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Pretendemos que la educación nos enseñe a comprender la realidad que nos circunda, a actuar
en ella, a transformarla, y por eso, a adquirir una visión crítica que nos permita proyectar un
mundo mejor. Semejante propuesta sólo es posible si reconocemos que el currículo ofrece
oportunidades para desarrollar la capacidad de pensar y conocer. Pero no se trata solamente de
los diferentes contenidos de la enseñanza o de su abordaje, sino de reconocerlos incluyendo
los entornos, los contextos, el mundo tal cual es y cómo se presenta, el arte y la ciencia, la
tecnología y las grandes creaciones de la humanidad, la pasión por el conocimiento y la
preocupación por los grandes problemas de la sociedad. Son las y los docentes quiénes
ordenan ese mundo caótico y le dan sentido a su análisis y estudio, en tanto entiendan también
que no hay una única manera de comprenderlo y representarlo y que en la clase el continente
es también contenido.
En este capítulo haremos hincapié en uno de esos contornos que rara vez son reconocidos
como espacios de enseñanza: las paredes de las aulas. Para analizar ese espacio de trabajo
como espacio para enseñar y aprender lo inscribiremos en el marco de las concepciones del
conocer.
Si sostenemos una visión amplia del conocimiento podremos reconocer el lugar de la emoción
y los afectos en interdependencia con la actividad mental. En cambio, si restringimos la
actividad mental a las formas lógico-discursivas nos quedamos solamente con un espacio de
lo humano. Si entendemos, además, que conocer tiene como base la experiencia, también
podremos reconocer que la base de la experiencia implica incorporar todos los sentidos, las
cualidades del sonido, el gusto, el tacto y, que a su vez, éstos requieren atención, memoria,
selección, comparación, juicio. Estas experiencias humanas alcanzan su dimensión social
hallando un medio que transforma lo privado en público por medio de las diferentes formas de
representación. Estas formas variadas adoptan palabras, imágenes, obras musicales, cálculos
matemáticos, etc. El gran desafío de la educación es entender estas formas de representación
diferentes que hacen a una visión enriquecida del currículo y programar actividades y
propuestas que las contemplen. Entendemos que esto implica una visión amplia del
conocimiento que requiere formas múltiples de alfabetismo. Es desde esta perspectiva global,
holística y compleja, que nos preguntamos cómo atendemos a todo lo que acontece en el aula
y cómo provocamos situaciones de enseñanza con todos los sentidos.
Son escasas las ocasiones en las que nos detenemos a pensar en el ámbito en el que transcurre
la vida cotidiana de la enseñanza. Pasillos y patios, Salón de actos, Secretaría, Dirección, si
los hay, configuran el espacio o continente en el que las acciones transcurren. ¿Cuál es el
lugar que le cabe a cada uno de esos lugares? ¿Son solamente el continente de las actividades
de enseñanza? ¿Es posible pensar la enseñanza cómo si transcurriera en un espacio libre de
toda otra preocupación o manifestación social y cultural?
Las paredes nos guardan y resguardan las actividades que llevamos a cabo, más de una vez las
transparentan de manera ordenada y, otras, muestran caóticamente las tareas que despliegan
alumnas y alumnos, sus dificultades o sus logros. Quizás, es tan importante lo que colocamos,
que más de una vez no nos damos cuenta de que cada vez que colgamos algo nuevo, aquello
que estaba antes se empequeñece con la nueva presencia. Seguramente incorporar implica
también preguntarse acerca de qué sacar a cambio.
Hoy al tratar de ayudar a tomar nota del valor de cada una de las elecciones que adoptamos,
en ese espacio privilegiado de la enseñanza que son sus paredes, elegimos varias dimensiones
de análisis en las que se plasman concepciones de enseñanza y que han dado lugar a
“paisajes” diferentes en las aulas escolares.
El espacio de la ejemplaridad
A medida que el año escolar avanza, especialmente en el campo de las ciencias sociales, las y
los docentes enseñan la vida de los que forjaron nuestra historia y configuran el sentido de la
patria. Mariano Moreno, Domingo Faustino Sarmiento, Manuel Belgrano, cobran vida en los
relatos que se suscitan en las clases. En otro espacio como éste desarrollamos el método
biográfico y explicamos cómo y porqué los relatos de la vida, el contexto de producción, el
impacto en la sociedad y en el futuro son posibles de analizar en las aulas. Pero esos relatos
guardan figuras y los retratos se van colgando en las aulas para dar cuerpo e imagen a los
hombres y mujeres de nuestra historia. Algunos de ellos quedan puestos como figura central y
ejemplar. La toma de conciencia de la figura que dejamos en las paredes del aula para darnos
cuenta de la ejemplaridad nos enseña seguramente los grandes principios morales de la
escuela: la abnegación, la lucha por la justicia, la independencia, el valor del esfuerzo, la
generosidad. El reconocimiento y el saber que elegimos para las paredes, da testimonio de
esas elecciones que nos ayudan a entender el espacio del aula como espacio de ejemplaridad.
En otros casos las paredes guardan el sentido de identidad de la escuela. Se trata de íconos
que reflejan el sentido religioso de la institución, su patrono o aquello que la representa por
decisión de las autoridades.
También en las paredes y con sentido moral se suelen “colgar” frases o máximas con el objeto
de remarcar o sellar actitudes o valores que se pretenden subrayar. Reconocer lo que elegimos
es siempre reconocer lo que privilegiamos para la educación. Supone dar cuenta
permanentemente del sentido moral de la enseñanza y de cuáles son las orientaciones que le
dan sentido al accionar docente.
En los cuadernos de clases las y los alumnos plasman sus realizaciones, resuelven actividades
y conforman espacios individuales del aprender. Sin embargo, más de una vez las y los
docentes deciden que alguna de esas realizaciones debe ser visible para todo el grupo escolar.
Se “cuelgan”, entonces, las producciones terminadas de todos los estudiantes. Quizás el tema
más interesante es analizar en cada caso el significado de la realización, su sentido como
producto construido, las diferencias entre producciones, entender los logros alcanzados.
Estamos acostumbrados a que los dibujos o pinturas sean el soporte fundamental de estas
representaciones. Entendemos que este lugar de exposición es potente como lugar de
aprendizaje si lo acompañamos de un trabajo de estudio y debate. Rara vez los alumnos
analizan sus trabajos entre sí. El verdadero trabajo, en estos casos, es el examen de las
diferencias, los logros y las posibilidades que cada uno plasma en esa producción. Comparar y
contrastar con el objeto de reconocer en cada uno cuál es el logro o la originalidad. No se trata
de señalar o identificar a los alumnos que tienen mejores posibilidades de creación artística,
sino de encontrar el logro en cada uno. La complejidad de la enseñanza, estriba exactamente
en eso: en reconocer el valor genuino de cada desarrollo individual para favorecerlo,
potenciarlo y permitir que los estudiantes crezcan en autoestima y no en desvalorización.
Por otra parte, nos preguntamos si no es posible incorporar también otras propuestas de los
alumnos que den cuenta de sus mejores producciones y en esos casos, si no podemos permitir
que cada uno elija cómo quiere estar representado en el aula. Una poesía, un problema, un
gráfico o un mapa podría dar cuenta, también, de la producción personal de mayor desarrollo.
Debemos reconocer que la mayoría de las actividades perceptivas tiene un valor instrumental.
Reconocemos nuestros útiles, nuestros abrigos, el barrio en el que vivimos, el transporte que
utilizamos a diario o el lugar por el que nos desplazamos. Sin embargo, las imágenes son
diferentes para cada uno. Dos personas que hacen el mismo recorrido a diario pueden dar
cuenta de apreciaciones diferentes en torno a ese recorrido. También tenemos una percepción
profesional. Una mirada rápida a los estudiantes más de una vez nos hace reconocer sus
alegrías, miedos, angustias, preocupaciones. En cada profesión la percepción se agudiza en
torno a las actividades frecuentes que la caracterizan. Es la percepción la que se enriquece si
la mirada se configura desde una perspectiva artística. ¿Por qué? Porque las artes ayudan a
prestar atención a las cualidades y a su contenido expresivo. Aprender a “ver” con sentido
estético es registrar las formas, sus cualidades y los sentimientos que nos inspiran.
Permitirnos deleitarnos con la forma abrirá el camino de la sensibilidad. Aprender a ver al
mundo con una perspectiva estética también nos impone otro desafío. Se trata de utilizar el
lenguaje para expresar las cualidades que poseen expresiones del arte concretas, tales como el
dibujo, la fotografía, la pintura, la escultura, la música. Seguramente se encontrarán
equivalentes metafóricos para dar cuenta de esas cualidades. Las artes le plantean a los
estudiantes la posibilidad de expresar lo que han visto y sentido, no solamente desde una
perspectiva descriptiva perceptiva donde se nombran las cosas o los objetos, sino el lugar
posible en el que se expresa la emoción o el sentimiento. Son los artistas quienes por medio
de sus obras pueden cambiar nuestra apreciación del mundo.
“Los artistas suelen ser alborotadores porque su trabajo se enfrenta a nuestros modos
habituales de ver y nos desafía a repensar cómo se podría experimentar el mundo”
(Elliot Eisner, 2004, pág. 160).
Esta mirada es la que proponemos desplegar en los estudiantes. Las paredes, los pasillos, el
frente de la escuela, pueden y deben ser mirados desde una perspectiva estética. Se trata de
enriquecer y posibilitar nuevas miradas en torno a lo que acontece y rodea el espacio escolar
para aprender así a ver de manera más analítica, crítica y emocionalmente cada una de las
actuaciones de la enseñanza.
Hay momentos en que, en las aulas, se nos mezclan los próceres de la patria -en cuadros o en
láminas irreconocibles-, carteles con los que pretendemos ayudar a resolver errores comunes,
producciones de los estudiantes, frases que entendemos de valor moral, mapas que permiten
reconstruir los espacios geográficos. Nada se descuelga y todo se superpone. Es difícil que
podamos pensar en ese espacio abigarrado como un espacio estético. Necesitamos reconocer
el sentido con el que colgamos y también identificar los momentos oportunos para descolgar.
El espacio del aula es también un espacio pedagógico y laborioso en tanto vuelve a colocar en
el centro del debate la preocupación de los docentes por lo que seleccionan y jerarquizan para
enseñar, entendiendo que las formas de la enseñanza ocupan todos los espacios posibles,
también las paredes, los pupitres, los patios, los pasillos, integrándose en un todo que le da
sentido a cada una de las acciones que transcurren en las aulas.
Bibliografía
Astolfi Jean Pierre (1999) El “error”, un medio para enseñar. Sevilla: Díada Editora.
Eisner Elliot (2004) El arte y la creación de la mente. Barcelona: Paidós.
Eisner Elliot (1998) Cognición y curriculum Buenos Aires: Amorrortu.