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Una solución para acabar con la pobreza

extrema
Posiblemente es una combinación de varias políticas, pero hay una medida un
tanto revolucionaria que tiene más impacto que todas las demás.

El ingenio de personas pobres de este mundo es tal que el impacto de darles un fajo de dinero es
mayor que cualquier otra ayuda. Jorge Londoño

La pobreza es un problema complejo que requiere de un conjunto de


soluciones que van desde la educación y la salud hasta la infraestructura, pero
la pregunta que se hacen instituciones y gobiernos que quieren lidiar con la
pobreza extrema y que tienen presupuestos limitados es cuál de todas las
soluciones es la más efectiva costo-beneficio.
Las organizaciones no gubernamentales se han enfocado en distintas áreas de
la salud, educación y trabajo, incluyendo alimentación, acceso médico,
alfabetización y entrenamiento vocacional. Todas estas labores son loables y
ayudan de una u otra manera a acabar con la erradicación de la pobreza. Pero
dado que los recursos económicos suelen ser limitados, ¿qué pasa si hay que
escoger una sola medida que tenga el mayor impacto posible?
Empresarios de la industria tecnológica, incluyendo Google y Facebook, han
llegado a la conclusión de que la acción de mayor impacto para sacar a
millones de la pobreza es simplemente entregarle a cada persona un fajo de
billetes para que haga con ellos lo que quiera. Sin preguntas, sin
condicionamientos, sin discriminaciones. Según estudios realizados por estas
organizaciones (Give Directly es la más conocida), el ingenio de las personas
pobres de este mundo es tal que el impacto de este dinero es mayor que
cualquier otra ayuda. Cada persona tiene una necesidad inmediata que le
impide salir del círculo vicioso de la pobreza y estas necesidades son distintas
para cada una. Por lo tanto, ¿quién debería estar encargado de identificarlas?
La respuesta de estos empresarios ha sido darle esa responsabilidad a cada
persona necesitada, sin el “consejo” de expertos y burócratas que tienen las
mejores intenciones pero que no son, ni nunca han sido, pobres.
En varios países de África, Asia y América Latina se han hecho
experimentos en los cuales se han comprobado dos grandes ventajas de los
programas incondicionales. La primera es que más del 90 % de los recursos
van directamente a los beneficiarios del sistema, pues estos programas son
mucho más baratos de administrar. En Kenia, por ejemplo, se hacen a través
de los teléfonos celulares. La segunda es que las donaciones no sólo
incrementan el consumo inmediato, sino también el ahorro, el bienestar
psicológico y el empoderamiento de las mujeres, es decir, que su impacto
benéfico se extiende en el largo plazo.
La sospecha inmediata que surge de un programa así es que siempre va a
existir el individuo, típicamente del género masculino, que lo primero que se
le ocurre al recibir un dinero en efectivo es irse al bar a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, los estudios demuestran que la porción de personas que
malgastan el dinero es estadísticamente insignificante. Todo lo contrario, se ha
comprobado que los gastos en todas las categorías de consumo (comida, salud
y educación) se incrementan, ¡excepto en alcohol y tabaco!

En cuanto a activos durables, se ha descubierto que el gasto más importante


que hacen los recipientes de la ayuda es techos de metal. Los analistas,
después de darles muchas vuelvtas a estos resultados, están descubriendo que
el agua moja, es decir, que estos techos son tremendamente efectivos en
ayudar a romper el círculo vicioso de la pobreza.

La consecuencia más reveladora y alentadora del éxito de estos programas es


que comprueban que hay que confiar en los pobres y que tacharlos de
ignorantes e irresponsables es una generalización horrible y equivocada.
Es más, los que queremos contribuir a erradicar la pobreza deberíamos
escucharlos en lugar de sermonearlos.

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