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Las cárceles están controladas por grupos de “autogobiernos” que deciden los
privilegios o derechos a los que tendrán acceso los reclusos; a menudo a cambio
de sumas importantes de dinero.
Byron Lima —ex capitán del ejército, condenado por el asesinato del arzobispo
Juan Gerardi—, era considerado “el recluso más poderoso de Guatemala”; eje de
una red de extorsión dentro de las cárceles que subía hasta el ex director de la
Dirección General del Sistema Penitenciario, Edgar Camargo. Lima fue asesinado,
junto con otras trece personas, el 18 de julio de 2016, durante un motín en la
Granja Penal Pavón. Este incidente tuvo una importante cobertura mediática y
generó múltiples interrogantes dentro de la sociedad civil guatemalteca sobre la
naturaleza del crimen y lo que ocurre dentro de las cárceles de ese país.
Sistema Penitenciario
López y Borstein indican que, para los filósofos griegos, el criminal era un
ignorante pues se distanciaba del principio de armonía con el cosmos que
propugna el sabio. La pena privativa de libertad en la antigua Grecia se aplicaba a
los deudores. El Derecho Griego también utilizó el exilio y las penas pecuniarias.
Para el filósofo Sócrates “nadie es malo en forma voluntaria” (Plata, 2007,
p.33). Sócrates advirtió sobre la animadversión que causan los criminales y exigió
que se les enseñara a no repetir el agravio ocasionado. Para Platón, la persona
culpable incorregible debía ser castigada, multada y reeducada (Plata, 2007,
p.34). Platón consideró que “si alguno ha cometido un crimen, la ley le
enseñará a que no lo repita”. Entre los persas y los asirios, los castigos
corporales y las mutilaciones eran comunes (Barrita, 2006, p.224).
En Roma las primeras cárceles fueron construidas al comienzo del siglo III. Se
dividían en tres clases: por deudas, las privadas y las públicas. La finalidad de las
cárceles en la edad antigua era asegurar la inamovilidad, la aplicación de una
variopinta gama de castigos o la muerte (López, 1978, p.5). Los antecedentes de
la prisión, con carácter preventivo y de pena, se encuentran en la vincula romana,
sitio donde los atados, los vinculados (prisioneros de guerra) estaban custodiados.
En lo que atañe a los mayas en Guatemala, la fuente primordial del Derecho fue la
costumbre. Dentro de esta dinámica, los delitos no podían solventarse a través de
la venganza privada.
En las cárceles del país, existen muchos problemas y todo esto aunado a un
sistema que no encuentra el rumbo en la administración, porque la falta de
recursos puede ser una de las complicaciones, además que el control de las
cárceles en realidad está en manos de los reclusos, que desde adentro hacen lo
que quieren.
Y es por eso que es urgente que las autoridades sean las que tomen acciones a
fin de recuperar los centros de detención, porque hoy por hoy, es un sistema en
colapso que solo fomenta la corrupción, y sin ir muy lejos veamos los últimos
incidentes violentos que han cobrado la vida de varias personas en las cárceles,
esa por ejemplo es una muestra de un sistema podrido y corrupto.
Esto es grave porque es parte del sistema de justicia de Guatemala, y que urge y
clama por una verdadera reforma de Estado que detenga toda la corrupción que
existe y se ha profundizado por años.
La Ley del Régimen Penitenciario indica que el fin del SP es custodiar a las
personas reclusas y garantizar su rehabilitación. Nuestra Constitución fundamenta
lo mismo, diciendo que el objetivo de esta institución es la “readaptación social y
reeducación de los reclusos”. Su naturaleza entonces es ayudar a resocializar a
los criminales, mas no castigarlos. Un caso exitoso en ese sentido es el de
República Dominicana. Ellos han empleado un nuevo modelo de gestión
penitenciaria, basándose en cinco pilares: (i) marco jurídico, (ii) infraestructura
adecuada, (iii) creación de la Escuela Nacional Penitenciaria, (iv) selección,
reclutamiento y capacitación del personal, y (v) diseño e implementación de
programas de reeducación. Su meta es que los centros penitenciarios sean
lugares de segunda oportunidad y verdaderos centros de rehabilitación. No
obstante, en Guatemala, el menor recurso humano en esta institución es el que se
dedica a la rehabilitación de los privados de libertad. Además, la ausencia de
autoridad que impera en las cárceles permite que los presos hagan válidas sus
propias leyes y normas, delinquiendo desde sus propias celdas y sobreviviendo
como pueden. Lejos de rehabilitarse y reeducarse para, eventualmente, integrarse
como un activo a la sociedad, muchos de ellos continúan teniendo una vida
criminal durante el cumplimiento de su condena.
En nuestro país, el SP es una institución olvidada. Los retos que enfrenta son
incontables, primero, el sistema está peor que sobrepoblado. Según el CIEN, a
junio de este año, la tasa promedio de ocupación carcelaria es 300 por ciento. En
segundo lugar, la carrera penitenciaria es inexistente. Los aspirantes a agentes
reciben una formación de seis meses. En otros países de la región, como Chile, la
duración de la formación inicial de los agentes llega a ser de un año. Hace algunos
días, autoridades del SP oficializaron la apertura de convocatoria para guardias
penitenciarios, que hoy suman un poco más de 3 mil 811 agentes. Ellos se dividen
en dos turnos la custodia de más de 20 mil privados de libertad, y día a día
enfrentan condiciones de trabajo sumamente lamentables: armamento obsoleto,
falta de indumentaria adecuada, alimentos en mal estado, y un salario base de
Q1,925. Este monto asombra al compararse con los Q4,475 que recibe mes a mes
un agente de seguridad del Congreso.
No basta con decir que esta es una prioridad de nación. Un SP obsoleto y caótico
nos afecta a todos, no solo porque se pone en tela de duda la capacidad del
Estado por proveer seguridad, sino también porque allí mismo nacen y proliferan
muchísimos crímenes que atentan contra la vida de todos los guatemaltecos, y no
me refiero solo a los reclusos. Es urgente que se combata la corrupción que existe
dentro de estos centros y se establezcan los controles necesarios para retomar la
rectoría de las cárceles de una vez por todas. Los guatemaltecos no podemos
seguir ignorando esta crisis tan trascendental, que atenta contra el bienestar y
seguridad de todos. Debemos exigir hoy a nuestras autoridades reformas
integrales que reestructuren el SP de nuestro país. Recordemos que esta
institución es un elemento clave para que la cadena de seguridad y justicia
funcione como debe ser.
Corrupción
El Ministerio Público aseguró que durante requisas en los centros carcelarios han
encontrado armas, drogas, celulares y licor. “En Fraijanes 1 se pudo observar que
las cámaras de seguridad no funcionaban y que solo la de entrada principal
funcionaba. Sin embargo, la manejaba uno de los líderes de los pandilleros que
cumple condena; él decidía quién entraba al centro”, manifestó el investigador.
Agregó que en varias cárceles se ha confirmado que las visitas que reciben
permanecen los fines de semana; es decir, duermen y conviven en las cárceles.
Por ese proceso fueron capturadas, en ese año, siete personas entre ellas Édgar
Camargo, director del Sistema Penitenciario. El ente investigador lo vinculó por
haber participado en el traslado de los reos Fernando de León Amézquita, Silverio
Otto Guillermo Chicas, Édgar Enrique Chicas de León y Andy Cristian Urbizo.
Además, se detuvo a Edy Fisher Arbizú, ex subdirector del Sistema Penitenciario.
En ese proceso también se incluyó a Byron Lima, quien murió en julio del año
pasado junto a 12 personas más. El hecho ocurrió en la Granja Pavón, durante un
enfrentamiento. En esa ocasión el titular de Gobernación confirmó
que cuatro fallecieron decapitados, uno carbonizado y tres baleados.
“Recuerdo que se detectaron varios ilícitos, entre ellos entrada de menores que en
los centros eran abusados, razón por la que se decidió prohibir el ingreso y ello
provocó que los reos reaccionaran”, dijo.
Los números
A la cabeza de la red criminal estaba el excapitán del ejército Byron Lima, recluido
desde el año 2000 por el asesinato del arzobispo Juan Gerardi. Lima actuaba
como autoridad principal dentro de la cárcel Pavoncito y operaba un comercio de
privilegios, en el que los reclusos pagaban grandes sumas de dinero a cambio de
permisos de visita, traslados a otras prisiones, celulares y drogas, entre otros.
El PNPR destaca también la labor del personal penitenciario, que califica como
“uno de los más peligrosos de Guatemala, debido a que desde el 2008 se ha
registrado varios ataques armados que dejaron como saldo 47 empleados
fallecidos”
Conclusión
Veo con profunda preocupación la falta de definición de una política criminal que
permita el uso racional de la privación de libertad. Durante los últimos cinco años,
el poder legislativo inició un proceso de aumento de las penas privativas de
libertad y uso desmedido de la prisión preventiva, política que tiene como objetivo
dar una respuesta efectiva al fenómeno de la delincuencia. Esta política no tomó
en consideración, entre otros aspectos, su impacto en el Sistema Penitenciario, lo
que trajo en consecuencia el hacinamiento en las cárceles y la disminución
efectiva de los recursos, siempre escasos, para responder a la demanda del
incremento de los privados de libertad. Sin resolver el problema de la delincuencia,
esta política de inflación penal, tampoco favoreció la disminución del profundo
descrédito en que se encuentra la administración de justicia en su conjunto.
Considero que el fracaso de esta política es la creencia ingenua de que el
incremento de las penas por sí solo constituye un disuasivo efectivo frente al
delito, su efectividad sobrepasa esta dimensión. Con base a las visitas
desarrolladas y de las distintas investigaciones sobre la situación de los privados
de libertad, llego a la conclusión de que existe una profunda incongruencia entre lo
que existe en teoría legal asignada a la institución carcelaria, la cual protege los
derechos de los detenidos y la realidad de la práctica. Esta incongruencia no sólo
se refleja por la ausencia de programas que faciliten a los condenados un retorno
adecuado a su medio social, sino que también por las circunstancias en que se
desarrolla la privación de la libertad, que no reúne las condiciones mínimas de una
vida digna y humana. La incongruencia entre principios constitucionales y práctica
penitenciaria se agudiza por la ausencia de una ley que regule los derechos,
obligaciones y mecanismos que faciliten la reinserción social de los privados de
libertad.
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