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Infancias en debate:

las experiências infantiles durante la última


dictadura argentina.
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Valeria LLobet

Introducción

El carácter político de la infancia es un tópico relativamente bien


establecido en el campo de estudios, si bien la naturaleza de tal politi-
cidad puede resultar más bien controversial. Su lugar entre las normas
públicas y la vida privada (Schepher-Hughes y Sargent, 1998) hace de
la infancia una institución especialmente fértil para el gobierno de la
población y el policiamiento de la família (Donzelot, 1998) y por lo
mismo, niños y niñas suelen estar en el centro de las retóricas políticas.
La construcción de un futuro para los niños, de un mundo justo, de un
ambiente apropiado para la infancia, muestra el valor que los discursos
sobre lo infantil tienen para la construcción de hegemonía. La infan-
cia es así una poderosa superficie política, y complementariamente, la
minorización de los niños basada en la atribución de incompetencia –y
su exclusión de la ciudadanía– ha sido un elemento central a la propia
construcción de la institucionalidad estatal y el establecimiento de los
límites de lo político.
Al mismo tiempo, su participación directa en procesos políticos
asociados a demandas específicas es muchas veces, condenada como
una manipulación de los niños inocentes en planteos adultos. Otras
veces, la participación misma es deslegitimada como tal, nombrada
como comportamientos disruptivos, violencia o síntoma.

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El foco en el carácter pedagógico de la socialización política, así
como en el valor instrumental de los niños y niñas en el marco de
proyectos sociopolíticos “de adultos”, han dificultado, en nuestro cam-
po de estudio, una comprensión menos lineal de la relación entre niños
y política. Esto es, una que supere el carácter eminentemente utilitario
y unilateral de los que se tiende a dotar a tal relación, y que se muestre
menos presta a caer en reduccionismos voluntaristas, en moralismos
reaccionarios y en remozados temores morales asociados al papel de los
niños en la sociedad. En ese contexto, a pesar de su presencia general-
izada en los estudios, la noción de agencia infantil, entendida como un
proceso de reflexión sobre el yo fragmentario y el mundo, y de actuar si-
multáneamente dentro y sobre las constricciones materiales y culturales
de ese mundo (Ortner, 2016; Maynes, 2008; Maynes, Pierce y Laslett,
2008; Elshtain, 1997; McNay, 2004) se ha desdibujado, y no ha ganado
el interés analítico para estudios sociales e históricos más amplios que
podría tener.
Me propongo aportar a las exploraciones de estas relaciones entre
infancia y política a partir de examinar narrativas biográficas retrospec-
tivas sobre la experiência infantil durante la última dictadura. Analizaré
relatos de 48 personas que no tuvieron familiares directos desapare-
cidos o exiliados, ni perpetradores, y que vivieron en una ciudad me-
diana del interior y en el área metropolitana de Buenos Aires, con la
expectativa de iluminar algunas aristas de importancia para discutir la
noción de agencia infantil desde tres ejes: las competencias de los niños
para comprender el contexto socio-político, el papel de la mediación de
la memoria desde la adultez en esta comprensión, y la relación de los
niños con el futuro y su peso político.
Las inquietudes que orientan este artículo pueden entonces cir-
cunscribirse en las siguientes preguntas: ¿De qué maneras es posible
comprender la agencia infantil, las formas políticas de acción de niños
y niñas, en contextos de autoritarismo y violencia política? Niños y
niñas actúan desde posiciones de menor poder, marginalidad e invis-
ibilidad, y la más de las veces, se actúa sobre ellos, ¿cómo, entonces,
las actividades cotidianas de lxs niñxs incorporan la agencia? ¿Cómo

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estas prácticas y esta agencia infantil contribuyen o no a la transfor-
mación social? ¿Cómo nos ayuda a la comprensión de las posibilidades
de los sujetos subalternos/subordinados el intento de comprensión de
la agencia infantil, en especial en contextos dictatoriales?

El proyecto dictatorial y el papel de los niños


Los proyectos dictatoriales argentinos de las décadas de 1960 y
especialmente de 1970, otorgaron un papel cardinal a la infancia y a
los niños. A los niños “normales”, de famílias “normales”, les era di-
rigida una interpelación directa destinada a restaurar un orden moral
y social en el que los niños (re)asumieran un papel subordinado en
las relaciones intergeneracionales, y su comportamiento legitimara la
autoridad parental.
Los niños estaban en el centro de la agenda política por un lado
como actores sociales, ya del reordenamiento social buscado por la dicta-
dura o de la amenaza a tal orden, y por otro lado como símbolos de la re-
tradicionalización que la dictadura esperaba lograr, a partir de la restau-
ración del orden intergeneracional quebrado por la juventud politizada.
La educación, formación y “purificación” de aquella generación
de “niños comunes”, de famílias “normales”, que no hicieron parte de
la participación política revolucionaria, constituía entonces un núcleo
político central del establecimiento de la “nación como família” (Filc,
1997). Múltiples fueron las formas en que ello se evidenciaba, desde las
declaraciones de jerarcas militares alrededor del papel de la escuela, la
censura de libros de texto, la incorporación de militares como profeso-
res de educación física, la implementación de “Gendarmerías Infanti-
les” (Lvovich y Rodríguez, 2011), y más en general, un texto moralista
que señalaba la importancia de la autoridad paterna y la afectividad
moralizante de la madre (Cosse, 2009; Cosse, 2014; Filc, 1997) reuni-
dos en un hogar en el que no se hable de política.
En efecto, los actores conservadores habían procurado esforzada-
mente la expansión y dominancia del modelo de família doméstica que

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desde mediados de la década de 1960 había sido debilitado por las
tendencias demográficas que se consolidaron a finales de la década de
1980: hogares con jefatura femenina y el novedoso fenómeno de muje-
res solteras viviendo solas, eran muestras de proyectos biográficos con-
tradictorios de los valores conservadores (Cosse, 2014). Desde finales
de la década de 1960, y con fuerza en la última dictadura militar, una
parte importante de los discursos de la “lucha antisubversiva” se enca-
minaba a la supuesta defensa de “la nación, la família y la moral”, con-
cebidos como valores a-temporales y fijos asociados a una visión cató-
lica, tradicional y autoritaria (Filc, 1997; Manzano, 2005; Cosse, 2014).
En este contexto, los niños eran tratados como efectos de las fa-
mílias, víctimas potenciales pero también, potenciales enemigos. La
escuela se transformó en un “campo de batalla”, en el que los niños
“normales” debían ser formados: “Los niños y jóvenes constituyen la
‘tierra’ donde se arraiga la subversión”, en palabras de las autoridades
educativas. El Consejo Federal de Educación estableció así en setiem-
bre de 1976 los objetivos para el plan nacional de educación alrededor
de la unidad y estabilidad familiar, y se comenzó a dictar la materia
Educación Moral y Cívica (2/4/76), cuyo foco era la legitimación del
tradicionalismo católico autoritario.
Pero esos “social scripts” sobre la infancia, hegemónicos en una cul-
tura en un momento dado, tienen una relación compleja con la expe-
riência. Lo dictatorial era el escenario de la vida cotidiana, y las narrati-
vas biográficas permiten abrir preguntas sobre lo social como escenario
de los procesos represivos, y sus resonancias subjetivas y éticas. Si bien
los recursos para hacer sentido de la experiência son tomados del reposi-
torio cultural disponible (Ortner, 2016), esta apropiación no es lineal ni
tan instrumental como parece interpretarse de algunos trabajos recien-
tes. En su estudio sobre las autobiografías de infancias traumatizadas,
Douglas señala atinadamente que “colectivamente revelan más sobre
nuestras contemporáneas preocupaciones sociales, políticas y culturales
sobre la infancia que lo que revelan sobre el pasado” (Douglas, 2010, p.
6). Así, las controversias culturales del presente dan forma a recuerdos
personales sobre la infancia, y proveen de los scripts disponibles para

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narrarlos. Hasta aquí, nuestro acuerdo. Los estudios sobre memoria
han señalado insistentemente que es el trabajo desde el presente lo que
da forma a la memoria narrada (Portelli, 2007; Traverso, 2011; Franco
y Levin, 2007; Fried, 2011; Bjerg, 2012; Stoler, 2010; Arfuch, 2014;
Sarlo, 2007). Para Douglas las autobiografías podrían ser analizadas en
términos de su despliegue o utilización políticos, sirviendo a propósitos
contemporáneos (en su caso, la legitimación del marco de derechos
de niños y niñas a partir de la exposición del maltrato y abuso de los
niños). No obstante, esa extensión instrumental de la relación compleja
del trabajo de memoria con el presente parece omitir las tensiones sub-
jetivas y la complejidad emocional y política de la experiência infantil
y su recuerdo. En especial, a partir de las narrativas de los sujetos en-
trevistados, resulta importante debatir el carácter tan plástico y neutral
de la experiência infantil que parece desprenderse de trabajos como el
de Douglas, problematizando la capacidad de agencia política de los
entonces niños y el propio trabajo de la memoria como un esfuerzo
político que lidia con los rastros y los productos de tal agencia.
La discusión sobre las posibilidades de los niños de captar y en-
tender el contexto sociopolítico no es colocada en este artículo desde
el punto de vista de la evaluación de capacidades, ni desde el punto de
vista del juicio crítico o de la construcción de conocimiento. Reviso en
el relato biográfico, aquellos aspectos que retrospectivamente consti-
tuyeron las claves para resignificar el contexto dictatorial, considerando
su punto de anclaje en la memoria colectiva y en el tiempo presente,
pero también su relación inestable con la temporalidad.
En efecto, la casi totalidad de los sujetos de la investigación relata-
ron algún momento crítico en su problematización, en el pasado, de lo
dictatorial: la vez que un grupo de niños fue en bicicleta, a ver una casa
acribillada a balazos, en la que supuestamente el ejército había atrapado
a un grupo guerrillero, frente a lo que una de ellas se preguntó cómo
eso habría sido posible, si ella recordaba que allí vivía una pareja con un
bebé. Otro de los entrevistados, que recordaba escabullirse en el bar de
su família y escuchar, sin ser notado, las conversaciones nocturnas de los
parroquianos, plagadas de comentarios políticos. Muchos, que simple-

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mente miraban la televisión hasta después del noticiero internacional,
atentos a los conflictos que llenaban la pantalla. Otro que visitaba las
casas de los vecinos, y hallaban sorpresas como una biblioteca con te-
soros a los que podía acceder, donde uno descubrió, en la historia de la
resistencia en la Segunda Guerra, que los guerrilleros podían estar del
lado de “los buenos”. Todavía otra, que podía escuchar, aparentando es-
tar dormida, una conversación sobre la desaparición de un joven vecino
que recordaría toda la vida.
Lo “no sabido” era desafiado por los entonces niños, y si bien un
supuesto “pleno sentido” permanecía incierto (del mismo modo que
para la mayoría de los adultos) la dictadura adquiría textura cognitiva,
moral, emotiva y política. La minucia del recuerdo de la vida cotidiana
y los modos de procesar lo dictatorial en lo mínimo –la certeza del pe-
ligro de recortar la palabra guerrilla en una tarea escolar, la indicación
persistente y generalizada de no levantar paquetes del suelo por temor
a que sean bombas, la disciplina escolar mimetizando la rigidez militar-
son recordados como instancias relevantes, y así, recortados de la masa
continua de gestos cotidianos.
Desde su peculiar perspectiva, los entonces niños y adolescentes
fueron capaces de distinguir las relaciones cotidianas en su densidad
autoritaria, y su articulación con una moralidad ordinaria (Das, 2012)
desplegada en las formas de establecimiento de regulaciones sobre el
cuerpo encarnadas en prácticas escolares, por ejemplo en la distancia
apropiada entre los cuerpos en los patios escolares, la constitución de
lo femenino y lo masculino en las prácticas deportivas, en los modos
disciplinares, en la textura moral de la gramática escolar, en la presen-
tación en el espacio público, en las regulaciones del pudor y la moral
en el vestido, en las imágenes de los cuerpos femeninos en el cine y las
revistas, etc. Estas regulaciones corporales y las jerarquías y distancias
generacionales, los modos de actuar la autoridad, son recordadas por
la mayoría de las y los entrevistados como instancias de emergencia
de un sentido de injusticia o rememoradas como un orden social ya
perimido, o bien como muestras de un orden que debería volver a ins-
taurarse. Y esa diferencia en el valor del recuerdo en contraste con el

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presente, se vincula con la posición política respecto de la dictadura y
más en general, respecto del orden social. Pero lo interesante de ello es
que, lejos de ofrecerse como una mera manipulación desde el presente,
esos recuerdos muestran la complejidad entre el trabajo de memoria,
la ideología, y la experiência infantil. Ninguna de esas dimensiones es
capaz de hacer desaparecer a la otra. Todas dejan su rastro visible.
Las formas en que los entonces niños de entre 4 y 12 años ac-
cedieron a momentos, datos, informaciones y perspectivas contradic-
torias con la información oficial, las que adoptaron ya entonces un
valor –incluso si subjetivo– exceden el ámbito familiar o escolar. Es-
tas modalidades de acceso a la información política y social muestran
niños activos en la comprensión del mundo, capaces de capturar de
manera independiente los indicios que si bien no pudieron ser plena-
mente comprendidos entonces, de todas maneras son claves para rear-
ticular el posicionamiento que ellos mismos tendrán sobre la dictadura
apenas comenzada la escuela secundaria, y les permitió cimentar una
distancia crítica con el desconocimiento que alegaban los padres, o
bien, en algunos casos, apoyar el posicionamiento familiar. Vamos a
discutir eso ahora.

Vivir en un frasco
La posición que madres y padres sostuvieron respecto de la dicta-
dura está mediada por la afectividad entramada en las relaciones pater-
no-filiales, y por la sensibilidad política de las y los sujetos. Pero tam-
bién adquiere matices específicos alrededor de eventos contingentes y
peculiares de la trama familiar (tales como el divorcio de los padres, la
muerte de algún familiar, o el nacimiento de un hermano/a), la edad de
los padres en el presente, y una posición más o menos explícita en re-
lación con la política de derechos humanos, ya sea relativa a los juicios
y condena a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad, como a
los tópicos que se asocian a estos temas en el discurso social hoy (pa-
radigmáticamente, el “problema de la inseguridad” y sus reverberacio-

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nes relativas a los “derechos humanos para los criminales y no para la
gente”, como repiten los periodistas de matutinos radiales y televisivos
hasta el hartazgo).
Los testimonios de las personas entrevistadas registran un amplio
espectro de posiciones de sus mayores sobre la dictadura. Hay quienes
retratan a sus padres “viviendo en un frasco”, ajenos e ignorantes de lo
que estaba aconteciendo. Otros los recuerdan “mirándose el ombligo”,
en un gesto que privilegia el interés personal. Estos padres aparecen,
en los recuerdos, abocados a la vida cotidiana, y sus preocupaciones se
vinculaban antes con los avatares de la economía que con la violencia
dictatorial. En los relatos de los y las entrevistados, se construye la idea
de que para muchos de los padres, el temor se había localizado en el
tiempo previo a la dictadura, que media entre 1968 y 1975, con su pico
de violencia a partir de la muerte de Perón y el inicio de los asesinatos
a militantes populares por parte de la Triple A.1 Con la dictadura, el
mundo parecía haber “vuelto a la normalidad”, como enunciaron varios
entrevistados.
Sobre estas evaluaciones pesan no sólo la memoria colectiva y los
debates políticos del presente. También impactan la historia de la re-
lación filial, ya sea la continuidad amorosa o el distanciamiento más o
menos extremo con madres y padres a partir de vínculos percudidos
por el autoritarismo, la frialdad, la falta de sensibilidad que los entre-
vistados atribuyen a sus mayores, los conflictos adolescentes irresueltos.
Jorge (7 años al momento del golpe) por ejemplo, habla de su
padre enfocado en las fluctuaciones de los precios que afectan su la-
bor como chacarero y comerciante. Lo describe como el típico hombre
que se preocupaba por llenar los zapatos de la función del proveedor,
circunscribiendo la esfera política a la participación en la cooperativa

1 La Triple A, Alianza Anticomunista Argentina, fue un grupo paramilitar de ex-


trema derecha creado durante el gobierno de Perón en 1973 por el Ministro de
Bienestar Social, José López Rega y el jefe de la Policía Federal Alberto Villar. De
acuerdo con el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Perso-
nas (Conadep), al menos 122 asesinatos de líderes y activistas de izquierda fueron
cometidos por la organización, aunque las estimaciones llegan a 1200.

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eléctrica del pueblo (en la costa del Uruguay, en la provincia de Entre
Ríos). Las imágenes del entonces ministro de economía Martínez de
Hoz y las referencias a “la 1050”2 llenaban la vida hogareña. En su casa,
la cotidianeidad se construía políticamente alrededor de las decisiones
económicas del gobierno, y se evaluaban los impactos en el trabajo, el
campo, la cosecha. Ese “estar en un frasco”, desentendido de los acon-
tecimientos políticos, también era propio de su posición como dueño
del almacén de ramos generales que funcionaba como bar para los pai-
sanos, y que por lo tanto invitaba a ser reservado con sus opiniones para
mantener a la clientela. Jorge habla de su padre con afecto distanciado.
No fue un mal hombre, su relación no tuvo conflictos importantes, pero
vivieron mundos irreconciliables y Jorge asume que, si bien heredó las
propiedades familiares y eso marca su posición como productor agríco-
la, está en las antípodas de su padre en términos políticos. No obstante,
se posiciona continuando algunos de sus valores: una ética del trabajo
y de la provisión para la família coincidentes con una figura masculina
tradicional, la importancia de las relaciones vecinales y en general un
tono moral para aproximarse a la vida. En este terreno, la desvincula-
ción de su padre respecto de la dictadura es, para Jorge, mucho más una
consecuencia natural de sus preocupaciones cotidianas que una posi-
ción de ignorancia activa.
Hernán (también 7 años al inicio de la dictadura) por el contrario,
visualiza a su padre como alguien mucho más esforzado en su distan-
ciamiento del contexto histórico. Es alguien que “algo sabe” y procura
mantenerlo fuera del contexto familiar. Así, cuando Hernán protago-
nizó un equívoco hecho con la policía del barrio de Caballito, en la
ciudad de Buenos Aires, que hubiera podido costarle la vida si el juego

2 La Circular n. 1050 del Banco Central de la República Argentina, emitida en abril


de 1980, ató el interés mensual de los créditos hipotecarios al valor del dólar es-
tadounidense. En febrero de 1981, cuando la especulación financiera llegaba a sus
picos, el entonces Ministro de Economía, el descendiente de ganaderos Martínez
de Hoz, anunció una fuerte devaluación, que se siguió con la estatización de la
deuda externa de numerosos grandes empresarios, la impagabilidad de los créditos
de pequeños y medianos empresarios, y la pérdida de sus hogares por parte de las
famílias que los habían comprado con aquellos créditos hipotecarios.

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(arrojar en la calle unos volantes del ERP hallados en un baldío) hu-
biera sido interpretado como una provocación, sus padres reaccionaron
dejando ver toda su angustia y el peligro al que ellos consideraban que
Hernán se había expuesto. Esta ignorancia activa, esta construcción
esforzada de un silenciamiento de ciertos temas en el hogar, la primacía
de la desconfianza en las relaciones vecinales, se trama con los afectos
que resuenan en el relato, presentando una relación paterno-filial mar-
cada por la distancia y el resentimiento.
El enojo es una marca compartida por varios de los varones entre-
vistados del contexto metropolitano, se dirige hacia padres que parecen
encontrarse en una transición entre posiciones tradicionales ante el ma-
trimonio y la paternidad y unas formas novedosas que comenzaban a
hacerse visibles, en las que era posible conformar una nueva família a
despecho de la anterior, o reconocer con culpa la existencia de amantes
y vidas paralelas. Así, el “mirarse el ombligo” es extensivo a las formas de
gestión de la vida privada que se visualizan como emergentes, toma el
tono emocional del reproche, y articula narrativas de desidentificación,
un “de dónde saliste” cargado de viejo pero actualísimo dolor. Esos eno-
jos no obstante se procesan en el valor de la verdad en las relaciones con
los hijos, antes que en la adopción de formas de masculinidad y pareja.
Por su lado, Laura, que creció en Concepción del Uruguay (Entre
Ríos) y tenía 5 años en marzo de 1976, señala la ambigüedad de la
posición de sus padres:

Mis viejos no han estado muy en desacuerdo con la dictadura. Me


parece más de los que pueden llegar a decir ‘bueno, no fue tan así, no
hubo tantos desaparecidos’. Yo me peleaba con mi viejo por ese tipo
de frases y él decirme ‘¿Qué sabes si no lo viviste?’. Entonces, por
eso te digo, era tal vez una família que no te inculcaban nada, ni te
bajaban línea, pero tampoco respetaban por ahí tu forma de pensar.

Para ella resulta ilegítimo sobre todo que su padre no reconozca la


legitimidad de su posición y de su experiência. En el relato, remarca la
falsedad de la frase que deslegitima su conocimiento de primera mano.

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El trabajo con el recuerdo de la experiência infantil y el distan-
ciamiento de los padres se traduce en concepciones reflexivas y dife-
renciadas sobre el papel de madres y padres, los modos de construir
la autoridad parental y la relación paterno-filial, y las ideas sobre la
infancia. Si lxs entrevistados señalan el carácter autoritario, hasta vio-
lento, de sus padres, en continuidad con el tono moral de la época, y
la relación con ellos como basada fundamentalmente en el miedo, la
mentira y el disrespeto, también dirán que su propio posicionamiento
como madres y padres se construye hoy en oposición a esas prácticas.
Y las transformaciones demográficas les dan la razón. Así, aparecen
como sujetos activos en la transformación histórica de las concepciones
sobre los niños como sujetos con voz y capacidad de decisión, así como
la transformación de las prácticas de crianza, que configuran las repre-
sentaciones más extendidas (y legitimadas) en la clase media urbana.

Los niños como testigos del pasado


A esas miradas evaluativas de las posiciones parentales se agrega
el propio conocimiento sobre la dictadura, para abrir preguntas sobre
la inscripción en una genealogía y la reconstrucción, como adultos, del
lazo filiatorio.
El cambio en los patrones culturales cotidianos que implicó la dic-
tadura, las formas sonoras y sensibles de la vida cotidiana “gris” y “cato-
licona” en palabras de varias entrevistadas, su textura moral y política,
es diáfana en muchos recuerdos, en contraste con procesos anteriores
(la prohibición del carnaval, por ejemplo) y posteriores (el “destape” de
la recuperación democrática).
La ponderación del contexto dictatorial, y la toma de posición res-
pecto al mismo, requirió de un tiempo posterior y de la narrativa histó-
rica provista por la recuperación democrática. Las huellas precedentes,
huellas significativas y densas, fueron reordenadas en una narrativa his-
tórico-política, ya no como experiências singulares sino compartidas,
a partir de la narrativa colectiva que proveyó, sobre todo, la labor de la

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Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) en
el establecimiento de la magnitud y profundidad de la represión en el
contexto de recuperación democrática. Narrativas que fueron revisita-
das en los últimos años, y que forzaron una nueva interrogación a partir
de la presencia legitimada y constante de los organismos de derechos
humanos en la escena pública y de los cambiantes discursos institucio-
nales sobre la dictadura.
En ese escenario, una marca generacional importante, compartida
por una gran parte de los entrevistados,3 parece radicar en un distan-
ciamiento con los padres que no tenían interés en la política o justifi-
caron la represión. Preguntas inapropiadas en la mesa familiar, interés
temprano de niños y niñas en noticieros televisivos y una incipiente –y
muchas veces resistida por los padres‒ incorporación adolescente a la
actividad política en centros de estudiantes y marchas jalonan la sen-
sación de distancia, puntuada por frases como “de dónde saliste vos?”.
La recuperación democrática proveyó un escenario para que la
aparentemente aniquilada tensión intergeneracional llevada a su pico
con la radicalización política de las décadas de 1960 y 1970, reaparecie-
ra bajo la forma de intereses disidentes, de hijos que ponían en cuestión
las dimensiones políticas, culturales y simbólicas del lazo filiatorio me-
diante su inmersión adolescente y generalizada en la primavera demo-
crática inaugurada en 1983, al son del rock nacional (Manzano, 2005).
Con ese movimiento se crean problemas a la hora de pensar lo in-
fantil y su memoria. Como adultos, se preguntan, al igual seguramente

3 Las/os entrevistados provienen de sectores medios (altos y bajos) y obreros. Un


tercio de ellos son hijos o nietos de personal de las fuerzas de seguridad (militares
y policías), y un quinto alcanzó sólo el secundario completo, en tanto el resto tiene
terciario o universitario completo, una parte hasta el nivel de doctorado. Alrededor
de la mitad participó en los tempranos años ochenta de los centros de estudiantes
de escuelas secundarias, y en cuatro casos continúan una participación política
partidaria orgánica. En un cuarto de los casos madres y/o padres se manifestaron
abiertamente a favor de la dictadura. Sólo cinco de las personas entrevistadas de-
jaron entrever que el “cierre” del pasado les resultaba necesario, cuestionando el
relato institucional sobre los crímenes de la dictadura sostenido por los gobiernos
kirchneristas y reclamaron una mayor preocupación por “la inseguridad” antes que
por “los derechos humanos”.

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que cada nueva generación, qué hicieron los padres frente al predica-
mento que les tocó vivir, y qué harán sus hijos con su memoria. Algu-
nos de los entrevistados colocan la memoria de la infancia en un pasado
melancólico: “crecimos en un mundo que ya no existe más”, cerca de los
padres y centrando su interés en la reproducción de la vida cotidiana.
Otros, a medio camino entre una infancia melancólica y un pasado que
sirve de testimonio al presente, dan peso ético a las decisiones sobre la
transmisión, procuran alentar en sus hijos una apreciación de las po-
siciones militantes o rupturistas con las que construyeron sus propias
posiciones identitarias. Otros finalmente señalan el carácter paradojal
de ese pasado, despreocupado y protegido, pero ensombrecido por el
terror, como señaló una de las entrevistadas: “Eso era lo normal y como
que los momentos de felicidad y demás discurrían en medio de todo
eso, entonces, no daba como para pensar”.

Discusión
A partir del recorrido del artículo, las preguntas iniciales relativas
a las formas de agencia infantil en contextos dictatoriales rememora-
das por adultos, adquieren renovados matices teóricos y políticos. En
primer lugar, es posible señalar una dimensión dinámica e histórica de
la agencia. Esto es, hay una reinterpretación de la historia de la propia
infancia a lo largo del trabajo biográfico, en los contextos culturales y
políticos cambiantes en los que se inscribe tal trabajo. En particular, en
este trabajo es posible dar cuenta del reordenamiento de las categorías
de autoridad parental e infancia, que articulan nuevos modelos sociales.
En ellos, la crítica al autoritarismo y a la pasividad paterno/materna
durante la dictadura constituye un punto sustantivo en la configuración
de los posicionamientos de los hoy adultos.
En segundo lugar, la comprensión del contexto socio-político
emergía en espacios liminares o intermedios, incluso mediante estra-
tegias de invisibilización y ocultamiento que los niños desplegaron
ante el mundo adulto o a la autoridad de algunos adultos. Niños y

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niñas encontraban en las distracciones, en las dudas y silencios “carga-
dos”, en las contradicciones de sus padres, el acceso a un conocimiento
del contexto histórico que era negado o silenciado. En tal sentido,
estas estrategias se vinculan con el planteo de Scott sobre los modos
resistenciales de los dominados (Scott, 1985), en tanto operan sobre
la base del ocultamiento, aunque debemos hesitar sobre nombrarlas
como resistencia, en tanto si bien se vinculan con formas de desobe-
diencia, ni tienen carácter colectivo ni una relación con la transfor-
mación de un orden. No obstante esas limitaciones, resulta de interés
comprender el carácter oposicional que adquiere la relación de poder
intergeneracional para las y los niños. En efecto, antes que apoyarse en
madres y padres para obtener información y acceder al conocimiento,
los entonces niños actuaron contra la autoridad adulta, a sus espaldas,
o en sus “zonas ciegas”.
En tercer lugar, las dimensiones éticas, emocionales y subjetivas de
la experiência, muchas veces tienen un peso determinante en el des/co-
nocimiento, pero sobre todo en virtud de las relaciones intergeneracio-
nales en las que se traman, antes que en la edad de los niños o en la su-
puesta manipulación de los adultos. El juicio crítico y distanciado que
puede resultar nítido respecto de los crímenes del aparato represivo, se
ve complicado al llegar a las minucias concretas en que se desplegaba la
dictadura en la vida cotidiana, con su tono menor. Aquí, las relaciones
intergeneracionales y paterno-filiales ponen de relieve el tono afectivo
y el valor identitario de las interpretaciones políticas y éticas sobre el
pasado, y al hacerlo, contribuyen a desestabilizar los límites entre lo
privado y lo político.
En cuarto lugar, y derivado de lo anterior, es posible problematizar
la política del conocimiento de los hechos, en tanto esta no se “alcanza”
en un momento del desarrollo ni es una “capacidad” individual, sino
que se trata antes bien de una resultante de procesos sociales y políticos
y de las experiências subjetivas, en una temporalidad no lineal ni pro-
gresiva. Al contrario, el conocimiento en las narraciones aparece trama-
do en relaciones sociales, en una pluralidad de ámbitos de socialización
diversos y controvertidos, y en diferentes momentos de la vida.

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La experiência infantil funciona así como una dimensión de la
agencia no sólo cuando aconteció en tiempo real. Debido a las diná-
micas de temporalidades intersectadas funcionan como un fenómeno
activo toda la vida, fluido, continuamente sujetas a revisión, continua-
mente significativas en la agencia humana en el presente, continua-
mente históricas. Muchas perspectivas sociológicas sobre la agencia no
toman en cuenta esta dimensión temporal y desestiman el valor analí-
tico de la experiência infantil retrospectiva.
En efecto, supuestamente la falta de autonomía moral y las li-
mitadas capacidades cognitivas y emocionales de los niños, los harían
materia “fácil” del usufructo adulto, para bien y para mal. Los niños, se
supone, son incapaces de comprender el pleno sentido de su contexto
histórico y de la política en que están inmersos. No sólo porque su
capacidad cognitiva es limitada, sino porque está doblemente mediada,
por la emocionalidad y por la dependencia respecto de los adultos que
transmiten e interpretan esa realidad para los niños.
En la película The Boy in the Striped Pyjamas4, Bruno, uno de los
dos jóvenes protagonistas de 8 años, se esfuerza en negar una realidad
amenazadora: su padre es abominable, no puede estar orgulloso de él.
Y en su esfuerzo por negar aquello que en el fondo sabe, pierde la vida.
Está claro que es mucho lo que se le escapa a Bruno, es mucho aquello
que le resulta opaco: la maquinaria nazi y su implacable burocracia,
el carácter irreversible de la muerte, la equivalencia entre desaparición
y exterminio. Pero este des/conocimiento no resulta diferente a aquel
que, en el marco de la última dictadura militar en Argentina, permitía a
los adultos señalar su lejanía respecto de nuestra propia maquinaria de
desaparición y exterminio. No sabían, se excusaban.
La narrativa autobiográfica muestra aquí su densidad política. No
toda huella es materia de tal politicidad, pero sí parece posible señalar
que la tramitación de las experiências infantiles requiere de un sujeto
crítico que las haya inscripto en primer lugar. Esto es, su carácter polí-

4 The Boy in the Sriped Pyjamas (2008) es una película inglesa dirigida por Mark Herman, a
partir de la novela homónima de John Boyne, que muestra el Holocausto desde la perspec-
tiva de un niño de 8 años, hijo del comandante nazi del campo de exterminio.

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tico es impreso o no por el sujeto infantil en el modo de dotar de valor
a esos recuerdos menores, cuyo sentido pleno se le escapan, pero que
son recuperados a posteriori, y confluyen en construir el lugar de enun-
ciación del sujeto, ya adulto, y va a cimentar la articulación de nuevos
modelos de paternidad, maternidad, autoridad.
Los entonces niños son retratados en las narrativas retrospec-
tivas como sujetos capaces de desplegar estrategias específicas para
aumentar sus campos de acción, sus trayectorias por fuera del control
adulto –y dictatorial–, y en esas mismas estrategias desplegaron una ca-
pacidad crítica que cimentó las transformaciones biográficas que ellos
mismos encarnaron.

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