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En nuestro
país hemos vivido uno de los conflictos más largos, intensos y tristes que hayamos
conocido. Tres generaciones completas de colombianos hemos convivido con los
asesinatos, las masacres, las violaciones de los derechos humanos, los
secuestros, los crímenes de lesa humanidad y las desapariciones.
Aunque solemos olvidarlo, el efecto más perverso de las guerras, sin excepción,
es la deshumanización de las relaciones humanas fundamentales y la ruptura del
tejido social que garantiza la convivencia. Pasa en todas las confrontaciones
armadas, pero su magnitud crece de manera exponencial cuando permanece
durante décadas, se vinculan diversos ejércitos irregulares y el narcotráfico
permea todos los ámbitos del conflicto.
Cinco millones y medio de personas han tenido que dejar sus tierras en estas
últimas dos décadas y salir de noche a buscar una nueva vida, como si ellos
fueran los propios asesinos. Lo que sería igual a que todos los habitantes de
Barranquilla, Cartagena, Cúcuta, Bucaramanga y Santa Marta, sumados, tuvieran
que abandonar sus casas. Son tragedias humanas de proporciones y angustias
inimaginables.
Los ciudadanos hablamos todo el tiempo contra la corrupción, pero somos los
primeros en evadir impuestos o en sobornar a la policía. Por esto mismo, la mitad
de los jóvenes de 15 años que están estudiando en las escuelas en zonas de
conflicto, creen que pueden atropellar a sus compañeros, si eso los beneficia. Se
trata de una cultura que valora positivamente a quien realiza trampas al fisco, se
salta las filas o hace todos los cruces indebidos en el tráfico, en las leyes y en la
ética.
La guerra en Colombia hace mucho adquirió una dimensión cultural. Por ello,
fácilmente los valores de las mafias se incluyeron de manera generalizada en el
lenguaje cotidiano. Llamamos “capo” al mejor en los equipos de ciclismo, decimos
que no hay que “dar ni perder papaya” y los padres les indican a sus hijos que
“hay que pegar antes de que les peguen”. En educación también usamos un
lenguaje propio de la guerra: llamamos “desertor” a quien abandona la escuela y
muchas de ellas cuentan con una “banda de guerra”.
MODUS OPERANDI DE LAS FARC:
Las Farc han cambiado su estrategia a la acción de pequeños grupos, evitan la
construcción de grandes campamentos y la concentración de tropas. Ese
reacomodamiento, sin embargo, no significa mayor fortaleza, pero sí demuestra
una capacidad de adaptación de la guerrilla a las nuevas condiciones de combate.
Según el informe, esa adaptación obliga a las Fuerzas Militares a cambiar de
estrategia, que, para el ataque al Bloque Oriental, al mando del ‘Mono Jojoy’,
dieron un gran salto en movilidad aérea, en inteligencia y en construcción de redes
de cooperantes entre la población.
Y es que las bajas de la Fuerza Pública, entre muertos y heridos, en el año 2010,
ascienden casi hasta 2.500. La cifra ya supera a la que se registró en 2002
cuando se presentaron 2.236 y a 2009, año en el que se registraron 2.320 bajas,
indica el informe basado en fuentes judiciales.
20 DE NOVIEMBRE DE 2017.
BARRANQUILLA ATLANTICO