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Antropología Teológica

David Olarte Carrasco

La justificación por las obras y no por la fe

¿Cómo es compatible “el fuera de la iglesia no hay salvación” con la posibilidad de


salvación de los no cristianos? ¿En que consiste la justificación por la fe y no por las
obras en relación a lo anterior?
La tradición de la iglesia hasta antes del Concilio vaticano II sostenía que fuera de la
iglesia no había salvación. Todos aquellos que no pertenecían a la Iglesia estaban condenados
al fuego eterno tal como lo manifestó el concilio de Florencia. Sin embargo, el Concilio
Vaticano II reconoce a la Iglesia como “sacramento universal de salvación”, pues tal como
manifiesta 1Tm 2, 4 Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento pleno de la
verdad.
El optimismo salvífico universal del Concilio llevará a reconocer en los otros modos de
participación el designio salvífico de nuestro Dios Salvador, puesto que la voluntad salvífica
de Dios es para toda la humanidad. Tal como manifiesta Lumen Gentium 16 la providencia
divina no niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado a
conocer a Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Asimismo, en
Gaudium et spes 22 se afirma que “todos los hombres de buena voluntad en cuyo corazón
obra la gracia de modo invisible están asociados al misterio pascual en la forma que sólo a
Dios le es conocida”. De este modo, el carácter absoluto y verdadero del cristianismo no
impide reconocer en las otras religiones “una función salvífica positiva para la humanidad”.
Así la compatibilidad de la afirmación de que “fuera de la iglesia no hay salvación” con
la posibilidad de salvación de los no cristianos radica precisamente en que el don salvífico de
la gracia de Dios está dado a todo ser humano con su existencia. Todo ser humano está llamado
a hacerse participe en Cristo de la divinidad de Dios, cuya divinización es gracia, don
absolutamente gratuito e inmerecido (existencial sobrenatural). 1 En consecuencia, el último
fundamento de esta apertura de la Iglesia a los otros no cristianos, que da cabida a la
humanidad entera, es la unidad de la naturaleza humana creada, la cual no puede disociarse
de la voluntad salvífica universal de Dios.
Ahora bien, respecto a la justificación por la fe y no por las obras, hasta la doctrina de
Trento se requería al menos el deseo de ser bautizado para la justificación, ya que es mediante
el bautismo que se hace partícipe de la Iglesia, de modo que para que se salven los no
cristianos, debían estar relacionados con la Iglesia mediante el deseo implícito. Sin embargo
par el Concilio Vaticano II los no cristianos están relacionados "de varias formas" a la Iglesia
de Cristo (LG 16) y pueden ser justificados.
La justificación conlleva no solo la cancelación de la culpa, sino también la santificación
del no creyente. Pues el Espíritu Santo que está en toda la humanidad hace una renovación
interior del ser humano y lo habilita para que se haga partícipe de la iglesia escatológica, en
Cristo. Con ello el Concilio supera la afirmación de que solo los católicos son realmente
miembros de la Iglesia de Cristo. Así, todos pueden alcanzar la justicia de Dios, pues todos
estamos llamados a la Iglesia universal del reino escatológico de Dios. Ahora bien, los medios
por los cuales los no católicos pueden ser justificados es una oferta de gracia sólo de Dios,
pues es solo Dios (Espíritu Santo) quien se encarga de llevar a la gente la gracia salvífica de
Cristo. El Espíritu hace uso de otros medios para que sean justificados, como ayudas creadas

1
Cf. DE LE PEÑA, J.L. El don de Dios, antropología teológica, 34.
hacia la salvación.2 Entonces, la gracia es gracia de Cristo y su gracia da vida a todos (Cristo
murió por todos) conformándonos con él de tal manera que nos hace “hijos en el Hijo”. La
salvación es universal, pues la gracia de Cristo alcanza a todos, incluso a los no creyentes
(cristianos anónimos), y su gracia capacita para vivir, sentir y actuar como él, de tal modo que
todos nos hagamos participes de la divinidad de Dios.
Síntesis de la afirmación de Pablo sobre el pecado de Adán en romanos 5, 12-21, lo que
sostiene Trento sobre el pecado original y las diferencias con los reformadores.
Pablo, sobre la afirmación de la universalidad del pecado diseña una economía de
salvación fundada en el principio del amor gratuito Divino, cuyo instrumento es la fe en Cristo
(cf. Rm 5,12-21). Pues primero afirmará que todos pecaron y están privados de la gloria de
Dios (cf. Rm 3,23), más aún que todos están bajo la cólera de Dios (Rom 5,21-22). Sin
embargo, luego manifestará que gracias a Cristo ahora están bajo la justicia de Dios, pues por
Cristo viene la salvación. Pablo en Rm 5,12-21 plantea una analogía entre Adán y Cristo,
donde la muerte de todos tiene su origen en Adán y la resurrección de los muertos en Cristo
(1Cor 15,21-22.45-49. 21). Para él la desobediencia de Adán ha situado a todos los hombres
es una condición pecadora, por lo que previamente a la opción personal cada ser humano está
determinado por la acción de Adán. De este modo, la muerte y el poder del pecado se
identifican, pues tanto el pecado de Adán como el de los otros son causa de muerte, y tanto el
poder de ésta como el del pecado hacen pecar. Esta condición de pecado Pablo lo confronta
con la obra de salvación llevada a cabo por Cristo, más aun enseña que la obediencia y la
justificación de Cristo es puente de vida para todos, pues con él “donde abundo el pecado
sobreabundo la gracia”. En consecuencia, solo a partir de Cristo se clarifica la función y el
significado de Adán.
El Concilio de Trento expone positivamente la doctrina sobre la naturaleza del pecado
original en contra del pelagianismo. Trento reconoce la existencia del pecado original, además
que esta afecta radicalmente a todo el género humano. Este pecado es transmitido por vía de
propagación y no por acto de imitación. Además, sólo puede ser borrado por los méritos de
Cristo a través del bautismo, sin embargo esto no sin la libre y activa cooperación humana.
Aquí, “la prioridad de la gracia divina es indiscutible y absoluta, pero no conlleva la anulación
de la libertad humana”.3 Ahora bien, Trento en el canon 5 se opone a las doctrinas de los
reformadores y de Lutero. Afirma, en contra de Lutero, que la gracia que se confiere en el
bautismo perdona el “reato” del pecado original y como consecuencia de ello se señala que
Dios nada odia en los renacidos. Según la doctrina de Lutero, el pecado original se identificaba
con la concupiscencia, en cambio Trento habla de la inclinación al mal, del libre arbitrio
debilitado en sus fuerzas y, por consiguiente, proclive al pecado. En consecuencia para Trento
la proclividad al pecado (concupiscencia remante) no puede considerarse pecado en sentido
estricto. Así, el Concilio afirma la voluntad del libre albedrio que con el auxilio de la gracia,
el hombre puede luchar contra esta inclinación y vencerla, esto frente a lo que sostenía Lutero:
la corrupción total de la naturaleza caída y particularmente de su libre albedrio.
Ahora bien, una de las dificultad radica en comprender que, si todos estamos llamados
a la salvación para hacernos partícipes de la divinidad de Dios, cómo es posible que el pecado
original corte la mediación de la gracia aun sin haber recurrido siquiera a cometer un pecado
personal. Frente a ello, hay que partir afirmando que todo hombre se halla en la incapacidad
de hacer el bien y por tanto está en situación de pecado, ya que todos hemos contraído
solidariamente el pecado de Adán. Este pecado original no es sólo personal, de Adán, sino
también tiene alcance social, ya que el pecador condiciona negativamente nuevas acciones u

2
Cf. SULLIVAN, F. ¿Hay salvación fuera de la iglesia? Rastreando la respuesta de la iglesia católica, 19.
3
RUIZ DE LA PEÑA, Juan Luis. El don de Dios: antropología teológica especial, 297.
omisiones dando así un carácter social. Es decir, el pecado de Adán condiciona a toda la
humanidad. Así el pecado ha entrado en el mundo desde el inicio, y nuestros pecados actuales
certifican ello, puesto que no solo ese momento inicial es responsable de todo el mal en el
mundo, sino también la suma de nuestros pecados. En este sentido todos somos Adán, pues
no solo somos víctimas de pecado de los demás sino también los demás son víctimas de
nuestros pecados4. Frente a esta experiencia frustrante del pecado original nos toca abrirnos
al misterio de Dios y por tanto a la redención para haceros participes de su divinidad.
Las posturas de Lutero y los reformadores con las que se confronta Trento.
Para Lutero el hombre está imposibilitado radicalmente para obrar bien, solo queda
refugiarse en la gracia de Dios: el hombre debe esperar todo de Dios para recibir de Dios y
disponerse en el temor humilde a la misericordia de Dios, para recibir su acción. Desde esta
perspectiva el hombre “simul iustus et peccator” se encuentra en un proceso de
perfeccionamiento constante, ya que en esta vida el hombre, mientras el pecado no imputado
por la misericordia de Dios no sea totalmente borrado y el amor perfecto a Dios no sea donado,
deberá estar en una lucha continua implorando a Dios por la liberación y remisión de sus
pecados.
En la interpretación de Rm 4,7 Lutero articula la situación del ser humano como
“hombre justo y pecador a la vez”: si solo somos justos gracias a la refutación de Dios, no lo
somos realmente en nuestra vida, ya que intrínsecamente siempre somos impíos. Además, a
la luz del Salmo 68,36 él insiste en la situación pecadora del hombre que implora justicia a
Dios según su misericordia. Pues resulta ininteligible la idea de que el pecado original sea
totalmente borrado a la manera del pecado actual. De aquí que el pecado original y la
concupiscencia determinan la existencia del hombre desde el primer momento en forma
decisiva, sin que sea borrado por el bautismo. 5 La justicia no se da en la esencia del alma ni
en las potencias de estas, solo la obtiene por la fe en Dios y no por sus méritos, pues la justicia
depende de la imputación de Dios, pues Él cubre los pecados del hombre por los méritos de
Cristo y no los imputa. Así, para Lutero, gracias a la fe, la “virtus Dei” se introduce en la
realidad del hombre totalmente pecador, por lo que este no tiene posibilidades de salvarse por
sus méritos. La sola fides (al igual que la sola gratia, sola scriptura y solus Deus) indica una
primacía de Dios a la que no debería añadirse nada, ni siquiera la libertad humana.6
Ahora bien, el acontecimiento del concilio de Trento no es una mera respuesta a la
doctrina de Lutero y los reformadores, aunque si hay un esfuerzo explicito por rescatar lo
común sobre el tema de la justificación que es Cristocéntrico y la gracia como medio para
obtener la justificación. Así, en el concilio de Trento se dirige dos decretos fundamentales
contra Lutero, uno es el decreto del pecado original y otro el de la justificación. El primer
decreto (DH 1510-1516) sobre el pecado original y la concupiscencia busca aclarar la doctrina
original y su remedio. Se explica que, aunque Adán perdió para el género humano la santidad
y la justicia y lo llevó a un estado de muerte y pecado, el libre albedrio no fue extinguido. Así,
el concilio afirma la voluntad del libre albedrio para colaborar con la gracia de Dios, esto
frente a lo que sostenía Lutero: la corrupción total de la naturaleza caída y particularmente de
su libre albedrio. Además, la concupiscencia para él está arraigada en el interior del hombre

4
Cf. MULLER, Dogmática, teoría y práctica de la teología, 126.
5
Cf. MEIS W. A. Antropología teológica: acercamientos a la paradoja del hombre, 565.
6
Cf. COLZANI, Gianni. Antropología teológica, el hombre: paradoja y misterio. 255.
caído que nada puede extirparla, ni las buenas obras ni el sacramento. El pecado anula la
libertad del hombre por lo que pierde su capacidad de autodeterminación en orden a su fin
último. Así, la justificación cosiste en la acción por la que Dios le imputa la justicia de Cristo.
Para el concilio queda claro que el pecado original es un pecado transmitido por vía de
propagación y no por acto de imitación. Este pecado sólo puede ser borrado por los méritos
de Cristo a través del bautismo, sin embargo esto no sin la libre y activa cooperación humana.
Esto en contra de lo que sostiene la doctrina luterana donde el beneficiario juega un papel
puramente pasivo. Para el concilio la libertad humana es fundamental, ya que el hombre está
permanentemente ante Dios como sujeto responsable.7
En el segundo decreto el concilio ataca el problema cardinal de la justificación
(decretos DH 1520-1583) y afirma que la justificación no es solo remisión de los pecados,
sino también santificación y renovación del hombre interior. Así, la justificación es efectiva,
produce una inmutación real e interna en el pecador y no es una mera declaración forense, sin
virtualidades transformadoras. Pues de ser así, la gracia de Dios podría menos que el pecado,
no sería la potencia recreadora y sanadora que revela las Escrituras. Finalmente, el concilio,
explicita la relación de la fe y la justificación, la fe es inicio, fundamento y raíz de toda
justificación, sin embargo esta fe dista mucho de la comprensión protestante en cuanto que la
fe no es una mera confianza fiduciaria, se rechaza la sola fidei. Pues la fe que justifica es la fe
informada por la caridad, autentificada por el amor. La situación del hombre ya justificado se
alimenta constantemente por esta fe informada por el amor.
Finalmente, hay que decir que el pensamiento de Lutero es tan solo el comienzo de un
proceso avalado por la obra de otros reformadores como Melanchton, Calvino y Zwinglio,
pues ellos serán los que le den una completa expresión doctrinal y teológica. Melanchton hará
una transposición del pensamiento cristológico y creyente de Lutero una teología de la
historia. En esta comprensión Cristo adquiere la salvación para todos y una vez por todas. Por
su parte Calvino mantiene la tesis de Lutero sobre la justificación por la fe, pero la interpreta
en el sentido de su teoría sobre la predestinación. Pues Dios, en su gloria ha decretado de
manera inimitable que, antes del comienzo de los tiempos, los hombres estarán predestinados
a manifestar esta gloria, unos por la elección gratuita y otros por su condenación.

7
RUIZ DE LA PEÑA, J. Luis. El don de Dios: antropología teológica especial, 297.

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