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El ser humano como agente de cambio de la biodiversidad

Desde antiguo, el ser humano ha impuesto su hegemonía en la


biosfera, los ecosistemas de todos los rincones del planeta han vivido
en un estado de crisis permanente. Este es un repaso de su
responsabilidad en la desaparición de numerosas especies.

En pleno apogeo de la última glaciación, hace unos 15.000 años, un


grupo de seres humanos, los Clovis, cruzaron el estrecho de Bering,
desde el confín de Asia hacia las tierras de Alaska. Se iniciaba así la
conquista humana de los continentes americanos. Los datos
paleontológicos de excavaciones en localidades del norte y sur de
América muestran algo sorprendente: conforme los Clovis avanzaban
desde tierras canadienses hasta la Patagonia, lo hacía también el
frente de extinción de los grandes mamíferos americanos. Paul Martin,
investigador de la Universidad de Arizona lo resume así: "Los grandes
animales se extinguieron no porque perdieran su fuente de alimentos,
sino porque ellos mismos se transformaron en comida para otros".

Muchos investigadores están convencidos de que cerca de setenta y


cinco especies de grandes mamíferos, entre ellos los mamuts, los
mastodontes, los antílopes de cuatro cuernos, los gliptodones o los
smilodones 'dientes de sable', se extinguieron víctimas de las cacerías
humanas. Este proceso de extinción, que coincidió con el fin de la
última glaciación, fue tremendamente selectivo, pues acabó en todos
los continentes con especies de un peso superior a los 50 kg. Y los
datos sugieren que el ser humano tuvo en ella un papel muy
destacado.

COLONIZAR Y MODIFICAR
Las estrategias de supervivencia de nuestra especie y las tecnologías
que hemos desarrollado para ello han tenido un impacto directo en la
biodiversidad del planeta desde el inicio de nuestra expansión
geográfica. El éxito evolutivo del ser humano radica en nuestra ansia
de colonización y la capacidad de modificar los territorios conquistados
para adaptarlos a nuestras necesidades vitales.
Construimos ciudades, puentes, túneles, presas, autopistas;
modificamos el curso de los ríos, desecamos marismas, conectamos
mares y océanos con canales. Llegamos a cada nuevo lugar con
nuestra provisión de plantas y animales domésticos que nos servirán
de alimento. Desaparecen las barreras geográficas que impiden la
expansión de algunas especies; diversos organismos son introducidos
voluntaria o involuntariamente por el ser humano en nuevos
ecosistemas donde sus efectos en la comunidad existente son
siempre imprevistos. En ocasiones, algunas poblaciones o especies
son exterminadas en unos pocos años o décadas. Desde que el
hombre ha impuesto su hegemonía en la biosfera, los ecosistemas de
todos los rincones del planeta han estado en un estado de crisis
permanente.

Esto ha sido especialmente patente en los ecosistemas


incomunicados por importantes barreras geográficas, las islas. En
Nueva Zelanda, las moas -unas aves no voladoras gigantes que
medían cerca de 3 m de altura y pesaban unos 250 kg- se
extinguieron a finales del siglo XVI, coincidiendo con la llegada de los
primeros grupos de cazadores maoríes a estas islas.

DODOS Y BUCARDOS
Igual de trágica es la extinción de otra ave no voladora, el dodo,
endémico de la isla de Mauricio. Los colonos occidentales introdujeron
nuevas especies en la isla: cerdos, perros, gatos y ratas, que
ejercieron una tremenda presión ecológica sobre esta ave que no
había tenido depredadores hasta ese momento. La destrucción de los
bosques, el hábitat natural del dodo, el saqueo de sus nidos a ras de
tierra y la caza, tanto por el ser humano como por las nuevas especies
introducidas, fueron las causas de su rápida extinción.

Como consecuencia se produjo su completa desaparición un siglo


después de la llegada de seres humanos a la isla a finales del siglo
XVII, convirtiendo a esta ave en el arquetipo de especie extinta a
causa de la intervención humana. La lista es larga e incluye especies
en todos los continentes, entre ellos el tilacino o tigre de Tasmania, la
vaca marina de Steller, los tigres de Java y Bali, la musaraña balear, el
bucardo -la cabra montés de los Pirineos-, o el baiji -el tristemente
célebre delfín del Yang Tse que se cree extinguido aunque aún no ha
entrado en la lista oficial de animales extintos-.
Pero la biodiversidad no solo es alterada por las extinciones. La
introducción de especies alóctonas en los ecosistemas es otro de los
efectos directos de la actividad humana. Las denominadas especies
invasoras en el mejor de los casos desequilibran los ecosistemas en
los que se han introducido hasta que estos logran estabilizarse de
nuevo. Pero eso tiene un coste, la introducción de especies puede
alterar la abundancia y composición de las comunidades. En el peor,
producen la extinción local de especies autóctonas, y el desequilibrio
prolongado o permanente del ecosistema al transformarse en una
plaga de difícil o imposible erradicación.

Es bien conocida la liberación accidental desde el Museo


Oceanográfico de Mónaco de la Caulerpa taxifolia, un alga del océano
Índico, que desde mediados de la década de 1980 se está
expandiendo sin control por el Mediterráneo, poniendo en grave
peligro las praderas de Posidonia oceánica. En la actualidad se estima
que C. taxifolia ha colonizado áreas litorales de Mónaco, Francia,
España, Italia y Croacia. Otro caso similar es el de su
pariente Caulerpa racemosa, que se introdujo en la cuenca
mediterránea oriental a través del canal de Suez en la década de
1930. Avistada inicialmente en las costas de Egipto, alcanzó hacia
1950 Turquía y Túnez. A partir de 1991, su expansión ha continuado
hacia Grecia, Croacia, Italia, Francia y España, compitiendo como
especie invasora con C. taxifolia.

DE SHANGHAI A NORTEAMÉRICA
El cangrejo de Shanghai (Eriocheir sinensis), un manjar de la cocina
china importado vivo a los restaurantes de comida asiática, ha
colonizado ríos y lagos de Norteamérica y Gran Bretaña. Más cercana
a nosotros es la liberación del cangrejo americano (Procambarus
clarkii) y el cangrejo señal (Pacifastacus leniusculus) en arroyos
aragoneses, donde ambas especies están desplazando de su hábitat
al cangrejo autóctono (Austropotamobius pallipes) hasta ponerlo en
peligro de extinción.

Desde su introducción por los colonos europeos en Australia, en el


siglo XVIII, el efecto de los conejos en la ecología de Australia ha sido
devastador. Los conejos parecen ser el factor más importante en la
pérdida de especies en Australia. Son también responsables de
graves problemas de erosión, ya que se alimentan de plantas nativas,
dejando el suelo expuesto y vulnerable a la erosión eólica e hídrica.

El infame mejillón cebra (Dreissena polymorpha), originario del Mar


Caspio y del río Ural y que está colonizando las aguas dulces de
Europa, Asia y América del Norte, fue transportado en el agua de
balasto de los buques mercantes o, como en el caso de la cuenca del,
Ebro en el agua de los cebos vivos de pescadores centroeuropeos.
Lamentablemente, la lista de especies invasoras introducidas por el
hombre, bien accidentalmente o, más frecuentemente de forma
intencionada, es enorme.

Tradicionalmente las vías de comunicación terrestres y marítimas, y


más recientemente las aéreas han facilitado la dispersión de plantas y
animales desde cualquier confín del planeta, y entre ellos los
parásitos. Organismos como la filoxera (Dactylosphaera vitifoliae), el
escarabajo de la patata(Leptinotarsa decemlineata), la taladradora de
la palmera (Opogona sacchari), el gorgojo de la
palmera (Rhynchophorus ferrugineus) y el mosquito tigre (Aedes
albopictus) se han distribuido desde sus territorios originarios por todo
el planeta creando problemas ecológicos, agrícolas y sanitarios.

MODIFICACIÓN GENÉTICA
La investigación biológica y la modificación genética de especies ha
sido otro de los vectores de origen humano que ha afectado a la
biodiversidad. La ya mencionada C. taxifolia, modificada
genéticamente con radiación ultravioleta en el Wilhelmina Zoo de
Stuttgart en Alemania para resistir las condiciones de los acuarios,
está causando estragos en el ecosistema litoral Mediterráneo desde
su liberación accidental. La abeja africanizada es un híbrido
procedente del cruce en un laboratorio brasileño de la subespecie
natural tanzana Apis mellifera scutellata con abejas criollas del
continente sudamericano. Fue liberada accidentalmente cerca de Sao
Paulo en 1957 y ha ido expandiéndose por Sur y Centroamérica,
México, Texas, Arizona, Florida y California, colonizando colmenas e
hibridándose con las abejas autóctonas y causando centenares de
muertes a humanos debido a su gran agresividad en la defensa
territorial.

Hoy más que nunca se puede hablar de un único ecosistema global,


en el que las tradicionales barreras biogeográficas que lo
fragmentaban han sido prácticamente eliminadas por la actividad y
tecnología humana. Por ello, resulta fundamental que reflexionemos
sobre el impacto que nuestras acciones tienen en el medio ambiente y
que seamos conscientes de que una vez que afectan al equilibrio
natural sus efectos escapan por completo de nuestro control.

Alfonso Pardo pertenece a la Escuela Politécnica Superior de Huesca,


Universidad de Zaragoza;Fundación Boreas; Comité de Buceo
Científico FARAS-FEDAS

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