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En Colombia, el sistema judicial todavía muestra cierto tipo de preferencias, especialmente

socioeconómicas, para resolver crímenes con prontitud.

La justicia es un servicio esencial que debería llegar con eficiencia a todo el territorio nacional.
Todo individuo o núcleo familiar requiere para su desarrollo en el contexto social que se le
administre justicia cada vez que la necesite en todos los campos del derecho, civil, laboral, de
familia y penal.
La justicia es el mecanismo que permite resolver los conflictos interpersonales o intergrupales y
reparar a las víctimas, y por ello es pieza indispensable para la vida en convivencia y para el
progreso de la sociedad.
Una buena y pronta justicia, además de ser el punto de partida para la convivencia y el respeto de
los derechos, es un paso obligado y determinante en la búsqueda de la paz y una condición para el
desarrollo económico del país.
En Colombia el servicio de administración de justicia es muy deficiente aún. Mucho se ha venido
haciendo en los últimos años para procurar una mejor organización del sistema judicial y para dotar
a dicho sistema de mejores recursos técnicos y tecnológicos. En esto se ha avanzado. Aparte del
cambio sustancial del procedimiento penal, en las demás áreas se han aprobado cambios legales
no de tanta envergadura pero que igualmente se consideran positivos. Sin embargo, los problemas
de fondo continúan iguales o aún más graves.
El efecto más notorio de toda la ineficiencia del sistema es la mora en el trámite y decisión de los
procesos. Esto tiene muy diversas causas. La primera, la congestión judicial, es decir, la mora
judicial del pasado, que se acumula por años y genera aún más retrasos.
Aparte de lo mucho que hay por hacer en relación con la calidad y cobertura de la justicia, sólo el
hecho de la demora en los procesos es un asunto completamente inaceptable e intolerable.
Muchas veces se ha dicho que la justicia demorada es lo mismo que la negación de justicia.

Decir que en Colombia la justicia está en crisis no es una novedad. La situación incluso puede
declararse como sobre diagnosticada. Sin embargo, es necesario reconocer que su condición se
agrava de día en día y que ella ha conducido a la pérdida de confianza del ciudadano en las
instituciones que conforman la rama judicial.

La congestión en los juzgados y en las cárceles, la gran demora en la diligencia de los procesos, la
discriminación entre ricos y pobres que acuden al sistema judicial son muchos de los males que
afectan el buen funcionamiento de una de las ramas del poder público, cuyo propósito no es otro
que garantizar, proteger y restablecer los Derechos Humanos.

Casos como el Carrusel de la contratación, la Gobernación en la Guajira, los robos masivos al


Sistema Transmilenio, el caso Colmenares, la condena desproporcionada de 6 años de cárcel a un
hombre por robar un caldo de gallina y el beneficio de casa por cárcel a corruptos, no son sino
muestras de una crisis de la justicia.
Opiniones de expertos

Nada más desconsolador que la autoridad en la Fiscalía, encargada de perseguir la corrupción, sea
corrupta. Sin embargo, se suman otros hechos recientes tristemente graves: en el departamento
del Meta funcionarios judiciales “vendían” beneficios a peligrosos delincuentes. Tal vez, lo único
bueno es que se conocen y se investigan estas irregularidades, pero habrá que esperar a que se
tramiten los procesos y ver, después de unos años, si se imponen las condenas.

Lo cierto es que la justicia atraviesa por una de sus más profundas crisis. No solo carece de
credibilidad ante la sociedad, a causa de males como la politización, la congestión y consecuente
demora, y la impunidad. También la aquejan defectos propios del diseño constitucional y la
jurisprudencia, como la hipertrofia de la Rama Judicial, la falta de seguridad jurídica, la
judicialización de la política y la ausencia de controles a los magistrados de las altas corporaciones.
Y no se puede olvidar la sobrepoblación carcelaria y la política cíclica de subir las penas para luego
conceder beneficios de excarcelación, como ocurrió recientemente.

Gloria María Borrero, directora de Excelencia en la Justicia, sostuvo que se requiere “definir el
verdadero y necesario alcance de una reforma de la justicia .
“Hay que ajustar los procedimientos de la justicia para que sean más simples, sencillos, y para que
se encargue de las cosas de transcendencia social. Para ello hay que modificar, de manera
prioritaria, el Código Penal, el de Procedimiento Penal, el régimen disciplinario.

Antonio Aljure, exdecano de la facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario,


consideró que se requiere una reforma de la justicia en la que se les quiten las facultades
electorales a las altas cortes y se elimine el Consejo Superior de la Judicatura.

“Hay que hacer reformas que no son necesariamente constitucionales. El país tiene que pensar en
medidas para enfrentar delitos menores y casos que afectan directamente al ciudadano, como el
hurto. Los jueces deben estar frente a este tipo de situaciones y hacer que los procesos judiciales
no sean tan demorados”

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