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HISTORIA

Viviendas, formas de vida y su evolución en Argentina

03/07/2018

Tecnicatura en Seguridad e Higiene

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Viviendas, formas de vida y su evolución en Argentina

Los modos de vivienda que encontró la inmigración masiva, proveniente de


Europa y del interior del país, frente a un mercado de tierras que se presentaba
inaccesible para los sectores populares, derivaron en el surgimiento de los primeros
conventillos en Argentina, principalmente en la ciudad de Buenos Aires.

Con el acelerado proceso de metropolización y la oleada inmigratoria, se hace


crítico el problema de la vivienda de los sectores populares en las principales ciudades
argentinas. En 1867 aparecen algunas señales de alarma, cuando los soldados que
regresaban de la Guerra del Paraguay trajeron el cólera a la ciudad. Esto se agravó en
los años posteriores con epidemias sucesivas de tifus, viruela y difteria, que dejaron
miles de muertos, afectando tanto a viviendas burguesas como de trabajadores
humildes. En 1869 se realiza el primer censo de población organizado con criterio
moderno, dando como resultado 1.736.923 habitantes, a partir de esta cifra se puede
seguir el proceso de incrementación demográfica que experimenta el país, con su
secuela de crecimiento urbano y con los problemas que la improvisación general no
tardó en desatar (26 años después la población ascendía a 4.044.911 de habitantes y
dos décadas más tarde ya duplicaba esta última cifra).

En 1871, con la epidemia de fiebre amarilla, el pánico se apoderó de la población


y la clase pudiente se mudó a zonas altas, abandonando los viejos caserones coloniales,
acentuándose así la segregación social y comenzando a diferenciarse el habitar de los
diferentes grupos. Las pésimas condiciones sanitarias de la ciudad tuvieron fuerte
incidencia en esta relocalización habitacional, presuponiendo que el foco era la suciedad
de los conventillos donde se hacinaban los inmigrantes recién llegados. Díez años más
tarde, sin embargo, científicos cubanos descubrirían, que el verdadero portador y
propagador de la fiebre amarilla era un mosquito.

A esta realidad, se agregó el constante crecimiento de la clase trabajadora en el


casco céntrico, constituido en su mayoría por inmigrantes que venían huyendo de la
depresión económica y la superpoblación en Europa. De este modo, convergía gente
de todas las nacionalidades para trabajar en las industrias y en los puertos. A su vez,
en ese momento el boleto del tranvía era costoso para los sectores populares, por lo
tanto, los que recién llegaban se congregaban en casas de pensión, departamentos
baratos y sobre todo conventillos céntricos, de esta manera se fueron perfilando los
diferentes modos de habitación urbana con sus respectivas características funcionales,
tecnológicas y estéticas. El crecimiento económico se lo vinculaba al trabajo en el
puerto, y este era realizado, generalmente, por mano de obra inmigrante, mal paga y en

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pésimas condiciones de trabajo. el hacinamiento en cuartos estrechos sin luz ni aire,
pésimas instalaciones sanitarias y alquileres abusivos.

Desde una mirada social y cultural los conventillos se constituyeron en el tipo


habitacional más significativo, estaban construidos con chapa y madera, de dos y hasta
tres pisos de altura. Se compartían los baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los
lavaderos. Durante las epidemias, los colchones y todos los enseres considerados
sujetos a la infección pasaban a formar parte de un incendio general. En este tipo de
vivienda se constituía un espacio cultural integrativo, de alta sociabilidad, en el que
compartían fiestas, comida, generando así nuevas expresiones estéticas, musicales y
de lenguaje (como el sainete, el tango y el lunfardo). También se manifestaban
diferentes conflictos propios de la diversidad de personas que los habitaban,
predominaban temas como el desarraigo, la lucha por el sustento, la convivencia forzosa
de nacionalidades diversas (italianos, polacos, yugoslavos, croatas, ucranianos,
españoles, entre otros), el temor al desalojo y la falta de trabajo.

En la “época de oro” del conventillo, hacia 1880, Buenos Aires cuenta con 1.770
conventillos, para 1887 la cifra asciende a 2.835, la superficie promedio era de 1,6 metro
cuadrado por persona.

En cada una de las piezas de los conventillos, las familias se acomodaban y


organizaban su vida doméstica como podían, en un ambiente único para dormir, comer
y realizar labores.

Los más pobres tenían dos opciones para dormir: el sistema de "cama caliente",
en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar unas horas, o la
maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba
por ese método debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del
cuerpo y dormir parado.

No siempre había cocinas comunes, siendo la situación más frecuente un


brasero de carbón en el piso junto a cada puerta; ubicándolo algunas veces en el interior
(sobre todo en invierno), con el consiguiente peligro de incendio o emanación de gases
tóxicos. En conventillos más organizados se instalaban las cocinas en el patio, a manera
de cuartuchos de madera junto a cada habitación.

En 1810, la alimentación estaba basada en mucha carne y poca pasta, los fideos
solo se tomaban con las sopas, y el postre típico era la mazamorra. Ese menú habla de
la identidad de aquellos hombres, pero la llegada de los inmigrantes revolucionó la
cocina de nuestro país y así surge la "cocina fusión", que fue la que se generó en los

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conventillos, a donde la cocinera francesa se juntaba con la inglesa, con la española,
con la criolla, con la italiana y la rusa. Cada una hacía su aporte y de allí salían platos
que no tenían nada que ver con los que se preparaban en sus tierras de origen. La
identificación con la comida que tenemos en la actualidad es justamente el producto de
esa gran oleada migratoria de fines del siglo XIX.

En el nivel político, el Movimiento Reformista se proponía mejorar las


condiciones de vida de los sectores postergados por la sociedad apelando a argumentos
conciliatorios entre el capital y el trabajo, y no a los derechos de las personas.

Por su parte, el Higienismo ya había difundido la creencia de que el entorno físico


es determinante no sólo de la salud, sino también del comportamiento de los hombres.
Entonces, el Movimiento Reformista va a tomar de éste la concepción de que la
intervención sobre el ambiente físico podría determinar cambios en el comportamiento
moral y social de la clase obrera.

El estudio elaborado por el médico higienista Rawson sobre las casas de


inquilinato no sólo significó un diagnóstico de las condiciones de habitabilidad obrera en
Buenos Aires, sino también condensó las consideraciones que por más de veinte años
los médicos habían elaborado sobre el tema; descrito por Rawson del siguiente modo:
“De aquellas fétidas pocilgas, cuyo aire jamás se renueva y en cuyo ambiente se cultivan
los gérmenes de las más terribles enfermedades, salen esas emanaciones, se
incorporan a la atmósfera circunvecina y son conducidas por ella tal vez hasta los lujosos
palacios de los ricos”. Toma en cuenta las tasas de mortalidad y morbilidad para señalar
con más énfasis la necesidad de adoptar rápidamente algunas medidas. Concluye con
un discurso sobre las virtudes de las aguas corrientes: “(…)Es fácil comprender las
ventajas sanitarias que se derivan de la práctica y de los hábitos nuevos de la limpieza
personal; y por eso insistimos con tanta decisión sobre la conveniencia de proveer
abundantemente de aguas corrientes a las casas de inquilinato, las cuales, por la
aglomeración misma que allí se forma, y las malas costumbres de poco aseo, rebajan
el nivel moral de las personas, disminuyen su propia estimación y la simpatía reciproca,
que es una necesidad en estas agrupaciones.”

En 1888, como parte de la labor realizada por la Oficina de Higiene frente a la


epidemia de cólera, se presentó un proyecto para regular las casas de inquilinato que
habían sido asimiladas al área de mayor contagio y mortalidad. En este marco, la
vivienda se convierte en uno de los temas predilectos del reformismo higienista. A partir
de la sanción de varias leyes se comienzan a autorizar fondos para la construcción de

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casas obreras, y a transferir terrenos del Estado a los municipios. Sin embargo, estas
incipientes políticas habitacionales no pudieron evitar que las desigualdades políticas,
sociales y espaciales salieran a la luz, y a fines de agosto de 1907 estalla la llamada
“huelga de inquilinos”, generada por los inquilinos de los conventillos, que exigían una
rebaja del 30 % del alquiler, la eliminación de los tres meses de depósito, flexibilidad en
los pagos y mejoramiento en las condiciones de vivienda. Las grandes casas de
inquilinatos se convirtieron en clubes. Los oradores populares surgían por todas partes
arengando a los inquilinos y excitándolos a no pagar los alquileres y resistirse a los
desalojos tenazmente.

A pesar de la represión que hubo, la huelga permitió que la situación habitacional


se hiciera pública y que el Estado comenzara a preocuparse por la vivienda de los
sectores más pobres de la sociedad.

La crisis importada de 1929 entra a la Argentina de manera lenta, pero teniendo


efectos muy rápidos. La sociedad en poco tiempo empezaría a sentir los temblores de
un modelo económico que desencajaba con las nuevas reglas de juego, ya para 1930
la desocupación y el hambre empezaron a ser los síntomas más molestos de las clases
bajas.

Frente a este panorama el conventillo tuvo que abrir sus puertas para recibir a
todos aquellos que llegaban a la ciudad en busca de trabajo, pero no alcanzaría con sus
pequeñas piezas a albergar la gran cantidad de inmigrantes que provenían de las
diferentes provincias. Este hecho ocupacional hace que los que llegaban a la ciudad en
busca de trabajo se comiencen a asentar en los alrededores de la gran ciudad, lo que
provocó la expansión de los centros urbanos y de sus alrededores.

En este momento, la etapa de crecimiento de la población urbana fue mayor a la


del crecimiento de la población industrial, lo que provocó una masa de marginados del
proceso productivo o una inserción laboral inestable, ésto generó la conformación de
formas “ilegales” de hábitat, como las “villas miserias”. El aumento de ellas y de los
asentamientos fue una manifestación concreta de la división del espacio metropolitano,
fragmentación que refleja y a la vez refuerza los crecientes niveles de desigualdad
social, podemos definir a las villas miserias o de emergencia como “ocupaciones
irregulares de tierra urbana vacante”.

Las villas, los asentamientos y otros núcleos poblacionales en situación de


precariedad están asociados, tanto en Argentina como en el resto del mundo, con
riesgos sanitarios y condiciones de vida insalubres; y los efectos dañinos que provoca
a la salud vivir en estos sitios se refuerzan con el escaso accionar que desde lo

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institucional hay sobre el tema. Esos asentamientos producen riesgos enormes para los
residentes, por las enfermedades que genera estar próximos a zonas industriales, por
la contaminación de agua, aire y suelo y por el probable colapso del propio basural.

La inaccesibilidad a la vivienda es un problema que persiste en el paisaje urbano


actual, lo cual se expresa en los modos informales de acceso a ella que tienen los
sectores populares, y en la consolidación de las villas de emergencia y asentamientos
ilegales. Se verifica la existencia de puentes de continuidad entre un modo de vivienda
y otro, dado que, a la situación que ocasionó el surgimiento de los conventillos, se sumó
el proceso intenso de migraciones internas debido a la descomposición de las
economías rurales del interior del país y la etapa de industrialización sustitutiva de
importaciones.

El Estado debe garantizar el derecho al espacio, el cual no significa ser


propietarios o no serlo, sino que implica cuestiones más amplias ligadas a la localización
de la vivienda o la infraestructura socioeconómica, a la educación, a la recreación, a la
fuente de trabajo, a la atención de la salud, al transporte y a los servicios públicos, de
los sectores más relegados de la sociedad.

En el 2004 se lanzó el Programa Federal de Construcción de Vivienda destinado


a familias que viven en situación de vulnerabilidad social. Este programa reprodujo el
antiguo esquema de producción masiva de viviendas llave en mano, a cargo de grandes
empresas constructoras, sin pautas precisas de recupero.

En la actualidad, el Gobierno nacional otorga certificados de vivienda familiar a


los que viven en villas y asentamientos informales de todo el país, este documento sirve
para acreditar la existencia de domicilio, solicitar la conexión de servicios (agua potable,
red eléctrica, gas natural y cloacas) y declarar el domicilio fiscal ante la AFIP, entre otros
beneficios. Sin embargo, el certificado no es lo mismo que el título de propiedad, ya que
muchas viviendas están instaladas sobre terrenos fiscales que fueron ocupados.

Recientemente, el gobierno bonaerense creó la Unidad de Coordinación de


Infraestructura Barrial (Uciba), que se encargará de hacer relevamientos, diagnósticos
y planificación de cara al plan de urbanización de asentamientos y villas.

Su tarea será complementaria a la del Organismo Provincial de Integración


Social y Urbana (Opisu), que es el ente encargado de diseñar la planificación para la
progresiva creación de barrios en los asentamientos y villas en mayor estado de
precariedad del Conurbano y de llevar a cabo las gestiones para la llegada de los
servicios básicos.

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La medida se enmarca en la idea de penetrar en los principales asentamientos
de la Provincia para la instalación, no sólo de servicios públicos y la apertura de calles
sino también la infraestructura estatal, desde la salud y la seguridad hasta la
administración.

La política habitacional para los sectores más vulnerables siempre ha sido


ineficiente y el control insuficiente para evitar que los asentamientos crezcan.

El certificado de vivienda familiar es solo un paso en un largo camino hacia la


integración plena de los barrios, pero se sabe que no basta con un documento, ni
siquiera con una ley, para lograr tierra, techo y trabajo para todos. Es una tarea que
implica compromiso, unidad y solidaridad.

Todo lo antes mencionado es un importante paso en el largo camino, hay mucho


por trabajar en la inclusión. Se deben derribar barreras que impiden crecer en igualdad
y equidad, permitiendo la integración social y una vida digna para todos, especialmente
el poder contar con una vivienda familiar y condiciones habitacionales que garanticen
los servicios que corresponden.

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