la vent a-


na que da para el bulevar, a ver si con el aire nocturno me lleg aba el
sueño. Eran como las dos de la ma drugada. En eso, de la e squina que
baja de la avenida Solano, surgieron dos hombres jóv enes, uno de los
cuales le iba diciendo al otro, en ese momento, una frase que me p a-
reció buenísima. Le dijo “Yo no me considero marica, porque en real i-
dad de quien me e namoro es de la mujer que hay adentro de cada
hombre”.

PREP ARACIÓN LABORAL

Má s in ju st a n o pue d e se r e sta so cied a d . P o r e jem p lo , n o so t ra s


la s mu je re s in ve rtim o s b u en a p a rt e d e n ue st ra vid a cria n d o a los
262
h ijo s y d e sp u é s, a la h o ra d e b u sca r t ra b a jo , e se t iemp o n o cue n ta
p a ra na d a, e s u n t ie mp o m u e rto du ra n t e e l cua l p are ce qu e una
h u b ie ra d e jad o d e e xist ir s o b re la f az d e la T ie rra . Y re su lt a qu e en
e se t ie mp o u na ha ap re n d id o a lleva r u n h o ga r, a ad m in ist ra r un
p re su pu e sto y a d i rigi r y a o r g a n iza r la v id a d e lo s h ijo s e in clu so la
d e l m a rid o. Po r e so , cua nd o yo so licit o pe rso n a l d e conf ia n za , co n -
t ra t o am a s de ca sa qu e ya h a n le va n t a do su s f am ilia s. P a ra p ro ba r-
la s, le s p id o qu e m e p r e se n te n a su s h ijo s. S i lo s ve o sa n o s, si se
ve n lle n o s d e vid a y t ie n e n lo s o jo s a le gre s, su m a d re se qu e d a a
t ra b a ja r co nm igo .

EL CUENTO DEL AZÚCAR

Uno no debe comer tanto azúcar porque el azúcar le hace daño


a los dientes, a la sangre y a la salud en general. Eso de que el az ú-
car da energía fue un cuento que se tragaro n nuestras madres y que
terminó cayéndose por su propio peso. Las últimas generaciones s o-
mos el producto de esa mentira y, por eso, entre nosotros hay tanta
obesidad, tanta hipertensión en edad te mprana. Yo, antes, tomaba el
café con leche con tanto o más azúcar que tú, hasta que empecé a
tener problemas de salud: ahora lo tomo sin leche y como los árabes
en el Sahara, sin nada de azúcar.
ME MANDARON UNA CARTA

Anteayer me mandaron una carta donde me decían que, como


debo seis mensualidades, en cualquie r momento vienen a quitarme el
televisor. Yo no sé cuándo irán a venir pero, mientras tanto, voy a s a-
carle el jugo. Si después me quedo sin él -quién sabe por cuánto
tiempo-, yo no lo voy a apagar sino hasta el momento en que vengan a
llevárselo.

ROMPER EL CORDÓN UMBILICAL

Un consejo que te voy a dar y que espero que no eches en s aco


roto es éste: acostúmbrate a no depender de nadie en la vida, ni en lo
económico, ni en lo afectivo, ni de ninguna m anera. Aunque tú eres
hombre, debes aprender a cocinar, a lavar, a planchar, a hacer todas
esas cosas que se consideran femeninas pero que en realidad son
tareas domésticas, de rutina, que hay que hacer todos los días del
mundo para que la vida no se nos haga patética, ni pesada. Son c o-
sas, cómo no, que cuest a hacerlas, especialmente si has tenido quien
263
las haga por ti la mayor parte de tu vida. Ti enes que aprender eso,
para que puedas vivir independiente y rompas de una vez y para
siempre el cordón umbilical que todavía te am arra a tu casa y que te
tiene anclado a la mediocridad.

LOS HIJOS DE LOS TORTURADORES

Las únicas personas por las que yo siento lástima en este mu n-


do son los hijos de los torturadores. Eso de saber -o ignorar y más
tarde, de adultos, enterarse -, que el sudor de la frente del p adre de
uno está teñido de sangre, y que uno se crió con un sueldo que ese
padre recibió por golpear y maltratar a otros seres hum anos debe ser
la peor cosa del mundo. Si yo estuviera en ese caso, la verdad es que
no sabría qué hacer ni dónde meterme. Sentiría una vergüenza tan
grande con las personas que torturó mi padre que, a lo mejor, me
cambiaría de nombre y de país, y, aún así, c ada vez que tuviera que
salir a la calle me taparía la cara con una bolsa de papel.

LOS ABOG ADOS

¿Los abogados...? De los aboga dos tengo yo un rollo así de este


tamaño... Sin ir muy lejos, yo conozco a uno que le p idió dos millones
de bolívares a una amiga mía, como anticipo para resolverle un pr o-
blema que ella tenía con una h erencia que le dejó una tía en Italia, y
el muy muérgano, ¿sabes lo que hizo...? Se fue para allá, a casarse
con una condesa, y no se le volvió a ver ni el polvo.

NO TENGO PROBLEMA

A mí el feminismo me ha parecido siempre un movimiento de


mujeres que no han sabido ser mujeres. Yo, por ejemplo, no tengo
problema en ser la esclava de mi marido, porque así lo manejo
mejor.

LAS LLAVES

La responsabilidad de las personas yo la mido por la cant i-


dad de llaves que cargan... Sí, eso que suena son todas las ll a-
ves que tengo: las del apartamento, las de la oficina , las del ca-
rro, las de la casa de mi mamá y las de la casa de H elenia que,
desde que me la eché de amante, me entregó hasta una copia de
la llave de su peinadora, donde ella guarda algo de dinero y t o- 264
dos sus documentos.

FLORES SIN NOMBRE

Aquí, en el trópico, son más las flores sin nombre que le perf u-
man a uno el camino que las flores hermosas y distingu idas. Y esas
flores sin nombre, juntas, son como esas personas amables y hospit a-
larias que encuentras en todo el país, excepto en las grandes ciud a-
des... Ni siquiera en las grandes ciudades, porque la amabilidad es un
rasgo que, afortunadamente, no se ha perdido del todo en ninguna
parte del país.

P ARECE MENTIRA

Parece mentira que la vida sea tan larga que llegue un m omento
en que uno no recuerde e l nombre de una persona de quien se en a-
moró y creyó que era imposible vivir sin ella. Me parece i ncreíble no
acordarme cómo se llamaba la novia que tuve cuando estudiaba te rcer
año de bachillerato y que, cuando me dejó, hizo que yo estuviera e n-
cerrado en mi cuarto, llorando durante tres días.
HACE TIEMPO

Hace tiempo que no voy al cementerio a visitar a mis muertos y


estoy preocupada porque deben pensar que me he olvidado de ellos.
Y lo terrible es que, mientras más tiempo paso sin ir, más vergüenza
me da que me vean.

ABEJ AS SUICIDAS

El mundo no puede andar muy bien que digamos porque a los


animales les ha dado por suicidarse en masa: el otro día, fue una gran
cantidad de peces en Carenero, en el estado Miranda. Luego, un
montón de ballenas en M éxico, en Baja California. En Noruega hay
unos animalitos parecidos a los ha mters, llamados “lemmings”, que,
periódicamente, realizan suicidios masivos, lanzándose al mar. Hace
como una semana, yo estaba tomándome un café ahí, cerca de la
Redoma de Petare, cu ando llegaron dos abejas y se pararon en la or i-
lla del vasito y, sin pensarlo mucho, se lanzaron adentro, sin importa r-
les que el líquido estaba caliente y echaba humo. ¿No te par ece que 265
eso es un mal síntoma?

ES A TAL CORY

Yo no conozco a nadie tan e chona como esa tal Cory. Yo la he


visto, con estos ojos que se han de comer la tierra, t omando sol en la
azotea de su casa, en bikini, y después cua ndo he hablado con ella
me ha contado que estuvo en tal o cual playa, con un empres ario o
con un deportista que y que están locos por ella. Varias veces, he t e-
nido ganas de decirle que no sea embustera, que no sea echona, pero
no me he querido pelear con ella porque, según me han dicho, ella
tiene algo con el dueño del apartamento donde yo vivo y es capaz de
hacer que me suban el arrendamiento o me boten y, con lo poquito
que yo gano, no sé adónde podría ir.

HELADO GRATIS

Estando en Nueva York, con Joanna y los niños, me los llevé a


pasear por Central Park y, cuando ya teníamos más o menos media
hora caminando, nos topamos con un heladero que me dejó loco con
lo inteligente que es. En ese momento íbamos juntos y, claro, conta n-
do a Junior, a Carolina, a Clarita y a Rodolfito –más su mamá y yo –,
éramos seis personas. Antes de que yo me diera cuenta de lo que
podía pasar, el helad ero se me acercó, me entregó una barquilla con
helado de chocolate y me dijo: “Tome, amigo, es gratis”. Yo estaba
acalorado con la caminata y, en el mismo momento en que extendí la
mano para agarrarlo, le di las gracias. Y entonces caí en cuenta de la tram-
pa: los niños y Joanna me est aban mirando y, por supuesto, no podía
comerme el helado yo solo, ni dárselo a alguno de ellos. E ntonces me
le quedé viendo al heladero y s upe que me la había ganado complet i-
ca. El hombre sonrió y, sin dec ir nada, sirvió cinco helados más que,
por cierto, estaban bien sabrosos y, según me dijo, los hacía él mi s-
mo. No te extrañe que cualquier día de e stos ese hombre sea dueño
de una multinacional de helados, porque con esa cap acidad de ventas
que tiene, puede llegar donde le dé la gana.

EN LA CLANDESTINIDAD

Héctor dice que la mejor manera de estar en la clandest inidad


es, aunque tú no lo creas, mostrarse en público. Él cuenta que, en la
época de la dictadura, vivió durante dos años en el Hotel Tam anaco, a
todo lujo, apareciendo casi todos los días en las páginas de sociales
266
de los periódicos, y codeándose con la alta sociedad. La noche en que
la Seguridad Nacional lo detuvo y lo puso preso fue la única n oche, en
dos años, que él abandonó el hotel para ir a una reunión del partido
en un barrio.

UNA RECETA P ARA DEMORAR LA LLEG ADA A LA TUMBA

El cáncer, la leucemia o cualquiera de esas enfermedades que la


gente considera incurables aparecen si uno no vive de acuerdo con su
cuerpo. Y uno cae en ellas si s e pasa la vida metiéndole al cuerpo
alimentos, cosméticos y medicinas que le hacen daño, y si vive a un
ritmo que se opone al que le ha i mpuesto la naturaleza. Por eso es
que, para curarlo, hay que reintegrarse a lo natural, es necesario
asumir una dieta e strictamente naturista. Yo conozco a una doctora, la
doctora Edita Hernández, que cura todas esas cosas como si estuvi e-
ra quitándote una gripe. La base de su régimen es un jugo de veget a-
les que se debe tomar entre cuatro y ocho veces al día. Lo haces con
ocho naranjas, dos remolachas, dos zanahorias y unas ramitas de p e-
rejil rizado. Licúas eso y lo mezclas con dos vasos de agua, en los
que la noche anterior has echado dos cucharadas de semillas de lin a-
za y cuatro ciruelas pasas. A esta agua la dejas al sere no durante to-
da la noche, o en la nevera, para que la lin aza suelte su aceite y las
ciruelas se hinchen. Esto no es una dieta adelgazante, sino una man e-
ra de evitar esas enfermedades que se llevan tanta gente a la tu mba.
P AREJ A CURIOS A

Hoy vi a una pare ja en la calle de lo más curiosa porque, tanto el


hombre como la mujer, eran dos de las personas más feas que yo he
visto en mi vida. Y, sin embargo, iban tan alegres, tan en amorados,
mirándose a los ojos con tanta ternura, besándose cada tantos m e-
tros, y tan orgullosos el uno del otro como si fueran dos preciosid a-
des, que se veían bonitos.

BRUTA COMO ELLA SOLA

La que es bruta como ella sola es Aminta, la prima de Bet hsaida


que ahora vive con ella. Hace dos sábados fuimos a una fie sta y esa
mujer nos ha hecho pasar una vergüenza mayúscula. Estábamos
hablando con unos amigos de la guerra de los sexos y Aminta interv i-
no para preguntar: “Y, cuándo fue esa guerra? Yo no he visto nada en
la televisión que hable de esa guerra”. Cuando dijo eso, ni Bethsaida
ni yo sabíamos dónde meternos.
267

EL PLANETARIO

En el liceo donde yo soy subdirectora, organizamos un p aseo al


planetario Humboldt con los niños más pequeños, y les gustó tanto
que, a partir de entonces, querían que convirtiéramos en planetario
uno de los salones de clases. Tres días después, casi al final de la
tarde, hubo un temblorcito de tierra, tan mínimo que casi nadie lo si n-
tió, pero que bastó y sobró para hacer caer el techo de un aula que
hacía poco habían terminado de construir, donde antes qued aba el
comedor. Cuando esa noche fui con la directora a ver lo que había
pasado, porque los bomberos nos llamaron de eme rgencia, ella dijo,
mirando el desastre, que menos mal que se había producido sin que
todavía se hubiera estrenado y sin que hubiera ni ños adentro. De s-
pués, cuando se dio cuenta de que el cielo lleno de estrellas se veía
de lo más bonito, añadió: “Mira lo que es la fuerza del deseo: aquí
está el planetario que querían los much achos”.

“DONDE FUEGO HUBO”

Mi encontré a mi ex -mujer ayer en la mañana, después de casi


dos años sin verla y, chico, parece otra, se ve de lo mejor, está rej u-
venecida. Incluso, está mejor que cuando nos casamos. Yo la i nvité a
salir esta noche y ella aceptó. No me preguntes qué va a p asar, pero
no te extrañe que volvamos a estar juntos... Sí, ahora entiendo po r
qué dicen que “donde fuego hubo, cenizas quedan”.

CUERPO DE COSTUMBRES

Lo que a mí me está pasando últimamente yo no sé si le pasa a


alguien más en el mundo porque, no sé: es algo así que uno no sabe
si está enfermo o qué es lo que le pasa. Por la noche me cuesta ag a-
rrar el sueño, yo pienso que es porque el cuerpo se ha acostumbrado
a estar despierto. Por la mañana es al revés. Tiene que venir la dueña
de la pensión y echarme unas goticas de agua en un oído porque, si
no, no me despierto. Digo yo que debe ser porque, en este otro caso,
el cuerpo se ha acostumbrado al sueño.

MIENTRAS MÁS SE VIVE, MÁS SE VE

Hay que ver que, mientras más se vive, más se ve. Ayer, cuando
268
estaba haciendo la cola de los r eclamos en el teléfono, me puse a
hablar con un señor que estaba delante de mí, que había ido a pr o-
testar porque su cuenta era altísima. Pero no porque él tuviera m u-
chos familiares o amigos a los cuales llamar, sino porque en los últ i-
mos meses se había pa sado la mayor parte del día llamando a las
compañías de gas y de ele ctricidad, para quejarse de que las facturas
que le estaban enviando también eran exag eradas. ¿Tú puedes creer
semejante exabrupto?

LO MUCHO QUE VI AJO

Yo no me había dado cuenta de lo mucho que viajo debido a mis


negocios, hasta que el otro día -estando en Barquisimeto -, desperté
en la mañana y, como todavía no tenía ganas de leva ntarme, decidí
pedir que me trajeran el desayuno a la habitación. Como no recordaba
el número del restaurant del hotel, marqué el once para comunicarme
directamente con la central telefónica. Lo intenté ci nco o seis veces,
y, en vista de que la llamada no caía, marqué el número del hotel.
“Señorita”, le dije a la voz femenina que atendió, “¿Cómo está usted?
Soy González. Desearía que me trajeran el desayuno a la cama”.
“Perdone, señor González, pero creo que esta vez no vamos a poder
complacerlo”, me respondió. “¿Por qué?”, quise saber. “Por la sencilla
razón de que usted no está llamando de ni nguna de las hab itaciones
del hotel”. Entonces colgué, encendí la luz que tenía junto a la cama y
me di cuenta que e staba en el apartamento de una amiga con la que
había pasado esa noche. Y, precisamente, en ese m omento, mi amiga
no estaba porque había salido a comprar al gunas cosas para preparar
el desayuno.

VIDA DE J ARDINERO

Mire señora: eso de que la vida de jardinero es una vida bon ita,
porque uno se la pasa entre flores, eso es relativo. Yo he sido jardin e-
ro toditica mi vida, pero desde que me trajeron para acá , que era yo
un pelao -tendría como unos nueve años -, desde entonces, no he
hecho otra cosa que cuidar flores aj enas.

TODO EL MUNDO TIENE ALGÚN PECADO

¡Vamos a suponer que tú, de verdad, seas inocente y que, de


verdad, tú ibas pasando y los que estab an robando este negocio eran
ellos tres nada más...! ¡Pero alguna cosa has h echo tú antes o harás
después que amerite una detención y ahí es donde yo digo que ning u-
269
na persona que ande por la calle es del todo inocente, todo el mundo
tiene algún pecado presente o futuro que esconder: lo que hay que
hacer es descubrírselo...!

CASCADAS EN LA ESCALERA

¡Ha y qu e ve r qu e t ú e re s b ie n co ch in a , m u cha cha ! ¡Y o n o sé


có m o irá s a se r cua n do se a s u na m u je r p e ro , p o r e l cam in o qu e va s,
va s m u y m a l! ¡¿ Có m o se te h a o cu rrid o e so d e o rin a rte e n lo a lt o de
la e sca le ra , p a ra h a ce r ca sca da s, a h . . . ?! ¡¿V ie n d o a la t ía E m i-
lia . . . ? ! ¡¿Y cu á n d o vist e t ú a la t ía E m ilia h a cien do e so . . .? ! ¡Dio s
m ío , ¿a sí qu e e se e s e l t ip o d e co sa s qu e u st ed e s ha ce n , cu an do
la s d e jo s o la s. .. ? !

LOS EUNUCOS Y EL HARÉN

Un amigo poeta me dio la mejor definición que alguien me ha


dado de lo que son los críticos. Él me dijo que los críticos son pers o-
nas que tienen la misma relación con el arte que los eunucos con el
harén: están perfectamente en terados de todo lo que pasa, pero son
incapaces de hacer nada al respecto.
ELLA ES TAN MACHA

Z u l m a e s d e e se t i p o d e m u j e r q u e lu c h a c o n l a vi d a c o m o s i
f u e ra u n h o m b re . E l l a s e le va n t a t e m p ra n o y s a l e a la c a l l e a d a r l a
p e le a , h a st a qu e p o r l a n o c h e re g r e s a a ca s a , a g o t a d a . No h a y
q u i e n n o h a ya t r a b a ja d o co n e l l a q u e n o e s t é a d m i r a d o d e su ca p a -
c i d a d y d e l a e n e rg í a q u e t i e n e . E l la e s t a n m a ch a qu e , a q u í e n t re
n o s, n o p u e d e u sa r m in if a l d a , n o p o r q u e t e n g a l a s p i e r n a s f e a s ,
s i n o p o r q u e s i s e l l e g a r a a p o n e r u n a , se g u r o q u e s e l e ve n lo s
t e s t í c u l o s.

MARIP AZ NO PUEDE OLER G ASOLINA

Maripaz no puede oler gasolina porque ahí mismo se alebre sta.


Ella tuvo un pretendiente que ya lo hubiera querido yo para mí y lo
dejó cuando él vendió el carro que tení a porque, para ella, un hombre
sin automóvil es apenas medio ho mbre.

270
QUE LO LLEVEN A UNA SELV A

¡Ya va a empezar el hijo de los vecinos a tocar esa maldita


batería! ¡Y ahí va a estar hasta las doce de la noche, por lo m e-
nos! ¡Ese muchacho lo que neces ita es que lo lleven a una selva
y lo suelten con sus tambores y sus timbales en un lugar donde
no moleste a nadie...! ¡No, Elvira, qué se lo van a estar comiendo
las fieras: con el escándalo que arma, no hay animal que se le
acerque!

LA MODA ES UNA DICT ADURA

¡Es una dictadura: la de la moda es una dictadura! ¡¿Quién ha


dicho que, para vivir, uno tiene que estar esclav izado por lo que está
de moda? Uno no puede escuchar un di sco, ver una película de hace
dos o tres años y menos de hace veinte o treint a, porque ahí mismo te
tildan de atrasado, de alguien que no está a la moda. Para mí, la di c-
tadura de la moda obedece a una imposición de los m ediocres, que
sólo de esa manera se sienten importantes.
BOTONES

Un día, hace como cuatro años, estaba sup ervisando un examen


en un colegio que queda en San Bernardino y vi dib ujado en uno de
los pupitres un círculo rojo, rodeado de otro círculo plateado, más
grande. Debajo del dibujo había tres letreros, con tres t ipos de letra
distintos. El primero decía: Apriete el botón para que desaparezca
el profesor. El segundo tenía unas letras gruesas, de color n egro, y
decía: NO SIRVE. El tercero era más pequeño y quien lo hizo escr ibió:
¿Qué esperan para repararlo?

P AJ ARITOS PREÑADOS

¡No sigas creyendo en pajar itos preñados! ¡Cuando el g obierno


dice “Garantizamos que tal producto no va a subir de precio”, ten la
seguridad de que, a más tardar al día siguiente, te cuesta el doble!
¡Cuando un político del partido de gobierno dice que todo está normal,
que no hay motivo para preocupa rse, es que el país está que arde!
¡Yo nunca le he creído a la gente que nos gobierna ni el Padrenue s- 271
tro, ni el Credo, y no se los creo ni que me los recen de rodillas y con
el corazón palpitánd oles en la mano!

UN PROBLEMA DE CARIÑO

Permítame decirle algo, señora: el problema de su lavad ora es,


simplemente, un problema de cariño. Las máquinas son como las pe r-
sonas, que hay que darles amor, tratarlas con afecto para que no se
resientan y puedan funcionar bien. Yo sé que su lavad ora tiene una
piecita desgastada, pero aun así ella debería funci onar. Ahora, como
usted me cuenta que, apenas yo me voy, ella d eja de trabajar, no me
cabe duda de que el problema está en que usted o quien la maneja, la
tratan mal.

EL AP AR ATICO

¡Déjame tran quila...! ¡Mira que busco a un hombre de verdad


que te dé tus carajazos, para que no seas avaro! ¡¿Acaso que po rque
eres mi chulo, tú te crees con derecho de escogerme los clie ntes?!
¡Estás muy equivocado! ¡A mis clientes los elijo yo con este aparatico
que Dios me puso entre las piernas: yo lo enfoco hacia las mesas y
hacia donde él me lleve, allá voy!
CERRO DEL ÁVILA

Una de las cosas que más me han gustado de Caracas es el c e-


rro del Ávila. Yo no creo que él sea un volcán dormido porque todo el
año está tranquilo, mirando hacia abajo con sus dos caras: una para
el valle y la ciudad y la otra para el mar. Claro, ha tenido sus juegu i-
tos pesados, como ese de soltar decenas de ríos que desde hacía
años estaban secos y llevarse a más de ci ncuenta mil personas . Pero,
después de que llueve durante varios días seguidos, se ven en el c e-
rro muchas cascadas que te hacen sentir optimista ante cualquier dif i-
cultad que se presente. Y ningún volcán, por muy dormido que esté, te
hace sentir así.

APROXIMAD AMENTE BIEN

¿Yo...? Yo estoy aproximadamente bien, gracias... Sí, hay que


decir “aproximadamente”, porque si uno dice que está bien del t odo,
como está la vida de horrorosa en este país, ahí mismo o te miran feo
o te montan un teatro para pedirte dinero prestado.
272

Y PENS AR QUE HUBO UNA ÉPOCA

Y pensar que hubo una época en que los hijos de uno estuvi eron
como para comérselos, y uno no se los comió...

DOS COS AS EN LA VIDA

Hay dos cosas en la vida que ningún hombre se debe dejar


hacer y es bueno que ahora, que ya estás dejando de ser un niño, las
conozcas: una, que te menten la madre, porque la madre de uno es la
vaina más sagrada que hay y eso se resp eta, con eso no se juega. Y
otra, que te toquen el culo, porque es peligroso que a un hombre le
toquen el culo: si le gusta y se envicia, se mete a m arico, y contra eso
no se conoce ningún remedio.

CELAJE

Yo no tengo nada en contra de quien se toma la vida con ca lma.


A mí quien sí me desespera es el que siempre está c orriendo, la gente
que jamás tiene tiempo pa ra saber por qué corre y a la que uno ap e-
nas alcanza a verle el celaje cuando pasa. Ese es el tipo de personas
que, en lugar de beberse la vida a sorbos, se atraganta con ella.

UNA INFANCI A OSCURA

La hora de entrada de nosotras es a las siete, pero el idiota de


Ramiro se para junto al reloj desde las seis y media, co ntrolando a todo
el que llega y al que no, para después ir con el chisme donde el patrón.
Yo no sé cómo fue la infancia de a lguien tan adulador. Tuvo que haber
sido oscura, sin sonrisas y s in caramelos, para que ahora busque que
los jefes lo aprecien y lo quieran, prestándose a cosas tan bajas.

TODO LO QUE VES AQUÍ

¡Nené! ¡Nené! ¡Deja eso! ¡Eso no se toca! ¡Uno viene aquí, al m u-


seo, a ver, no a tocar! ¡Apréndete algo: todo lo que tú ves aquí es caca!
273

ES MUY DIFÍCIL TENER FUERZA DE VOLUNTAD

Es muy difícil tener fuerza de voluntad. Te lo dice alguien que hace


más o menos veinte años, en un arranque de rabia, renunció de una sola vez
al tabaco, al alcohol, al juego y a las mujeres. Y puedo decirte que, mientras
me mantuve firme en mi propósito, viví los peores dos días de mi vida.

CORRECTOR DENTAL

Ella está molesta conmigo porque, desde que se puso un apar a-


to de esos que se ponen para emparejar los dientes... Eso, un corre c-
tor dental. Desde que se lo puso, yo no he qu erido besarla porque uno
le mete la lengua en la boca y tiene la sensación de estar besando a
Terminator o a Robocop.

TRAGEDI AS ACTORALES

Sí, de ella misma te estoy hablando: ella se murió de le ucemia


en la novela de las diez, que pasaron en Venevisión hasta hace como
seis meses, y ahora está desfigurada por un accidente en la novela
que pasan a las dos de la tarde en Televén. Pero ella sigue en Ven e-
visión y hace poco hizo de ciega en una miniserie y la anun cian como
paralítica en la novela que empieza en Enero.

CUANDO A UNO LO JUBILAN

Cuando a uno lo jubilan del trabajo, lo deberían jubilar de todo:


de la mujer, de los hijos, de la familia, del teléfono, de las c osas que a
uno le gustan y de las que no le gustan, de lo que come, de los am i-
gos... Si no, uno se queda igual. Sin tr abajo, pero igual.

LA DEPRE A MILLÓN

Ni me cuentes, mira que tengo la depre a millón. En la mañana, me fui


a la playa a ver si con un poco de sol se me pasaba la cosa, pero a garré una
insolación y ahora estoy peor porque, además de deprimida, estoy quemada y
con una migraña que siento como si la cabeza me fuera a expl otar.
274

DÍG AMELO EN CONFI ANZA

¡Vaya, últimamente usted anda vestido con una pinta que cua l-
quiera diría que a caba de llegar de Hollywood! ¡Dígame una cosa,
aquí entre nos, ¿fue que se sacó la lotería, se metió en una de esas
bandas que se dedican a robar tiendas y sa strerías, o es que ahora
está trabajando en una tintorería de lujo?! ¡Dígamelo en confianza,
que yo le prometo que no se lo cuento a nadie!

JUGO DE NAR ANJAS

¡Pero, niño, ¿por qué esperas a que el señor traiga un j ugo de


naranjas, para decir que quieres tomar Coca Cola?! ¡¿Por qué no lo
dijiste antes, ah?! Ahora te tomas ese jugo, por las buenas o si no, te
juro que te lo pongo después como l avativa!

LAS MALAS COSTUMBRES

Las malas costumbres son como las malas hierbas, que crecen
espontáneamente en cualquier sitio. Por eso es que tú no puedes d e-
jar dinero o una maleta sin vigilancia, porque v iene alguien, se los ll e-
va, y zas: de un momento para el otro nació un ladrón.

UNA CAR AJITA COJONUDA

La carajita con la que salí el sábado es bien cojonuda: ella pasó


por la casa buscándome en su carro para ir al cine. Cuando salimos
del cine, nos fuim os a comer comida árabe, en un restaurant que qu e-
da por El Bosque y, después, a eso de las once y m edia, nos metimos
en un hotel que queda por La Florida. Y qué va ina tan buena: en todas
partes, quien siempre pagó fue ella.

FORMULA INFALI BLE

Yo tengo una fórmula infalible para acabar con el narcotráf ico,


con las apuestas ilegales, con la trata de blancas, con el tráfico de
órganos y con el cr imen en general. Mi fórmula es muy simple: hay
que dejar que los gobiernos se hagan cargo de ellos y los m anejen
275
como ministerios o empresas públicas. En menos de un mes, el pap e-
leo y los permisos burocráticos han acabado con todo eso.

PEOR QUE JUDAS

Ese es peor que Judas, porque siquiera Judas vendió a Cristo por
unas monedas, pero él tipo es capaz de entre gar a su madre, a ca m-
bio de nada, sólo por el gusto de la traición...!

¿DÓNDE TUVISTE LAS MANOS?

¡¿Quiere decir que tú te enamoras como un pendejo y hasta dos


meses después no te enteras de que tu novia es un hombre?! ¡Hay
que ver que eres idiota! ¡Y, se puede saber, ¿dónde tuviste las manos
todo ese tiempo?!

CON LOS G ATOS

Cuando uno juega con un perro, uno sabe que está juga ndo con
un animal pero, cuando juega con un gato, queda siempre la sens a-
ción de que es el gato el que está jugando con uno. Con los gatos p a-
sa igual que con los indios, que tú los miras en lo profu ndo de los ojos
y nunca sabes qué es lo que están pensando.

TOUR POR MARGARITA

Un grupo de señoras de la parroquia organizamos un tour por


Margarita, por sus lugares histórico s, para recaudar fo ndos, y como
queríamos contar con a lguien que nos hablara de los castillos, de los
fortines y de los sitios que íbamos a visitar, contratamos desde Car a-
cas a un guía, un hombre de allá bastante formal que, según nos dij e-
ron, era un gran conocedor de la isla y un enamorado de su país. El
hombre nos llevó a Pampatar, a Juangriego, a La Asunción y al cerro
Matasiete y en verdad que es un guía extraordinario, ese hombre sabe
lo suyo. De cada uno de los los sitios a los que nos llevó, nos cont ó
su historia y nos habló de los triunfos que ahí había alcanzado el ejé r-
cito patriota. Sólo hubo una cosa y es que, en determinado momento,
Matilde –una amiga que vive en Los Teques y que tú aún no conoces –,
le preguntó: “¿Y el ejército realista nunca gan ó una batalla?”. “No, s e-
ñora”, le contestó él, “no mientras yo esté aquí”.
276
DIETA DE ESTUDIANTES POBRES

La razón por la que quiero graduarme pronto y conseguir un tr a-


bajo es porque estoy cansado de comer perros calientes y esp aguetis
todos los días -mañana, tarde y noche -, y porque tengo el sistema d i-
gestivo casi paralizado. Apenas voy al baño una o dos veces por s e-
mana. Mírame la cara, la tengo llena de espinillas y ando a toda hora
con dolor de cabeza. Así como yo, estamos muchos aquí en la unive r-
sidad y lo que nos está matando a todos es esta dieta de est udiantes
pobres.

EL P ARAÍSO PERDIDO

Señor, señor, por favor... Mire... ¿Me puede decir si tiene el l i-


bro...? Ya va, es algo que tiene que ver con... Ya va, que lo tengo
anotado por aquí... ¡Ay, no está, ¿dónde habré puesto el dichoso p a-
pelito...? Es un libro para mi hija, se lo pidieron en una clase de b a-
chillerato... ¡Ay, señor, qué pena me da con usted...! Aquí, en la cart e-
ra, no está, ¿dónde lo habré pue sto, Dios mío...? Tampoco está en la
polvera... ¡Ah, espere un momentico, déjeme revisar aquí, en el
sostén...! ¡Ay, sí, aquí está: el libro se ll ama El Paraíso Perdido y el
que lo escribió fue un tal Milton...! ¿No lo tiene? ¿Y dónde cree usted
que lo pueda encontrar?
A NADIE SE LE CIERRA EL MUNDO

Eso que dice Benito, de que se le cerró el mundo, eso es ment i-


ra. A nadie se le cierra el mundo. Lo que se le cerró fue la mente para
buscar soluciones.

GENERACIÓN DE NIETOS

Con el precio que tienen los alquileres ahora, dentro de poco la


gente no va a poder mudarse sola, sino que va a tener que qu edarse
viviendo con los padres, sin casarse ni nada. Lo que se nos viene e n-
cima es una generación de nietos.

NO SIRVO P AR A SER MADRE

Aunque no lo creas, a mí sí me gusta que pasen rápido las va-


caciones. Incluso, tengo terror cuando sé que vienen porque yo estoy
convencida de que no sirvo para ser madre. Te soy sincera: yo no 277
aguanto a mis hijos más de dos horas seguidas. Dios me perdone p e-
ro, cuando están sin clases, yo me la paso enferma.

CINCO BOLÍV ARES

¡He tenido que traer al niño de emergencia al consultorio po r-


que se tragó una moneda de cinco bolívares! ¡¡El médico me ha dicho
que tengo que estar pendiente de cuando haga pupú para que recup e-
re la moneda porque, mira, cinco bolívares son cinco bolívares! ¡Como
están las cosas!

BUEN CUERPO

Yo sé que tengo buen cuerpo, claro que lo sé, y por eso siempre
me compro ropa que me permita lucir el físico. Yo sé que unas pie r-
nas como las que yo tengo no las tiene casi nadie y por eso pien so
que mostrarlas no es pecado, como tampoco me parece pecado p o-
nerme un buen escote de vez en cuando o cruzar las piernas delante
de alguien que me interese. Hay que mostrar lo que se tiene, cuando
se tiene, porque -como decía mi abuela -, la belleza, en l o que empie-
za a marchitarse, es peor que la lepra: todo el mundo huye de ella.
SUEÑO CUMPLIDO

En días pasados fui al banco y en la cola para cobrar cheques,


delante de mí, estaba un policía uniformado. Cuando le tocó su turno,
el cajero le dijo: “Me p ermite su identificación”, y el policía sacó de un
bolsillo de su camisa su cédula de identidad y se la dio. Cuando el p o-
licía se fue y pasé yo a la taquilla, oí que el cajero le comentó al de la
caja de al lado: “Ojalá se cumplieran así todos los sueños. Yo siempre
había querido pedirle su identificación a un policía y que él se viera
obligado a entregármela y, mira tú, al fin lo hice”.

¡EL HIJO SECRETO!

¡En el aire, otro impactante espacio de la programación del g i-


gante del aire, Radio Rumbos, cadena nacional...! ¡¡¡E l Hijo Secr e-
to...!!! ¡La desgarradora historia de un hijo sin m adre y de una madre
condenada a amar en cruel silencio al hijo secreto de su a lma que le
está prohibido...! ¡¡¡El Hijo Secr eto...!!!
278
IGUALITO

La semana pasada otra enfe rmera y yo estábamos h ablando de


lo estúpidos que se ponen los padres de los bebés, al ver a sus hijos
en el retén de recién nacidos de la maternidad, y se nos oc urrió hacer
una cosa. Ese mismo día y sin que la jefa de enfermeras se diera
cuenta, le mostra mos el mismo bebé gordito, moreno y cachetón a
cinco papás distintos y, ¿tú puedes creer que los cinco dijeron, org u-
llosos y cayéndoseles la baba, que era igualito a ellos?

TELEVISIÓN P ACÍFICA

Mamá casi no fue a la escuela, pero era una persona que te nía
mucha sabiduría. Ella inventó una fórmula para que en casa vi éramos
poca televisión y que consistía en dejarnos ve rla, pero sólo hasta que
hubiera un herido o un muerto. Mis hermanos y mis dos hermanastras,
por parte de papá, empezábamos a ver una pelí cula y, apenas se pre-
sentaba una escena violenta, nos poníamos a gr itar, suplicando: “¡No
le pegues duro!” o “¡Por favor, no lo mates!” porque, tan pronto pas a-
ba algo violento, mamá nos apagaba el televisor.
MADRE DE CUATRO VIEJ AS

Mi suegra, cuando c umplió ochenta y cinco años, se puso a


hablar de las edades de sus cuatro hijas y dijo: “Francisca, la m ayor,
tiene sesenta y siete. Olga tiene sesenta y cinco. María Cecilia sese n-
ta y cuatro, y Diana Isabel sesenta y uno”. De repente, se interrumpió
y, abriendo los ojos, dijo -y nos hizo reír a todos -: “¡Dios santo, ¿y yo
soy la madre de todas estas viejas?”

RETORTIJÓN DE ESTÓMAGO

Siempre... Siempre que he estado próximo a hacer el amor con


una mujer nueva, en las horas pre vias a esa primera ve z me d a un
retortijón en el estómago, que me hace ir al baño varia s veces segu i-
das. Eso sí, en el momento en que nos desnudamos, que es cuando
se supone que debería estar asusta do, se me quita el m alestar y me
siento de maravilla . Y me siento mejor cuando me mon to sobre la m u-
jer. Algo parecido me pasa cuando tengo que hablar en público. A n-
279
tes de hacerlo, el estómago y los intestinos se me revuelven y do y
varios viajes al baño. Pero cuando tengo al público enf rente y el
micróf ono en la mano, me siento estupendamen te, como si h ubiera
nacido para eso.

V ALENTÍ A

P a r a m í , n o h a y h o m b r e m á s va l i e n t e q u e e l q u e s e ca s a co n
u n a a d i vi n a . L o s u yo e s va l e n t í a d e la b u e n a y l o d e m á s e s c u e n t o .
I m a g í n a t e q u e le g u s t e o t r a m u j e r o q u e q u i e ra t e n e r u n a a ve n t u ra .
¿ C ó m o l a o c u lt a . . . ? A u n q u e , a q u í e n t r e n o s, e n e se s e n t i d o t o d a s
l a s m u j e re s s o n a d i vi n a s p o r q u e , a p e n a s s e t e va n l o s o j o s e n
o t r a s d i re c c io n e s , a h í m i sm o t e ca p t u r a n l a i n t e n c i ó n .

MONTONCITO DE NADA

¡¡¡Ay, mi amor, mi amor!!! ¡¡¡Hay que ver cómo entraste a ese


quirófano y mira ahora cómo has salido: vuelto nada, hecho un p obre
montoncito de nada!!!
LÁSTIMA

Me dan lástima esas personas que dicen que no tienen nada por
qué vivir. Son personas que no miran a su alrededor, que no se ent u-
siasman con las exp eriencias que tienen. No se dan cuenta de que la
vida les da todos los días cientos de regalos. Yo he conoc ido muchas
personas que viven quejándose del mundo, en lugar de quejarse de
ellas mismas. Y eso ocurre porque no saben que es dentro de ellas y
no afuera donde están los problemas.

UN DÍ A ENTERO DE MI VIDA

Omar, el hijo mío, siempre llega a casa con la camisa hecha un


asco y el sábado en la tarde la llevó peor que nunca, con todo tipo de
manchas. Yo le pregunté qué era lo que le había caído en la ca misa y
él se la miró y dijo algo que me ha tenido riéndome todo el fin de s e-
mana, porque es que apenas tiene ocho años. Después de verse la
camisa, Omar levantó la cabeza y me dijo: “Mamá, ahí tengo un día
entero de mi vida”.
280

EL DE LA ARGOLLITA EN LA ORE JA

Ese paciente que viene todos los miércoles es el tipo con la pe r-


sonalidad más enredada que yo he conocido. Es un hombre al que le
gustan las mujeres, pero no para tener con ellas una relación heter o-
sexual, sino homosexual, porque, ¿tú puedes creer, él no se considera
un hombre, sino una mujer, pero una mujer lesbiana...? Sí, sí, ese
mismo: el de la argollita en la oreja.

GUARDAR LA CUARESMA

El padre López salió el Miércoles Santo, después de misa, a dar


una charla en un centro de Alcohólicos A nónimos y, como sabía que
iba a regresar de noche y en esos días estaba haciendo una brisa
fresca -cosa rara, porque la Semana Santa aquí es muy caliente -, se
puso una chaqueta encima del traje. A medianoche, cuando regres a-
ba, un hombre lo detuvo en la ca lle, poniéndole el cañón de un revó l-
ver en las costillas. Le pidió la billetera y la ch aqueta. Pero apenas el
hombre se dio cuenta de que su víctima era un cura, le devo lvió las
dos cosas. “Tome, padre”, le dijo, “yo soy incapaz de asaltar a un s a-
cerdote y menos en Semana Santa”. “Pues, me alegro”, le contestó el
padre López, mientras, para pasar el susto, sacaba un par de cigarr i-
llos de una cajetilla que llev aba en la chaqueta. El padre encendió uno
para fumárselo él y otro para el ladrón, pero el ladrón r etrocedió, d i-
ciéndole: “No, gracias, padre, yo no fumo d urante la Cuaresma”.

LA RAZÓN

El matrimonio de ellos duró veinticuatro años, porque él era pil o-


to. Como casi no convivían, rara vez se presentaban problemas entre
ellos pero, tan pronto lo jubi laron a él y tuvieron que vivir juntos, no
duraron ni un año, ahí mismo se sep araron y, según me dijo ella, que
la vi en estos días, ya está por salirles el divorcio.

MI RELOJ

Sí, cómo no, ya le digo, déjeme ver... Son las cuatro y un...
¡Epa, epa...! ¡Hey...! ¡Mi reloj...! ¡Policía...! ¡Policía...! ¡Mi reloj! ¡D e-
vuélvame mi reloj! ¡Se llevan mi reloj...! ¡Hey...! ¡Pol icía!
281
UN GRAFITTI

Nosotros andábamos hace varias noches por Macaracuay,


cuando vimos a varios jóvenes que se disponían a pintar un grafitti, en
una pared enorme. Mi esposo y yo detuvimos el carro, emocionados,
recordando cuando salíamos de noche a pintar consignas del Partido
Comunista, y cuál no sería nuestra decepción, al ver que sólo escr i-
bieron: EL OSO AMA A LA OSA .

FICCIÓN

En las películas, alguien levanta el teléfono y ahí mismo se c o-


munica con el número y la persona que desea. Abre un grifo y sale
agua. Aprieta un interruptor y tiene electricidad en la casa. Y cuando
sale a la calle casi de inmediato consigue un taxi. Y o creo que por eso
es que las llaman “ficción”.

ROSENDO EN LA CUERDA FLOJ A

Rosendo salió de una f iesta bastante tomado y, cuando iba para


su casa, por la autopista de Prados del Este, lo detuvie ron unos p o-
licías. É l d i c e q u e d e b e h a b e r s id o p o r q u e e l ca r r o i b a h a c i e n d o
e s e s, p e ro ya u n o s a b e có m o e s é l, q u e s ie m p r e a d e re za l a s c o sa s
q u e c u e n t a p a ra q u e u n o se r í a . C u a n d o s a l ió d e l ca r r o , é l y q u e
t r a t ó d e p a r e ce r l o m á s s o b r io p o s ib l e , p e r o l o s p o l ic í a s l e s i n t i e -
r o n e l a l i e n t o y l e p i d i e ro n q u e ca m i n a r a re c t o p o r e n c i m a d e u n a
d e l a s r a ya s d e la a u t o p i s t a . Co m o l e s d i j o q u e n o s a b í a d e q u é
m a n e ra t e n í a q u e c a m i n a r , u n o d e lo s a g e n t e s d io va ri o s p a so s s o -
b r e l a r a ya , c o n l o s b r a zo s a b ie r t o s , co m o s i a n d u vi e r a p o r u n a
c u e rd a f l o ja . “ A h o r a u st e d ” , le o rd e n ó e l p o l i c í a , cu a n d o t e rm i n ó su
d e m o s t r a c i ó n . E n t o n ce s R o s e n d o vi o h a c i a e l s u e l o y p r e g u n t ó : “ ¿ Y
t e n go q u e ca m i n a r p o r a h í , s in r e d d e s e g u r id a d ? ”. Cu e n t a Ro s e n -
d o - p e r o yo n o l e c r e o n a d a , - q u e lo s p o l i c í a s y q u e s e e ch a r o n a
r e í r y t e r m i n a r o n n o só l o p e rd o n á n d o lo , s in o a c o m p a ñ á n d o l o a su
c a s a , m a n e j a n d o e l ca r r o u n o d e e ll o s , m ie n t r a s e l o t r o l o s e sc o l -
taba en la radiopatrulla.

P ARA LLEG AR A ESTE MUNDO

Cuando yo me siento poca cosa o me deprimo, pienso que p ara


llega r a este mundo tuve que ganar una carrera en la que particip a-
282
ban varios millones de seres que, como yo, querían encarnar, y ah í
mismo salgo de e se estado, porque pienso que no de bo desaprov e-
char ni un minuto esta oportunidad.

DETALLES CONMOVEDORES

Dio s t ie n e u no s de t a lle s co n la h um a n id a d qu e, f ra nca m en t e,


so n conm o ve d o re s: ¿t ú n o t e h a s d ad o cue n ta qu e a me d id a qu e los
se re s h um a no s n os a rr u ga m o s m á s, n o s va m o s qu e d and o sin vist a ?
¡E so e s p a ra n o ve a mo s la s a rru ga s! I gu a l p a sa co n lo s so n ido s: e l
o íd o n o s f a lla , cu an d o ya e st am o s h art o s d e o ír n e ce d ad e s.

A LA HORA DE HACER ALGO POR LA CAS A

A la hora de hacer algo por la casa, por el hogar donde viven,


todos los maridos son iguales: se hacen los desentendidos, los olv i-
dadizos e incluso se van a la calle, haciéndose los ofendidos. Por eso
es que yo digo que la relación que yo tengo con Honorio es mágica.
Sí, porque cada vez que le pido que haga algo en la casa, bien sea
que me ayude con a lguna labor o que repare algo, el muy muérgano
se desaparece de inm ediato.
LAS COS AS BELLAS DE LA VIDA

Una cosa que siempre le he recomendado a mis discípulos es


que traten de mirar las cosas bellas de la vida, porque las feas se le
meten a uno a la fuerza por los ojos. Yo me lleno los ojos de cuantas
imágenes bellas me pasan por delante: así, si algún día –Dios no lo
quiera–, me quedo ciego, la memoria y la imaginación tendrán ba stan-
te donde disfrutar todavía.

LO QUE MÁS ME ANGUSTI A

¿Quieres que te diga qué es lo que a mí más me angu stia? Ver


morir a la gente, a las cosas, a todo. No es ve r la agonía de a lguien
en particular, sino ver cómo todo envejece, cómo todo se gasta, se
consume. Es un movimiento tan lento como el de las agujas del reloj,
pero yo tengo la facultad de verlo. Por eso es que no pongo ni un af i-
che para decorar las paredes de mi oficina. Eso de mirar cómo las
imágenes se van poniendo azules, como si se alej aran en el recuerdo 283
o se estuvieran pudriendo en vida, me produce una angustia enorme,
un escozor en el espíritu que me resulta dif ícil de soportar.

DOLOR EN LA COLUMNA

La semana anterior al despelote de 1989, yo falté dos días al


trabajo porque no aguantaba el dolor en la columna. Pero como yo v i-
vo en el 23 de Enero y ahí el ejército no paró de disparar hacia las v i-
viendas durante casi una semana, tuve que pasar cin co días, con sus
respectivas noches, tirada en el suelo, debajo de una mesa y, f íjate,
no hay mal que por bien no venga: desde entonces se me curó la e s-
palda y quedé nuevecita.

MIEDO AL DENGUE

Ya no hay insecticida que no le hayamos echado a esos zanc u-


dos y ellos siguen rondándole a uno la cara, como si nada. Hemos
usado de todo lo que venden en los supermercados y en las farm a-
cias e incluso hemos mandado a fumigar, porque no queremos que
nos dé el dengue pero, hasta ahora, no nos ha se rvido de nada. Yo
estoy pensando si no será un daño que nos ha mandado a echar a l-
guien, alguien que sabe que nosotras le tenemos miedo al dengue,
desde que papá se m urió de eso.

UNA MANERA DE VIVIR SIN TRABAJ AR

¡Ese es el hombre más sinvergüenza de este mundo! ¡Un d ía se


le ocurrió una manera de vivir sin trabajar y ahí mismo la puso en
práctica! ¡Tiene once hijos en nueve mujeres y a los once los tiene
con él, y los obliga a mendigar en la calle, para que lo mantengan! ¡Y,
según sé, hasta les ha impuesto una cantida d mínima de dinero que
los niños deben recoger o, si no, no los deja entrar en la casa, así
esté lloviendo o sea la m edianoche!

P ARA QUÉ ESTAMOS EN EL MUNDO

A los que se quejan de que estamos viviendo en la peor época


de la historia del mundo, yo les digo una cosa que leí hace tiempo y
es que, para lo que estamos aquí, es precisamente para mejora rla.
284

RECLAMO A LOS VIEJOS

¡Mire, señora, si usted sigue repitiendo eso de que toda la j u-


ventud está corrompida y que qué será del mundo con la juventud d e
hoy, entonces déjeme decirle que también los jóvenes le podemos r e-
clamar a los viejos que el mundo que nos están entregando está
hecho un caos, porque hay guerras por dond equiera que uno mire, hay
hambre, miseria y una cantidad de cosas que demuestran qu e uste-
des, los que ahora son viejos, o no hicieron nada, o lo poco que hici e-
ron lo hicieron mal hecho!

LA LEY DE LA OFERTA Y LA DEMANDA

Hoy día tú no puedes salir a la calle con una mujer si no tienes


una o dos tarjetas de crédito y bastantes billetes en la cartera, más tu
chequera, por si acaso se presenta cualquier problemita. Tú la llevas
a un cine, la calientas m etiéndole mano por donde se deje, después la
llevas a un hotel y, por último, se van a cenar o cenan primero y luego
al hotel y, olvídate, eso no te baja de cincuenta mil bolívares. Y te e s-
toy hablando de puras cosas simples y baratas: una comida más o
menos, un hotel de mala muerte y un polvo de adolescente. Hoy en
día, si te pones a sacar cuentas, te sale más barato estar casado que
andar por ahí detrás de una o varias muj eres, porque es que ya la ley
de la oferta y la demanda llegó a la cama.

DOMINGOS POR LA TARDE

Los domingos por la tarde son, para mí, insoportables. No hallo


dónde meterme y quiero que llegue rápido el lunes. A vece s, me pon-
go a dormir pero no me gusta porque, después, en la n oche, no tengo
sueño. Otras veces, salgo a la calle, pero me resulta terrible ver ta n-
tas parejas tomadas de la mano, riéndose, bromeando o besándose,
mientras yo ando, por ahí, sola. Para mí, la tarde del domingo es una
tarde de sufrimientos.

NOCHE DE AÑO NUEVO

Félix José perdió esos dos dedos cuando tenía ocho años, una
noche de Año Nuevo. Encendió un petardo y no lo soltó a tiempo. Esa
noche, en plena celebración, tuvimos que salir c orriendo con él para
285
el hospital, y lo que vimos allí fue espant oso: varias docenas de niños
y adultos mutilados o quemados de manera horrible, po rque tampoco
supieron lanzar un petardo o porque alguien, con mala intención, les
tiró uno. Esa noche, Alfredo y yo comprendimos que en este país no
hemos aprendido a separar la alegría de la muerte y nos da por m a-
tarnos entre nosotros, cada vez que est amos de fiesta.

MOVIMIENTO ONDULAR

Ya, ya se me está pasando. ¡Qué gusto tan desagradable le


queda a uno en el p aladar después de que ha vomitado...! Sí, sí, gr a-
cias, no se preocupen, ya casi estoy bien... No sé qué me pasó. Yo
estaba aquí, esperando el aut obús, cuando en eso pasó una mujer de
lo más buena. Yo me puse a mirar cómo se le movía el culo, mientras
caminaba y, de repente, me sentí mareado.

MACHISMO LINGÜÍSTICO

Nuestro lenguaje, Claudia, está lleno de machismo: f íjate que


cuando un hombre pasa de los 40 años, dicen que se pone “inter e-
sante”. En cambio, una mujer que lle ga a esa misma edad lo que se
pone es “vieja”. Un hombre público es un hombre distinguido, adm i-
rado, aplaudido, pero una mujer pública es una prostituta, una mujer
degradada socialmente. Eso, Claudia, no es otra cosa sino machismo
lingü íst ico.

EL VICIO DEL CHOCOLATE

No sé qu é m e p a sa , p e ro a sí co m o o t ra s p e rso n a s t ie n en e l
vicio d e l ciga rr illo , d e l a lcoh o l o d e la co ca ín a , yo t e ngo e l d e l ch o -
co la t e . Au n qu e me h a ce un d a ño p e rve rso p a ra e l h íga d o , yo n o
p u ed o d e ja r d e com e rme u n o o d o s ch o co lat e s a l d ía . Y a u n qu e sé
qu e e so s ch o co la te s me p ro d u ce n a le rgia , d o lo r d e h íg a d o y gra n o s
e n la ca ra , n o p ue d o d e ja r d e co me rlo s. Ha st a a ho ra h a sid o a lgo
m á s f ue rt e qu e yo , a lgo qu e n o h e p o d id o ve n ce r, au n qu e t e ju ro
qu e lo h e in t en t ado . ¿T ú no sab e s si a qu í, e n Ca ra cas, e xist e un a
a so cia ció n com o lo s A lco hó lico s An ó n im o s, p a ra qu ie n e s so mos
a d ict o s a l ch o co la te ?

BUENOS CONSEJOS
286

Se lo voy a decir con honestidad: yo tengo setenta y dos años y


la única razón por la que uno, a esta edad, ofrece buenos cons ejos,
es porque ya no es capaz de dar malos ejemplos.

NO TIENE CARA DE AURORA

Es así, te garantizo que es así. Yo veo cómo está vestida una


persona, la miro un poquito a la cara y te puedo decir, sin equivoc a-
ciones, cómo se llama. Por ejemplo, esa muchacha bella, ese caram e-
lote que viene ahí, se tiene que llamar Margot. Margot o Azucena.
Pregúntale, para que veas... ¿Se llama Aurora...? Pero no tiene cara
de Aurora, ni se viste como las Auroras...

DÍ AS DE LLUVI A

Algo que a mí me gusta de los días de lluvia es que uno pu ede


llegar al trabajo a la hora que le dé la gana y cualquier excusa que
invente se la creen, porque saben que en esta ciudad nada funciona si
cae un aguacero.
COOPERATIV A DE LIMOSNAS

¡Hey, señor! ¡¿Usted me puede regalar doscientos veinte bol í-


vares...?! No, no es para comprar aguardiente, es para completar el
dinero que tenemos y co mprarnos tres latas de sardinas para la cena.
Nosotros mendigamos en esta esquina pero sólo lo neces ario: entre
los tres tenemos una cooperativa de limosnas desde hace más de año
y medio y hasta ahora nos ha ido muy bien.

CALMANTE DE LOS NERVIOS

El único calmante de los nervios realmente efectivo que yo c o-


nozco no lo venden en las farmacias, ni lo recetan los médicos. ¿Cuál
es...? Ay, chica, piensa un poco... El dinero, mujer, el dinero.

A LO LIGHT

287
Ah, sí, desde que llegó el postmodernismo, todo es a lo light.
Hasta las ideas son a lo light. Por eso es que en este país no hay
pensadores que valgan la pena, ni líderes de verdad, y por esa misma
razón es que los políticos son t an inconsistentes.

LA ÚNICA DIFERENCI A

Después de haberlo pensado mucho, la verdad es que la ún ica


diferencia que yo encuentro entre la democracia y la di ctadura, es una
diferencia legal: en la dictadura, las leyes se violan y, en la democr a-
cia, se seducen.

¡TENEMOS QUE CAMBI AR ESTE COLCHÓN!

¡Apenas amanezca, y aunque tengamos que empeñar ha sta el


culo, tenemos que cambiar este colchón! ¡Yo me había acostu mbrado
a dormir como una ese, para evitar pincharme con los dos resortes
que hay del lado m ío, pero ahora hay tres y me tendría que volver un
ocho! ¡Y ni pensar en voltearlo, porque por el otro lado ese colchón
parece una sesión de ac upuntura, no tiene ni un sólo lugar sano! ¡Yo
lo compré hace cinco años y faltando quince días para vencerse la g a-
rantía, empezaron a salírsele los resortes!
“EL DRAGÓN”

Eso de que Adrián no sabe por qué le dicen “El Dragón”, es


mentira, claro que lo sabe. Es que él, antes de que le arreglaran la
dentadura, tenía tan mal aliento que un día trató de encender un c iga-
rrillo y, cuando acercó el fósforo a la boca, se levantó una ll amarada.

CUANDO UNA QUIERE A UN HOMBRE

Yo me puse a vivir con Tomás, cuando me dejó el papá de los


morochos para irse con una mesonera de un bar que queda cerca del
Mercado de Quinta Crespo. Eso fue hace seis años. Después, yo e s-
taba recién dada a luz de la niña de Tomás cuando a él le dio un at a-
que, una cosa bien fea, y hubo que internarlo en el manicomio. Desde
entonces quedó como un muchachito, porque se le fundió el cerebro.
En el manicomio conocí a Oswaldo, que trabaja ahí como enfermero, y
esta barriga es de él. Yo pienso que, cuando una quiere a un hombre,
la mejor manera de demostrárselo es p ariéndole como mínimo un hijo.
288
NIÑO FUERTE

El niño está fuerte, gracias. Yo diría q ue demasiado fuerte. N o-


sotros lo llevamos al parque o lo sacamos a pasear y, cuando lleg a-
mos a la casa, su mamá y yo estamos que no p odemos dar un paso y
él, en cambio, está enterito y quiere seguir jugando. Nosotros le d a-
mos gracias a Dios por esa salud y esa energía que tiene porque,
además, nunca se enferma. P ero lo malo de esa energía es que, si
uno lo regaña, él lo regaña a uno también. Si uno le l evanta la voz o
le grita, él le grita a uno más fuerte todavía. Para completar, si uno se
enoja y le da dos nalgadas, te las devuelve, y lo peor es que cada vez
tiene más punch. La mamá y yo no sab emos dónde nos iremos a meter
en un tiempo porque, si así es ah ora que apenas tiene cuatro años,
cómo será después.

OTRO QUE SE MARCHÓ

Ya yo llegué a viejo y no pude hacer todo lo que me pr opuse,


cuando estaba como tú... No, no, hijo, no nos digamos mentiras: yo ya
no tengo tiempo. El día menos pensado am anezco muerto en mi cama
y ya está, se acabó: una vida más que se perdió, alguien más que no
consiguió nada, otro que se marchó sin que el mundo se diera cuenta.
REVOLUCIÓN DE UN DÍ A P ARA OTRO

¿Tú quieres ver cómo se hace aquí una revolución de un día


para otro? Lo único que tienes que hacer es subirle a la gente el pr e-
cio de las bebidas alcohól icas y de lo s cigarrillos y prohibir la lotería y
el juego de caballos. No han pasado veinticuatro horas, cuando el
pueblo ya ha tumbado al gobierno que sea.

LA VERDADERA HISTORI A DEL MOMENTO

Todo el mundo tiene su historia: interesante, aburrida, cóm ica,


trágica, pero su historia particular, que es irrepetible. El ser más i n-
significante del mundo, para llegar tan bajo, ha tenido su historia, y
esa historia debe ser de coger palco. En la vida de cada persona hay
por lo menos una docena de momentos estelares, bu enos o malos pa-
ra ella, momentos en los que esa persona ha sido la protagonista del
minuto en que vive. A mí me gustaría saber quién está protagoniza ndo
cada minuto, para conocer la verdadera historia de la época en que
vivo.
289

ESPERANDO

No he podido dormir todos estos días pensando en el carajo ese


que mató a mi hermano para quitarle un par de zapatos deportivos.
Menos mal que lo traen mañana en la tarde aquí al penal y que él no
sabe que yo estoy aquí, esperándolo. Cuando se entere, va a ser muy
tarde porque, para ese momento, ya tendrá un chuzo atravesándole el
pescuezo o el corazón. Todavía no he decidido dónde le voy a dar la
puñalada.

LO MALO DE LA INFIDELIDAD

Lo malo de la infidelidad es que, quieras que no, se te n ota en la


cara. La persona que está contigo se da cuenta de que estás distinto,
de que no eres el mismo, de que andas ocultando algo, porque estás
contento y te ves satisfecho. Y, claro, eso es muy normal: como estás
tratando de agradarle a a lguien, te arreglas más que de costumbr e, te
vistes con lo mejorcito que tienes, te peinas bien y esos cambios se
notan enseguida. A menos, claro está, que tú vivas en una infid elidad
permanente.
UNA MUJER CON HAMBRE

Seguro que por ahí viene una mujer con hambre. Florcita, mi
amor, recójame esa cuchara que se me acaba de caer, que el lumbago
no me deja agacharme. ¿Quién será esa mujer que anuncia la cuch ara?

DIEZ AÑOS DE AMORES

¡¿Si usted hubiera tenido diez años de amores con una mujer y
esa mujer sale preñada por otro hombre, usted no se dedicaría ta m-
bién a beber?! ¡Por eso es que yo estoy aquí, y bebo y bebo y sigo
bebiendo y no pienso parar de beber hasta que acabe con la bebida o
la bebida acabe conmigo!

EL HOMBRE TIENE QUE HACER ALGO MÁS

Yo me vine de Barcelona, la capital del estado Anzoátegui, po r-


290
que, no puede ser, el hombre tiene que hacer algo más en la vida que
comer sancochos y forn icar. Ahí no piensan en otra cosa. A las doce
en punto del mediodía, por ponerte un ejemplo, tú no consigues a n a-
die en ninguna oficina ni en ningún sitio, excepto en las inmediaci ones
de una olla. Y si es, por ejemplo, en la avenida 5 de Julio, tú no pu e-
des pasar después de las cinco de la tarde porque lo único que esc u-
chas es el roznido de las fornicaciones.

HOMBRES COBARDES

¡Ustedes los hombres son unos cobardes: ayer, en el turno de la


mañana, vino uno como de tu edad, a donar sangre y, apenas vio la
inyectadora, se asustó tanto que le subió la tensión y no p udo donar
nada! ¡Y hace como un mes vino otro que, cuando se e nteró de que se
debía dejar inyectar -yo no sé cómo pensaba él que se le iba a e xtraer
la sangre -, pidió que lo anestesiaran, ¿tú has visto mayor coba rdía?!

EL ALCOHOL

Vamos a celebrar que terminamos el proyecto y, si se da, lo vo l-


vemos a celebrar. Si no se da, igu al podemos irnos a un bar para co n-
solarnos. Después de todo, eso es lo bueno del a lcohol, que igual te
aumenta la alegría cuando la tienes dentro, que te s aca la tristeza.
LA DICTADURA DEL PROLETARI ADO

¡Bóteme si le da la gana, bóteme! ¡¿Usted cree que uno es un


zombi para trabajar horas y horas sin comer, sin beber agua y sin
pensar en otra cosa que no sea el trabajo?! ¡Lo siento, la época de los
esclavos ya pasó y más bien está por volver el socialismo! ¡Y, por
cierto: vaya preparando ese culo, que de spués de que pase t oda esta
loquera que ha habido en Rusia y en los países socialistas, lo que
viene es la dictadura del proletariado!

CLARÍSIMA

En ese aspecto, yo estoy clarísima. Me he dado cuenta de que


no sólo hay mucha gente malagradecida en el mundo, sino que la c a-
ridad no puede ser impuesta. En todas partes hay personas que au n-
que estén en las últimas no quieren recibir ayuda, bien sea por orgullo
o porque no tienen idea de lo mal que están. En esos casos, uno debe
respetar su decisión. Si no, se cae en la demagogia y lo que se d e-
muestra es que o uno tiene ganas de molestar o su ego está desequ i-
291
librado.

QUINCE AÑERA EN LA CALLE

Mi esposa me reclamó que me le quedé viendo a una quinceañ e-


ra en la calle, hasta que le expliqué que yo la había v isto, no por la
mujer que es, sino porque me imaginé que así mismo iba a ser nuestra
hija, cuando tuviera esa edad. Mi esposa también se le quedó viendo
y se puso a llorar, diciendo “¡Es verdad, es ve rdad!”, porque, qué cosa
tan seria es que, después de qu e tú has lidiado con algo tan chiquit i-
co, tan delicado, ese algo crece y un día va por la calle y los hombres
se embelesan viéndole el trasero.

TODOS LOS AÑOS

El día de Año Nuevo, todas en la casa -mamá, mis herm anas,


mis tías y mis primas -, todas nos compramos una pantaleta amar illa.
En el momento en que suena el cañonazo y empieza el nuevo año, c o-
rremos todas para el patio, nos sacamos la pantaleta que cargamos y
nos ponemos la amarilla, porque, según dicen, eso trae buena suerte.
Después agarramos u na maleta y damos una vuelta a la manzana con
ella, para que durante ese año que comienza se nos presente la p o-
sibilidad de viajar... Nosotras lo hacemos todos los años y, aunque
hasta ahora no nos ha servido de mucho, al menos nos permite pasa r-
la bien, en familia, y compartir ese momento tan especial que es el
paso de un año al siguie nte.

EL CAPITÁN LA TOMÓ CONMIGO

Ahora el capitán la tomó conmigo: anteayer, a media m añana,


me puso a correr, a darle veinte vueltas al patio, trotando. Después, a
las doce y media, en pleno mediodía, me dio un plantón de dos horas,
con un sol tan arrecho que yo sentía que se me iba a derretir la moll e-
ra. Ayer fue hasta donde yo estaba y sin que yo le dijera ni le hiciera
nada me prohibió la salida del fin de semana. Si y o llego a saber qué
fue lo que le dijeron de mí y quién se lo dijo, te juro que aquí en el
cuartel va a haber un muerto. Como que me llamo Euclides Padrón.
Porque no hay derecho a que a uno le tuerzan la vida, por el puro gu s-
to de torcérsela. Yo no le he hecho mal a nadie, no me he metido con
nadie en el cuartel. Y si lo he hecho no es culpa mía, sino porque he
sido mandado. A mí me mandan y yo obedezco. Yo estoy aquí para
obedecer y más nada. Pero obedeciendo y todo, mira cómo la ha ag a-
rrado conmigo el c apitán.
292

TORTA DE ZAN AHORI AS

E l vi e r n e s e n la m a ñ a n a , f u im o s a l C e n t r a l Ma d e i r e n se a
h a ce r m e r ca d o y, e n e l s e ct o r d e lo s ve g e t a l e s y l a s f ru t a s , vi m o s a
u n a p a re j a d e c in c u e n t o n e s e l i g i e n d o u n a s za n a h o r i a s . Me j o r d i -
c h o , e ra e l h o m b r e e l q u e e s t a b a s e l e c c io n a n d o l a s za n a h o r i a s.
“ E s t a s s o n b u e n a s p a r a u n a t o r t a ” , c o m e n t ó é l y e l l a p u s o ca r a d e
a s c o y c a n s a n c io a l a ve z. N o s o t r o s p e n s a m o s q u e la s e ñ o r a e s t a -
ba cansada de cocinar y que hacer una torta de zanahorias –a d e m á s d e
l a c o m i d a d i a r ia –, l e r e s u l t a b a a g o t a d o r . P e ro n u e st r a s s u p o s i c i o -
n e s se vi n i e r o n a l s u e lo p o r q u e , d e sp u é s d e p o n e r e s a c a r a , l a m u -
j e r d i j o , m o l e st a : “ ¿ Y t ú n o sa b e s co c i n a r o t r a co s a q u e n o se a t o r -
t a d e z a n a h o r i a s? ”

SOP A DE LETRAS

¡Pero hay que ver, Virgen del Carmen, que este hijo mío si es
bien ocioso y grosero, igualito al papá! ¡¿De dónde sacaste eso de
escribir groserías con la s opa de letras, ah...?! ¡Deja que regrese tu
papá del trabajo, que se lo voy a decir, para te que dé una pal iza!
SE P ARECÍ A A RODOLFO V ALENTINO

Cuando lo conocí, él tenía veintitrés años y toda la gente d ecía


que se parecía a Rodolfo Valentino. Yo no creí tener tanta suerte,
hasta que me casé con él pero, con el tiempo, ya ves cómo se ha
puesto... Me gustaría que Janeth, la pervertida esa que a ndaba detrás
suyo, hubiera sido la que se casara con él. Así no sería yo la que
tendría a esa caricatura de hombre como marido.

LA PERICI A DEL CHEF

Fuimos a un restaurante que queda por Las Mercedes y vimos a


un chef que cortaba unas lonjas tan delgadas de un pernil de ternera
que casi se podía ver a través de ellas. Todos nos quedamos viendo
aquello, que parecía de circo, y que, además, hacía que la carne t u-
viera un sabor diferente. Cuando ya nos íbamos, me ace rqué al chef y
le pregunté dónde había aprendi do a hacer eso y me dijo: “En mi fam i-
lia. Yo era el m ayor entre doce hermanos”.
293
LA MUJER PERFECTA P ARA D ANIEL

Apenas conocí a Olga, me dije: “Ésta es la mujer perfecta para


Daniel”. Los comparé mentalmente y parecían hechos el uno para el
otro: los dos solteros, profesionales universitarios y sin problemas
económicos. Él con año y medio más que ella, más o menos de la
misma estatura, y con gustos parecidísimos. Con la idea de presenta r-
los, quedé a verme con ellos el viernes por la tarde, en una tasca d e
Las Mercedes y, cuando Daniel llegó, porque yo fui con Olga, salí con
las tablas en la cabeza, pues no sólo se conocían -al verse, se dieron un
beso en las mejillas y se abrazaron -, sino que, además, eran he rmanos.

MAL GUSTO REVELADO

Un comentario que nunca se me ha olvidado fue el que hizo una


señora, en una cena a la que hace años asistí con mi esposo, cuando
vimos entrar a una mujer de entre treinta y cinco y cuarenta años, que
llevaba un traje escotado, muy c eñido, que le dejaba al descubierto la
mayor parte de las piernas. La señora, que era nuestra vecina de m e-
sa, dijo –lamentablemente, en voz baja, porque me h ubiera gustado
que la del traje oyera –: “Hay mujeres que revelan todo, menos buen
gusto”.
LO QUE P AS A CON LA VIRTUD

Escúchame, Moraima , pon cuidado... Yo entiendo que tú tuvi ste


tu decepción con aquel joven, ¿Sixto era que se llamaba...? Si xto... Y
está bien que tú quieras conservar tu virtud hasta que llegue el ho m-
bre con el que verdaderamente te vas a casar, pero lo que pasa con la
virtud es que, a medida que pasa el tiempo, se va d evaluando, y llega
un momento en que te descubres vieja y descubres, además, que te
has perdido lo más importante de la vida. Y, para qué, si de spués ni
siquiera tú misma te lo vas a agradecer.

EL HIJO MAYOR DE GERV ASIO

La peor tragedia política en la vida de Gervasio no ha sido la


caída del Blo que Socialista, sino lo que ha pasado con su hijo mayor.
Un hombre como ese, que ha vivido por y para la revol ución, y para
el movimiento sindical, y resulta que Fidel Ernesto le salió policía y,
para completar, ahora tiene varias denuncias en su contra: unas, por
torturar a detenidos políticos, otras por e xtorsión y una por haber 294
violado a una médico que estaba detenida por una riña. Gervasio,
claro, está destroza do y no me extrañaría que cualqu ier día de éstos
lo tu vieran que in ternar en una clín ica con quién sab e qué cosa...
Ojalá me equ ivo qu e.

DORMIDOS EN EL CARRO

¡Ay, amor, mira la hora que es y nos volvimos a quedar dorm i-


dos aquí, en el carro! ¡Vámonos p ronto, que no quiero que nadie se dé
cuenta de que pasamos la noche juntos! ¡Tuvimos suerte de que nadie
nos asaltara, pero ahora necesit amos tener la suerte de que nadie nos
vea...! ¡Más nunca vuelvo a hacer el amor en el carro porque, aparte
de lo incómodo que es, siempre nos quedamos dormidos, como un
mismo par de estúpidos!

MORDERSE LA LENGUA

Hay ocasiones en que uno debe morderse la lengua antes de


decir algo. La otra noche, Leo, mi mujer, se estaba queja ndo de que
no podía enfrentar todos los pro blemas económicos, familiares y de
todo tipo que se presentaban en la casa. Y entonces vine yo, dánd o-
melas de experto en eficiencia, y le dije: “Mi amor, haz como yo hago
en la oficina, que cada vez que se me presenta un problema pues,
sencillamente, se l o paso a otro”. Y, claro, Leo me hizo caso y ahí
mismo me pasó a mí más de la mitad de los asuntos que hay que r e-
solver en la casa.

“NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENG A”

El que dijo aquello de que “No hay mal que por bien no venga”
era un genio, un verda dero genio. Hace quince días, mientras yo e s-
taba haciendo un negocio en el Parque de Cristal, entraron a robar en
mi tienda de la avenida Urdaneta y, cuando los ladrones –que eran
tres–, se estaban retirando, los descubrió la policía. Los ladrones t o-
maron como rehenes a mis dos empleadas y trataron de salir parap e-
tados tras ellas. Hubo un intercambio de disparos y dos de ellos sali e-
ron heridos, uno, por cierto, de gravedad. El tercer ladrón, al ver a sus
compañeros caídos y bañados en sangre, se entregó. La noticia salió
esa noche en todos los noticieros y al día siguiente en todos los p e-
riódicos. Yo mismo aparecí en televisión y retratado en los diarios. Y,
aunque parezca increíble, desde ento nces se triplicaron las ventas.
Primero, la gente venía por curio sidad pero, como yo tengo buenos
295
precios, corrió la voz, y ahora me va de lo mejor. Y ojalá, Dios m e-
diante, siga así. Si no, voy a tener que pedirle a otros ladrones que se
ocupen de nuevo de hacerme p ublicidad.

PRIMER PREMIO DE LA LOTERÍ A

Un deseo que todos hemos tenido, aunque sea una vez en la


vida, es ganar la lotería, pero la señora Ana Hernández tenía un d e-
seo todavía más difícil de complacer: ella rezaba todas las noches p a-
ra que Dios le permitiera ganar el primer premio de la lotería. Sin e m-
bargo, como no tenía dinero para comprar el billete, ella quería
encontrárselo tirado en el suelo, en una de las tantas calles por las
que transitaba aquí, en C aracas. ¡Nada menos!

LENGUA VIPERINA

¡P e ro , ¿có mo pu ed e s d e cir qu e a m í m e gu st a e l ch ism e .. . ?!


¡¿A ca so t e h e ido a lgu n a ve z co n u n ch ism e , u n cu e nto d e a lgu ie n ? !
¡Y o n o so y Do ra Ce cilia , t u h e rma na , qu e e sa sí t ie ne u n a len gu a
vip e rin a , e sa sí e s u na víb o ra , esa sí m e re ce qu e t ú la lla me s
“ch ism o sa ”! ¡Có m o se rá Do ra Ce cilia qu e yo n o cono zco u n a so la
p e rso na e n e ste ba rrio qu e h a b le b ie n d e e lla! ¡Y e sa re p u t a ción n o
lle ga gra t u it a m en te !
¡QUÉ SUERTE TIENES!

Silvia, chica, qué suerte tienes tú: yo nunca he visto un niño más
tranquilo que éste, ¿qué le das...? Parece que ni respirara, no se
siente en lo absoluto, es como si no estuviera... Si Dios me garantiz a-
ra que, si tengo un hijo va a ser como el tuyo, esta misma noche
saldría a buscar con quién lo hago.

DESPUÉS DE QUE UNO SE MUERE

Después de que uno se muere, no va a ningún cielo ni a ni ngún


infierno. A donde uno se va a vivir es a los sueños de las demás pe r-
sonas, ¿tú no ves que uno deja de ser real?

LA BALA

¡La bala entró por la ventana y le dio a mi muchachito y yo, 296


cuando lo vi sangrando y apagándose, di un grito y quise tener f uer-
zas para parar el tiempo, para volver atrás y quitar de ahí a mi m u-
chachito, y ponerme yo, si es que el Padre tenía tanta urgencia de ll e-
varse a a lguien...!

CIGÜEÑA, ADIOS

El cartero que trabaja en esta urbanización, tiene una hija de


apenas siete u ocho meses de nacida –muy linda ella porque, gr acias
a Dios, salió a la mamá y no al papá –, y el otro sábado -parece que la
esposa no se sentía bien -, él salió a repartir la correspo ndencia, con
la idea de que, al terminar, iba a hacer mercado. Para no d ejar a la
bebé con la esposa, la acomodó en la mochila donde llevaba las ca r-
tas. Cuando llegó a mi casa, quien le abrió la puerta fue mi sobrino de
siete años. Yo iba detrás de él y fue a mí a quien el cartero entregó la
correspondencia que llevaba para no sotros, que eran puros recibos y
publicidad, porque las cartas y los escritos importa ntes los recibimos
todos por correo electrónico o por fax. Yo, apenas vi a la niña, le hice
algunas carantoñas y comenté a lgunas cosas de la política actual con
el carte ro. Pero cuando él se fue, mi sobrino, que había estado en s i-
lencio junto a mí todo el tiempo, comentó: “¿Viste, tía? A esa niña no
la trae la cigüeña, s ino el cartero”.
SÓLO PUEDEN P AS AR DOS COS AS

Si le digo a Rosanna que quiero acostarme con ella, s ólo pueden


pasar dos cosas: una, que pierda una amiga o dos, que gane una
amante.

NÚMERO EQUIVOCADO

Apenas la ginecóloga me dijo que estaba embarazada otra vez,


desde el mismo consultorio llamé a Isaac a la oficina, pero su secret a-
ria me dijo que había salido. Al rato, cuando apenas tenía unos m inutos
de haber llegado a casa y estaba en el baño, haciendo pipí, sonó el
teléfono y, creyendo que era él, salí del baño corriendo, levanté el a u-
ricular y dije: “¡Mi amor, estoy embarazada de nuevo!”. Al otro lado se
hizo un silencio de varios segundos y después una voz masculina di s-
tinta a la de Isaac preguntó: “Vanessa, ¿eres tú?”. “No”, le respondí,
“se equivocó de número”. Entonces se oyó un suspiro enorme, antes de
que la voz dijera “Dios mío, gracias”. Y quien fue, colgó.
297
LA CONTRARI A

Hagas lo que hagas, Medardo siempre te va a llevar la contr aria.


Eso es algo innato en él, porque parece que eso es lo que le da mayor
satisfacción en el mu ndo. Te aseguro que, si Medardo se ahogara en
un río, en vez de buscarlo corriente abajo, su cuerpo habría que bu s-
carlo río arriba.

¿TÚ ME ENTIENDAS...?

¡Oh! ¡¿Cómo es -tá osted...?! ¡Yo, moy bien, gra -cias...! Otro día,
yo ido bús-car osted, lle... ¿lle -var? ¿Se dice lle -var...? Yo ido lle -
var paquete de ambaja dor y en el suyo edificio, encón -trar mochacha,
mochacha linda... Mochacha linda invita tó -mar café... Yo sube a -par-
to-menta,,, qué soerte, piensa yo, mochacha li nda... Yo entra a -par-to-
menta y, oh, yo pone rojo: esposo gay, ¿tú me entiendas...?

PICANTE

Todavía él toma biberón y eso que pronto va a cumplir cinco


años... Una vez, cuando todavía tenía tres, le untamos ají en la t etina,
para ver si con eso llegaba a aborrecer el tetero y qué va, más bien le
empezó a gustar lo picante. En un primer mome nto arrugó la cara pero
después lamió la tetina por todas partes y, desde entonces, una que
otra noche, pide que el tetero se lo h agamos “como la otra vez”.

UN CEPILLO DENTAL

Anótalo: va a llegar un momento en que la crisis económ ica va a


ser tan aguda que las parejas van a tener que usar un solo cepillo
dental. Si quieres, h acemos una apuesta.

MULTIPLICAR Y NO DIVIDIR

Le pregunté a Carla cómo hacía ella para dividir su amor entre


sus nueve hijos y me contestó que, en su caso, ella nunca había di vi-
dido su amor sino que, por el contrario, siempre lo había mult iplicado.
298

HABLES CON QUIEN HABLES

Es increíble pero en esta ciudad no hay una sola persona que


esté completamente sana. Hables con quien hables, todo el mundo te
dice que está enfermo. Unos, de los riñones o de la piel. Otros, de la
columna o del corazón. Los de más allá están con gripe, tienen la te n-
sión alta o baja o el colesterol alto, o están en cama con un virus que
ningún médico sabe cuál es. Por eso, yo digo una cosa: o somos un
país de hipocondriacos o ésta es la región más i nsana del planeta.

SESENTA BUJÍ AS

Hernán es la persona más creativa que yo conozco. La otra ta r-


de, mi jefe cumplía sesenta años y no sabíamos cómo poner sesenta
velas en su torta, sin que aquello pareciera un incendio. Todos le d i-
mos vueltas al asunto y a nadie se le ocurrió nada, e xcepto lo mismo
de siempre: poner un velón o colocar seis velas grandes. En eso, llegó
Hernán, y, apenas supo lo que pasaba, fue al departamento de ma n-
tenimiento y se trajo un bo mbillo de sesenta bujías. Por un hueco muy
pequeño que abrió por debajo de la torta, pasó un cable delgadito y
así logró encenderlo en el momento de cantarle al jefe el “Cu mpleaños
Feliz”.

ETERNAMENTE AGRADECIDAS

Algo que a mí me encanta hacer es pisa r cucarachas con los


pies descalzos. Tú sientes, primero, esa cosquillita del animal trata n-
do de escaparse y después al carapacho quebrándose y la sangre
blanca escurriéndose y mojándote la planta... Hazlo alguna vez, au n-
que sea para probar, que yo sé que te va a gustar. Todas las pers o-
nas a las que se las he recomendado y lo han hecho han quedado
conmigo eternamente agradecidas.

“LA FILOSOFÍ A DEL SÍ”

Para desterrar el pesimismo, tienes que grabarte lo que yo llamo


la “Filosofía del Sí”. Busques lo que busques, recuerda que tienes el
299
“no” seguro y, por eso, tu meta tiene que ser que te digan que “sí”. Si
te dicen, “Déjame pensarlo” o “Lo hablamos en otro momento” o cua l-
quier cosa por el estilo, nunca tomes eso como un “no”. Recuerda que,
mientras no te digan “no”, todavía tienes chance de que te digan que
“sí”.

LA BUENA FORTUNA NO ES INFINITA

Mi esposo dejó de abrir la farmacia por las noches, aunque est u-


viera de turno, porque lo asaltaron más de veinte veces sin que la p o-
licía interviniera. Él dice –y con razón–, que hasta ahora ha tenido
suerte y los ladrones sólo se han llevado medicinas, vitaminas y co n-
dones, pero que él no sabe cuándo se le puede acabar la buena fort u-
na, porque la buena fortuna no es infinita.

LA REENCARNACION DE UNA NEGRA

¿T ú sa b e s p o r qué yo d igo qu e L ilia n a e s la re en ca rn a ció n d e


u n a n e gra ? P rime ro , po rqu e e sa m u je r e s b la n ca h a sta la e xa ge r a -
ció n , b la n ca co mo só lo p u e d e se rlo a lgu ie n qu e lo h a ya d e se a do
m u cho . Y, se gu n do , p o rqu e a p en a s o ye so n a r u n t a mb o r, se le va n
lo s p i e s y la s ca de ra s y n a d ie qu e n o se a o ha ya sido ne gra a lgu na
ve z b a ila a sí.
MENSTRUACIONES PROLONG AD AS

Una cosa que siempre me ha sucedido, cuando me he enamor a-


do, es que todas las veces ha sido de mujeres que tienen menstru a-
ciones prolongadas. A ningu na le ha durado uno o dos días, sino tres
y hasta cinco, con dolores abdominales, crisis de histeria e hiperse n-
sibilidad. Así fueron mis dos primeras mujeres y así es ahora la terc e-
ra. Qué más puedo hacer sino tener paciencia... ¡Pero la verdad es
que ya estoy harto de tener paciencia y de estar en ayuno de sexo t o-
dos esos días!

P ARA ADMINISTRAR JUSTICI A

Mi cuñado cuenta que estuvo en una parrillada, después del cu r-


so que él dio, al que asistieron jueces, fiscales y ab ogados. Uno de
ellos, un juez, por cierto, le dijo que lo felicitaba por su conf erencia
pero que eso que él había expuesto era pura teoría, porque aquí, en
el país, ya está extendida una fórmula para administrar justicia. La
fórmula es: para los am igos, todo; para los enemigos, nada, y par a los
300
demás, todo el peso de la ley.

CIUDAD SUCI A

¡Esta ciudad está cada día más sucia...! ¡No hay un sólo día que
yo llegue a mi casa con la ropa decente y con los zapatos present a-
bles, y eso que salgo de aquí con el liqui liqui, de punta en blanco. ..!
¡Y el problema no es sólo del gobierno, sino de falta de educación
ciudadana! ¡Yo estoy cansado de ver a la gente lanzando desperdicios
en la calle, incluso delante de agentes de policía, y nadie les dice n a-
da! ¡Es más, yo he visto a los mismos pol icías comerse algo y tirar
los papeles a la calzada!

A LA MAÑANA SIGUIENTE ERA TARDE

La última vez que hablé con mamá por teléfono, yo estaba de


vacaciones y me pareció un fastidio tener que salir de la piscina para
hablar con ella por el cel ular. Le contesté a todo que sí, que estaba
bien, que la estábamos pasando bien y que me estaba cuidando del
sol. A la mañana siguiente, temprano, como a eso de las siete y m e-
dia, recibí otra llamada desde su teléfono y, cuando iba a poner la
contestadora, algo me di jo que tenía que atender. Era mi hermana p a-
ra avisarme que mamá había sufrido una trombosis cerebral y que e s-
taba hospitalizada, en coma, agon izando. Entonces me di cuenta de
que ya no volvería oír su voz y me dio una gran tristeza no haberle p a-
rado el día anterior. También me sentí horrible al saber que se iba a
morir sin saber que, en el fondo, yo la quería, y que la quería basta nte.

HECHA UNA PORQUERÍ A

Estoy hecha una porquería: cada vez estoy más miope, tengo el
pelo quebradizo y lleno de horquetil las, la cara con barros y e spinillas,
tengo un seno con el pezón infectado, me han salido hemorroides y se
me han enterrado dos uñas en los pies. No me extraña que, con este
panorama, en los últimos tiempos no haya h abido un solo hombre que
se me acerque.

DUEÑA DE UN V AN GOGH

Esta tarde se presentó al Museo de Bellas Artes una s eñora que


dijo ser dueña de un Van Gogh y de inmediato todos nos m ovilizamos
301
para verlo. Pero, cuál no sería nuestra sorpresa cuando la señora
descorrió la tela que cubría el su puesto cuadro y vimos que se trat aba
de una reproducción de “Los Girasoles”, muy bien enmarcada que,
según nos dijo, ella había recortado de un almanaque hacía como
treinta años. Hay que ver lo que costó convencerla de que eso no te n-
ía ningún valor porque, según nos dijo, ella esperaba venderlo por v a-
rios millones de dólares.

ENCARNACIÓN

Encarnación es insoportable y, lo peor, es que no tiene vergüe nza.


Siempre llega de visita sin avisar, exactamente cuando tú estás por se r-
vir el almuerzo, se mete derechito para la cocina y allí se pone a dest a-
par ollas y a preguntar cuál es el menú. Después de que c ome, se tira
en el sillón toda la tarde, a esperar la hora de la merienda. Y mientras
ella está allí, tú no tienes intimidad: si necesitas salir o hacer al go o re-
cibir a alguien o quedarte sola, es imposible porque ella no se mueve y
si sales y la dejas, cuando regresas, consigues la n evera vacía.

LA CULP A ES DEL TRAB AJO

Vamos a sincerarnos: yo tengo mi teoría al respecto y te la voy a


decir. Yo pienso que la razón por la que, tanto el hombre como la m u-
jer, envejecen y se le gastan los órganos rápidamente es por el trab a-
jo. En los tiempos en que el hombre nada más tenía que estirar la m a-
no para agarrar las frutas o esperar que los animales vinieran donde
él estaba, para matarlos y después comérselos, el hombre vivía s i-
glos. De esa época era Matusalén y Matusalén vivió más de novecie n-
tos años, feliz y tranquilo, sin tener la preocupación de marcar ta rjeta,
ni de que ya se hizo tarde y el autobús no viene. Deje usted de trab a-
jar unos días para que vea cómo se rej uvenece.

COMUNIDAD DE INTERESES

Mi mujer y yo, desde hace mucho tiempo que dejamos de tener


un matrimonio. Con la situación económica que se está viviendo, en
lugar de separarnos y ponernos a pe lear por la casa, las cuentas ba n-
carias y los muebles, lo que hemos hecho es establecer una comun i-
dad de intereses, en la que somos socios o, mejor dicho, seguimos
siendo socios. Como desde hace tiempo no dormimos juntos, lo que yo
he hecho es que me muda do para la parte de atrás de la casa, donde
tengo una entrada independiente. Y así, no estoy lejos de los n iños,
pero tampoco tengo que soportarla a ella, ni ella tiene que soportarme
302
a mí.

CRUCERO POR EL MAR EGEO

En ese crucero por el Mar Egeo he hec ho yo el peor viaje de mi


vida: ¿tú puedes creer que lo único que hicimos, en cada par ada, fue
visitar ruinas? No h abía dónde comprar nada, ni siquiera un sombrero
o un pañuelo, ni dónde darse su escapadita a beber algo, y todos, e s-
pecialmente las mujeres , estábamos de lo más mole stas. Con decirte
que llegó un mome nto en que yo se lo reclamé al guía y lo amenacé
con que si no nos buscaba otros sitios para visitar, me devolvía a C a-
racas y no pagaba lo que aún me falta por pagar.

INMUNIZAD AS CONTRA LA DEPR ESIÓN

Mi hermana y yo nos hemos inmunizado contra la depresión po r-


que, cada vez que alguna de las dos se empieza a sentir mal, agarr amos
nuestras carteras y nos vamos a un centro comercial o a alguna tienda
de Sabana Grande o de La Hoyada. Después de ca minar un rato, viendo
vidrieras y preguntando precios, compramos alguna cosa -una blusita,
un pantalón y, si ya estamos a fin de quincena, un pañuelo, unos bl u-
mers o un par de medias-, y ya. Y el dinero que ga stamos es muchísimo
menos que el que tendríamos que pagarle a cualquier psicólogo.
DESPISTAD A

Esa mujer me la han presentado cinco veces y las últimas cu a-


tro ella ha hecho como que no me conocía, como que no sabía quién
era yo, ni se acordaba de que nos habían presentado con anterior i-
dad. Varias pe rsonas que la conocen en la intimidad me han dicho que
ella es una persona sumamente despistada pero, por muy despistada
que sea, se debería acordar por lo menos de mi rostro y d ecirme algo
así como “Usted me parece conocida” o “Su cara me es conocida”. N o
hacer eso de verme, darme la mano y seguir de largo, como si fuera
mi enemiga o como si yo fuera una montaña de mierda.

DEMASI ADO DRAMÁTICA

Mi hija es demasiado dramática y parece que ve televisión en


exceso. Yo no hallo qué hacer con ella, no sé si llevarla donde un
psiquiatra o meterla a trabajar en un teatro. Ayer, al mediodía, ll egó
de clases y me dijo que, como se sentía mal, se iba a acostar. Parece
que se contagió de algún virus en el liceo y anoche, cuando la llam a-
303
mos a cenar, nos dijo que n o podía bajar porque estaba escribiendo
su testamento. Nos hemos quedado de una pieza, cuando nos leyó lo
que había escrito porque no sólo repartió su r opa, sus discos y sus
fotos, sino también su cuenta de ahorros, con la que pedía que se
abriera una fundación a su nombre, para velar por los est udiantes que
se enferman en clases.

CÓMO MEJORAR LA MEMORI A

La peor memoria del mundo la tiene mi papá y, para muestra, te


voy a contar algo que le pasó el otro día y que p arece sacado de un
chiste. Yo fui con él a la Feria del Libro y cuando vio uno titulado
Cómo mejorar la memoria , lo compró. Y resulta que en la noche,
cuando lo fue a acomodar en su b iblioteca, descubrió que ya lo tenía.

“EL QUE V A P ARA SEVILLA”

Uno no puede decirle a nadie que se quede c uidando lo que es


de uno porque le puede suceder lo que le sucedió al general Cipriano
Castro, cuando salió de Venezuela y dejó a Juan Vicente Gómez e n-
cargado de la silla presidencial. Gómez era su compadre de sacr a-
mento, asi que ¿en quién podía t ener él más confianza? Pero tiempo
después, cuando quiso r egresar, Gómez se alzó y no le devolvió la
silla. Yo creo que desde entonces es que se dice que “El que va para
Sevilla pierde su silla”, au nque en los libros de historia de Venezuela
que he leído no dice p or ninguna parte que Castro viajó a S evilla.

SUICIDIO EN EL METRO

¡Sí, sí, claro que lo vi, qué horrible, yo vi cuando se tiró a la vía,
estaba llegando el tren a la estación! ¡El muchacho, porque en real i-
dad era un hombre joven, como de unos veintici nco años, esperó que
el tren entrara a la estación y, de repente, no sé, caminó rapidito y se
tiró! ¡Ay, Dios mío, qué desgracia, yo no quiero volver a pensar en
eso! ¡Cada vez que cierro los ojos, me acuerdo del s onido del golpe,
del grito del hombre, del chirrido de los frenos del tren y de los gritos
de la gente y de los que yo di, y siento un escalofrío que me estrem e-
ce todo el cue rpo!

P ARA YO S ALIR CONTIGO

304
¡Noooo, mijo...! ¡Para yo salir contigo, primero tienes que baña r-
te con kerosene y después p egarte un fósforo! ¡Y aun así lo pensaría
porque a mí no me gustan los negros, y menos si están qu emados!

MAMITIS

Aquí hay un gentío que sufre de mamitis, eso de Federico no le


ocurre a él solo. Sé de cantidad de hombres que, después de cua l-
quier problema, de inm ediato regresan a la casa de la mamá... ¿Y a
qué crees tú que se debe el mito de Doña Bárbara o la leyenda de
María Lionza? ¿O las vírgenes de la Chiquinquirá, de Cor omoto o del
Valle? A eso, a que el venezolano, cuando siente mi edo, cuando cree
que se le va a acabar el mundo, ahí mismo se r efugia en las faldas de
la mamá.

CAMBIOS

La gente que piensa que todos los días son iguales está mue rta.
Muerta en vida. Si algo bueno tiene la vida es la variedad de situ a-
ciones y experiencias que te da. Ningún día se parece a otro e, incl u-
so, ningún minuto es igual al que le sigue. Nosotros tamp oco somos la
misma persona todo el tiempo po rque el que somos al levantarnos es
muy distinto al que somos cuando por la noche nos volvemos a aco s-
tar. Uno sólo deja de experimentar cambios cua ndo se muere... Y ni
siquiera, porque tanto el espíritu como los huesos se siguen transfo r-
mando.

S AN NICOLÁS V A AL BAÑO

El sábado llevé a Lucero, mi hija de tres años, al centro come r-


cial Sambil, en Chacao, porque vimos en el periódico que en una de
las jugueterías estaba San Nicolás recibiendo los pedidos navideños.
Cuando llegamos, había una cola como de veinte personas pero, ce r-
ca de la entrada de la tienda, nos t opamos con el San Nicolás que iba
saliendo y la niña le preguntó, asombrada de hallarse frente al pers o-
naje: “¿Puedo decirte lo yo que quiero para esta N avidad?”. Y sabes
qué le ha respondido el hombre que hacía de San Nicolás: “Ahorita
no, chama, que voy al baño”.

REG ALA UNA PELOTA


305

¿Tú quieres ver a tu h ijo contento? Regálale una pelota de cua l-


quier tamaño. Una pelota es el mejor regalo que se le puede hacer a
un niño, porque las pelotas no sólo sirven para jugar sino también p a-
ra hacer amistades. Piensa nada más que todos los ju egos colectivos
se hacen con pelotas.

EL LLAMADO DE LOS ÁNGELES

Ay, no, mijita, en serio, atiéndeme: eso es malo, eso no debe


ser. Cuando una criaturita está como Yesenia, no es bueno que esté
durmiendo y se esté riendo al mismo tiempo porque eso qui ere decir
que los ángeles la están llamando. Si esta noche la ves en eso, ci é-
rrale los labios, no vaya a ser que en una de esas -¡ni Dios lo quiera! -,
la muchachita decida irse con ellos.

SE ES HOMBRE DESDE PEQUEÑO

¡Dejen tranquilo a ese muchacho, miren que si lo siguen tr atando


así el pobre va a terminar homosexual! ¡A un hombre hay que dejarlo
ser hombre desde pequeño! ¡¿Qué es eso de estarlo vistiendo de m u-
jer y pintándole los labios?! ¡No porque ustedes sean cinco hembras y
él un solo varón van a abusar de su he rmano! ¡Pónganse a jugar con
otra cosa!

DILEMA

Un dilema peor que el “to be or not to be” de Hamlet es el de a l-


guien que se está tomando un refresco y descubre que en la b otella,
en lo que le falta por t omarse, está la mitad de un insecto, pongamos
por caso, un escarabajo. Ese alguien no sabe si lo que había en la b o-
tella era sólo esa mitad que tod avía está ahí o si él se ha tomado la
otra.

NO FUE UN ACCIDENTE, COMO ELLA DICE

Mi hermana Carmen Teresa nunca se casó porque ella e stuvo


comprometida, desde los c atorce hasta los dieciocho años, con un j o-
ven que murió... No, no fue por ningún accide nte como ella dice, las
pocas veces que toca el tema, sino que parece que él la desc ubrió un
306
día besándose con otro much acho y, sin decir nada, se fue derechito
para su casa y en su casa se tomó un frasco de veneno para ratas. Él
le dejó una carta donde le contó todo y la responsabilizaba de su
muerte y, desde entonces, ella decidió no volver a fr ecuentar el trato
amoroso con ningún hombre.

CUANDO ANDAS CON TU MUJER

El otro día te vi por Los Ruices pero, cuando tú andas con tu


mujer, no saludas a tus amigas. Yo sé que me viste porque ahí mismo
se te frunció el ceño y cambiaste de acera rapidito, como si estuvieras
ocultando algo. Y te pregunto: ¿es que tu mujer te cel a hasta de tu
sombra o tú quieres tener algo conmigo y no quieres que ella me c o-
nozca? De antemano, te digo que yo no quiero nada con un hombre
que actúa cobardemente con las mujeres.

UN DEPRAV ADO DE SIETE AÑOS

Mi tercer hijo apenas tiene siete años y ya es un depravado, ni


más ni menos. La semana antepasada, la abuela entró al cuarto del
niño, porque venía de la cocina y escuchó unos ruidos, y cuál no sería
su sorpresa, cuando los encontró a él y a la prima, la hija menor de
mi hermana, desnudos en pelota, adentro del armario. La vieja -y ella
no tiene por qué estar mintiendo en esas cosas -, dice que, en ese
momento, él y que e staba besando a la prima en las partes íntimas.

“CUELG A, YA ATENDÍ”

¡Vaya! ¡Llamé ahorita a una casa y atendieron simult áneamente


dos voces que dijeron: “Cuelga, ya atendí”. Y las dos colgaron.

A LA GENTE INFERIOR

¡No, mi cielo, si te vuelves a comportar así, no te voy a traer más


al banco, porque eso que hiciste con el vigilante no se hace! ¡A la
gente inferior se le s aluda igual, como si nada!

POR DÓNDE V A

307
A mí no me preocupa adónde va a ir a parar el mundo dentro de
unos años o dentro de un siglo. Eso nadie lo sabe. A mí lo que en re a-
lidad me preocupa es por dónde va a ir el mundo mientras tanto.

ALONSO TAN CER CA

Antes me caía muy mal Alonso, porque me parecía una persona


muy autosuficiente, muy egoísta. Pero, ¿sabes que el otro día me e n-
teré, por alguien que lo conoce muy bien, que no, que en realidad es
una persona muy tímida? Además, supe que ese hombre h ace, calla-
damente, algo increíble. ¿Tú sabes en qué se gasta todos los meses
la mitad de su sueldo? En comprar pájaros. Pero no para meterlos en
jaulas, sino para liberarlos. Parece que, cuando j oven, estuvo preso
dos años por herir a un hombre, en defensa propia, durante un asalto.
El herido fue el asaltante, pero igual Alonso estuvo preso. ¿No es i n-
creíble que haya a lguien así, tan cerca, y que no lo sepamos valorar?

S ANTOS DE TURNO

Todas las noches, cuando recibo la guardia, yo rezo un poqu ito.


En este trabajo uno no sabe si a unos atracadores se les ocurre venir
a media noche y uno tiene que jugarse la vida. Pero yo no le rezo a
nadie en particular sino a cualquier santo o santa que me esté esc u-
chando. Yo creo que los santos son algo así como las fa rmacias, que
también les toca hacer tu rnos.

EL S ÁBADO EN LA NOCHE

El sábado en la noche estaba acostado en la cama y, de repe n-


te, empecé a preguntarme: “¿Dónde estaré yo dentro de diez años?
¿Qué cara tendré? ¿Qué estaré haciendo? ¿Cu áles de las personas
que conozco seguirán vivas y cuáles ya estarán muertas? ¿Qué gente
nueva conoceré?” Si uno supiera algunas de esas c osas, a lo mejor se
prepararía para que no le fuera tan mal, en caso de que tuviera que
irle mal, o se dejaría llevar, si uno supiera q ue le va a ir bien.

LOS SÍMBOLOS DE LA P AZ

Estas palomas de la plaza no son mías, ni son de nadie en pa r-


ticular. Ellas han nacido y se han criado aquí. Yo les compro comida -
maíz, arroz, pan-, porque las palomas son los símbolos de la paz y
308
alguien tiene que alimentarlas.

ASÓMATE A LA VENTAN A

No estoy de acuerdo contigo en eso de que en este país todo


está perdido, eso no es cierto... Ven acá, asómate a la ventana, y o b-
serva que todavía hay árboles, pájaros, tienes esa montaña ve rde ahí
enfrente y, si te fijas bien, hasta puedes ver que algunas de las pe r-
sonas que están paseando por la calle, se ríen y lucen contentas. M ira
aquella parejita: están enamorados y, mientras haya amor, hay v ida,
hay optimismo, el mundo tiene colores. Mientras esas cosa s estén ahí,
mientras uno pueda verlas, no todo está perdido. Incluso, si lleg aran a
desaparecer, aún nos quedaría la esperanza de que algún día podrí a-
mos recuperarlas.
8:01 A.M.

“...estaba saliendo lentamente de un sueño o de una pesadilla”.


Georges Simenon. Maigret en la Audiencia.

“Es preciso que esto quede claro: no he contado nada extraord i-


nario, ni siquiera sorprendente. Lo extraordinario da comienzo en el
momento en que yo termino”. Maurice Blanchot. La Sentencia de
Muerte.
309
310
ÍNDICE

8:00 a.m.
I Acto (CIVILIZADA BARBARIE)
II Acto (METÁSTASIS DE LA LOCURA)
Mundo
Cielo
Destino
Eternidad
Fuerza
Fe
Necesidad
Memoria
Alfabeto
Aritmética
III Acto (ESCOMBROS Y RELIQUIAS)
8:01 a.m.

311
312
Sequera, Armando José (Caracas, Venezuela, 1953). Escritor, periodista, profesor y productor audiovisual. Reside en
Valencia, Estado Carabobo. Es autor de sesenta libros de diversos géneros, unos para adultos y otros para niños y jóvenes. Ha obteni-
do diecisiete premios (y veinte y cuatro menciones de honor) literarios, cuatro de ellos internacionales: Premio Casa de las Américas
(1979), Diploma de Honor IBBY (1995), Bienal Latinoamericana “Canta Pirulero” (2001) y Premio Internacional de Microficción Narrativa
“Garzón Céspedes” (2012). Es Premio Iberoamericano “Chamán” de Comunicación, Cultura, Oralidad y Oralidad Escénica. Entre sus
títulos más destacados: Evitarle malos pasos a la gente (1982), Teresa (2001) y Mi mamá es más bonita que la tuya (2005). En 2006
fue nominado al Premio Astrid Lindgren por el Banco del Libro. Obras: Ojos de fiera (Cuento para adolescentes, Fondo Editorial del
Caribe, Barcelona, Venezuela, 2011). Curiosidades históricas en torno al Libertador (Divulgación histórica, Fondo Editorial Ipasme,
Caracas, 2010). Una tía excesivamente cariñosa (Cuentos, Editorial Alfaguara, Caracas, 2010). Por culpa de la poesía (Novela, Editorial
Alfaguara, Caracas, 2009). El Libro de Teresa (Cuentos para niños y jóvenes. Editorial Gente Nueva, La Habana, Cuba, 2008; este libro
reúne en un único volumen los tres libros de cuentos en torno al personaje Teresa). Chocolate (Cuento para niños. Fondo Editorial El
Perro y La Rana, Caracas, 2008). Morceaux choisis (Anthologie bilingüe / Selección de cuentos de Luis Britto García y Armando José
Sequera. Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas - París, 2008). Passarola (Poemas, Editorial Electrónica Remolinos, Lima,
Perú, 2008, Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2010, Ediciones COMOARTES, Madrid, 2012). ¿Qué haces tú en mis sueños?
(Cuentos para niños y jóvenes, Editorial Norma, Caracas, 2008 - 2da. edición corregida, Editorial Norma, Caracas, 2009). Papá el
escritor (Cuentos para jóvenes, Editorial Alfaguara, Caracas, 2008). Los hermanos de Teresa (Cuentos para niños y jóvenes, Editorial
Alfaguara, Caracas, 2008). El unicornio despierto (Cuento para niños, Fondo Editorial del Caribe, Barcelona, Venezuela,
2007 - Editorial Gente Nueva, La Habana, Cuba, 2010; posteriormente, se ha editado como El despertar del unicornio, Cuento para
niños, Editorial Alfaguara, Caracas, 2008). El derecho a la ternura (Novela, Editorial Espasa, Caracas, 2007 - Editorial Emooby, Portu-
gal, 2011). Ciencia para leer (Divulgación científica, Fondo Editorial Ipasme, Caracas, 2007). Un mundo de colores (Cuento para niños,
Thule Ediciones, Barcelona, España, 2007 - Un mon de colors, edición simultánea en catalán). Vine, vi, reí (Pequeñas crónicas
humorísticas, Debate - Random House Mondadori, Caracas, 2006). Reflexiones nocturnas para crecer en el día (Aforismos, Ediciones
San Pablo, Caracas, 2006; contiene todos los aforismos del libro Hallazgos y más de un centenar nuevos). Acto de amor de cara al
público (Cuentos. Fondo Editorial El Perro y La Rana , Caracas, 2006 y Editorial Electrónica Remolinos, Lima, Perú, 2008). Funeral para
una mosca (Crónicas, Random House Mondadori, Caracas, 2005). Libro de los valores y los antivalores (Anécdotas y relatos populares
de diversas partes del mundo. San Pablo Ediciones, Caracas, 2005 - Ediciones Alba, Ciudad de México, 2008). Todo por Dulcinea
(Aventuras de Don Quijote de la Mancha, vol. III; versión para niños de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha , Editorial Alfa-
guara, Caracas, 2005). Juan de papel (Cuento para niños, Editorial Alfaguara, Caracas, 2005 - 2da. edición a color, Editorial Alfaguara,
Caracas, 2009). Mi mamá es más bonita que la tuya (Cuentos para niños y jóvenes, Editorial Alfaguara, Caracas, 2005). La princesa
Micomicona (Aventuras de Don Quijote de la Mancha , vol. II; versión para niños de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha ,
313
Editorial Alfaguara, Caracas, 2005). Don Quijote es armado caballero (Aventuras de Don Quijote de la Mancha, vol. I; versión para niños
de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha , Editorial Alfaguara, Caracas, 2005). Un elefante con corbata (Cuento para niños,
Yosileo Editores, Ciudad de México, 2005). Detrás de una pelota (Cuento para niños, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas,
2005). El aprendiz de científico (Divulgación Científica, CENAMEC, Caracas, 2004 - Editorial Emooby, Portugal, 2011). Cultura y patri-
monio (Ensayo, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y Consejo Nacional de la Cultura, Caracas, 2004). Enamórate de las cien-
cias (Divulgación Científica, CENAMEC, Caracas, 2004 – Editorial Gente Nueva, La Habana, 2008). La comedia urbana (Novela. Edi-
ciones Comala.com, Caracas, 2002 – Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2006). Mosaico (Antología de cuentos 1977-
2001, Editorial El Otro, El Mismo, Mérida, Venezuela, 2001). Piel de arco iris (Cuentos para Niños, Ediciones San Pablo, Caracas,
2001). La calle del espejo (Cuento para Niños y Jóvenes, Editorial Alfaguara, Madrid, 2000 - Editorial Alfaguara, Ciudad de México,
2001). Teresa (Cuentos para Niños y Jóvenes, Editorial Alfaguara, Caracas, 2000 - Editorial Altea, Ciudad de México, 2001 - Editorial
Gente Nueva, La Habana, 2009 - Edición 10° Aniversario, Editorial Alfaguara, Caracas, 2010). Ayer compré un viejito (Cuentos para
Niños y Jóvenes, Editora Isabel De los Ríos, Caracas, 2000). Caída del cielo (Cuentos para Niños y Jóvenes, Editora Isabel De los
Ríos, Caracas, 1999). Fábula de la mazorca (Relato para Niños y Jóvenes, Ediciones Rondalera, Caracas, 1998 - Editorial Norma,
Caracas, 2002). La vida al gratén (Cuentos, Alcaldía de Girardot, Maracay, 1997 - Fondo Editorial Ambrosía, Caracas, 2002). Píldoras
de dinosaurio (Divulgación Científica, Alfadil, Caracas, 1998). Pequeña sirenita nocturna (Cuentos para Niños y Jóvenes, Editora Isabel
De los Ríos, Caracas, 1997). Guía de la sabiduría (Colección de Aforismos, Alfadil, Caracas, 1997; en este caso: recopilador). Agenda
del petróleo en Venezuela (Divulgación Histórica para Jóvenes, Alfadil, Caracas, 1997). Cuentos de humor, ingenio y sabiduría (Recopi-
lación y reescritura de Cuentos Folklóricos y Populares de Todo el Mundo para Niños y Jóvenes, Ediciones San Pablo,
Caracas, 1995 - Editorial Emooby, Portugal, 2011). Varias navidades al año (Cuentos para Niños y Jóvenes, CORPOVÉN, Caracas,
1995). Espantarle las tristezas a la gente (Cuentos para Niños y Jóvenes, Editora Isabel De los Ríos, Caracas, 1995). Maravillas y
curiosidades de la naturaleza (Divulgación Científica para Jóvenes, Ediciones San Pablo, Caracas, 1994). El jardín de las anécdotas
(Divulgación Histórica para Jóvenes, Ediciones San Pablo, Caracas, 1994). Hallazgos (Aforismos, Ediciones San Pablo, Caracas,
1994). Vidas inverosímiles (Relatos Biográficos Históricos, Vadell Hermanos Editores, Caracas, 1994 - Grijalbo, Caracas, 2009). Fábula
del cambio de rey (Relato para Niños y Jóvenes, Ediciones María Di Mase, Caracas,1991). Cuando se me pase la muerte (Cuentos,
Alfadil, Caracas, 1987). Escena de un spaguetti western (Cuentos Humorísticos, Ediciones Oox, Caracas, 1986). Alegato contra el
automóvil (Ensayo, Academia de la Historia, Caracas, 1985). El otro salchicha (Cuentos, FUNDARTE, Caracas, 1984). Evitarle malos
pasos a la gente (Cuentos para Niños y Jóvenes, Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1982 - 2ª edición corregida: Editora Isabel
De los Ríos, Caracas, 1993). Cuatro extremos de una soga (Cuentos, Monte Ávila Editores, Caracas, 1980). Las ceremonias del poder
(Humorismo histórico acerca de las tomas de posesión de los presidentes democráticos, Ediciones de El Diario de Caracas, Caracas,
1980). Me pareció que saltaba por el espacio como una hoja muerta (Cuentos, CELARG, Caracas, 1977). Su último libro publicado es la
novela “Ágata” (2013). Ver sobre Armando José Sequera: http://caravasarlibros.com/
314
TÍTULOS EDITADOS EN LA COLECCIÓN
LOS LIBROS DE LAS GAVIOTAS

1. Garzón Céspedes, Francisco / De la soledad al amor vuelan gaviotas


Poemas / Poemas visuales
2. Martínez Gil, José Víctor / La línea entre el agua y el aire
Cuentos hiperbreves y breves
3. Garzón Céspedes, Francisco / Normales los sobrevivientes / Cuentos
para dos mordiscos / Cuentos breves e hiperbreves
4. Martínez Gil, José Víctor / La solidez de lo invisible
Cuentos hiperbreves y breves
5. Vieira, Maruja / Todo el amor buscando mi corazón / Poemas
6. Martí, José / La edad de oro / Libro/revista para niñas y niños
7. Quiroga, Horacio / Cuentos de la Selva / Cuentos
8. Leis R., Raúl / Cinco cuentos de la calle / Cuentos
9. Garzón Céspedes, Francisco / Historias de nunca acabar
hiperbreves contemporáneas / Cuentos de nunca acabar
10. Marín, Thelvia / En la luna del espejo / Poemas
11. Garzón Céspedes, Francisco / Monólogos de amor por donde cruzan
gaviotas / Teatro poético
12. Aristóteles / Poética / Teoría 315
13. Martínez Gil, José Víctor / Mírame con los ojos cerrados
Cuentos hiperbreves y breves
14. Garzón Céspedes, Francisco / Los 100 cuentos del loco
/ Hiperbrevedades, fugacidades
15. Varios, anónimos / Tradiciones de la palabra: Mitos, cuentos y poemas
del mundo / Selección F. G. C.
16. Dorr, Nicolás / Desde el sótano / Monólogo teatral
17. Garzón Céspedes, Francisco / Si es amor que sea de cine
/ Testimonio / Crónica cinematográfica
18. Escobar, Froilán / Tocar en el hombro de lo real con la palabra / Narrativa
19. Guadalupe Ingelmo, Salomé / La imperfección del círculo / Cuentos
20. Vieira, Maruja / La sencilla verdad de que te amo / Poemas
21. Bueno, Antonia / Bel La Bella / Monólogo
22. Sequera, Armando José / La Comedia Urbana / Novela

Números extraordinarios
I. Concurso Internacional de Microficción “Garzón Céspedes” 2007
Polen para fecundar manantiales / Cuentos, poemas, monólogos hiperbreves
II. Concurso Internacional de Microtextos “Garzón Céspedes” 2008
La tinta veloz del ciempiés. Cuentos de nunca acabar, dichos y pensamientos.
III. Dossier: La fórmula infinita del cuento de nunca acabar
Garzón Céspedes, Francisco / Textos teóricos, técnicos, literarios y visuales
del autor, recopilación de nunca acabar de las tradiciones más ficción actual:
· Manifiesto y Decálogo del cuento de nunca acabar (F. G. C.)
· Antología esencial del cuento de nunca acabar de las tradiciones (F. G. C.)
· Cuentos y cuentos visuales de nunca acabar / Cuentos hasta el infinito (F. G. C.)
· Fuerzas / Hiperbrevedades de nunca acabar (J. V. M. G.)
· Premios y Menciones: Concurso Internacional de Microtextos / Del Cuento
de nunca acabar “Garzón Céspedes” 2008 / 69 autores de diez países
IV. Colección Gaviotas de Azogue / Primera Temporada
Números 1 – 25 / Julio – Diciembre 2007 / Edición 2009
Textos de ficción de Francisco Garzón Céspedes,
de escritores de otras épocas y de contemporáneos, junto a algunos textos
testimoniales, tradiciones... El humor o el drama de los textos…
V. Colección Gaviotas de Azogue / Segunda Temporada
Números 26 – 50 / Enero – Junio 2008 / Edición 2009
Textos de ficción de Francisco Garzón Céspedes,
de escritores de otras épocas y contemporáneos, tradiciones…
VI. Garzón Céspedes, Francisco / Entrevistado
La oralidad es la suma de la vida / Testimonio / Periodismo / Documentos
VII. Concurso Internacional de Microficción para Niñas y Niños
“Garzón Céspedes” 2009 / Brevísimos pasos de gigantes
Cuentos, poemas, monólogos teatrales hiperbreves para niñas y niños
VIII. Garzón Céspedes, Francisco / Oralidad es comunicación
Teoría y técnica de la oralidad escénica
IX. Ardila, Jhon / Oralidad, oralidad narradora artística y transformación
social / Investigación sobre oralidad
X. Martínez Gil, José Víctor / Antología de cuentos iberoamericanos
en vuelo / 30 autores de 13 países
XI. Cuatro cuentistas latinoamericanos del Siglo XIX
/ Selección realizada por F. G. C. / Cuentos. 316
317
OTRA DIMENSIÓN DE LA COLECCIÓN GAVIOTAS DE AZOGUE
Número 22
LA COMEDIA URBANA
Armando José Sequera

318

Vous aimerez peut-être aussi