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Poco después, Pluto, a quien habían echado del palacio sin las
salchichas, saltó sobre el Príncipe creyendo que era su amo
Mickey. Movió la cola alegremente y le lamió la cara, pero
cuando lo olfateó unas cuantas veces se dio cuenta de que
no era Mickey. —¡Qué bien, ya estás aquí Mickey!—exclamó
entusiasmado Goofy.
Mickey salió de la habitación del Rey muy triste sin saber que
hacer. Encontró al malvado Capitán llevando a su perro atado
y sujeto por las orejas. —Pluto— grito Mickey.
—Alto—Señalando al Capitán
dijo:—Este hombre ha robado a
mi pueblo. Deténganlo.
Y luego pensó:
¿Y qué? interrogó la
hormiga.
Moraleja:
No dediques todo tu tiempo a la diversión y el placer. Trabaja duro
y guarda lo que ganas para los tiempos difíciles. Ni Tampoco te fíes
que todo el tiempo será tan bueno para ti, recuerda que siempre
hay tiempos malos que tendrás que superar.
Ni siquiera oyó a
los ositos cuando
regresaron de su
paseo por el bos-
que y abrieron la
puerta de la casita,
los ositos tenían mucha hambre y querían comer, pero cuando
papá oso vio su plato, exclamó con un gran vozarrón: ¿quién
ha probado mi sopa? mamá osa también miró su plato y dijo
con voz más suave: ¿y quién ha probado la mía? cuando el
osito pequeño vio su plato, dijo con una vocecita muy dulce:
¿quién se ha comido mi sopa y me ha dejado sin nada? el osito
pequeño se echó a llorar pero la mamá osa le dijo: “no llores,
que enseguida te preparo más”. Papá oso estaba muy enfada-
do “alguien ha entrado en nuestra casita”, dijo refunfuñando,
y empezó a mirar por todos los rincones, de pronto, se paró
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delante de su silla y exclamó con
un gran vozarrón: ¿quién se ha
sentado en mi silla? la mamá osa
también empezó a mirar por to-
dos los rincones y con voz más
suave dijo: ¿y quién se ha senta-
do en mi sillón? el osito peque-
ño corrió hacia su silla y dijo con
su vocecita dulce: ¿quién se ha
sentado en mi silla? ¡Está hecha
añicos!
Su mamá, que por supuesto era una vaca se sentía triste de ver
a Ferdinando tan solo bajo ese árbol, y le dijo “Hijo mío, Ferdi-
nando ¿Por qué no juegas como los demás becerritos?” pero
Ferdinando meneaba la cabeza en forma de negación y le dijo a
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su mamá “Me
gusta más
sentarme
aquí, donde
puedo es-
tar tranquilo
y oler las flo-
res” y como
era una ma-
dre muy
comprensiva
lo dejo que
se sentara
allí y fuera
feliz.
Llego al fin el día de la corrida, y que gran día el que hacía, las
banderas ondeaban, la banda tocaba y la gente se divertía. El
paseo de las cuadrillas fue algo memorable, salieron primero
los banderilleros y después el torero, que recibió unas flores
-Bueno -contestó
la tortuga-, es ver-
dad que soy lenta,
pero siempre llego
al final. Si quieres
hacemos una ca-
rrera.
Pero cuál no
fue su horror
al ver desde
lejos cómo la
tortuga le ha-
bía adelanta-
do y se arras-
traba sobre la
línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la
colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.
— ¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga! Con un gran salto,
salió corriendo en dirección a la meta para recoger su premio.
Moraleja:
Con seguridad, constancia, y paciencia, aunque parezca-
mos lentos, siempre lograremos el éxito. Recuerden, poco
a poco, se llega muy lejos.
Al cabo de poco
regresó a casa
la vieja cabra.
¡Santo Dios, lo
que vio! La puer-
ta, abierta de par
en par; la mesa,
las sillas y ban-
cos, todo volca-
do y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y al-
mohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron
por ninguna parte; las llamó a todas por sus nombres, pero
ninguna contestó. Hasta que llegó a la mas pequeña, la cual,
con vocecita suave, dijo: “Madre querida, estoy en la caja del
reloj.” la sacó la madre, y entonces la pequeña le explicó que
había venido el lobo y se había comido a las demás. ¡Imagina
con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus hijitas!
- ¡No, hijita!¡ No te
acuerdes a mí!
En el mismo mo-
mento en que le
dio un beso la niña se convirtió en una estatua de oro purísimo.
Érase una vez un lobo que tenía mucha hambre, y quería co-
merse una oveja de un rebaño que vivía cerca de su casa. Pero
el pastor del rebaño siempre estaba muy atento y por muchos
intentos que hacía nunca lo conseguía. Pensó un día el lobo
en cambiar su apariencia para que así le fuera más fácil con-
seguir su comida. Paseando por el bosque con gran sorpresa
vio una piel de oveja y se le ocurrió ponerla por encima para
parecer una oveja. Así lo hizo y se fue a pastar con el rebaño,
despistando totalmente al pastor.
Pero Mickey regreso del pueblo sin la vaca y sin dinero, sólo
una pequeña caja que contenía tres habichuelas. Vendí la
vaca por unas habichuelas mágicas dijo orgullosamente.
No podemos vivir de tres habichuelas sus amigos exclama-
ron, pero estas son habichuelas mágicas replicó Mickey. Si
los plantamos a la luz de la luna saben lo que conseguiremos?
si Donald replicó y furiosamente botó las habichuelas al piso;
mas habichuelas.
Tristes y hambrientos se fueron a la cama.
El estornudo despertó al
gigante y Mickey corrió
rápidamente y liberó a
Donald y Goofy de la caja.
Mientras Donald y Goo-
fy se escapaban con el
Arpa, Mickey trataba de distraer al gigante, que lo perseguía
por toda la mesa; al final de la mesa Mickey vio una botella,
se sentó en la punta y soltó el corcho- salió volando a través
de la ventana.