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La infancia tal como la conocemos no es un producto “de la naturaleza” sino una construcción

histórica propia de la modernidad.

Dos puntos de vista pueden colaborar en el proceso de desnaturalización del concepto; la primera
desde un punto de vista histórico. Es importante demarcar que el sentimiento de infancia (propios
del siglo XIII o XIV) no es el mismo que se construyen hoy día. Una segunda implica un proceso de
transición entre este modelo y la nueva concepción de infancia que se adopta en el Occidente.

La obra de Aries (Si bien tuvo críticas y revisiones) indica que la infancia es un fenómeno histórico
y no meramente “natural”. Desde el punto de vista histórico, la institución escolar moderna,
donde se constituye como dispositivo para encerrar a la niñez y a la adolescencia. Según Aries, los
niños no eran ni queridos ni odiados en los términos que esos senti-mientos se expresan en el
presente. Compartían con los adultos las actividades lúdicas, educacionales y productivas. Y no se
diferen-ciaban mayormente de los adultos ni por la ropa que portaban ni por los trabajos que
efectuaban ni por las cosas que normalmente decían o callaban. La infancia genera un campo de
conocimiento pero a la vez es un cuerpo de conocimientos pero a la vez es un cuerpo depositario
del accionar específico de la educación escolar.

La psicología educacional, construyen el concepto que le es propio; el concepto de alumno. En


esta reinserción persisten los elementos de la infancia pero ahora “especializada”. Para el discurso
pedagógico, la cuestión consiste en situar a los cuerpos en posición de alumnos, misma que
implica la posición de infante.

El ser alumno de la institución no consiste en otra cosa que el proceso de infantilización. Esta
infantilización no opera solo sobre niños.

El ser alumno, un cuerpo inerme que debe ser formado, disciplinado, educado. Hacia finales del
siglo XIX la infancia era una cuestión central del estado, determinando legalmente un status
jurídico. Esta primera forma tiende a la universalización de la escolarización y al descenso de la
marginación. Esta política de administración se utiliza con diferentes criterios: El primero, el de la
“inteligencia innata” (discriminando entre “aptos” e “inútiles”). Un segundo criterio de
distribución dado por la edad de los niños. Una tercera forma de distribución fue la meritocrática
la cual premiaba o castigaba de acuerdo al denominado “desempeño individual”.

La administración de la infancia es enteramente histórica, ya que la misma se basa en el saber


pedagógico, el que va determinando, a lo largo del tiempo, lo positivo y lo negativo.

Las escuelas francesas del siglo XVIII, ya observaban al “mal alumno” considerándolo “vicioso”,
como contrapartida de lo “virtuoso”. En este contexto, determinados alumnos dejaron de ser
considerados como “niños”, para ser tratados como “menores”. Su lugar ya no sería la escuela,
sino institutos especiales. De esta manera, “lo normal” y “patológico” en las escuelas son
conceptos relativos a la historia y a determinadas culturas. Esta relocalización, no da cuenta de
una explicación “natural”, sino como efecto de un proceso histórico.
En la actualidad, la infancia no se constituye a partir de un cuerpo heterónomo, obediente y
dependiente del adulto dentro de las instituciones escolares. Este concepto de niño tal como lo
conocíamos está atravesando una crisis, dando lugar a dos polos, o puntos de fuga, de esta
infancia: la Infancia hiperrealizada (la infancia de la realidad virtual)

Donde podemos encontrar niños realizados como tales atravesando este periodo a una velocidad
vertiginosa, desde el punto de vista del saber. Niños con una infancia digital. Una infancia
atravesada por cambios rápidos, donde el cambio es la única constante. De este modo, la
experiencia se convierte en un valor inservible, por tanto la ancianidad es despreciada y
denostada. En este contexto, los niños y adolescentes ensayan el mundo que viene, donde no
existe un único camino para llegar, puesto que no se gobierna el entorno. Lo importante es “no
ser volteado por la ola”, no “caer”, seguir… siempre seguir. Denotando una lógica donde la
satisfacción debe ser inmediata, por tanto el “acumular” para el futuro se convierte en algo sin
importancia. Lo importante es el ahora. Niños que en minutos se adueñan de la experiencia de
décadas de investigación.

Otro punto de fuga es la de la infancia desrealizada, independiente y autónoma, que pudo


construir los códigos que le brindan una cierta autonomía económica y cultural. De este grupo,
difícilmente tengamos ese sentimiento moderno de infancia (ternura y protección), ya que se trata
de una niñez que no está infantilizada. Esta infancia se instaura a partir del fantasma que debió
ser históricamente erradicado, la infancia excluida físicamente de las relaciones del saber.

Originariamente (siglo XIX) la escuela pública se construía como el ámbito capaz de absorber a
estos niños. El relato político y pedagógico predominante hacía suponer que todos iban a ser
salvados por la escuela pública, pero en documentos recientes, ya se advierte que el estado y otras
organizaciones no gubernamentales, deberán efectuar políticas de compensación, ya que cada vez
existen menos filántropos que los integren a la posibilidad de hacerlos dependientes y
heterónomos, surgiendo una nueva categoría: el infante o adolescente marginal (sin retorno) esta
infancia que nadie quiere ver (aquella que tiene cara de niño, pero actitudes de adulto dispuesto a
todo)

Vale una pregunta ¿Qué nos está sucediendo a nosotros los adultos en este proceso de dar
respuesta a este proceso? Somos menos tolerantes. Actualmente la infancia desrealizada es
dejada de analizar por las categorías de la pedagogía y la psicología educacional, corriéndola de su
lugar originario “la escuela”, para ser ubicada en otro lugar “El correccional”, en un contexto no
pedagógico, sino de carácter judicial, escindiendo a estos sujetos de la categoría de “Infante” para
ser considerado “Menor”.

Algo está cambiando. El niño antes era indefenso, necesitaba de nuestro amor, de nuestros
cuidados, enseñanzas… El adulto debía sostenerlo, porque era incompleto y sus conocimientos no
eran útiles en el mundo adulto.
Hoy el mundo infantil es tan legítimo como el del adulto: Consumen, luego existen. No es el chico
el que se debe amoldar a la escuela, es la escuela la que se debe de adaptar a las nuevas
situaciones.

Adultos nostálgicos que miran a la infancia desde categorías que se encuentran en


decadencia. Infantilizándolos a la fuerza. Todo esto muestra una escuela a la que le es difícil
encontrar una respuesta. Mientras tanto ellos siguen existiendo, desarrollándose. Esto nos exige
una mirada, un intento de dar cuenta, porque mirar a los chicos implica mirara hacia adelante,
nuestro propio futuro.

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