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DIOS EN V. FRANKL
en primer lugar, pero también psicológico: en este caso se estaría falseando la naturaleza
misma de la conciencia.
La conciencia, entonces, nos remite a una “región extrahumana”. En efecto, nos
presenta, por una parte, la dimensión humana de la “existencialidad”, en la que
experimento mi individualidad irrepetible y el señorío de mi voluntad libre y, por otra,
la de la “trascendentalidad”, en la que me descubro “siervo de mi conciencia” y, por
tanto, responsable. Es por este motivo que la conciencia hace referencia a la
trascendencia y es “ónticamente irreductible”: “Para salir de la problemática del origen
de la conciencia no existe camino alguno psicológico o psicogenético, sino únicamente
ontológico.” (1948, p. 63).
Creaturidad y analogía
No corresponde a la psicología develar “qué instancia sea ésta” a la que abre la
conciencia, “pero al menos puede muy bien afirmarse que también esta instancia
extrahumana ha de ser forzosamente de carácter personal” (1948, pp. 72-73).
La clave para entender por qué este “agente transhumano” que resuena
–“personat”- a través de la conciencia es un ser personal es la antigua doctrina del
conocimiento por analogía basada en el carácter creatural del mundo. En efecto, “la
conciencia sólo se nos hace comprensible… cuando comprendemos al hombre en su
condición de <criatura>” (1948, p. 60). Si el hombre ha sido causado, su causa no puede
tener menos perfección que la que el mismo hombre posee. Si ser persona es la forma
más alta de ser, quien lo causó debe ser también un ser personal. Este conocimiento por
analogía se diferencia tanto de un agnosticismo como de un ingenuo racionalismo
teológico. Frankl enfatiza el misterio que envuelve a todo conocimiento de Dios –
criticando las excesivas pretensiones de la razón en este campo, que suelen incluir
fórmulas antropomórficas- pero postula con firmeza la indudable existencia, por
ejemplo, de un “suprasentido”.
Este proceso cognoscitivo que se dirige desde un efecto hasta una causa que
tiene semejanzas y diferencia con él, tradicionalmente se llama analogía. Implica
aceptar como evidencia metafísica que lo finito, lo imperfecto, lo inferior o lo malo,
remiten a algo más real y consistente a lo infinito, lo perfecto, lo superior o lo bueno
(nótese que estos términos de ningún modo son sinónimos). La doctrina opuesta a la
analogía suele llamarse empirismo y afirma, en sentido inverso, que la idea de lo
infinito, de lo perfecto, de lo superior o de lo bueno no son más que construcciones
artificiales, proyecciones o epifenómenos de la verdadera realidad, que es la de lo finito
o imperfecto o inferior o malo, según corresponda. Esta última concepción no sería más
que un prejuicio filosófico. Frankl la rechaza y apoya firmemente la primera. “En
realidad, Dios no es una <imagen del padre>, sino el padre es una imagen de Dios. Para
nosotros no es el padre el prototipo de toda <paternidad>. El padre sólo es el primero
ontogenética, biológica y biográficamente; pero Dios es el primero ontológicamente.”
(1948, p. 66).
Se ha dicho ya que la “existencialidad” humana, experimentada en la libertad,
está precedida, necesariamente por la “trascendentalidad”, experimentada a su vez en la
responsabilidad. Filosóficamente, esta convicción constituye un hito, habida cuenta de
que el pensamiento moderno y contemporáneo se ha caracterizado, en general, por sus
dificultades para comprender el carácter creatural del obrar humano. En efecto, se ha
propuesto una tensión –o hasta una abierta oposición, como en el ateísmo, la filosofía
hegeliana o el fanatismo religioso- entre la libertad humana y el poder divino contra el
cual aquélla debe afirmarse. Frankl, por el contrario, no opina que haya que optar entre
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ambos extremos sino que los integra, retomando la antigua tesis de la providencia
divina.
Esta idea de providencia, asimismo, arroja luz sobre la idea de “sentido” de
Frankl, que se distingue tanto de un influjo socio-parental, necesariamente extrínseco y
represivo, como de un ideal abstracto y genérico. Se trata, en cambio, de un llamado,
“hic et nunc”, que brota de un ser personal siempre presente, y que convierte cada
situación de nuestra vida en un verdadero “diálogo”. El hombre nunca está solo. Las
relaciones personales son constitutivas de su ser y de su psiquismo; en su fondo más
profundo, descubre una relación personal radical con Dios. A cada momento es
interpelado. Por eso es que la pregunta por el sentido no es tanto una pregunta del
hombre a la vida, cuanto de la vida al hombre.
Si esto es así, el tiempo revela también su carácter creatural al fundamentarse en
la eternidad. Efectivamente, “el hombre está llamado a hacer el mejor uso de cada
momento y a tomar la decisión correcta en cada instante: se supone que sabe lo que
tiene que hacer, o a quién ha de amar o cómo tiene que sufrir” y, por eso, no debe tener
sólo en cuenta “los campos señalizados por la transitoriedad” sino considerar también
“los graneros rebosantes del pasado, en donde él ha salvado de una vez para siempre
todos sus hechos, sus alegrías y también sus sufrimientos. Nada puede deshacerse, y
nada puede ser destruido; haber sido es siempre una forma de ser, hasta su forma más
segura” (2001, p. 97).
BIBLIOGRAFÍA
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(1950) Psicoanálisis y existencialismo. Fondo de Cultura Económica: México-
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