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«Nuevos tiempos, viejos detectives»

Isabel MURCIA ESTRADA


Universidad Autónoma de Madrid
isabel.murcia@estudiante.uam.es

RESUMEN:
Desde el nacimiento de la ficción detectivesca, el género se ha convertido en uno de los más
prolíficos de la literatura. Estos textos están íntimamente ligados a la realidad que los rodea, de
modo que los autores se han visto obligados a adaptar sus tramas y sus personajes a las nuevas
épocas. Sin embargo, pese a estas adaptaciones, hay características que se mantienen inalterables.
Autores como Michael Holquist o Geoffrey Hartman explican el éxito del género por su
capacidad para ordenar el caos de una realidad irracional, una misión encomendada a su
protagonista, el detective, que es “un instrumento de pura lógica”. Cuando el mundo ha perdido
los asideros del positivismo y ha dejado de confiar en las instituciones, las novelas de detectives
construyen un suspense que sirve de catarsis a los lectores. Esas circunstancias son el origen del
género y son las que se repiten en cada uno de sus renacimientos.
En este trabajo se analizará la figura del detective en Ana Martí, la protagonista de la trilogía de
Rosa Ribas y Sabine Hofmann (Don de lenguas, 2013; El gran frío, 2014; Azul marino, 2016).
Para ello se partirá de la evolución que ha seguido el personaje del detective, localizando las
características que se han mantenido constantes y definiendo estos rasgos en el personaje de
Ribas y Hofmann. Se demostrará así que Martí, que, como defendió Raymond Chandler, ya es
una protagonista más realista que sus antecesores, sigue respondiendo a un modelo, sigue siendo
ese “instrumento de pura lógica”.

Palabras clave: Novela criminal, detective, positivismo.

1. NUEVOS TIEMPOS: LA ERA DE LA RAZÓN

El reciente nacimiento de la ficción detectivesca, con apenas dos siglos de antigüedad,


nos permite un análisis más exhaustivo de las circunstancias que lo impulsaron a
aparecer, las necesidades que cubría, el éxito que ha alcanzado y la realidad que lo
justifica. Y su corta edad, además, facilita un estudio más detallado de su evolución desde
la novela-puzzle o novela-enigma, que se plantea casi como un juego para el lector, hasta
la novela negra, de mayor complejidad narrativa y vinculada de una forma más patente
con la crítica de la realidad que describe.

Con la revolución industrial se produce un gran desarrollo de la técnica y las ciencias


físicas, naturales y humanas. Durante el siglo XIX se producen importantes avances en
medicina, pues tanto aquí como en farmacia se comienzan a aplicar los preceptos
científicos; aparecen innumerables inventos relacionados con la técnica y las
comunicaciones, como la locomotora, la fotografía, el teléfono, el gramófono, la radio y
el radio-control…; se desarrollan diversas teorías, como la evolutiva de Darwin, la
microbiana de Snow, Pasteur, Kock y Lister, la atómica de Dalton, o la psicoanalítica de

1
Freud; y se realizan grandes descubrimientos, como la primera enzima, el acetileno, el
efecto termoeléctrico, la termoiónica… “A partir de entonces los fenómenos y
acontecimientos empezaron a explicarse a través de razonamientos científicos y no por la
intervención de la voluntad divina” (Rigal Aragón y Martín Ruiz 2014: 93).

La industrialización también había causado el éxodo rural, que impulsó el desarrollo de


las ciudades, que prometían una vida mejor, mejores condiciones laborales, mejor
vivienda, etc. Pero estos núcleos urbanos se convirtieron pronto en escenario de crímenes,
que aparecieron como consecuencia del aumento de la población y el deterioro de las
condiciones de vida. Además, el incremento del anonimato otorgado a los individuos en
esas ciudades “had created a corresponding increase in opportunities for criminal
behaviour” (Rzepka 2005: 39). Aparece también en este entorno la institución policial,
que ya en el siglo XIX empieza a utilizar el método de investigación, de detección, dando
peso a las pruebas físicas; y también se desarrolla la ciencia forense. Sin embargo, parece
que, como defiende Ernst Kaemmel, existe una cierta desconfianza en las instituciones
policiales para impartir justicia1.

Este nuevo contexto sociocultural vino acompañado de un cambio en la consideración del


arte y la literatura. Gracias, sobre todo, a la transformación impulsada por autores como
Walt Whitman y Edgar Allan Poe aparece “la idea de literatura como un hecho
intelectual” (Borges 1979: 34). Con la aparición del positivismo, la concepción del arte
cambió por completo: dejó de ser producto de la inspiración de las musas para ser fruto
de la reflexión. El arte es creado a través de un proceso de la inteligencia.

Y, entonces, con todos estos ingredientes, nació el género detectivesco. Conscientes de


todos estos cambios que se habían producido, los primeros escritores de novela criminal
incluyen esta influencia del positivismo y del pensamiento racionalista en sus textos. Y
sitúan el método inductivo y la observación en un contexto urbano con un alto índice de
criminalidad. La mezcla de todo ello dio lugar a un género literario íntimamente ligado a
la realidad que lo rodeaba, por lo que su supervivencia estaba supeditada a su capacidad
de ir adaptándose a los nuevos tiempos.


1
“Neither sosiety itself nor the institutions it has created, especially the police, prove themselves capable of
solving it [the crime]” (Most & Stowe 1983: 58)

2
En su origen, la novela-enigma, primera variante de la novela criminal2, surge con una
serie de elementos y “reglas”: un detective (investigador) tiene noticia de un misterio sin
resolver y debe encargarse de realizar una investigación para desentrañar el misterio. En
este tipo de narración, la relación con el contexto radica en la metodología empleada por
el detective y su capacidad para restablecer el orden que parecía haber desaparecido.
“The story of the detective genre largely coincides with the history of narrative practice
in these reconstructive sciences, and with its popular dissemination” (Rzepka 2005: 33).
Cuando parece que la confianza en el positivismo empieza a tambalearse, este género
pretende devolver la lógica y la armonía a las sociedades urbanas, sobre todo a las clases
media y alta, que son las que aparecen retratadas. Se necesitaban asideros racionales para
una realidad irracional, ilógica.

Ya en los años 20 se produce un cambio histórico. La Gran Guerra había dejado al mundo
occidental desorientado y la novela-enigma pasa a ser considerada un tipo de literatura al
estilo de las novelas de costumbres, con unos personajes-tipo previsibles y una acción
que no tiene mayor interés que el simple juego de inducción. Aparece, entonces, una
revisión del género que se adapta mejor a la nueva realidad: la novela negra. Ahora la
acción se sitúa en una sociedad “sin reglas”, donde coexisten el crimen organizado, las
administraciones corruptas, el estraperlo. Su adaptación a la nueva realidad se justifica a
partir de su función de crítica y denuncia social, convirtiéndose en “testigo de su universo
inmediato en lo que concierne a la vida criminal” (Coma 1983: 39).

Pero en esta evolución del género, que se adapta constantemente a los nuevos tiempos, no
cambian todos sus elementos, hay ciertos componentes que mantienen inalterables
algunas de sus características. “El género […] supone la permanencia de un «modelo
estructural» en el cual el epígono valioso introduce ciertas alteraciones […]. Hay, pues
permanencia y alteración a la vez” (Guillén 2005: 141). En la novela criminal, sobre todo
entre la novela-enigma y la novela negra, cambia la acción, cambia el criminal, cambia el
misterio o crimen, y, por supuesto, cambia el investigador, pero permanecen algunas de
sus características, lo que nos permite mantener a estas novelas dentro del mismo género.


2
La novela criminal ha sido definida por Valles Calatrava como el “género narrativo que aglutina un
conjunto de relatos caracterizados principalmente […] por situar como tema básico el hecho delictivo
concebido como enfrentamiento entre justicia y crimen (y sus representantes)” (Valles Calatrava 1990: 30)

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2. EL DETECTIVE: UN INSTRUMENTO DE PURA LÓGICA

El detective, el investigador, es uno de esos elementos que, a pesar de las adaptaciones,


ha mantenido constantes ciertas características. Y quizá la más importante sea la que lo
define:

“The detective, the instrument of pure logic, able to triumph because he alone in a
world of credulous men holds to the Scholastic principle of «adequatio rei et
intellectus», the adequation of mind to things, the belief that the mind, given
enough time, can understand everything.”3 (Holquist 1983: 156-157)

A pesar de las distintas caracterizaciones de los protagonistas de las novelas criminales


que, desde su aparición, se han realizado, y de la clara intención de muchos autores por
establecer una oposición radical entre el detective de la novela clásica, al estilo de Dupin
o Holmes, y el “sabueso” de la novela negra, un Spade o un Marlowe, lo cierto es que
ambos comparten su función principal: recomponer “el desorden que el crimen ha
desencadenado” (Martín Cerezo 2005: 362).

El personaje protagonista de la ficción detectivesca, sea cual sea la versión en la que se


materialice, suele compartir una serie de rasgos que, sin llegar a convertirlo en un
personaje-tipo, lo singularizan y distinguen del resto de protagonistas de otros géneros y,
por supuesto, de los demás personajes de estas novelas.

1. Capacidad de observación o de relación. Tanto los detectives de las primeras


narraciones clásicas, como los investigadores de la posterior novela negra son capaces de
desempeñar su trabajo porque tienen una aptitud natural, una cualidad especial, que les
permite percatarse de los detalles y relacionar los distintos elementos del crimen hasta
resolverlo. “[E]l privilegio del detective es ver de forma distinta” (Martín Cerezo 2005:
371).

2. Ciertas “rarezas” que le permiten distinguirse del resto. En ocasiones ese rasgo es una
extravagancia, como “el amor a los libros raros (Dupin), amar las rosas (el sargento Cuff,
Poirot), tocar el violín (Sherlock Holmes), interesarse por la arqueología (Philo Vance), la
gastronomía (Nero Wolfe, Pepe Carvalho), los vinos (Peter Wimsey)” (Martín Cerezo
2005: 365). Pero también puede ser algún vicio o manía que, como dice Aurora Aragón,
“humanizan al detective” (Aragón 1989-1990: 83), como liar lentamente los cigarrillos


3
La cursiva es nuestra.

4
(Spade) o beber whisky (Marlowe).

3. Individualismo. Este rasgo está vinculado con los anteriores. Tanto su especial
capacidad de observación y relación, como sus excentricidades o manías marcan su
individualidad, distinguiéndolo del resto. Incluso en los casos en los que tiene un
compañero, es él y solo él quien destaca, quien es diferente. Aunque disponga de ayuda,
es un personaje solitario que reivindica su libertad individual al estilo del Romanticismo,
actuando en ocasiones, incluso, al margen de la ley.

4. Ser un “outsider”. Aunque esta cualidad es más propia de los detectives de la novela
negra, también puede caracterizar a los investigadores de la novela-enigma, pues todos
estos personajes se mantienen al margen de las tendencias más comunes, en la periferia
de las normas sociales, en ocasiones. Y esto les permite “plausibly move across the range
of social classes” (Balibrea 2011: XX).

5. Poseer una serie de conocimientos sobre “asuntos menudos” (Doyle 2014: 61) en muy
diversas materias (física, química, psicología, arte, sociología, etc.), que tienen la
finalidad de servir de herramienta para resolver los crímenes a los que se enfrenta. Esos
conocimientos pueden haber sido adquiridos mediante el estudio y las lecturas, o a través
de la experiencia laboral, como miembro de diversas investigaciones. Pero su utilidad
siempre queda demostrada en la novela, pues sirven de base para construir la resolución
del caso.

Estas cualidades se podrían aplicar, en mayor o menor medida, a cualquiera de los


detectives desde que apareció el género. Sin embargo, la evolución de la narración
criminal ha marcado una escisión entre las obras clásicas de los inicios del género y la
novela negra norteamericana. Esta separación está basada en una serie de diferencias que
afectan tanto a la realidad que representan como a ambientes, función y, por supuesto, a
personajes. Borges, por ejemplo, veía en la artificiosidad de la novela policíaca clásica
una causa para su corta perduración en el tiempo. La novela y el relato detectivescos
clásicos, tal y como quedaron establecidos después de E. A. Poe, marcan una oposición
clara entre el bien y el mal, era considerada una literatura de “fórmula”, en tanto en
cuanto debía cumplir una serie de estrictas reglas, y sus protagonistas forman parte de la
aristocracia. Sin embargo, la ficción detectivesca ha salvado el escollo adaptándose a los
cambios que sufrió el mundo durante la primera mitad del siglo XX, dando paso a una

5
novela con “rasgos de realismo y denuncia social” (Cerqueiro 2010: 4), una novela que es
“a new form of realism, a revival of the realist mode of representation and the task of
writing a novel as a political exercise”, convirtiéndose así en “a strategic cultural space
for the critique of the status quo” (Balibrea 2011: 32).

Todas estas distinciones entre una y otra afectan también al personaje del detective, pues
en la novela-enigma clásica es brillante, un investigador que, aunque a veces cobre por su
trabajo, realiza las pesquisas necesarias para hallar la solución del crimen por el puro
placer de poner a prueba sus capacidades, ve la investigación como “una buena
diversión” (Poe 1997: 210), ejercita su talento analítico “por el placer que ello le
producía” (Poe 1997: 195). El detective es un héroe cuya función será “legitimar y
reforzar ese orden social” (Colmeiro 2015: 17) burgués que surge tras la revolución
industrial, con la modernidad, que defiende la reflexión y la observación como únicas
formas de investigación. Este detective clásico no se mancha las manos.

En la novela negra, por el contrario, el detective es un “solitario, individualista, [que] sólo


obedece a su propio código moral” (Benoit 1983: 46) y trabaja únicamente por la
compensación económica. Es una suerte de antihéroe, cuestionable moralmente, que sirve
para denunciar la violencia del nuevo orden capitalista. Se define “más bien en razón a su
brutalidad y a un sistema de trabajo donde la acción predomina sobre la reflexión” (Coma
1983: 43). Se implica y participa en la acción.

Pero todas estas diferencias no son más que las marcas de una adaptación, de una
evolución del género y del personaje del detective, en particular. El investigador es un
personaje creado ad hoc para la ficción detectivesca, por lo que se tiene que amoldar a los
cambios que se produzcan a lo largo de la evolución del género, porque, a diferencia de
otras, en la novela criminal no existe narración si no hay detective. Entre la novela
policíaca clásica y la novela negra no hay una ruptura radical, sino, más bien, un
desarrollo de “les virtualités qu’il portait en sa nature” (Boileau-Narcejac 1975: 6). Por
ello, el detective, “ingrediente primario de toda narración policíaca por su relación directa
con el factor característico de este tipo de literatura: la investigación” (Martín Cerezo
2005: 362), cambia en apariencia, pero su esencia se mantiene inalterable.

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3. LA TRILOGÍA DE ROSA RIBAS Y SABINE HOFMANN

Tal y como defienden autores como Bados Ciria, Lissorgues o Hart, el nacimiento de la
novela policial española ha estado más estrechamente vinculado a la novela negra
norteamericana, y a sus versiones cinematográficas, que a la original novela-enigma
clásica. Esto hay que sumarlo al hecho de que su desarrollo en España ha sido muy
reciente, porque, como dice Vázquez de Parga, “las novelas que se escribían en España o
eran policíacas o eran españolas pero difícilmente ambas cosas a la vez” (Vázquez de
Parga 1983: 24). Por lo tanto, la ficción detectivesca en España debe ser analizada y
estudiada teniendo en cuenta sus peculiaridades tanto de filiación como de edad. Además
de esto, la trilogía de Rosa Ribas y Sabine Hofmann cuenta con otras singularidades
como su génesis a “cuatro manos”, su protagonista y autoría femeninas y, por último, la
crítica a una realidad extemporánea, pues, escritas en el siglo XXI, sitúan su acción en la
década de los años 50 del XX.

En su versión española, entre los años 80 y 90 emerge la figura de la mujer en la novela


de detectives, tanto como autora cuanto como protagonista (Vosburg 2011: 75). Al igual
que los autores masculinos, las escritoras utilizan el género para “articulate, interrogate
and critique the changing sociopolitical landscape” (Vosburg 2011: 75). En el caso de
Don de lenguas (2013), El gran frío (2014) y Azul marino (2016) el panorama
sociopolítico que se elige es la España de los años 50, cuando la dictadura franquista está
enmarcada en el contexto internacional de la Guerra Fría y, gracias a su alianza con los
Estados Unidos, se inicia la tímida apertura económica del país. Además se ha firmado el
nuevo Concordato con la Iglesia católica y aparecen las primeras protestas obreras y
universitarias.

En este contexto se sitúa Ana Martí, protagonista de la trilogía, una joven periodista que
debe superar sus dos grandes hándicaps: ser joven y ser mujer. Ana Martí es hija de un
periodista de La Vanguardia “caído en desgracia” al que obligaron a abandonar la
profesión, y hermana de un “rojo” fusilado por el régimen. Sin embargo, forma parte de
una familia adinerada. El personaje de Ana Martí encarna algunas de las cualidades
propias de un detective.

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En primer lugar, su capacidad de observación y relación le permite ver más allá de las
simples apariencias y no conformarse con la solución más obvia. En Don de lenguas,
cuando el asesinato de Mariona Somosierra parece estar resuelto, Ana Martí continúa con
la investigación, porque hay algunas cuestiones que no han quedado aclaradas. Lo mismo
ocurre con El gran frío, donde su capacidad de relacionar la lleva a ir encajando las
piezas de los distintos “misterios” y “secretos” del pueblo del Maestrazgo, hasta dar con
la solución final que hace que todo se resuelva. Y, por último, en Azul marino, consigue
esclarecer el suceso gracias a su minuciosa observación y su perspicacia.

Posee también esos conocimientos que, aunque a priori pueden parecer vanos, son
decisivos a la hora de resolver el crimen. En la primera novela utiliza su pericia con la
lengua y sus nociones de ópera; en la segunda, de nuevo el lenguaje y la forma en la que
la cultura popular describe la realidad en sus cánticos; y, en la última, otra vez el lenguaje
y la dialectología.

Su carácter individualista la lleva a realizar en solitario las investigaciones. Aunque a


veces se valga de un inspector de la Brigada de Investigación Criminal, o de la ayuda de
su tía Beatriz, filóloga experta en dialectología, la mayor parte del peso de la
investigación depende única y exclusivamente de ella, actuando en solitario para no poner
en peligro a su tía y para evitar las suspicacias del inspector, que desconfía de la
capacidad de investigación de una periodista joven y mujer. “¿La periodista? ¿Una
mujer?” (Ribas & Hofmann 2014: 37).

Por último, se la considera una “outsider”, pues es una mujer en un mundo de hombres,
donde la juventud se asocia a la inexperiencia y, por tanto, a la ignorancia, y donde las
mujeres no tienen cabida, y mucho menos en las investigaciones criminales. Las
periodistas se encargaban de la crónica social, pero no de los casos de asesinato. En este
sentido Ana está al margen de la sociedad, fuera de lo que se espera de ella por sexo y por
edad. Es una chica joven que fuma, que sabe conducir, que no busca un marido que la
retire.

Pero Ana Martí no es el único personaje de esta trilogía. Excepto en la segunda novela,
que es quizá la que se escapa un poco más del género, pues no se desarrolla en un
ambiente urbano, sino rural, y no presenta el crimen que se debe resolver desde el
principio, sino que va descubriéndose su existencia a medida que avanza la narración, la

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periodista cuenta en sus investigaciones con dos personajes que la acompañan, y que ya
hemos mencionado antes: el inspector Isidro Castro, de la BIC, y su tía Beatriz Noguer,
profesora a la que habían prohibido trabajar en la universidad y el bachillerato españoles
hasta que obtuviera “un certificado que garantizara su adhesión al Régimen” (Ribas &
Hofmann 2014: 31). Ambos encarnan las “rarezas” que quizá le faltan a Ana Martí: él, el
vicio del tabaco; y ella, la extravagancia de la vastísima cultura literaria.

Isidro Castro encarna la parte “hard-boiled” de la trilogía. Aunque en el cuerpo es


considerado un inspector intachable, que siempre hace cumplir la ley, sus métodos, como
todos los de la policía de la época, son cuestionables, utiliza la violencia como costumbre
en sus interrogatorios. No pertenece a la burguesía ni mucho menos a la clase alta de la
sociedad, para quien es un intruso que usa un “tono algo brusco” (Ribas & Hofmann
2014: 112) en sus entrevistas. El inspector es el antihéroe de la novela negra que gusta
más de la acción que de la investigación. Representa a ese solitario que obedece a su
propio código moral, a veces opuesto a las instrucciones de sus superiores, aunque nunca
se atreva a desobedecer. Es un tipo duro, violento, algo cínico, y, como Spade o Marlowe,
utiliza el tabaco como carta de presentación. Aunque forme parte de la policía y esté
casado, actúa como un lobo solitario.

Por otro lado, Beatriz Noguer es el racionalismo y el cientificismo. La filóloga simboliza


la parte más clásica de la novela de detectives. Constituye el investigador mesurado,
lógico, objetivo, que a través de la investigación y análisis de las pruebas, es capaz de
plantear la solución de un crimen sin moverse del sillón de su casa. Ella representa la
reflexión, contra la acción. Se sirve de la ciencia lingüística y filológica para encontrar las
pistas que permiten el esclarecimiento del caso. Con el lema de su profesor “[l]a ciencia
no se nutre de impresiones, sino de pruebas”, en Don de lenguas investiga y analiza
minuciosamente unas cartas encontradas hasta descubrir que no todas estaban escritas por
el mismo autor, pues todas “menos la última presentaban una sintaxis compleja, a veces
alambicada, y el léxico era más elevado” (Ribas & Hofmann 2014: 221). Ella es ese
personaje de familia ilustre que no forma parte del sistema de seguridad del estado y
posee unos gustos refinados; da el toque de distinción, al estilo de Holmes o Dupin.

La suma de estos tres personajes, con Ana Martí a la cabeza, da como resultado un
detective “perfecto” que se define, no solo con las cualidades que hemos establecido
como comunes a todos los personajes protagonistas de la novela criminal, sino que,

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además, engloba las características específicas de los investigadores de la novela policial
clásica y los de la novela negra. Resulta así una suerte de detective “total” que bebe de
todas las etapas del género, aunque diseminadas entre tres personajes con peso desigual,
pero los tres indispensables en la narración.

La periodista Ana Martí es una protagonista más realista que sus antecesores, pues sus
cualidades están combinadas en distinta medida y se aleja de la perfección heroica de los
detectives de la novela clásica tanto como de los antihéroes de la novela negra, donde el
detective es casi “une réplique de l’assassin, une sorte de criminal à l’envers” (Boileau-
Narcejac 1975: 75).

4. CONCLUSIONES: LA UTILIDAD DE LO INÚTIL: LA “PURA LÓGICA” Y


EL RACIONALISMO

En la actualidad los tiempos han vuelto a cambiar, y el utilitarismo ha modificado de


nuevo la concepción del arte y las humanidades, en general. En el sistema económico del
libre mercado y del capitalismo se ha identificado “utilidad” con “rentabilidad”. “[S]e
consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no
producen beneficios” (Ordine 2013: 9), en favor de las ciencias exactas, físicas, químicas
y naturales. Y a cada transformación en la concepción del arte y las humanidades, se
produce un cambio en la literatura y, en concreto, en la novela criminal, que está tan
estrechamente ligada a la realidad. Por ello, hoy este género cumple una doble función:
por un lado, reaviva el vínculo entre las humanidades y el razonamiento lógico, el
pensamiento analítico, pues este es el método empleado para resolver los crímenes; y, por
el otro, realiza la crítica de la realidad, función que ya cumplía antes.

En la trilogía de Rosa Ribas y Sabine Hofmann la reivindicación del papel de las


humanidades y su consideración de ciencia, su vínculo con el razonamiento, la
objetividad y ese pensamiento analítico, está presentada a través de los personajes de Ana
Martí, pero, sobre todo, de su tía Beatriz Noguer. Durante la investigación del caso
planteado en la primera novela, el análisis lingüístico realizado por esta filóloga dirige las
pesquisas hacia la resolución del crimen de Mariona Sobrerroca. Y en la última novela,
será la pericia en dialectología, aprendida de su tía, la que lleve a Ana a asociar a un hijo
con su padre, y así poder atar todos los hilos que faltaban.

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Y la función de crítica de la sociedad, aunque, como dijimos, extemporánea, queda
patente en todas las novelas, pues están protagonizadas por una periodista que tiene muy
clara su labor de analista y crítico de la sociedad. Una periodista que, ante la insinuación
que le hace el inspector Castro sobre su trabajo con los informes que le pasa la policía —
“Lo que usted tiene que hacer es ponerlo todo bonito” (Ribas & Hofmann 2014: 44)—,
tiene claro que ese no es el camino hacia la verdad y la información y responde que “eso
no lo voy a hacer. Búsquese un corrector de estilo. Yo soy periodista” (ibid.)

Pero esta trilogía encierra otro vínculo con la realidad. En la actualidad parece que
habitamos un mundo fragmentario, que gusta cada vez más de la especialización y huye
de ese humanismo que se definía como búsqueda del saber y dominio de distintas
disciplinas. Una única persona no puede encarnar diversos saberes, porque lo que se
pretende es el conocimiento exhaustivo en una de las ramas del conocimiento. Los
personajes que conforman los pilares de la investigación en las novelas de Rosa Ribas y
Sabine Hofmann representan también ese fragmentarismo. Ana Martí, el personaje
protagonista, no puede personificar todas las cualidades propias de todos los detectives,
por ello, junto a ella se sitúan dos personajes más y, entre todos, se enlazan todos los
rasgos que se asocian a los detectives de todas las épocas. De manera sutil han
conseguido incluir en la misma narración al detective clásico y al investigador “hard-
boiled”, y, dirigiendo la sinfonía, una periodista que reparte su protagonismo y alterna las
apariciones de ambos, de manera que el conjunto dé como resultado un reparto equitativo
de razón y acción, de lógica científica y violencia, de novela-enigma y de novela negra.

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