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LA ACADEMIA UNIVERSITARIA, ALGO PARA REFLEXIONAR

En el anñ o 2006, me disponíía a conmemorar mis 30 anñ os de docencia en la Universidad


de Panamaí . Para el mes de abril de ese anñ o, se celebraríía en Panamaí el Primer Congreso
Internacional de Didaí ctica y Tecnologíía, donde fui invitado por el Comiteí Timoí n, para que
ofreciera la conferencia de fondo en tan importante coí nclave. Por tales motivos, me
entusiasmeí para relatar las experiencias logradas a traveí s de un camino lleno de
oportunidades, que dio como resultado una futura y modesta obra que tituleí : La academia
universitaria, una experiencia para vivirla.
Pero la vida tiene sus reveses —ya en 1996 habíía sufrido un primer infarto— y ahora
diez anñ os despueí s, precisamente un mes antes de que se llevara a cabo el congreso, me
sorprendioí un segundo accidente cardiovascular —síí, asíí como carinñ osamente lo llaman
los cardioí logos— que me dejoí peleando con las desventajas, maí s que todo, cuando me
encontreí limitado, entre otras cosas, con la memoria, el lenguaje y mis destrezas finas, a tal
punto que tuve que volver a aprender a leer y a escribir y, lo peor, a recuperar todos esos
conocimientos que se me habíían escondido, usando la expresioí n del Dr. Mario Bunge, en
mi caja negra. Sin embargo, esas limitaciones no fueron cortapisas para frenar mi empenñ o
y gratitud con la Casa de Meí ndez Pereira, maí s que todo, porque sentíía un compromiso con
la universidad, con la sociedad y conmigo mismo.
Hoy, al dar inicio a este anñ o Acadeí mico 2018, ya con 42 anñ os de docencia en la
Universidad de Panamaí y otras, quiero compartir con mis colegas y estudiantes algunas
reflexiones que aparecieron en la obra parida —parafraseando la expresioí n de Valentíín
Medica Domíínguez— y que fue prologada magistralmente por el distinguido periodista y
catedraí tico universitario Hermes Sucre Serrano.
En la obra digo: Estar en un sistema educativo en su condicioí n de educador
hay que vivirlo; hay que prepararse y superarse constantemente, y hacerlo con
vocacioí n al servicio de los demaí s, que, traducido a la praí ctica cotidiana,
significa servir con alegríí a , compromiso, entusiasmo, satisfaccioí n, identificacioí n
institucional; y maí s que eso, con el orgullo de ser parte de la academia, es decir,
de ser Educador.
Parafraseando y haciendo nuestro El valor de educar, del filoí sofo espanñ ol
Fernando Savater (2004): “La primera titulacioí n requerida para poder ensenñ ar,
formal o informalmente en cualquier tipo de sociedad, es haber vivido: la
veteraníí a siempre es un grado”.
Los primeros anñ os en la academia universitaria, siempre estaí n revestidos de
una rectitud, a veces exagerada, y del equíí v oco concepto del fracaso de los
estudiantes, como la carta de presentacioí n de ser « excelentes profesores»: a
mayor fracaso mejor es el docente. ¡Craso error! Es el mejor ejemplo de un gran
desacierto en la docencia superior; y, en cualquier sistema educativo.
El educador debe madurar acompanñ ado con nuevos conocimientos, porque
es de suponer que, a mayor experiencia, mejor docente: nuevos saberes, nuevas
dinaí micas, nuevas tecnologíí a s y estrategias para los procesos de ensenñ anza y de
aprendizaje, acompanñ araí n una mejor motivacioí n. Sin embargo, el profesional de
la ensenñ anza (obseí rvese que no digo educador] que estaí desactualizado, los pocos
conocimientos que auí n le quedan, le sirven, escasamente, soí lo para ese propoí sito o, en la
mayoríía de los casos, para seguir conducieí ndose con el espejo retrovisor.
El buen docente investiga y se actualiza; y escribe libros para acabar de aprender lo
que trata de ensenñ ar; o como dice Stephen Covey: “busca primero entender para luego ser
entendido”. Para ello, es recomendable que no se conforme con los conocimientos
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sistematizados a traveí s de sus anñ os de formacioí n y preparacioí n, sino tambieí n, tiene que
estudiar, leer buenas obras, dictar conferencias, hacer seminarios y participar en cíírculos
de estudios y de lectura, todo esto con el propoí sito de actualizarse y acercarse maí s a la
realidad concreta.
De ser asíí , el buen educador siempre veraí en sus estudiantes sus mejores
discíí p ulos y colaboradores, porque la educacioí n es un esfuerzo compartido. Es
maí s, dice Paulo Coelho, “el verdadero maestro provoca en el discípulo la valentía
para desequilibrar el mundo, aunque también recele de las cosas que ha
encontrado, y recele todavía más de lo que le reserva la siguiente curva ”.
Pero ese paradigma hay que construirlo, y maí s que eso, ¡hay que vivirlo!, porque los
estudiantes siempre seraí n los mejores voceros para bien o para mal. Esto no implica que se
deba recompensar con buenas evaluaciones a quienes no han alcanzado los resultados
esperados. Esto exige la responsabilidad del trabajo conjunto, porque eso es la educacioí n,
un esfuerzo compartido entre el docente y el discente. Como dice Andrew Carnegie, citado
por John Maxwell en su obra El talento nunca es suficiente: “De nada sirve ayudar a las
personas que no quieren ayudarse a sí mismas ”.
Por eso, esa fuerza vital que impregna el educador de alto perfil en su
quehacer con vocación y entrega, debe ayudar al estudiante a despertar su
actitud críí t ica y comprometerse con el sistema y consigo mismo para el logro de
sus metas, logrando asíí , en su momento, superar a su mentor, porque en
palabras de Friedrich Nietzsche: “Se recompensa mal a un maestro si se
permanece siempre discípulo”.
Afortunadamente, desde hace tiempo me di cuenta de que la misioí n del
buen educador es orientar para aprender, para que, a traveí s de una metodologíí a
de orientacioí n, precisa y oportuna, un trabajo armonioso y en equipo, tanto el
docente como el estudiante, se entusiasmen en su misioí n fundamental: aprender
a aprender y aprender para cambiar. Pero, como dice el ingeniero Hugo Scolnik,
citado por Andreí s Oppenheimer en Basta de Historia (2011), “Si un profesor no
sabe para qué sirve lo que enseña, es muy difícil que pueda enseñar ”. O, como dijo
otro, “dime cómo evalúas y te diré cómo enseñas ”. Por eso, es muy preciso Bill
Gates, ese gran guruí de la tecno informacioí n y la economíí a del conocimiento,
cuando dice: “… si los jóvenes son motivados y saben por qué aprender, realmente
van a querer aprender.”

Estimados colegas y amigos, debemos tener presente que:

El buen docente es aquél que, además de estrategia y


creatividad, hace gala de su preparación, disciplina y
vocación: ama lo que hace y hace lo que ama; a saber, motiva
los aprendizajes.

José N. Araúz-Rovira
Es docente universitario

Panamaí , 9 de abril de 2018.


Universidad de Panamaí
analysconsul@arauzrovira.com

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