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24 · Principios de Filosofía del Lenguaje
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esperar, y el autor subraya, las respuestas desencadenadas por estas sustan-
cias son estereotipadas en los insectos y relativamente flexibles en los ma-
míferos, como corresponde a las diferencias en la evolución del sistema
nervioso, llegando en el hombre al extremo de que hace dudoso que se
pueda hablar en su caso de feromonas (op. cit., p. 8). Tal vez lo que hay
que pensar es que la utilidad de éstas decrece en el hombre ante medios
de comunicación más eficaces, de tal manera que el sistema feromonal queda·
atrofiado. Es igualmente cierto, de otra parte, que existen además, entre
los animales, señales físicas, como el conocido baile de las abejas por medio
del cual se dan a conocer unas a otras la dirección y distancia aproximada de
la fuente alimenticia respecto a la colmena (efr. Van Frisch, La vida de las
abejas, cap. 11). ¿Constituye todo esto ejemplos de signos? Se notará,
naturalmente, que hay en estos casos una comunidad de individuos en la
que funcionan las señales mencionadas; pero entre esas comunidades y
las sociedades humanas hay toda la distancia que separa a la naturaleza
de la cultura. El uso de tales medios de comunicación y de significación,
su producción e interpretación, no es algo propiamente aprendido; cons-
tituye el producto directo del desarrollo espontáneo de las capacidades bio-
lógicas de la especie. Es exclusivamente natural. En este sentido, y en
contra de Eco, sí hay fenómenos naturales que digan algo por sí mismos
(aunque siempre para algún organismo) , y no veo ningún inconveniente en
considerarlos como signos, puesto que tienen un significado.
Claro está que ni Eco ni nadie pretende negar los hechos semiósicos
naturales mencionados. La cuestión consiste entonces en recurrir a otra
categoría que los cubra y los distinga de aquellos procesos o fenómenos
semiósicos típicamente humanos, y que como tales son convencionales y re-
quieren un código . Para tales efectos Eco utiliza la categoría de señal, y
caracteriza entonces el signo así: <~hay un signo cuando, por convención
previa, cualquier señal está instituida por un código como significante de
un significado» (Signo, secc. 5.3) . La categoría de señal es, por consiguiente,
más amplia; los signos son señales que cumplen con esas condiciones.
Esta concepción difiere de la concepción clásica, originada en Peir~,
quien definió el signo como «algo que está para alguien en lugar de algo
en algún respecto o capacidad» (Collected Papers, secc. 228). De las varias
clasificaciones que hace Peirce para los signos (y cuyos detalles pueden en-
contrarse en la obra de Eco citada, secc. 2.11), la más conocida, y única
relevante para nosotros ahora, es la que atiende a la relación entre el signo
y el objeto significado. En su virtud, Peirce distingue tres clases de signos .
IconoKo signos icónicos; son aquellos que se refieren a un objeto en razón
de sus caracteres própios, lo que quiere decir que algunos de tales carac-
teres corresponden a los del objeto, y por tanto que entre el signo y el
objeto existe una relación de semejanza. Son ejemplo de estos signos las
fotografías, planos, diagramas , etc. En segundo lugar, ír~dices , i[ld!~ios o
signos indéxicos, en los cuales hay una relación de efecto -a- causa, eñ el
sen rido de que tomamos algo como signo de otra cosa en la medida en que
ha sido causalmente afectado por ella; por ejemplo, como ocurre cuando
-- - 2. Signos, signos, signos 25
símbolo en los mismos términos que Saussure, aunqu e acentuando aún más
el carácter icónico del símbolo. Piaget añade, además , a ambos conceptos
el índice y la señal, definiendo el primero de estos a la manera de Pel rce,
y considerando la señal como parte antecedente de un proceso de conducca
artificialmente provocado en condiciones experi memales. A las señales les
reconoce un carácter semántico semejame al de los índices.
Hay que recordar aquí, también , la curiosa forma en que Wittgenstein
utiliza los términos «s igno» y <~símbolo» en el Tractatus Logico-:'Philosophi-
cus, pues vienen a corresponder respectivamente a 10 que Saussure llamaba
significan te y signo. Según Wittgenstein, el signo es lo que puede percibirse
del símbolo, a saber, los sonidos o formas gráficas, a los cuales hay que
añadir el modo de significar para que se constituya el símbolo; de aquí
que un mismo signo (secuencia de sonidos , rasgos gráficos, ete. ) pueda co ns-
tituir al mismo tiempo diferentes símbolos según su manera de significar
(cfr. especialmente proposiciones 3.32 a 3.326). Si despojamos a las defini-
ciones de Saussure de su carácter mentalista, Jo que Wittgenstein llama
«s ignO) viene a coincidir bastante bien con la idea de significante, e igual
que el signo (lingüístico) es pa ra Saussure un compuesto de significante
y significado, el símbolo para Wittgenstein es un compuesto de signo y
significado . Como puede apreciarse, el tema del signo es un tema en el
que no parece haber límites para la variedad terminol6gica.
La oposición entre signo y símbolo, que en una u otra forma aparece
en casi todas las clasificaciones anteriores, se ha utilizado también para
distinguir lo propiamente humano, el mundo de la cultura, de lo puramen-
te animal, la naturaleza. Así se encuentra en ~assirer (An tro pología filosó-
fica, caps. II y lIl ). Cassirer, que es muy sensible a ciertos usos del len- -
guaje como el uso emotivo y poético frente a usos privilegiados por el
interés filosófico como el uso lógico y científico, prefiere definir al hombre
como animal simbólico más bien que com9 animal racional, en la medida
en que la racionalidad no abarca a todas las formas de la cultura , y el
simbolismo sí. De aquí que Cassirer vea conveniente distinguir entre los
signos, propios de los procesos semi6sicos animales, y de hecho reducidos
por él a señales, y los símbolos, característicos del universo humano. Las
señales son parte del mundo físico del ser; los símbolos lo son del mundo
humano del sentido (p. 57). Late aquí, como puede apreciarse, una di vi-
sión radical entre naturaleza y cultura, divisi6n característica del pensa·
miento neokantiano en el que Cassirer hunde sus raÍCes. Hay que notar
que caracterizaciones parecidas pueden encontrarse asimismo en obras de
antropología científica. Por ejemplo, en un reciente manual de la materia,
se afirma que «el género H orno se distingue por la posesi6n de instrumen-
tos y el empleo de símbolos» (VaIls, Introducción a la antropología, cap. 1).
En un sentido distinto, y en el contexto del análisis hermenéutico de
la obra de arce, Gadamer ha distinguido también entre el signo, cuya esen-
cia consiste en referirse o apuntar a algo, y el símbolo, cuya esencia es
reemplazar o estar en lugar de otra cosa (Verdad y método, pp. 202 Y s. ).
28 Principios de Filosofía del Lenguaje
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Creo que las principales divergencias de interpretación de los conceptos
de signo y símbolo pueden conectarse a alguna de las fuentes que he men-
cionado. Para facilitar la referencia, resumo estas clasificaciones en el cua-
dro siguiente.
J Iconos
PEIRCE: Signos Indiccs
I Símbolos
I Naturales (síntomas)
SCHAFF : Signos I I Verbales
Artificiales I J Señales
No verbales
I Signos sustitutivos I1 51mbolo,
No simbólicos
SAUSSURE: Signos lingüísticos
Símbolos
TODOROV: Señales
Signos
Símbolos
PIAGET : Señales
I ndices
Signos
Símbolos
CASSIRER: Signos,
Símbolos
GADAMER : Signos
Símbolos
2.2 Elementos
que basta dejar co nswncia de ellos. Nótese que este concepto de signi ficanre
110 coincide con el de Saussure, primero porque se refiere a cualq uie r tipo
Je signo y no só lo al lingü ístico, y segundo porque pretende ev itar cua l-
quie r connotación mentalista. A este respecto, consideraré como significante
propio para cualqu ier signo lingüíst ico a la reproducción material, hablada
o escrita, de ese signo en cada utilización concreta, o sea, tomando el signo
como acontecimiento individual y concreto, lo que se ha llamado «token»
en la literatura anglosajona, o «sinsigno» (ete. Eco, Signo, 2.7) . Por eje m-
plo, la palabra «ejemplo» en la frase ante rior. A diJerencia del signo acon-
tecimiento, el signo tipo (type) o legisigno, no es más que una abstracción
pen eneciente a esa otra abstracción que es el sis tema. Así, y por lo que
respecta al sistema de la lengua castell ana, la palabra «ejemplo» en gene-
ral, en CLla nto lexema Ínfinú amente replicable en sus di versas utilizaciones
como signo acontecimiento. Estas consideraciones excluyen implícitamente
cualquier sistema de sig nos pura mente mentales, como es el llamado len-
guaje mental, de ant igua tradición en la filosofía (se remonta por lo menos
a Aristóteles) y de importante función, pues a él se subordinaba el lenguaje
oral y escri ro, como ocurre en la interesante teoría de los signos de O cca m
(véase el apénd ice a este capítulo).
E l segundo elemento del signo es el significado, a saber, aquella función
que hace de algo un signo. El significado no es el objeto que el signo re-
presenta, evoca o hace presente. Todo lo más, y en los casos en los que
la función significativa se agote en la referencia, podremos deci r que el
objeto es Lo significado po r el signo. Así, podemos pensar que el fuego es
lo significado por el humo, o que cierto edilicio de Grecia, actualmente
ruinoso, es lo significado por la expresión «el Partenón». Pero el significa-
do, que también podríamos llamar «la sig nificación», del humo O de la
expresión cirada, es una cierta fu nción que consiste en remitirnos respec-
tivamente al fuego o a cierto edificio. El tercer elemento fund amental es
el intérprete, aquel organismo para el cual el signo es signo, o sea, el re-
cepto r, que es quien realiza el paso del signo a lo significado haciendo
opera tiva la conexión entre ambos. En muchas especies, incluyendo la hu-
mana por lo que respecta al lenguaje verbal, todos los indivi duos normales
son receptores no sólo de las emisiones ajenas sino tam bién de las propias,
de manera que todo emisor es al mismo tiempo receptor, y por tanto intér-
prete.
/vest¡g¡os
2.4 El lenguaje
vadores, una clase d e bolsos y alguna otra clase más de objetos, como
puede comprobarse fácilmente con cua lquier diccionar io. Las funciones sig-
nificativas, que resultan de la relación ser el significado de cuando el ar-
gu mento es un significante determ inado (nó tese que digo «ser el significado
de», y no «(ser 10 significado pon»), son, por tamo , funciones de valo res
múlt iples y no de valor único, y, en consecuencia, no son funciones en el
es tricto sentido lógico del término (efr. Quine , Lógica matemática, secc. 40).
Usualmente (por ejemplo, Eco, en 5igno~ 3.5) se llama cód igo a una
supuesta asociación ent re el sistema de significantes y el sistema de signi-
ficados, pero esto es extremadamente impreciso por las siguientes razones.
Primero, porque «significado» , como ya he señalado , es amb iguo ent re
<~el significado» y «lo significado». Y segundo, porque al habla r de los sig-
nificantes y los signi ficados como de dos conjuntos de elementos con los
que ya se cuenta desde un principio y cuya asociación se establece por me-
d io de un código, se dan por resueltos, o · al menos por suficien temente
claros , importantes problemas ontológicos y episte mológicos sobre esas ex-
trañas entidades llamadas «significados», y de hecho se deja abierto el ca-
mino hacia un menta li smo ingenuo y acrítico, con toda la carga de arca ísmo
que esto supone .
Es co mprensible que el tipo de signos que , por su re lación con lo sig-
nificado , se presta a una mayor riqueza de fu nciones significa tivas y es más
apto para consti tuir un lenguaje, sean los símbolos. La mayor parte de los
lenguajes, desde el de las abejas al de los semáforos y el de la música, son
simbólicos. Lo que no quiere decir que no haya otros tipos de lenguaje .
Han existido, por ejemplo, lengu ajes escritos de tipo pictográfico, y, por
consiguiente , de carácter fundamental mente ¡cónico, puesto que cada signo
representaba algo sobre la base de una relación de semejanza . T odavía hoy
está en uso entre Jos habi tantes de la provincia de Yunán (unos ciento cua-
renta mil), al sur de China, un lenguaje, el nakhi, cuya representación es-
crita es pictográfica (se encontrará una representación del mismo· en la pá-
gina 217 de The Languages 01 Ihe World, de Katznet). Por lo demás, re-
sulta casi ocioso recordar que la mayor parte de los lenguajes son humanos
y cu lturales, y que de todas las fo rmas de lenguaje conocidas, parece ser el
lenguaje verbal el que , especialmente en su forma escri ta, ha adq uirido
mayor riqueza y co mplejidad de funciones significatívas. En algunos de los
pensadores que hemos considerado anteriormente , como Saussure y Schaff,
hemos podido comprobar una clara resistencia a considerar los signos lin-
güísticos verbales como símbolos. Esto, naturalmente, depende de cómo se
defina el símbolo . T al y como aquí lo hemos definido , siguiendo a Peirce ,
ambas categorlas no pueden con traponerse , sino que, por el contrario, los
signos lingüísticos quedan categorizados como una subclase de símbolos.
Es importa nte notar , empero, que ni en el uso del castellano ni en la eti-
mología de esas palabras hay, como ya hemos visto , fun damen to sufic iente
para contraponer signo lingüístico y símbolo , y, si se considera de algún
interés recurrir a la tr adición filosófica , recordaré también que en uno de
los lugares clásicos de esta discusión, el comienzo de Sobre la interpretaci6n.
38 Principios de Fiiosoffa del Lenguaje
2.5 La semiótica
Para ccrr;::¡r este capí tulo, recordemos brevemente las tres partes princi~
p:¡]es qlle usua lmente se distinguen en la semiótica o estudio de los signos.
En la formuh'tción más breve se d ice que la pragmática considera las rela-
ciones ent re los signos y sus intérpret.es 6 usuar ios, la semántica se ocupa
de las relaciones cntre los signos y los objetos denotados por ellos, y la
sintax is estudia exclusivamente las relaciones de los signos ent re sí (Morris,
Fundamentos de La teoría de los signos, secc. 3; Carnap, lnt roduction lo
Semantics, secc. 4). En Carn;::¡p se presentan estos tres campos como [res
niveles sllcesivos de abslracción , pues se menciona la semántic<l como un
estud io de los signos en el que se rea li za abs tracción de sus usuarios, y la
sintax:s como un esrudio en el q ue se hace abstracción «también de los
objetos denotados» (p. 9). Posteriorme nte, Morris, en su obra principal
(Sif!.110J, lengua;e y conducta, cap. 8, secc. 1) ha definido de forma más
ehlborada y explícira estos conceptos, de la manera siguiente: la pragmá-
tica trataría del «o ri gen, usos y efectos de los signos dentro de la conducta
en que se hacen presentes»; la semántica estudiaría «la significación de los
signos en todos los modos de significan>; y la sintaxis se ocupa ría de «las
comhinaciones entre signos, sin atender a sus significaciones específicas o a
sus relac iones dentro de la conduc ta en que aparecen». Frente a Ca rnap ,
que es tablece estas distinciones con referencia a un len guaj e, Morris, más
genu inamente preocupado por una teoría general de los sig nos, se esfuerza
en formula r sus definiciones 'en térm inos de signos , y sin prejuzgar que
éstos haY"H1 de constituir un lenguaje. Esto, empero, no es sino una dife-
renc ia de detalle cu ya única consecuencia interesante que se me alcanza es
la de que , según la concepción de Morris, que en esto me pa rece la correc~
ta , el esrudio sintáctico podría ser inexistente cuando se trate de signos
únicos o de un conjunto de signos los cua les no sean susceptibles de com-
binarse entre sí (po r ejemplo, las obras de arte). Más im portante es la
mayor elaboración de las definiciones de Morrís por lo que respecta a la
semánrica y a la pra" mática. Pues, en efecto, el estudio de las relaciones
entre los signos y la realidad (no necesa riamente material ) que los signos
representan no puede reduc irse a relaciones de denotación o referencia entre
los signos y sus objetos (au nque éstos no hayan de ser necesariamente
mareriales). El problema, sin embargo, es que si la semántica da entrada
a todos los modos de significar, puede no se r fácil distinguir algunos de
éstos de cierras usos y efectos que los signos tengan para los intérpretes,
con lo que la delimitación entre semántica y pragmática resulta cuestio-
nable. Como este orden de prohle mas habremos de rratarlo en detalle más
ade lante, especialmente por lo que toca al lenguaje verbal , no 10 prosegui-
remos aquí. Baste dejar indicado que la distinción entre las tres partes
40 Principios de Filosofía del Lenguaje
APENDICE
La teoría de los signos de Occam
El tema que hemos discu tido en este capítulo tiene un precedente
ilustre y clarificador en Occam.
En el primer capítulo de su Summa Logicae, ded icado a la definición
y clasificación de los términos, Occam disti ngue dos semidos del té rmino
signum. En su acepción más general, llama signo a «todo aquello q ue,
cuando es aprehendido, hace conocer otra cosa, aun cuando no se trate
de un primer conoci mi ento, sino que requiera un previo conocimiento ha-
bitual». En este sen tido, la palab ra hablada significa naturalmente a la
manera como el efecto significa la causa. En un semido más restringido,
empero , en el cual toma él el término, signo es «aquello que hace conocer
algo y que está destinado a suponer por ello » (a sustituirlo), o sea, la pala-
bra significativa, así como «lo que puede añadirse a lo anterio r en la pro-
posición » (Occam se rene re con esto a aq uell as palabras que ca recen de
significado completo por sí solas), e igualmente «lo que se compone de lo
°
anteriof» , sea, la proposició n mi sma. En este sentido restr ingido, la pala-
bra habl ada (vox) no es signo natural de nad a.
Con esta di stinción se relaciona estrechamente la división más general
de los signos en Occam. De un lado están aquellos signos que no dan un
2. Signos. signos. signos 41
Rememorativos Vestigios
Imágenes II Natural
Signos Mentales Modo de significar
Lingüisticos Orales
Escritos
I Convencional
Si la manera natural de significa r es propia de los vestigIOs y de las
imágenes, result a difícil, a falta de otras razones en contra, no buscar en
los signos mentales aquell as relaciones causales e icónicas que son respec-
tivamente características de unos y de otras. Y es lo que hace Boehner.
Esto tiene una inmediata consecuencia que parece rechazable : aproxima los
signos lingüísticos mentales a los signos no lingüísticos de tal manera que
la distinción , en apariencia importante, entre signos rememorativos y signos
lingüísticos tiende a difuminarse. Pues si los conceptos o signos mentales
2. Signos. signos, signos 43
mismo para cualquier otro tipo de signos, y por tanto no prueba nada.
¿ Por qué negar que el humo exige una preordenación estructural en el
combustible o que el gemido del animal la supone en su organismo?
Rechazada así esa interpretación, ¿qué nos queda para distinguir los
signos lingüísticos de los rememorativos? Dos características sin duda muy
fundamentales para la teoría de Occam y muy propias del lenguaje. En
primer lugar, el hecho de que, dicho en términos modernos, el signo lin-
güistico se articula en un conjunto complejo que es la oración; dicho .:n
términos de Occam: que el signo lingüístico tiene como función suponer
dentro de la proposición (yen el caso de los signos lingüísticos men tales,
la proposición será asimismo una proposición men tal). En segundo IU5ar, el
hecho de que los signos lingüísticos no aportan simplemente un recuerdo
de lo significado, porque no requieren un conocimiento previo de esto, sino
que tales signos dan un conocimiento primario del objeto. Esto basta para
distinguir radicalmente a los signos mentales de los signos rememorativos,
sin que sea necesario recurrir a la manera de significar. Esta sólo puede
servir para distinguir a los signos orales y escritos, los cuales significan
convencionalmente, de los signos rememorativos, que significan natural-
mente. Los signos mentales, por significar también naturalmente, se aproxi-
man en este aspecto a los signos rememorativos y se d iferencian de los
demás signos lingüísticos. Late aquí una tensión, que va a sobrevivir en
las clasificaciones contemporáneas de los signos (como ya hemos visto),
entre el carácter natural que parece tener el lenguaje humano, y en 10
cual no se distinguiría del conocimiento en general, y el carácter conven-
cional, e incluso arbitrario, que parece tener la significación en las dife-
rentes lenguas. Habría aSÍ, para Occam, un lenguaje natural y, por tanto, .
único para la especie humana, que sería el lenguaje mental (mentatia verba),
y una pluralidad de lenguajes convencionales constituidos por sonidos y
por las representaciones gráficas de éstos . Chomsky, que tanto empeño ha
puesto en rastrear precedentes de su concepción mentalista del lenguaje
en la historia de la filosofía , tiene aquí un filón más rico probablemente
que los que él, con tan poca ·fortuna , ha intentado beneficiar.
Queda ahora la cuestión de cómo se relacionan ambos lenguajes. La
posición de Occam es que a todo término mental corresponde uno hablado
y escrito , pero no viceversa (Summa Logicae, cap . 3). Así, a los términos
orales o escritos que son sinónimos entre sí solamente corresponde un tér-
mino mental, mientras que para cada término oral o escrito que sea ambi-
guo habrá tantos térm inos mentales como significados o acepciones quepa
distinguir en él. La razón es que la variedad de sinónimos no obedece a
necesidades de significación (non est propter necessitatem significationis
inventa) sino que sirve a la mayor riqueza del discurso o a algo de este tipo.
y por ello, Occam reconoce que ha de haber términos men tales que corres-
pondan a los nombres, a los verbos, a los adverbios, a las conjunciones y
a las preposiciones, y que han de tener igualmente su contrapartida en la
proposición mental accidentes como el caso, el número, y, por lo que res-
pecta al verbo, el modo, el tiempo, la persona y la voz, pues todo esto es
2. Signos, signos, signos 45
Lecturas
Una obra breve que resume, aunque con falta de claridad notable mu-
'h~ Vf!ces , la mayor parte de Jo que puede decirse sobre el signo, es igno,
de Umberto Eco (Lab f, Temas de Filosofía, Barcelona, 1976). Una amplia-
ción de esta obra, más elaborada, y con adición de temas nuevos, es el
Tratado de semiótica general del mismo autor (Lumen, Barcelona, 1977),
pero no se encontrarán en ella precisiones mucho mayores sobre el con-
cept de signo. Otra sínte is interesante pero a mi juicio menos conseguida
que la de Eco, es la Teoría de los signos de Bertil Malmberg (Siglo XXI,
México, 1977).
La obra clásica de la semiótica contemporánea es Signos, lenguaje y
conducta, de Morri (Losada, Buenos Aires, 1962; la edición original es
de 1946) Y e lástima que obra tan ambiciosa se encerrara en moldes con-
ducti tas tan estrechos. Esta obra había sido preludiada por un escrito más
breve de Morris, Fundamentos de la teoría de los signos (Univer ¡dad Na-
cional de México, 1958), cuyos dos primeros apartados se encontrarán en la
recopilación de Gracia, Presentación del lenguaje (Taurus, Madrid, 1972) .
obre la teoría de Occam puede verse con provecho El nominalismo de
Guillermo de O ckham como filosofía del lenguaje, de Teodoro de Andrés
(Gredas Madrid, 1969).