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Katrina aprovecho la fiesta que su padre daba cada año la no-

che de difuntos para avivar el fuego entre los dos rivales, la


invitación llevaba la posdata de “No falte usted por favor” de
puño y letra de la caprichosa joven, el maestro estaba feliz, y
montado en un caballo que pidió prestado salió Ichabot cual
caminante caballero a cumplir una cita con su Dulcinea.

Ichabot encontraría allí gran oportunidad para lucir, bailando


mostraría una vez más su talento ya que en el difícil arte del
baile Ichabot también era un maestro; pobre hueso, triste y
melancólico, sufría una nueva y humillante derrota.

El hueso confiaba en su victoria final y esperaba, sabía que


al viejo Van Tassen le encantaban los cuentos de fantasmas y
que a la media noche gustaba que sus invitados le contaran
los más espantosos, también sabía que
no había hombre más supers-
ticioso y firme creyente en los
fantasmas que Ichabot.

Hueso comenzó a contar la


historia del jinete sin cabeza,
Ichabot temblaba del miedo
mientras Katrina se reía de él.
El cuento de fantasmas termi-
nó y con este la fiesta, y el po-
bre Ichabot se marchó solo
a su casa, el cielo estaba os-
curo, Ichabot nunca se había
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sentido tan solo, su miedo
crecía a medida que llega-
ba al bosque y adentro de
la espesa arboleda tuvo un
miedo aterrador, mientras
avanzaba en su caballo, co-
menzó a escuchar que otro
caballo cabalgaba tras de
él.

Pero luego se dio cuenta


que no era así y comenzó
a reírse, pero en medio de
la risa escucho que alguien
más se reía con él, cuando
volteo a mirar lo vio, allí estaba el jinete sin cabeza, este co-
menzó a lanzar le cuchillos mientas Ichabot emprendía la hui-
da velozmente en su caballo, la leyenda decía que al cruzar el
puente se encontraría a salvo, sin embargo al día siguiente fue
encontrado el sombrero del maestro cerca de una calabaza
destrozada pero del buen profesor ni el polvo se vio.

Al poco tiempo la hermosa Katrina y el musculoso Hueso se


casaron y aunque corrían rumores de que Ichabot aún vivía
y no del todo mal, casado con una viuda rica de una no muy
distante aldea, los vecinos de la aldea no lo creyeron, ellos
juraban y perjuraban que a Ichabot lo había descabezado el
jinete sin cabeza.

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El Principe
y el Mendigo
Durante años reinó en Inglaterra un Rey sabio y bueno, y su
pueblo era próspero y feliz. Luego enfermo y tomó el poder el
Capitán de la Guardia Real, un hombre malvado y avaricioso.

El Capitán robaba a todo el mundo. Mickey y su perro Pluto


vendían cucuruchos de nieve. De repente apareció un carrua-
je. Una tira de salchichas colgaba por la parte de atrás del ca-
rruaje y, el pobre Pluto corrió tras ellas.

-¡Pluto, no! – gritó Mickey.

Pero Pluto siguió a las salchichas hasta el palacio. Mickey sa-


lió corriendo detrás de Pluto y llegó al palacio del Rey. Llamó
a la puerta tímidamente y un guardia le abrió.

-Vengo a buscar a mi perro -No faltaba más, Alteza- dijo el


guardia. Sorprendido por el reci-
bimiento, Mickey entró en el pa-
tio del palacio. Al ver al visitante,
el Capitán agarró por el cuello al
guardia y le echó una bronca por
dejar entrar a Mickey en el pala-
cio.

-¡Pero si es el Príncipe!- exclamó


el guardia. -¡Idiota!–gruñó el Ca-
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pitán-. Si éste es el Príncipe, ¿quién es el que está en la ven-
tana? El guardia y Mickey levantaron los ojos hacia la ventana
y vieron claramente la silueta del Príncipe-

De repente oyeron los ladridos de un perro. El Príncipe se


asomó a la ventana y vio al Capitán en el patio intentando qui-
tarse de encima a Pluto mientras sostenía a Mickey con una
bolsa que le tapaba la cabeza.

-No es más que un pilluelo, Alteza-explicó el Capitán. Pero el


Príncipe lo regaño.

-Todo el mundo tiene derecho a que se le trate bien—dijo—.


¡Hazlo venir a mi presencia! Poco a poco, el Príncipe y Mic-
key abrieron sus visores y se miraron con asombro. ¡Eran
exactamente iguales! Se quitaron el casco con cuidado para
observarse mejor…

¡Era increíble! El Príncipe y Mickey eran completamente idén-


ticos. Tenían la misma cara, los mismos ojos, la misma nariz….
¿cómo era posible? —Me
llamo Mickey— dijo el vi-
sitante.

—Tengo una idea dijo el


Príncipe—. Si tú te pones
mi ropa y yo la tuya, podré
salir del palacio y hacerme
pasar por ti durante un día.

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¡Seré libre” ¡Ahora podré ver el mundo y conocer a mis súb-
ditos!

Poco después, Pluto, a quien habían echado del palacio sin las
salchichas, saltó sobre el Príncipe creyendo que era su amo
Mickey. Movió la cola alegremente y le lamió la cara, pero
cuando lo olfateó unas cuantas veces se dio cuenta de que
no era Mickey. —¡Qué bien, ya estás aquí Mickey!—exclamó
entusiasmado Goofy.

Ya en el pueblo el Príncipe se encontró con unos guardias que


intentaban arrebatarle una gallina a una pobre campesina. En-
tonces, el Príncipe intervino para ayudar a la pobre mujer a
conservar su gallina.

No sirvió de nada. Los guardias lucharon con el Príncipe, lo


tiraron al suelo y huyeron con la gallina riendo a carcajadas.

En ese momento pasó por allí


uno de los secuaces del Capi-
tán, en un carro lleno de comi-
da robada.

El Príncipe se puso delante de


los caballos, y le ordenó parar
y mostrarle todo lo que llevaba
en el carro.

—¿Quién te has creído que


eres?—Rigió el Recaudador.
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El Príncipe le mostró el Anillo Real.

—El Príncipe… — exclamó el Recaudador.

Mientras el Recaudador y la gente del pueblo se inclinaban


ante él, el Príncipe subió al carro y se puso a repartir la comi-
da robada entre todos los habitantes. Entrego un pavo muy
gordo a la mujer que le habían robado su gallina.

Por fin podía ayudar a su pueblo y reparar los daños que el


malvado Capitán había causado…

…Hasta que oyó la voz de un guardia gritando:

—Deténganlo— Pero Goofy, que llegaba en ese momento, co-


rrió a ayudarle subido en un montón de barriles.

—Yo te salvaré, Mickey—gritó.

Seguía creyendo que el Príncipe era su mejor amigo Mickey.

El Capitán decía podré deshacerme del Príncipe, inmediata-


mente contó su plan para cap-
turar al Príncipe y encerrarlo
en las mazmorras del palacio.
Entre tanto en el palacio. —Al-
teza, vuestro padre desea ver-
te inmediatamente —dijo el tu-
tor. ¿El Rey? —exclamó Mickey,
aterrado ante la idea de hablar
con Su Alteza Real.
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—Majestad… empezó Mickey tímidamente. Pero el Rey no lo
dejo seguir. Acércate un poco mas—dijo. —Hijo mío—desde el
día en que naciste te he preparado para el momento de asu-
mir tus obligaciones y gobernar nuestro reino con justicia…

Ese momento ha llegado—añadió, dando su último suspiro.

Mickey salió de la habitación del Rey muy triste sin saber que
hacer. Encontró al malvado Capitán llevando a su perro atado
y sujeto por las orejas. —Pluto— grito Mickey.

Ahora harás lo que yo te diga, Ja, ja, ja!

Goofy y el Príncipe habían logrado escapar de los secuaces


del Capitán y se habían puesto a salvo en la casa de Goofy. De
pronto, el Príncipe oyó el sonido de unas campanas y corrió
a la ventana a preguntar que sucedía.

—El Rey ha muerto—le respondieron—. El Príncipe va a ser


coronado inmediatamente. El Príncipe se puso muy triste al
saber que su padre había muerto.

Ésta es la oportunidad de hacer algo


bueno por mi pueblo y conseguir
que vuelva a haber justicia—anun-
ció el Príncipe, mostrando el Anillo
Real que demostraba quién era en
realidad.

—Goofy—dijo el Príncipe— me has

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salvado la vida y nunca lo olvidaré. En ese momento, el Capi-
tán de la guardia irrumpió en casa de Goofy acompañado de
sus secuaces y lo apresaron.

Mientras, los preparativos para la coronación del Príncipe es-


taban en su apogeo. Mickey no tenía más remedio que seguir
adelante con la ceremonia.

El malvado Capitán lo había amenazado con no volver a ver


su perro Pluto si no se presentaba a la coronación. Así pues,
Mickey avanzo por la alfombra real en dirección al trono.

Goofy, había decidido ayudar a Su Majestad con la ayuda de


Donald abrieron la puerta de la celda. ¡Estaban libres!

Subieron las escaleras a la velocidad del rayo. Donald iba tras


ellos con los guardias pisándoles los talones.

En el gran salón, cuando le iban a colocar la corona Mickey


saltó y exclamó:

—Alto—Señalando al Capitán
dijo:—Este hombre ha robado a
mi pueblo. Deténganlo.

—Es un impostor—grito indigna-


do el Capitán lanzándose contra
Mickey.

¡Él no es el Príncipe! —Pero Yo


sí—dijo una voz desde lo alto.
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Todos miraron hacia arriba y dieron un grito de asombro. El
auténtico Príncipe apareció en lo alto, se agarró de una de las
lámparas y voló atravesando el salón y aterrizo junto al trono,
a los pies del Capitán.

—Ma… Ma… Majestad—dijo el Capitán tartamudeando, puedo


explicarlo todo. Muy bien—exclamó el Príncipe—te escucho!

Pero el malvado Capitán atacó al príncipe con su espada y


cuando el Príncipe llevaba las de perder… llegaron Goofy y
Donald, cortaron la cuerda que sostenía una de las lámparas
y ésta cayó en la cabeza de los guardias, la lámpara siguió
rodando hacia el Capitán. La espada de uno de los guardias
golpeó accidentalmente al Capitán por detrás y se le cayeron
los pantalones. Toda la corte se echó a reír al ver al Capitán
en calzoncillos.

Mickey y el Príncipe se acercaron al trono. El arzobispo colocó


la corona en la cabeza del Príncipe y lo proclamó Rey. Y así, el
Reino de Inglaterra recuperó la paz, la prosperidad y la justi-
cia, gobernado por
un Rey bueno y jus-
to. Con la ayuda de
su fiel Donald y de
sus nuevos amigos,
Mickey, Goofy y
Pluto, reinó duran-
te mucho tiempo
en paz y felicidad.
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La Cigarra
y la hormiga

¡Qué feliz era la cigarra en verano! El sol brillaba, las flores


desprendían su aroma embriagador y la cigarra cantaba y can-
taba. El futuro no le preocupaba lo más mínimo: el cielo era
tan azul sobre su cabeza y sus canciones tan alegres... Pero
el verano no es eterno.

Una triste mañana, la señora cigarra fue despertada por un frío


intenso; las hojas de los árboles se habían puesto amarillas,

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una lluvia helada caía del cielo gris y la bruma le entumecía
las patas.

¿Que va a ser de mí? Este invierno cruel durará mucho tiempo


y moriré de hambre y frío, se decía.

¿Por qué no pedirle ayuda a mi vecina la hormiga?

Y luego pensó:

¿Acaso tuve tiempo durante el verano de almacenar provisio-


nes y construirme un refugio? Claro que no, tenía que cantar.
Pero mi canto no me alimentará.

Y con el corazón latiéndole a toda velocidad, llamó a la puerta


de la hormiga.

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¿Qué quieres? preguntó ésta cuando vio a la cigarra ante su
puerta.

El Campo estaba cubierto por un espeso manto de nieve y la


cigarra contemplaba con envidia el confortable hogar de su
vecina; sacudiendo con dolor la nieve que helaba su pobre
cuerpo, dijo lastimosamente:

Tengo hambre y estoy aterida de frío.

La hormiga respondió maliciosamente:

¿Qué me cuentas? ¿Que hacías durante el verano cuando se


encuentran alimentos por todas partes y es posible construir
una casa?

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Cantaba y cantaba
todo el día, respondió
la cigarra.

¿Y qué? interrogó la
hormiga.

Pues... nada, murmu-


ró la cigarra.

¿Cantabas? Pues, ¿por


qué no bailas ahora?

Y con esta dura res-


puesta, la hormiga ce-
rró la puerta, negando
a la desdichada ciga-
rra su refugio de calor
y bienestar.

A partir de entonces, la cigarra aprendió a no reírse de nadie


y a trabajar un poquito más.

Moraleja:
No dediques todo tu tiempo a la diversión y el placer. Trabaja duro
y guarda lo que ganas para los tiempos difíciles. Ni Tampoco te fíes
que todo el tiempo será tan bueno para ti, recuerda que siempre
hay tiempos malos que tendrás que superar.

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Ricitos
de Oro
Érase una vez una
familia compues-
ta por tres ositos
que vivía en una
hermosa casita
en el corazón de
un gran bosque.
El papá oso era
muy grande, la
mamá osa era de
tamaño mediano,
y el hijito era un
osito muy peque-
ño. Un día, mamá
osa preparó tres
platos de sopa
para la hora del al-
muerzo. La sopa estaba tan caliente que no se podía tomar y
papá oso dijo: “vamos a dar un paseo por el bosque mientras
se enfría” y los tres osos salieron de su casita y cerraron la
puerta acababan de irse los ositos cuando llegó ricitos de oro,
una niña muy traviesa que había salido a pasear sola por el bos-
que. Ricitos de oro miró por una de las ventanas y, como no

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había nadie, abrió
la puerta para ver
lo que había den-
tro, se acercó a
la mesa, y probó
la sopa de papá
oso y gritó ¡de-
masiado caliente!
después probó la
sopa de mamá
osa y dijo: ¡de-
masiado fría! por
último, probó la
del osito pequeño
y dijo: ¡qué sopa
más deliciosa!, y
se la comió toda.

Ricitos de oro había comido tanto que le entró sueño y primero


se sentó en la silla de papá oso y dijo: ¡demasiado dura! se bajó
de la silla, y se sentó en la silla de mamá osa, y dijo: ¡demasia-
do blando! por último, se sentó en la silla del osito pequeño
y dijo: ¡qué silla más cómoda!, y se quedó dormida. Pero al
poco rato... ¡cataplum! ricitos de oro se cayó al suelo pesaba
tanto que había hecho añicos la silla del osito pequeño, y muy
enfadada, Ricitos de oro se fue al dormitorio allí vio tres camas
y probó a acostarse en la de papá oso y dijo: ¡es demasiado
alta! Después, probó acostarse en la cama mediana, que era la
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de mamá osa, pero
pronto dijo: ¡es de-
masiado baja! por
último, se acostó
en la del osito pe-
queño y dijo: ¡qué
cama más cómo-
da! se tapó y se
acurrucó; boste-
zó dos veces y se
quedó dormida.

Ni siquiera oyó a
los ositos cuando
regresaron de su
paseo por el bos-
que y abrieron la
puerta de la casita,
los ositos tenían mucha hambre y querían comer, pero cuando
papá oso vio su plato, exclamó con un gran vozarrón: ¿quién
ha probado mi sopa? mamá osa también miró su plato y dijo
con voz más suave: ¿y quién ha probado la mía? cuando el
osito pequeño vio su plato, dijo con una vocecita muy dulce:
¿quién se ha comido mi sopa y me ha dejado sin nada? el osito
pequeño se echó a llorar pero la mamá osa le dijo: “no llores,
que enseguida te preparo más”. Papá oso estaba muy enfada-
do “alguien ha entrado en nuestra casita”, dijo refunfuñando,
y empezó a mirar por todos los rincones, de pronto, se paró
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delante de su silla y exclamó con
un gran vozarrón: ¿quién se ha
sentado en mi silla? la mamá osa
también empezó a mirar por to-
dos los rincones y con voz más
suave dijo: ¿y quién se ha senta-
do en mi sillón? el osito peque-
ño corrió hacia su silla y dijo con
su vocecita dulce: ¿quién se ha
sentado en mi silla? ¡Está hecha
añicos!

A continuación, los tres ositos


entraron en el dormitorio, papá oso vio su cama y exclamó
con un gran vozarrón: ¿quién se ha acostado en mi cama?
mamá osa vio su cama y dijo con voz más suave: ¿y quién se
ha acostado en la mía? el osito pequeño se acercó a su cama
y dijo con su voz dulce: ¿quién se ha acostado en mi cama?
¡Miren, todavía está durmiendo! Ricitos de oro se despertó y
al abrir los ojos se llevó un buen susto porque a los pies de la
cama había tres osos que la miraban.

Ricitos de oro saltó de la cama y se escapó por la ventana y


corrió sin parar hasta que llegó a su casa, donde la esperaba
su mamá. Los tres ositos no volvieron a ver a Ricitos de oro
nunca más y ella nunca jamás volvió a pasear sola por el bos-
que ni volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permi-
so primero.
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Ferdinando
el Toro
Érase una vez, en la soleada España un pequeño becerrito
de nombre Ferdinando. Todos
los demás bece-
rros con los que
vivía en una ha-
cienda les gus-
taba dar saltos
y golpearse con
la cabeza, mas
no a Ferdinan-
do, él tenía su
rincón favorito
fuera de los pas-
tos bajo un gran
árbol, se senta-
ba en la sombra
tranquilamente todo
el día para aspirar el perfume de las flores.

Su mamá, que por supuesto era una vaca se sentía triste de ver
a Ferdinando tan solo bajo ese árbol, y le dijo “Hijo mío, Ferdi-
nando ¿Por qué no juegas como los demás becerritos?” pero
Ferdinando meneaba la cabeza en forma de negación y le dijo a
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su mamá “Me
gusta más
sentarme
aquí, donde
puedo es-
tar tranquilo
y oler las flo-
res” y como
era una ma-
dre muy
comprensiva
lo dejo que
se sentara
allí y fuera
feliz.

Los años pasaron, y Ferdinando cre-


ció, creció y creció hasta convertirse en un toro grande y fuer-
te. Los otros toros querían ser seleccionados para las corridas
celebradas en Madrid, a excepción de Ferdinando ya que le
seguía gustando sentarse tranquilamente en el mismo árbol
y oler las flores.

Un día llegaron a la hacienda cinco hombres, para llevarse a


una corrida al toro más grande y fuerte del lugar, al saber eso
los toros empezaron a correr y a pelear entre ellos para que
vieran que eran grandes y fuertes y se los llevaran a la corri-
da. Todo lo contrario a lo que hacía Ferdinando ya que no le

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interesaba y además estaba seguro de que no lo escogerían,
se posó bajo la sombra de su árbol favorito de nuevo y sin fi-
jarse en lo que hacía se sentó sin darse cuenta en una abeja,
Ferdinando corrió como si estuviera loco, y se llevó todo a su
paso, incluso a los demás toros. Los cinco hombres lo vieron
y gritaron de alegría “Viva, era el toro que estábamos buscan-
do” así que se lo llevaron a la plaza en una carreta.

Llego al fin el día de la corrida, y que gran día el que hacía, las
banderas ondeaban, la banda tocaba y la gente se divertía. El
paseo de las cuadrillas fue algo memorable, salieron primero
los banderilleros y después el torero, que recibió unas flores

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que le habían lanzado desde la tribuna. Y al fin salió el toro, le
llamaron “Ferdinando el terrible” y todos le temían, los bande-
rilleros comenzaron a correr y se hicieron detrás de la tribuna
y hasta el torero se quedó helado de espanto, pero Ferdinando
al ver las hermosas flores fue corriendo hasta el centro de la
plaza y el público gritaba asustado pensando que iba a atacar
al torero, pero Ferdinando empezó a aspirar el perfume de las
flores, nadie en la plaza podía creerlo y estaban muy enfada-
dos. El torero le gritaba a Ferdinando “Anda, tírame cobarde”
pero él seguía sentado oliendo las flores y el torero después
de sentir tanta ira, comenzó a llorar.

A Ferdinando tuvieron que llevarlo a la hacienda nuevamente


donde continua hasta la fecha a la sombra de su árbol favorito,
aspirando la fragancia de las flores en dulce paz y es muy feliz.
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La Liebre y
La Tortuga
La liebre siempre
se reía de la tor-
tuga, porque era
muy lenta. — ¡Je,
¡el En realidad, no
sé por qué te mo-
lestas en moverte
-le dijo.

-Bueno -contestó
la tortuga-, es ver-
dad que soy lenta,
pero siempre llego
al final. Si quieres
hacemos una ca-
rrera.

-Debes estar bromeando -dijo la liebre, despreciativa- Pero si


insistes, no tengo inconveniente en hacerte una demostración.

Era un caluroso día de sol y todos los animales fueron a ver


la Gran Carrera. El topo levantó la bandera y dijo: -Uno, dos,
tres... ¡Ya!

La liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosien-


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do en una
nube de pol-
vo. Cuando
echó a andar,
la liebre ya se
había perdido
de vista.

Pero cuál no
fue su horror
al ver desde
lejos cómo la
tortuga le ha-
bía adelanta-
do y se arras-
traba sobre la
línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la
colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mun-


do sabe que corro más que tú.

-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije


que yo siempre llego. Despacio pero seguro.

-No tiene nada que hacer -dijeron los saltamontes- La tortuga


está perdida.

“¡Je, je! ¡Esa estúpida tortuga!”, pensó la liebre, volviéndose.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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“¿Para qué voy a co-
rrer? Mejor descan-
so un rato.”

Así pues, se tum-


bó al sol y se que-
dó dormida, soñan-
do con los premios
y medallas que iba a
conseguir.

La tortuga siguió toda


la mañana avanzan-
do muy despacio. La
mayoría de los ani-
males, aburridos, se
fueron a casa. Pero
la tortuga continuó
avanzando. A mediodía pasó ¡unto a la liebre, que dormía al
lado del camino. Ella siguió pasito a paso.

Finalmente, la liebre se despertó y estiró las piernas. El sol se


estaba poniendo. Miró hacia atrás y se rió:

— ¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga! Con un gran salto,
salió corriendo en dirección a la meta para recoger su premio.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortu-


ga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre
podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mun-


do sabe que corro más que tú.

-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije


que yo siempre llego. Despacio pero seguro.

Moraleja:
Con seguridad, constancia, y paciencia, aunque parezca-
mos lentos, siempre lograremos el éxito. Recuerden, poco
a poco, se llega muy lejos.

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El Mago
Merlín
Hace muchos
años, cuando In-
glaterra no era
más que un puña-
do de reinos que
batallaban entre
sí, vino al mundo
Arturo, hijo del
rey Uther.

La madre del niño


murió al poco de
nacer éste, y el
padre se lo entre-
gó al mago Mer-
lín con el fin de
que lo educara. El
mago Merlín deci-
dió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además,
tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la se-
guridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias


conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas co-

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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sas de las ciencias
del futuro y ciertas
fórmulas mágicas.

Los años fueron


pasando y el rey
Uther murió sin
que nadie le co-
nociera descen-
dencia. Los nobles
acudieron a Merlín
para encontrar al
monarca sucesor.
Merlín hizo apare-
cer sobre una roca
una espada firme-
mente clavada a un
yunque de hierro, con una leyenda que decía:

“Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este


yunque, será rey de Inglaterra”

Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus es-


fuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro.
Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían
ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba
participar.

Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de


Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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que había olvidado la
espada de Kay en la
posada. Salió corrien-
do a toda velocidad,
pero cuando llegó allí,
la puerta estaba cerra-
da.

Arturo no sabía qué


hacer. Sin espada,
Kay no podría par-
ticipar en el torneo.
En su desesperación,
miró alrededor y des-
cubrió la espada Exca-
libur. Acercándose a la
roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca
descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar
la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se
extrañó al ver que no era su espada.

Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de “Excali-


bur” en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a
Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles
intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. En-
tonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre
su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo
extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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Todos admitieron que
aquel muchachito sin nin-
gún título conocido debía
llevar la corona de Ingla-
terra, y desfilaron ante su
trono, jurándole fidelidad.
Merlín, pensando que Ar-
turo ya no le necesitaba,
se retiró a su morada.

Pero no había transcurri-


do mucho tiempo cuan-
do algunos nobles se al-
zaron en armas contra el
rey Arturo. Merlín procla-
mó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey le-
gítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin,
fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la
magia de Merlín.

Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la


Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles lea-
les al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que
siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra
como para Arturo.

“Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le


dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro
hablará de tí.
Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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Bambi
Érase una vez un
bosque donde vi-
vían muchos ani-
males y donde
todos eran muy
amiguitos. Una
mañana un pe-
queño conejo
llamado Tambor
fue a despertar al
búho para ir a ver
un pequeño cer-
vatillo que acaba-
ba de nacer. Se
reunieron todos
los animalitos del
bosque y fueron a
conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos
se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo
que había en el bosque: las flores, los ríos y los nombres de
los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.

Todos los días se juntaban en un claro del bosque para ju-

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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gar. Una mañana, la
mamá de Bambi lo
llevó a ver a su pa-
dre que era el jefe de
la manada de todos
los ciervos y el en-
cargado de vigilar y
de cuidar de ellos.
Cuando estaban los
dos dando un paseo,
oyeron ladridos de
un perro. “¡Corre,
corre Bambi! -dijo
el padre- ponte a
salvo”. “¿Por qué,
papi?”, preguntó
Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque
intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas
debes de huir y buscar refugio.

Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que de-


bía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería
el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi cono-
ció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada
Farina y de la que se enamoró enseguida. Un día que estaban
jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pen-
só: “¡Son los hombres!”, e intentó huir, pero cuando se dio
cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio
Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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que enfrentarse a él
para defender a Fari-
na. Cuando ésta es-
tuvo a salvo, trató de
correr pero se encon-
tró con un precipicio
que tuvo que saltar, y
al saltar, los cazadores
le dispararon y Bambi
quedó herido.

Pronto acudió su papá


y todos sus amigos y
le ayudaron a pasar el
río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los
hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso
bien muy pronto.

Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mu-


cho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó tra-
bajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos
cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se
había casado con una conejita y tenían tres conejitos. Bam-
bi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que
fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que
pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era
ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes
lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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El Lobo y
Las Siete Cabritas
Érase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que
quería tan tierna-
mente como una
madre puede
querer a sus hi-
jos. Un día quiso
salir al bosque a
buscar comida y
llamó a sus pe-
queñuelas. “Hijas
mías,” les dijo,
“me voy al bos-
que; mucho ojo
con el lobo, pues si entra en la casa las devorará a todas sin
dejar ni un pelo. El muy bribón suele disfrazarse, pero lo co-
nocerám enseguida por su bronca voz y sus negras patas.” Las
cabritas respondieron: “Tendremos mucho cuidado, madre-
cita. Puedes marcharte tranquila.” Despidiéndose la vieja con
un balido y, confiada, emprendió su camino.

No había transcurrido mucho tiempo cuando llamaron a la


puerta y una voz dijo: “Abran, hijitas. Soy su madre, que es-
toy de vuelta y les traigo algo para cada una.” Pero las cabritas
comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo. “No te
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abriremos,” exclamaron, “no eres nuestra madre. Ella tiene una
voz suave y cariñosa, y la tuya es ronca: eres el lobo.” Fue éste a
la tienda y se compró un buen trozo de yeso. Se lo comió para
suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamando nuevamente a
la puerta: “Abran
hijitas,” dijo, “su
madre les trae
algo a cada una.”
Pero el lobo ha-
bía puesto una
negra pata en la
ventana, y al ver-
la las cabritas, ex-
clamaron: “No,
no te abriremos;
nuestra madre
no tiene las pa-
tas negras como
tú. ¡Eres el lobo!”
Corrió entonces
el muy bribón a un panadero y le dijo: “Mira, me he lastimado
un pie; úntamelo con un poco de harina.” Untada que tuvo ya
la pata, fue al encuentro del molinero: “Échame harina blan-
ca en el pie,” le dijo. El molinero, comprendiendo que el lobo
tramaba alguna tropelía, se negó al principio, pero la fiera lo
amenazó: “Si no lo haces, te devoro.” El hombre, asustado, le
blanqueó la pata.

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Volvió el rufián
por tercera vez
a la puerta y, lla-
mando, dijo:
“Abran pequeñas;
es su madrecita
querida, que está
de regreso y les
trae buenas cosas
del bosque.” Las
cabritas replica-
ron: “Enséñanos
la pata; queremos
asegurarnos de
que eres nuestra
madre.” La fiera
puso la pata en la
ventana, y, al ver
ellas que era blanca, creyeron que eran verdad sus palabras
y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien entró. ¡Qué
sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! se
metió una debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera,
en el horno; la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la
sexta, debajo de la fregadera, y la más pequeña, en la caja del
reloj. Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin gas-
tar cumplidos, se las engulló a todas menos a la más pequeñita
que, oculta en la caja del reloj, pudo escapar a sus pesquisas.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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Ya ahíto y satis-
fecho, el lobo se
alejó a un trote
ligero y, llegado
a un verde pra-
do, se acostó a
dormir a la som-
bra de un árbol.

Al cabo de poco
regresó a casa
la vieja cabra.
¡Santo Dios, lo
que vio! La puer-
ta, abierta de par
en par; la mesa,
las sillas y ban-
cos, todo volca-
do y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y al-
mohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron
por ninguna parte; las llamó a todas por sus nombres, pero
ninguna contestó. Hasta que llegó a la mas pequeña, la cual,
con vocecita suave, dijo: “Madre querida, estoy en la caja del
reloj.” la sacó la madre, y entonces la pequeña le explicó que
había venido el lobo y se había comido a las demás. ¡Imagina
con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus hijitas!

Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió al campo en

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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compañía de su pequeña, y, al llegar al prado, vio al lobo dor-
mido debajo del árbol, roncando tan fuertemente que hacía
temblar las ramas. Al observarlo de cerca, le pareció que algo
se movía y agitaba en su abultada barriga. ¡Válgame Dios! pen-
só, ¿si serán mis pobres hijitas, que se las ha merendado y
que están vivas aún? Y envió a la pequeña a casa, a toda prisa,
en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió la panza al monstruo,
y apenas había empezado a cortar cuando una de las cabritas
asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera,
una tras otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia,
en su glotonería, las había engullido enteras. ¡Allí era de ver
su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamaíta, brin-
cando como sastre en bodas! Pero la cabra dijo: “Traigan me
ahora piedras; llenaremos con ellas la panza de esta conde-
nada bestia, aprovechando que duerme.” Las siete cabritas
Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
85
corrieron en busca de piedras y las fueron metiendo en la
barriga, hasta que ya no cupieron más. La madre cosió la piel
con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio cuenta
de nada ni hizo el menor movimiento.

Terminada ya su siesta, el lobo se levantó, y, con la panza lle-


na le dio mucha sed, se fue a un pozo para beber. Mientras
andaba, se movió de un lado a otro, su panza chocaba entre
sí con gran ruido, por lo que exclamó:

“¿Qué será este ruido

que suena en mi barriga?

Creí que eran seis cabritas,

mas ahora me parecen piedras”

Al llegar al pozo e inclinarse sobre el borde, el peso de las pie-


dras lo arrastró y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó mise-
rablemente. Viéndolo las cabritas, acudieron corriendo y gri-
tando jubilosas:
“¡Muerto está el
lobo! ¡Muerto
está el lobo!” Y,
con su madre, se
pusieron a bailar
en corro en tor-
no al pozo.

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El Rey
Midas
Un rey muy avaro al que no
le preocupaban los proble-
mas de sus súbditos mandó
llamar al mago más impor-
tante del reino y le dijo:

- Quiero que con tu magia


consigas que todo lo que
toque se convierta en oro,
y así convertirme en el rey
más rico del mundo.

- El mago pensó en darle una


lección, y le dijo:

-Te voy a conceder tu insensato deseo.

Para tu desgracia, desde este momento todo aquello que roce


tu cuerpo se convertirá en oro macizo.

Y lanzando una carcajada que ponía los pelos de punta, el


mago desapareció como por arte de magia.

En efecto, desde ese momento todo cuanto tocaba el rey se


convertía en oro; una puerta, una silla, la mesa del comedor,
el vaso de agua, un pollo asado...
Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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¡No podía beber!

¡No podía comer!

- ¡Papá, papá! - ex-


clamó la princesi-
ta, que se acercaba
corriendo a besar a
su padre.

- ¡No, hijita!¡ No te
acuerdes a mí!

Pero ya era tarde...

En el mismo mo-
mento en que le
dio un beso la niña se convirtió en una estatua de oro purísimo.

De rodillas en su suelo de oro y llorando a lágrima viva, el rey,


tremendamente arrepentido, llamó al mago.

Éste vio que el rey había aprendido la lección y le quitó el des-


graciado don.

El rey Midas cambió completamente su manera de ser; repar-


tió sus riquezas con la gente y así, siendo generoso, conoció
la verdadera felicidad.
Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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El Lobo con
Piel de Cordero

Érase una vez un lobo que tenía mucha hambre, y quería co-
merse una oveja de un rebaño que vivía cerca de su casa. Pero
el pastor del rebaño siempre estaba muy atento y por muchos
intentos que hacía nunca lo conseguía. Pensó un día el lobo
en cambiar su apariencia para que así le fuera más fácil con-
seguir su comida. Paseando por el bosque con gran sorpresa
vio una piel de oveja y se le ocurrió ponerla por encima para
parecer una oveja. Así lo hizo y se fue a pastar con el rebaño,
despistando totalmente al pastor.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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Al atardecer, para su protección, el rebaño fue llevado a la
parte de la granja donde pasaba la noche, quedando la puerta
asegurada. El lobo se dijo “ahora cuando el pastor se duerma
cogeré a la oveja que esté más gorda y me daré un auténtico
festín”.

Pero esa noche, buscando el pastor la comida de su familia


para el día siguiente, fue donde estaba el rebaño y cogió al
lobo creyendo que era un cordero, lo sacrificó al instante.

Cuando la mujer del pastor inténtalo cocinarlo, se dio cuenta


de que realmente no era un cordero, sino un lobo, y llamo a
su marido, este reconoció al lobo que ya había intentado en
varias ocasiones atacar a sus ovejas, y se puso muy contento
por haberlo matado.

Debemos tener mucho cuidado, pues las apariencias engañan.


Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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Mickey Y las
Habichuelas Mágicas
Erase una vez un hermo-
so y pacífico sitio llamado
Villa Feliz, en la cima de
una montaña, un maravi-
lloso castillo rosado so-
bre una pradera dorada.
Dentro de este encantado
castillo vivía un Arpa má-
gica que cantaba. La voz
de esta dorada arpa emi-
tía un hechizo de gozo y
prosperidad a través del
valle.

Un día una misteriosa


sombra se deslizó sobre el valle y algo terrible pasó. cuando
la sombra apareció la dorada arpa ya no estaba. Sin la magia
del arpa todo era miseria. Los dorados campos de maíz se
convirtieron en polvo. El sonriente arroyo dejó de correr Valle
Feliz, ya no era feliz.

En una granja en particular tres pobres campesinos atenaza-


dos por el hambre compartían lo poco que les quedaba para
comer.
Literatura Infantil - Cuentos Clásicos
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Entre los tres ellos
compartían una
habichuela y una
tajada de pan que
era tan delgada
que se podía ver
a través de ella.
Ellos decidieron
que no tenían mas
opción que enviar
a Mickey al pueblo
para vender la po-
bre vaca y así con-
seguir dinero para
poder comer.

Pero Mickey regreso del pueblo sin la vaca y sin dinero, sólo
una pequeña caja que contenía tres habichuelas. Vendí la
vaca por unas habichuelas mágicas dijo orgullosamente.
No podemos vivir de tres habichuelas sus amigos exclama-
ron, pero estas son habichuelas mágicas replicó Mickey. Si
los plantamos a la luz de la luna saben lo que conseguiremos?
si Donald replicó y furiosamente botó las habichuelas al piso;
mas habichuelas.
Tristes y hambrientos se fueron a la cama.

Esa noche la brillante luz de la luna llena iluminó el hueco


donde habían caído las habichuelas. Suavemente por debajo
del piso y subiendo a través del hueco, el tallo de habichuelas

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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empezó a crecer, durante toda la noche el tallo de habichue-
las creció y creció hacia adelante y hacia arriba llevando con-
sigo toda la granja hacia arriba y hacia el cielo.

A la mañana siguiente los


granjeros se despertaron en-
contrándose sobre la cima del
tallo de habichuelas a miles de
millas de la tierra.

En la distancia vieron un gran


castillo y se preguntaban
quién viviría allí. Esperando
encontrar algo de comida se
dirigieron hacia el castillo. Ya
en el Castillo Mickey se deslizó
por una abertura en la parte de
abajo de la gigantesca puerta.
Llegaron rápidamente a la gran
mesa y subieron, comida grito Donald y los tres hambrientos
disfrutaron comida real que no habían tenido en muchas se-
manas.
De repente Mickey escuchó una voz, quién anda ahí,? la voz
susurró, quién es? La voz venía de adentro de una pequeña
caja cerrada que estaba atrás de la mesa, Donal y Goofy se
apilaron para que Mickey pudiera asomarse por la endidura
de la cerradura y pudiera mirar. El Arpa Dorada esta encerra-
da dentro de la caja. Fui robada por el malvado gigante, él me
trajo aquí para que le cantara, -un gigante- replicó Mickey.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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De repente el gigante entró en
el cuarto era tan grande como
40 hombres... Fee, fi, fo, fuu, el
gigante cantaba.
Estas eran sus palabras má-
gicas, diciéndolas el se podía
convertir en cualquier cosa que
quisiera. Al esconderse del gi-
gante Mickey quedó atrapado
en el sandwich del gigante y
cuando este le roció pimienta,
Mickey dio un gran estornudo. AHHH CHUUUUUU...
... Te tengo gritó el gigante, no te puedes escapar de Willi,
el astuto Mickey pretendía leer la palma del gigante; chico
aquí en la línea de vida dice que te puedes convertir en cual-
quier cosa. Si en lo que sea -dijo el gigante- quieres que me
convierta en un conejo? Viendo un mata moscas sobre la
mesa Mickey tuvo una gran idea. Te podrías convertir en una
mosca, le pregunto inocentemente. Dio dos vueltas en un
torbellino, entretanto Mickey, Donal y Goofy se alistaban con
el matamoscas, estas seguro que no quieres un conejito con
orejas rosadas -dijo Willi- a medida que reapareció como un
conejo.

Entonces vio, a los tres intrusos listos con el matamoscas.


-Eh que significa esto?-gruño el gigante- ustedes creen que
van a engañar a willi, furiosamente el gigante los atrapó a los
tres y los encerró con el Arpa. Pero Mickey en el borbollón
logro escapar. El gigante sacó el Arpa para que le cantara

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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y el Arpa vió a Mickey y
le cantaba --la llave esta
en el bolsillo de su cami-
sa- cantaba. El gigante se
durmió y Mickey se des-
lizó por un hilo. Mickey
encontró la llave pero el
polvo de ésta lo hizó es-
tornudar de nuevo. AHHH
CHUUUUU.

El estornudo despertó al
gigante y Mickey corrió
rápidamente y liberó a
Donald y Goofy de la caja.
Mientras Donald y Goo-
fy se escapaban con el
Arpa, Mickey trataba de distraer al gigante, que lo perseguía
por toda la mesa; al final de la mesa Mickey vio una botella,
se sentó en la punta y soltó el corcho- salió volando a través
de la ventana.

Sus amigos y el Arpa la estaban en el tronco del árbol listos


a bajar, Mickey se apuró y los alcanzó, bajaron velozmente
y comenzaron a cortar la raíz del árbol para tumbarlo, hasta
que por fin cayó y junto con él también el gigante.

Con el regreso del Arpa, Valle Feliz volvió a florecer y ser la


misma de antes. La gente del valle vivió feliz para siempre.

Literatura Infantil - Cuentos Clásicos


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