Vous êtes sur la page 1sur 2

Posiciones en torno al arte

Sergio Fritz

Suele creerse por los modernos que el arte ha sido y es una mera expresión de los sentimientos, o
según algunos deudores del psicoanálisis, simple reflejo del inconsciente. También es habitual en
un sector de los modernos la referencia al arte como algo esencialmente inútil, es decir falto de
destino y sentido, lo que es la muestra más clara de lo que son capaces de creer y balbucear
nuestros patéticos hermanos de época. Tal vez - y cómo no- el arte actual carezca de sentido; tal
vez - y cómo no- el arte de nuestros contemporáneos no sea otra cosa que la manifestación de su
sombra o de los aspectos más ocultos del Yo. Pero este arte moderno no es más que un supuesto
arte...
La verdad en cuanto al arte, digámoslo de una vez, nada tiene que ver con las tristes reflexiones
de los "artistas" y "críticos de arte" (¡qué invento tan descabellado supone unir estas palabras!;
¿cuándo antes existieron "críticos de arte"?), vacías en su integridad espiritual.

Primero, el arte (el arte verdadero, sano, es decir el arte Tradicional) sí tiene un sentido. El arte es
y debe ser, por simple definición, expresión e imitación de lo sagrado. Entendámonos: nos
referimos al arte, no a cualquier palurda forma o "creación" (pues en verdad y en un sentido
sumamente estricto, sólo Dios crea, y el hombre imita al Creador). Esto hoy parece difícil de
entender y de aceptar. Pero tal incomprensión se debe al antropocentrismo y al caos libertario - si
se nos permite usar tales palabras- que rigen a las sociedades modernas. Expliquemos esto
último, no vaya a ser que pequemos de poca claridad en nuestras observaciones y juicios.
Toda colectividad o grupo humano (esta última expresión nos parece ser más adecuada), límpido,
normal y sereno, se rige por algo que es considerado por tales individuos como trascendente a
ellos mismos. Es en una palabra la Divinidad. La comunidad Tradicional es, entonces,
teocentrista. Toda actividad (y decimos toda) debe ser ordenada y dispuesta en conformidad a lo
querido por Dios. Y lo querido por Dios, no tendríamos siquiera necesidad de explicarlo si las
cosas no hubieren llegado al extremo en que hoy se encuentran, se manifiesta a través de los
textos sacros o de la revelación mantenida en forma oral y transmitida por generaciones, y se
traduce a los hombres gracias a la voz del poder espiritual.
Así fue para los mapuches, sioux, egipcios, romanos antiguos, cristianos medioevales, y lo es
aún - por gracia divina- para los hindúes, budistas y musulmanes.

El arte y dado que es una actividad más (un medio, no un fin) para los pueblos Tradicionales, no
podía ni puede ser la excepción a este sometimiento de lo humano a lo divino. Los dibujos en
arena de los indígenas de las praderas norteamericanas, las catedrales, las danzas Sufíes, los
mandala tibetanos, los iconos bizantinos, no cumplen otro cometido que el de hacer espejo a lo
que hace el Único Creador, Dios. Tal labor de cooperación en la creación que posee el hombre
está dada por haber sido a su vez creado a imagen y semejanza de su Padre. Esta actividad que
sólo puede darse en forma única y exclusiva en el hombre, y no en las demás especies, a que dio
vida Dios, dignifica al hombre, pues lo hace uno con su Padre; es decir transforma la mera
voluntad individualista en voluntad divina.
Así, el arte es tocado también por la Divinidad. Y entonces la obra de arte es iluminada y a su
vez, y de manera sensiblemente milagrosa (¿o debiéramos decir, providencial?) ilumina a los
hombres.

Cuando esta perfecta ordenación ya no se da más (es decir, cuando el teocentrismo es desplazado
por el antropocentrismo, como ocurre en las sociedades modernas), el arte comienza a perder su
orientación natural para derivar en no otra cosa que descarado efecto del hedonismo e
individualismo; tal como podemos apreciar con tanta frecuencia hoy día.
Pero este pretendido arte ya no lo es más; ha perdido, simplemente, su esencia.

Vous aimerez peut-être aussi