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RESUMEN:
Desde el nacimiento de la ficción detectivesca, el género se ha convertido en uno de los más
prolíficos de la literatura. Estos textos están íntimamente ligados a la realidad que los rodea, de
modo que los autores se han visto obligados a adaptar sus tramas y sus personajes a las nuevas
épocas. Sin embargo, pese a estas adaptaciones, hay características que se mantienen inalterables.
Autores como Michael Holquist o Geoffrey Hartman explican el éxito del género por su
capacidad para ordenar el caos de una realidad irracional, una misión encomendada a su
protagonista, el detective, que es “un instrumento de pura lógica”. Cuando el mundo ha perdido
los asideros del positivismo y ha dejado de confiar en las instituciones, las novelas de detectives
construyen un suspense que sirve de catarsis a los lectores. Esas circunstancias son el origen del
género y son las que se repiten en cada uno de sus renacimientos.
En este trabajo se analizará la figura del detective en Ana Martí, la protagonista de la trilogía de
Rosa Ribas y Sabine Hofmann (Don de lenguas, 2013; El gran frío, 2014; Azul marino, 2016).
Para ello se partirá de la evolución que ha seguido el personaje del detective, localizando las
características que se han mantenido constantes y definiendo estos rasgos en el personaje de
Ribas y Hofmann. Se demostrará así que Martí, que, como defendió Raymond Chandler, ya es
una protagonista más realista que sus antecesores, sigue respondiendo a un modelo, sigue siendo
ese “instrumento de pura lógica”.
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Freud; y se realizan grandes descubrimientos, como la primera enzima, el acetileno, el
efecto termoeléctrico, la termoiónica… “A partir de entonces los fenómenos y
acontecimientos empezaron a explicarse a través de razonamientos científicos y no por la
intervención de la voluntad divina” (Rigal Aragón y Martín Ruiz 2014: 93).
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“Neither sosiety itself nor the institutions it has created, especially the police, prove themselves capable of
solving it [the crime]” (Most & Stowe 1983: 58)
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En su origen, la novela-enigma, primera variante de la novela criminal2, surge con una
serie de elementos y “reglas”: un detective (investigador) tiene noticia de un misterio sin
resolver y debe encargarse de realizar una investigación para desentrañar el misterio. En
este tipo de narración, la relación con el contexto radica en la metodología empleada por
el detective y su capacidad para restablecer el orden que parecía haber desaparecido.
“The story of the detective genre largely coincides with the history of narrative practice
in these reconstructive sciences, and with its popular dissemination” (Rzepka 2005: 33).
Cuando parece que la confianza en el positivismo empieza a tambalearse, este género
pretende devolver la lógica y la armonía a las sociedades urbanas, sobre todo a las clases
media y alta, que son las que aparecen retratadas. Se necesitaban asideros racionales para
una realidad irracional, ilógica.
Ya en los años 20 se produce un cambio histórico. La Gran Guerra había dejado al mundo
occidental desorientado y la novela-enigma pasa a ser considerada un tipo de literatura al
estilo de las novelas de costumbres, con unos personajes-tipo previsibles y una acción
que no tiene mayor interés que el simple juego de inducción. Aparece, entonces, una
revisión del género que se adapta mejor a la nueva realidad: la novela negra. Ahora la
acción se sitúa en una sociedad “sin reglas”, donde coexisten el crimen organizado, las
administraciones corruptas, el estraperlo. Su adaptación a la nueva realidad se justifica a
partir de su función de crítica y denuncia social, convirtiéndose en “testigo de su universo
inmediato en lo que concierne a la vida criminal” (Coma 1983: 39).
Pero en esta evolución del género, que se adapta constantemente a los nuevos tiempos, no
cambian todos sus elementos, hay ciertos componentes que mantienen inalterables
algunas de sus características. “El género […] supone la permanencia de un «modelo
estructural» en el cual el epígono valioso introduce ciertas alteraciones […]. Hay, pues
permanencia y alteración a la vez” (Guillén 2005: 141). En la novela criminal, sobre todo
entre la novela-enigma y la novela negra, cambia la acción, cambia el criminal, cambia el
misterio o crimen, y, por supuesto, cambia el investigador, pero permanecen algunas de
sus características, lo que nos permite mantener a estas novelas dentro del mismo género.
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La novela criminal ha sido definida por Valles Calatrava como el “género narrativo que aglutina un
conjunto de relatos caracterizados principalmente […] por situar como tema básico el hecho delictivo
concebido como enfrentamiento entre justicia y crimen (y sus representantes)” (Valles Calatrava 1990: 30)
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2. EL DETECTIVE: UN INSTRUMENTO DE PURA LÓGICA
“The detective, the instrument of pure logic, able to triumph because he alone in a
world of credulous men holds to the Scholastic principle of «adequatio rei et
intellectus», the adequation of mind to things, the belief that the mind, given
enough time, can understand everything.”3 (Holquist 1983: 156-157)
2. Ciertas “rarezas” que le permiten distinguirse del resto. En ocasiones ese rasgo es una
extravagancia, como “el amor a los libros raros (Dupin), amar las rosas (el sargento Cuff,
Poirot), tocar el violín (Sherlock Holmes), interesarse por la arqueología (Philo Vance), la
gastronomía (Nero Wolfe, Pepe Carvalho), los vinos (Peter Wimsey)” (Martín Cerezo
2005: 365). Pero también puede ser algún vicio o manía que, como dice Aurora Aragón,
“humanizan al detective” (Aragón 1989-1990: 83), como liar lentamente los cigarrillos
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La cursiva es nuestra.
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(Spade) o beber whisky (Marlowe).
3. Individualismo. Este rasgo está vinculado con los anteriores. Tanto su especial
capacidad de observación y relación, como sus excentricidades o manías marcan su
individualidad, distinguiéndolo del resto. Incluso en los casos en los que tiene un
compañero, es él y solo él quien destaca, quien es diferente. Aunque disponga de ayuda,
es un personaje solitario que reivindica su libertad individual al estilo del Romanticismo,
actuando en ocasiones, incluso, al margen de la ley.
4. Ser un “outsider”. Aunque esta cualidad es más propia de los detectives de la novela
negra, también puede caracterizar a los investigadores de la novela-enigma, pues todos
estos personajes se mantienen al margen de las tendencias más comunes, en la periferia
de las normas sociales, en ocasiones. Y esto les permite “plausibly move across the range
of social classes” (Balibrea 2011: XX).
5. Poseer una serie de conocimientos sobre “asuntos menudos” (Doyle 2014: 61) en muy
diversas materias (física, química, psicología, arte, sociología, etc.), que tienen la
finalidad de servir de herramienta para resolver los crímenes a los que se enfrenta. Esos
conocimientos pueden haber sido adquiridos mediante el estudio y las lecturas, o a través
de la experiencia laboral, como miembro de diversas investigaciones. Pero su utilidad
siempre queda demostrada en la novela, pues sirven de base para construir la resolución
del caso.
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novela con “rasgos de realismo y denuncia social” (Cerqueiro 2010: 4), una novela que es
“a new form of realism, a revival of the realist mode of representation and the task of
writing a novel as a political exercise”, convirtiéndose así en “a strategic cultural space
for the critique of the status quo” (Balibrea 2011: 32).
Todas estas distinciones entre una y otra afectan también al personaje del detective, pues
en la novela-enigma clásica es brillante, un investigador que, aunque a veces cobre por su
trabajo, realiza las pesquisas necesarias para hallar la solución del crimen por el puro
placer de poner a prueba sus capacidades, ve la investigación como “una buena
diversión” (Poe 1997: 210), ejercita su talento analítico “por el placer que ello le
producía” (Poe 1997: 195). El detective es un héroe cuya función será “legitimar y
reforzar ese orden social” (Colmeiro 2015: 17) burgués que surge tras la revolución
industrial, con la modernidad, que defiende la reflexión y la observación como únicas
formas de investigación. Este detective clásico no se mancha las manos.
Pero todas estas diferencias no son más que las marcas de una adaptación, de una
evolución del género y del personaje del detective, en particular. El investigador es un
personaje creado ad hoc para la ficción detectivesca, por lo que se tiene que amoldar a los
cambios que se produzcan a lo largo de la evolución del género, porque, a diferencia de
otras, en la novela criminal no existe narración si no hay detective. Entre la novela
policíaca clásica y la novela negra no hay una ruptura radical, sino, más bien, un
desarrollo de “les virtualités qu’il portait en sa nature” (Boileau-Narcejac 1975: 6). Por
ello, el detective, “ingrediente primario de toda narración policíaca por su relación directa
con el factor característico de este tipo de literatura: la investigación” (Martín Cerezo
2005: 362), cambia en apariencia, pero su esencia se mantiene inalterable.
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3. LA TRILOGÍA DE ROSA RIBAS Y SABINE HOFMANN
Tal y como defienden autores como Bados Ciria, Lissorgues o Hart, el nacimiento de la
novela policial española ha estado más estrechamente vinculado a la novela negra
norteamericana, y a sus versiones cinematográficas, que a la original novela-enigma
clásica. Esto hay que sumarlo al hecho de que su desarrollo en España ha sido muy
reciente, porque, como dice Vázquez de Parga, “las novelas que se escribían en España o
eran policíacas o eran españolas pero difícilmente ambas cosas a la vez” (Vázquez de
Parga 1983: 24). Por lo tanto, la ficción detectivesca en España debe ser analizada y
estudiada teniendo en cuenta sus peculiaridades tanto de filiación como de edad. Además
de esto, la trilogía de Rosa Ribas y Sabine Hofmann cuenta con otras singularidades
como su génesis a “cuatro manos”, su protagonista y autoría femeninas y, por último, la
crítica a una realidad extemporánea, pues, escritas en el siglo XXI, sitúan su acción en la
década de los años 50 del XX.
En este contexto se sitúa Ana Martí, protagonista de la trilogía, una joven periodista que
debe superar sus dos grandes hándicaps: ser joven y ser mujer. Ana Martí es hija de un
periodista de La Vanguardia “caído en desgracia” al que obligaron a abandonar la
profesión, y hermana de un “rojo” fusilado por el régimen. Sin embargo, forma parte de
una familia adinerada. El personaje de Ana Martí encarna algunas de las cualidades
propias de un detective.
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En primer lugar, su capacidad de observación y relación le permite ver más allá de las
simples apariencias y no conformarse con la solución más obvia. En Don de lenguas,
cuando el asesinato de Mariona Somosierra parece estar resuelto, Ana Martí continúa con
la investigación, porque hay algunas cuestiones que no han quedado aclaradas. Lo mismo
ocurre con El gran frío, donde su capacidad de relacionar la lleva a ir encajando las
piezas de los distintos “misterios” y “secretos” del pueblo del Maestrazgo, hasta dar con
la solución final que hace que todo se resuelva. Y, por último, en Azul marino, consigue
esclarecer el suceso gracias a su minuciosa observación y su perspicacia.
Posee también esos conocimientos que, aunque a priori pueden parecer vanos, son
decisivos a la hora de resolver el crimen. En la primera novela utiliza su pericia con la
lengua y sus nociones de ópera; en la segunda, de nuevo el lenguaje y la forma en la que
la cultura popular describe la realidad en sus cánticos; y, en la última, otra vez el lenguaje
y la dialectología.
Por último, se la considera una “outsider”, pues es una mujer en un mundo de hombres,
donde la juventud se asocia a la inexperiencia y, por tanto, a la ignorancia, y donde las
mujeres no tienen cabida, y mucho menos en las investigaciones criminales. Las
periodistas se encargaban de la crónica social, pero no de los casos de asesinato. En este
sentido Ana está al margen de la sociedad, fuera de lo que se espera de ella por sexo y por
edad. Es una chica joven que fuma, que sabe conducir, que no busca un marido que la
retire.
Pero Ana Martí no es el único personaje de esta trilogía. Excepto en la segunda novela,
que es quizá la que se escapa un poco más del género, pues no se desarrolla en un
ambiente urbano, sino rural, y no presenta el crimen que se debe resolver desde el
principio, sino que va descubriéndose su existencia a medida que avanza la narración, la
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periodista cuenta en sus investigaciones con dos personajes que la acompañan, y que ya
hemos mencionado antes: el inspector Isidro Castro, de la BIC, y su tía Beatriz Noguer,
profesora a la que habían prohibido trabajar en la universidad y el bachillerato españoles
hasta que obtuviera “un certificado que garantizara su adhesión al Régimen” (Ribas &
Hofmann 2014: 31). Ambos encarnan las “rarezas” que quizá le faltan a Ana Martí: él, el
vicio del tabaco; y ella, la extravagancia de la vastísima cultura literaria.
La suma de estos tres personajes, con Ana Martí a la cabeza, da como resultado un
detective “perfecto” que se define, no solo con las cualidades que hemos establecido
como comunes a todos los personajes protagonistas de la novela criminal, sino que,
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además, engloba las características específicas de los investigadores de la novela policial
clásica y los de la novela negra. Resulta así una suerte de detective “total” que bebe de
todas las etapas del género, aunque diseminadas entre tres personajes con peso desigual,
pero los tres indispensables en la narración.
La periodista Ana Martí es una protagonista más realista que sus antecesores, pues sus
cualidades están combinadas en distinta medida y se aleja de la perfección heroica de los
detectives de la novela clásica tanto como de los antihéroes de la novela negra, donde el
detective es casi “une réplique de l’assassin, une sorte de criminal à l’envers” (Boileau-
Narcejac 1975: 75).
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Y la función de crítica de la sociedad, aunque, como dijimos, extemporánea, queda
patente en todas las novelas, pues están protagonizadas por una periodista que tiene muy
clara su labor de analista y crítico de la sociedad. Una periodista que, ante la insinuación
que le hace el inspector Castro sobre su trabajo con los informes que le pasa la policía —
“Lo que usted tiene que hacer es ponerlo todo bonito” (Ribas & Hofmann 2014: 44)—,
tiene claro que ese no es el camino hacia la verdad y la información y responde que “eso
no lo voy a hacer. Búsquese un corrector de estilo. Yo soy periodista” (ibid.)
Pero esta trilogía encierra otro vínculo con la realidad. En la actualidad parece que
habitamos un mundo fragmentario, que gusta cada vez más de la especialización y huye
de ese humanismo que se definía como búsqueda del saber y dominio de distintas
disciplinas. Una única persona no puede encarnar diversos saberes, porque lo que se
pretende es el conocimiento exhaustivo en una de las ramas del conocimiento. Los
personajes que conforman los pilares de la investigación en las novelas de Rosa Ribas y
Sabine Hofmann representan también ese fragmentarismo. Ana Martí, el personaje
protagonista, no puede personificar todas las cualidades propias de todos los detectives,
por ello, junto a ella se sitúan dos personajes más y, entre todos, se enlazan todos los
rasgos que se asocian a los detectives de todas las épocas. De manera sutil han
conseguido incluir en la misma narración al detective clásico y al investigador “hard-
boiled”, y, dirigiendo la sinfonía, una periodista que reparte su protagonismo y alterna las
apariciones de ambos, de manera que el conjunto dé como resultado un reparto equitativo
de razón y acción, de lógica científica y violencia, de novela-enigma y de novela negra.
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