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Resumen
Este artículo expone las causas de los incendios en el Valparaíso antiguo y las medidas,
siempre insuficientes, que se tomaron para enfrentar sus efectos verdaderamente
cataclismitos, en el sentido que transformaron una o otra vez el paisaje urbano del
primer puerto del país. Las causas eran el mal uso de luminarias domésticas y,
principalmente, la inadecuada construcción e instalación de chimeneas en edificios de
material combustible, acoplados en fachadas continuas aisladas con muros bajos y
precarios; lo que venía a sumarse a los fuertes vientos y a la estrechez de las calles,
donde además se concentraban talleres, almacenes o bodegas, que usan de calderas y
máquinas a vapor, causantes contumaces de incendios por las malas condiciones en
que se encontraban y la falta de competencia de sus operadores.
Abstract
This article exposes the reasons of the fires in old Valparaiso and the measures, always
insufficient, that were adopted to face its catastrophic effects, which transformed over
and over again the urban landscape of the first port of the country. The reasons were the
inappropriate use of domestic lights and, mainly, the inadequate construction and
installation of chimneys in buildings of combustible material, connected in constant
fronts and isolated with low and precarious walls. All these were added to strong winds
and narrow streets, where close workshops concentrated, next to stores or warehouses,
which used from boilers to steam machines. All of these were stubborn causes of fires
due to their bad conditions and the lack of competence of their operators.
* Licenciado en Historia, Profesor de Historia y Geografía, Magister en Historia, por la Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso. Coordinador de la Escuela de Educación, Profesor de Historia de Chile, Universidad
de las Américas, Sede Viña del Mar.
1. VARGAS, Juan Eduardo; José Tomás Ramos Font. Una fortuna chilena del siglo XIX, Santiago, 1988, p.
177.
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xerófilo; en cambio, incendios con el carácter funesto que conocemos, sólo estarán
presentes en Valparaíso desde los tiempos en que los conquistadores españoles
comenzaron a poblar su paisaje. Aún más, será sólo a partir de los cambios materializados
en el entorno urbano, cuando sus efectos multipliquen las causas del desastre, dejándose
sentir con mayor periodicidad y magnitud. Y es que los incendios fueron tan abundantes y
habituales en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, que junto con expandir su incontenible ola
de destrucción, fueron permitiendo sobre la marcha obrar la transformación de la ciudad.2
2. Dada la estrecha topografía de Valparaíso, siempre surgieron nuevos edificios de los escombros de un
siniestro. “Si al incendio de 1843 siguió la reconstrucción de calle de la Aduana, el de 1850 significó el
cambio de rostro de la calle del Cabo, la continuación de aquella, y luego del siniestro de 1858 se modificó
sustancialmente la alzada arquitectónica desde la calle del Cabo hasta la plaza de la Victoria”. [URBINA,
Rodolfo; Valparaíso. Auge y ocaso del viejo “Pancho”, 1830-1930, Valparaíso, 1999, p. 242]. La calle del
Cabo continuó ensanchándose a costa de los incendios, como acontece el 25 de junio de 1865, cuando los
edificios de propiedad de Matte y Brown quedaron completamente quemados, lo que “proporciona la
ocasión más favorable para rectificar la línea de dicha calle y la de la Aduana en el punto en que ambas se
confunden, conocido con el nombre de Cruz de Reyes”. El proyecto se acepta considerando la evidente
necesidad de dar amplitud a las estrechas calles del barrio del Puerto, y en especial a la del Cabo, “que es la
garganta de la ciudad”. [Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Vol. 6, 10 julio 1865].
3. EDWARDS BELLO, Joaquín; Valparaíso, Ciudad del Viento, Santiago, 1931, p. 40.
4. URBINA; Op. cit., p. 239.
5. Idem.
6. HARRIS, Gilberto; Estudios sobre economía y sociedad en el contexto de la temprana industrialización
porteña y chilena del siglo XIX, Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, 2003, p. 23.
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almacenes y las más bellas tiendas de moda de la ciudad”. Los daños alcanzaron esa vez
los cuatro millones de pesos.8 En la década siguiente se contabilizaban 91 incendios en
Valparaíso,9 mientras que entre 1860 y 1879 hubo 240, debidamente registrados.10
Aparentemente, el problema aumentaba conforme crecía y se desarrollaba
económicamente la ciudad; de ahí que, como se pudo constatar, los repetidos siniestros de
la segunda mitad del diecinueve no tuvieron sólo efectos residenciales, sino que también
amagaron el crecimiento que Valparaíso estaba alcanzando.
En este aspecto, la masificación del vapor iniciada en la década de 1850, tropieza
en Valparaíso con los periódicos incendios en establecimientos, como sucede a Daneri
Hermanos y A. Sivori, de fideos; Tomas D'Aquin, de velas; E. Thompson, de carpintería; F.
Stuven y F. Hozmann, de cerveza; y, Henderson y Rider, de fundiciones; para todos la pérdida
es completa. De la misma forma, según Gilberto Harris a quien corresponden los datos que
presentamos, basta hojear las páginas de El Mercurio para advertir que, durante años,
incendios de diversa consideración arruinaron a muchos empresarios y propietarios en el
Puerto. Al respecto, se puede citar la siguiente secuencia de fechas de desafortunados
episodios: 4 de enero de 1852; 3 y 5 de enero de 1856; 17 de noviembre de 1860; 3 de
agosto de 1861; 15 de agosto, 15 de octubre y 13 de noviembre de 1862; 1 de diciembre de
1864; 1 de enero de 1868; 18 de noviembre de 1869; 29 de noviembre de 1870; 7 de
noviembre de 1872; 7 de noviembre, 8 de diciembre de 1873; 25 de mayo de 1874; 26 de
11
mayo de 1876; 23 de mayo, 4 de julio de 1877; 16 de febrero de 1878 y 5 de julio de 1879.
Largo sería referirnos al dantesco infierno que siguió al terremoto de 1906, y podríamos
seguir ininterrumpidamente en la lista de los incendios de diversa gravedad que afectaron al
sector industrial y comercial, los que continuaron repitiéndose con la misma frecuencia y
consecuencias hasta entrado el siglo XX. Ante tanta desgracia, es comprensible que el
lenguaje empleado por los bomberos para dar cuenta de sus acciones tuviera un tono épico
bélico: “El fuego es el enemigo que hay que combatir y aplastar”, “...combatir al enemigo con
más brío”, “Ayer noche... se oyó el toque alarmante de ¡a fuego! El enemigo devorador había
principiado en El Almendral”.12
Con respecto a la estrechez urbana señalada más arriba, como uno de los
principales motivos de los habituales incendios, hubo preocupación de los comerciantes
por las cuantiosas pérdidas que estaban sufriendo. De ahí que en 1871 la Municipalidad de
Valparaíso recomiende, para los próximos siniestros que puedan tener lugar, “la existencia
de locales espaciosos como el que se propone arreglar... [ya que] contribuyen a impedir la
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propagación…, por las facilidades que ellos presentan a los bomberos para sus operaciones
y, al mismo tiempo, porque proporcionan lugares para depositar los objetos salvados
pertenecientes a las casas o establecimientos… arrasados”. Recordando que en el último
incendio, “todo se inutilizaba o se perdía por la estrechez y que gran parte de los objetos
habrían podido salvarse, si no hubiera sido por las condiciones espaciales del local que
presentaba dificultades y tropiezos para ello”.13 La preocupación era razonable si se
considera que el casi medio centenar de máquinas a vapor aplicadas al sector fabril, en
1868 se encontraban emplazadas en las calles Blanco, Arsenal, Aduana, Yungay, Victoria,
Chacabuco, Independencia, Tivolá, Delicias, Maipú, quebrada de Alabado, Aduanilla,
Hospital Francés, cerro de la Mariposa, Cochrane, bahía de Valparaíso, o sea, en todo el plan
de la ciudad.14 Si a esto agregamos que, según opinión generalizada entonces, los beneficios
del vapor se eclipsaban por causa de las continuas explosiones e incendios devastadores
producidos por los calderos, resulta fácil comprender que la infraestructura básica del
puerto promediando el siglo no le permitía recibir, almacenar ni distribuir en forma eficiente
la nueva tecnología, por lo que la concentración de talleres, almacenes o bodegas en el
centro de la ciudad, donde se usaban productos químicos, maquinaria compleja y peligrosa
o materiales explosivos (pólvora o dinamita), periódicamente causaron alarmas de diversas
índole debido a mala manipulación. Por eso que, a fines de los años sesenta, reglamentar
esta situación es un leit-motiv de la prensa y fuente de reiteradas e inquietas cartas abiertas
de los vecinos.15
Tanto es así, que en el preámbulo de la ordenanza de 19 artículos dictada el 29 de
mayo de 1868, que reglamenta el servicio de máquinas a vapor estacionarias y portátiles
establecidas en la ciudad, se sostiene que “los siniestros que de algún tiempo acá han
ocurrido en los establecimientos industriales... que usan de calderas y máquinas a vapor,
producidos en la mayor parte de los casos o ya por las malas condiciones de aquéllas, que
por falta de competencia de los encargados de dirigirlos, aconsejan la necesidad y urgencia
que hay de someter a dichos establecimientos a una vigilancia inmediata de parte de la
autoridad y a ciertas prescripciones”.16 Dos años después, en un informe de la Comisión de
Policía, se señala que “los siniestros ocurridos por la explosión de varias máquinas a vapor
en que, a más del perjuicio material, hubo que lamentar la pérdida de varios trabajadores,
causaron una verdadera y justa alarma en el vecindario de esta populosa ciudad [ya que]
cada uno creía ver un peligro inminente e inmediato en la proximidad de un establecimiento
en que se emplease el vapor”.17
Que este tipo de fábricas provocaban verdadera aversión en los vecinos, también lo
prueba la misiva que en septiembre de 1892 envía A. Edwards y Compañía, por Juana Ross
13. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Policía Urbana, Vol. 5, 3
octubre 1871.
14. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Actas de la Municipalidad, Libro de Matrícula de
Máquinas a Vapor de Valparaíso, Vol. 13, 29 mayo 1868.
15. GARRIDO ALVAREZ DE LA RIVERA, Eugenia; Acontecer Infausto y Mentalidad: El Crimen en Valparaíso,
Tesis de Magister en Historia, Universidad Católica de Valparaíso, 1991, pp. 174-175.
16. Archivo Municipal de Valparaíso, Actas de la Municipalidad, Vol. 13, 29 mayo 1868.
17. Ibidem., 14 mayo 1870.
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Naturalmente no todos los incendios fueron provocados por máquinas a vapor, pues
hubo otras causas que provocaron análogo resultado fuera del ámbito industrial del
Valparaíso; pero antes de ampliar el tema es necesario conceptuar con mayor precisión el
fenómeno. Según Eugenia Garrido, el término incendio se habría usado “como
unsuperlativo en los casos en que lo incendiado tuviese valor como inmueble: las pérdidas
18. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Vol. 107, Septiembre 1892,
fjs. 392-400.
19. Ibidem., Junio 1893, fj. 617.
20. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Vol. 177, Octubre 1901, fjs.
13-14. El proyecto de acuerdo fue aprobado el 8 de noviembre de 1901. Ibidem., fj. 15.
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hubiesen sido de gran valor o por último el que hubiesen comprometido una mayor
expectación. Así el concepto de incendio será uno de los nombres porque se graduará al
fenómeno: siendo la alarma, el amago y el principio de incendio, otros nombres que
delatarán la intensidad del mismo”.21
Sea cual fuere la acepción correspondiente a cada trascendido, las causas
inmediatas siempre eran el mal uso de velas, lámparas, cocinas, braseros, chonchones,
pero principalmente, la inadecuada construcción e instalación de chimeneas, máxime en
edificios de material combustible, acoplados en fachadas continuas y aislados con
precarios muros, además muy bajos; todo lo anterior, catalizado como siempre por calles
estrechas y fuertes vientos norte y sur, no tardaban en producir el desastre. Del 11 de
octubre de 1852 data la primera ordenanza sobre la materia, donde se señala que “las
chimeneas, estufas, fogones y todo otro depósito de fuego, dentro de la población deben ser
conservadas constantemente en estado de limpieza y buen arreglo por los dueños de los
establecimientos y moradores de las casas en que estuvieren situados”.22Diez años después
continuaban siendo frecuentes las emergencias, como cuando en julio de 1863 la policía
informa al intendente que en una tienda de la calle San Juan de Dios hubo principio de
incendio, el cual fue ocasionado por el descuido de las dueñas de casa que “dejaron
ardiendo una lámpara de gas”, pero que pudo extinguirse “debido a la oportunidad en que
acudieron los dueños y vecinos”.23Si bien el municipio actúa en consecuencia, aplicando la
multa “por descuido de fuego” a los responsables, eso no impide que antes de terminar el
mismo mes se informe al intendente de un nuevo “amago de incendio”, esta vez en unas
casas situadas en la plaza Victoria. Según la policía, “su origen fue por la chimenea de la
cocina [donde] el fuego era imperceptible pues se hallaba en los pies derechos que forman
la muralla y estos cerrados con caña y barro y pintura encima”. De todas maneras el
accidente no pasó a mayores, ya que las compañías de “hacha y bomba” llegaron a tiempo y
descubierto el fuego, “echaron abajo esta parte cerrada” logrando extinguirlo. En esa
ocasión el problema fue la mala construcción de la chimenea, “puesto que la del piso bajo
pasa por la del segundo”, lo que de no modificarse, advierte la policía, “hará que vuelva a
suceder esta clase de alarma”.24
El peligro de una construcción irregular de las cocinas había sido denunciado años
atrás por la Policía de Seguridad y Salubridad, que en 1857 informa al intendente que varios
edificios de la calle Chacabuco, propiedad de Antonio Álamos, “prestan muy poca seguridad
a los vecinos por el mal sistema adoptado para sus chimeneas”. A renglón seguido, se
especifica la situación de inseguridad en que viven sus habitantes debido a la mala
construcción del inmueble, que “es de dos pisos dividido cada uno en dos habitaciones. La
del piso bajo tiene una cocina económica con una chimenea de plancha de fierro, que
atraviesa el piso superior... que es de madera y sirve también para chimenea de la cocina del
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segundo piso, prolongándose hasta salir por el techo, que igualmente es de madera”, motivo
por el cual, concluye, la comunidad “sabe la posibilidad de un incendio causado por la
chimenea”.25 Este peligroso defecto no es una irregularidad excepcional, advierte la policía,
porque así como se repite “por otra chimenea de idéntica construcción” usada en las
habitaciones del otro extremo del inmueble de Álamos, igualmente “lo tienen gran parte de
los edificios en Valparaíso, unos con chimeneas atravesando los techos de madera, otros
atravesando tabiques, algunas cocinas sin chimeneas, saliendo el humo por claraboyas en
el techo y otras, en fin, con cocinas construidas en balcones de madera sin resguardo
alguno”. Como es de esperar, los dueños del edificio inspeccionado, luego de ser alertados
del peligro, irresponsablemente hacen abstracción de la advertencia; de ahí que el informe
termine recomendando al intendente “obligar a todo propietario a construir sus cocinas con
chimeneas de cal y ladrillo, y que sobresalgan hasta pasar los techos por lo menos unas
varas”.26
Recién el 5 de enero de 1871 se ordena, “que todo cañón conductor de humo
deberá hacerse limpiar por las personas a quienes corresponda, en los seis primeros días
de cada mes”, sin embargo, la comisión que el reglamento dispuso componer por el
inspector de la sociedad de seguros comprometida, un capitán de policía y un vecino, para
visitar los locales en que hubieren cañones conductores de humo, no produjo en la práctica
los efectos que se tuvieron presentes al dictarlo. Años después, en 1872, la policía oficia al
intendente sobre las chimeneas de la avenida del Café de la Bolsa, señalando que los
cañones del local eran demasiado bajos, “motivo por el cual los edificios contiguos se ven
permanentemente en peligro de incendiarse”. Por lo menos, de ocurrir la desgracia, la
negligencia del segundo empresario tendría un costo, pues desde 1864 se comienza a
multar a los dueños de los inmuebles amagados.27 Como ya era frecuente, se recomienda
ordenar al dueño del citado café, “prolongue más los referidos cañones hasta sacarlos a
una altura que no baje de dos metros sobre los que tienen los edificios contiguos”.28 No
obstante, aunque la Ley de 22 de diciembre de 1891 ratifica la facultad municipal de
“reglamentar dentro de los límites urbanos de las poblaciones la colocación, construcción y
limpia de chimeneas, estufas, fogones y calderos”,29 la transgresiones a ordenanzas y
reglamentos sobre chimeneas se habían hecho tan frecuentes, que el grave peligro con que
amenazaban a la ciudad indujo el decreto de 20 de junio de 1899, por el cual el
ayuntamiento estipula que “la limpia de los cañones conductores de humo a que se refiere
la ordenanza de 1852 y el decreto de 1871, se hará en lo sucesivo por las comunas en el
25. Archivo Intendencia de Valparaíso, Archivo Nacional, Policía de Seguridad y Salubridad, Vol. 102,
Octubre 1857, fj. 263.
26. Id. Relacionado con esto, también se detectó en varias ocasiones “amago de incendio” por causa de
una chimenea “cargada de hollín”, como consta en un informe de 28 de abril de 1864, en Archivo
Intendencia de Valparaíso, Archivo Nacional, Policía de Seguridad y Salubridad, Vol. 159, fj. 100.
27. La Patria, Valparaíso, 14 marzo 1864. Citado por GARRIDO,Eugenia; Op. cit., p. 167.
28. Archivo Intendencia de Valparaíso, Archivo Nacional, Inspección de Policía Urbana, Vol. 290, fj. 39, 8
abril 1872.
29. Archivo Intendencia de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Vol. 112, 3 noviembre
1894.
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orden de su numeración y en el plazo de seis días en cada mes, agregándose que los
infractores pagarán una multa de hasta veinte pesos”.30
Además de lo referente a las chimeneas, entre las precauciones que se tomaron
para evitar la propagación del fuego desde el foco al resto del vecindario, destacan las que
se especifican en una ordenanza de 14 de enero de 1859, donde se establece que “cada
casa debe dividirse de las colindantes por una muralla de material [sólido] que impida
completamente el contacto no [sólo] de la enmaderación de un edificio con otro, sino
también de las cornisas o adornos que dichos edificios contengan”, incluso, se prohíben “los
techos y cornisas de materiales combustibles en toda la población de Valparaíso”, así como
también “forrar con materias combustibles las murallas exteriores de los edificios”.
Además, en cuanto a las murallas de separación, se determina que éstas “deberán
sobresalir 80 centímetros a lo menos sobre de los techos; y no tendrán más de 40
centímetros de espesor”.31 Pese a la nueva ordenanza, El Mercurio se lamenta al año
siguiente, “ni que la prensa predique eternamente sobre la necesidad de variar el sistema
de construcción, eliminando las cornisas, molduras y forros de madera en los nuevos
edificios, los constructores de casas son incorregibles”. Se advierte, señala asimismo, que
las casas demasiado altas se hallan más expuestas a los incendios, y en vez de 10 dan 15 y
16 varas de alto a sus edificios, con lo que el matutino “en previsión de las temeridades de
los dueños de casa”, recomiende introducir nuevas ordenanzas.32 En el mismo sentido se
plantea la policía que, en 1861, oficia al intendente lamentando que, aunque las
ordenanzas prohíben los adornos combustibles, con frecuencia se debe insistir a los
propietarios “que no pongan cornisas de madera”. Dice que como ellos alegan no tener con
qué sustituirlas, las colocan de todas formas, asegurando forrarlas luego con lata o zinc,
“pero [como] esto no lo hacen al tiempo de colocarlas”, después se les debe amonestar
“para que las forren o las quiten”, a lo que nuevamente contestan que lo van a hacer, pero no
lo hacen, “hasta que la policía se hace odiosa ante ellos con sus exigencias”.33
Fuera del reglamento de cortafuegos del año '63, sólo tres lustros más tarde la
insuficiente ordenanza de fines del '50 es sustituida por un nuevo reglamento contra
incendios.34 Establecido en 1873, perfecciona al anterior en amplitud y especificación, por lo
que sólo expondremos los aspectos que nos parecen más novedosos e interesantes. Por
30. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Vol. 156, 20 junio 1899, fjs.
292-293.
31. Boletín de leyes y decretos, Vol. 22, Libro XXVII, N° 1, “Ordenanza contra incendio dictada por la
Municipalidad de Valparaíso”, 1858-1859.
32. El Mercurio de Valparaíso, 20 enero 1860.
33. Archivo Intendencia de Valparaíso, Archivo Nacional, Policía de Seguridad y Salubridad, Vol. 102, 10
enero 1861, fj. 5.
34. Boletín de leyes y decretos, Vol. 39, Libro XXLII, N° 12, “Ordenanza acordada por la Municipalidad de
Valparaíso para precaver los incendios y evitar algunas de las desgracias que puedan ocasionar los
temblores”, 1873. Cinco años antes, debido a los siniestros ocurridos en establecimientos industriales que
usaban calderas y máquinas de vapor, el intendente J. Ramón Lira dicta una ordenanza que reglamenta el
servicio de máquinas a vapor en Valparaíso, creándose una inspección general para la vigilancia y buen
servicio de éstas [El Mercurio de Valparaíso, 30 mayo 1868]. Solamente se exceptuaron de lo dispuesto,
aquellos edificios que por su naturaleza se destinaran a fines determinados, como teatros, iglesias, etc.
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Señores J.D.F.R Budge y J. Bostelmann, En: Álbum Histórico del Cuerpo de Bomberos de Chile. Valparaíso 1923.
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ejemplo, se establece que quienes pretendan construir un edificio “de igual o poco menor
altura” que los edificios colindantes, deberán “colocar sobre los techos el aislador saliente”;
asimismo, se complementa el reglamento anterior en cuanto a evitar la propagación del
fuego desde el foco al resto del vecindario y a los edificios vecinos, requiriendo “murallas
aisladoras, construidas de material sólido para separar los edificios o casas” que
pertenezcan a un mismo dueño, “en un terreno que tenga más de treinta metros de frente a
la calle”.35 También, sobre las murallas exteriores se especifica que “los aparatos de luces de
gas que se coloquen al frente de los edificios públicos y particulares, deberán estar por lo
menos treinta centímetros distantes del plano vertical de la pared”. Como ha podido
apreciarse en la documentación, después del siniestro comúnmente el peritaje apuntaba a
la chimenea del edificio como el origen del fuego, por lo que una contribución de la nueva
ordenanza fue, precisamente, que vino a regular la construcción de ese aparato. Con tal
propósito, se hace una serie de indicaciones en lo referente a materiales usados y forma de
éstos, prohibiéndose desde un comienzo “el empleo de tubos de metal en la construcción de
chimeneas”, los que sólo se autorizan “en una extensión de dos metros a lo más, con el
exclusivo objeto de comunicar una cocina o estufa con la chimenea”, y por último, para
evitar la obstrucción, se dispuso que “toda chimenea llevará compuerta giratoria”.
Lo que más llama la atención de las disposiciones que articulan dicha ordenanza, y
que seguramente produjeron resistencia en los propietarios, habitantes del centro de la
ciudad que se vieron afectados por ellas, es que las prohibiciones en cuestión no protegieron
o, si se quiere, no obligaron de igual modo a la numerosa población pobre de los cerros. De
ahí que, cuando el reglamento establecía que para edificar un inmueble, era necesario
mantener con los edificios colindantes una muralla divisoria de al menos “cuarenta
centímetros de espesor, pudiendo ser sustituida por tabiques de doble plancha de fierro de
dos centímetros de espesor cada una, con quince centímetros de claro interior y sostenida
por armazón y postes del mismo material”, en el caso de los habitantes de los cerros, se
permite la construcción de viviendas, “cualquiera que sea el ancho de la muralla divisoria”,
con tal que el material utilizado, dice con mayor amplitud, sea “sólido e incombustible”. Este
inciso sobre excepciones respecto a los “cerros, quebradas y suburbios”, que autoriza a los
propietarios pobres levantar paredes aisladoras “menos costosas”,36 lejos de ser
interpretado en la época como una consideración hacia la población menos favorecida,
pareció una peligrosa negligencia de la autoridad porteña, sobre todo si consideramos que
ni siquiera la acción de bomberos se dejaba sentir en los incendios de los cerros, pues
durante la década de 1870 su Estadística Oficial sólo registra tres asistencias en los cerros
de la ciudad, dada la dificultad de accionar sus vehículos a causa de los problemas de
accesibilidad.37
Si bien podemos afirmar que la calamidad de los incendios residenciales no fue
abordada con la oportunidad necesaria, es decir, más bien a posteriori que preventiva,
sorprende que los escasos espacios privados de convivencia y distracción de Valparaíso se
35. “Ordenanza de la Municipalidad para precaver los incendios y evitar algunas de las desgracias que
puedan ocasionar los temblores”. En: La Opinión, Valparaíso, 23 agosto 1873.
36. Idem.
37. GARRIDO; Eugenia; Op. cit., pp. 101-102.
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38. Boletín de leyes y decretos, “Ordenanza de teatros y espectáculos públicos”, Vol. 109, Libro LXXXV, 22
junio 1916, Ley N° 3.010.
39. URBINA, Rodolfo; Op. cit., p. 238.
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Armar una manguera de cincuenta o cien metros de largo, suponía unir varios chorizos que
no excedían el tamaño de un animal vacuno”.40 En el Diario de Oficiales, con fecha 23 de
febrero de 1858, el comandante de la Tercera Compañía registra sus impresiones del
incendio al que concurrieron ese día: “Es necesario haber visto la lucha, así diré, de nuestros
intrépidos bomberos con los cerros de agua que las más de las veces pasaban sobre sus
cabezas, para juzgar debidamente de lo que es capaz un chileno”.41 Además de la fatigosa
faena, los bomberos debían lidiar con la endémica falta de suministros, como se desprende
del informe del comandante de la brigada de Bomberos de Valparaíso, Juan A. Vives, que
dirige al Comandante General de Armas, acerca del estado en que se encuentra la
Institución. En el oficio, fechado el 28 de febrero de 1845, se dice que el número de hombres
que componen la brigada es reducido debido a los que, periódicamente, se encuentran con
licencia y enfermos; de ahí que en caso de incendio “quedan sin ejercicio tres bombas de las
cinco que hay”. Se explica esta insuficiencia ya que la obligación de los bomberos no es sólo
“arrojar agua sobre una casa incendiada o demoler una muralla, sino también salvar y
custodiar las muebles y demás objetos que se hallen dentro de la casa”. Asimismo, señala
que las herramientas y demás útiles “son pocos, si se quiere que el cuerpo se desempeñe
deliberadamente en un caso de apuro”. Por esta razón, se elaboró un presupuesto de
aquellos objetos de más necesidad para el servicio, “y sin los cuales... excusado es que
hayan bombas e insignificante también la brigada”. Al respecto, dice que la caja del cuerpo
no tiene fondos, “por consiguiente dice me encuentro en la imposibilidad de proporcionar
los útiles que más se necesitan, si el Supremo Gobierno no se sirve auxiliarme”. Por último,
quizás para subir la moral de bomberos, pide mientras tanto se resuelve el problema de su
vestuario, “darles una gorra redonda... lacre la rueda, con una visera y una franja azul... y al
contorno: Bomberos 1ª Compañía N° 1”.42
Aunque el comandante se muestra escéptico, pues considera que “pasará mucho
tiempo” antes que la brigada alcance la fuerza “que pueda corresponder al objeto con que
fue creada”,43 sólo debieron transcurrir dos años para que el gobierno dispusiera que la
brigada “se eleve a un batallón de seis compañías”. Resulta natural que la autoridad
respondiera en parte a los requerimientos de Valparaíso, siendo un pueblo “tan expuesto
como aquél a incendios frecuentes y simultáneos, tanto por la clase de materiales que se
encuentran en sus edificios, como por la estrechez misma de sus calles”.44De todos modos,
bien decía Vives, los auxilios gubernamentales no pudieron habilitar a las brigadas para
corresponder con sus designios, lo que quedó demostrado en el catastrófico incendio de
1850, a propósito del que derivó, el 30 de junio de 1851, de un grupo de particulares que
40. FIGARI, María Teresa; “El cuerpo de bomberos de Valparaíso, de lo pragmático a lo valórico”, Archivum,
N° 4, Viña del Mar, 2002, p. 74.
41. Diario de Oficiales, 23 febrero 1858, citado por IBÁÑEZ SANTA MARÍA, Adolfo; “Los bomberos de
Valparaíso. El caso de la Tercera Compañía 1857-1860”, en Formas de sociabilidad en Chile 1840-1940,
VV. AA., Fundación Mario Góngora, Santiago, 1992, p. 163.
42. Copia del informe al Comandante General de Armas sobre el estado de la Brigada de Infantería Cívica de
Bomberos, Valparaíso. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Documentos Administrativos
Varios, Vol. 8, 28 febrero 1845.
43. Idem.
44. Boletín de leyes y decretos, Vol. 14, Libro XI, 11 noviembre 1847.
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Incendio del Teatro Apolo, ocurrido el año 1920. En: Álbum Histórico del Cuerpo de Bomberos de Chile, Valparaíso 1923.
vieron amenazados sus bienes por el fuego, el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso. Aunque
primero en el país, fue seguido pronto por las otras compañías del mismo Puerto, a saber: la
Primera Compañía el 6 de junio de 1851; la Segunda, el 7; la Compañía de Guardias de
Propiedad, el 9; y la Primera Compañía de Escalas y Hachas, el 10, aunque se acordó que la
fecha de fundación que congregaría a todas las compañías se celebrara el 30 de junio.45 El
mismo Vives, ahora a la cabeza de la Institución, escribe a El Mercurio en diciembre de ese
año inaugural sobre las necesidades del Cuerpo: “Actualmente, se puede decir que carece
de todo. Sólo cuenta con un puñado de hombres animados de buenos sentimientos, pero
sin los elementos necesarios para poder obrar. Este establecimiento carece de máquinas,
carece de mangueras, carece de herramientas, carece en fin, de todo”. De ahí que, por ser
insuficiente la protección del gobierno central y del municipio, usa las páginas del decano de
la prensa porteña para recurrir a los propietarios y comerciantes de esta plaza: “Lleno de
esta confianza me he decidido a abrir una suscripción mensual y a suplicar a todas las
45. El Mercurio de Valparaíso, 3 mayo 1859. Citado por URBINA; Op. cit., pp. 240-241.
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4. Incendios intencionales.
Empero, a pesar de las leyes y ordenanzas aprobadas para prevenir los incendios,
del mejoramiento del equipo y del reconocimiento de la labor del Cuerpo de Bomberos, más
otras medidas complementarias como el decreto de 27 de agosto de 1874, donde el
ayuntamiento aplica multas por incendios o amagos de incendio -que “ingresarán a la caja”-50
de dicho cuerpo, el caso es que los incendios prosiguen con incluso mayor intensidad. ¿Cuál
es la razón?
En un artículo del año 1916, La Unión sostiene que “las amplias y fidedignas
informaciones” acerca del incendio en los edificios de don Fermín Silva en la calle Pocuro,
46. J. Vives, “Valparaíso”, 9 mayo 1845, en El Mercurio de Valparaíso, 16 diciembre 1850. Citado por
FIGARI, María; Op. cit., p. 67.
47. La Unión, Valparaíso, N° 14.046, 29 abril 1927.
48. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Vol. 95, 7 noviembre 1888,
fj. 493.
49. Archivo Municipal de Valparaíso, Archivo Nacional, Secretaría-Documentos, Vol. 170, 10 junio 1901, fjs.
164-165.
50. Archivo Intendencia de Valparaíso, Archivo Nacional, Actas de la Municipalidad, Vol. 63, 27 agosto 1874,
fj. 43.
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“dejan en convicción indiscutible de que este incendio -como tantos otros- es intencional”.
Dice que la visita del juez comprobó la existencia de cinco tarros parafineros, comunicados
con una guía minera para su mejor explosión.51 Y se recuerda otro incendio, ocurrido el 25 de
mayo de 1915, en un inmueble de propiedad del mismo Silva, que también comenzó, según
testigos, “por explosiones análogas”. Agrega que “todo el vecindario del barrio de Santa
Elena... tuvo la conciencia evidente de que se trataba, como ahora mismo, de un incendio
intencional”, pero que la justicia, por falta de pruebas suficientes, mandó sobreseer al
acusado y los seguros del incendio tuvieron que pagarse en su totalidad. Acerca del último
incendio, advierte que aunque el dueño de las casas incendiadas les tenía un seguro de
100.000 pesos, la propiedad debía valer mucho menos, ya que estaba construida con “lo
que se llama material ligero”. De ahí que, según La Unión, había “un lindo negocio en
atracarle fuego a los edificios”, aunque por causa de este atentado criminal “queda
destruido todo su pobre haber para cien o doscientas personas, de multitud de familias,
como son las víctimas actuales”.52 Una noticia sobre el incendio que en 1915 destruyó varios
edificios en la calle Morris, dice que “una desgracia como esa siempre es lamentable”, pero
agrega que “el público se queda más o menos indiferente cuando no hay desgracias
personales, porque piensa que el seguro repone todo o gran parte de lo perdido”.53
Además de los estafadores, La Unión señala a las compañías de seguros como “un
factor poderoso”, que sin quererlo, indudablemente, contribuyen a la perpetración del
delito. Dice que “resulta asombroso el desarrollo de los incendios desde que las compañías
de seguros se han multiplicado, ofreciendo pólizas a destajo... por la cantidad... que quiera
el dueño del inmueble... aunque las existencias de este negocio no alcancen ni a la tercera
parte del valor del seguro”. De hecho, debido al limitado desarrollo de la tecnología en
manos de los peritos de incendios, la única objeción que ponían las compañías era que “no
respondían por las letras de cambio, pagarés y dinero que se perdieran en un siniestro, y...
por ninguno de los bienes asegurados si el siniestro se había originado por un terremoto,
desórdenes internos o guerra”.54 La falta de control hacia las compañías de seguros, movió a
muchos a definirlas “como una especie de calamidad pública, sin que falten quienes opinen
por la supresión, en interés de las ciudades”. Si bien la alarma es comprensible, pues “todo
el mundo conviene en que el 90% de los incendios son intencionales y se da como prueba
del crimen el interés que hay en cometerlo”, también se reconocía que el problema no eran
sólo las compañías, sino la forma en que los seguros se estaban otorgando, ya que “nadie se
incendiaría si sus bienes estuvieran asegurados en una cantidad inferior o igual a la que
podría obtenerse de su venta en un momento dado. El incendio sólo se produce cuando el
monto del seguro es muy superior a sus bienes; como es el hecho corriente y generalizado
en nuestros seguros”.55
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parafina. Después, las sirenas de los bomberos, éstos que corrían con sus toallas al cuello,
los infaltables mirones comparativos, el pago del seguro y la impunidad de los audaces
nerones”.58
58. EDWARDS BELLO, Joaquín; Homo Chilensis, Selección y prólogo de Alfonso Calderón, Valparaíso, 1983,
p. 63.
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