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El alfarero y el barro

Lea: Jeremías 18:1-23

Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: “Levántate y desciende a casa del
alfarero, y allí te haré oir mis palabras”. Descendí a casa del alfarero, y hallé que él
estaba trabajando en el torno. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en sus
manos, pero él volvió a hacer otra vasija, según le pareció mejor hacerla. (Jeremías
18:1-4)
Hemos comentado en los mensajes previos sobre las muchas cosas que Dios utiliza para enseñar a Su pueblo, estas
extraordinarias ayudas visuales que aparecen de vez en cuando en el libro, mediante las cuales Dios imparte lecciones a
este profeta. Jeremías fue mandado a la casa del alfarero, y allí vio tres simples cosas, expresándole una fantástica
lección. Quizás hayas observado las mismas cosas que Jeremías vio, porque el arte de hacer una vasija no ha cambiado
en todos estos siglos. La rueda ahora funciona con un motor eléctrico, pero esa es la única diferencia. Incluso esto es
controlado por el pie del alfarero. El barro es el mismo que siempre ha sido. El alfarero es el mismo, con sus capaces
manos, trabajando para darle forma al barro para formarla en la vasija que tiene pensada.

¿Qué es lo que vio Jeremías en esta lección? Primero estaba el barro. Jeremías supo, al observar al alfarero dando forma
y moldeando el barro, que estaba viendo una imagen de sí mismo y de cada hombre y de cada nación. Nosotros somos
el barro. Tanto Isaías como Zacarías, en el Antiguo Testamento, se juntan con Jeremías en presentar esta imagen del
alfarero y el barro. En el Nuevo Testamento tenemos la voz de Pablo en ese gran pasaje en Romanos 9, recordándonos
que Dios es el Alfarero y nosotros somos el barro. Así que Jeremías vio el barro siendo formado y moldeado en una
vasija. Entonces alguna imperfección en el barro lo estropeó en las manos del alfarero, y el alfarero lo desmenuzó y
comenzó de nuevo el proceso de moldearlo en una vasija que le placiera.

Jeremías vio la rueda dando vueltas constantemente, trayendo el barro en contra de la mano del alfarero. Esa rueda es
el símbolo de las circunstancias de la vida dando vueltas bajo el control del Alfarero, ya que es el pie del alfarero el que
guía la rueda. La lección es clara. Al ser nuestra vida formada y moldeada por el Gran Alfarero, son las circunstancias de
nuestra vida que nos traen una y otra vez bajo la mano del Alfarero, bajo la presión de los dedos del Alfarero que
moldean, para que Él pueda formar la vasija de acuerdo a Su voluntad.

Entonces, Jeremías vio al alfarero. Dios, supo, era el Gran Alfarero, con absoluto derecho sobre el barro para hacerlo lo
que Él quisiera que fuera. Pablo argumenta esto con sagaz y clara lógica en Romanos 9: “¿Dirá el vaso de barro al que lo
formó: ‘Por qué me has hecho así´? ¿Acaso no tiene potestad el Alfarero sobre el barro para hacer de la misma masa un
vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20b-21). Claro que lo tiene. La vasija es formada de acuerdo a la
imagen en la mente del alfarero.

Así que Jeremías, observando, aprendió que un individuo o nación es el barro en las manos del Gran Alfarero. Tiene
derecho soberano para hacerlo lo que Él quiere que sea. Tiene el talento y el diseño para trabajar con el barro y llevarlo
a cabo. Si hay alguna imperfección en el barro, algo que daña el diseño y arruina el trabajo, el Alfarero simplemente
desmorona el barro a una masa y comienza de nuevo a hacerlo en una vasija de acuerdo a Su propia mente.

Gracias, Padre, por crear a los hombres y formarme a mí. Confío en que eres soberano en todo lo que haces, y en que Tu
propósito para mí es bueno.

Aplicación a la vida: ¿Cuáles tres principios podemos aprender de las ayudas visuales del alfarero y
la vasija? ¿Estamos aprendiendo a ser agradecidos por el moldeado que hace el Alfarero de
nuestras vasijas terrenales?
Se quiebra la vasija
Lea: Jeremías 19:1-15

Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los hombres que van contigo, y les dirás:
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta
ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más; y en
Tofet serán enterrados, porque no habrá otro lugar para enterrar”. (Jeremías 19:10-
11)
A Jeremías se le dijo, en la llamativa imagen que Dios utilizó para el beneficio de esta gente, que tomara la vasija del
alfarero que había comprado y la quebrara en una roca. Al observarla romperse en mil pedazos, de forma que era
imposible restaurarla, esta gente fue enseñada que estaban tratando con un Dios cuyo amor es tan intenso que nunca
alterará Su propósito, incluso si tiene que destruir y quebrantar y derruirles de nuevo.

Date cuenta que esa es la forma en la que el mundo ve a Dios ahora mismo. Ven el infierno que viene a nuestro mundo.
Y pronto será peor, de acuerdo a las Escrituras proféticas. Habrá peores señales tomando lugar, peores asuntos entre los
hombres. Clamarán en contra de Dios como siendo severo y despiadado y vengativo, lleno de venganza e ira y odio. Esto
es todo lo que el mundo ve.

Pero al pueblo de Dios se le enseña una verdad más profunda. Jeremías había estado en la casa del alfarero. Había visto
al alfarero haciendo una vasija, y supo que era amor tras las presiones de este alfarero, y que cuando la vasija estaba
dañada, este alfarero era capaz de desmoronarla de nuevo, trayéndola a nada más que una masa, y después moldearla,
formándola de nuevo, quizás haciendo esto repetidamente, hasta que al final ha cumplido lo que Dios quería. Esa era la
gran lección que Jeremías aprendió en la casa del alfarero, y que nosotros podemos aprender en la casa del alfarero así
mismo.

Una de las grandes lecciones que podemos aprender del uso que hace el Nuevo Testamento de la figura del alfarero está
en el libro de Hechos: el incidente cuando Judas trajo las treinta piezas de plata de regreso y las tiró a los pies de los
sacerdotes, después de haber traicionado a su Señor. Los sacerdotes recogieron el dinero, consultaron entre ellos y
compraron con el dinero el campo del alfarero. Se conoció después como “Campo de sangre” (Mateo 27:6-10). Esto de
nuevo es un maravilloso recordatorio de Dios del corazón de nuestro Alfarero. Porque si te fijas con mucho cuidado en
este Alfarero obrando en tu vida, encontrarás que Sus manos y Sus pies llevan las marcas de los clavos, y que es por
medio de la sangre, la sangre del Alfarero mismo, que la vasija está siendo formada en lo que Él quiere que sea.

Cuando estamos en las manos del Alfarero, sintiendo Sus presiones, sintiendo el moldeo de Sus dedos, podemos
relajarnos y confiar en Él, porque sabemos que este Alfarero ha sufrido con nosotros y sabe cómo nos sentimos, pero
está determinado a hacernos una vasija que sea “útil al Señor” (2 Timoteo 2:21). ¡Qué tremenda lección aprendió
Jeremías en la casa del alfarero!, una que nos puede guiar y guardarnos bajo las presiones de la vida.

Señor, Tú has utilizado las pruebas y las presiones en mi vida para enseñarme a rendirme a Ti. Te invito a que utilices los
medios para continuar moldeándome y formándome en la persona que quieres que sea.

Aplicación a la vida: ¿Estamos aprendiendo a reconocer que las disciplinas de Dios son evidencia de Su amor insaciable?
¿Cómo respondemos a este amor que persiste en hacernos completos?
La queja de Jeremías
Lea: Jeremías 20:1-1

¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo, y me venciste!
¡Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí! Cuantas veces hablo, doy
voces, grito: “¡Violencia y destrucción!”, porque la palabra de Jehová me ha sido para
afrenta y escarnio cada día. Por eso dije: “¡No me acordaré más de él ni hablaré más
en su nombre!”. No obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en
mis huesos. Traté de resistirlo, pero no pude. (Jeremías 20:7-9)
Aquí, en forma poética, tenemos los pensamientos de Jeremías mientras está en la picota, esperando a ver qué ocurriría
por la mañana. Este es un extraordinario relato de lo que el profeta pensó mientras estaba en la prisión. ¡Era, para no
decir más, un profeta profundamente perturbado! Aquí echamos otro vistazo a la humanidad honesta de este hombre,
la forma en la que se enfrentaba a las circunstancias tal y como lo hacemos nosotros, con temor y desesperación,
alternando a veces con fe y confianza.

Lo primero que siente es que Dios mismo le ha engañado. Aquí hay un amargo clamor en el cual Jeremías acusa a Dios
de haberle mentido y de haberse aprovechado de él. ¿Alguna vez te has sentido así con Dios? Jeremías probablemente
está pensando en la promesa con la cual comenzó su ministerio. Dios llamó a Jeremías cuando era un hombre joven, y
Jeremías había objetado. Acordándose de esas palabras, está diciendo: “¿Qué ocurrió, Señor? ¿Qué pasó con tu
promesa? Dijiste que estarías conmigo para liberarme, pero aquí estoy en esta miserable picota”. Esa es la forma en la
que el corazón puede fácilmente sentirse hacia Dios. Como tantos de nosotros, Jeremías tomó estas promesas un tanto
superficialmente. Leyó en ellas conjeturas que Dios nunca planeó, así que carga a Dios con mentir. Eso, por supuesto, es
la única cosa que Dios no puede hacer. Dios no puede mentir. Sin embargo Jeremías se siente, como muchos de
nosotros nos hemos sentido, que Dios ha fallado en Su promesa. No sé cuantas veces la gente me ha dicho, refiriéndose
a la Palabra de Dios: “¡Bueno, sé lo que dice, pero no funciona!”. Esa es simplemente otra forma de decir: “¡Dios me ha
engañado; Dios es un mentiroso!”. Ese era el dilema del profeta.

La segunda cosa que encontró fue que la gente se estaba burlando de él. Aunque no podían responder a la sagacidad de
su lógica, hicieron lo único que podían hacer: comenzaron a ridiculizar su persona. Este es siempre el refugio de las
mentes mezquinas. Cuando la gente no puede manejar un argumento lógico, comienzan a atacar a la persona y a
destruirle personalmente. Se rieron de Jeremías, se burlaron de él, le ridiculizaron. La burla es difícil de soportar, difícil
para el espíritu humano de tolerar, y esto le estaba molestando a Jeremías.

En tercer lugar, descubrió una tensión insoportable en sí mismo. Dice: “Señor, tu palabra me ha sido para afrenta y
escarnio. ¡Ojalá que nunca la hubiera oído!”. Quiere dejar de predicar, pero no puede. Está dividido con esta tensión
interior, de temor y de desagrado de proclamar la verdad, porque sólo le somete a ridículo y desprecio; y sin embargo
cuando resolvió darse por vencido no pudo, porque el fuego de Dios le estaba ardiendo en los huesos, y tenía que decir
algo. ¿Sabes algo de eso? Quizás no sobre la predicación pública; no todos somos llamados a eso. Pero, ¿alguna vez has
sentido que simplemente tenías que decir algo? Alguna injusticia, alguna perversidad moral, alguna conducta
escandalosa, alguna hipocresía desdichada estaba ocurriendo, y simplemente no podías permanecer en silencio. Y sin
embargo sabías que si decías algo te ibas a meter en problemas, y nadie te daría las gracias por ello ―sólo afectarías el
statu quo y crearías conflicto― pero no podías evitarlo. ¿Alguna vez te has sentido de esa forma? Eso es lo que Jeremías
estaba experimentando aquí: esta tremenda lucha consigo mismo en contra de la proclamación de la Palabra de Dios
que sólo le había creado más problemas.

Señor, gracias que puedo contarte mis penas. Guárdame de cargarte con falsedad. Guárdame, Señor, de mi debilidad.
Pero incluso cuando soy débil, gracias por el perdón y la sanación que manifiestas en mi vida.

Aplicación a la vida: ¿Estamos dispuestos a tomar pie contra la maldad y confiar en la sabiduría soberana de Dios para el
resultado de nuestro testimonio? ¿Cuándo la vida se derrumba, cuestionamos el privilegio de Dios para determinar
nuestras circunstancias?
La fidelidad de Dios
Lea: Jeremías 20:11-18

Mas Jehová está conmigo como un poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen
tropezarán y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no
prosperarán; tendrán perpetua confusión, que jamás será olvidada. Jehová de los
ejércitos, que pruebas a los justos, que ves los pensamientos y el corazón, ¡vea yo tu
venganza de ellos, porque a ti he encomendado mi causa! (Jeremías 20:11-12)
Previamente en este capítulo, Jeremías presentó su queja al Señor mientras estaba en la picota. Pero ahora la fe viene al
rescate de Jeremías y comienza a fortalecerle. La fe contrataca para sostener al profeta inseguro. Ahora Jeremías está
luchando en contra del asalto del que es víctima. Comienza ahora a evaluar la realidad, a contar como verdad lo que
Dios le ha dado a conocer. Esa es la forma de manejar cualquier situación que da miedo. Puedes estar casi seguro de que
la forma en la que lo ves no es la realidad de la situación. Eso es de lo que te tienes que acordar. Parece de esa forma,
pero no es de esa forma. Tu mente está siendo asaltada, tus pensamientos torcidos y distorsionados por el aspecto
natural de las cosas. La única respuesta es comenzar con Dios, el Inmutable, Aquel que ve las cosas como realmente son.
Comienza con Él y con lo que Él te ha dicho, y obra con eso de vuelta a tu situación, y lo verás en una luz completamente
distinta.

Eso es lo que hace el profeta aquí. Comienza con Dios: “Jehová está conmigo (esa es la primera cosa a recordar), Jehová
de los ejércitos (él es un valiente guerrero que sabe cómo luchar y cómo repeler asaltos); los que me persiguen
tropezarán (sus planes no van a funcionar), no prevalecerán. De hecho, serán avergonzados en gran manera, porque no
prosperarán”. La fe le asegura de que esto es lo que ocurrirá. Y esa es la visión correcta, porque eso es lo que ocurrió. Y
así clama, en el versículo 13: “¡Cantad a Jehová, alabad a Jehová, porque ha librado la vida del pobre de mano de los
malignos!”.

Eso suena como el relato del incidente en Hechos 16, cuando Pablo y Silas, tirados en el calabozo y metidos en la picota
en Filipo, comenzaron a la medianoche a cantar alabanzas a Dios, porque su fe estaba atada a Dios y Su grandeza, y no
en sus circunstancias. Esto es lo que Jeremías aprendió a hacer: a cantar alabanzas a Dios.

¿Qué le permitió hacer esto? Quizás Jeremías se acordó de lo que Dios le había dicho en el capítulo 1: “Me dijo Jehová:
‘Bien has visto, porque yo vigilo sobre mi palabra para ponerla por obra´” (Jeremías 1:12). Así que, aunque tarde un rato,
aunque las cosas no parezcan ir bien al principio, no seas corto de vista y le eches la culpa a Dios, ya que Él “vigilará
sobre su palabra para ponerla por obra”.

Un versículo en la carta de Pablo a Timoteo nos resume esto bellamente. Pablo le escribió a Timoteo, en un momento de
gran turbulencia, y dijo: “si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13).

Gracias, Padre celestial, por este recordatorio de Tu fidelidad al profeta Jeremías, y por Tu fidelidad a Tus promesas hoy.

Aplicación a la vida: ¿Cuál es nuestro punto de referencia al evaluar las circunstancias desconcertantes de la vida?
¿Estamos entrenando nuestras mentes a comenzar con la verdad de Dios y Su fidelidad?

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