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Jornadas de la (pos) Verdad.

Todo mundo tiene derecho a la mentira.


Edipo

México 2018: la conversación pública inmersa como nunca en la definición de un


rumbo estructural; verdades, mentiras e ilusión colectiva se confunden en un ágora
virtual donde ciudadanos y bots hacen campaña; diálogo imposible, pero enorme
conversación que dará pie a miles de crónicas de un tiempo que muy pronto se hará
viejo. Todo es ilusorio en esta realidad y no hay ejemplo más fehaciente que la
desaparición de dos millones de pobres por efecto de una milagrosa ecuación.
¿Alguien puede negar que esos pobres dejaron de serlo? ¿Porque qué es un pobre?
Lo que se diga en contra o a favor de cualquier teoría termina siendo un acto de fe,
todas se equivocan. Por eso el Consejo de la Ciencia ha concluido –por
unanimidad–, que existen fenómenos superiores al entendimiento humano. ¿Cómo
sacudirnos esta rama que nos impide ver el bosque…, si es que el bosque existe?
¿Cómo encontrar el sentido a esa corriente que nos arrastra y nos hace participar
de lo que no entendemos?

En la ciencia política es conocida la estrategia de Lenin de escribir sobre Japón


cada que quería hablar de Rusia, lo que causaba tal efecto de distanciamiento que
hasta Brecht la asumirá como estructura de su Arturo Ui. En la experiencia del teatro
(incluido Brecht), lo habitual es volver al origen y refrescar las ideas en sus fuentes
cristalinas, buscar el arquetipo que nos permita proponer un axioma del
comportamiento humano. Y aquí encontramos una nueva paradoja, porque qué otra
cosa es un mito sino la mentira que engendra una verdad profunda. Exactamente
como la ficción: una concatenación de situaciones posibles, pero inexistentes, que
toman el cuerpo de un hecho verdadero.
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Veamos el caso de Edipo: Robert Graves afirma que su fábula pudo surgir de una
historia inversa: Edipo de Corinto conquista Tebas y se convierte en rey casándose
con Yocasta, una sacerdotisa de Hera. Luego anuncia que, en adelante, el reinado
se traspasará por la línea paterna, como es la costumbre corintia, en vez de seguir
siendo el atributo de Hera, la estranguladora. El inminente cambio de las leyes
provocará el suicidio de Yocasta, en señal de protesta, y muy pronto la ciudad entera
se hundirá en la anarquía. En respuesta, los tebanos niegan a Edipo la paletilla
sagrada y lo destierran. El héroe trágico morirá en un intento fallido de reconquistar
su trono mediante la guerra.

Esto es lo más parecido a un hecho histórico. No obstante, Edipo ha sido


secuestrado por Sófocles, cuya maestría en el arte de la psicología y el drama ha
terminado por borrar cualquier versión que ose competirle. El Edipo que ha llegado
a nuestros días es aquel que se arranca los ojos por no haber tenido la capacidad
de ver su tremendo error. Una imagen ciertamente trágica. Visto así, no resulta difícil
inclinarnos por el Edipo mítico en lugar del histórico, pues ya sabemos que la historia
es errática y no ofrece ninguna lección.

En alguna medida el Edipo de David Gaitán retoma el asunto original, no en su


trama sino en su intención. Se trata de un Edipo más político y menos arquetípico,
un demagogo que asume y juega con las reglas del poder que, en los tiempos
actuales, carecen de sentido; su parámetro es la percepción ciudadana: lo que
parece mal está realmente mal; por eso llama la atención que el enunciado más
recurrente sea la búsqueda de la verdad por sobre todas las cosas, lo mismo que
en Antígona, pieza precedente en su factura (aunque posterior en la cronología),
que se debate ante la engañosa autoridad de las palabras.

Esta otra historia dice así: pese al decreto que anuncia la pena de muerte a quien
ose enterrar el cadáver del traidor Polinices, su hermana Antígona intenta darle
sepultura bajo un simple argumento: “es mi deber”. El hecho compromete la
seguridad del estado, que no puede darse el lujo de nuevas sublevaciones, así que
el rey Creonte decide aplicar la ley contra la desafiante mujer. A partir de este
acontecimiento se desdobla el alegato sobre las razones superiores de nuestra
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actuación en el mundo. Algunos ven en esta historia el primer caso de objeción de


conciencia; otros subrayan la crítica contra el déspota que confunde al estado
consigo mismo. Al respecto afirma el helenista Karl Reinhardt: “en cierto modo todos
los personajes trágicos de Sófocles son unos disidentes”.

Como se podrá observar, la acción en la Antígona de Gaitán comienza con un


discurso en el que se ofrece un lamentable diagnóstico de la realidad, acompañado
de una proposición que habrá de ser motor del drama:

Todo aparato jurídico debe someterse a la decisión del pueblo, sí, pero el pueblo está
envenenado. Y el sistema, cegado en su búsqueda de popularidad, está respondiendo a los
mismos esquemas simples, esos que con un plumazo descalifican un andamiaje complejo de
motivaciones. No propongo extirpar al pueblo de la ecuación. Propongo vacunarnos. Generar
espacios de discusión que obliguen a analizar un cuerpo de conflicto en tres dimensiones, en
cinco. Discutir no es sólo una capacidad, debemos convertirlo en obligación, mucho más
cuando, como ahora, es la justicia el tema sobre la mesa…

Resulta imposible no hacer un paréntesis para advertir el correlato con el doctor


Stockmann del Enemigo del pueblo, obra que Gaitán reescribe en paralelo a estas
dos tragedias. Pero concentrémonos en ellas solamente: en Edipo sabemos que
hay un pecado oculto que debe ser purgado mediante la confesión y esta sólo se
alcanzará mediante el ejercicio del habla. En Antígona la esencia de la Justicia se
ha puesto en duda y para recuperarla es necesaria la aplicación hermenéutica, un
desmontaje de los términos y los hechos que conforman la ley para, de esa forma,
reconstituirla. En los dos casos el habla es la vacuna contra la mentira, por eso no
resulta extraña la fijación que Gaitán tiene con este ejercicio, eje propositivo de
ambas obras, para el que incluso establece reglas específicas:

1. El camino para alcanzar la justicia es el debate. No hay exceso de palabras ni


argumentaciones superfluas. Antes de decidir, se ha de agotar el lenguaje si es necesario. 2.
La fatiga de los implicados no será criterio para el resultado. 3. El debate será público. Todo
procedimiento gubernamental es de interés común, por lo que toda conversación debe ser a
puertas abiertas. 4. El coro testigo de este proceso estará compuesto mayoritariamente por
jóvenes; es imperativo que conciencias que aún piensen en la perfección, el idilio social y la
utopía de la convivencia escuchen este procedimiento y opinen, si lo creen necesario. 5. Todo
ciudadano de Tebas está comprometido con la verdad.

Lo que más llama la atención del procedimiento es la activación del público sin que
este tenga que mover un dedo: en la convención de las dos obras (más explícita en
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Antígona), el público es el pueblo y los actores, sus representantes, de allí que en


el acto de escuchar el público asuma uno u otro partido. El procedimiento es menos
obvio de lo que parece o, por decirlo de otra forma, se subraya para obligar al
público a reflexionar desde su butaca.

Pero hay también una diferencia notable y estructural en las dos obras: mientras en
Antígona se apela al debate público, Edipo desmenuza la verdad de lo íntimo y
privado; mientras la acción de Antígona ocurre en la plaza, en Edipo se agazapa al
interior del palacio (lo que permite el afortunado rolling gag de los reyes siendo
sorprendidos en su incontinente cópula). La dualidad adentro-afuera nos permite la
observación del fenómeno desde perspectivas complementarias: la del debate
(público) y la confesión (privada), dos formas de la verdad que se obtienen, una
mediante la argumentación y otra por el testimonio.

Así como en Antígona se convoca al público a debatir hasta el cansancio, Edipo


invitará a sus propias Jornadas de desentrañamiento social, un acto performático
en el que la gente se abre en canal por medio de la palabra:

Edipo: Inauguro hoy las jornadas por la Verdad en Tebas. Habrán de mirar a su prójimo y conversar
y conversar y conversar hasta agotar el lenguaje, si es necesario. Siempre con la siguiente
máxima: todo tebano está comprometido con la verdad. Ensayemos la perfección hasta que
–expulsado por el tsunami de la honestidad– emerja a la superficie el cuerpo desahuciado del
animal que está infectando la ciudad. Seamos ese pueblo. Estemos por encima de las
expectativas que los dioses depositaron en nosotros, obliguémonos a ser las personas que
aspiramos a ser, preguntemos lo que no entendemos y prohibámonos el derecho a ser malos
actores de nuestra propia vida. La palabra y la acción como indisolubles hermanas. Si Tebas
está a la altura de mi idea, se los juro, la peste se irá.

En su libro dedicado a la catarsis y la medicina1, Andrzej Szceklik rememora la


importancia de la primera conversación con el paciente, que los médicos antiguos
llamaban anamnesis, un conocimiento de las cosas que, según Platón, se anticipa
a la percepción. “Escúchale una historia del pasado, que diga cualquier cosa, y

1 Szcesklik, Andrzej (2010), Catarsis, sobre el poder curativo de la naturaleza y el arte, Barcelona, Acantilado,

207 pp.
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entonces ese desconocido se convertirá en persona”. Ese instante, ese destello en


el que asoma la confesión del cuerpo, se llama diagnóstico.

Estamos, sin duda, ante dos obras que hacen diagnóstico de la enfermedad social
y esta no es otra que el lenguaje; padecemos el cáncer del lenguaje que, lejos de
aclarar, confunde al mundo. Tal vez por esa razón el procedimiento deba llegar al
extremo y forzar la catarsis, desatar el habla incontinente no importando que sea
verdad o que sea mentira, que construya o que deforme, siempre que el paroxismo
desemboque en la criba del lenguaje y en la recuperación de su objeto comunicador.
Como afirma Szcesklik, tanto la medicina como el arte tienen origen en la magia, un
sistema basado en la omnipotencia de la palabra. Es tal su efecto en el espíritu que
no importa tanto su significado como su composición sonora. Que los bebés
prefieran las consonancias a las disonancias puede indicarnos que la recuperación
pasa por poner atención en la armonía. El propio Edipo afirma que “la verdad existe
antes de que el humano tuviera las herramientas para articularla. 
 La misión
original del lenguaje es darle cuerpo a la verdad. 
 La verdad es poesía involuntaria,
es belleza.” Algo similar a lo que piensa Novalis –citado nuevamente por Szcesklik–
, cuando escribe que “toda enfermedad es un problema musical, toda curación es
una solución musical.”

Que suene el párodo.

Luis Mario Moncada

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