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En México el derecho penal a cambiado bastante desde sus inicios, desde su época
prehispánica. Antes, el pueblo conocía las normas de conducta a través de pinturas
jeroglíficas, se permitía la venganza privada en ciertos supuestos, no siempre
intervenía el juez ni seguía un proceso para imponer sanciones, había diversidad
de sanciones como la muerte, esclavitud, privación de la libertad, castigos
corporales, destierro etc. Incluso algunas tan singulares como la demolición de la
casa del infractor. La duración de la pena y su forma de ejecución dependían de la
clase social del delincuente.
Así vemos una discusión que existe respecto de que bienes jurídicos pueden o
deben ser los penalmente protegidos, puesto que existen nuevas tendencias por un
lado, donde para algunas es factible la creación de nuevos intereses o bienes
jurídicos (expansionismo o en algunos casos intensificación) y para otro sector de
la dogmática ya no es necesaria la concepción propia del bien jurídico sino mas bien
la vigencia de la norma, asegurando con esto la estabilidad de la misma. Así se
hace énfasis en lo que sería el moderno derecho penal y su expansión, donde entre
los más notables están: el derecho penal del enemigo y el derecho penal de dos
velocidades como expansión del Derecho Penal que posteriormente estaremos
desarrollando.
Ahora, lo que verdaderamente preocupa es que ante la carrera por alcanzar dichas
creaciones estructurales o “novedosas teorías” violentemos principios
fundamentales o los reduzcamos a su mínima expresión. Que legitimemos o
autoricemos al Estado, para con el pretexto de garantizar la “seguridad ciudadana”
pueda violar las garantías individuales de sus gobernados, eso si verdaderamente
preocupa y es lo que a toda costa debemos tratar de impedir los que bajo los
principios de un derecho penal clásico, nos empezamos a desarrollar
académicamente. Lo que significa que el garantismo está para protegernos del
poder punitivo del Estado, para frenar el poder de dicho.
Este nuevo derecho penal muchas veces tan “manoseado” por intereses diversos a
la misma particularidad del derecho penal clásico o garantista, -pero que sin duda
este derecho penal, tiene una favorable aceptación social, sobre todo de los agentes
políticos y los medios de comunicación no busca la prevalecencia del principio de
intervención mínima o ultima ratio.
Así el moderno derecho penal presenta un obstáculo para poder llevar a cabo un
efectivo control de la actual problemática penal, puesto que atenta a la estrecha
vinculación de los principios del derecho penal clásico con el poder punitivo del
Estado, donde nace una política criminal demasiado pragmática, que pretende
solucionar los problemas utilizando el derecho penal, pero utilizándolo como prima
rattio, intentando solucionar con derecho penal todo lo concerniente a los problemas
del Estado, atacando los efectos y no las causas. Aquí vemos a las diferentes
políticas bajo distintos rótulo: “seguridad nacional”, “tolerancia cero”, “medidas de
seguridad, anticipación de la punibilidad e introducción en las esferas de la
privacidad”, que de una u otra forma hacen ver a un derecho penal simbólico,
criminalizando a la pobreza o a aquellos que no estén a favor del sistema
considerándolos peligrosos.
El Derecho Penal del Enemigo como una tendencia del moderno derecho penal
expansionista simplemente hace una división entre los habitantes de un
determinado Estado: se configura un (equívoco) Derecho Penal para enemigos, y
un (redundante) derecho penal para los ciudadanos. Obviamente no de manera
formal, pero subjetivamente se reducen las garantías de “individuos” que pueden
ser “peligrosos” para la sociedad. Con éste derecho penal pareciera que se
retrocede a lo que fue un derecho penal de autor (vigente en la época del nacional
socialismo), considerando a ello un altibajo del Derecho Penal.