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Revista de Antropología y Arqueología

Universidad de los Andes


Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Antropología
Bogotá Colombia
V O L 11 n os 1-2 1999
I S S N 0124-485X
TA R I F A P O S TA L 1062

EDITORA
Monika Therrien
C O M I T É E D I T O R I A L 1999-2000
Fabricio Cabrera D I R E C TO R D E PA R TA M E N TO
Felipe Cárdenas-Arroyo
Helen Hope Henderson
Roberto Suárez
Monika Therrien
PRODUCCIÓN
Monika Therrien
DISEÑO GRÁFICO
Camila Cesarino Costa
P O R TA D A
Fotografías de Juan Antonio Monsalve

La Revista de Antropología y Arqueología se publica semestralmente


en el Departamento de Antropología de la Universidad de Los Andes,
Bogotá (Colombia).
Valor por ejemplar: $8000 pesos colombianos o US$16.
Se solicita el canje institucional. Se tienen en cuenta para publicación
los artículos, informes, documentos, comentarios o debates sobre temas
de antropología social y cultural, arqueología, etnohistoria, antropología
Juan Antonio Monsalve
física, etnolingüística y otros afines al campo de la antropología.
Todo lo relacionado con esta publicación debe dirigirse a: Fotógrafo y arquitecto egresado

Revista de Antropología y Arqueología de la Universidad de los Andes,


Departamento de Antropología
Universidad de los Andes
ilustra este número de la Revista
Apartado Aéreo 4976
Bogotá, Colombia
Telefax [57-1] 3324510 de Antropología y Arqueología.
e-mail: mtherrie@uniandes.edu.co

Las ideas expuestas aquí son de la responsabilidad exclusiva de sus autores juanantoniomonsalve@yahoo.com
y no reflejan necesariamente la opinión del Departamento de Antropología
de la Universidad de Los Andes.
Los trabajos publicados en esta revista son evaluados por pares.

LA PUBLICACIÓN DE LA
R E V I S TA D E A N T R O P O L O G Í A
Y ARQUEOLOGÍA ES
POSIBLE GRACIAS AL
FONDO JORGE STEINER
(PROFICOL EL CARMEN S.A.)
Revista de Antropología y Arqueología
ARTÍCULOS

7 La concepción naturalista
de la naturaleza
Un desafío al ambientalismo
M A R GA R I TA R O SA S E R J E

75 Naturaleza, paisaje y sensibilidad


Revista de
en la Comisión Corográfica
ESTEBAN ROZO
Antropología
123 Paisajes presentes y futuros
de la Amazonía Colombiana
y Arqueología
La lectura de Miguel Triana en 1907
Á LVA R O A N D R É S S A N T O Y O

163 Las naturalezas del paisaje


ALBERTO CASTRILLÓN

181 Paisaje y patrimonio cultural


en Villa de Leyva
MONIKA THERRIEN

Universidad de los Andes


Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Antropología
Volumen Especial Bogotá Colombia

Percepciones de la Vol 11 nº 1-2 1999


naturaleza y el paisaje
Monika Therrien y Zandra Pedraza, editoras
Vol 11 nº 1-2 1999

ISSN 0124-485X

TARIFA POSTAL
REDUCIDA Nº 1062
VENCE DIC. 2002
Revista de
Antropología
y Arqueología
Universidad de los Andes
Facultad de Ciencias Sociales
Departamento de Antropología
Bogotá Colombia
Vol 11 nos 1-2 1999

Volumen Especial

Percepciones de la
naturaleza y el paisaje
Monika Therrien y Zandra Pedraza, editoras

3 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


Contenido Volumen Especial

Percepciones de la
naturaleza y el paisaje
Monika Therrien y Zandra Pedraza, editoras

ARTÍCULOS

5 La concepción naturalista de la naturaleza


Un desafío al ambientalismo
M A R GA R I TA R O SA S E R J E

71 Naturaleza, paisaje y sensibilidad


en la Comisión Corográfica
ESTEBAN ROZO

117 Paisajes presentes y futuros


de la amazonía colombiana
La lectura de Miguel Triana en 1907
Á LVA R O A N D R É S S A N T O Y O

155 Las naturalezas del paisaje


ALBERTO CASTRILLÓN

172 Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva


MONIKA THERRIEN

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 4


La concepción
naturalista de
la naturaleza
Un desafío al ambientalismo

Margarita Rosa Serje


École des Hautes Études en Sciences Sociales

Resumen

E l problema general que se ha planteado el proyecto Naturaleza en Disputa,


es el de mirar históricamente la relación entre sociedad y naturaleza en Colom-
bia. Esta historia ambiental se está abordando desde diferentes perspectivas que
incluyen la descripción del impacto de los procesos sociales sobre los ecosistemas,
la transformación histórica de los mismos y la relación entre los conflictos so-
ciales y los procesos ambientales. De esta manera se busca una aproximación a
lo que Samuels (1990) ha denominado “biografía del paisaje”, es decir, la histo-
ria de los conjuntos biogeográficos en relación con las representaciones sociales
que los han convertido en significativos. El propósito de éste articulo es el de
poner en relieve estas representaciones y de hacer evidente los mecanismos y
dispositivos que se ponen en marcha a través de estos procesos de “ocultar
mostrando”. Con este fin se esbozarán las ideas centrales de varios hilos o líneas
de pensamiento que han contribuido a consolidar la idea moderna de naturaleza:
el desarrollo de la biogeografía, de la teoría estética y literaria del paisaje, de la
geografía humana y la ecología.

PA L A B R A S C L AV E naturaleza, cultura, modernidad, paisaje, biogeografía,


ambientalismo.

5 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


Introducción1

Este fin de milenio ha visto cambios importantes en la forma


en que se estructura el pensamiento y la acción política, en parti-
cular a partir de los conceptos radicales que han transformado las
ciencias sociales de 1980 en adelante. Se ha señalado la importan-
cia de reconocer e interpretar los procesos de representación de la
realidad, sobre los que se articulan tanto los obstáculos como las
posibilidades de la acción política. La pregunta acerca de los ima-
ginarios sobre los cuales se toman las decisiones que afectan nues-
tra relación con el ambiente es fundamental para gestar las condi-
ciones necesarias para una convivencia adecuada con el entorno y
entre los diferentes grupos sociales.
Resulta por lo tanto fundamental mirar cuáles han sido y cómo
se han transformado las ideas, sensibilidades y nociones sobre la
naturaleza en la cultura occidental moderna; reconocer las diferen-
tes maneras en que la sociedad industrial de mercado ha concebido
lo natural y la relación con ello, de manera que sea posible enten-
der las formas en que se ha desarrollado esa relación. Se trata de
“desnaturalizar al historizarlo, aquello que parece como lo mas na-
tural en el orden social” (la frase es de Bourdieu). Se hace necesario
para ello descifrar los signos de su discurso, de exponer las imáge-
nes, las representaciones y las categorías que se producen al apro-
piar la “naturaleza” para producir bienes, riqueza y sobretodo para
producir las significaciones de la realidad. Esta dimensión no por
ser ficticia es menos real, pues es allí donde se realiza el proceso
permanente de crearnos y recrearnos como sociedad, donde nos
constituimos como sujetos y donde construimos relaciones que a

1 El presente artículo es un documento de trabajo preparado para el Proyecto Natu-


raleza en Disputa, que se viene desarrollando por parte de U N I J U S de la Facultad de
Derecho de la Universidad Nacional con el apoyo de C O L C I E N C I A S , bajo la coordina-
ción de Germán Palacio, a quienes agradecemos el haber autorizado su publicación.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 6


su vez reinventan ese universo simbólico. Por ello, desde el punto
de vista de las ciencias sociales “la naturaleza” es un producto
humano.
Una de las conclusiones que resalta al hacer el balance de un
siglo de etnología, es decir, de un siglo del estudio y la compara-
ción de las diferentes sociedades y culturas del planeta, es la excen-
tricidad y peculiaridad de la que se ha llamado a sí misma “cultura
occidental moderna”. En medio del vasto panorama de múltiples
formas de vida social y material que presenta el caleidoscopio de
sociedades humanas, son notables ciertas de sus características cen-
trales. Se trata de la única sociedad que se ha definido como la cima
del devenir de la humanidad y se presenta a sí misma como el
patrón o el referente universal frente al cual deben medirse y com-
pararse todas las demás sociedades y culturas del planeta, a las que
clasifica con base en el grado al que se aproximan a sus propios
logros y realizaciones. Resulta también notable su pretensión de
considerarse como “universal” en el sentido en que considera que
sus valores y convicciones, sus formas de gobierno y de conoci-
miento, deben aplicarse y extenderse a la totalidad de pueblos y
sociedades del planeta. Su pretensión de universalidad ha tenido
por efecto principal el hecho de mostrarnos sus creencias y premisas
como verdades neutrales, objetivas y naturales, ocultando al mis-
mo tiempo el hecho de que estas hacen parte en realidad de un
conjunto de mitos y relatos, de nociones y categorías que son el
producto de su historia particular. De esta manera, parafraseando a
Daniel Défert, occidente llegó a verse a sí mismo como un “proceso
planetario” más que como una simple región del mundo (citado
por Pratt, 1996:39). Uno de los relatos más radicales y eficaces que
la cultura occidental ha universalizado es el de La Naturaleza.
La noción occidental de la Naturaleza es quizá una de las más
poderosas puesto que con base en ella se ha estructurado el imagi-
nario que da sentido al mundo moderno, a su cosmología, es decir,
a la manera a través de la cual se distribuyen las discontinuidades y

7 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


diferencias en el mundo. La cosmología2 occidental se construye
sobre una concepción “naturalista” de la realidad. De acuerdo con
ésta, la naturaleza es un ámbito material y objetivo que existe en sí,
de manera exterior a lo humano e independientemente de todo
conocimiento. Es un “objeto” virgen que existe de manera autóno-
ma a la sociedad o a la cultura, oponiendo así lo natural y lo social
como dos ordenes de realidad diferentes, como dos entidades
ontológicas en sí mismas, separadas y opuestas. La separación entre
lo “Humano” y lo “no Humano” se ha convertido para nosotros en
un supuesto absolutamente “natural”. Sin embargo, la línea que
separa estos dos ámbitos no se encuentra inscrita en el mundo,
pues las fronteras siempre son trazadas por la sociedad y ésta no es
una excepción.
Como lo subrayan Descola y Palsson (1996), no se trata de una
oposición cualquiera sino que esta constituye, por el contrario, la
piedra angular del pensamiento racional moderno, de la epistemo-
logía de la ciencia. Y no es precisamente por el hecho de que la
ciencia tenga un cierto nivel de eficacia, que se pueda o se deba
considerar que la cosmología naturalista moderna sea por ello su-
perior a otras y como tal, la única cuya autoridad no pueda ser
cuestionada. Esta oposición, que tenemos la tendencia a considerar
como real y universal es de hecho una forma histórica reciente y,
a juzgar por sus resultados, se podría inclusive decir que resulta
precaria. De hecho, buena parte de los problemas que de manera
consensual identificamos como verdaderas amenazas a la salud y
al futuro del planeta, son la consecuencia directa de la puesta en
marcha, de la operatividad, de esta “cosmología” en particular. Su
capacidad de descripción, de explicación y de predicción al tiempo

2 Entendiendo por cosmología el marco de pensamiento en el que existimos: las


leyes y los principios que organizan las actividades básicas de la vida cotidiana y que
definen los conceptos básicos del tiempo y del espacio y dan cuenta de la naturaleza de
las cosas en el mundo, configurando así lo real, lo posible, lo tolerable.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 8


que nos ha deslumbrado con el señuelo de su eficacia, ha puesto en
evidencia sus limitaciones y profundas incapacidades. En realidad, el
actual estado de cosas en el planeta dista mucho de los logros ideales
a los que la capacidad de la ciencia ha prometido conducirnos. Aho-
ra, cuando el sueño se convierte cada vez mas en pesadilla y estos
ideales hacen parte de un mundo agonizante que está siendo interro-
gado, paradójicamente se los considera más verdaderos que nunca,
han colonizado nuestra realidad y nuestra imaginación hasta el pun-
to en que resulta casi imposible concebir nada por fuera de ellos.
Esta oposición fundadora, entre la naturaleza y la sociedad, no
solamente tiene profundas implicaciones para la epistemología de
la ciencia, sino que constituye la base de nuestra economía y de
nuestra economía política. Como lo señala Jacques Leenhardt (2000)
con motivo de la Exposición Universal con la que se celebra el
inicio del nuevo milenio en Hannover, debemos partir de recono-
cer que nuestra civilización occidental ha privilegiado la eficiencia
económica y de que su sistema de conocimiento se ha desarrollado
al servicio de esta prioridad. No resulta por ello gratuito que en el
mundo contemporáneo lo ambiental se mire principalmente desde
el punto de vista físico y biológico, mientras que los procesos so-
ciales y políticos que lo configuran sean sistemáticamente ignora-
dos e invisibilizados. Este proceso de “fetichización” (en el sentido
dado por Marx) de la realidad ambiental, tiene como consecuencia
que las únicas soluciones y posibilidades de acción que logramos
imaginar, estén enmarcadas en el ámbito de la técnica, asegurando
así cada vez más, el nudo gordiano con el que nos encierra.
Tal vez un lugar común preponderante en occidente es el del
amor a la naturaleza como antídoto contra la corrupción de la vida
urbana, de la vida civilizada. La “verdadera naturaleza” es aquella
que es virgen, que nunca ha sido tocada ni intervenida, aquella que
conserva la pureza del estado original, anterior y opuesta a la vida
civilizada. Para darle sentido a la vida moderna, a nuestra expe-
riencia cotidiana, de cierta manera nos definimos a partir de las

9 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


imágenes que adjudicamos a la naturaleza, a lo que no somos, a
nuestra alteridad: ella (universalmente en femenino) representa la
autenticidad, la inocencia, la belleza, la aventura, lo exótico, la li-
bertad, la soledad, la paz, lo simple, lo real. Ella es única, pura,
saludable, bella. Al mismo tiempo está “desierta”, es salvaje, deso-
lada, reina allí la confusión, el desorden y el caos. Oscila entre na-
rraciones donde se convierte en paisajes escénicos para viajes ro-
mánticos, en bosques prístinos para ser conservados y atesorados y,
al mismo tiempo, en narraciones en las que se representan como los
amenazantes lugares de la malaria, en paisaje que debe ser discipli-
nado, sometido, colonizado o mejorado. Tenemos un affaire amo-
roso intenso con lo natural por excelencia, con los paraísos distan-
tes, abundantes en frutos y seres exóticos, plenos de exuberancia y
sensualidades; paralelamente sentimos odio por estos parajes infes-
tados de fiebres, de plagas, de enfermedades, de peligros, de calor y
humedad, de gentes oscuras y amenazantes, de serpientes.
Hay una serie de procesos inquietantes detrás de la magia de
las imágenes ideales de la naturaleza prístina, que logran ocultar
por medio del fetichismo de los “hechos naturales”, los discursos
raciales, de género y de clase con que los impregna la sociedad,
cubriendo con una cortina de humo las formas de dominio. Nues-
tra versión de la naturaleza se construye mediante un proceso de
ocultación, que tiene lugar a través de mostrar, de hacer evidente,
de poner en escena esta serie de imágenes,3 constituyendo lo que
Barthes (1970) ha llamado mitos,4 construidos a partir de relatos,

3 Pierre Bourdieu (1996) anota que «la televisión puede paradójicamente, ocultar
mostrando».
4 Entendiéndolos como relatos visuales o literarios que remiten a través de procesos
de mediación, a objetos o eventos que quieren representar. Se producen a través de
procesos discursivos. Su efecto más poderoso, está tal vez en los códigos usados para
encriptarlos, para construirlos como signo; y al hecho de que este proceso resulta invisi-
bilizado por la imagen misma. Los mitos, entendidos de esta forma, no son nunca irre-
levantes, puesto que son fundamento de las formas que asumen las relaciones sociales.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 10


de figuras estandarizadas y de estereotipos. El propósito de éste
trabajo es el de poner en relieve estas representaciones y de hacer
evidente los mecanismos y dispositivos que se ponen en marcha a
través de estos procesos de “ocultar mostrando”, cuyo sentido va
mucho más allá de legitimar la comprensión particular de la natu-
raleza como externa a lo humano.
Como lo propone Dalla Bernardina (1996:17) existe un víncu-
lo de tipo funcional entre las prácticas y las representaciones, mitos
e imágenes que la sustenta. En esta medida, los imaginarios no son
únicamente el contenido de esas nociones sino su vehículo. Se pue-
den ver como el dispositivo por medio del cual se ponen en marcha
una serie de prácticas, al tiempo que ocultan no solamente los pre-
supuestos, premisas e hipótesis de los que parten, sino las relacio-
nes sociales y económicas que legitiman. De esta manera, al pro-
yectar nuestra visión dualista de la naturaleza como una realidad
ontológica, se invisibilizan los supuestos de los que parte y los con-
textos históricos de los que surge y, además de que se descartan de
plano otras formas de concebir la naturaleza, se impide que la
cosmología occidental moderna sea reconocida como un discurso
cultural particular. No se puede olvidar que no existe la Natura-
leza en singular. Hay tantas naturalezas como grupos sociales. Nin-
guna de estas Naturalezas es inocente: cada una de estas versiones
se constituye con el fin de abrogarse el derecho de actuar de cierta
forma al tiempo que deslegitiman las acciones de otros.
En este momento nos resulta imprescindible acercarnos a otras
“cosmologías” y otras experiencias sociales que han demostrado tener
resultados exitosos en la relación con sus biotopos.5 Para lograrlo
debemos primero interrogarnos sobre las nociones y premisas que
subyacen la nuestra. Resulta por ello pertinente e importante

5 No es gratuito ni casual que precisamente muchas de las que consideramos como


“áreas naturales” en Colombia, sean precisamente los territorios ocupados histórica-
mente por otras culturas, como por ejemplo la amazonía o el Chocó bio-Pacífico.

11 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


cuestionarse acerca de sus prácticas y técnicas, acercarse a los senti-
dos con los cuales se han forjado y por los cuales ha resultado
operativa, con una mirada crítica .6 La invisibilidad de nuestra na-
turaleza como construcción social, es significativamente factor de
muchos de los procesos que sabemos decisivos en la destrucción de
nuestro entorno. La de-construcción de nuestra cosmología puede
ser importante en la búsqueda de nuevos referentes para movilizar
las sensibilidades, así como para imaginar nuevos puntos de parti-
da para enfrentar el reto “ambiental”.

Mirada histórica a la invención


de la cosmología “naturalista”

La naturaleza tiene una larga historia en el pensamiento occi-


dental. Según Raymond Williams (1976) es quizá una de las no-
ciones más complejas, tal vez por su origen en la frase latina rerum
natura: “la naturaleza de las cosas”, que desde la antigüedad se usó
reduciéndola a natura: la naturaleza de las cosas como Naturaleza.
Williams (1976:219) señala también que los sentidos de esta pala-
bra se han desarrollado manteniendo una tensión activa entre tres
grandes ámbitos de significado que se mantienen vigentes en su
uso contemporáneo: (i) lo natural como la cualidad esencial o el
carácter de algo, (ii) la fuerza inherente que rige al mundo o a los
seres humanos o a ambos, (iii) el mundo material ya sea que se
incluya en este o no a los seres humanos.
Indudablemente, la característica más importante de la noción
occidental de la naturaleza es el hecho de concebirla, dentro del
sistema de dicotomías heredadas del pensamiento griego, como

6 Entendiendo por crítica la práctica de evidenciar los supuestos e hipótesis, las bases
de autoridad, las posiciones y condiciones que sustentan un planteamiento de una
manera implícita.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 12


opuesta a lo humano, como un orden de realidad diferente y ex-
terno a la realidad humana, opuesto a la cultura. La tradición judeo-
cristiana al tiempo que desacraliza la naturaleza, puesto que solo
Dios es divino, eleva la humanidad sobre ella, partiendo de que Su
creación más importante era El Hombre (seguramente así: en mas-
culino). La oposición básica que funda la idea de naturaleza expone
entonces la separación entre Dios y la Naturaleza de una parte y
entre “El Hombre” 7 y la Naturaleza de la otra.
En el Renacimiento se consolida la idea de que civilizar es vir-
tualmente sinónimo de conquistar y dominar la naturaleza. Para
Bacon,8 por ejemplo, el propósito del conocimiento era el de res-
taurar para “el hombre” el dominio sobre la creación, que había
perdido con la salida del paraíso. El propósito de conocer la natura-
leza era que solo así “esta puede ser dominada, manejada y puesta
al servicio de la vida humana” (Boyle, 1668, citado por Thomas,
1983:27). Sin embargo, el campo de la “filosofía natural” que se
desarrolla a partir del siglo x v i i , desborda ampliamente el ám-
bito del mundo material, pues al mismo tiempo que para entender
la complejidad de los seres vivientes se procede a descomponer los
cuerpos en sus elementos básicos y más simples, se debaten temas
como los del derecho o la religión naturales, así, la idea de natura-
leza se asocia también a los términos de la moral, el sentimiento, la
virtud o la felicidad.
La cuestión se precisa en el momento en que del término gene-
ral de “naturaleza” se pasa al de “naturalista”. En la Enciclopedia,

7 La expresión “El Hombre” para designar a la humanidad, será utilizada en este


trabajo entre comillas, únicamente cuando se trata de hacer referencia a nociones par-
ticulares, antes de que su utilización como denominación genérica, hubiera sido pues-
ta en cuestión.
8 En Novum Organum (1620) propuso la observación y experimentación empírica
como ejes del método científico. Llamo “ídolos” a las ideas y nociones preconcebidas
con las que nos aproximamos al conocimiento de la realidad: los de la “tribu”, del
“teatro”, de la “caverna” o del “mercado”.

13 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


Diderot atribuye a este término dos sentidos simultáneos: el
científico, que hace del naturalista un estudioso del conocimiento
acerca de las cosas naturales, “en especial en lo que concierne a los
metales, los minerales, las piedras, los vegetales y los animales”. Se
da también a esta palabra un sentido filosófico, reconociendo que
“se denominan naturalistas aquellos que no admiten la existencia
de Dios, y que solamente creen en la existencia de una realidad
material, dotada de cualidades que le son esenciales como el largo,
ancho o la profundidad…”. Lo anterior nos pone directamente en
evidencia el hecho de que la idea de Naturaleza moviliza diferentes
registros e implica necesariamente la relación entre ciencia, filosofía
y religión.
No es el objeto, ni habría espacio en este artículo para seguir la
pista de la compleja y apasionante historia de la naturaleza en occi-
dente. Nos interesa aquí mirar los ámbitos en los que se constitu-
yen sus premisas básicas, bien como Cosmología, o como esquema
ordenador de las discontinuidades en el mundo. Dicho en otras
palabras, se trata de aproximarnos a las premisas básicas de nuestra
forma particular de ver, de concebir y de categorizar el entorno, de
describirlo; en una palabra, de imaginarlo. Asumiendo necesaria-
mente los riesgos de todo resumen y simplificación, se van a esbo-
zar las ideas centrales de varios hilos o líneas de pensamiento que
han contribuido a consolidarlas: el desarrollo de la biogeografía, de
la teoría estética y literaria del paisaje, de la geografía humana y la
ecología. No sobra subrayar que no se trata de líneas de pensa-
miento que puedan ser consideradas de manera independiente, pues
se desarrollaron estrechamente imbricadas, aunque haciendo énfa-
sis cada una en problemas, métodos y objetos que le son específicos.
Tampoco sobra decir que al seguir estas cuatro líneas se pueda con-
siderar que se tiene una mirada exhaustiva de la compleja elabora-
ción occidental moderna de la naturaleza, sin embargo, ellas per-
miten acercarnos al objetivo de sintetizar las hipótesis y premisas
básicas de nuestra cosmología.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 14


1 . L A T E O R Í A E S T É T I C A Y L I T E R A R I A D E L PA I SA J E

En el mundo occidental “el paisaje nunca puede ser reducido a


su realidad física (...) se trata de una realidad ‘sobrenatural’”, en el
mismo sentido con el que Baudelaire, en El Pintor de la Vida Moder-
na, se refiere al maquillaje que logra dar a las mujeres una aparien-
cia “mágica y sobrenatural” (Roger, 1997:7). El paisaje es la expre-
sión de la conciencia particular de la relación de la sociedad con su
entorno, en él se encuentra “encriptada” una narrativa: lo que pre-
senta a la mirada “no es una realidad dada, objetiva, ‘abierta’ al ojo
inocente, sino un campo epistemológico construido tanto visual
como lingüísticamente” (Jay, 1994).
La noción de paisaje tiene origen en el término holandés landschap,
cuyo sentido se refería a una delimitación territorial, al igual que
landschaft, del alemán. A partir del siglo xv adquiere el significado
de “cuadro o retrato de un país” (Roger, 1997:19-20). Esta última
acepción se gesta en el momento en que un cierto tipo de mirada se
convierte en el eje central de la experiencia. De acuerdo con Panofsky
(1975), ello sucede en el momento en que la observación a distancia,
desde una posición dominante, se convierte en la forma simbólica
que media la experiencia humana de la realidad. Esta posición y esta
mirada del observador, establecen la condición de emergencia y de
posibilidad del sujeto moderno, es decir de un sujeto contemplativo,
separado del objeto. Al mismo tiempo, esta mirada que percibe el
entorno como paisaje, transforma el mundo en un objeto de escruti-
nio, de conocimiento, de intervención y de control.
La experiencia del paisaje implica la existencia de un observa-
dor consciente que hace de su experiencia con el entorno, una rela-
ción reflexiva. Implica también la existencia de un aparato concep-
tual, es decir, de una serie de esquemas, de categorías y de conceptos
que hacen posible y que organizan esa experiencia. El doble juego
de la distanciación y de la objetivación permite que el paisaje se
convierta en una entidad autónoma, un objeto en sí mismo. Un

15 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


paisaje es entonces un lugar, en tanto que ese lugar es un modelo
de paisaje. Dicho en otras palabras, es un lugar que al verlo no se
percibe solamente como topografía, como porción de la superficie
de la tierra sino como una referencia, como una imagen que remite
a la importancia, a la significación y al orden que ese lugar puede
tener. El paisaje es pues una elaboración cultural, un proceso social
y como tal solo puede ser comprendido en relación con las ideas y
prácticas a través de las cuales ha sido construido.
A partir de los criterios propuestos por Berque 9, se plantea que
existen, en occidente, cuatro condiciones que definen el paisaje como
experiencia: la primera es la existencia de un vocabulario específico
que lo designa. Se convierte así, a través del lenguaje, en categoría
del pensamiento. La segunda es una tradición de representaciones
visuales, de imágenes pictóricas que lo codifican visualmente. La
tercera es una cultura literaria que lo celebra, una literatura que
hace visibles sus características, singularizándolo como realidad y
como experiencia subjetiva. Por último, está la tradición del jardín,
es decir la fabricación de modelos de paisaje a través de la interven-
ción sobre los elementos naturales, transformándolos así en iconos.
El nacimiento de esta sensibilidad, como experiencia particu-
lar de la cultura occidental, surge en el Renacimiento en un mo-
mento en el que la descripción, la percepción y la pintura se definen
a partir de un conjunto de intereses, de saberes y de intenciones
que transforman completamente la mirada europea sobre el mun-
do, sobre la naturaleza y sobre la naturaleza de las cosas, a la luz de
los viajes de descubrimiento. Se gesta de la mano de una serie de
procesos técnicos que incluyen la racionalización de la agricultura,
las técnicas ópticas en la pintura y la sistematización del espacio
por parte de las matemáticas.

9 Agustin Berque (1994) propone estos criterios para identificar lo que el denomina
“culturas de paisaje”, aquí me baso en ellos para definir las condiciones particulares del
paisaje como experiencia particular de una cultura, la occidental.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 16


a. El Paisaje Agrícola: El Idilio Arcadiano
Antes de inventar los paisajes, la humanidad creó los jardines
(Roger, 1997:31). Estos se concibieron desde siempre como es-
pacios cerrados, separados, interiores: como albergue frente a la
naturaleza externa que es el ámbito donde reinan el desorden, el
vacío y el miedo. El jardín se cultiva mas por placer que por pro-
pósitos utilitarios (Clark, 1994:19), ya desde el Génesis se mues-
tra el Edén, el jardín originario como un sitio ideal, plantado por
Dios. En este lugar cercado, benéfico, seguro, protegido contra la
naturaleza hostil y entrópica, reinan el orden, la abundancia y el
placer. Al mismo tiempo se concentran allí las especies, los efec-
tos y los elementos mas preciados: “a world in a nutshell”, en pala-
bras de James Joyce. Es por ello quizá que el primer paisaje apre-
ciado por occidente, es un territorio desbrozado, domesticado,
apacible y sensato.
El desarrollo y las transformaciones introducidas a la práctica
de la agricultura, desde la colonización romana inician el desarro-
llo de una cierta percepción técnica del ambiente, definida en prin-
cipio por la geometrización de las áreas de uso agropecuario. Así
desde épocas romanas, el “espacio rural” europeo comienza a pasar
de una estructura de “campo abierto” a la de huertas cerradas, en
las que se alternaban usos diversos. Estas son la base de lo que hoy
se conoce como el jardín mediterráneo. Por otra parte, en la medi-
da en que consolida la propiedad privada, se va haciendo necesario
que en el espacio destinado al uso agrícola, las parcelas tengan lími-
tes claramente definidos, a través de barreras, muros y cercas, lo que
permite calcular y medir las operaciones en la actividad agrícola cuya
finalidad es, desde entonces, la obtención de excedentes. Para el Re-
nacimiento, la idea de vivir de los dones de la naturaleza, se ve des-
plazada por la de que son los seres humanos quienes tienen en sus
manos el dirigir y explotar los bienes de la naturaleza. Las tierras
incultas, sin “mejoras” se consideran baldías (res nullius). Se comien-
za a consolidar la idea de su valorización por medio del trabajo,

17 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


acompañada por la convicción de que la generación de riquezas
depende del comercio. Esta dinámica comercial, productivista y
orientada al mercantilismo avanza en la transformación del mundo
rural al generar un movimiento de privatización de los espacios
comunales. Los cercados se convierten no solo en un mecanismo
económico y en un concepto jurídico sino también en una catego-
ría estética.
La propiedad sobre la tierra se concibe en términos individua-
les y a partir del trabajo invertido, entendido este en términos de la
serie de prácticas agrícolas desarrolladas para entonces, particular-
mente alrededor de la cultura del vino. Esta convicción es tan po-
derosa que Locke, en sus Dos Tratados (1690), justifica la apropia-
ción de las tierras aborígenes en América precisamente a partir de
que en estas reinaba el desorden, eran tierras salvajes donde no se
reconocía el orden del paisaje económico europeo y por lo tanto se
consideraban baldías. Argumenta que los pueblos aborígenes se
verían más que recompensados por la pérdida de sus tierras, con la
abundancia material y la mayor productividad de las prácticas eu-
ropeas.
No se trata solamente de la utilidad de la naturaleza, de su
potencial de producción económica, sino de la satisfacción frente al
espectáculo del aprovechamiento optimizado de las tierras, del de-
leite y el placer que produce la contemplación de un campo pro-
ductivo y saludable. La belleza “natural” que se produce así, es
también resultado del trabajo humano. La racionalidad ordena la
naturaleza en función de su utilidad, pero también lo hace en fun-
ción del placer, en función de una estética.
La agricultura se convierte así en paisaje, en el que entra en
juego su trasformación, tanto instrumental como estética. El pai-
saje que se instala en la mirada del siglo xvi, es entonces el que
representa el campo domesticado por su vecindad con la ciudad. Es
un paisaje que se aprecia precisamente por ser opuesto al territorio
“estéril” y “salvaje” del mundo externo. La imagen preponderante

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 18


en la sensibilidad europea es la del idilio arcadiano.10 Este paisaje
bucólico, es el que va a habitar la mirada europea durante doscien-
tos años, hasta que el Siglo de las Luces inventa nuevos paisajes y
transforma de manera fundamental la sensibilidad occidental.

b. Las técnicas ópticas en la pintura del Renacimiento


El paisaje occidental en tanto que esquema de visión es funda-
mentalmente pictórico. El desarrollo de la perspectiva como cien-
cia óptica, fue central para su surgimiento. Fue también determi-
nante para la primacía en la cultura occidental moderna de la visión
como sentido o modo dominante de aprehensión del espacio, de la
naturaleza y de la realidad material: el “ocucentrismo” o “sentido
maestro” como lo llama Martin Jay (1994). El ojo es en occidente
un sentido intelectual (...). De hecho, la imaginación esa capacidad
de la mente para construir imágenes y a través de ellas formular
esquemas y metáforas, que tiene el poder para sintetizar del mun-
do dado formas y significaciones; pasa por el ojo, la visión y la
mirada.” (Laville y Leenhardt, 1996:24).
El nacimiento de la perspectiva se sitúa en el Cuatrocento Ita-
liano. Esta se construye inicialmente a partir de un volumen cua-
drangular donde se inscribe, enmarcada por líneas de fuga, una
escena que tiene como telón de fondo un paisaje: “el cubo escénico”,
como lo denomina Francastel (1965). Como momento crítico Erwin
Panofsky (1975) destaca en particular “La Anunciación” de Am-
brogio Lorenzetti, en 1344. La importancia de esta obra, según él,

…reside en el rigor con el que por primera vez el artista, obliga las
perpendiculares visibles del plano de base a converger en un único y

10 Arcadia, región central del Peloponeso, cubierta de bosques y poblada por pasto-
res de costumbres simples, adoradores del dios Pan, es en el imaginario de la Antigüe-
dad Clásica el país mítico de la felicidad pastoral y la armonía con la naturaleza (aun-
que estas condiciones contrastan con la actualidad de la región).

19 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


mismo punto (…): el punto de fuga ‘como la imagen de los puntos
infinitamente alejados de todas las lineas de fuga’ es, por así decirlo, el
símbolo del descubrimiento, en lo concreto, del infinito mismo (…) El
plano de la base deja de ser la simple superficie del suelo de un espacio
cubico cerrado a la izquierda y a la derecha por los límites del cuadro
(…) se convierte, por el contrario, en la una franja de espacio, limita-
da ciertamente por el telón de fondo haca atrás y por el plano del cuadro
adelante; que, sin embargo, se extiende hacia los lados hasta donde la
lleve nuestra imaginación (…) esta tiene además por función explícita
la de permitirnos leer las dimensiones de los cuerpos que sostiene, así
como las distancias entre ellos.
( Pa n o f s k y, 1 9 7 5 : 1 2 5 )

El telón de fondo del paisaje se ve cada vez mejor integrado a la


escena, de acuerdo con las normas vigentes en la época, según las
cuales la profundidad del espacio se representa en tres planos (ocre
para el más cercano, verde para el plano medio y azul para el más
lejano, sin gradaciones) y los detalles se describen con la misma
minuciosidad, aunque se reduzca el tamaño de los objetos.
La invención del paisaje en occidente implicó la conjunción de
dos condiciones. La primera fue la laicización de la naturaleza, de
la creación, pues en la medida en que los elementos naturales estu-
vieran en el marco de una representación religiosa, no podían ser
concebidos sino como signos, ordenados y distribuidos en el ámbi-
to del espacio sagrado que les daba unidad. La perspectiva al insti-
tuir la profundidad, pone a distancia los elementos del paisaje y de
este modo los laiciza. La segunda condición es entonces que los
elementos naturales conformen un grupo autónomo, una unidad
como conjunto (Roger, 1997:70).
Una segunda tradición pictórica que tuvo también una
influencia decisiva en el logro de estas dos condiciones fue la escue-
la de pintura de Flandes y los Países Bajos, que hizo dos aportes
cruciales. El primero, las ilustraciones de los Tacuinum Sanitatis o

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 20


tratados donde se recoge una especie de vademécum de preceptos
naturalistas de la salud. En ellos no aparecen representados los
especímenes naturales como objetos aislados, sino que por el con-
trario, tanto las plantas como los animales se mostraban dentro del
conjunto de su medio circundante (Roger, 1997:70).
Su segundo aporte decisivo fue lo que se ha llamado “la venta-
na flamenca”. Ésta aparece al principio como una abertura en el
telón de fondo desde donde se “abre” la vista hacia el exterior. La
ventana atraviesa, ilumina y laiciza la escena en penumbra creada
en el interior cerrado del “cubo escénico”. En un comienzo es como
una pequeña mirilla, situada en el interior de la escena que se va
agrandando hasta que en la pintura de Patinir a finales del siglo xv,
adquiere la dimensión misma del cuadro, invirtiendo así la rela-
ción entre la escena y la ventana. Termina por convertirse en un
marco que al aislar y encuadrar el territorio en el lienzo, lo convier-
te en paisaje. No solamente el cuadro mismo se convierte en la
ventana, sino que se cambia su proporción: se aumenta su largo y
se disminuye su altura, con lo que se logra una visión panorámica,
la “vista a vuelo de pájaro”, que resulta espectacular (Roger,
1997:74-77).
La invención del paisaje, como es evidente, no se dio a partir de
representaciones ni realistas ni naturalistas, puesto que como cate-
goría del pensamiento, surge inmersa en el juego de distorsiones
que hacen posible esta “máquina para mirar”. Las convenciones
pictóricas se transforman en convenciones visuales, de acuerdo con
las cuales se ve instituida y determinada una distanciación con el
objeto. Es entonces la relación con la naturaleza, mas que la natu-
raleza misma lo que ocupa la escena pictórica. La organización del
paisaje como despliegue de los elementos de la naturaleza para ser
vistos, se orienta a crear la apariencia de una estructura, de un mar-
co que aparentemente existe aparte y que precede los eventos, ob-
jetos e individuos que representa. Estas técnicas de orden visual
del paisaje producen y codifican una jerarquía visible. Al ordenar lo

21 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


desordenado, al coordinar lo discontinuo, se vuelven fundamentales
para la reflexión y para la práctica. Esta estrategia de “encuadrar” la
realidad material, el entorno, se transforma en una “visión del
mundo”, en una estructura mental, en la modalidad a través de la
cual el sujeto en occidente va a establecer su relación con el cos-
mos. Es una visión ideológica o una “forma simbólica”, como lo
define Panofsky (1975), que da una dimensión física a la idea de
que el mundo es una totalidad material que se presta a una mirada
que lo ordena y lo organiza por y para el escrutinio humano.

c. La sistematización del espacio


Retomando lo propuesto por Panofsky, la imagen de la
infinidad de puntos y ortogonales es de alguna manera el sím-
bolo concreto del descubrimiento del infinito y de una concep-
ción del espacio que permite “leerlo” en términos de un sistema
de coordenadas y de una retícula ortogonal que teóricamente se
extiende al infinito. Cada punto, aunque tiene una localización
específica, es una posición sin ningún contenido que ocupa un
espacio neutral indistinguible, en principio, del que ocupan otros
puntos. El espacio así definido se convierte en tres dimensiones
físicas que existen naturalmente, antes y más allá de los cuerpos,
recibiéndolos de manera indistinta. Se invisibiliza el contenido
social que de hecho tiene cualquier localización, como por ejem-
plo la jerarquía que existe entre arriba y abajo, delante y atrás o
norte y sur.
El mundo inscrito en el espacio sistémico es un mundo mate-
rial y mesurable, el que es posible objetivar pues tiene una estruc-
tura homogénea, cognoscible y controlable. El cosmos se vuelve así
fabricado y fabricable, donde el infinito constituye una nueva di-
mensión que va a poder ser aprehendida por el ojo: el ojo teórico
(del griego theos: dios y oromai: ver, la visión Divina). El paisaje
material que se presenta así a los sentidos, como espacio sistemáti-
co, paradójicamente abre la puerta a una doble realidad pues el

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 22


mismo proceso de homogeneización y de sistematización de la per-
cepción a partir de la perspectiva y las matemáticas permite el re-
conocimiento de una multiplicidad de “puntos de vista”, así como
de puntos de fuga creados por las diferentes “escenas” imaginables.
Nacen entonces simultáneamente, como gemelos, dos modos de
aprehender lo real, el mundo natural: el modo “objetivo” de la cien-
cia positiva, y el modo “subjetivo” de la fenomenología. Nuestra
sensibilidad se va a desarrollar a partir de la tensión entre la com-
plejidad de estas “miradas”.
Según Francastel (1965), percibimos el espacio a partir de
tres maneras de “ver”: la “pictórica” que organiza visualmente los
objetos en un espacio normalizado y esquematizado, que recrea
una representación visual; la “proyectiva”, que mira los objetos
en su singularidad, los que se presentan a nuestra mirada desde
su identidad como objetos y no desde su ubicación en el marco de
una categorización, clasificación o descripción. Se trata de la mi-
rada fenomenológica, en la que “la experiencia precede a la esen-
cia”. Finalmente, la “matemática”, donde los objetos se ven sub-
sumidos en fórmulas abstractas, en las que no interesa ya su
dimensión cualitativa, y donde las relaciones entre objetos se con-
ciben según las metáforas matemáticas. En adelante estos tres mo-
dos de percepción están presentes, simultáneamente, en nuestra
visión del mundo. Hacen parte integrante de nuestra cosmología.
Para este momento,

La naturaleza se cultiva y se convierte en campo productivo (…) con


las ciencias astronómicas se convierte en universo, en mundo abierto a
la circumnavegación, en el cual se descubre una diversidad humana y
natural hasta entonces insospechada. Situada bajo la lupa y el micros-
copio, inclusive asumiendo la forma de cuerpo humano como en la Lec-
ción de Anatomía de Rembrandt, la naturaleza pierde su misterio,
escapa a los dioses y se convierte en asunto de científicos.
( L av i l l e y L e e n h a r d t , 1 9 9 6 : 2 6 )

23 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


2. LO SALVAJE Y LO SUBLIME

Hasta finales del xvii, los bosques, la montaña y el mar ha-


cían parte, en la mirada colectiva, de una serie de lugares que
producían rechazo, miedo y aprehensión, eran verdaderos “terri-
torios repulsivos” (Roger, 1997:86). Las causas de esta “fobia” no
eran solamente objetivas como el rigor del clima, la esterilidad
de los suelos o las dificultades y peligros que presentaban; eran
sobretodo simbólicas. La montaña estaba ligada a la maldición, el
mar era la faz y el vestigio del diluvio y la penumbra del bosque, el
laberinto aterrador de los desconocido. Representaban el mundo
de las fuerzas indómitas, del caos y el desorden. Eran el arquetipo
de la naturaleza salvaje, desierta –en el sentido de inhumana– y,
por lo tanto, aterradora. Opuestos a la civilización y a la razón,
estos lugares representaban la oscuridad de lo ininteligible frente a
la claridad de la ciencia y de la técnica, de la agricultura; la anar-
quía y el caos frente al orden de racionalidad. La conquista mate-
rial, conceptual y estética de estos espacios repulsivos tuvo como
condición la disolución de los prejuicios que encerraban. De acuer-
do con Alain Roger, en esta historia –la de la ascensión a la monta-
ña, la extensión de la mar y con ellas la penetración a lo salvaje–
hay dos fechas emblemáticas: 1770, cuando se publica Julie ou La
Nouvelle Helöise de Jean-Jacques Rousseau y 1787, fecha de la as-
censión del Mont-Blanc por Benedict de Saussure.
Indudablemente, los viajeros jugaron un rol importante en la
invención de los lugares repulsivos como paisajes (Roger, 1997:91).
Después del Renacimiento las “personas de calidad” comienzan a
viajar por Europa por placer, sin estar obligadas a hacerlo. Se que-
jan, pues se exponen a peligros, a cuarentenas y a bandidos, a inco-
modidades y al azar ya que no había una verdadera red de caminos
sino de trochas marcadas por el uso. Antes de que surgiera una
verdadera cartografía de lugares y caminos aparecen las guías de
viaje, escritas por los pioneros. La primera de la que se tiene noticia

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 24


data de 1552: La Guía de Caminos de Francia publicada por Charles
Estienne, “a la solicitud de mis amigos” (Boyer, 1996: 17). Las guías
se vuelven indispensables. Los viajes se describen allí como una se-
cuencia lineal de etapas, entre las cuales se precisan las distancias a
recorrer y los medios de hacerlo en el menor tiempo posible, dan la
lista de ciudades, hostales, abadías, arzobispados, todas aquellas
cosas “dignas de la memoria”, que no pueden dejar de ser vistas.
A fines del siglo xvii, los jóvenes nobles de Inglaterra con
aspiraciones de convertirse en gentlemen, culminan su educación a
través de un viaje que llevaba a Roma, la cuna de la civilización:
The Tour. Pronto, este viaje es considerado como fundamental para
la educación de los jóvenes aristócratas del continente quienes van
en busca de la antigüedad clásica, prestando atención a lo que en
las guías se establece que debe imprescindiblemente ser visto. El
itinerario se organizaba a partir de los modelos pictóricos y litera-
rios existentes.
En 1741 dos jóvenes ingleses, Windham y Pococke, de paso
por Ginebra en el tour deciden, empujados por el aburrimiento,
llevar a cabo una expedición a los Alpes. La relación que publican
de su hazaña pone de moda los glaciares. Se da así inicio a la con-
quista progresiva de la montaña que se va dando, al igual que sus
representaciones, escalonada por niveles: los valles altos de los ríos,
los glaciares y las cimas.
De acuerdo con Starobinski (1964:19), “en el descubrimiento
de la montaña, el ojo iba siendo instruido por la pintura”. La ascen-
sión, aunada ahora al espíritu de conquista tanto científico como
deportivo, acompaña una nueva sensibilidad poética. Así lo atesti-
gua la crónica de la ascensión al Mont Blanc de Benedict de Saussure,
en 1787. En ella apunta que,

Tanto el físico como el geólogo, encuentran en la alta montaña objetos


grandiosos dignos de admiración y estudio (…) Estas enormes cordille-
ras que penetran las regiones mas elevadas de la atmósfera, parecen ser

25 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


el laboratorio de la naturaleza y el depósito donde ella acumula todos
las fortunas y todas las desgracias que caen sobre nuestras tierras: las
corrientes que la irrigan, las torrentes que las arrasan, las lluvias que
la fertilizan y las tormentas que la asolan. Todos los fenómenos de la
física general que se encuentran allí presentes son de una grandeza y
majestad de la que los habitantes de la planicie no tienen ni idea.
( c i ta d o p o r Ro g e r , 1 9 9 7 : 9 3 )

El siglo xviii trae consigo, de esta manera, otra visión de la


naturaleza salvaje. Se comienza a asociar a ella la idea de libertad
absoluta y se destaca por primera vez en el marco de la estética, la
pasión “por las cosas de la naturaleza”, por el estado salvaje: allá
donde ni la vanidad, ni los caprichos ni los artificios del “hom-
bre” han hecho su irrupción. La naturaleza de una serie de obje-
tos se convierte en el símbolo de la naturaleza salvaje: las rocas,
cavernas, grutas, cataratas y los bosques. Estos rinden homenaje
y representan lo salvaje frente al simulacro de la naturaleza geo-
metrizada que predominaba tanto en el paisaje agrícola como en
el jardín europeo.
El centro de esta nueva sensibilidad estética, es la pasión por
todo aquello que represente lo absolutamente contrario a la idea de
lo civilizado, de lo cultivado: la pasión por el peligro, por lo vio-
lento, lo salvaje, lo grandioso capaz de confrontarnos a la muerte,
al riesgo y a lograr, a través del sentimiento del terror, un nuevo
sentido de la vida. Surge así la idea de lo sublime, ligada a las
sensaciones y sentimientos de aquellos capaces de ir a los extremos
de la vida, para recuperar su sentido, a las fuerzas telúrica de la
naturaleza salvaje.
Lo sublime fue desde los últimos decenios del siglo xviii,
no sólo el paisaje y la categoría estética por excelencia, sino aque-
llo que representa también la nueva sensibilidad paradójica, una
suerte de fascinación mezclada con el terror y la repulsión frente
a lo salvaje, un “espectáculo horrendo”, “un horror delicioso”.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 26


Mientras que lo bello deleita, lo sublime procura un placer pro-
fundo. El campo es bello, “placentero”, el mar y la montaña son
sublimes, salvajes, terroríficos. Lo bello es femenino, lo sublime
masculino (Roger, 1997:103). Se trata de una experiencia que
requiere de un nuevo hombre (esta vez, claramente en masculi-
no): mas fuerte, capaz de confrontar las circunstancias mas peli-
grosas, capaz de llevar a cabo ya no un cómodo tour por los salo-
nes europeos y las ruinas grecorromanas, sino de realizar las hazañas
necesarias para un viaje de carácter iniciático. En adelante, el sen-
tido mismo del viaje cambia.
Jean Jacques Rousseau con Julie ou La Nouvelle Helöise de 1776,
abre una nueva línea de pensamiento sobre la naturaleza que más
tarde va a retomar el Romanticismo. Se opone abiertamente a la
concepción racional, cuya expresión por excelencia ha sido el jar-
dín francés, geométrico, ordenado a partir de juegos de simetría y
de perspectiva. Condena el tipo de mirada inquisidora que requie-
re la observación científica, a la que llama “mirada rapaz” y opone
a ésta estética del artificio y del efecto, una ética del cuidado y la
atención, así como una mirada desinteresada que responda al res-
peto por las organizaciones espontáneas y la fecundidad de la natu-
raleza sin imponerle un dominio.
El arte de la naturaleza, es entonces el de la profusión de la
vida. Para Rousseau, la única que debe ser controlada es la natura-
leza humana, la que requiere de un esfuerzo profundo para sobre-
pasar el amor propio, en el que se motivan las relaciones de poder
que están en el origen de la desigualdad. Este esfuerzo ético debe
dirigirse a lograr el gusto por la existencia en el aquí y el ahora,
para garantizar la verdadera armonía, la del placer del espectá-
culo de la vida, la del bienestar que produce el sentimiento de la
propia existencia. Rousseau introduce toda una serie de concep-
tos, como el del equilibrio natural propio a la idea de una “na-
turaleza salvaje” no intervenida, que podría servir de modelo
para su protección y conservación; así como el sentimiento de

27 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


una fusión subjetiva de la humanidad con la naturaleza. Aunque
no cuestiona la irremediable concepción de lo humano como se-
parado de la naturaleza, ni la idea de que ésta es objeto de su
mirada y por lo tanto de su intervención, introduce la compleji-
dad del sujeto y de la subjetividad, sin cuestionar ni negar su
separación en la relación del conocimiento frente a la naturaleza
objetivada. El romanticismo “pone a la orden del gusto del día
una nueva belleza, la de la naturaleza sin humanos, salvaje, desor-
denada. En una palabra natural, habiendo privilegiado el Todo, el
cosmos, los románticos se dedican a buscar las armonías entre el
hombre y la naturaleza, mas que a avanzar en el análisis de esta.”
(Laville y Leenhardt, 1996:29)

3. LA BIOGEOGRAFÍA

La experiencia del paisaje como la comprensión de lo real a


través de la experiencia visual hace parte sin lugar a dudas de la
mirada biológica, la que no es nunca ni inocente ni “natural”,
que se consolida en el marco de la “era de los descubrimientos”.
Cuando Europa lanza sus viajeros “naturalistas” a todos los mares
y continentes del planeta, se afianzan tres aproximaciones a la
representación del mundo y de la naturaleza: el realismo en las
descripciones, la clasificación sistemática de los objetos en el marco
de la colección y el método comparativo como explicación. La
diversidad del mundo material se reduce a aquello que la mirada
del naturalista propone y enmarca a través de las “mediaciones
controladas” de las disciplinas científicas, de las matemáticas, la
geometría y la cartografía.
Los paisajes de los nuevos mundos llegan en un principio a
Europa como fragmentos, como conjuntos de objetos descon-
textualizados: ejemplares botánicos, animales, plumajes, los
que constituyen verdaderas muestras de curiosidades para ser co-
leccionadas, examinadas y cuya diversidad va a ser la clave de su

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 28


singularidad al enmarcarlas en clasificaciones y sistemas descrip-
tivos. Se construyen como verdaderos microcosmos que exhiben
el inventario del mundo. Los naturalistas se dedican a acumular
colecciones con el fin de realizar el inventario de los reinos mine-
ral, animal y vegetal, al tiempo que van clasificando y nombran-
do las miles de especies que van entrando al repertorio. Europa
no solamente estaba “descubriendo” el mundo sino que lo estaba
definiendo, jerarquizando, categorizando y clasificando al tiempo
que iba poniendo en marcha su proyecto de expansión colonial.
Como lo señala Pratt,

…el gran problema de la descripción física del globo” de ninguna ma-


nera es independiente del gran proyecto de expansión política y comer-
cial que Europa estaba articulando simultáneamente a escala global.
Aparte de todo lo que puedan ser, las taxonomías descriptivas europeas,
como sus museos, sus jardines botánicos y sus colecciones de historia
natural, son formas simbólicas de apropiación, articulaciones de su
“conciencia planetaria.
( P r at t , 1 9 9 6 : 3 9 )

A finales del siglo xviii culmina la fase de exploraciones marí-


timas que permitieron el trazado cartográfico de las costas de los
cinco continentes y se inicia una segunda etapa: la exploración de
la Terra Incognita, el interior de los continentes. A partir del célebre
viaje de Cook al Pacífico sur,11 las crónicas de viaje imponen un
nuevo tono; se adopta la retórica científica como narrativa de viaje
y como lenguaje para retratar los nuevos mundos. La influencia

11 En 1768, a bordo del Endeavour, se dirige al recién descubierto archipiélago de


Tahiti con un grupo de astrónomos para observar el transito de Venus en 1769, de allí
pasa a Nueva Zelandia tomando posesión de sus tierras firmes y levantando el mapa de
su linea costera (3860 km). En 1770 descubre y mapea la costa este de Australia,
proclamándola parte del imperio británico.

29 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


paradigmática de la física de Newton, apuntala este tipo de aproxi-
mación de tipo más empírico a la naturaleza. Con la aplicación de
la interpretación mecanicista de Newton, que descompone la
globalidad en una multiplicidad de fenómenos independientes vin-
culados por relaciones que les son externas. El método empírico-
inductivo se impone así sobre el método hipotético-deductivo.
La Historia Natural de Buffon, publicada en 1749, es el monu-
mento a la tentativa de aplicación a toda la naturaleza, del meca-
nismo Newtoniano. Este propone allí que los seres de la naturale-
za, al igual que todos los objetos físicos, se reducen a combinaciones
de unidades. Afirma que el trabajo del naturalista no puede de
ninguna forma limitarse a la descripción minuciosa de la realidad
observable, sino que debe, a partir de ella, elevarse al conocimiento
de lo general, al de las leyes de la vida y establece que,

La naturaleza es una obra perpetuamente viva, es como un obrero que no


cesa jamás su actividad, que sabe emplear todo cuanto tiene a su alcan-
ce, trabajando siempre de acuerdo con su propia lógica, y aunque siem-
pre lo hace a partir de los mismos bienes, no sólo no los agota, sino que
los vuelve inagotables.
( C i ta d o p o r L a r r é r e , 1 9 9 8 )

La ciencia para ese momento consolida su imagen particular


de la naturaleza. En su mirada ella es ante todo un objeto de cono-
cimiento, cuyos elementos y atributos (a los cuales puede ser redu-
cida) existen independientemente de la experiencia y del saber
humano, son reales y objetivos y por lo tanto mesurables y
cuantificables. Su comportamiento, siempre del tipo causa-efec-
to, se rige a partir de leyes y principios mecánicos y universales
que pueden ser conocidos a través de la observación y el razona-
miento adecuados. La naturaleza se concibe entonces, como un
sistema de materia en movimiento cuya metáfora es el mecanis-
mo. Se contrapone con la idea arquetípica de la antigüedad en la

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 30


que ella es la “madre naturaleza12 ”, un ser viviente y animado que
ahora, a la luz de la ciencia, se ve desplazada por el símil con un
dispositivo inerte, en el que el cambio y el movimiento se entien-
den como el efecto de fuerzas externas.
Charles Linné, representa bien el modelo de la práctica natura-
lista dedicada a la realización del inventario de especies vivientes.
Aunque su sistema de clasificación ya al final del siglo xviii se
consideraba caduco, no lo fue en cambio su nomenclatura. Pero
quizá el aporte más significativo de este naturalista fue su propues-
ta de lo que hoy podríamos considerar como una primera versión
de la teoría general del equilibrio de la naturaleza, esbozada en lo
que él llamó la economía de la naturaleza y que definió en 1749
como “la muy sabia disposición de los seres naturales, instaurada
por El Creador Soberano, según la cual estos tienden a fines comu-
nes y tienen funciones reciprocas.” (citado por Drouin, 1993:40).
En esta visión los objetos naturales pueden, con su sola existencia,
ayudarnos a conocer mejor la naturaleza en su conjunto, pues cada
planta, cada insecto, por ínfimo que sea revela una faceta de la inte-
ligencia creadora. Y lo que es aún más, descubrimos entonces que
todas las cosas creadas nos son útiles ya sea directa o indirectamen-
te. De esta forma, la noción de economía de la naturaleza garantiza
la complementariedad de las distintas ramas de la historia natural,
subraya la utilidad social del naturalista como descubridor de nu-
merosos recursos útiles potenciales y justifica, al mismo tiempo, la
certeza de la existencia de un Dios creador, en cuya obra no hay

12 Se trata de uno de los mitos fundadores de la Antigüedad Clásica: Gaia, la


personificación de la tierra, es la primera realidad material del Cosmos. Engendra por
sí misma el cielo –Urano–, las montañas y los mares. Después se une a su hijo Urano,
quien la recubre entera y de esa unión se gestan los primeros dioses, pero Urano, en su
acto incesante de fecundación, les impedía nacer por lo que estos permanecían en el
vientre de Gaia. Esta encarga a Cronos, su hijo menor, mutilar a su padre para liberar
su descendencia. La tradición de Gaia destaca su papel protector, es ella quien asegura
la continuidad de la vida protegiéndola del egoísmo masculino.

31 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


nada que sea vano o innecesario. El sentido de la creación es preci-
samente su utilidad universal.
La noción de “economía natural” dejó tres ideas centrales como
legado para las ciencias naturales: 1) la interdependencia de las
especies, 2) la circulación de elementos y 3) la localización de las
especies (Drouin, 1993). De la mano con la expansión colonial y
los viajes de los naturalistas había surgido la certeza de que las
plantas y los animales no se distribuyen al azar en la superficie
terrestre. El plantearse el problema del estudio de la distribución
de las floras y las faunas, de los aislamientos y las migraciones re-
mite necesariamente a la cuestión sobre los orígenes de la vida y de
las especies. Linné había imaginado el poblamiento de la tierra
como una extensión continua a partir del Edén primigenio, pero
las observaciones naturalistas hacían cada vez más difícil de admi-
tir la tutela de esta visión religiosa del mundo.
El comienzo del siglo xix se vio marcado por el auge de la
geografía botánica, disciplina que busca situar los estudios natura-
listas en el mismo nivel científico que la física o la química. Esta
nueva rama de estudio conjuga la fisiología vegetal, la taxonomía y
la geografía física y les abre nuevos rumbos y aplicaciones en los
campos de la agronomía, la economía política y la geografía huma-
na, convirtiéndose en antecesora directa de la biogeografía (voca-
blo que no aparece sino hasta 1900). El programa de la geografía
botánica fue propuesto desde dos perspectivas: la propuesta por
Alexander von Humboldt,13 en su Ensayo sobre la Geografía de las
Plantas (1805) y la de Pyramus de Candolle quien reedita ese mis-
mo año la Flora Francesa de Lamarck, a la que le añade un mapa
botánico acompañado de una memoria sobre la geografía agrícola y
botánica.

13 A partir de la experiencia del viaje que había emprendido entre 1799 hacia Cuba
y Venezuela, donde explora el curso del Orinoco y casi todo el del Amazonas. Recorrió
también el río Magdalena y la cadena andina hasta Ecuador, donde escaló el Chimborazo.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 32


La idea central de von Humboldt es la propuesta de realizar
una geografía botánica que estudie de manera conjunta la distribu-
ción de los vegetales según la altura, las zonas geográficas y los
factores físicos en general, teniendo en cuenta además la actividad
humana que introduce y cultiva especies vegetales modificando así
el paisaje. Para él, la aproximación cuantitativa no es sino una pri-
mera etapa que precede un proceso de comprensión a la vez global
y sensible de la realidad que se aproxima a la filosofía de la ciencia
y a la filosofía de la naturaleza asociadas a Goethe y a Rousseau.
Von Humboldt asume una posición epistemológica original,
al apoyarse sobre lo cuantitativo y en la búsqueda de causas físicas
para “comprender” en un sentido hermenéutico, la realidad. Para
él, el carácter de una región está dado en “ la belleza absoluta de sus
formas”. Propuso la noción de medio natural y la desarrolló a partir
de lo que definió como “el modo estético de tratar los temas de la
historia natural”, en el que además de la descripción científica de
los paisajes, de la flora, y de la fauna, se trataba de reproducir para
el lector “ese placer que la mente sensible recibe de la contempla-
ción inmediata de la naturaleza” (citado por Pratt, 1996). Su pro-
yecto busca determinar cómo las formaciones vegetales se traducen
en el paisaje y de esa manera, imprimen su marca en los seres hu-
manos que los habitan. Para ello utiliza el término de “asociación”
vegetal para definir una agrupación, delimitada espacialmente, por
la presencia asociada de varias especies.
El proyecto de von Humboldt traza las bases de pensamiento
que van a permitir más adelante a Eugene Warning, profesor de
Botánica en Copenhague, distinguir dos tipos de geografía botáni-
ca: una “florística” y la otra ecológica. Esta última la propone utili-
zando un término que hasta este momento no había pasado de ser
un neologismo acuñado en 1866 por el biólogo alemán Ernst
Haekel, a partir del griego iokos, casa, para designar “la ciencia de
la economía, los hábitos y el modo de vida y las relaciones entre los
seres vivientes”. Warning en su Ecología de las Plantas (1895) esta-

33 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


blece que la ecología busca estudiar la interrelación entre las aso-
ciaciones de especies que se encuentran en el mismo hábitat, la
fisionomía de la vegetación y del paisaje y su relación con las con-
diciones del ambiente en que se encuentran.
Por su parte, la propuesta de De Candolle, en su Diccionario de
Ciencias Naturales (1820) se centra en los factores que actúan sobre
la distribución de las diferentes especies vegetales estableciendo lo
que él llamó “estaciones”, es decir los medios donde se encuentran
o las “habitaciones” o regiones donde crecen naturalmente. De esta
manera, define el concepto de región botánica y afirma que “toda la
teoría de la geografía botánica se basa en la idea que uno se haga
sobre el origen de los seres organizados y de la permanencia de las
especies” (citado por Drouin, 1993:76) y sienta su posición al afirmar
que “todas las especies son permanentes y todo individuo proviene
de otro ser semejante a él”. Desde su punto de vista, la geografía
botánica presupone una hipótesis sobre el origen de las especies.
Darwin es heredero de esta tradición de investigación cuya de-
finición misma enuncia un problema, el de región botánica o zoo-
lógica, cuya especificidad no se explica únicamente por el clima o
los suelos. Para él, la afinidad entre las especies de una misma re-
gión biogeográfica se explica en términos de una comunidad de
origen y las diferencias provienen de la selección natural, la que en
medios diferentes favorece variaciones diferentes. En el año de 1859
aparece publicado El origen de las especies por medio de la selección natu-
ral y la supervivencia de las razas favorecidas en la lucha por la vida,
donde propone su teoría de la evolución (resumida, por lo demás,
en el título).14 Darwin planteó que el cambio en los seres vivientes

14 A partir de las ideas de Darwin se entiende por evolucionismo el conjunto de


procesos a través de los cuales los organismos se han diversificado y modificado por
medio de cambios sostenidos en su forma y función. La evolución se entiende a partir
de esta idea como un proceso dinámico de transformación que conduce a un estado de
cosas a través de estadios o etapas que van desde lo mas simple a lo mas complejo.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 34


es determinado por el medio, pues estos desarrollan particularida-
des para adaptarse a las condiciones que los rodean. El mecanismo
o principio rector de la evolución es la selección natural que hace
que los que estén mejor adaptados a un determinado ambiente sean
los que se perpetúen. La idea de la supervivencia del más apto, del
mejor adaptado, introdujo en el concepto de ambiente además de
las condiciones materiales para la existencia, la relación con los
otros organismos vivientes.
El trabajo de Darwin tuvo un gran impacto en otro aspecto y
fue el de haber dado legitimidad y autoridad a la aproximación de
terreno en la ciencia, en un momento en que eran los trabajos de
laboratorio los que contaban con el prestigio científico en las cien-
cias naturales, pues fueron sus experiencias de viaje, sus observa-
ciones de campo, el trabajo comparativo y las reflexiones sobre las
prácticas humanas observadas in situ, lo que le permitió dar a la
naturaleza una historia. Darwin aporta, en este sentido, una visión
genealógica “en un siglo en el que la historia es la clave para la
aproximación a la realidad” (Drouin, 1993).
Es en este contexto que surge el concepto de biosfera, pro-
puesto por el geólogo austriaco Eduard Suess en 1875, en la que
se resume la idea de la unidad del mundo viviente fundada en un
origen y una historia comunes, un principio con base en el cual se
van a producir toda una serie de nuevos objetos científico ya en el
siglo xx.

4. LA DIVERSIDAD HUMANA

Con la revalorización de la antigüedad clásica, y sobretodo con


el descubrimiento de América, Europa se plantea dos preguntas
que en el fondo son una misma: ¿Cómo clasificar al “hombre salvaje”
con relación al “hombre del Renacimiento”? y ¿Cómo concordar la
existencia, abundantemente documentada, de estas dos formas ra-
dicalmente diferentes de humanidad con la versión bíblica de la

35 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


creación del “hombre”? (Lenclud, 1992). La pregunta sobre la di-
versidad humana y su relación con la naturaleza humana y la natu-
raleza, es desde ese momento una de las ideas obsesivas del pensa-
miento occidental, a partir de la cual la naturaleza se convierte en
la referencia y la norma para mirar la cultura.
La naturaleza pasa a verse no únicamente como un fundamen-
to, común a los seres vivientes, sino también como un origen, así lo
natural y lo primitivo se aproximan. De la misma manera en que se
consolida el concepto de La Naturaleza como realidad objetiva, se
articula el de “El Hombre” como realidad genérica. Se propone
primero la cuestión acerca de los criterios con los que construye la
barrera que debe resultar infranqueable entre los humanos y los
animales: ¿es acaso el lenguaje, la moral, o la razón lo que nos dife-
rencia? A su vez la cultura se convierte en el referente para estable-
cer las fronteras con la Naturaleza.
En el marco de esta discusión entra en escena la noción de “áreas
culturales”, concebidas como espacios delimitados en la superficie
de la tierra que pueden ser consideradas como un todo, en términos
no solo de su configuración física (relieve, altura), climática y biótica
sino humana. Se refuerza así la concepción de que los diferentes
“tipos humanos” en términos de raza y cultura son un efecto inva-
riable del ambiente sobre sus habitantes. En esta discusión comienza
a resultar evidente que la concepción del ambiente aparece siempre
inmersa inevitablemente en la manera como se conciben las socie-
dades, las culturas y su historia.
Esta noción se concibió, en la geografía, dentro de las pautas
del determinismo, una tradición de pensamiento que considera que
todos los aspectos de la actividad humana, desde las prácticas agrí-
colas hasta los sistemas políticos están determinados por factores
biológicos y ambientales. Se visualizaba no como una interacción
sino como una acción de una sola vía en la que el ambiente se
entendía como el factor que orienta de manera determinante la
evolución del progreso humano.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 36


Por otro lado, hacia el fin del siglo xviii, las concepciones
climáticas del ambiente que habían sido desarrolladas por
Hipócrates están todavía vigentes (Claval, 1977; Quesne, 1997).
El pensamiento médico de Hipócrates (460-367 AC) instauró una
manera de percibir y de conceptualizar el ambiente que se ha
perpetuado incluso hasta nuestros días. El célebre tratado de la
escuela hipocrática: Los Aires, las Aguas y los Lugares, establece las
diversas influencias que el medio ejerce sobre los procesos
fisiológicos. De acuerdo con éste, el médico debe volverse espe-
cialista en suelos, aguas, clima, vegetación, etc., puesto que toda
esta gama de condiciones determina la dolencia y aporta infor-
mación sobre el carácter de la enfermedad. Las ideas hipocráticas
fueron retomadas con fuerza en el siglo xviii por Cabanis, el
primer teórico del higienismo, para quien el medio tiene la capa-
cidad de determinar no solamente la salud, sino el temperamento
y las costumbres de los individuos, entendiendo por costumbres,
además del régimen de alimentación, de sueño y de reposo, los
hábitos de vida en general, las costumbres familiares, el trabajo y
la vida social. De esta forma los hábitos corporales se revelan tam-
bién como hábitos morales. Al considerar la nación como el con-
junto de individuos que habitan condiciones ambientales homo-
géneas, se pueden caracterizar las costumbres y los tipos de todo
un pueblo (Quesne, 1997).
La influencia del medio se concibe no únicamente en términos
estrictamente biológicos y fisiológicos, sino en términos de com-
portamientos y mentalidades. Paul Vidal de la Blanche formula los
Principios de Geografía Humana partiendo de un “profundo sentido
biológico”, donde aborda la inevitable cuestión del determinismo
afirmando que “el capítulo más delicado de la geografía humana es
el que estudia las influencias que el medio ambiente (milieu ambiant)
ejerce sobre el hombre, en lo físico y en lo moral” (citado por Quesne,
1997:59). De la misma manera Eliseo Reclus, hace la siguiente
reflexión:

37 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


Si la naturaleza tiene tanta influencia sobre los individuos, (...) por
que no habría también de tenerla, a lo largo de los siglos, sobre los
pueblos? (...) Sin lugar a dudas, la vista que domina grandes hori-
zontes contribuye en buena parte a formar las cualidades de los hombres
de montaña. No es por ello vano el dicho de que Los Alpes son el bastión
de la libertad.
(Reclus, 1866:173).

Uno de los más notorios geógrafos de esta corriente, E.


Huntington construyó ya en el siglo xx, un mapa de la ubicación
global de las civilizaciones comparándola con la distribución de
patrones climáticos para concluir que “ninguna nación ha ascendi-
do a altos niveles de civilización, excepto en regiones donde el estí-
mulo climático es el máximo” (Huntington, 1915: 365). En su
análisis relaciona también civilizaciones y razas para concluir que
“las razas nativas del trópico son lentas y perezosas” (ibid: 56).
Para J.G.Herder, contemporáneo y alumno de Kant, el ser pro-
fundo de los pueblos está marcado por el medio. Esta influencia no
la concibe, sin embargo, de la misma manera en que lo hace la
tradición hipocrática; en su mirada, los distintos medios ofrecen
diferentes posibilidades de sentir emociones que varían de un lu-
gar a otro, inspiran poéticas diferentes. Para él resulta imposible
comprender la diversidad de pueblos si no se estudia la escena en la
que estos evolucionan, pues sus sentimientos, sus aspiraciones y
sus emociones se dan siempre en armonía con el entorno (Claval,
1997:89).
La idea de que el medio moldea al “hombre” da origen a una
serie de propuestas que parten de la premisa de que para reformar-
lo y para transformar la sociedad lo que se hace necesario es trans-
formar el entorno en que vive, es decir proveer un medio más ar-
monioso. Esta idea se nutre de la tradición utópica e inspira tanto
a los radicales como a los reformadores. Todas las propuestas de
cambio social, desde el panóptico de Bentham hasta las de los so-

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 38


cialistas utópicos como Owen o Saint-Simon, se inspiran en esta
premisa que sustenta y condiciona la práctica de la planificación
urbana y regional hasta nuestros días.
Simultáneamente en el pensamiento utópico europeo, a la vi-
sión de la historia humana y la cultura como una tendencia progre-
siva que eleva la humanidad a la cumbre de los logros de la razón,
se va a oponer la visión de la civilización y la vida urbana como una
decadencia regresiva, como un descenso del estado ideal de natura-
leza, que ha venido siendo degradado por la civilización y sus vi-
cios. Los males que aquejan a la humanidad y al planeta son, desde
este punto de vista, el resultado de lo que la misma sociedad ha
construido. Para la mayor parte de los pensadores del siglo xix, la
reflexión sobre las formas primitivas es inseparable de la reflexión
sobre la crisis moral, intelectual y religiosa de la sociedad moder-
na. Toma fuerza la idea de que “al fin del viaje que conduce del
estado primitivo al de modernidad, de ellos a nosotros, la huma-
nidad ha perdido algo en el camino, si ella se ha enriquecido,
también se ha empobrecido. La expresión mas avanzada del géne-
ro humano está minada en su interior” (Lenclud, 1992:21). Se
materializa así para Europa una nueva idea, a partir de la cual se
presenta otra forma de resolver la alteridad: a la idea de la existencia
de parámetros universales de comparación, se le suma la de la
inconmensurabilidad que abre el camino del pensamiento relativista.
Sin embargo, como lo señala Lenclud, ha resultado práctica-
mente imposible exorcizar el pensamiento evolucionista (ibid:21).
Así desde finales del siglo xix se impone, a partir de las ideas
evolucionistas, una forma dominante de concebir la diversidad
humana, sustentada en una concepción particular de cultura,
ejemplificada por la definición del antropólogo Edward B. Tylor en
1871, según la cual la cultura “tomada en su sentido etnográfico
más amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento,
las creencias, los valores, la ley, las costumbres, y todas aquellas
habilidades y hábitos adquiridos por el hombre, como miembro de

39 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


la sociedad.”. La cultura, al ser considerada como el producto del
esfuerzo humano, se convierte en sinónimo de los resultados obje-
tivos de la creatividad humana y termina por definirse en función
de la aparición o no, de una serie de realidades materiales e ideales
que se convierten en atributos o rasgos que le son esenciales.
En su famoso discurso ante la unesco en 1952,15 Claude Lévi-
Strauss resume claramente los dilemas que presenta la diversidad
humana. Por una parte recuerda que a pesar de que el evolucionismo
social es legitimado por la teoría de la evolución biológica, es ante-
rior a ésta y es una “doctrina” que ha sido producto de otro tipo de
preocupaciones inmersas en una posición etnocentrista. Levi-Strauss
ilustra aquí extensamente como la “diversidad intelectual, estética,
sociológica, no está ligada por ninguna relación de tipo causal con la
diversidad que existe en el plano biológico” (1972:378) y que “ella
no es tanto el resultado del aislamiento de los grupos sino más bien
de las relaciones que unen a los grupos humanos” (ibid: 382).
Señala también como “desde nuestro nacimiento, lo que nos
rodea (l’entourage) hace penetrar en nosotros, de miles de formas
conscientes e inconscientes, un sistema complejo de referencias que
constituye los juicios de valor, motivaciones y centros de interés
(…) con el que nos desplazamos literalmente por el mundo, el que
solo puede ser observado a partir de las deformaciones que este
sistema nos impone.” (Lévi-Strauss,1972:397)

5. LA ECOLOGÍA: CIENCIA / MOVIMIENTO SOCIAL

El pensamiento fundador de la ecología procede de la biogeo-


grafía. El ejercicio de taxonomía naturalista, al ser aplicado a la
generalidad de la naturaleza, da origen a una nueva noción del es-
pacio, como soporte de la naturaleza, como superficie diferenciada

15 Publicado con el titulo «Race et Histoire», en Anthropologie Structurale II. (1972)

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 40


tanto física como biológicamente. Esta noción se gesta desde el
principio a partir de la relación entre estética y geografía. En esta
corriente se han inscrito los trabajos de Bernardin de Saint Pierre
o de von Humboldt, constituyendo lo que se podría considerar
como una geografía de los paisajes naturales. Esta visión se ve
plasmada particularmente en la escogencia de ejemplos y de terre-
nos para el estudio y al análisis de los problemas a explorar. Como
lo ilustra Drouin (1993) muchos de los conceptos de base de la
ecología surgen de una serie de ejemplos privilegiados, que se
convierten en verdaderos arquetipos de los cuales se puede partir
para el estudio de los medios y los biótopos. Estos “terrenos
arquetípicos” se definen con base en aspectos pictóricos a partir de
los cuales se “visualiza” la dinámica espacial de los procesos bioló-
gicos. La racionalidad científica y el arte se conjugan para cons-
truir una representación, en la que la naturaleza se ve como un
todo autónomo con respecto a lo humano. Los ejemplos clásicos
son la montaña, el lago y la isla.
Von Humboldt presenta su Ensayo sobre la Geografía de las Plantas
con una plancha que visualiza y resume la concepción de la
biogeografía: en ella aparecen sobre un eje horizontal las distancias
en la superficie y en un eje vertical las alturas. En el grabado se
muestran las maravillas vegetales de las cordilleras a través tanto
de dibujos como de una multiplicidad de nombres de especies. En
una columna al margen se muestra la variación de los datos físicos
según la altura. Se enuncia así la noción de pisos altitudinales, a
partir de la experiencia en las regiones ecuatoriales (lugar donde
Linné localizaba el paraíso). En este esquema los datos físicos (hu-
medad, temperatura, asolación, etc.), determinados por su situa-
ción espacial (latitud, altura sobre el nivel del mar) determinan a
su vez las unidades ecológicas, las que se conciben como conjuntos
de vegetación que albergan un cierto tipo de fauna. Se constituye
de esta forma un tipo de descripción que propone simultáneamen-
te dos registros: el de lo visible, (los elementos físicos y biológicos)

41 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


y el de lo invisible (los procesos que los afectan y los producen).
Estos dos registros descriptivos se complementan produciendo una
explicación de carácter global, sobre la vegetación.
Por su parte, el estudio de los lagos, como apunta Margalef
(1987), “ha inspirado la concepción según la cual el ecosistema se
caracteriza por un ciclo cerrado de materia, impulsado por un ci-
clo abierto de energía. Resulta relativamente cómodo observar y
estudiar la producción de materia viva por el fitoplancton en la
superficie, los niveles intermedios de zooplancton (que comen el
fitoplancton) y los peces (que se alimentan a su vez de zooplancton),
y el retorno a los sedimentos donde se descompone la materia
orgánica acumulada. Por otra parte, la forma como el agua del
centro del lago, va siendo rodeada por zonas de vegetación
concéntricas en las que la fisionomía y la composición se ven de-
terminadas por la profundidad decreciente, evoca la imagen de la
montaña invertida. El fondo del lago, así como sobre las vertien-
tes de la montaña la configuración y la situación espacial deter-
minan una variación de los factores físicos que se convierten en
determinantes de una distribución de tipos de vegetación. Sin
embargo, el lago se caracteriza por la dinámica de las interacciones
entre sus diferentes componentes. El lago se considera “un
microcosmos en el cual están en acción todas las fuerzas elemen-
tales y donde el espectáculo de la vida se exhibe libremente, pero
en una escala lo suficientemente reducida para que esté al alcance
de la comprensión intelectual”.16
A partir de los 1960, es la isla la que se toma el lugar de los
debates teóricos. En An Equilibrium Theory of Insular Zoography,
Edward Wilson y R.H. McArthur (1963), proponen un modelo
matemático que renueva la biogeografía al suscitar nuevos deba-
tes. Proponen la doble hipótesis de que la tasa de extinción de las

16 En The Lake as a Microcosm, de S.A.Forbes, 1887, citado por Drouin (1993: 123).

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 42


especies presentes en la isla es mas fuerte en cuanto la isla tenga
menos extensión y que la tasa de migración disminuye a medida
que esta se encuentra mas lejos del continente Se apoyan como
ejemplo, entre otros, en el caso del Krakatoa en Indonesia, donde
después de una erupción volcánica que destruye toda la vida ani-
mal y vegetal en 1883, se pudo observar el repoblamiento de la
isla en los decenios que siguieron. La teoría del poblamiento in-
sular se generaliza no solo al poblamiento de otras islas, este se
extiende al ámbito continental. La ejemplaridad de la isla se afirma
y se propone como principio metodológico: se llega a concebir el
mundo de lo vivo como un caleidoscopio de medios relativamen-
te vastos e aislados, donde el “efecto de isla” puede tener un ca-
rácter universal.
En 1877, el zoólogo Karl Möbius demuestra, a partir de una
investigación geográfica, en la que conjuga el naturalismo con el
análisis económico, que resulta imposible entender la abundancia
o la disminución de una especie únicamente a partir de su tasa de
fecundidad sin tener en cuenta el conjunto de las demás especies
que habitan el mismo medio, del que se nutren y por el cual compi-
ten. Para designar este conjunto de factores, propone el término
de comunidad biótica o biocenose. A la par de este concepto se desa-
rrollan los de formación vegetal (grupo vegetal que presenta un
carácter fisonómico definido, como una pradera, un bosque, etc.)
y asociación vegetal (agrupación vegetal mas o menos estable y en
equilibrio caracterizada por una composición florística en la que
ciertas especies características revelan con su presencia una ecología
particular), conceptos que dan origen a un sistema global de des-
cripción e interpretación aplicable a todas las formaciones vege-
tales: la teoría de la sucesión de plantas, propuesta por Frederic
Clements, en 1916. Esta parte de la idea de que la vegetación
presenta una dinámica en la cual, partiendo de un sustrato de
base, se llega a través de un proceso de sucesión de estadios a un
“clímax” (idea que había sido propuesta por Crowles), haciendo

43 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


de la comunidad vegetal un superorganismo que nace y se desa-
rrolla y en el cual las distintas especies no son mas que componen-
tes en relación.
El botánico G.A.Tansley, en 1935, en el marco de la controver-
sia que estos conceptos suscitan, acepta la realidad de las agrupa-
ciones vegetales pero niega que este reconocimiento pueda ser vis-
to en el marco de la doctrina holista (para la que el todo es mas que
la suma de las partes). Desde su punto de vista se debe hablar de
un sistema ecológico, de ecosistema. El término sistema lo retoma
del sentido que este tiene en física. El ecosistema comprende un
conjunto de sistemas que irían del átomo al universo, superpo-
niéndose e interactuando entre ellos y cuyo aislamiento es pura-
mente teórico.
El encuentro de este concepto con otras dos corrientes de investi-
gación: el estudio de las poblaciones animales y el estudio de los
intercambios y transformaciones de materia y energía, va a concluir
en la teoría de los ecosistemas. Para Raymond Lindman, quien la propo-
ne en 1942, la noción central es la del ciclo trófico, que une los produc-
tores (vegetales), los consumidores (los herbívoros y los carnívoros) y
los agentes de descomposición, en el ciclo de vida y muerte en el que
se asegura la circulación de la materia. El ciclo se ve sustentado con
cifras, aproximando así la ecología a los criterios de cientificidad de
las llamadas “ciencias duras” y garantizando al mismo tiempo su
aplicabilidad en el ámbito económico. Lindman introduce una refe-
rencia implícita a la termodinámica y en los decenios que siguen es
integrada a la teoría general de sistemas, a la cibernética y a la teoría
de la información y, más recientemente, a la teoría del caos. Como lo
pone Gleick (1998:59), “la ecología, apartó el ruido y el color de la
vida real y se dispuso a tratar las poblaciones como sistemas dinámi-
cos” en los que cuando las poblaciones mostraban variaciones erráticas
alrededor de un valor dado, “los ecólogos asumieron que se trataba
de una oscilación alrededor de un estado de equilibrio subyacente…
nunca se les ocurrió que podría no haber ningún equilibrio.” (ibid:64).

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 44


La ecología, en tanto que ciencia, se presenta como una estruc-
tura de tres niveles de resolución: el primero, el de las poblaciones,
conjuntos de individuos de una misma especie en un mismo medio
cuyo estudio se ve orientado particularmente por la genética y
por las teorías de evolución. Un segundo nivel sería el de los
poblamientos, es decir, el conjunto de poblaciones y sus relaciones:
la predación, el parasitismo y la competencia. Y un tercer nivel
que sería el del ecosistema, donde se estudian no solamente los
flujos de materia y de energía, sino las sucesiones y los clímax. El
mundo natural representa sin embargo “un laboratorio bastante
confuso para los ecólogos, pues es como un caldero en el que hier-
ven cinco millones de especies en interacción. ¿O son más bien
cincuenta millones de especies? En realidad los ecólogos no tienen
ni idea.” (Gleick, 1998:59).
Es tal vez en el ámbito de la ecología donde se conjugan las
líneas de pensamiento y las tradiciones de investigación que han
sido esbozadas creando lo que, siguiendo a Bruno Latour (1997),
se podría considerar como un campo manifiestamente “híbrido”.
Aquí, tal vez de manera más evidente que en otros, se expresan
esas “situaciones extrañas que la cultura intelectual no sabría como
clasificar de manera precisa (…), pues se mueve al mismo tiempo
en el ámbito de lo científico, lo político y lo discursivo.” (Latour,
1997:10). Se trata de un campo de saber y de acción que tiene
objetos que “son a la vez materiales como la naturaleza, narrativos
como los discursos y colectivos como la sociedad”. De hecho, la
ecología se ha construido como una ciencia y como un movimiento
social. En el proceso ha tejido, con una retórica particular y por
medio de una serie de relatos, todo un conjunto de ideas, de cate-
gorías y de hipótesis que se consideran cruciales en el mundo
contemporáneo.
Las nociones básicas de la ecología son el lugar de encuentro de
un grupo de conceptos de las ciencias duras con una serie de metá-
foras que surgen del mundo social. Por una parte, su base geográfica

45 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


parte no únicamente de una aproximación científica explícita, sino
también de una mirada estética, implícita en la medida en que se
parte de la particularización de una serie de lugares en tanto que
paisajes. Por otra parte, la representación de poblamiento y pobla-
ciones animales o vegetales, hace referencia a las colectividades
humanas. Se utilizan conceptos como el de comunidades, asocia-
ciones, sociedades, agrupaciones, o como los de migración o com-
petencia. Lo anterior hace evidente el supuesto de que es posible
comparar los grupos de plantas y animales a los grupos humanos y,
al mismo tiempo, que los esquemas de análisis pueden aplicarse a
todos los tipos de poblaciones, incluidas las humanas.
El juego de metáforas va aún mas lejos, si se reconoce que la
sociedad puede ser pensada como un organismo, al tiempo que el
cuerpo aparece como una sociedad de órganos o de células, nociones
que tienen origen en la idea del “cuerpo social” (Schlanger, 1971). La
fórmula misma de la naturaleza en equilibrio, remite a una metáfora
social, así como la utilización del imaginario mecanicista, es decir,
del conjunto de artefactos de fabricación humana como la cadena, la
red, la representación de la circulación de energía como un circuito
eléctrico y, finalmente, la identificación de los ecosistemas con las
máquinas autorreguladas u homeostáticas donde la diversidad se
traduce en términos de cantidad de información.
Otro conjunto de conceptos sociales proviene de la economía,
donde productores y consumidores relacionados a través de la ener-
gía (que hace las veces de dinero en este sistema de intercambios),
realizan transferencias que pueden ser contabilizadas para determi-
nar las entradas y los egresos y los flujos de energía. Otro ejemplo
claro de las analogías con el mundo de lo social, es la utilización del
concepto de estrategia, aplicado a las unidades ecológicas o a las
comunidades (las estrategias adaptativas de una especie, por ejem-
plo) que tiene además connotaciones de tipo militar.
Finalmente tenemos la famosa hipótesis de Gaia, propuesta por
James Lovelock (1979), que concibe la Tierra, el planeta, como un

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 46


gran organismo viviente, con capacidades autorreguladoras del que
la mente y la inteligencia humanas serían la conciencia. No queda
claro aquí si se trata de una analogía o una identidad, pero en am-
bos casos se hace referencia a la Madre Tierra, relato de la antigüe-
dad europea, que hoy se ha hecho extensivo a todos los “pueblos
tradicionales” del planeta.
El análisis de las analogías entre las colectividades humanas y
los fenómenos ecológicos pone también en evidencia el hecho de
que para la construcción de modelos explicativos y predictivos, se
parte de representaciones de la naturaleza que hacen parte de los
procesos sociales y políticos, en el marco de los cuales estos se gestan.
Este punto lo expresa de manera muy clara Latour cuando señala, a
propósito del trabajo de Shapin y Schaffer,17 que estos lo que in-
tentaron no fue situar la química de Boyle y la politología de Hobbes
“en su contexto social, ni de mostrar como la política imprimió su
huella en los contenidos científicos, [sino de] examinar como Boyle
y Hobbes se debatieron para crear una ciencia, un contexto y una
línea demarcativa entre ambos. No se trataba de explicar el conte-
nido a partir del contexto pues ni el uno ni el otro existían de esa
manera, antes de la controversia que tuvo lugar entre ellos.” (Latour,
1997: 27).
A pesar de haber construido todo su acervo conceptual hacien-
do referencia al mundo social, la ecología como ciencia no ha logra-
do realmente resolver el problema de cómo integrar lo humano en
su mirada. Pues, como lo distingue la famosa definición de Stuart
Mill, que representa la tradición empírica y positiva sobre la cual
se ha querido fundar la Ecología (con E mayúscula en adelante)

17 Latour se refiere aquí a Leviathan and the Air Pump de S. Shapin y S. Schaffer
(1985), sobre la controversia epistemológica que tuvo lugar en el siglo xviii, entre
Robert Boyle, quien fue el primer químico que logró aislar un gas y mejoró la bomba
de aire y Thomas Hobbes, quien propuso una teoría del Estado a partir de principios
mecanicistas, autor de Leviathan (1651), tratado de gobierno de carácter utópico.

47 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


como “ciencia natural” o “ciencia dura” y lograr así la autoridad de
la “verdadera ciencia”, “la palabra Naturaleza tiene dos connota-
ciones principales: o bien denota el sistema total de las cosas y sus
propiedades o bien el estado de las cosas tal como fueran si no
hubiera intervención humana.”
Es interesante notar como estas dos series de ideas, imágenes
y representaciones se han desarrollado conjuntamente, nutrién-
dose mutuamente, pero en oposición a la otra, como las dos caras
de una misma moneda: las ideas de la naturaleza original, prísti-
na, salvaje, fuera del tiempo y del espacio, que debe buscarse y
merecerse pues existe sólo para los ojos de los iniciados y conoce-
dores, cuya belleza es el modelo de lo que toda naturaleza debe
ser, de las que son el sustento directo, son la condición de posibi-
lidad de la naturaleza como objeto de posesión, de dominación,
de control y de explotación y consumo. Pues una cosa son los
relatos y mitos que nos presentan de manera tranquilizadora las
formulas ecologistas y otra cosa muy distinta son sus resultados
concretos y su incidencia objetiva. La visión ambientalista, in-
clusive en la propuesta de la “ecología profunda”, parte de las
premisas modernas que, como lo señala Escobar (1994), dan por
sentada y como universal la cultura económica moderna, que ve
la naturaleza compuesta por recursos limitados y con valor mone-
tario, sujetos a ser poseídos; donde los deseos de las personas son
infinitos y solo pueden ser satisfechos a través de un sistema de
mercados regulados por precios. La ecología se ve no solamente
como una ciencia crucial para el futuro de la humanidad y del
planeta, sino que se ha convertido en un movimiento político y
en toda una ética. En palabras de Sachs: “la ecología parece reve-
lar el orden moral del ser, sugiere no solamente la verdad, sino un
imperativo moral e inclusive una perfección estética, (...) este
movimiento que se separó de los postulados de la Modernidad,
terminó por darle la bienvenida bajo un nuevo disfraz.” (Sachs,
1992: 32).

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 48


La naturaleza en la “Era de la reproducción mecánica”

La potencia de la cultura moderna radica en su capacidad para


producir imágenes. De la visión de la Tierra desde el espacio, un
planeta de luz azulada en la oscuridad del universo, han surgido
teorías como la de Gaia, programas institucionales como el del
“Hombre y la Biosfera” e innumerables movimientos apasiona-
dos por defenderla. Ello ha puesto en evidencia que “las realida-
des ecológicas se aceptan, no cuando logran ser demostradas sino
cuando se vuelven imaginables, cuando cobran vida gracias a la
anticipación de lo que las técnicas modernas de la imagen nos
ponen, literalmente, a la vista.” Así resumen Laville y Leenhardt
(1996:107) uno los dilemas que presenta nuestra relación con la
naturaleza, en esta la era del consumo global, en que nuestra vi-
sión se ve cegada por la imagen o mejor, por una confusa profu-
sión de imágenes.
Walter Benjamin, uno de los grandes críticos del progreso,
de la conciencia de la historia expresada en la experiencia del
paso con un sentido único y de la sensibilidad del sujeto moderno
como la experiencia de un pasaje, de un tránsito, nos muestra
como las cosas y lugares que nos resultan tan familiares ocultan
detrás de la fantasmagoría de su imagen los procesos económicos
y sociales de la cultura de la industrialización y el capitalismo
(Benjamin, 1971:168). Señala que en la reproducción mecánica
de las imágenes, fulminó el “aura” de los objetos al consolidar la
idea de que la cosas y su representación son una, de esta forma el
único reflejo que estos nos devuelven es el que nos dice “úsame”.
La experiencia del “aura” se basa en la transferencia de una reac-
ción humana, a la relación con los seres y objetos en general.
“Quien es mirado o cree que es mirado, levanta la vista”. Un
objeto tiene “aura” entonces, cuando tiene la capacidad de “de-
volver la mirada”. En la producción artesanal por ejemplo, el “aura”
se expresa claramente en la huella que el artesano deja impresa en

49 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


su producto, una marca que narra una historia a la persona que lo
tiene en sus manos. En las condiciones mecánicas de producción
las mercancías y los objetos pierden esta facultad de responder a
la mirada, son como cualquier objeto exhibido en una vitrina,
indiferentes (Loockhartt, 1995).
En nuestra cosmología, la naturaleza es una realidad objetiva
(universal, transcultural, neutra, mesurable), externa a lo humano,
con la que hemos establecido una relación epistemológica “profun-
damente oculta a sí misma” para usar la frase de P. Bourdieu. En
cualquiera de sus versiones el manejo de esta relación (ya sea la
versión dura, en la que la naturaleza se reduce a recursos para ser
apropiados, controlados, ordenados, o las versiones mas amigables
en los que se trabaja con ella y se la protege), lo hemos entregado a
la ciencia y a la técnica para que sean estas quienes resuelvan todos
sus misterios, penetrándola a través de la disección y la
categorización. Ella, La Vida, ha sido transfigurada en un objeto
fabricado a nuestra imagen y semejanza, que como un espejo, solo
puede devolvernos nuestro reflejo que dice “úsame”.

1 . L A “ U C R O N Í A” D E L A N AT U R A L E Z A

Tal vez la principal consecuencia de la concepción de la natura-


leza como realidad ajena a la intervención social, como un produc-
to único y exclusivo de las leyes de la selección natural, es la sus-
pensión de su dimensión histórica. Cualquier paisaje o ecosistema,
cualquier proceso, debe para ser natural, perder toda traza de ac-
ción humana, toda referencia a “personas que hayan realmente exis-
tido o a hechos que realmente hayan sucedido”, como lo plantea
Sergio Dalla Bernardina (1996:15). La naturaleza se visualiza en-
tonces como simulación del tiempo anterior a la empresa civiliza-
dora, como ajena de todo aquello que representa la vida civil, la vida
urbana y la cultura. Así la naturaleza excluye no solo las realidades
externas a la civilización, sino aquellas que le son marginales:

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 50


La impenetrable alteridad de la naturaleza sería, más que un obstácu-
lo a la capacidad de conocimiento humano, el resultado preciso de su
voluntad de no saber, puesto que es solo en tanto que “incontaminada”,
que “intacta” que puede recoger nuestras proyecciones (…) Pensar la
naturaleza como una realidad opuesta a lo social significa crear en el
espacio de la experiencia humana una ruptura comparable a la que
separa el consciente del inconsciente. De cierta manera es como instituir
una zona franca donde el sujeto puede perder de vista temporalmente su
principio de realidad.
(Dalla Bernardina, 1996:17)

La primera de estas consecuencias es evidente, todo aquello que


consideramos “natural” se percibe como externo o como ajeno a las
practicas sociales: se hace imposible ver su conexión con la vida
urbana, con las practicas industriales, con los desarrollos técnicos y
económicos. Así como el “campo” solo es posible en el marco de la
cultura urbana, pues su existencia como tal es lo que ha hecho
posible el desarrollo de las ciudades y viceversa, al hacer parte de la
misma economía política, como lo ilustra Raymond Williams en
The Country and the City (1973); los paisajes más “naturales” como
los bosques, o cualquiera de los lugares que responden al estereo-
tipo de la naturaleza idílica que consideramos como las formacio-
nes más “naturales”, no están a la espera de ser transformadas y
apropiadas por “El Desarrollo”, sino que son mas bien su manifes-
tación en condiciones de periferia y marginalidad. Su existencia
constituye la condición misma de posibilidad y de efectividad de
las formas particulares de explotación de los recursos y de los seres
humanos característicos de las economías extractivas y de enclave,
indispensables para la economía industrial capitalista.18 No hay
que olvidar, como lo señala Lemaire (citado por van Koppen,

18 La historia económica de los países del llamado “tercer mundo” ilustra amplia-
mente este punto. Las explotaciones caucheras del cambio de siglo [pasa a pág 52]

51 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


1997:297) que la apreciación de la espontaneidad de la naturaleza
se desarrolló paralelamente con su domesticación y su tecnificación.
Del mismo modo en que el mito del buen salvaje se creó de la
mano con su “reducción”.
Es posible argumentar que este tipo de “ordenamiento” es la
consecuencia directa de este proceso de deshistorización. Lo ante-
rior resulta particularmente claro en el caso de los bosques tropica-
les en general. En el mundo contemporáneo existe la idea de las
selvas como paradigma de lo natural. La selva o el bosque húmedo
tropical, como se ha llamado recientemente, se considera algo así
como la expresión prístina de la naturaleza, su forma más original,
el arquetipo de lo más natural de la naturaleza, a la que solo se
llega después de un viaje hacia atrás en el tiempo. La selva amazónica,
por ejemplo, es considerada como uno de los paisajes primigenios,
prístinos e impolutos. Hay la tendencia a invisibilizar el hecho de
que estos son paisajes, es decir, que son efectivamente lugares pro-
ducto de relaciones y significaciones sociales, de las practicas y de
las técnicas, de los miedos y preferencias de las sociedades que los
habitan. De hecho, las sociedades que la habitan no “conservan” la
naturaleza con la que conviven, sino que en su interactuar la pro-
ducen: el paisaje cultural, resultado de las practicas cotidianas,
económicas y materiales de los yukuna o los ashuar en la amazonía
es la selva en que viven.19 El hábitat y el paisaje de cada sociedad
no son únicamente consecuencia de la “oferta natural” de los sue-
los, el clima y la altitud, también son producto de un conjunto de

[viene de la pág 51] xix en el Congo y en el Amazonas, o las explotaciones petro-


leras en la américa tropical del cambio de siglo xx, por no mencionar sino un par de
ejemplos.
19 Cf. Descola (1987) y Van der Hammen (1992), por citar solo dos ejemplos. La
etnografía y la arqueología (cf. Politis, 1997, para el caso nukak), han ilustrado amplia-
mente el proceso de producción del paisaje de bosques por parte de las sociedades
amazónicas

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 52


dispositivos sociales a través de los cuales algunas especies se valo-
ran y se reproducen, se seleccionan y se preservan y otras resultan
desfavorecidas.
Cuando aparece en escena nuestra sociedad moderna propo-
niendo esquemas racionales de “reservas” para conservación, el pai-
saje que producimos es otro bien distinto.20 En los mismos entornos,
los proyectos de civilización y colonización generan los paisajes de
sabanas ganaderas que hoy caracterizan la amazonía “campesina”.
Este proceso de invisibilización social ha llegado al extremo de
“naturalizar” estas sociedades, se concibe a los nukak o a los tukano
también como primitivos y primigenios, ocultando el hecho de
que su sociedad y su cultura son el producto de un devenir tan
antiguo y tan complejo como el de cualquier otra sociedad con-
temporánea. Los indígenas americanos, en este caso, así como los
pastores nómades del África o los campesinos de la “Francia pro-
funda”, se ven conceptualizados como “gentes naturales”, casi como
componentes de la naturaleza, pues este fenómeno de naturaliza-
ción de paisajes y sociedades se ha visto extendido a todas aquellas
regiones y localidades del planeta que encarnan el estereotipo de lo
natural. En la propaganda recientemente publicada por Chevron,
en la revista Time (ed. América Latina, mayo 22, 2000), anuncia
que «mientras desarrollamos un recurso, protegemos los demás» y
allí, entre las fotografías de estos “recursos protegidos” junto con
tucanes, pumas, tortugas, llamas y koalas aparece una campesina
en Malasia, con su sombrero “tradicional”, cuidando manualmente
un cultivo de arroz.
Es solamente en tanto que externos y extranjeros que podemos
actuar sobre la naturaleza, ejercer sobre ella una autoridad, ser efec-
tivamente los “dueños de la creación”.

20 A este respecto es claramente ilustrativo el trabajo de Frenkel (1996) sobre la


domesticación de la selva en el paisaje creado por la administración militar norteame-
ricana de la Zona del Canal en Panamá.

53 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


2. EL “VIAJE DE RETORNO”

El deseo de los citadinos de tener a su disposición una naturale-


za incontaminada, intacta, es decir, libre de los trazos de la acción
humana, cubierta de bosques y de animales salvajes, es tan antiguo
como la vida urbana. Puesto que la naturaleza se ha visto idealizada
como realidad opuesta a la ciudad y a la vida ciudadana, la nostal-
gia, el deseo por el retorno a su seno ha guiado numerosos proyec-
tos occidentales que van desde los viajes de descubrimiento, de
exploración, de caza y pesca, de recolección y de investigación, has-
ta sus formas recientes de turismo ecológico y de deporte.
Este deseo, producto de la vida urbana y de la experiencia de
una civilización en particular, surge guiado por la necesidad de
sentirse de acuerdo y en armonía con el cosmos, con el universo,
con el ambiente, y sobretodo por la conciencia de “estar aquí”. Cabe
preguntarse si la unión con lo natural no es, como lo señala Maffesoli
(1985), un objetivo sino un pretexto. Tras la magia de la comunión
con la naturaleza vemos en realidad como se llevan a cabo toda una
serie de operaciones simbólicas que nunca pierden de vista la iden-
tidad social de ninguno de sus participantes de la puesta en escena
naturalista. Tras el eufemismo de la imagen idílica lo que logran es
ratificar las jerarquías sociales: los “nativos” participan en este tipo
de escenas como “boys”, como porteadores, como informantes, como
mediadores, como intérpretes. En el marco de una relación clara-
mente paternalista, estos solo pueden asumir una posición subal-
terna y a veces claramente servil. La comunicación con el “nativo”
se establece a partir de la lógica de la dádiva, la material y la del
reconocimiento, a cambio de la información e indicaciones sin las
cuales la empresa sería, por lo demás, imposible.
La magia de la escena romántica del viaje logra ocultar la
violencia simbólica que se halla inscrita en la relación asimétrica
de los interlocutores sociales. Una de sus variantes es la del “experto”
que se desplaza a los lugares salvajes del planeta para dirigir,

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 54


“enseñar” en el mejor de los casos, la mejor manera de vivir y de
actuar para proteger y conservar el “ecosistema”. Lo que implica
que el naturalista, ya se trate del explorador o el ambientalista/
conservador tienen precisamente en común el hecho de que llegan
acompañados de La Verdad, de la única mirada válida para deter-
minar lo correcto y lo incorrecto en las practicas locales y para orien-
tar, magnánimamente, el camino correcto a seguir. Al mismo tiempo
se destruye la legitimidad de todos los demás grupos humanos que
a partir de otros puntos de vista, han establecido otro tipo de rela-
ciones con su entorno.
Estas iniciativas de retorno a la madre naturaleza no solo ase-
guran la pertenencia a un grupo exclusivo de iniciados, de conoce-
dores, conservadores, sino que garantizan además la posibilidad de
ejercer frente al “nativo” una magnanimidad paternalista. Dalla
Bernardina (1996) nos pone de presente cómo el “apasionado” de
la caza por ejemplo, amparado por el estereotipo de la igualdad,
encuentra en el montaje de la cacería una escena en la que no sola-
mente es él quien actúa el papel de protagonista, sino que ese rol
asegura su posición personal en la jerarquía social.
El viaje a lo exótico es casi una experiencia de iniciación, un
rito de paso. En el marco del “trabajo de campo”, la naturaleza repre-
senta una alteridad, un mundo diferente donde también se lleva a
cabo experiencia de búsqueda, un ámbito en el que se adquieren
saberes y se aprenden lecciones fundamentales. Estos encuentros, más
que diálogos, son relaciones de tipo “voyerista”, donde la inspección,
la inquisición, la observación quedan reservadas al iniciado.

Estuve buscando ‘lo primitivo’ hasta el final. Dudaba si mi deseo po-


dría verse realizado al haber encontrado aquellas gentes, a quienes
ningún hombre había visto antes que yo y a quienes nadie vería después
de mi. Mi travesía, que me había encantado, me había traído a encon-
trar realmente a ‘mis salvajes’.
C l a u d e L é v i - S t r a u s s , Tristes Tropiques

55 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


Cabe preguntarse cuál es en realidad la función de estos en-
cuentros, puesto que “su verdadero destinatario no parece ser el
mundo natural que continua siendo, lo queramos o no, objeto de
nuestra predación, sino la conciencia misma del predador” (Dalla
Bernardina, 1996: 247). En todas sus formas el viaje de retorno
termina por tener, como toda practica utópica, resultados perver-
sos. Las expediciones de “exploración” y “naturalismo” han sido
precisamente las que siempre han identificado y designado, ante el
cada vez mas amplio público de sus consumidores, los “últimos
santuarios” a donde llegar en masa a inspeccionar, reconocer, juz-
gar, comparar y consumir, disfrazados todos de enamorados de la
naturaleza al tiempo que se contribuye con la sola presencia a su
colonización.

3 . L A “ N AT U R A L E Z A C O M O E X H I B I C I Ó N ”

La naturaleza además de ser externa, suspendida en el tiempo


de los orígenes míticos, está sujeta a una mirada particular que la
convierte en objeto ya sea de su escrutinio o de contemplación,
pero que de todas maneras la organiza para ser vista. Es frente a
esta forma particular de ver que la naturaleza se configura de acuer-
do con esquemas y estereotipos, en iconos. Se ordena como una
exhibición.21 La tradición del paisaje de una parte, y la de desple-
gar fragmentos del mundo en los museos de historia natural, jardi-
nes botánicos, acuarios y zoológicos de otra parte, han contribuido
a conformar una “visión” muy clara de todo aquello que se puede
considerar “naturaleza” así como de la forma que esta debe asumir,
de como debe ser ordenada y organizada.
Esta serie de imágenes programadas, que convierten la expe-

21 Mitchell (1988) en Colonizing Egypt, caracteriza con esta expresión la preocupa-


ción del mundo occidental por organizar las cosas para un punto de vista ajeno, distan-
ciado y escondido con el poder de ver y de representar sin ser visto.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 56


riencia de lo natural en un acto teatral y la “naturaleza salvaje” en
una escena, se configuran en términos utópicos.22 Dicho en otras
palabras, como prescripciones o recetas de tipo formal ajenas a todo
contexto, que se formulan detrás de la magia de ideales y pasan a
constituir verdaderos arquetipos fijos en el tiempo. Toda la serie de
lugares y de paisajes que valoramos como naturales que van desde
las selvas, las sabanas africanas, el desierto, el mar profundo, las
islas vírgenes, se legitima como tal a partir de una nostalgia de lo
original, de una supuesta autenticidad que solo se confiere a luga-
res que cumplen los requisitos formales y espaciales para poder ser
definidos como intactos, como “era la naturaleza antes de ser con-
taminada por la civilización”.
En su artículo sobre la cadena de tiendas The Nature Company,
omnipresentes en los centros comerciales norteamericanos, Price
(1996) resalta la manera como el conjunto de productos, instru-
mentos e imágenes que estos almacenes venden, expresa lo que la
“cultura global” de consumo entiende por “natural”. Se trata de
una mezcla de lo salvaje (el wilderness: lugares alejados del mundo
urbano, despoblados tanto de gente como de animales domésti-
cos, sin vacas ni perros o gatos), de aventura, de objetos indígenas
(mostrando una vez más que la naturaleza se asocia de manera
prácticamente intercambiable con los pueblos “tradicionales”) y
de instrumentos de observación científica (lupas, telescopios, guías
para la identificación de pájaros). Pero sobretodo, pone de presente
que el consumismo, como base de la economía en que vivimos, ha
convertido “la naturaleza” en uno de sus “productos” privilegiados
y ha consolidado así una aproximación a lo natural desde el punto
de vista del consumo. Es decir, como un producto configurado para

22 Entendiendo aquí por Utopía no tanto un lugar ideal inexistente, sino la imagen
de un lugar ideal creado a través de la magia de un relato poético y libertario, a través
de la cual se propone una “receta” espacial (la ciudad perfecta, p.e.) e institucional (el
familisterio, p.e.) con el fin de generar a partir de sus formas una sociedad mejor.

57 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


disparar el deseo de los individuos que componen los distintos seg-
mentos del mercado.
Las imágenes para el consumo de la naturaleza se construyen en
consonancia con toda la serie de esquemas ideales a través de los
cuales la historia estética de occidente ha construido su autentici-
dad. Se constituyen a través de representaciones que se han conver-
tido prácticamente en objetos de culto, producidas por el arte y la
literatura (como el Tahiti de Gaugin o las sabanas africanas de
Karen Blixen), la fotografía y la cinematografía (como el desierto
de “Lawrence de Arabia” o la taiga de “Derzu-Usala”). Se trata de
un conjunto de modelos arquetípicos, de imágenes ejemplares,
que definen a nuestros ojos los paisajes que podemos considerar
naturales. La naturaleza se ve allí dispuesta solo para nuestros
ojos, como un diorama en una exhibición o mejor, como un esce-
nario visual para la televisión, para el programa Discovery. La na-
turaleza “natural”, como experiencia de consumo, se descontex-
tualiza al desligarla de los procesos sociales, al convertirla en un
mundo aparentemente despoblado, deshumanizado y se centra en
una serie de elementos casi pintorescos que la definen para respon-
der al estereotipo, para ser experimentada y explorada en términos
de su exotismo, a través de narraciones que evocan el amor erótico.
En estos arquetipos predomina la lógica de tipo comercial. Así
lo atestigua la tendencia contemporánea de manejo de áreas prote-
gidas, las que se destinan al “ecoturismo” o al “turismo de aventu-
ra” y a los deportes “verdes” que van desde los “safaris fotográficos”
hasta la practica de hiking, rafting y canyonning. A través de estas
fórmulas se vende el paraíso, con todo el confort urbano incluido.
De paso, se selecciona el acceso pues como en todo paraíso, la ex-
clusividad debe estar garantizada: la experiencia de la naturaleza
prístina es posible, solo para quien puede pagar por ella. Esta se
considera, por lo demás, una actividad socialmente útil y producti-
va que genera empleo (transformando a los locales en servidores) y
divisas, en fin, creando riqueza.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 58


Para destilar los elementos con base en los cuales se impulsa la
maquinaria del deseo, basta hojear las paginas de un catálogo de
“viajes de aventura” o de revistas como geo o national geo-
graphic: no queremos que haya otros turistas o visitantes, que-
remos ser los únicos, no puede haber por lo tanto rastros de moder-
nización en el paraje (es bueno, sin embargo, que haya baños y
bares climatizados pero que estos no se vean). Si hay gente, que
sean los “nativos” preferiblemente tradicionales, en sus casas típi-
cas y con sus trajes típicos, no debe haber basura ni objetos que
recuerden la civilización industrial, debe haber profusión de la flora
“característica” del sitio, así como de su fauna. Eso sí, de acuerdo
con los modelos que consideramos validos (no se quieren ver galli-
nas en el Sahara aunque hagan parte de la dieta beduina) y, sobreto-
do, se trata de tener “buena vista”, de poder dominar el paisaje
desde una cima o desde la baranda de un eco-hotel.
La búsqueda apasionada por la autenticidad de la naturaleza tie-
ne además otras consecuencias paradójicas y aún más perversas: ello
resulta particularmente explícito en el manejo de los parques natu-
rales que expresa claramente la ironía de este modo utópico de con-
cebir lo natural. Un buen ejemplo es el caso de la confrontación entre
el Estado colombiano interesado en la explotación petrolera de la
región del Sarare y los indígenas uwa, quienes consideran la zona de
explotación como su “territorio ancestral”. Resulta particularmente
interesante el hecho de que el Estado haya decidido “conservar” el
área de los parques naturales en la región, prohibiendo allí toda in-
tervención petrolera mientras que toma la decisión de permitirla en
territorio indígena, al tiempo que en un acto de “reconocimiento”
les consulta sobre las medidas para mitigar los impactos. Se hace
evidente aquí la concepción según la cual la naturaleza solo es natu-
ral cuando es prístina e intacta, por lo que conservarla implica man-
tenerla así. Se hace evidente también que este tipo de conceptualiza-
ción no es neutral ni inocente, pues implica ignorar totalmente la
relación entre la sociedad uwa con su entorno y sobretodo subordinar

59 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


su existencia a unos intereses económicos exóticos. Este proceso no
solo logra marginar, excluir y sacrificar otra sociedad y sus formas de
vida social, sino que la obliga a encerrarse tras una máscara de
esencialismos que la amordaza y la banaliza, todo ello amparado tras
la magia de la imagen de la naturaleza prístina.
El modelo de parques naturales se origina en los Estados Uni-
dos con la creación del parque Yosemite en 1864. Este constituyó
la primera zona destinada, por medio de un acta del Congreso,
“para el uso y la recreación publicas”. Frederick Olmstead tuvo a
su cargo la definición de qué hacer y cómo manejar el área. Para
Olmstead, el parque debía “ser preservado en estado salvaje, dado
el valor que tiene para los humanos su escenografía natural que
promueve el bienestar y la salud humanas”. Estaba convencido de
que “la contemplación de escenas naturales que produzcan una pro-
funda impresión” tiene efectos benéficos en la salud física, mental
y moral (Whiston-Spirn, 1996). Olmestead trabajó “con los proce-
sos naturales” para lograr una serie de santuarios naturales, de sen-
deros, de vistas, de agrupaciones y asociaciones vegetales, en los
que de manera minuciosa se consiguió ocultar el artificio de su
intervención. Este objetivo se mantiene en la tradición del manejo
contemporáneo de los parques naturales. Las contradicciones im-
plícitas en este tipo de montaje teatral de la naturaleza para el con-
sumo, incluyen desde la inversión de cantidades insospechadas de
recursos y de trabajo para mitigar y disimular el impacto de los
numerosos visitantes ávidos de consumir estos paisajes que termi-
nan por ser no solo producidos sino mantenidos artificialmente;
hasta la incapacidad para lidiar con las consecuencias impredeci-
bles de la protección celosa de ciertas especies.

4 . L A “ G E R E N C I A A M B I E N TA L ”

La convención de Biodiversidad resume y define su misión de


la siguiente manera:

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 60


La conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de
sus componentes, la repartición justa y equitativa de los beneficios que
se deriven de la utilización de los recursos genéticos mediante un acceso
adecuado a los recursos y una transferencia apropiada de las tecnolo-
gías pertinentes, teniendo en cuenta todos los derechos sobre estos recursos
y esas tecnologías así como una financiación apropiada.

Las palabras claves de este tipo de formulación surgen, sin duda,


del léxico de la administración empresarial: manejo, optimización,
beneficio, recursos, transferencia de tecnologías y financiación. De
manera similar E. Wilson, en su paradigmático libro The Diversity
of Life, propone que “el rescate de la diversidad biológica única-
mente puede ser logrado por medio de una hábil articulación de
ciencia, inversión de capital y gobierno: la ciencia para abrir el
camino con investigación y desarrollo, la inversión de capital para
crear mercados sostenibles y los gobiernos para propiciar el matri-
monio entre el crecimiento económico y la conservación”
(Wilson,1992: 336). Se presenta de manera evidente que los recur-
sos naturales, sean genéticos o de cualquier otro tipo, no se conci-
ben ya como “dones” de la naturaleza. Aquí, claramente, al hablar
de recursos se está hablando de capital. El hecho mismo de que
sean renovables, es decir “reproducibles”, les confiere el carácter ya
no de criaturas (animales o vegetales) sino de productos, de objetos
fabricados. Y como se hace evidente en los objetivos de la conven-
ción, la lógica a la que se responde es la mercantil que pone en
marcha el principio de “cada cosa a su precio”.
Las ideas de conservación, de utilización sostenible, de reparti-
ción justa y equitativa hacen parte del mecanismo de “fantasma-
goría” descrito por Marx, a través del cual el valor de cambio apa-
rece como inherente a la naturaleza de los productos. En este caso
aparece como inherente a La Naturaleza. A partir del momento en
que la economía de mercado es la forma social que predomina en la
cultura, las relaciones sociales se ven reducidas a ser relaciones en-

61 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


tre “cosas”, objetos o recursos. La racionalidad, uno de los princi-
pios fundamentales de la economía, se ha convertido en una cate-
goría de la conciencia,23 que abarca todas las dimensiones de la
vida social incluyendo su economía de la naturaleza.
El que predomine una relación de intercambio de bienes y ser-
vicios se ilustra clara y paradójicamente en el concepto de “protec-
ción”. Manejar para proteger. Aparte de la obvia ironía de tener
que manejar las “áreas salvajes” para asegurar que mantengan su
apariencia de paisaje no manipulado, el área a ser protegida, una
vez descubierta, categorizada y convertida en recurso, debe ser
“manejada” y “administrada” con el fin de garantizar la exclusivi-
dad de la explotación de su “riqueza” y de re-producirla.
La “protección” implica ante todo un acto de exclusión social,
pues no se trata de proteger de manera abstracta la naturaleza, sino
de protegerla de “alguien”. De hecho las áreas protegidas conside-
radas como “exitosas” son aquellas donde no se ejercen las practicas
campesinas, donde no hay culturas. Allí se instala el experto en
calidad de gerente legítimo: protege, controla, repuebla y mantie-
ne a raya a los indeseados, basando su legitimidad en la magia de la
ciencia, con el orgullo y la certeza de quien tiene La Razón. Los
expertos cuando tratan de recrear los lugares ideales de naturaleza
intacta e incontaminada, lo que están tratando de hacer en realidad
es poseer espacios donde poner en practica sus propias ideas de
como deberían funcionar las cosas. Se ha llegado de esta manera a
producir simulacros verdaderamente notables, como el caso del “par-
que más irónico”: Denver Rocky Mountain Arsenal, un “refugio de
vida salvaje”, ubicado en el sitio donde anteriormente hubo una
planta para el desarrollo de armas químicas y una fabrica de pesti-

23 A ello se refiere el concepto de reificación: la transformación en la conciencia


tanto de los productos como los productores en objetos, a partir de la eliminación del
carácter humano del trabajo. Al verse reducido a parámetros puramente cuantitativos,
el trabajo solo puede dar lugar a formas de conciencia, igualmente abstractas.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 62


cidas de la Shell, que por contaminación debieron ser aisladas, lo
cual permitió el resurgimiento de la vida salvaje en los predios
(Cronon, 1996: 59).
El área protegida es un espacio cerrado, como el jardín del Edén.
Se busca reconstituir allí el paraíso que habría podido ser nuestro si
no hubiésemos perdido el camino cuando tomamos la ruta de la
Razón, de la Historia, de la Civilización. Ahora, nuevamente en el
círculo de paradojas que parece envolver la naturaleza, lo recrea-
mos en estas “áreas naturales” forjadas precisamente con la raciona-
lidad y la técnica, a partir de la creencia seductora en que es posible
lograr tener control total.
Van Koepen (1997) ha señalado las consecuencias concretas de
estas representaciones en la práctica de la agricultura y el manejo
de “zonas naturales”. Muestra como las políticas en la década de
1990 se han caracterizado por su énfasis creciente en la competen-
cia económica global y han perseguido explícitamente en el sector
“agrícola” el aumento de la productividad y la disminución, por
medio de la tecnificación, del trabajo asalariado; mientras que han
centrado el ámbito “conservacionista” en el establecimiento de sis-
temas de áreas de protegidas. Se ha venido produciendo así una
cómoda separación, entre las áreas de alta productividad incondi-
cionalmente modernizadas y las zonas marginales a este desarrollo,
donde se trata de “preservar las culturas tradicionales”, que han
hecho posible a su vez la “preservación del paisaje”. Esta política
está siendo propiciada por agencias multilaterales y organizaciones
no gubernamentales internacionales, con miras a garantizar la pro-
hibición de actividades de racionalidad capitalista por parte de los
habitantes “nativos” y la “protección de la tradición” en las zonas
de conservación.
En ello han jugado un gran papel las herramientas con las que
se procede, que son las que surgen de las ciencias naturales, la
ecología y en el mejor de los casos la planificación, disciplina forja-
da en el marco de la racionalidad de la economía de mercado. El

63 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


lenguaje neutral y “objetivo” de estas disciplinas logra dar la im-
presión de que su forma de imaginar la naturaleza es universal y de
que ellas son el único medio válido que puede brindar las herra-
mientas (las únicas legítimas por ser “objetivas”) para actuar.
De hecho, las prácticas ambientalistas no se dirigen en princi-
pio a lugares o localidades concretas, puesto que parten del con-
cepto aparentemente universal de “ecosistema”. En esta mirada “se
confunde la historia con la historia natural y el evolucionismo bio-
lógico con el devenir social” (Dalla Bernardina, 1996: 202). La
aproximación al ecosistema se realiza en los términos neutros de la
teoría estructural, que considera las relaciones entre los “compo-
nentes” del sistema en todos sus niveles como homogéneos; es de-
cir, que las mismas leyes de oposición y de combinación regulan las
unidades del sistema en cualquiera de sus escalas. Esta aproxima-
ción hace imposible acercarse a los procesos y dinámicas sociales y
con ella se reduce, en muchos casos, el problema a una simple cues-
tión estadística, a recomendaciones de tipo cuantitativo “de mane-
ra que en lo posible no queden huellas de la presencia humana”.24
El “problema de la comunidad” se resuelve fácilmente mediante la
fórmula de la participación, con la realización de una serie de talle-
res o reuniones de consulta, en los que se utiliza la norma discipli-
naria de la escuela y el vocabulario críptico de la planificación, y se
pretende entablar un “diálogo” donde los interlocutores solo pue-
den comunicarse en los términos esotéricos de una de las partes.
Este discurso, hilado con términos científicos, oculta en el fon-
do una practica cuyos objetivos y realizaciones terminan por ser, de
manera perversa, antéticos. No importa que los resultados concre-
tos pocas veces se aproximen siquiera a los objetivos que proponen,

24 Frase tomada de la licencia ambiental expedida por MinAmbiente para la explo-


ración petrolera en el Bloque Samoré, objeto del conflicto con el pueblo uwa (febrero
de 1995). La que representa un buen ejemplo de este tipo de conceptualización y de
los costos sociales y, paradójicamente, ambientales que ella implica.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 64


pues las propuestas de la protección y del manejo del ambiente
parten implícitamente del desconocimiento sistemático del con-
texto, de la realidad social en la que se inserta. Por ello, es central
ahondar en el esfuerzo por diferenciar las representaciones que la
sociedad nos presenta de ella misma de los efectos que en la acción
concreta esas mismas representaciones, en tanto que racionali-
zaciones colectivas, se han encargado tanto de justificar como de
ocultar. Sin duda, las ciencias sociales hacen parte de los excluidos
por el paradigma de la protección y del manejo del ambiente, en
particular la función hermenéutica y desmistificadora de su méto-
do que tiene como una de sus principales tareas “el desmontaje de
la maquinaria mítica” de la realidad en que nos movemos.

La economía política de la naturaleza

La ciencia en general y la ecología en particular se han conver-


tido, sin lugar a dudas, en un recurso político al que se acude como
fuente de racionalidad, como base para justificar puntos de vista,
para legitimar posiciones y para controlar los términos de las argu-
mentaciones y conclusiones.25 Las cuestiones políticas que concier-
nen al ambiente o a “lo natural” terminan por transformarse en
cuestiones de tipo principalmente científico y tecnológico, lo que
ha terminado por despolitizar el debate sobre el ambiente. Leenhardt
(2000) insiste en que ello “representa un peligro para el futuro, no
por el hecho de que se deje todo el espacio a los científicos cuyo
soporte continúa siendo indispensable, sino porque se deja la im-
presión de que los problemas ambientales son cuestión de técnicos
y científicos y no, en primera instancia y fundamentalmente, de
política”.

25 Nelkin (1989) ilustra este punto con elocuencia, en su artículo Controversies and
the Authority of Science.

65 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


Definir la Ciencia como fuente de autoridad universal plantea
dos profundos obstáculos a la posibilidad de corregir el rumbo y
reconstruir nuestra relación con el entorno. El primero es el hecho
que hace incuestionable que las posibles soluciones a los miles de
“conflictos ambientales” se pueden dar únicamente en los térmi-
nos que visualiza la cultura moderna del consumo. Padilla (1995)
nos recuerda que uno de los más conspicuos pasajeros que llegan
al Nuevo Mundo a bordo con Colón fue La Verdad. Precisamen-
te, es este mismo pasajero el que viene acompañando el proceso
de legitimar las instituciones, los derechos y el vocabulario de la
Naturaleza como objeto de la ciencia. Su efecto más poderoso,
para ponerlo en términos de Escobar, es quizá el de haber coloni-
zado la realidad hasta el punto en que no podemos ya imaginar
ninguna opción diferente a la cultura económica “global” contem-
poránea, devoradora de recursos, la que valiéndose de la seducción
del consumo recubre, como Urano, el planeta.
El segundo gran obstáculo radica en que esta forma de ver el
mundo y la vida, desplaza el encuentro con otras culturas, con otras
cosmologías a un lugar marginal. Reduce el encuentro entre visio-
nes diferentes de la naturaleza y de la naturaleza de la realidad a
una mera banalidad. Las posibilidades de intercambio se ven amor-
dazadas por una relación de dominio. Al dar por hecho que la
visión científica es la fuente de legitimidad se da también por
hecho que hay una serie de aspectos totalmente irrelevantes: los
que llevan implícitos la formas de vida y de pensamiento de otras
culturas como las indígenas. Ello tiene como consecuencia un pro-
ceso simultáneo de invisibilización y de reificación de las prácticas,
tecnologías y saberes de una serie de sociedades locales que tienen
formas viables de socialización y que han mostrado tener formas
“sostenibles” de habitar ciertos medios.
No es intrascendente el hecho de que en el caso de Colombia
como en muchos otros, sea precisamente en las regiones habitadas
por este tipo de sociedades donde se concentran nuestras mas pre-

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 66


ciadas “riquezas naturales”: los bosques, la biodiversidad, las reser-
vas de agua dulce.26 A este tipo de “comunidades” se las considera
banales, rezagadas, precarias, sobrevivientes del pasado de la hu-
manidad, casi que “desechables”, a las que en el mejor de los casos
habría que “proteger” como se lo hace con las especies en vías de
extinción, y a las que en todo caso habría que “educar” y “desarro-
llar” pero a las que jamás se podría tomar en serio. En nuestro
orden de ideas resulta impensable la posibilidad de garantizar la
viabilidad de sus formas de vida social que son las que de hecho
producen esos paisajes y naturalezas tan valorados para el futuro
del planeta. Un ejemplo claro y contundente de ello es el triste-
mente célebre conflicto con el pueblo uwa frente a la explotación
petrolera.
La oposición entre la naturaleza y la cultura, la distinción entre
lo humano y no humano, la ruptura con el cosmos, no solo tiene
consecuencias para el desarrollo del conocimiento en general y de la
comprensión de la evolución de la sociedad en conjunto con sus
ecosistemas. Tiene también profundas implicaciones para la econo-
mía política del mundo contemporáneo. En ella se sustenta tanto
su economía material como su economía sexual y racial, sobre las
cuales solo se construyen estructuras de aislamiento y de exclusión.
Naturalizar la transformación del mundo en una naturaleza exter-
na, objetivada, garantiza su trasformación incuestionada en mer-
cancía y ha terminado por transformar también a las personas en
seres sin aura y a sus relaciones en procesos de transacción o de
“negociación”.

26 P.e. el Vaupés, la Mojana, el Chocó-Pacífico, la Sierra Nevada de Santa Marta, el


alto Sinú y el Cocuy, entre otras.

67 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999


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MARGARITA SERJE

Arquitecta de la Universidad de los Andes con estudios de especialización en


Geografía en The University of North Carolina en Chapel Hill (EEUU ) . Actual-
mente prepara su tesis Doctoral en Antropología Social en l’École des Hautes
Études en Sciences Sociales de París, sobre la relación del Estado-nación con
los territorios considerados «salvajes» y fuera de su control en Colombia.

La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 70


Naturaleza, paisaje
y sensibilidad en la
Comisión Corográfica
Esteban Rozo
Antropólogo

Resumen

E ste artículo se ocupa de tres categorías esenciales a la modernidad: natura-


leza, paisaje y sensibilidad. Con la intención de empezar a delinear su origen
en el contexto nacional, hemos escogido los relatos de viaje escritos dentro de la
Comisión Corográfica (1850-1859), encabezada por Agustín Codazzi. En estos tex-
tos comienza a elaborarse la naturaleza con fines estéticos, se le otorga un carác-
ter del cual carecía y aparece como una fuente de emociones y sensaciones. Como
podremos ver, para sentir ese “espectáculo de la naturaleza” era necesario un
cultivo y una educación particular de los sentidos. Una sensibilidad guiada por
saberes modernos, cánones estéticos y por formas de concebir el orden social. De
otra parte, la idea de paisaje fue el medio más complejo que usaron los viajeros
para construir una visión estética en torno a la naturaleza y al mundo externo.
Esta idea manifiesta, a su vez, la importancia del orden estético en la experiencia
y apreciación de lo real.

PA L A B R A S C L AV E naturaleza, paisaje, sensibilidad, viajeros, relatos de viaje,


Comisión Corográfica

71 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Introducción1

Si bien existen hoy pocas dudas en torno a la historicidad de los


sentidos, de las emociones, sentimientos y placeres asociados con
el mundo externo y la naturaleza, en el ámbito nacional, desafortu-
nadamente, carecemos de una “historia” y una antropología que dé
cuenta de las formas como se ha construido localmente la percepción
y representación de la naturaleza. Así, teniendo presente que “la opo-
sición “naturaleza-cultura” no sólo es jerárquica y sus términos por-
tan valores que cambian según las épocas, sino que es el fundamento
de las nuevas sociedades latinoamericanas, que define roles dentro de
los países y también roles nacionales en organización mundial de la
cultura, la política y la economía” (Montaldo, 1995), este artículo
pretende desarrollar una lectura particular de los relatos de viajes
realizados dentro de la Comisión Corográfica, una propuesta herme-
néutica que nos permita reconstruir la elaboración estética de la na-
turaleza por parte de los viajeros asociados con dicha expedición.
No está de más aclarar que la lectura aquí propuesta concibe
los relatos de viajes como artefactos culturales, es decir, como tex-
tos sujetos a convenciones, estrategias retóricas y diferentes formas
de producir significados y “objetos de conocimiento”. Así como la
teoría poscolonial reconoce que “podemos leer el discurso sobre el
“otro” (o sobre lo otro),2 no tanto en función de su referencialidad,
sino como dispositivo en la constitución “propia” del sujeto (euro-
peo) que produce el discurso (Ramos, 1989), aquí asumimos que
las crónicas de viaje en cuestión nos hablan más del autor que las
escribe que de aquello que dicen representar.

1 Este artículo corresponde a un capítulo de mi tesis de grado titulada: Paisaje, natu-


raleza y viajeros en la Comisión Corográfica. Este trabajo se adelantó dentro del proyecto:
Percepción de la naturaleza y el cuerpo de la nación, bajo la dirección de Zandra Pedraza.
2 No sobra decir, que los relatos de viaje entran en esta categoría de discursos sobre
el “otro” o “lo otro”.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 72


Como podremos ver, el hecho (completamente “natural” para
nosotros) de convertir al entorno en una fuente de sensaciones y
placeres, presupone una sensibilidad particular que le otorga un
papel fundamental a los sentidos en el proceso de conocimiento y
en la experiencia del mundo; ésta constituye el punto de partida en
la representación y percepción de la naturaleza. La sensibilidad que
se despliega en los relatos de viajes le permitió al viajero proponer
una mirada estética sobre la naturaleza y el paisaje.
En este orden de ideas, las diferentes imágenes de la naturaleza
y el paisaje que abordamos en este texto, se nos muestran insepara-
bles de los intereses, valores, ideales y proyectos en los que se vieron
involucrados los viajeros decimonónicos. De hecho, Said hace evi-
dente que las representaciones textuales sobre otros mundos logran
su “objetividad”, apoyándose en instituciones, tradiciones, conven-
ciones y códigos de inteligibilidad (Said 1978). Así, pretendemos
reconstruir el horizonte de sentido que permitió la elaboración re-
tórica y semántica de la naturaleza y, en particular, su representa-
ción o composición estética a través del concepto de paisaje.
Inicialmente, se sugiere que la sensibilidad del viajero surge
en torno a ciertos motivos y constituye un intento por resolver
ciertas contradicciones: motivos como el placer que pueden pro-
curar los viajes en estrecha relación con las emociones e impresio-
nes que afectan al viajero en medio de la naturaleza. Y contradic-
ciones como la imposibilidad de civilizar una “naturaleza
desenfrenada y exuberante”. Este tipo de paradojas tienden a
solucionarse convirtiendo a la naturaleza en objeto de goce esté-
tico y estésico, en un espectáculo cuya máxima expresión la en-
contramos en la idea de paisaje.
Así, en una primera parte, abordamos los sistemas de aprecia-
ción de la naturaleza (Corbin, 1993), algo que nos permite inter-
pretar y entender la percepción de la naturaleza dentro de la Comi-
sión Corográfica. En este contexto, la sensibilidad del viajero tiene
su punto de partida en una sensitividad que “se regocija exponién-

73 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


dose a lo que conmueve los sentidos internos y externos; en ella
convergen lo corporal y el mundo corporalmente perceptible con
las interpretaciones estésicas” (Pedraza, 1999: 271). Esta sensiti-
vidad constituyó el medio principal empleado por los exploradores
para estesiar el entorno, es decir, hacer de este una fuente de sensa-
ciones y emociones accesibles a una “sensibilidad cultivada”.
En la segunda parte de este artículo, pretendemos desentrañar
el concepto de paisaje elaborado por los viajeros de la Comisión.
Partiendo de autores como Cosgrove, Montaldo y Hirsch, plantea-
mos que el paisaje puede entenderse como la representación o la
composición estética de la naturaleza y el mundo externo. En el
intento por comprender esas imágenes de la naturaleza, aparecen
los cánones del clasicismo (la armonía, el equilibrio y el orden,
entre otros) como los valores esenciales empleados por los ex-
ploradores para elaborar y juzgar los paisajes. La preocupación por
el orden estético que aparece en los textos de los “liberales
modernizadores”, nos muestra que la “estetización” de la vida so-
cial –ordenar lo real en función de lo bello– se pensó como un
remedio, una cura para los “males” que aquejaban a la sociedad y
en esta medida, una forma de impulsar el “tránsito” definitivo ha-
cia la modernidad (Castro-Gómez, 1997).

La sensibilidad del viajero

EL PLACER DE LOS VIAJES

En el intento por esbozar los motivos en torno a los cuales se


articula la sensibilidad del viajero, parece ineludible hacer referen-
cia al papel que se le otorgó a la naturaleza y, por supuesto, a los
viajes en este proceso. Hacia finales del siglo xix, el historiador,
costumbrista y discípulo de Manuel Ancízar, Eduardo Posada, re-
sumía, sin proponerselo, en un corto párrafo, el significado que

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 74


llegaron a tener la naturaleza y, en estrecho vinculo con ésta, el
desplazamiento por el territorio nacional en ese siglo:

Alguno dijo que Colombia debería tener una literatura de viajes. En


realidad,¡qué gran fuente de inspiración es el patrio territorio! Ríos
majestuosos, selvas oscuras, montañas enormes, poéticas colinas, valles
de esmeralda, arroyos de cristal, simpáticas aldeas. ¡Y qué gran servi-
cio se haría a la Geografía patria, aún incorrecta, si se hiciera, o se
escribieran cuando se hacen algunos viajes dentro del país! La descrip-
ción de algunas de nuestras bellezas naturales tenemos que buscarla en
viajeros extranjeros. Cierto es que la monótona mula, la prosa de los
arreos, los caminos llenos de precipicios y barrizales, y las posadas de la
edad media, arredran al pobre literato, que gusta más del reposo tran-
quilo en medio de sus libros. Pero estos viajes tienen su encanto, y más
interés que los viajes en tren.Cuando nuestros literatos han dejado la
vida de la ciudad enervante y han pasado por los campos, han hecho sus
mejores obras: Ortiz canta a Tunja desde el alto de Soracá, Gutierrez
González a Aures, Isaacs a Río Moro, Madiedo al Magdalena, Fallón
los rocas de Suesca. Pero ¡cuánto sitio hay por ahí pidiendo una pluma
o un arpa! Y nuestro arte infantil ¡qué temas tan grandiosos encuen-
tra en esta naturaleza tropical!
(Posada, 1977: 1)

De este modo, Posada pone en evidencia algo que ha sido com-


pletamente ignorado por la historiografía que se ha ocupado de esa
época. A saber, que los viajes, privilegio de unos pocos en ese en-
tonces, tenían su encanto y ese encanto también era un motivo para
realizarlos (junto con todos los fines prácticos que estuvieron aso-
ciados con ellos) y dejar inscritas las experiencias en los diferentes
textos. El placer asociado con los viajes no era otro que gozar, delei-
tarse y disfrutar de la belleza y majestuosidad que ofrecía la natura-
leza a lo largo y ancho del país, y por otra parte, regocijarse en los
encantos de la vida campestre. A diferencia de los exploradores

75 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


ingleses, vinculados con el proyecto expansionista británico, que
veían fea cualquier naturaleza que no estuviese culturizada (Pratt,
1997), los viajeros vinculados con la Comisión (en un intento por
definir la identidad nacional) alcanzaron a otorgarle una connota-
ción positiva a la “naturaleza americana”, y poner en evidencia los
diferentes significados que esta llegó a tener (para los europeos y
los americanos).3
En este sentido, tendríamos que repensar esta dimensión de la
historia de la vida privada, pues versiones como la de Efraín Sánchez,
quien en su artículo Antiguo modo de viajar en Colombia, basándose
en el viajero alemán Alfred Hettner, pretende demostrar que no
existió interés alguno entre los viajeros decimonónicos por “mo-
verse de un lugar a otro para absorber siempre nuevas impresio-
nes”. Ante todos los inconvenientes e incomodidades que se pre-
sentaban –y que impedían además gozar de los paisajes– los viajes
terminaban siendo un “mal necesario”. Hay que reconocer, sin
embargo, que no todo era placer en los viajes. A este respecto la
conversación que Manuel Pombo sostiene con Enrique Price (uno
de los pintores de la Comisión Corográfica) en un encuentro du-
rante su viaje, nos sirve para aclarar el significado de los viajes y de
la naturaleza. Después de haberle dicho Pombo a Price que “esta
naturaleza intertropical tiene caracteres gigantescos en todos sus
reinos”, el segundo le responde:

–Es verdad, y en ellos la admiro, así como la hallo inimitable en mis


ramos de vistas y paisajes; pero no por eso dejan de ser infernales los

3 Aquí presenciamos la resignificación dentro del orden republicano del “discurso co-
lonial”. La “naturaleza americana” se constituye en un elemento positivo que le otorga
un sentido particular a los viajes por estas tierras: un encanto del cual carecen los viajes
que podían realizarse en tren por Europa o los Estados Unidos. Vale la pena aclarar que
ese placer asociado con la naturaleza se realizó, en varios casos, a costa del “sufrimien-
to” de los indios cargueros, a costa del trabajo o esfuerzo constante de otras personas.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 76


caminos de esta provincia; y no soy yo el primero que lo declara, vea
usted lo que escribía en 1826 el señor Boussingault […]
(Pombo, 1992: 91)

Por otro lado, la idea central de Posada, de que la naturaleza


tiene algo que decirle o comunicarle, le sugiere temas al literato
entregado a sus encantos, tiene su propia historicidad, junto con la
misma concepción estética de la naturaleza.Y es en relatos como
los de Ancízar y Pombo, en donde se elabora la naturaleza con fines
estéticos, se le otorga un carácter del cual carecía, se presta para
convertirla en una fuente de emociones y para favorecer prácticas
(como los paseos campestres) que apenas comenzaban a difundirse
entre las elites neogranadinas.
Como podremos ver, esa sensibilidad del viajero, que permiti-
ría leer luego los temas que sugiere la naturaleza, es el correlato del
intento por otorgarle un carácter estrictamente sensible a la natu-
raleza. En pocas palabras, las cualidades estéticas de la naturaleza y
las sensaciones y sentimientos que podía producir en el viajero,
presuponen un cultivo y elaboración particular de los sentidos, desde
la cual son aprehendidas y juzgadas según los códigos estésicos y
estéticos predominantes.

L A N AT U R A L E Z A Y L A S E N S I B I L I D A D D E L V I A J E R O I L U S T R A D O

Según Gómez de la Serna (basándose en la receta del viaje ilus-


trado expuesta por Rousseau) otro de los motivos que impulsaron el
viaje ilustrado está estrechamente asociado con la naturaleza: “se va a
viajar con el fin de ponerse en contacto con la naturaleza y descubrir
su puro y libérrimo espectáculo” (Gómez de la Serna, 1974: 13).
Ciertamente, este impulso podemos encontrarlo en ilustrados como
Jovellanos. Algunos autores coinciden en señalar “la especial aptitud
del escritor asturiano para sentir la emoción de la naturaleza y la
sensación aguda de paisaje que hay en sus versos” (Morales, 1988: 27).

77 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


De nuevo, si nos remitimos directamente al Emilio, es posible
vislumbrar las condiciones en las que se desenvuelve la sensibili-
dad del viajero ilustrado y su inclinación por ciertas experiencias,
ambientes y paisajes. Rousseau parece confirmar lo que ya había-
mos dicho: para sentir el espectáculo de la naturaleza es necesario
un cultivo y una educación de los sentidos, se requiere de un proce-
so de aprendizaje previo, por así decirlo. Rousseau nos cuenta en su
relato, sobre la forma de enseñar a un hipotético alumno a conocer
los fenómenos de la naturaleza, un paseo del alumno y su maestro a
un “lugar propicio” con la intención de ver y sentir el amanecer.
De entrada, el maestro se muestra incapaz de comunicarle al niño
las sensaciones que la naturaleza, le procura; el último carece de la
sensibilidad necesaria para sentir el espectáculo que parece tras-
cender el lenguaje mismo:

Lleno del entusiasmo que experimenta, el maestro quiere comunicarlo al


niño; cree emocionarlo volviéndole atento a las sensaciones que a él mis-
mo le emocionan. ¡Pura tontería! Es en el corazón del hombre donde
está la vida del espectáculo de la naturaleza; para verlo, hay que sen-
tirlo. El niño percibe los objetos, mas no puede recibir las relaciones que
los unen, no puede oír la dulce armonía de su concierto. Se precisa una
experiencia que él no ha adquirido, se precisan unos sentimientos que no
ha experimentado para sentir la impresión compleja que resulta a la
vez de todas esas sensaciones.
(Rousseau, 1995: 221)

Rousseau no puede ser más elocuente: el espectáculo de la na-


turaleza sólo es visible para aquél que esté en capacidad de sentirlo,
para aquél cuyos sentidos estén “entrenados” y cuya alma esté fa-
miliarizada con ciertas emociones o sentimientos: “¿Cómo causará
en él emoción voluptuosa el canto de los pájaros si todavía le son
desconocidos los acentos del amor y el placer?” (Rousseau, 1995:
221). De esta forma, aquí nos interesa explorar cómo se construyó

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 78


la sensibilidad del viajero en el contexto de la Comisión Corográfica,
la manera cómo elaboró sus sentidos con miras a configurar sus
juicios y experiencias estéticas.
Para comenzar, podríamos afirmar que la sensibilidad del via-
jero surge en un intento por resolver contradicciones y preguntas
que resultan ineludibles para la “misión civilizadora”, a saber:
¿Cómo dominar una naturaleza donde la figura del hombre prácti-
camente desaparece, cuando no se manifiesta en toda su pequeñez
ante su grandeza? ¿Es posible colonizar una naturaleza despropor-
cionada, amenazadora, cuyo poder y riesgos son superiores a la fuerza
humana?
Precisamente, esas paradojas tienden a resolverse inicialmente
convirtiendo la naturaleza en un objeto de goce estético, es decir,
se la reconoce y es elaborada como fuente de emociones y sensacio-
nes, siendo la otra cara de este reconocimiento, la sensibilidad que
construye el viajero y a través de la cual logra acceder a los senti-
mientos que la naturaleza puede transmitirle.4 Esta imagen del
viajero, parece expresarla Santiago Pérez, quien a los veintidos años
se vinculó a la Comisión Corográfica (en reemplazo de Manuel
Ancízar) y realizó expediciones hacia el occidente del país:

Si queremos concebir al viajero y simbolizarlo lo comprenderemos en


marcha hacia el más allá sobre sus propios pies, midiendo el suelo a
pasos acompasados, en contacto directo y constante con el suelo mismo,
dejando sus huellas estampadas, como un recuerdo de su personalidad
peregrina y fugitiva. Así, en esa comunión íntima con la naturaleza,

4 Como ya habíamos intentado sugerir, el sueño colonizador y la misma idea de


civilización, que se gestaron a lo largo del siglo xix, adquieren sentido en la medida
en que pretendieron dominar y ordenar –a través de la escritura inicialmente– esa
naturaleza que a los ojos del viajero se presenta “desproporcionada y desenfrenada”.
Particularmente, ese proyecto constituyó un arma contra los miedos y peligros que la
naturaleza podía suscitar.

79 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


el viajero primitivo, la comprendía, la amaba, la temía; para él, el
buen tiempo o la tempestad, eran cosas de importancia magna, aspectos
que le llegaban al alma, como a la del amante la sonrisa de bienvenida
o el ceño de enojo de la amada; visto así el paisaje o, mejor dicho, así
sentido quedaba de él en el alma del viajero, una huella más honda y
más duradera que la de las plantas de él mismo en el polvo del camino
borradas por la primera ráfaga de vientos.5
(Duque, 1951: 8-9)

No sobra decir que las condiciones epistemológicas para que


surgiera esa noción de la naturaleza como espectáculo ya se habían

5 Vale la pena resaltar, como se sugiere en la parte de La historia de la vida privada


(editada por Duby y Ariés) dedicada al viaje en el contexto del surgimiento de la
subjetividad moderna, el modelo romántico del viaje, que comenzó a consolidarse a
fines el siglo xviii en sustitución del modelo clásico, promovió “una nueva experien-
cia del espacio y de las gentes, vivida al margen del marco habitual”. A esta nueva
experiencia alude Santiago Pérez cuando se refiere a la personalidad “peregrina y fugi-
tiva” del viajero. Esta nueva concepción del espacio o entender el espacio como prácti-
ca de lugares, para usar los términos de Augé, “procede de un doble desplazamiento:
del viajero, pero también, paralelamente, de paisajes de los cuales él no aprecia nunca
sino vistas parciales, “instantáneas”, sumadas y mezcladas en su memoria y, literal-
mente, recompuestas en el relato que hace de ellas” (Augé 1998 ).
Mientras el modelo clásico del viaje se caracterizó por un “itinerario tranquilo y sere-
no, jalonado por estancias urbanas, que llevaba al turista a saturarse de obras de arte y
visitas a monumentos”; en el modelo romántico del viaje se gestaron experiencias
ligadas a lo sublime (de la naturaleza en la mayoría de los casos) y a su vez, el intento
por hacer “vibrar el yo” adquirió un sentido particular.
Aplicar estos modelos a los viajes que nos interesan no deja de ser problemático. Por
un lado, resulta inevitable reconocer que los presupuestos epistemológicos de la litera-
tura nacional (el costumbrismo principalmente) producida durante el siglo xix están
bastante cercanos al clasicismo. Igualmente, varios autores han asociado las caracterís-
ticas del “romanticismo hispanoamericano” de ese siglo con la ausencia de una subje-
tividad propiamente moderna. Y por otro lado, en los relatos de viajes encontramos la
elaboración de temas que bien podríamos vincular con el modelo romántico. Temas
como el “sentimiento de la naturaleza” que aparece en la sensibilidad del viajero y la
experiencia del espacio a la que alude Santiago Pérez, por sólo mencionar algunos.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 80


dado, en alguna medida, en el complejo horizonte de pensamiento
que había legado la Ilustración Neogranadina. Así, vemos que en
personajes como Mutis y Restrepo, ya no se pensaba el hombre y el
universo en términos analógicos, ya estaba atrás “ese sistema que
implica la creencia en misteriosas correspondencias entre el mundo
físico y el mundo espiritual, entre lo humano y lo divino, entre el
hombre –el microcosmos– y el universo, el macrocosmos” (Corbin,
1993).
En pocas palabras, lo que parece confirmarse con la apropiación
local de las ciencias naturales es la autonomía de la naturaleza. Esta
última se consolida como un ámbito externo al pensamiento hu-
mano, regido por unas leyes propias, posibles de descubrir a través
de la razón y experimentación, leyes que, sin embargo, habían sido
dispuestas por Dios en la misma creación bajo “cifras y caracteres
matemáticos” y por esto mismo sólo eran inteligibles para el hom-
bre –los científicos– que tuviera dominio sobre el lenguaje mate-
mático en el que estaba escrito el mundo6 . Si bien es cierto que
Mutis enfatiza en el papel que tienen los sentidos en la nueva jerar-
quía metodológica que se impone a partir de Newton, también lo
es que éstos están al servicio de las ideas neoplatónicas o del
racionalismo clásico predominantes en su pensamiento. Los senti-
dos aparecen aquí como un paso transitorio hacia el conocimiento
del “autor de la naturaleza”, permiten llegar, ascender de manera
inadvertida desde las “cosas visibles” a la contemplación y admira-
ción de ese orden divino, abstracto, que reina en la naturaleza.
Precisamente, a partir de esa sensitividad7 que encontramos en
viajeros como Manuel Ancízar, los sentidos comienzan a tomar un

6 Esta abstracción de la naturaleza, como lo ha señalado Hirsch, también suponía la


abstracción de los mismos hombres, es decir, la consolidación del humanismo.
7 Gran parte del análisis de los textos que realizamos en este artículo está basado en
los conceptos elaborados por Zandra Pedraza (1999). De esta manera, la sensitividad
“sugiere la capacidad de sentir y el refinamiento de las percepciones (pasa a la pág. 82)

81 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


nuevo significado, y en medio de las sensaciones, percepciones y
emociones que acusa el viajero en contacto con la naturaleza,
esta última toma su valor estético.Veamos entonces cuál es esa
sensitividad que descuaja a lo largo de La Peregrinación de Alpha y
que deviene en sensibilidad, en la preferencia por ciertos paisajes y
experiencias.

M A PA S E M O C I O N A L E S Y S E N S O R I A L E S :
LA SENSITIVIDAD DEL VIAJERO

En su texto El territorio del vacío (1988) el historiador francés


Alain Corbin nos muestra cómo los juicios estésicos y la experien-
cias cenestésicas cumplen un papel fundamental en los sistemas de
apreciación de la naturaleza. Para ilustrar este fenómeno podría-
mos recurrir a su ejemplo sobre la forma como las náuseas provoca-
das por el cabeceo y balanceo del barco configuraron el horror hacia
el mar que caracterizó la Edad Media y que aumentó a lo largo del
siglo xviii.
De esta manera, el sistema de apreciación de la naturaleza que
comienza a configurarse a mediados del siglo xix en el país, tiene
su punto de partida en experiencias de tipo estésico, inscritas en
una sensitividad que se regocija en el espectáculo que ofrece la na-
turaleza a los diferentes sentidos y que permite establecer, junto
con la valoración de las diferentes sensaciones, una tipología o una
cartografía de los diferentes paisajes. Resulta inevitable reconocer
aquí «el papel de lo sensible como parte integral de la definición
cultural del conocimiento geográfico», un elemento central en la
imaginación espacial (Rincón, 1996).

(viene de la pág. 81) sensoriales”. Como esta autora lo expone, “esta inclinación se
alimenta de sutilezas: una atmósfera determinada, matices olfativos, caprichos del gusto,
anhelo de sensaciones intensas, instantes extáticos, minúsculas y casi imperceptibles
conmociones, arrebatos y espasmos sensoriales” (Pedraza 1999: 271).

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 82


En primer lugar, tendríamos que reconocer que la percepción
de la naturaleza se gestó localmente relacionándola con la higiene
y con aspectos de la teoría hipocrática. Bajo este esquema y en
medio de las representaciones -culturalmente codificadas- que el
viajero organiza a partir de las sensaciones fisiológicas8 , surge la
manera de valorar y experimentar los lugares con los que se esta-
blece contacto. Así, la “región andina” adquiere en el texto de
Ancízar una valoración positiva que tiene su fundamento en las
experiencias corporales –en las interpretaciones sensibles de esas
experiencias, para ser más exactos- que afectan al viajero:

El ambiente puro, ligero y perfumado con los innumerables olores de los


arbustos de la ladera y de los rosales y campánulas que crecen silvestres
a orillas de los vallados y alamedas, producía en todo mi ser una im-
presión indefinible de bienestar, sintiéndome vivir desde el fácil movi-
miento del pulmón, vigorizado al aspirar aquel aire diáfano y fresco,
hasta la palpitación de las mas pequeñas arterias de mi cuerpo.
(P. A.: 1) 9

El aire leve y perfumado se respira fácilmente, la circulación de la


sangre se anima, y se siente el indefinible bienestar físico que experi-
menta el viajero al entrar en las regiones andinas y le hace volver los
ojos complacido hacia los países calientes que abandona.
(P. A.: 240)

De este modo, los juicios de naturaleza estésica que encontra-


mos en varios momentos de la Peregrinación y que articulan la

8 Esta es la definición de estesia que Pedraza propone en la última parte de su texto.


9 Las siglas P.A. corresponden al texto de Ancízar La peregrinación de Alpha, las citas
que aquí usamos son tomadas de la edición de 1942 publicada por la Biblioteca Popu-
lar de Cultura Colombiana. Cuando en vez de las siglas aparece una fecha es porque se
trata de otra fuente. Todos los énfasis de las citas son míos.

83 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


percepción del viajero, adquieren sentido o toman su significado
dentro del régimen que dio paso a una nueva aprehensión del mundo
y a una forma diferente de concebir y cultivar el cuerpo. Este
régimen estuvo impulsado por diferentes saberes modernos que
promovieron una percepción del cuerpo bajo nuevos parámetros
sensoriales. Especialmente, y como ya lo ha señalado Pedraza, la
evolución del olfato a lo largo del siglo xviii estuvo marcada por
la tendencia a idealizar la desodorización y aromatización en un
diálogo constante con los desarrollos de la higiene. La noción de
limpieza, introducida por la higiene, revolucionó la percepción de
los olores, comprendidos y analizados desde entonces con nueva
agudeza. Surgieron simultáneamente la asociación del agua con el
placer y, por esta vía, nuevas modalidades de deleite corporal: lim-
pieza, buenos olores y frescura. Y por último se aconsejó el aire
puro que da salud y robustece (Pedraza, 1999).
Igualmente, la pureza y el aroma de los ambientes asociados
con la limpieza y la higiene, características de la “región andina”,
encontraron su “equivalente” en la aprehensión de los sonidos.
En pocas palabras, el cuerpo cultivado con arreglo a la visión hi-
giénica no sólo discriminó la limpieza de la suciedad a través del
olfato y la vista, también se tornó sensible ese cuerpo a los soni-
dos agradables y armónicos. Así parece manifestarlo Manuel
Ancízar, cuando apenas comenzaba su periplo por las regiones
nororientales del país. En el siguiente cuadro, donde la “voz de
los campesinos” es uno de los tantos “sonidos misteriosos de la
naturaleza” que configuran el ambiente, los campesinos sólo son
un elemento dentro de todos los que conforman el cuadro que el
viajero “observa” como un espectador:

Todos los sonidos misteriosos de la naturaleza, al despertar, el balido


de las ovejas, el mugir del ganado, la voz de los campesinos y el sordo
murmullo de la cuidad, llegaban a mí claros y distintos con la

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 84


vibración peculiar que adquieren en medio de la atmósfera enrarecida
de las altas regiones de los Andes.
(P. A.: 2)

Por otra parte, tal y como podemos apreciarlo en la satisfacción


de Ancízar por haber dejado atrás los “países calientes”, dentro de
este sistema de apreciación de la naturaleza, la valoración de las
sensaciones que afectan al viajero en las “tierras calientes” termina
justificando o elaborando una experiencia corporal desagradable
cuando se entra en contacto con esas tierras y su ambiente. Los
“países calientes”, se definen en oposición a las regiones andinas y
así mismo, la cenestesia –la percepción del propio cuerpo– y los
resultados que se derivan de sus juicios, constituyen el principio
para discriminar el ambiente leve y puro de los Andes, de aquél
denso y caldeado que predomina en las regiones bajas. Este es el
sentido que rige los juicios estésicos:

[…] sensación de [salud y bienestar] que sólo en las regiones andinas


se disfruta, porque uno de sus principales elementos consiste en aspirar
el ambiente leve, purísimo y embalsamado que lo vivifica todo sin opri-
mir el pecho con la densidad del aire de las tierras calientes.
(P. A.: 25-26)

La naturaleza dormía bajo el peso de una atmósfera densa y caldeada,


y hombres y bestias buscamos la sombra, abrumados de calor […].
(P. A.: 43)

José María Vergara y Vergara confirmó en su Almanaque de Bo-


gotá y guía de forasteros publicado en el año de 1866, esta concep-
ción de la atmósfera o del aire que puede leerse entre líneas en los
párrafos citados. De esta forma, Vergara y Vergara expresa que “el
aire, por el efecto de la atracción del globo es mas denso, es decir,
mas lijero, a medida que nos elevamos” (Vergara y Vergara, 1866:

85 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


3). La influencia de la higiene es definitiva en la manera como este
literato entendía “la atmósfera” y la influencia del aire en el “orga-
nismo humano”:

Suelen diferentes miasmas que se exhalan, ya de animales vivientes, ya de


las sustancias animales y vejetales en putrefacción, mezclarse con el aire
alterando su pureza, y llevar a lo léjos el jérmen de muchas enfermedades
endémicas o epidémicas. Con el aire que respiramos, absorbemos a veces la
muerte, y a veces un aroma saludable que nos purifica y conforta.
(Vergara y Vergara, 1866: 3)

La sensitividad del viajero también se desenvuelve y, quizás de


manera más abstracta, en un ámbito emocional. Es decir, su mane-
ra de sentir y de ordenar las percepciones se alimenta de las emo-
ciones que surgen de las mismas experiencias estésicas y corpora-
les. A partir de aquí, tendríamos que hablar de “mapas emocionales”.
El viajero esboza una cartografía cuyos principales puntos de refe-
rencias son las diferentes emociones y así establece una correlación
entre los paisajes y los “estados de ánimo”.
Podríamos comenzar la descripción de esa cartografía con la
forma como Ancízar experimenta su cuerpo en las regiones bastan-
te altas. De allí derivan ciertas emociones y pensamientos. Veamos
entonces, qué nos dice su “memoria sensitiva” en torno a sus explo-
raciones por “tierra fría”. Ese “observador imparcial” que el narra-
dor pretende ser, es sujeto de ciertas emociones y “espasmos senso-
riales” cuando establece contacto con los páramos o las cumbres de
las montañas:

El observador se encuentra oprimido, y cuando puesto en pie sobre el


borde de la insondable cima penetran las miradas en el espacio inferior,
surcado calladamente por el tardo vuelo de los buitres, un estremeci-
miento involuntario se difunde por el cuerpo, y casi pudiera decirse que
se siente allí la presencia de Dios.
(P. A.: 176)

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 86


El viajero no sólo siente y teme la “presencia de Dios” dada su
impotencia frente al espectáculo y la grandeza de la escena, sino
que las tempestades por él imaginadas aluden metafóricamente a
su propia muerte y fragilidad:

En los páramos la tempestad no es majestuosa, tronadora y rápida como


en los valles ardientes de nuestros grandes ríos: es callada y persistente
cual la muerte, y, como ella también, yerta y lóbrega, sin las
magnificencias del rayo, sin la terrible animación del huracán que trans-
porta veloz y arroja sobre la tierra océanos de agua: morir en medio de
estos grandes ruidos y conmociones de la naturaleza debe ser para el
viajero un accidente súbito, casi no sentido: en los páramos se muere
silenciosamente, miembro por miembro, oyendo cómo se extinguen por
grados las pulsaciones del corazón; por eso es terrible, y terrible sin
belleza, una tempestad en la cima de los Andes: el ánimo se abate, y la
energía queda reducida a los términos pasivos de la resignación.
(P. A.: 383)

Experiencias como ésta terminan asociando los páramos con la


tristeza, constituyen regiones “heladas, tristes y desapacibles”. Este
valoración de las “regiones altas” parece manifestarla Manuel Pombo
cuando nos “describe” lo que siente y piensa en el “Alto de Alegrías:

Cuando coronamos el Alto de Alegrías la niebla lo encapotaba y lo


batía el viento silbando desapaciblemente; nada, pues, por entonces
justificaba su nombre. Pronto reflexionamos que así hay otros rodeados
por la tristeza, las alegrías pasadas, aquellas de que sólo queda el
recuerdo y de las que dijo la copla:
Pasaron mís alegrías
Como ajenas, como ajenas;
Y me quedaron mis penas
Como mías, como mías.
(Pombo, 1992: 105)

87 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Sin embargo, en este punto es necesario reconocer que los idea-
les de la “misión civilizadora” también tocan los sistemas de apre-
ciación de la naturaleza. El sentimiento de tristeza asociado con la
soledad de los desiertos, páramos o selvas, contrasta o adquiere sen-
tido en oposición a la animación y vitalidad que puede traer la
civilización –o que presentan los pueblos agricultores, prósperos y
ricos– y así, este sentimiento remite indirectamente a la coloniza-
ción de esos “lóbregos” lugares para inundarlos de vida e industria,
para que dejen de ser “desapacibles”.
Esta oposición entre soledad y civilización que articula las “emo-
ciones” de los viajeros aparece con claridad cuando Ancízar imagi-
na el paisaje que pudo existir en el altiplano y lo compara con el
paisaje que en ese momento parece mostrar la región:

Por manera que lo que hoy es asiento de muchas villas y aldeas donde
moran más de 40.000 habitantes y se mantienen 50.000 cabezas de
ganado mayor y menor, era en otro tiempo mansión solitaria de aguas
dulces pobladas de pequeños peces, surcadas por aves a las que jamás
sobresaltó el estampido del arcabuz, ni acaso perturbó el tránsito de
ningún barquichuelo. A la soledad y quietud de este mar andino se ha
sustituído la animación de la industria.
(P. A.: 323)

De hecho, y como lo podremos ver en la siguiente parte de este


artículo, la sensibilidad del viajero tuvo su mayor expresión en otros
ámbitos y se deleitó en una naturaleza culturizada –cultivada–, en
paisajes donde lo bello se encontraba regido por los cánones del
clasicismo y articulado en el orden estético que promovió el libera-
lismo modernizador.

LOS VIAJES Y EL ÁMBITO ÍNTIMO EN EL SIGLO XIX

Para terminar con el mapa emocional que ya comenzamos a

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 88


esbozar y con esta parte del texto, nos parece apropiado realizar una
reflexión sobre la relación de los viajes con la soledad. Esto nos
ayuda a entender por qué la sensibilidad del viajero prefirió y llegó
a idealizar o a construir ciertos paisajes y sólo se reconoció en una
naturaleza culturizada y habitada.
En realidad, como bien lo señala Pedraza, el ámbito íntimo o
privado, “en el cual se desenvuelven la subjetividad, la condición
humana moderna y las propias capacidades, es prácticamente ajeno
al discurso cortés” que predomina a lo largo del siglo xix. Igual-
mente, la ausencia de este espacio en el discurso cortés se debe a
que este último concibe al ser humano sólo como un ser social,
haciendo imposible que se produzca la escisión privado-público.
En este orden de ideas, tendríamos que reconocer que el espa-
cio que abrió el viaje para los letrados decimonónicos, constituye
un lugar privilegiado para entender la manera de concebir la sole-
dad y el ámbito íntimo en el pensamiento de la época. Como ya
hemos podido verlo a lo largo de las citas, el viajero en varias oca-
siones se encuentra en regiones donde “la soledad es completa”, ya
se trate de selvas o de desiertos. Esa experiencia recurrente de “va-
cío” en los relatos de viaje, es posible concebirla, siguiendo a Augé,
como “la evocación profética de espacios donde ni la identidad ni
la relación ni la historia tienen verdadero sentido, donde la soledad
se experimenta como exceso o vaciamiento de la individualidad, la
hipótesis de un pasado y la posibilidad de un porvenir” (Augé,
1998), es decir, como la evocación de “no lugares”.
Para entender cómo pensaba y sentía el viajero la soledad pode-
mos recurrir a sus encuentros con la selva. Las selvas no sólo repre-
sentaban todo lo opuesto a lo culto o civilizado, sino que aludían
explícitamente a la soledad y constituyeron el eje de una experien-
cia cercana a lo sublime:

Dios en el cielo, la soledad por todas partes, los hombres lejos, lejos
también sus pasiones y la imagen del mundo primitivo delante y majes-

89 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


tuosa. Tales situaciones no se describen: se sienten, se admira la gran-
deza de la escena, pero espanta.
(P. A.: 485)

En este contexto, lo sublime remite a un estado que va más allá


del lenguaje, una experiencia inefable que sugiere la imposibilidad
de imitar o representar de alguna forma la “naturaleza americana”
–solo se puede sentir o ver. Así, Ancízar pone en evidencia el carác-
ter inimitable de ciertos paisajes de “nuestros Andes”10 :

Los golpes de vista grandiosos, los paisajes enteramente nuevos, jamás


representados sobre lienzo alguno, son frecuentes en nuestros Andes; pero
los que se disfrutan desde los parajes en que colindan las dos regiones
que llamaré superandina y subandina, cuando uno se halla en la cum-
bre de la cordillera, es decir, en tierra fría, teniendo a los pies repenti-
namente las selvas, ríos y llanuras de tierra caliente, no son compara-
bles con nada de lo que estamos acostumbrados a ver, ni hay acaso
pincel que pueda representar este conjunto sublime y tumultuoso de dos
naturalezas tan diversas, que sólo en la pujanza y variedad de las
formas se asemejan.
(P. A.: 176)

Pero si tratásemos de asignar un sentimiento a esa experiencia


de lo sublime tendríamos que recurrir inevitablemente al miedo.
Las selvas amenazan al viajero por su estado salvaje, su exuberan-
cia, sus peligros y su misterioso silencio:

Al pie de aquellos árboles la figura del hombre desaparece ofuscada por

10 Hay que reconocer aquí, que esta noción de lo sublime presupone que la función
principal del arte –similar a cómo lo pensaron los clásicos– es imitar o mostrar la
belleza del “mundo externo” y de la naturaleza.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 90


una sola de sus raíces, tendidas y fuertes como estribos que rodeasen un
torreón, y frecuentemente las ramas tronchadas y el rastro de las fieras,
cuya guarida quizá no está lejos, advierten que se pisa terreno vedado
y se afrontan riesgos superiores a la humana fuerza, débil por cierto en
medio de una creación desproporcionada, a ratos silenciosa y entonces
más amenazadora.
(P. A.: 485)

El viajero no llegó a regocijarse en la soledad, como muchos


otros lugares era algo desconocido e inexplorado;11 esta situación y
la “desproporcionada naturaleza” le inspiran temor y por eso no se
reconoce en esa naturaleza «salvaje» –es extraña para él. El letrado
decimonónico sólo pensó al hombre como un ser social (por eso no
había ningún espacio para que el individuo se pensara a sí mismo),
como alguien que “nació para la sociedad” y allí es donde debe
encontrar la felicidad:

El hombre nació para la sociedad, y así lo demuestra el gozo que expe-


rimenta cuando sale de estos bosques y encuentra el primer rancho habi-
tado por semejantes suyos; llega cerca de ellos con el corazón abierto y el
semblante benévolo: no son extraños para él: son sus hermanos.
(P. A.: 485)

Sin embargo, hay que reconocerlo, esta conciencia de que la


naturaleza “esta ahí” no sólo para ser conocida y explotada racio-
nalmente, sino para ser sentida –transitoriamente– por un viajero
con una sensibilidad particular, adquiere significado en oposición a
la “vida citadina” y como una tímida forma de criticarla. Por lo
menos así parece manifestarlo Ancízar cuando dice:

11 Solo hasta el modernismo los intelectuales comenzaron a explorar su misterioso


“mundo interior”.

91 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


El que ha pasado largos días aprisionado en las paredes y calles de las
ciudades, mártir o espectador de las pasiones iracundas que allí enve-
nenan la vida, de las miserias de la ambición y de las bajezas de la
corrosiva envidia, siente impresiones indefinibles cuando reposa el espí-
ritu en el seno de las magnificencias de la naturaleza, aspirando el
aroma de los bosques y olvidando en presencia de la creación las pesa-
dumbres sociales.
(P. A.: 70-71)

Paisaje

E L PA I S A J E

Como bien lo señala Graciela Montaldo (1995), dentro de las


diferentes funciones que asumió la escritura en hispanoamérica a lo
largo del siglo xix, tuvo singular importancia la de constituir –o
construir– y fijar los espacios naturales con el propósito de desen-
trañarles sentidos vinculados a la organización cultural, social, po-
lítica y económica. Si bien merecen ser estudiados los significados
que se le otorgaron a la naturaleza con relación a la organización
económica, política y social que se quería diseñar en las nacientes
repúblicas, aquí nos hemos ocupado, haciendo uso de los relatos de
viajes, del valor estético que adquirió la naturaleza en la organiza-
ción cultural de la emergente nación. En esta parte, podremos ver
que el medio principal y más complejo que usaron los viajeros para
elaborar una visión estética en torno a la naturaleza y al mundo
externo, fue convertirlos en paisaje.
Montaldo también expone cómo el arte hispanoamericano de
principios del siglo xix (la literatura y la pintura en particular)
recogió los espacios naturales como materia a representar y los con-
cibió como algo sobre lo que la cultura debe arrojar su mirada esté-
tica. Precisamente, a través de la interpretación de esas representa-

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 92


ciones de la naturaleza y sus dimensiones simbólicas podemos acce-
der a los valores estéticos e ideales que articularon el discurso de los
viajeros y mediaron en su forma de experimentar y acceder a lo real.
Podríamos comenzar esta labor hermenéutica con una breve
indagación histórica que dé cuenta del origen y desarrollo de la
noción de paisaje en occidente. Así, el geógrafo inglés Denis E.
Cosgrove plantea que, entre los siglos xv y xix en diferentes lu-
gares de Europa, la idea de paisaje vino a significar la representa-
ción artística y literaria del mundo visible, el escenario (scenery)
visto por un espectador (Cosgrove, 1998). Una idea que implicó
una sensibilidad particular que fuese capaz de sentir y experimen-
tar los placeres que el mundo exterior ofrecía. Así mismo, esa sen-
sibilidad estuvo estrechamente relacionada con una dependencia
creciente del sentido de la vista como el medio a través del cual
debía alcanzarse la verdad. En pocas palabras, el surgimiento de la
idea de paisaje es inseparable de la importancia que se le atribuyó
al hecho de pintar, mapear, reflejar y representar el mundo como la
única forma confiable de conocerlo (Hirsch, 1994).
Especialmente, resulta significativo el origen pictórico de la
noción de paisaje. Como ya lo ha mostrado Eric Hirsch, lo que vino
a ser reconocido o visto como paisaje lo fue porque recordaba al
espectador una paisaje pintado, con frecuencia de origen europeo.
En este contexto, la pintura de paisaje se encargó más de represen-
tar o poner en escena un mundo ideal con la intención de simular
una correspondencia entre ese mundo y el paisaje rural que se pre-
tendía representar (Hirsch, 1994).
Una vez establecidos estos supuestos de carácter histórico-
antropológico, sólo nos resta realizar algunas consideraciones de
carácter teórico,a partir de la propuesta de Cosgrove esbozada en su
texto Social Formation and Symbolic Landscape. Cosgrove, plantea que
a diferencia de términos como área o región, el término paisaje
alude a un mundo externo mediado por la “experiencia humana
subjetiva”. Es decir, el paisaje no es simplemente el mundo que

93 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


vemos, es una construcción, una composición de ese mundo y, de
ahí que el geógrafo inglés entienda el paisaje como una forma de
ver. En este sentido, podríamos afirmar que el primer paisaje que
existió, particularmente desde el Renacimiento, fue la ciudad mis-
ma, y fue este punto de vista urbano el que posteriormente se tornó
hacia fuera y terminó convirtiendo al “campo subordinado” en pai-
saje a su vez. Como Cosgrove lo hace evidente, técnicas de repre-
sentación como la perspectiva tienen su origen en las ciudades. Esta
técnica se acomodó perfectamente a la representación de masas ar-
quitectónicas: los patrones regulares y ordenados de las calles y, en
general, la perspectiva, sirvió para representar los espacios abiertos y
los edificios que conformaban las ciudades (Cosgrove, 1998).
Explorando en la etimología de la palabra landscape, Cosgrove
encuentra que esta significó en sus comienzos el área que se extien-
de ante la mirada de un observador que por lo menos o en teoría,
haría una pintura de ésta. En la composición de paisajes, el énfasis
debe recaer sobre los contenidos estéticos, teniendo en cuenta las
“respuestas psicológicas” que éstos puedan suscitar en el especta-
dor. Desde este punto de vista elaborado por la pintura, los paisajes
pueden ser bellos, sublimes, monótonos, etc. De esta manera, el
paisaje fue revestido desde afuera con “significado humano” en tanto
sus “cualidades estéticas” dependían de la “respuesta subjetiva” de
aquellos o aquél que lo observara.
Este elemento explícitamente humano que hace parte de la
noción de paisaje, trae varias consecuencias que no pueden pasar
desapercibidas. En primer lugar, el hecho de hablar sobre las cuali-
dades o belleza de un paisaje ya supone asumir el rol de un observa-
dor, en vez de un participante. Efectivamente, el uso pictórico del
paisaje implica la observación por parte de un individuo removido
en aspectos críticos del paisaje que se representa, –una forma dis-
tanciada de ver–.
Precisamente, y como lo señala Cosgrove, un paisaje pintado,
fotografiado o dibujado, puesto en un muro o reproducido en un

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 94


libro, está dirigido a un “individuo observador” que tiene la posi-
bilidad de responder de manera personal a éste, y puede elegir, a
diferencia del que participa del paisaje, entre permanecer ante la
escena o seguir de corrido. Esto también es cierto para la relación
que establecemos con el mundo externo cuando lo percibimos como
paisaje y, para decirlo de una vez, a través del concepto de paisaje se
nos ofrece una forma particular de control personal sobre el mundo
externo.
Teniendo presentes estos planteamientos, aquí nos propone-
mos indagar en la forma como el viajero entendió el paisaje, cuál
fue la idea de paisaje que se gestó dentro de la Comisión Corográfica
y cuáles fueron las implicaciones que se desprendieron de esta idea
para el orden social que se imaginó dentro del proyecto liberal
modernizador de mediados de siglo.
Inicialmente, y de acuerdo con las ideas ya esbozadas, nos inte-
resa mostrar los valores estéticos que mediaron en la mirada del
viajero, en su forma de ver el mundo, en sus juicios estéticos y en la
composición de paisajes. Aquí, podremos ver que la sensibilidad
del viajero no sólo incluyó aspectos de su sensitividad que ya fue-
ron abordados, también encontró su fundamento y sentido en la
doctrina estética esbozada por los clásicos.

LOS CÁNONES DEL CLASICISMO


E N L A C O M P O S I C I Ó N D E PA I S A J E S

Antes de comenzar con la exposición del pensamiento clásico


en torno a lo bello y la obra de arte, vale la pena aclarar que ésta no
estará basada en autores europeos; más bien, a través de textos es-
critos por autores nacionales, se pretende abordar la manera como
fue apropiado y entendido el pensamiento clásico en sus
lineamientos estéticos por algunos pensadores locales y cómo influyó
éste en su “visión” de la realidad y, particularmente, en la compo-
sición de paisajes.

95 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


En este orden de ideas, nos parece pertinente iniciar esta breve
exposición con la equivalencia que se establece dentro de la episteme
clásica entre lo bello, lo bueno y lo verdadero. José Manuel
Marroquín en sus Lecciones elementales de retórica y poética confirmó
sin reserva alguna esta equivalencia cuando afirmaba que:

Lo limitado del entendimiento humano nos hace contemplar la perfec-


ción, que es aquello a que siempre y en todo aspira nuestra naturaleza,
por tres aspectos o en tres formas diferentes. De ahí viene que nos presen-
ten como separadas las nociones de lo verdadero, lo bueno y bello; pero
éstas, que parecen ser tres cosas, son una sola y una misma cosa.
(Marroquín, 1889: 30)

Así, Marroquín no sólo presenta lo bello, lo bueno y lo verda-


dero como una “misma cosa” e inscribe esta correspondencia den-
tro de ideales humanistas, sino que de allí se derivan para él cier-
tos “deberes literarios”: “las bellas artes y las bellas letras buscan
la expresión de lo bello, y así hacen amar el bien y la verdad,
halagando la sensibilidad” (Marroquín, 1889: 31). Sin embargo,
más que describir los deberes del escritor decimonónico y las fun-
ciones que impusieron a la escritura en ese siglo (trabajo que, en
gran parte, ya está hecho), nos interesa ver cómo afectaron las
nociones estéticas de los clásicos el pensamiento y la sensibilidad
de la época.
De la equivalencia entre lo bello, lo bueno y lo verdadero, se
desprenden algunas consecuencias que merecen ser comentadas. La
más importante de todas: con la episteme clásica y en el contexto
de la Ilustración el orden estético se convierte en una metáfora del
orden moral. Por esto, los juicios estéticos constituyen el punto de
partida de los juicios morales. En este nivel también podríamos
establecer una correspondencia entre los dos tipos de juicio, en apa-
riencia diferentes. Bajo este esquema, sentidos como la vista y el
oído adquieren una importancia singular. A este respecto Marroquín

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 96


afirma en su tratado que la “belleza física, objeto especial del arte o
de las bellas artes, no se percibe sino por medio de la vista y del
oído: las bellas artes no se dirigen sino a estos dos sentidos”
(Marroquín, 1889: 29).
Si queremos ver cómo se configura la sensibilidad de la época –
y del viajero por supuesto– tendríamos que reconocer, siguiendo a
Benjamin, que “dentro de grandes espacios históricos de tiempo se
modifican, junto con toda la existencia de las colectividades huma-
nas, el modo y manera de su percepción sensorial”; y a su vez, acep-
tar que el “modo y la manera en que esa percepción se organiza, el
medio en el que acontecen, están condicionados no sólo natural,
sino también históricamente” (Benjamin, 1982: 23). Como ya ha-
bíamos sugerido, junto con Cosgrove y Hirsch, uno de los princi-
pales condicionamientos históricos entre todos lo que median en la
manera como se organizan las percepciones y los juicios estéticos,
lo constituye la esfera del arte y, en particular, las reglas e ideales
que rigen la producción de obras de arte, las convenciones cultura-
les que regulan la representación de la realidad y el concepto de
belleza que de allí surge.
A este respecto, podríamos retomar el tratado escrito por
Marroquín, para ver cómo se pensaron el arte y lo bello a lo largo
del siglo x i x , dejando a un lado algunas excepciones. Para
Marroquín, tanto las bellas artes como las bellas letras deben “ha-
cer patente la belleza física”. Es decir, la función del arte es “imi-
tar” una belleza preexistente y esto nos permite vincular este pen-
samiento con el clasicismo, en cuanto presupone que la ley a la que
esta sometida la obra de arte –y de donde deriva su belleza– no
procede de la fantasía, es una ley objetiva que el artista no tiene
que inventar sino encontrar, tomarla de la naturaleza de las cosas.
Por esto mismo, dentro del clasicismo tiende a identificarse lo be-
llo con lo verdadero (Cassirer, 1994). En el aspecto que más nos
interesa –el literario–, Gordillo ha mostrado de qué manera la for-
ma de la escritura de los clásicos estuvo prefigurada por la función

97 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


que se le otorgó a la escritura en el ámbito epistemológico, allí se
responsabilizaba al lenguaje y a la palabra de ordenar el mundo y la
experiencia (Gordillo, 1999). Igualmente, siguiendo a Hauser, este
autor ha propuesto que la belleza del estilo clásico radicaba en la
“articulación rítmica de la dicción y en la representación clara y
precisa del pensamiento” (Gordillo, 1999: 20).
Ciertamente, Marroquín no dudó en realizar un intento por
elaborar una definición “objetiva” de la belleza. En el siguiente
párrafo de las Lecciones, resultan evidentes ciertos rasgos del
racionalismo cartesiano que fueron adoptados por el clasicismo;
esto es, se piensa que la belleza artística, la belleza de la obra de
arte, depende de la razón, de la aplicación de reglas determinadas
racionalmente (Restrepo, 1989) y de ahí que la sensibilidad sea
inseparable de la razón, pues esta última es la que finalmente guía
los juicios estéticos:

Se ha indagado qué es lo que produce en nosotros la impresión propia de


la belleza, en estas diferentes artes, y se ha hallado que todas obran por
dos medios principales: la variedad y la unidad, de donde resulta la
armonía. La belleza física no es, pues, solamente una sensación agra-
dable: para percibirla la sensibilidad obra en unión y de concierto con
la inteligencia, que juzga de las relaciones entre los medios y el fin,
entre la variedad y la unidad.
(Marroquín, 1889: 29)

Manuel Ancízar en la parte de sus Lecciones de psicología dedica-


da a la filosofía del siglo xix y en particular, cuando se refiere a la
doctrina estética de la escuela ecléctica –de la cual se consideraba a
sí mismo seguidor– encuentra en la armonía uno de los elementos
definitorios de lo bello: la armonía de las formas, colores, movi-
mientos, etc. Por otra parte, aclara que la “poesía ecléctica” será la
“expresión fiel” de la naturaleza, del hombre y de Dios, “tales como
existen para nuestros sentidos y para la razón”. El ideal de escritura

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 98


que Ancízar promueve, rechaza las “trabas ficticias que encadenen
el pensamiento a formas convencionales en perjuicio de la verdad”
y del repertorio literario que resulte de ese ideal deben estar ausen-
tes las “sutilezas abstractas” que lleven al pensamiento “fuera del
mundo real a regiones inconcebibles” (Ancízar, 1851: 34).
Sin embargo, antes de entrar a mirar cómo influyen los cánones
ya expuestos en la apreciación y composición de paisajes dentro de
la Comisión Corográfica, vale la pena reconocer que los paisajes
elaborados por los viajeros a través de sus relatos constituyen un
lugar apropiado para ver cómo se llevaron a la práctica conceptos
como la armonía y el orden, y para entender la forma en que éstos
condicionaron los juicios estéticos de los exploradores. Igualmen-
te, y como lo señala Tatarkiewicz a propósito de las relaciones entre
arte y naturaleza durante el siglo xviii: “la naturaleza comenzó a
valorarse más por su belleza visible que por su poder creativo y la
inmutabilidad de sus leyes: el culto racionalista de la naturaleza
volvió de nuevo a los encantos visibles de la naturaleza, al color, a
la diversidad, y a la eterna novedad de la naturaleza”12 (Tatarkiewicz,
1995: 332).
De esta manera, podríamos caracterizar el paisaje en la Peregri-
nación como una forma de ver, una forma de ordenar y componer el
mundo visible haciendo uso de la “descripción”; esta idea (la de
paisaje) implica, a su vez, toda una experiencia –del propio cuerpo

12 Esta “nueva” forma de concebir o representar la naturaleza como paisaje también


la encontramos en científicos como Humboldt. Según Alberto Castrillón, el principal
objetivo de Humboldt en América fue comprender los contrastes existentes entre pai-
sajes. Este estudio no sólo presupone una fragmentación del territorio –su división en
cuadros-, sino que cambia de sentido el concepto de naturaleza. Como este autor lo
expresa: “En lugar de descubrir en ella [la naturaleza] la manifestación de la voluntad divina
que soporta un orden eterno y universal, se trata ahora de comprender las dimensiones específicas
que la fragmentan en paisajes. De la búsqueda de la armonía universal en concordancia con la
voluntad de Dios, pasamos a la visualización de una naturaleza material dividida”. (Castrillón,
1997: 33-34)

99 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


y del entorno- que tiene su punto de partida en la sensitividad del
viajero y sirve como fundamento de los juicios estéticos. Veamos
entonces, cuál es el tipo de paisaje que Ancízar pretende erigir
como “bello y fresco sobre toda ponderación”:

Dejando atrás a Simijaca y andadas tres leguas granadinas escasas, se


entra en un valle amenísimo prolongado sureste-noroeste, ceñido de altos
cerros que terminan hacia el valle en multitud de colinas redondas, y suaves
laderas salpicadas de casitas y sembradas de trigo, maíz, cebada, papas,
habas y otros frutos menores, cuyas sementeras, divididas por cercas vivas, y
subdivididas en pequeños cuadros, hacen el efecto de un mosaico de variados
colores, negros algunos retazos y preparados para la siembra, verdes los
otros con los trigales nuevos, amarillos muchos con los rastrojos de la mies
cosechada, y no pocos matizados con el vivo colorido de las flores de habas,
arvejas y frisoles; paisaje bello y fresco sobre toda ponderación, ante el cual
un hábil pintor se hallaría perplejo para reproducirlo en su lienzo, bajo un
cielo de azul brillante franjeado de ligeras nubes, y en medio de la atmós-
fera diáfana de los Andes, que permite ver a gran distancia el contorno de
los majestuosos cerros, la vivacidad de los colores, el resplandor de las abun-
dantes aguas y los lejanos rebaños paciendo la tupida grama del valle,
matizada con alegres flores de achicoria.
(P. A.: 32)

En realidad, se trata de un cuadro, un espectáculo, y detrás de


esa “superficie visible” hacen su débil aparición los cánones e idea-
les estéticos que influyen en la elaboración de ese cuadro que Ancízar
nos pinta con sus palabras (y con pretensiones de objetividad, no
sobra decirlo). Por un lado, tendríamos la armonía de los colores:
“negros algunos retazos, verdes los otros con los trigales nuevos,
amarillos muchos, y no poco matizados con el vivo colorido de las
flores de habas, arvejas y frisoles”. La armonía está compuesta por
ese orden (“subdivididas en pequeños cuadros”) que rige la disposi-
ción del espacio y la combinación de los colores, de allí proviene el

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 100


“efecto de un mosaico de variados colores”. Y, por otro lado, dentro
en la experiencia del paisaje entra en juego la “atmósfera diáfana” de
los Andes que le otorga la frescura al espectáculo y permite ver con
claridad los contornos de los cerros, los rebaños y los resplandores
que afectan la composición del paisaje.
Así, la belleza de un paisaje reside en todo un conjunto de
rasgos visibles y sensibles articulados mediante la noción de armo-
nía. Un paisaje es ameno por el espectáculo que presentan los colo-
res, por el brillo de las aguas y los contrastes producidos por la
topografía y la luz del sol. Para Ancízar, son “bellezas infinitas” las
que le otorgan encanto a los diferentes “golpes de vista” que el
viajero domina y ordena con su mirada:

Volviendo por el camino alto, que llaman, se goza de un admirable golpe de


vista al llegar a Sogamoso.Queda esta villa, en primer término, a los pies
del espectador, Tibasosa enfrente, Nobsa y Belén a la derecha, dentro de un
radio de legua y media, con la llanura, el río y las lagunitas delante de los
ojos, como pudiera estarlo un pliego de papel sobre la mesa, notándose claros
los vallados, los sauces, los surcos de las sementeras y los animales domésti-
cos alrededor de las próximas casas, en las estancias y huertas: es una
miniatura de llanos y cerros, comprendida dentro de un breve cuadro, con
infinitas bellezas de colorido, luz, sombras y paisaje, de una frescura in-
comparable.
(P. A.: 319)

De esta manera y similar a cómo sucede con Humboldt, según


el análisis de Pratt, los paisajes en la Peregrinación se presentan im-
pregnados de fantasías sociales: armonía, libertad y laboriosidad;
fantasías que parecen proyectarse sobre mundos no humanos o no
urbanos, mejor. Esto parece claro en el siguiente pasaje de Ancízar,
donde la “presencia de los cultivadores” le aporta vivacidad al cua-
dro, además de que sólo son un elemento más dentro del espectá-
culo que deleita al viajero-espectador:

101 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Todo esto [escenas de cultivo, el espectáculo que produce la luz
del sol] realzado por el brillo de las aguas vivas y animado por la
presencia de los cultivadores, formaba un conjunto verdaderamente be-
llo y hacía bendecir desde el fondo del corazón los beneficios de la paz y
envidiar la tranquila independencia de la vida campestre.
(P. A.: 157)

En efecto, el hecho de convertir el mundo externo en objeto de


apreciación estética, en paisaje, significó para el viajero la posibili-
dad de un dominio sobre este. Así como la perspectiva, según
Williams, le permitió a la clase dominante en Inglaterra ordenar
y disponer de la belleza natural, inventarla de acuerdo a su punto
de vista e intereses, los cánones del clasicismo fueron útiles a los
viajeros decimonónicos para construir e inventar un paisaje ideal y
una definición de belleza de acuerdo con su proyecto liberal
modernizador.

LA ESTÉTICA DEL LIBERALISMO MODERNIZADOR

La importancia que adquiere el orden estético dentro del libe-


ralismo modernizador no puede pasar desapercibida: los viajeros
vinculados a este proyecto, hicieron del examen visual un “medio
de conocimiento”, el “mundo visible” constituyó un elemento esen-
cial al momento de acercarse y juzgar a la sociedad. De ahí la rele-
vancia de entender el horizonte de sentido en el que se inscriben
los juicios estéticos de los viajeros. Este procedimiento nos autori-
za el acceso a su forma de ver y percibir el mundo.
El “aspecto” de los moradores y de los “paisajes urbanos” se
conviertieron en signos del orden moral y del “estado de cultura”.
De alguna manera, los viajeros vinculados con la Comisión alcan-
zaron a pensar que un paisaje ordenado y bello, era tanto la causa
como la consecuencia de un adecuado orden moral y de una socie-
dad civilizada (Cosgrove, 1998). Así, el orden en la disposición de

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 102


calles y casas, junto con una “naturaleza culturizada” –los campos
labrados y cultivados, cuidadosamente divididos-, en armonía con
los colores y cuerpos de los moradores, se convirtieron en el paisaje
simbólico perfecto:

No desdice el interior de Simacota de lo que su vista lejana promete. Es


ejemplar el aseo de las calles y casas, y entre los moradores no se encuen-
tra un solo vago: todos están consagrados al cultivo de los campos, de
donde procede que los alrededores del pueblo se hallen cubiertos de se-
menteras hasta la cima de los cerros y formen paisajes tan hermosos
como frescos y variados.
(P. A.: 155)

[…] se encuentra el bello pueblo de Curití, asentado en una ladera


limpia y alegre, rodeado de estancias de labor perfectamente cultivadas
y convidando al viajero con los hospitalarios techos de sus casas dis-
puestas en manzanas cortadas por calles rectas y desembarazadas.
(P. A.: 228)

De esta forma, categorías netamente burguesas como el bien-


estar, el aseo, la limpieza y la salud, y otras más abstractas cómo
el “espíritu de trabajo”, mediaron en los juicios estéticos de los
exploradores y constituyeron los componentes esenciales de la
belleza. Así lo manifesta Ancízar cuando describe la situación
de Caldas:

Situado Caldas en una llanurita enjunta, bien ventilada y con buenas


aguas potables, presenta un aspecto de bienestar y aseo que ojalá fuera
común a los demás pueblos del cantón. Activos e industriosos sus mora-
dores, se aprovechan de la fertilidad de sus terrenos para bien cuidadas
sementeras de trigo, maíz, cebada papas, frisoles y otras menestras, y
para la cría de ganado, que es abundante y hermoso.
(P. A.: 39-40)

103 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


En efecto, la contemplación de pueblos exentos de miseria, lle-
nos de bienestar y prosperidad, donde abundan los “paisajes ale-
gres y variados” traen un efecto positivo en la sensibilidad del via-
jero y a su vez, en la del lector: “esparcen y ensanchan el ánimo”.
Así mismo, la ausencia de belleza en algunos lugares, las ruinas y la
desolación, entristecen el ánimo del viajero:

En la penosa faena de pasar el río nos sobrecogió la noche, y hubimos de


alojarnos en un rancho rodeado de monte y árboles de cacao descuida-
dos, que entristecían el ánimo con el espectáculo de la ruina y la desola-
ción donde antes fue una floreciente hacienda: ahora pertenecía a las
monjas de Pamplona, es decir a manos muertas, que marchitaron las
labores del antiguo propietario .
(P. A.: 532)

La imagen negativa de la soledad hace otra vez su aparición en


el texto. El silencio y la soledad van en contra del movimiento y la
animación que caracterizan la vida moderna. Como ya lo habíamos
señalado, para Ancízar, el movimiento de personas y mercancías, fa-
cilitado por la construcción de caminos, permite difundir la cultura
desde la casa del rico hacia la del pobre, gracias al “roce de gentes”.
Es decir, la “falta de tráfico” es un signo del carácter estacionario o
retrógrado de ciertos parajes y la ausencia de ruido es otro elemento
más para juzgar la “apariencia” de las diferentes ciudades:

El aspecto material de la ciudad es silencioso y húmedo: las calles tor-


cidas, mal empedradas y por lo general cubiertas con la pequeña hierba
que anuncia falta de tráfico y movimiento .
(P. A.: 349)

Así como el “aseo en los vestidos es signo frecuente de la lim-


pieza del alma”, la limpieza y las condiciones materiales de los
pueblos son un reflejo de la “cultura y civilidad” de los habitantes.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 104


A la luz del “aspecto material” de los diferentes lugares es posible
juzgar el esfuerzo o la preocupación de las “autoridades” por man-
tener el orden y el aseo en el “espacio público”:

Las casas del centro de la villa son de teja, espaciosas y altas; y tanto
en el interior de ellas como en las calles, se nota un aseo extremado,
signo de la cultura de los moradores y del singular cuidado que ponen
las autoridades en mantener el orden y limpieza en los lugares públicos.
(P. A.: 223)

De nuevo, a los “sujetos de representación”, a las familias dis-


tinguidas y cultas les corresponde dirigir la sociedad y, en esta
medida, siguen siendo el modelo a seguir. El orden en las calles y
disposición de las casas, la belleza y armonía en los “paisajes urba-
nos”, dependen de hombres inteligentes y cultos que estén dis-
puestos a plasmar y difundir el “buen gusto”, el “aire racional” que
debe predominar en el interior y exterior de las casas. La elegancia
y el buen gusto, tarde o temprano, serán recibidos por los diferen-
tes habitantes y así podrán abrirse paso la belleza y el progreso en
el “aspecto material”: “el buen gusto y la elegancia no han penetra-
do todavía en la vida doméstica ni el ajuar y disposición de las
casas”(P. A.: 38).
Igualmente, el progreso del “orden material” y del “orden esté-
tico”, está en función de los avances en el campo económico, es
decir, en el aumento de la riqueza, la población y la explotación de
la naturaleza. Las “mejoras materiales” también son un resultado
de los hábitos y mentalidad que deben difundirse entre los pobla-
dores a partir del buen ejemplo y la instrucción de curas y hombres
notables:

Duitama decayó mucho de su primitiva grandeza, oprimida y despo-


blada por el bárbaro régimen de las encomiendas. De diez años a esta
parte ha comenzado a mejorar en casas de teja, orden material y aseo,

105 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


resultados de la mayor civilidad de las gentes, y la riqueza y población
también mayores.
(P. A.: 301)

La reforma de las costumbres [inculcar la sana moral, el amor al


trabajo] y del interior de las casas nace no solamente de los consejos del
señor Calderón sino del ejemplo que a todos presenta su distinguida
familia, culta y amable sin afectación, realizándose en Guayatá lo
que no puede menos de desear para nuestros pueblos quien los recorra y
penetre la bondad de su índole, a saber: un cura ilustrado, jefe de una
familia modelo.
(P. A.: 413)

Por lo demás, resultan evidentes, a luz del análisis realizado,


las dimensiones ideológicas que revistieron el concepto de paisaje
que se gestó dentro de la Comisión Corográfica. A lo largo de esta
segunda parte hemos podido apreciar que “el paisaje representa la
manera en que ciertos grupos sociales se han concebido y significado
a sí mismos y su mundo a través de su relación imaginada con la
naturaleza, y mediante la idea de paisaje han subrayado y comuni-
cado su propio rol social y el de los otros con respecto a la naturale-
za externa” (Cosgrove, 1998: 15).
Para elaborar en profundidad esta idea podríamos recurrir a la
forma como Cosgrove entiende la perspectiva en relación con la
pintura de paisaje. Por una parte, la mirada del viajero pretendió
ser el punto de vista, el “centro estático y neutral” hacia el cual se
dirige el mundo visible y en el que convergen todos los rayos de luz
que componen una escena o un paisaje. Sin embargo, y así como la
perspectiva les permitió a los pintores renacentistas ordenar y con-
trolar el espacio visual de acuerdo y desde su punto de vista, la
descripción y su “aguda sensibilidad”, constituyeron las herramien-
tas principales de los viajeros para construir e idealizar un orden
estético que en su forma corresponde con los cánones del clasicismo

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 106


y en esta medida refiere, simbólicamente, valores, experiencias y
parámetros estéticos que se muestran inseparables de una sensibi-
lidad y una mentalidad burguesas.
Así, el rol social que se atribuyó a sí mismo el viajero es similar al
que puede desarrollar un demiurgo. El viajero es dueño de un instru-
mento esencial de poder: la cultura. Este poder delimita campos de
enunciación e interpretación, es decir, mediante el lenguaje
culturalmente codificado y puesto en práctica dentro de “institucio-
nes sociales” como la literatura, se llevó a cabo la definición e inven-
ción de lo real. Para el caso del paisaje, a través de los relatos de viajes
y apelando a una sensibilidad particular, a los exploradores les fue
posible definir lo bello y, en consecuencia, lo bueno y lo verdadero.
Los otros, campesinos y demás, se convirtieron, junto con su
entorno, en un objeto de apreciación estética. Aparecen “ahí dis-
puestos y estáticos” –como en una pintura– para el explorador, en
medio de las imágenes de mundos ordenados, productivos y labo-
riosos, donde el viajero sólo se ocupa de los “beneficios de la paz” y
por esto mismo, deja a un lado cualquier aspecto que pueda inte-
rrumpir el goce del espectáculo, se olvida de los problemas o situa-
ciones adversas que pueden afectar a los campesinos subordinados
y en esta medida, carentes de independencia.

L O S PA S E O S C A M P E S T R E S

Para terminar con este artículo y con la intención de darle una


dimensión sociológica al análisis que aquí proponemos, nos parece
pertinente abordar la forma como se difundió o como fue puesta en
práctica, por otros sectores sociales, la sensibilidad que hasta ahora
hemos considerada exclusiva del viajero. A este respecto, dos cua-
dros de costumbres escritos por Eugenio Díaz: La cascada y Paseo al
salto, nos sirven como marco de referencia para acercarnos a los
placeres que comenzaron a gestarse entre las élites neogranadinas a
mediados del siglo xix.

107 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Los textos de Díaz nos muestran la validez, la importancia y la
significación social de las ideas que hemos tratado a lo largo del
artículo. Para comenzar, el escritor bogotano nos cuenta que en-
tre las “familias distinguidas” de la ciudad son comunes aunque
raros los paseos campestres. Comunes, porque solían hacerse con
cierta frecuencia con el propósito de que los jóvenes conocieran y
“sintieran” las “bellezas naturales” que rodeaban a la pequeña ciu-
dad. Y raros, porque eran todo un acontecimiento que se salía de
la vida cotidiana, acompañado de largos preparativos y de “gran-
de agitación”.
En efecto, los paseos campestres son un ejemplo de la experien-
cia estética que comenzaron a tener las clases altas neogranadinas
hacia la mitad del siglo xix, asociada con los viajes y articulada en
el desenvolvimiento de una sensibilidad hacia la naturaleza y el
paisaje. Díaz es claro en este sentido, cuando afirma que:

A las seis se pusieron en marcha para el Salto. El día era hermoso. El objeto
de viaje no podía ser mejor [conocer el salto] y los caballos eran vivos y
andadores.13
(Díaz, 1985: 309)

Por otra parte, el significado de los viajes y el motivo para rea-


lizarlos, están estrechamente vinculados con la emociones que po-
dían procurar la naturaleza y su soledad característica, a los “cora-
zones sensibles”. Así mismo, la intención de “sentir” y atender a la
naturaleza adquiere sentido en oposición a la “vida citadina” y no
deja de constituir un “placer arriesgado”:

13 Vale la pena recordar que el Salto de Tequendama era un sitio obligado de visita,
a finales del siglo xviii y durante todo el xix, para todos los viajeros extranjeros que
venían a conocer estas tierras. Igualmente, son famosas las discusiones entre los
“científicos ilustrados”, incluido Humboldt, en torno a la altura exacta del Salto.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 108


Es admirable en realidad esta semejanza de la fracción de un templo de-
rruido, con su columna brillante en la mitad, con los adornos accesorios de
los largos helechos que cuelgan de las hendeduras de las piedras, con las
flores de plantas bejucosas, con los verdes musgos de las paredes, y con la
vista de algunas mariposas y tominejas, que suelen visitar la mansión
solitaria, con designios más vitales que los hombres, que buscan las emocio-
nes propias de la soledad, como el ruido de las aguas, la vista de las peñas
fracturadas, para oponer un contraste al tumulto de las sociedades huma-
nas, porque así es el hombre, que busca con la variedad el elemento de la
felicidad, y hasta se desvive en ocasiones por perder un bien seguro por un
placer arriesgado.
(Díaz,1985: 169)

Los sentimientos, “lo que pasa por el ánimo de algunos de los


personajes que tenemos frente de la cascada”, nos muestran un en-
torno “estesiado”: la naturaleza y el paisaje aparecen en los cuadros
como entidades que conmueven de diferentes maneras “la sensibi-
lidad del “corazón humano”. Las “impresiones” producidas por el
espectáculo conmueven tanto que llegan a ser irresistibles e inevi-
tables. Rosa, por ejemplo, casi queda tendida en el suelo ante la
emoción que produce el espectáculo del Salto:

Rosa se había retirado a una especie de dosel que formaba las grandes hojas de
dos matas de helecho arborescente (vulgarmente llamado boba) y estaba senta-
da sobre los musgos con el codo puesto en un tronco carcomido por el tiempo, y
cubriéndose los ojos con su delicada mano. No podía soportar la emoción de
aquel espectáculo, porque todas las fibras de su corazón se habían conmovido.
(Díaz, 1985: 316)

En este contexto, los “espacios naturales” se configuran como


lugares apropiados para las “emociones de amor”. La cascada y el
“ambiente” del paseo suscitan cierta melancolía en Irene, uno de
los personajes de La cascada:

109 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


[…] Irene lloraba sin gesticulaciones, seduciendo y causando lástima,
al recordar que su Santiago no se hallaba entre las filas de los jóvenes
del paseo.
(Díaz, 1985: 170)

Del mismo modo, “la grandeza de la escena” y el “sonido armo-


nioso de la música”,14 que a veces lanza “cierta clase de vibraciones
que arrancan emociones desconocidas para el corazón”, y el “ruido
natural de la cascada”, son los móviles de las “emociones de amor”
que acosan a Arcelia:

Arcelia se había quedado con el brazo izquierdo apoyado en hombro de


Ricardo, penetrada de la grandeza de la escena que por unos instantes
había desviado sus ojos, mas no su corazón, que al ruido natural de la
cascada y al sonido armonioso de la música, parecía que se agitaba con
dobles emociones de amor.
(Díaz, 1985: 170)

En este orden de ideas, un sitio como El Salto de Tequendema


tiene todos los atributos estéticos y estésicos para servir de escena-
rio a una declaración de amor. Esto es evidente en las palabras que
Amílcar le dirige a Jorge en medio de una conversación:

–Vámos acercándonos como por casualidad. Les hablamos al corazón,


tú a Rosa y yo a Blanca; y ellas nos escucharán palpitando de alegría,
porque oyen lo que deseaban. Oír la voz de un amante nuevo es una cosa

14 No deja de llamar la atención el hecho de que, en algunas ocasiones, llevaran


músicos a los paseos campestres. Esto sólo nos muestra que el “espectáculo de la natu-
raleza” es producido culturalmente, de diferentes formas y con distintos fines. Precisa-
mente, la sensibilidad que aquí exploramos sirve como forma de distinción. Así lo
expresa claramente un personaje del Paseo al salto cuando dice que: “ver el salto es
como si dijéramos un lujo teatral”.

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 110


que no sucede con mucha frecuencia. Todo es favorable aquí para la
escena: la embriaguez de los perfumes, la vista de la cascada, la sombra
misma de los bosques; todo es un asombro.¡Oh! ¡que esta dicha no esta-
ba reservada sino para el Salto de Tequendama!
(Díaz, 1985: 317)

De otra parte, en este mismo texto encontramos otro motivo


que sirve de fundamento para el miedo, socialmente compartido,
hacia las “emociones propias de la soledad”. Entregarse demasiado
a los encantos de la naturaleza puede llevar al desenfreno, a la em-
briaguez. Angelita, una de las protagonistas del Paseo al salto, no
sólo se inicia en el placer de sentir y disfrutar de la naturaleza, sino
que incursiona, por primera vez, en placeres prohibidos y mal vis-
tos sobre todo en las mujeres:

Angelita se pasaba de contenta. Digámoslo de una vez: el vapor de los


licores se le había subido a la cabeza, cosa que no le había sucedido
nunca. Ella gritaba, cantaba, trepaba escalones, como que nadie la
estuviera viendo: también era feliz la pobre muchacha.
(Díaz, 1985: 318)

Por último, varias cosas podrían decirse con respecto a los te-
mas que se han tratado en este artículo. Hemos podido ver que el
“espectáculo” de la naturaleza surge a partir de una “educación”
peculiar de los sentidos del viajero. La sensibilidad que este “suje-
to” desarrolla tiene su máxima expresión en la idea de paisaje ha-
ciendo de la experiencia estética del mundo externo una experien-
cia total en la que confluyen un conjunto de sensaciones, emociones
y juicios estéticos en la definición de lo bello y agradable. Sin em-
bargo, los paseos campestres nos mostraron que la sensibilidad ha-
cia la naturaleza y el paisaje no era exclusiva de los exploradores,
era compartida por miembros de las “clases cultas”. La compren-
sión, por parte del lector, de la manera de sentir del viajero requie-

111 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


re precisamente de una sensibilidad particular, es decir, presupone
la existencia en el lector de la misma forma de sentir, o al menos,
supone la disposición en el lector para “educarse” en esos nuevos
placeres. De este modo, todos los motivos que aparecen en el cam-
po sensible que construyen los exploradores tienen su condición de
posibilidad en el orden social y estético que comparten con el pú-
blico lector –un público conformado por los pocos hombres cultos
a quienes iban destinados los relatos de viajes a través de medios
impresos–.

Conclusiones

Más que hacer un recuento en unos pocos párrafos de todo lo


que se ha dicho aquí, nos parece pertinente concluir el texto con
algunas críticas y aclaraciones, enunciar, a su vez, algunos temas
que creemos se pueden y se deben investigar más a fondo.
Así, nos parece necesario profundizar en la definición de la sen-
sibilidad del viajero; por ejemplo, resultaría útil interpretar los
tratados de psicología, fisiología y anatomía, con la intención de
encontrar cómo eran pensados los sentidos, su funcionamiento y su
relación con las demás facultades del hombre. Aquí también resul-
taría apropiado buscar el punto de ruptura epistemológica que per-
mite la aparición de la noción del “espectáculo de la naturaleza”,
indagar, en pocas palabras, en el surgimiento de nuevos placeres
asociados con la naturaleza.
Del mismo modo, cuando abordamos el tema de “los viajes y el
ámbito íntimo en el siglo xix” pudimos ver que resulta imposible
pensar en la existencia de una subjetividad moderna en el período
que abarca este estudio. Esto no sólo implica preguntarnos por el
tipo de subjetividad en el que estamos pensando cuando nos referi-
mos a la imagen que de sí mismo forja el viajero; sino aceptar que
él no es consciente de su “invidualidad”, por así decirlo, él no dis-

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 112


cierne mediante un acto reflexivo la subjetividad que inevitable-
mente habita los textos. Por más solo que se encuentre y a pesar de
sentirse lejos de todo, de Dios inclusive, el viajero nunca se enfren-
ta a sí mismo o a su conciencia. No obstante, en la literatura de
viajes que analizamos, encontramos algunos rasgos de una subjeti-
vidad moderna, elementos como la intención de hacer vibrar el
“yo” con el espectáculo que ofrece la naturaleza, o preguntarse por
el sentido de la vida en sociedad. Todo esto nos lleva a pensar que la
subjetividad de la cual hablamos, es una incipiente subjetividad
moderna, no es plena, y por eso el contexto histórico en el que se
desenvuelve puede considerarse de transición.
El problema del paisaje nos llevó a discutir el papel que cum-
plió el orden estético en el proyecto liberal modernizador, del cual
es producto la Comisión Corográfica. En pocas palabras, pudimos
ver cómo la sensibilidad que elabora el viajero le sirve para ordenar
y “examinar” (como si se tratase de un médico) la sociedad a partir
de juicios estéticos. La independencia del orden de los signos –con
la episteme clásica– permitió que los saberes redistribuyeran
jerárquicamente los signos, de tal manera que:

[…] unos aparecían como señales patológicas, mientras que otros apa-
recían como señales de cura. Las deformaciones de la raza, los hábitos
mentales de la Colonia, el imperialismo norteamericano o las vicisitu-
des climático-geográficas podían ser vistas como síntomas de la enferme-
dad de las naciones hispanoamericanas. El industrialismo, la revolu-
ción, la inmigración extranjera o la estetización de la vida social podían
aparecer, en cambio, como el remedio para la misma, como el tónico que
revitalizaría el cuerpo decrépito de nuestras sociedades y permitiría su
“tránsito” definitivo hacia la modernidad.”
(Castro-Gómez, 1997: 127)

Por último, en la parte dedicada los paseos campestres surge la


pregunta por las relaciones imaginarias entre la ciudad y el campo,

113 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


las formas cómo fue pensado el campo por los letrados durante el
siglo xix. Autores como Raymond Williams han expuesto que la
“vida campestre” tiene y ha tenido muchos significados; inevita-
blemente ligados a sentimientos, actividades, experiencias, regio-
nes y épocas específicas. A su vez, nos muestra de qué manera el
contraste entre la ciudad y el campo, como formas fundamental-
mente diferentes de vida, se remonta hasta los tiempos clásicos
(Williams, 1973).
Comenzar a explorar en este amplio campo de investigación
que se abre con el reconocimiento de la historicidad de las relacio-
nes imaginarias entre la ciudad y el campo puede arrojarnos mu-
chas luces sobre el pensamiento de la época. Sobre todo cuando
tenemos en cuenta que la Ilustración europea deslindó de forma
definitiva dos conceptos (naturaleza y cultura) que sirvieron para
leer la nueva realidad social que surgía en las repúblicas. Es decir,
la oposición “naturaleza-cultura” se consolidó como el fundamento
de las nuevas sociedades: la posición que allí se ocupa termina por
definir roles sociales y simbólicos (Montaldo, 1995 ).
Precisamente, autores como Graciela Montaldo han intentado
lanzar una mirada sobre la relación ciudad-campo en el contexto
hispanoamericano del siglo xix a partir de letrados como Bello y
Sarmiento, y ha llegado a afirmar algo que nos sirve para cerrar esta
investigación, a saber:

(…) la historia del siglo x i x pudo ser leída como la del conflicto
ciudad-campo y lo rural –el territorio por excelencia- ocupó en ella
tanto el espacio de la utopía agraria como el de la resistencia a la ley,
la modernización, la institucionalización. Esa batalla la comienza a
perder el campo a fines de siglo porque lo que se impone no son sólo los
grupos de poder ligados al desarrollo urbano, sino los valores y prácti-
cas de la ciudad; es la cultura la que ha logrado dominar al campo y a
la naturaleza .
(Montaldo, 1995: 119)

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 114


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ESTEBAN ROZO

Antropólogo. Investigador independiente. Ha trabajado como asistente de investiga-


ción en el proyecto de Percepción de la naturaleza y el cuerpo de la nación, bajo la
dirección de Zandra Pedraza y en la oficina de Etnias y Culturas del IDEAM (Instituto de
Hidrología, Metereología y Estudios Ambientales), donde labora actualmente.
E-mail: erozo@hotmail.com

Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 116


Paisajes presentes
y futuros de la
amazonía colombiana
La lectura de Miguel Triana en 1907

Alvaro Andrés Santoyo


Antropólogo

Resumen

E l objetivo de este artículo es analizar la forma en que a comienzos del siglo XX


y en el contexto de la creación de la nación, la élite colombiana pensó la
amazonía. El análisis parte de la antropología histórica del paisaje y se centra en
el estudio de las representaciones del paisaje y de los habitantes de la región
producidas por Miguel Triana en su libro Por el Sur de Colombia. Expedición Pinto-
resca y Científica al Putumayo (1907). De esta manera, la re-lectura ofrecida del
texto resalta las imágenes, los argumentos y la estructura de pensamiento que
sirvieron para moldear la conciencia nacional frente a la región a comienzos del
siglo. Igualmente, se propone una lectura que cuestione los órdenes sociales que
se creaban a través de los relatos de viaje, supuestos portadores de verdad y que
en definitiva lo que hicieron fue promover la creación de subalternidad.

PA L A B R A S C L AV E paisaje, amazonía, subalternidad, pensamiento colombiano, nación.

117 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Introducción

¿Cómo representó la élite colombiana a la amazonía en los co-


mienzos del siglo xx? ¿De qué términos y campos enunciativos se
valió para crear esas representaciones, específicamente las relacio-
nadas con sus habitantes y naturaleza? ¿Cómo pensó vincularlos a
la sociedad y a la cultura de un país en proceso de modernización?
¿Qué rol les otorgó en ese proceso? Son las preguntas que guían
este artículo y que esperamos responder mediante el análisis de la
forma como Miguel Triana, a través de su libro Por el Sur de Colom-
bia. Expedición pintoresca y científica al Putumayo (1907), describió y
propuso paisajes de la región. Este libro de viajes, uno de los más
importantes que vio la luz en la década de 1910 y cuya aparición
en el escenario nacional fue ampliamente celebrada y objeto de
múltiples elogios por parte de quienes se dedicaban a reseñar las
novedades bibliográficas en la prensa del país (Varios, 1909),1 pue-
de ser considerado como uno de los relatos fundacionales, míticos,
por qué no, del pensamiento colombiano en torno a la región.2 No
en vano, investigadores actuales dedicados a la historia lo han uti-
lizado como fuente en el momento de hacer sus trabajos (Alzate,
1993; Ramírez, 1994 y 1996).
La importancia que se le ha dado al libro de Triana hace que
quién se esté planteando las preguntas expuestas, se vea en la nece-
sidad de acercarse al relato y tomarlo, esta vez, no como simple
fuente de datos sino como un producto cultural y un espacio de

1 Por «el contenido de sus descripciones, el interés patriótico y la elegancia del


estilo» algunos lo compararon con la Peregrinación del Alpha de Manuel Ancízar. Otros,
lo consideraron «digno de figurar al lado de los más estimados esfuerzos que el cerebro
colombiano haya llevado a cabo durante el siglo de la independencia» como se escribió
en El Nuevo Tiempo del 19 de septiembre de 1908.
2 El otro gran libro sobre la región, también fundacional, La Amazonía Colombiana.
Estudio geográfico, histórico y jurídico en defensa del derecho territorial de Colombia, escrito
por Demetrio Salamanca fue publicado en 1917.

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 118


poder a través del cual se creó y moldeó el pensamiento nacional en
torno a la amazonía. Esta aseveración cobra valor al tener en cuenta
que durante la mayor parte de la historia latinoamericana, y Co-
lombia no es la excepción, la escritura, con su grupo asociado de
letrados como los denominara Ángel Rama, ha jugado un papel
capital en el proceso de ordenación y clasificación que esa élite, con
ideales económicos de corte liberal y señoriales, cuando se trataba
de lo social, hizo tanto de las personas como de la naturaleza exis-
tentes en las repúblicas que comenzaban a gobernar. Ella fue la
encargada, mediante códigos morales, leyes y saberes filosófico-
literarios de legalizar y normativizar la conducta de las personas.
Los letrados, y Miguel Triana fue uno de ellos, tuvieron como
función en los procesos de creación de sociedades y culturas na-
cionales “trazar las fronteras que separaban lo normal de lo pato-
lógico, lo legal de lo ilegal, la civilización de la barbarie” (Castro-
Gómez, 1997:125). En síntesis, crearon una cartografía o anatomía,
la metáfora no importa a pesar de pertenecer a épocas distintas, de
los “males” que aquejaban a los grupos sociales que habitaban el
país a comienzos del xx. Finalmente y usando términos totalmen-
te actuales, podemos entender esa preocupación por clasificar y or-
denar, como el inicio del proceso de creación de subalternidad en
los albores de la nación, de la república supuestamente libre e
igualitaria.
Hablamos de subalternidad (Klor de Alva, 1995: 245) porque
los pueblos y territorios descritos por los exploradores/letrados en
sus relatos, son segregados y subordinados, a partir de una mirada
que mediante el uso de diferentes estrategias retóricas o la invoca-
ción de principios éticos y económicos de lo que el viajero, partien-
do de su experiencia personal, consideraba el “deber ser” de una
sociedad; generalmente, asociado éste con la instauración de la ci-
vilización masculina e ilustrada europea y con el progreso constan-
te, valga la redundancia, de la economía capitalista. Para esta mira-
da, todo lo que se alejaba de ese tipo ideal debía ser objeto de un

119 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


disciplinamiento que condujera al debido encauzamiento de las
potencialidades que los nuevos sujetos ofrecían, principalmente, al
sistema económico. De otra forma, hoy en día encontramos que
esos grupos de personas que en el siglo xix y la mayor parte del
xx fueron dispuestos en los márgenes de la sociedades nacionales o
del sistema económico e intelectual global, han adquirido la fuerza
política necesaria para cuestionar esa serie de representaciones, por
mucho tiempo sacro santas, con las cuales la sociedad hegemónica
trató de dominarlos. En este nuevo contexto las preguntas pro-
puestas adquieren un sentido adicional, consistente en evidenciar
el impacto político que tuvieron esas representaciones, tanto de la
subjetividad como del territorio, en la condición social en que han
vivido esas personas.
Con este objetivo en mente, el análisis que ofrecemos tiene como
punto de partida la antropología histórica del paisaje, la cual no se
preocupa únicamente por analizar las representaciones, lecturas o
formas en que diferentes sujetos describen el paisaje y le dan diver-
sos significados, sino también por indagar la relación que estos es-
tablecen con él, su posicionamiento y el papel que le otorgan a
otros sujetos en el paisaje, al igual que las razones de tal ubicación.
Se diferencia de la geografía cultural porque no pretende establecer
contrastes entre las formas de ver, describir o narrar el paisaje, uti-
lizando las lecturas que pueda tener la gente que habita un lugar y
los extranjeros (Duncan, 1989 y 1990), sino que se preocupa por
ver cómo son comprendidos esos “nativos” por personas ajenas,
extrañas a ellos, por el papel que le otorgan estas últimas a los
primeros en procesos sociales como la creación de una nación, y por
el intento de develar los mecanismos de percepción y estructuras
de pensamiento propias de cada una de ellos en un momento histó-
rico particular (Santoyo, 1999). Teniendo en cuenta que nuestras
preguntas son por el presente y pasado de la región desde el punto
de vista nacional, vale la pena aclarar que el análisis del texto de
Triana se elaboró siguiendo el concepto de paisaje esbozado por el

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 120


antropólogo británico Eric Hirsch, quien lo concibe como un pro-
ceso cultural en el que constantemente interactúan dos factores, la
experiencia de vida en un espacio que se torna en lugar gracias a su
narración y el horizonte de existencia posible (Hirsch, 1994), términos
que implican, respectivamente, la vivencia cotidiana y la repre-
sentación hacia el futuro que hace quien realiza el relato. De otra
forma, este concepto es relevante no sólo porque permite analizar
de cerca el desenvolvimiento narrativo a través del cual se va cons-
tituyendo el pensamiento nacional sobre la amazonía, sino porque
nos capacita para estudiar y entender las reflexiones de los intelec-
tuales colombianos sobre qué es lo natural y qué lo cultural y cómo
convertir lo primero en lo segundo. Adicionalmente, como plantea
Graciela Montaldo:

En Latinoamérica, el espacio natural… se vuelve centro de la construc-


ción de la escritura y de la reflexión política pues sobre él se asentaban
los proyectos de organización de las repúblicas recién independizadas.
El pasado, el presente y el futuro de los países de América encuentran en
la tierra aspectos que condensan los problemas, identidades y planes futu-
ros; por ello están cargados de ‘significados’, sentidos desde los cuales se
hará el diagnóstico de un estado de cosas o se proyectará el porvenir.
(Montaldo, 1995:104)

Re-lectura del texto de Miguel de Triana

En lo que sigue de este artículo, nos dedicaremos a hacer una


lectura exhaustiva de la forma en que Miguel Triana pensó y repre-
sentó la región del Piedemonte amazónico en particular y la
amazonía en general. Teniendo, como ya quedó consignado, los
términos de experiencia de vida cotidiana y horizonte de existencia
posible como derroteros en el análisis del texto del ingeniero civil
e intelectual colombiano.

121 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


A grandes rasgos, podemos decir que Triana, a lo largo de su
lectura del paisaje del Piedemonte, identifica claramente la exis-
tencia de tres lugares: la meseta del Guamués, la región com-
prendida entre el Limón y el Guineo y, por último, el valle de
Sibundoy, existiendo en éste último dos más, los poblados de
Sibundoy y Santiago. Cada uno de ellos es percibido de forma
particular, con similitudes pero conservando grandes diferencias,
como es el caso de los dos últimos pueblos mencionados. Los pun-
tos de encuentro por lo general están relacionados con la posibili-
dades que brindan a nivel agrícola, mientras las divergencias radi-
can en las costumbres de las personas que los habitan. En cuanto a
los grupos humanos, encontramos que los sionas, ubicados en el
extremo de la planicie del Guamués, son representados de forma
similar a los santiagueños, en cuanto a sus posibilidades para ser
partícipes de la civilización, pero diferentes en su forma de vivir. El
único grupo que Triana presenta totalmente diferente es el de los
sibundoyes. De esta manera, podemos afirmar que la percepción
del ingeniero civil se caracteriza por presentar un paisaje poseedor
de diferentes lugares con un mismo horizonte de existencia posible,
pero en el cual no todos los habitantes tienen la misma tarea que
efectuar. Veamos.

I. LA CORDILLERA: FRONTERA DE LA CIVILIZACIÓN

La cordillera de nevados perpetuos y volcanes que iluminan las noches


ecuatoriales, es la barrera formidable que á los colombianos, como á las
demás nacionalidades del Pacífico, nos separa de la posesión y disfrute
de nuestra posesión oriental, ubérrima en riquezas. Todos los pueblos
fronterizos con esa raya dentellada y fría, ya sean colombianos, como
Santander, Boyacá y Cundinamarca, ya sean hermanos como las repú-
blicas allende el circulo equinoccial, más o menos han procurado vencer
la barrera con ferrocarriles, caminos o senderos practicables.
(Triana, 1907:102)

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 122


Miguel Triana nos presenta a la cordillera de los Andes como
una frontera por excelencia, lo es natural y culturalmente porque
separa el mundo andino del selvático e impide a las naciones ubica-
das en el primero “disfrutar” los beneficios o “riquezas” del segun-
do. Doblega los esfuerzos de los “pueblos fronterizos” por traspa-
sarla y llegar a sus posesiones orientales, por lo tanto estas últimas
se tornan desconocidas para ellos. Ella, más que una línea divisoria
es una zona de transición, en sus páramos, pantanos, picos y lagu-
nas se van desvaneciendo las características principales de la civili-
zación. Pocos individuos se atreverían a habitar en ella, y quienes
lo hacen son seres marginados que no comparten las normas de la
sociedad. Esto último se puede observar en la respuesta que da
Triana cuando se pregunta: ¿Qué especie de hombre sería el propietario
de gustos excéntricos que, como centinela avanzado de la civilización, colin-
daba en el silencio y soledad del páramo con las ilimitadas tierras de
Oriente? Y contesta:

Es, seguramente, un hombre arisco, cuyas energías en lucha con la or-


ganización social y los tributos de trabajo personal, fiscalías rurales y
demás cargas que la falaz vida social mestiza hace pagar únicamente a
los infelices, lo han conducido á buscar la verdadera y única libertad
que ofrece el desierto. Aquí no llega el cobrador de impuestos improduc-
tivos ni el polizonte altanero, primo hermano del malhechor, que se
disfraza con la librea de la autoridad para perseguir al ciudadano, ni
el parásito que con el título de pordiosero llama tenazmente al corazón
con la patente de la caridad; aquí no alcanza la fastidiosa opinión de
los vecinos, con la categoría de sanción social, ni el reglamento antoja-
dizo, hecho ley por ministerio de la fuerza, ni las ritualidades de un
culto aparente con el prestigio imponente de una religión de amor.
(Triana, 1907: 99)

Aunque en primera instancia caracterice al individuo que se


atreve a vivir en la soledad y el silencio del páramo como “arisco”,

123 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


pues se rehusa a ser atrapado por la sociedad “mestiza” que lo
rodea, al describir la constitución y funcionamiento de esta últi-
ma lo convierte en un ser ideal que ha dejado todo en busca de “la
verdadera y única libertad”. En esta breve descripción, Triana
realiza una dura crítica al comportamiento del pueblo mestizo
ubicado en el valle de Atris, Pasto en particular y al andino en
general, según él, aquí conviven la autoridad y el crimen, las san-
ciones sociales las hacen los vecinos con su intromisión intrigan-
te, la Ley no existe, tan sólo un “reglamento antojadizo” que tiende
al gobierno despótico y, por último, el culto religioso es sólo apa-
riencia.
Ser “arisco” en este medio se convierte en una virtud, implica,
en cierta medida, una actitud crítica frente a la situación social
reinante, la cual no está relacionada con un comportamiento civili-
zado ya que no existe una la Ley inmutable, un culto religioso
sincero y una vida respetuosa en comunidad. Entonces, la calificación
de “centinela de la civilización” se torna ambigua, no significa ser
el último representante de la sociedad de la meseta andina, porque
para Triana los términos civilización y sociedad mestiza parecen no
ser equiparables, las características de la segunda hacen que no se la
pueda considerar como civilizada, por lo tanto no puede ser un
modelo a seguir y tampoco es necesario cuidarlo, todo lo contrario,
hay que transformarlo. De otra forma, cuando el autor plantea:
aquí [en el páramo] la conciencia se vuelve solamente á Dios, oye su ley en
la sublime armonía de la Creación y vive tranquila. La inefable paz del
alma, por la cual anhelan en su lucha constante todos los humanos, sólo
bate sus alas blancas en la soledad, tras la cordillera y el pantano (Triana,
1907:99), definitivamente está dando a quien vive en los confines
de la cordillera un estatus moral superior al que poseen quienes
actúan bajo el régimen social antes descrito, uno que sí puede to-
marse como modelo a seguir porque surge del contacto con la ley
de Dios que se manifiesta gracias a “la sublime armonía de la
Creación”. Por lo tanto, podemos decir que para Triana, cuando

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 124


el Hombre se encuentra con la naturaleza lo hace con Dios y, de
este, el primero aprenderá como puede llegar a ser civilizado, con-
dición que hasta ahora es equiparable con lograr la paz del alma y
la comunicación directa con Dios, sin necesidad de “ritualidades”
rimbombantes y aparentes.
Otro aspecto interesante en cuanto al proceso civilizatorio en-
contrado en Triana, es la correspondencia que establece entre un
lugar y un estadio de ese proceso y que encontramos en el enuncia-
do, “la inefable paz del alma…sólo bate sus alas en la soledad, tras
la cordillera y el pantano”, porque está dotando a la anterior “pose-
sión oriental, ubérrima en riquezas” materiales para las naciones,
de otra cualidad igualmente importante para ellas, la paz. En lo
anterior podemos observar la forma en que Triana conceptualiza el
paisaje de la amazonía antes de traspasar la cordillera y enfrentarse
con ella, en su percepción predominan los elementos de juicio eco-
nómico y religioso.

II. EL PIEDEMONTE AMAZÓNICO:


PA I S A J E S D E A B U N D A N C I A ,
COLONIAS, HACIENDAS Y CAMBIO

Fertilidad, armonía y colonias agrícolas: la planicie del Guamués


Si antes de empezar a descender desde el páramo hacia el oriente,
Triana concebía a la amazonía como un paisaje con gran cantidad
de tierras cultivables y cuya actual soledad permitiría al ser huma-
no lograr la paz del alma, la entrada al Piedemonte amazónico fue
la ratificación de sus pensamientos.
Superar la cordillera y toparse por primera vez con la vegeta-
ción y el clima de la amazonía significó la llegada a una tierra de
promisión, fue, en palabras de Triana, el fin del silencio tétrico y del
frío aflictivo de los páramos…la sonrisa de la naturaleza, hasta entonces
agresiva, la vivificación del ser y del ánimo. De igual forma, la natura-
leza de la región se convirtió en mar y en casa de alguna divinidad

125 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


dependiendo del punto de vista utilizado, exterior o interior. Así,
cuando se logra situar afuera, en un punto desde el cual contemplar
en conjunto la vegetación que lo rodea, el director de la Expedición
científica al Putumayo escribe:

…nosotros, no hallando comparación más verdadera y hermosa para medir


el espectáculo de mil leguas de verdura que teníamos ante los ojos, en el sitio
de “El Panorama”, repetíamos conmovidos:
—¡¡¡El mar!!!
(Triana, 1907:149)

Comparar la selva con el mar es interesante, ya que introduce


en el discurso sobre el paisaje amazónico un elemento de juicio
diferente a los hasta ahora utilizados, el estético, esto, porque el
mar para Triana es “la suprema belleza, la suma de todas las poten-
cias del orbe, el guardador en su seno de todas las riquezas que hay
bajo el sol”. Este juicio estético se puede observar claramente cuan-
do dice, “la vista de la llanura amazónica es un espectáculo subli-
me”, y entiende por este término la preponderancia de la idea gran-
diosa expresada en forma simple que apenas puede contenerla y explicarla
en breve espacio para conmover profundamente el ánimo de modo casi ins-
tantáneo (Triana, 1907: 149).
Al tiempo que la selva y el mar comparten la capacidad de
conmover el ánimo, son ejemplos de la suprema belleza y guardan
en su interior todas las riquezas, la primera se diferencia del segun-
do porque puede ser explorada, el ser humano puede incursionar
en ella y tener acceso a lo que guarda en su interior, cosa que no
sucede con el mar, pues, este no era accesible fácilmente en la época
de Triana. De esta forma, en la medida en que puede llegar a ser
comprobada la “grandiosidad” contenida en la selva, vemos como
el juicio estético enunciado por el viajero empieza a revestirse de
una materialidad. Contiene ahora una parte emocional y otra ma-
terial, económica, que va saliendo a la luz a medida que el viajero

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 126


se interna y vive en la selva, es decir, que cambia el punto de vista
desde el cual la estaba caracterizando.
De lo anterior surge un paisaje simple y armónico, representado
en la igualdad de “mil leguas de verdura”, pero portador de un sin
fin de posibilidades para la sociedad nacional. Estando en el inte-
rior de la floresta el ingeniero se deleita describiendo los árboles, el
suelo y el aire, elementos que sirven para hacer un diagnóstico de
las condiciones que brinda el lugar a la sociedad y a los diferentes
seres humanos que habitan y podrían habitar en él. Así, Triana escri-
be en su Diario de viaje, que termina siendo su libro, lo siguiente:

El suelo seco y plano, la selva capuda y tibia, el perfume de la arboleda


tropical y el ozono que satura el aire bajo la fronda verde, vivificaban
nuestro ser y levantaban nuestro ánimo. El sol, ya casi olvidado en nuestros
recuerdos, dejaba caer sus rayos por entre los claros del boscaje, y movía
brillanteces de vida bajo las alamedas. Los troncos rectos y erguidos de los
árboles, entre los cuales no crece arbusto pequeño, ni se arrastran las zarzas
trepadoras, permiten espaciar la vista en todas las direcciones, simulando
lejanas perspectivas. La selva grande es una especie de templo de naves
indefinidas, donde se siente el hálito de una divinidad fugitiva.
(Triana, 1907:145-146)

Esta apología a la naturaleza, fruto del reencuentro del viajero


con un “lugar” poseedor de una vegetación exuberante, olvidada en
las paramunas cumbres de la cordillera y que permite “espaciar la
vista en todas las direcciones”, hace que la llegada a la amazonía sea
vista como la posibilidad que tiene el Hombre de renacer, de hacer
una vida civilizada gracias a la construcción de unos cimientos só-
lidos que van a tener su base en el trabajo de la tierra. El suelo seco y
plano, el ozono que satura el aire, el sol que movía brillanteces de vida y
los troncos rectos y erguidos…simulando lejanas perspectivas que los ex-
pedicionarios encuentran en el paso de Juntas sobre el río
Guamués, a doce leguas de Pasto, son las características que Triana

127 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


hizo extensivas a toda la meseta del Guamués, comprendida desde
el paso mencionado hasta el pequeño puerto del Alpichaque, don-
de el río se vuelve navegable.
En esta planicie ubicada a 1000 m.s.n.m. aproximadamente, el
suelo, además de seco y plano empieza a ser descrito como “fecun-
do”, tal cual lo demuestra, según el autor, “la vegetación robusta
de que está cubierto”; la temperatura es suave debido a las brisas,
cálidas y frías del Atlántico y la cordillera respectivamente, y se
encuentran “pequeñas y frecuentes aguas” que la riegan. La con-
junción de estos elementos, lleva a Triana a proponer como horizon-
te de posibilidad la creación de colonias agrícolas, formadas por labriegos
de la cordillera y la altiplanicie…[donde]…pueden fundarse cultivos de
café, cacao, caña de azúcar, yuca, maíz, pastos artificiales, y cuanto el
agricultor de las tierras medias recoge a manos llenas de la próvida la-
branza (Triana, 1907: 150 y 176).
La presencia de “labriegos de la cordillera y la altiplanicie”
implica el establecimiento de un tipo de ser humano específico en
la colonias, poseedor de unas características físicas y sociales que ha-
rían de ellas centros estables y duraderos, basados en el trabajo de la
tierra y donde no habría lugar “á los amantes del oro engañoso” o la
riqueza fácil. Las cualidades que el autor atribuye a los pobladores de
la sierra, las podemos observar cuando escribe lo siguiente:

…ellos son los poderosos, son ellos los conquistadores, ellos son los sa-
bios; porque la lucha fisiológica les dio corazón fuerte, músculo recio y
voluntad de acero. Bajo la apariencia sufrida y humilde del indio de
la altiplanicie, se oculta la energía paciente, señora del mundo, la que
esclaviza la tierra y funda la industria, para mediante ella convertir
en sus tributarios á los amantes del oro engañoso.
(Triana, 1907:58)

De esta forma el indígena de la sierra es representado como un


ser humano excepcional para el trabajo, físicamente tiene “corazón

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 128


fuerte y músculo recio”, espiritualmente es poseedor de una “vo-
luntad de acero” y de la “energía…que esclaviza la tierra y funda la
industria”, elementos que lo hacen el sujeto ideal para depositar en
él el futuro de las “colonias” y, por medio de ellas, instaurar la
“industria” y la civilización en la planicie del Guamués en particu-
lar, y el Piedemonte amazónico en general.
Esta representación del indígena es interesante, ya que deja ver
el elemento de juicio a través del cual el autor establece una
clasificación de los seres humanos, así, la fisiología es la encargada
de decir quién es apto para qué, al establecer relaciones entre las
características físicas de los individuos, la altitud geográfica, la ca-
pacidad para el trabajo y la creación de una sociedad civilizada, de
esta forma se explica el deseo de llevar gente de la cordillera y el
altiplano. El papel de los enunciados fisiológicos en la definición
de los seres humanos es más evidente cuando el explorador escribe:

Si en la tierra fría la vida es más lenta, más selectos los productos y el


pensamiento es más profundo, aunque más laborioso y tardío, también
el proceso de la civilización es perezoso, pero firme…[porque]… no se
edifica el palacio de la industria sobre arenas de oro, sino sobre el pe-
dernal que mella la pica de acero…Por esta antítesis irónica, no hay
pueblos poderosos que pisen sobre tesoros gratuitos. La expresión auste-
ra, el paso lerdo, el pensamiento frío de los hijos de la sierra, correspon-
den con el trabajo fisiológico gastado á cada instante en producir un
aliento de vida; porque en las grandes alturas el simple fenómeno de
llevar sangre al cerebro representa un esfuerzo del corazón, tributo á la
mera existencia, que al nivel del mar no se apaga…
(Triana, 1907:58)

Queda claramente demostrada la relación que el explorador


establece entre los habitantes de tierra fría, la cordillera y el alti-
plano con el proceso de civilización, sinónimo de la industria. Se-
gún él, estos sujetos son los indicados para instaurar unas bases

129 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


sólidas, firmes, que permitan el desarrollo de la región a largo pla-
zo, ya que fisiológicamente están acostumbrados al trabajo duro y
constante para existir. En el pensamiento del autor, ellos son los
únicos que podrían explotar todas las riquezas de la amazonía sin
dejarse llevar por el deseo de enriquecerse fácilmente, aprovecha-
rían al máximo la fecundidad del suelo al esclavizar la tierra; no se
deslumbrarían ante el primer indicio de obtener fácilmente algún
tipo de beneficio. En síntesis, son las personas indicadas para trans-
formar el paisaje del Piedemonte, creando en el horizonte de posibili-
dad el ordenamiento deseado y superando la vacuidad humana que
Triana ha creado durante su viaje.
Las “colonias agrícolas” planteadas por el explorador, además
de ser un medio de apropiación, incorporación de la frontera por
parte de la nación, también representaban la posibilidad de incre-
mentar el valor de las exportaciones del país, al querer aprovechar
al máximo la fertilidad del suelo mediante la instauración de culti-
vos de capital importancia para la economía como el café, el cacao,
la caña de azúcar y los pastos artificiales para ganado. Hay que
tener en cuenta que para 1905 el primero representó el 39.5% de
las exportaciones, mientras los demás, incluidos bajo el renglón de
“otros agropecuarios” el 34.9% y, durante el período 1906-1910 el
37.2% y el 23.9% respectivamente, los dos porcentajes más altos
de ambos períodos (Palacios, 1983: 43).3
Recapitulando, observamos que a medida que Triana efectúa su
viaje, va emergiendo un paisaje específico del lugar que recorre y del
Piedemonte en general. Sin embargo, en ningún momento establece
grandes generalizaciones para esta región, mucho menos para toda la
cuenca amazónica. En síntesis, no utiliza su experiencia de vida para
proponer que toda la amazonía es igual, por el contrario, el autor
parece estar interesado en destacar las diferencias que encuentra.

3 Las cifras fueron tomadas del cuadro no 1, titulado, Composición porcentual del valor
de las exportaciones colombianas, 1834/5-1910 elaborado por Marco Palacios (1983).

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 130


De otra manera, encontramos en la lectura a través de la cual
Triana va creando el paisaje, una percepción del lugar en la que se
mezclan juicios estéticos y económicos, que terminan calificándolo
como “sublime, grandioso y fuente de todas las riquezas”, al tiem-
po que en él no habita ser humano alguno. El horizonte de posibili-
dad es dominado por los enunciados económicos y fisiológicos, y se
caracterizaría por la instauración de las llamadas “colonias agríco-
las” como medio de apropiación, por parte de la sociedad nacional,
de la planicie.

Haciendas, educación indígena y patriotismo:


entre los puertos de Guineo y el Limón
Con algunas variaciones en su composición, las colonias agrí-
colas propuestas para la planicie del Guamués, se presentan en el
pensamiento de Triana como el principal medio para incorporar el
Piedemonte amazónico a la nación o vistas desde la otra cara de la
moneda, definen la posición que el gobierno central le otorga a esta
región dentro del sistema social, político, económico y cultural
que implicaba crear una nación moderna, este rol se puede apreciar
más claramente al analizar los cambios introducidos en el modelo
de las colonias y sus motivos.
Las reformas planteadas se refieren ante todo al tipo de indivi-
duos que trabajarían en ellas. La fisiología de los indígenas del alti-
plano y la cordillera deja de ser una razón suficiente para confiarles
la construcción de “colonias” sólidas y prósperas, es necesario que
quienes laboren en ellas posean un verdadero interés en el bienes-
tar de la “patria”. Este cambio en la conceptualización del ser hu-
mano futuro, se debe a la “experiencia cotidiana” que tiene el ex-
plorador durante el resto de su viaje con diferentes comunidades
indígenas y blancas existentes en la región, ubicadas en poblados
como La Sofía, San José, Guineo, Sibundoy y Santiago, que lo lle-
van a replantear su pensamiento en torno a los pobladores de la
sierra, y a ver en algunos habitantes del Piedemonte, la posibilidad

131 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


de hacerlos participes de las colonias, previa instrucción o “educa-
ción de indígenas”.
Su “experiencia de vida” en el Piedemonte también presenta
algunos cambios. Ahora lo ve como poseedor de una gran canti-
dad de riquezas a nivel agrícola, gracias a las cualidades del suelo y
el “clima sano y apropiado á una gran variedad de cultivos remu-
neradores”. El explorador introduce dos elementos que no apa-
recieron cuando pasó por la planicie del Guamués, estos son: la
“comunicabilidad” de la región con otras del país y del continente
a través de los diferentes ríos y caminos, y la existencia de “indíge-
nas inteligentes y robustos” en el Piedemonte. Una descripción en
la que aparecen tanto los nuevos rasgos, como los mencionados
anteriormente, la encontramos cuando Triana se dirige hacia Mocoa
después de abandonar los pueblos de San José y Guineo. En estos
momentos escribe lo siguiente:

Los senderos del Guineo y el Limón, sendos puertos fluviales, los más
avanzados de las dos grandes aortas de la llanura oriental, hacen su
cruzamiento en las primeras faldas de la cordillera, á cuatro leguas
próximamente de uno y otro embarcadero. !Qué situación la de esta
planicie tan propicia para una colonia agrícola! Distante tres leguas
de Mocoa, centro de recursos, los cuales hoy han desaparecido por la
decadencia consiguiente al sosiego industrial del territorio; de terreno
bajo, plano y seco, aunque rico en corrientes; rodeada de una numero-
sa parcialidad de indígenas inteligentes y robustos; de clima sano y
apropiado á una gran variedad de cultivos remuneradores; en comu-
nicación inmediata con Nariño por el sendero ya colonizado de Mocoa
y Sibundoy, con el Tolima por el río Caquetá, el Orteguaza y el cami-
no de Florencia, y con el Grande Amazonas por sus dos robustos bra-
zos, el Caquetá y el Putumayo, con los cuales este “Padre de las na-
ciones americanas” impone su poderosa providencia sobre la patria
colombiana.
(Triana, 1907:304)

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 132


Como ya se mencionó, las cualidades de los habitantes del
Piedemonte reseñadas por el autor, son producto del interés que
este ve en ellos por la patria, las cuales se definen en el pensamiento
del explorador por dos características. La primera, la preocupación
o curiosidad que demuestran ante proyectos económicos como la
construcción del camino que los comunicaría con Pasto, del cual
Triana es el encargado de proponer el trazado y la segunda, el deseo
por conocer cómo es y dónde queda ubicada la capital de la repú-
blica, al igual que el tamaño del territorio gobernado en ese enton-
ces por Rafael Reyes. Estos elementos van a ser así mismo una
crítica a los pobladores de algunas ciudades, Pasto específicamente,
que muestran poco conocimiento e interés por el pabellón nacional
y los proyectos del gobierno central. Ese comportamiento “patrió-
tico” es presentado por el autor en su texto al referirse, entre otros,
a los indígenas sionas del Putumayo, de quienes escribe:

Los indios de San José, por ejemplo, se han dado mejor cuenta de
nuestra misión que los del valle de Atris y han procedido, en conse-
cuencia, más patrióticamente que muchos señores de categoría en Pas-
to. Manifiestan también una curiosidad muy racional, en cuanto á
las circunstancias del camino… Se consideran más colombianos en su
deseo de conocer cómo es la capital de la República y en el lujo del
pabellón nacional, que muchos hijos de ciudades que ignoran dónde
queda Bogotá y á quienes es preciso conminar para que adornen los
frentes de sus casas el día del natalicio de la patria.
(Triana, 1907:274)

La introducción de enunciados relacionados con la patria es in-


teresante porque deja ver otra función de las “colonias” como un
medio de integración de la región a la nación, son una forma de
construirla al querer implantar un modelo de ordenamiento terri-
torial y de relaciones sociales consideradas peculiares del carácter
nacional; por último, este deseo puede ser relacionado o definido

133 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


como el ejercicio de la soberanía. Ahora no es suficiente traer la-
briegos de la zona andina para lograr una productividad agrícola
alta, sino que es indispensable que quienes trabajen en ellas tengan
un sentimiento de pertenencia con la amazonía y la república, sin
embargo, esta cualidad no basta para empezar a hacerlos participes
de las “colonias”, primero hay que “nacionalizarlos” mediante la
educación, la cual depende del estadio de civilización en que se
encuentren, “salvajes o bárbaros” según Triana, y que los llevaría a
ejercer determinados roles dentro del proceso de colonización. Vale
la pena resaltar que según Triana sólo existen tribus bárbaras en la
región del Piedemonte, las salvajes se encuentran ubicadas en la
planicie amazónica perteneciente a la república.
La diferencia entre las categorías de salvaje y bárbaro en el pen-
samiento de Miguel Triana, radica en que quienes pertenecen a la
primera se encuentran “fuera de todo conocimiento y de toda no-
ción, yacen por debajo del nivel del suelo social”, es decir, que
pertenecen al orden de la naturaleza, que aún no son seres sociales,
mientras que los miembros de la segunda tienen un “nivel moral
apreciable, con desintegración de derechos” al tiempo que son
amantes de ellos y los defienden de quienes los atacan,
con”perseverancia, energía y astucia”. Estas definiciones, hacen que
el objetivo de la educación de las tribus salvajes sea una simple
nivelación por lo bajo, vincularlos a la sociedad inculcándoles, por
lo menos, la noción de la vida de que gozan en el mundo hasta los imbé-
ciles y la sanción moral primaria de los criminales natos (Triana, 1907:
230-231).
De otra manera, la educación dirigida a quienes eran conside-
rados como bárbaros difería substancialmente de la anterior, ya que
en estos se veía la posibilidad de llegar a aprender el comporta-
miento y el saber de la civilización. Ante esto, el explorador propo-
ne la fundación de escuelas con textos muy elementales en idioma bárba-
ro, para enseñar a leer, las cuatro operaciones de aritmética y la Geografía
general de Colombia, como el primer paso para “nacionalizar” a los

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 134


indígenas, e incluso llegar a enseñarles de forma fácil y apropiada el
conocimiento de otras lenguas y todo lo que con éstas se ha logrado expresar,
en orden á ideas trascendentales: la filosofía de las ciencias, los preceptos de
la moral, las autos (Triana, 1907:238).
Estas asignaturas y temas, sugieren una de las formas en que el
gobierno nacional pretende o debe ejercer la soberanía y crear una
conciencia nacional en los pobladores de regiones de frontera como
la amazonía. Mediante el estudio de la geografía se impartiría una
noción del territorio de la república y de las características de cada
región; la lectura era el instrumento a través del cual se podían
enseñar “la filosofía de la ciencia, los preceptos de la moral, etc.”
que pretendían ser iguales en todo el país; y la aritmética era la
base para ingresar en el mundo de la economía monetizada que
implicaban las “colonias agrícolas”.
Los dos primero rasgos son aún más importantes, porque sir-
ven para empezar a crear o introducir en la mente de los indígenas,
la conciencia necesaria para hacerlos partícipes de lo que Benedict
Anderson denomina Comunidad Imaginada (Anderson, 1993) ya que
la enseñanza de la geografía tiene la capacidad de mostrar y dar a
conocer a un grupo humano determinado, otros grupos a los cuales
no va a conocer, pero con los que comparte unas creencias cultura-
les comunes, que, en el caso indígena, van a ser impartidas por la
lectura. Es así como estos elementos pueden provocar un senti-
miento de comunidad entre los diferentes pueblos que conforman
la república. Como corolario podemos decir que la educación pro-
puesta por Triana era un medio de colonizar la imaginación, o el
imaginario, al tratar de cambiar la cosmovisión indígena por otra
en la cual el mundo se amplía hasta los límites de la nación, y las
pautas de comportamiento van a ser redefinidas en función de las
que creen pertinentes los encargados de efectuar la enseñanza. En
síntesis, las “tribus bárbaras” serían objeto de un cambio a nivel
ontológico, en cuanto se pretende modificar su subjetividad y su
condición existencial.

135 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Los dos tipos de educación expuestos pueden ser entendidos
como el deseo por integrar al sistema social, moral y jurídico de la
nación a los indígenas, ya que esto facilitaría al Estado el ejercicio
de su soberanía sobre los individuos, al ajustarlos a un modelo cul-
tural hegemónico que de ahora en adelante los situaba en el mismo
estatus de los habitantes de las ciudades, pueblos y zonas rurales de
la región andina, y por lo tanto los convertía en objeto de las mis-
mas leyes y sanciones.
En este momento el tipo de ser humano que estaría vinculado
con el proceso de colonización del Piedemonte, es social y
culturalmente portador de pautas de comportamiento “occidenta-
les”, debido a los conocimientos que se le impartirían mediante el
modelo educativo propuesto por el director de la Expedición científica
al Putumayo, al tiempo que las diferencias raciales parecen no tener
importancia. Así, en el horizonte de existencia las “colonias” absorben
al indígena, convirtiéndolo en jornalero, peón, o en el mejor de los
casos, en campesino si lograba ser propietario de un pedazo de tierra,
ya que la repartición de esta en las “colonias” no pretendía promover
los minifundios, ni mucho menos dar a cada indígena una finca, todo
lo contrario, Triana ve en las “haciendas” y en el trabajo de los “colo-
nos”, ex-campesinos en los Andes, los mejores sistemas para usufruc-
tuar la región, tal como lo deja ver cuando escribe:

Aquella región convida á que se la colonice: allí cabrían numerosas


haciendas de ganado, el cual ofrece generosa remuneración en los merca-
dos del Marañón, donde vale una cabeza quinientos soles; allí los
cacaotales, cañaverales, tabacales, los cultivos de caucho y kola y las
mil industrias agrícolas del Trópico, tapizarían de variados matices de
verdura la pampa fecunda. Los capitales grandes y los pequeños recur-
sos encontrarían allí la centuplicación como premio, y el esfuerzo del
colono, portador de habilidad y perseverancia, sería recompensado con
rápida riqueza.
(Triana, 1907:304)

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 136


Observamos aquí un nuevo rasgo del horizonte de posibilidad.
Ahora, se añade al modelo de colonización presentado la figura la
hacienda ganadera, que encuentra su justificación en la posibilidad
de lograr beneficios económicos importantes por medio de la ex-
portación de su producción hacia el corazón de la cuenca amazónica
y que en los años posteriores va a marcar el desarrollo de la amazonía.4
Este nuevo elemento nos ayuda a discernir mejor la forma de te-
nencia de la tierra, ordenamiento espacial que propone Triana, la
cual podemos resumir como la implantación del mismo paisaje
existente en la región andina, donde predominan los latifundios
con sus respectivas relaciones sociales entre el señor latifundista,
los jornaleros, aparceros, etc., esto, independientemente de que el
autor plantee la posibilidad de “rápida riqueza” para “los capitales
grandes y pequeños”, pues, ¿quiénes tenían ese capital? Los indí-
genas no, tampoco el campesino convertido en colono, estos sólo
tenían su trabajo. De esta manera, y como se mencionó anterior-
mente, la igualdad en las “colonias y haciendas” no es social ni eco-
nómica; tiende al comportamiento, a las maneras de conducción de
los individuos, a la adopción de la norma legal y cultural.
El horizonte de existencia posible visualizado por el explorador para
la región comprendida entre los embarcaderos de el Limón y Guineo,
se caracteriza por la reproducción del sistema productivo agrícola
existente en los Andes, y por la necesidad de crear una conciencia
nacional que sirva para facilitar al Estado el ejercicio de la sobera-
nía, no sólo sobre el territorio amazónico, también sobre los indivi-
duos que allí habitaban. De esta forma, el tipo de educación pro-

4 Sobre la importancia del modelo de la hacienda ganadera en el desarrollo de la


Amazonía durante el siglo xx, se recomienda ver los trabajos: Jaramillo J., Mora, L. y
Cubides, F. (1986) y Serrano, E. (1994). Al respecto, como señala Bernardo Tovar
(1991) hacia 1920, según estadísticas del Segundo congreso de mejoras públicas, ya existían
88 haciendas ganaderas, 11.926 cabezas de ganado vacuno y 15.900 hectáreas de pas-
tos cultivados solamente en la parte del Caquetá.

137 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


puesto, sus asignaturas, temas y pedagogía tenía como objetivo
transformar la subjetividad del indígena, en quien se han reconoci-
do aptitudes para la “civilización”, para hacer de él un colombiano,
es decir, un individuo conocedor y poseedor de unas normas deter-
minadas de comportamiento para la vida social, económica, políti-
ca y cultural que son las de una sociedad en proceso de expansión y
modernización, situada al comienzo del camino que la llevaría del
predominio de lo rural a lo urbano, de las relaciones jerárquicas y
recíprocas, a unas supuestamente “igualitarias” entre ciudadanos.
En comparación con el horizonte de posibilidad propuesto al es-
cribir sobre la planicie del Guamués, encontramos en este momen-
to junto a los enunciados económicos y fisiológicos, los patrióticos,
comerciales, educativos y los relacionados con la soberanía, como
los elementos que poco a poco tejen el discurso por medio del cual
Triana va creando el paisaje de la región y le otorga a esta una
posición determinada dentro de la sociedad nacional.

Geoestrategia, costumbres y cambio:


el Valle del Sibundoy
Al dejar Mocoa y seguir el camino de regreso hacia Pasto, la
Expedición llega al valle del Sibundoy localizado a ocho leguas de
esta última ciudad. Este, se presenta a los ojos del explorador de
igual forma que los lugares anteriores, lo deslumbra por una ri-
queza inimaginada que al parecer, sólo quien posea un “criterio
económico” puede apreciar. Sin embargo, su incursión en el valle
lo sorprende ya que lo que había escuchado sobre él era poco frente
a lo que observa. Triana escribe lo siguiente:

Al salir de los desmontes, se ofrece á la vista del viajero un extenso y


hermoso valle, tan plano y festivo como la sabana de Bogotá: es el valle
de Sibundoy. Aunque habíamos oído hablar de él; no teníamos cabal
idea ni de su formación, ni de su amplitud, ni de su importancia, ni de

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 138


su riqueza: se goza de una sorpresa gratísima al contemplarlo y se
maravilla el hombre de algún criterio económico al considerar inmedia-
tamente, cómo ha podido conservarse esta riqueza ignorada y como des-
deñada por la industria, á ocho leguas distante de una ciudad, de tan
laboriosos habitantes, como Pasto.
(Triana, 1907:320-321).

Esta vez los enunciados que sirven para dar cuenta de su expe-
riencia de vida en la amazonía están relacionados con la disposición
y características del terreno. Al pensar en su “formación, amplitud
e importancia”, Triana está evaluando el lugar desde el campo de la
geografía física, siendo esta la que determina la riqueza y relevan-
cia del valle para el Piedemonte. De esta forma, podemos decir que
esta conceptualización se genera al ser pensado como un punto es-
tratégico para el proceso de colonización, aún más cuando el autor,
ese “hombre de algún criterio económico” se maravilla y pregunta,
¿cómo ha podido conservarse esta riqueza ignorada y como desdeñada por
la industria, si posee una extensión y un suelo plano que lo asemejan
a la sabana de Bogotá, asiento de la capital de la república, y se
encuentra tan cerca de la ciudad de Pasto?
Esta condición que perturba y fascina al explorador, es impor-
tante porque hace del valle un posible punto de avance de la civili-
zación hacia la “región Oriental”, por lo tanto, el centro de enlace
entre los pobladores de la cordillera y las “colonias agrícolas y ha-
ciendas ganaderas” que existirían en la planicie del Guamués y en
la zona comprendida entre los embarcaderos de el Limón y el
Guineo, principalmente.
Aunque en el horizonte de posibilidad el valle es visto como un
punto de unión que, además de ser importante desde el punto de
vista estratégico para promover la migración de campesinos prove-
nientes de la región Andina hacia la amazonía, posee suelos ricos
para el establecimiento de una industria estable y un poblado du-
radero, con una vida social propia independiente del flujo

139 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


poblacional. En cuanto lugar, a medida que los miembros de la
Expedición científica al Putumayo ingresan en él y visitan los pobla-
dos indígenas de Sibundoy y Santiago, encuentran en la concep-
ción de la vida de los habitantes del primero, específicamente en
el fuerte “apego á la costumbre”, quizás la causa principal del
atraso que los impresionó al arribar al valle y en la actitud de los
santiagueños, de supuesta filiación “quichua”, la posibilidad de un
futuro para la amazonía ya que son “altivos, trabajadores, inteli-
gentes y ambiciosos de mando” entre otras cualidades que les atri-
buye Triana.
Visualizando un futuro partiendo del presente, el autor esta-
blece grandes diferencias entre los habitantes de los poblados. En
sus planes no caben los sibundoyes, esta “parcialidad está próxima
a desaparecer”, mientras los pobladores de Santiago podrían ser
partícipes de sus propuestas. Sin embargo, veamos lo que escribe
en su diario de viaje el explorador:

Al llegar al valle precursor de Pasto y pasar por la colonia blanca de


San Francisco, vestidos hombres y mujeres a la europea, cuando ya se
espera pisar tierra de cristianos, choca al viajero tropezar otra vez con
indios casi desnudos y sufre de pudor, porque piensa que estos vecinos de
la civilización se presentan así por indecentes y no por causa de su
salvaje sencillez y naturalidad. Esta esquivez á imitar los trajes civi-
lizados, será suficiente indicativo de la paralización mental de estos
indios y de su estado estacionario, si no militara en apoyo de esta tesis
un cúmulo de datos característicos, por el mismo estilo.
(Triana, 1907:325)

En este momento, el tipo de “vestido” utilizado por los habi-


tantes de Sibundoy es el elemento que indigna a Triana. Para él es
imperdonable que quienes tienen la oportunidad de residir cerca a
centros como Pasto o San Francisco, no posean por lo menos la
costumbre de vestir a la “europea”, lo cual dice mucho de ellos,

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 140


tanto como para calificarlos de sufrir una “paralización mental”.
Tal carencia significa una incapacidad para recibir y ser partícipes
de la civilización o de las normas sociales, culturales y legales de la
nación. Podemos decir que el explorador no encuentra en ellos el
mínimo de potencial o aptitud para el cambio que está proponiendo
con la fundación de “colonias agrícolas” y caminos de migración.
Junto a su falta de receptividad, el autor señala otros rasgos que
le sirven para vituperar la organización social y las costumbres de
los sibundoyes, tal como lo son la falta de higiene, la supervivencia de
hechiceros, médicos, brujos, envenenadores y la tendencia al suicidio, todo
lo cual lo lleva a plantear su pronta desaparición. No obstante,
estas características son el síntoma de un mal mayor relacionado
con la actitud ante la vida, a saber, “el apego a la costumbre” que
resume Triana al anotar, como están en este momento, así quieren
seguir siendo indefinidamente. Para ellos el ideal es la quietud (Triana,
1907:325). A este se contrapone el deseo por el cambio de indíge-
nas como los sionas y santiagueños especialmente.
De esta forma, podemos plantear que el explorador atribuye
a los pobladores de Sibundoy una forma de entender y actuar en el
mundo de orden diferente a la de grupos como los sionas y los
santiagueños, que niega toda posibilidad a la transformación de
las costumbres y, por ende, tratar de introducirlos en un proceso
educativo con el fin de “nacionalizarlos” sería simplemente una
perdida de tiempo, tal como se puede deducir de las últimas pa-
labras escritas sobre ellos: …los sibundoyes constituyen una tribu de
bárbaros completamente distinta de las que la rodean… que seguramente se
extinguirá antes de que la luz de una nueva idea la ilumine. (Triana,
1907:329).
Con esta sentencia en mente Triana llega a Santiago, de su expe-
riencia cotidiana aquí, recupera la confianza en los pobladores del
Piedemonte y vuelve a ver en ellos aptitudes para la civilización.
Esta vez, inspiradas en el deseo e inclinación que muestran los
santiagueños por el cambio, representado por la existencia de una

141 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


escuela y por los constantes viajes que hacen rumbo a Pasto. Al
mismo tiempo, las actividades llevadas a cabo cotidianamente como
ir a misa, su comportamiento en ella, y la preocupación de los ni-
ños por ir a la escuela con la “cusma limpia y muy peinados”, son
las actitudes que el explorador destaca en ellos.
La fascinación aparente de Miguel Triana con las costumbres
de la sociedad existente en el último poblado del valle de Sibundoy,
lo lleva a establecer una comparación entre sus habitantes y los
sibundoyes, en la cual los primeros son objeto de una loa hasta
ahora sin precedente en su relato de viaje, tal como lo deja ver
cuando escribe lo siguiente:

La diferencia [con los sibundoyes], en efecto, es inmensa: estos son


altivos, trabajadores, inteligentes, ambiciosos de mando é intrigantes
en las elecciones de gobernador. La pureza de sus costumbres hace tam-
bién contraste con la relajación de los sibundoyes, entre quienes el adul-
terio es común. Son amigos de hacer largos viajes y aspiran al cruza-
miento con los blancos. Las mujeres son fieles, laboriosas y fecundas;
ellas les tejen las cusmas de lana azul y las zurcen en randa graciosa
con hilo rojo, torcido también por sí mismas; modo de traje que junto
con su aseo, sirve para distinguirlos fácilmente. La afición á la música
es un rasgo característico de los santiagueños: todos tocan arpa, violín o
flauta, instrumentos de un arte superior, construidos por ellos.
(Triana, 1907:335)

En las trescientas treinta y ocho páginas que componen el texto


de Triana, el explorador nunca había descrito de una forma similar
a una comunidad, fuese blanca, negra, mestiza o indígena, de esta
forma, la representación de los santiagueños resulta única. En con-
clusión, podemos decir que encuentra en ellos una sociedad ideal
desde el punto de vista de las costumbres que poseen y practican,
los hombres, las mujeres y los niños tienen cualidades que pueden
ser definidas como excepcionales, a tal punto, que llega a escribir:

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 142


sentimos tan tierna emoción, que pedimos al cielo conservara á este pueblo la
simplicidad poética de sus costumbres.
En esta última frase encontramos la razón de la admiración que
lleva a Triana a pedir prácticamente la conjunción entre el horizonte
de existencia y el lugar, para que éste no sea transformado con el
tiempo. En este momento el enunciado estético, poético, es más fuerte
en su pensamiento que los deseos de nacionalizar a todos los habi-
tantes del Piedemonte, incorporándolos al sistema económico y
social propuesto, es decir, las “colonias agrícolas”. Visualiza en el
horizonte de posibilidad la convivencia entre dos tipos de sociedades;
una, en proceso de modernización económica y social y otra que se
presentaría como reducto de un estadio social inferior, pero que
merece no sufrir el proceso avasallador de la primera, pues la “pu-
reza y simplicidad de sus costumbres” y de su organización social
se vería trastocada, generando que al incluirlas en el régimen indivi-
dualista europeo, se trastornen sus nociones de la vida social, lo cual provo-
caría su embrutecimiento y degeneración moral (Triana, 1907:335).
Encontramos en estos últimos planes del explorador una para-
doja o ambivalencia, ya que por un momento son más importantes
los enunciados estéticos, que hasta ahora venían siendo puestos en
segundo plano dando prioridad a los fisiológicos, patrióticos, eco-
nómicos y educativos. Parece ceder en su ideal de instaurar colo-
nias con un sistema educativo que asegure la soberanía del Estado,
la creación de una conciencia nacional y la modernización econó-
mica y social del Piedemonte. Sin embargo, esta “poética de las
costumbres” de los santiagueños puede ser interpretada de otra for-
ma, no como la preservación de una sociedad tradicional sino como
el tipo ideal de sociedad indígena que quiere Triana, así, la “edu-
cación indígena” tendría como finalidad última hacer de las dife-
rentes “tribus bárbaras” de la región portadoras de unas costum-
bres y un pensamiento similar al de los indígenas de Santiago, ya
que estos son partidarios del cambio, “del cruzamiento con los
blancos, inteligentes, trabajadores”, las mujeres “laboriosas, fieles

143 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


y fecundas” y poseen aptitud para las “artes superiores”. Igualmen-
te, los niños asisten a la escuela que se encuentra en manos de los
misioneros, quienes son los encargados de dar misa, de esta forma
aprenden a leer y algo de catecismo, este último como forma de
enseñar “los preceptos de la moral, y las abstracciones sobre Dios y
el alma” mencionadas anteriormente.
Finalmente, podemos decir que la estructura social en que se
encuentran los pobladores de Santiago, es el ideal para tener perso-
nas que puedan ser incorporadas en los trabajos que implicaban
erigir “colonias agrícolas”, haciendas ganaderas y caminos que co-
municaran la región con el resto del país, puesto que esos indivi-
duos tienen una educación básica y una forma de pensar que los
hace aptos para esos menesteres. Por último, el desafío que entre
líneas plantea Triana es, ¿cómo incorporar sociedades como la
santiagueña, poseedoras de unas costumbres y “nociones de la vida
social” dignas de salvaguardar y cuidar de la “degeneración”, a un
régimen en el cual prima el interés individual, generalmente aso-
ciado con el económico?¿ Cómo hacerlos partícipes de los modelos
de colonización sin destruir su relaciones sociales? ¿Cuál es el pa-
pel que debe asignárseles dentro del horizonte de existencia posible
visualizado? Estos son interrogantes sin respuesta.

III. LA LLANURA AMAZÓNICA COLOMBIANA:


U N A N U E VA F R O N T E R A

Al comienzo de este artículo, la cordillera de los Andes se pre-


sentó como la frontera de la civilización, el lugar hasta donde lle-
gaba el influjo de la vida andina caracterizada por las instituciones
legales de la república, el trabajo agrícola como medio de subsis-
tencia y las costumbres de los habitantes de pequeñas ciudades
como Pasto. De otra forma, a medida que la Expedición científica al
Putumayo recorre el Piedemonte amazónico, su director empieza a
dar cuenta de diferentes lugares, a darlos a conocer mediante su

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 144


relato que, además, pretende ser un aporte a “la sociología colom-
biana”, al describir las costumbres de los habitantes de la región.
Sin embargo, mediante el proceso de creación del paisaje expuesto
en el apartado anterior, el autor instaura otra frontera, presente y
futura, que se convierte en una referencia pero que no es traspasada
por él, lugar del cual sólo se conoce lo que cuentan los habitantes
de la región; al que no llegará rápidamente la influencia de la socie-
dad nacional, pues primero tendría que establecerse firmemente en
el Piedemonte, así, la llanura amazónica colombiana aún no puede
ser colonizada.
El establecimiento de esta última como una nueva frontera de
la civilización, puede ser deducido de las palabras que escribe Triana
al iniciar su regreso a Pasto y dar la espalda a la extensa planicie
que se abre hacia el oriente, todo esto, en el embarcadero de San
José sobre el río Putumayo. En ellas encontramos los límites del
pensamiento y de su construcción del paisaje, ya que el autor es
incapaz de emitir juicios que provengan de su experiencia, y da por
sentado lo que le dicen, por lo tanto perpetúa sin poner en duda
algunos imaginarios. El único filtro que aplica parece ser lo que
encontró en su viaje hasta el poblado siona y el auge que tuvieron
las ciudades de la amazonía brasileña en la época de la explotación
cauchera y quinera, que llevó a Manaos y a Belén del Pará a un
período de florecimiento sin igual. De esta forma Triana escribió:

El río tranquilo y majestuoso que en curvas elegantes se desarrolla lla-


nura adentro, nos invitaba á seguir su curso y parecía prometernos muy
hermosas aventuras. Con la imaginación y valiéndonos de los informes
del joven Ortiz, hicimos un viaje ideal de salvajes en la incómoda ca-
noa, comiendo plátano cogido al azar en las fecundas vegas, y dur-
miendo bajo las hojas de las palmeras en la arenosa playa, hasta donde
las brisas civilizadoras del océano, con el buque de vapor, traen las
comodidades para el viajero. Cerrábamos los ojos para ver la encanta-
dora agitación de la industria que hoy invade el Marañón, para escu-

145 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


char el bullicio de todas las lenguas europeas que allí se hablan y para
comparar las inúmeras costumbres que allí se usan, con las que hemos
venido describiendo de nuestros compatriotas los sionas y los guitotes,
habitantes y señores del predio abandonado que nos toca de derecho en
la participación que allí se hacen las naciones.
(Triana, 1907: 286)

En el paisaje de la planicie amazónica presentada por el explo-


rador existen dos lugares claramente diferenciados, el primero, co-
rrespondiente con la parte colombiana, caracterizado por la exis-
tencia de la vida indígena, cuyo medio de comunicación es la canoa,
y en el cual la naturaleza es la encargada de proveer a los pobladores
los alimentos y la habitación, aparentemente sin el menor esfuerzo
de estos. El segundo, corresponde a la parte brasileña, lugar de la
civilización, donde imperan la industria y las lenguas europeas, se
presenta como un centro en cierta forma cosmopolita gracias al
comercio que posibilita el encuentro de personas de diferentes par-
tes del mundo.
De lo anterior, la planicie amazónica colombiana surge como
un punto límite a la civilización que la cerca por sus extremos, por
lo tanto, reducto de costumbres indígenas que en un futuro deben
ser transformadas para hacer estas tierras partícipes de la vida que
plantea la sociedad nacional, como supuesta representante de un
deber ser moderno. Sin embargo, su carácter fronterizo en el pensa-
miento de Triana viene dado por la posición desde la cual él cree
que deben penetrar los cambios. No contempla en ningún mo-
mento la posibilidad de ejercer una acción desde el río Amazonas
hacia el Putumayo, porque esto significaba el influjo de las parti-
cularidades de las sociedades brasileña, peruana o cualquier otra
que pudiese llegar por esa vía, todo lo contrario, cree que deben ser
la cordillera y el Piedemonte los lugares por donde la civilización
tiene que llegar a la región. De esta forma, la república colombiana
estaría en capacidad de ejercer su soberanía sobre ella al crear en los

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 146


indígenas, mediante el sistema educativo, un sentimiento de per-
tenencia hacia Colombia; por otro lado, la promoción de la migra-
ción de habitantes de los Andes hacia la amazonía, al igual que la
construcción de caminos y “colonias agrícolas” también pueden ser
entendidas en el marco del ejercicio de la soberanía.
Es por todo lo anterior que la planicie se presenta como una
nueva frontera para la nación colombiana, en cuanto representa un
problema de soberanía sobre la tierra y los habitantes de la región,
aún más cuando las propuestas esbozadas por el autor, están rela-
cionadas con la colonización del Piedemonte como una primera
etapa de apropiación de la “región oriental”, dejando la llanura
comprendida por los ríos Caqueta y Putumayo para una segunda
etapa, es decir, a la espera, tal como lo deja ver al escribir: En último
término está la pampa casi ilimitada, sobre la que el país no ejercerá pose-
sión mientras no esté en capacidad de llevar á ella millones de colonos que
la nacionalicen (Triana, 1907).

I V. E L C A M I N O D E L S U R :
EL GRAN PROYECTO COLONIZADOR

Como se recordará, el objetivo principal de la Expedición al


Putumayo consistía en buscar la mejor ruta posible para construir el
camino que comunicaría a la ciudad de Pasto con el puerto de La
Sofía, sobre el río Putumayo. Por lo tanto, su director, el Ingeniero
Civil Miguel Triana, era el encargado de hacer el trazado de dicha
obra, con la cual el Gobierno de la República pretendía promover
la colonización de la ubérrima “región oriental” e instaurar el co-
mercio entre Nariño y el Brasil.
Los argumentos esgrimidos en favor del camino, están relacio-
nados con la importancia que puede tener su construcción como
medio de colonizar la “región oriental” y, en nuestro caso, con el
proceso de creación del paisaje, está vez, haciendo referencia única-
mente al horizonte de posibilidad. De este modo, el explorador escribe:

147 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


El fomento del camino ó, mejor dicho, de tráfico local, es muy fácil.
Consiste en adjudicar á uno y otro lado del trazo pequeños lotes a los
millares de labriegos pobres que viven miserablemente en la altiplanicie
y que mirarían tal adjudicación como un beneficio redentor. También
hay en las ciudades y poblaciones de la Sierra un sinnúmero de personas
sin oficio bastante lucrativo, más bien cobardes para la lucha de la
vida, que propiamente vagos. Estos se enrolarían gustosos, con probabi-
lidades de hacer una pequeña fortuna, el día de esta leva colonizadora.
Las adjudicaciones de á 25 ó 50 hectáreas, con apariencia de remune-
ración ó premio á los peones y empleados subalternos de esta empresa, fue
consultada por nosotros al Supremo Gobierno con el objeto de prevenir el
evento de que este camino, por el alto costo que ha de representar, se
quede en el simple trazo, borrable en poco tiempo por la maleza. La faja
de desmontes consiguiente, de un kilómetro de anchura, en toda la ex-
tensión de la línea, y el cúmulo de habitantes de esta zona, determinará
la construcción y conservación, á escote simulado ó por contribución in-
directa, de un camino de capital importancia, sobre un trazo científico…
(Triana, 1907:122)

En un primer momento, el camino representa la posibilidad de


reorganizar la población existente en la altiplanicie, al brindar a los
“labriegos” más pobres la oportunidad de asirse a una porción de
tierra, que en su lugar de habitación empieza a adquirir precios
muy altos. Triana presenta la colonización del Piedemonte como el
horizonte de posibilidad en la cual se daría solución al problema rural,
condición que también se da a nivel urbano, porque el “fomento
del camino” puede servir para atraer a una serie de personas que
viven en la ciudades de la cordillera sin una ocupación fija, que,
aunque no son propiamente “vagos” según el autor, si se empiezan
a percibir como un problema en potencia, pues es necesario ocu-
parlos en algo productivo.
En segundo lugar, el dar tierra a lado y lado del camino a los
“labriegos” y vagos de la región andina, convertidos ahora en “peo-

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 148


nes y empleados subalternos”, se convierte en la estrategia por medio
de la cual se asegura el éxito de la obra a lo largo del tiempo, ya que
estos serían los encargados de hacer el mantenimiento de la vía.
Este trabajo constante y no remunerado deja ver otro aspecto del
pensamiento de Triana, ya que el hecho de dar tierra a la gente
proveniente de los Andes se convierte en un acto a través del cual
se pretende amarrarlos al camino. Así, su trabajo en la conserva-
ción puede ser entendido como el valor o el impuesto que deben
pagar por haber adquirido una parcela. Por lo tanto, esta no es el
pago por su participación en la construcción inicial.
En conclusión, Triana plantea dejar toda la responsabilidad so-
bre el camino en manos de sus vecinos, liberando al gobierno de
cualquier gasto o inversión para mejorarlo. De esta manera pode-
mos decir que él se acoge a una forma de pensamiento habitual en
la historia del país, que cree que la implementación de mejoras
técnicas o la elaboración de obras de infraestructura traen, o son
sinónimas del progreso y la civilización, tal como se puede deducir
de las esperanzadas palabras que escribe para decir: …el camino abri-
ría el campo á la emigración voluntaria de empresas hacia el rico Caquetá
y se establecería el éxodo paulatino y atemperado de la raza cordillerana,
portadora de una civilización estable, hacia la llanura salvaje (Triana,
1907:123).
Este proyecto es el más importante para lograr transformar el
“paisaje” del Piedemonte, pues es él quien da pie a la instauración
de las “colonias agrícolas”. Es el motor del proceso de apropiación
de la amazonía por parte de la nación, posibilita la inmigración de
habitantes de la zona andina y, en definitiva, es el elemento que
podría hacer realidad, lugar el horizonte de existencia posible caracteri-
zado anteriormente. Es una forma de construir en la amazonía un
paisaje nacional.
Sin embargo, en el Informe Oficial presentado al gobierno de la
República, Triana deja de lado algunos de los argumentos presen-
tados en favor de la construcción de un camino, especialmente los

149 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


relacionados con la reorganización de la población de la zona andina,
para dar paso a asuntos netamente económicos, de costos esta vez.
El asunto de promover la migración de labriegos de la “raza
cordillerana” también es abandonado en cierta medida, ahora em-
pieza a tener en cuenta los beneficios que puede traer utilizar a los
indígenas como mano de obra, con el fin de abaratar los costos del
proyecto.
Con estos problemas en mente Triana brinda dos posibles rutas
para construir el camino. La primera partía de Pasto, seguía por los
poblados de Funes y Puerres, luego rodeaba el Cerro del Alcalde
por su costado sur hasta llegar al Ríosucio, por este se pasaba hacia
el Guamués para así llegar a La Sofía. La segunda, a la cual se dio
mayor importancia por diferentes motivos analizados a continua-
ción, partía de Pasto, bordeaba la laguna de La Cocha por el norte
hacia el lugar de San Andrés, en las inmediaciones del Valle de
Sibundoy, y de este bajaba bordeando el río Putumayo hasta San
Vicente, para finalmente ir a dar a La Sofía.
Ante la ruta por Funes, el explorador parece no tener más argu-
mentos que los expuestos en una serie de estadísticas en las que
analiza el costo de la obra, el cual sería de $95.000 en total, con un
promedio de $5.000 por legua de construcción, en contra de los
$145.000 que valdría la ruta por San Andrés, y en la que el prome-
dio por legua era de $6.000. Sin embargo, esta última presenta
alguna ventajas ya que sólo tendría 1180 y 3480 metros de subidas
y bajadas, contra 2220 y 4920 metros respectivamente, que ten-
dría la primera. Por último, la distancia total a la que quedaría
Pasto de La Sofía por Funes era de 44 leguas mientras por San
Andrés era de 38 leguas. Como complemento a las estadísticas,
Triana aduce otro tipo de razones por las cuales es mejor construir
el camino por la vía San Andrés-San Vicente-La Sofía, algunas de
ellas tomadas de las sugerencias que un misionero franciscano con
quien se relacionó en Mocoa le dio, y que se resumen en el prove-
cho que se puede sacar de las maderas del valle de La Cocha y del

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 150


trabajo de los indígenas del Valle de Sibundoy, el cual es visto como
brazos á precio ínfimo (Triana, 1907) 5 .
Además de la mano de obra barata y la madera para utilizar en
las obras, el camino por San Andrés del Putumayo presenta a los
ojos del explorador varios beneficios, cuyo criterio de evaluación se
da a partir de la conceptualización elaborada de los diferentes luga-
res que identificó en el Piedemonte. Es decir, por la existencia de
suelos fértiles, de un clima apto para colonos procedentes de la
zona andina, de la comunicabilidad del Piedemonte y, por último,
de las características de algunos grupos humanos como los indíge-
nas de Santiago y los habitantes de San Francisco Elementos que se
encuentran superpuestos en las razones que utiliza en defensa de
esta ruta, y que encontramos cuando escribe en el Informe oficial
sobre el camino de “Nariño” al puerto de La Sofía, en el río Putumayo
(1906):

Transmontada la cordillera por su mayor depresión, en el Boquerón de


La Cocha, se encuentran fértiles terrenos colonizables.
En primer lugar está el amplio cuenco del lago, á cuatro leguas de la
ciudad, de donde se podrá proveer ésta…de productos agrícolas, ya en-
carecidos; porque los resguardos indígenas de los contornos son
insuficientes.
En segundo lugar está á ocho leguas… el valle de Sibundoy, más am-
plio que el de Pasto, fértil, plano y de dulce clima, á 2.000 [m.s.n.m.],
donde podrá duplicarse el fomento agrícola de esta capital, ocupado por
unos centenares de indígenas, rebeldes al sentido moral.
En tercer lugar… se encuentran la amplia meseta que demora á
las faldas del Patascoy, circundada por el río Guamués, y los valles

5 Ver los cuadros titulados: Perfil deducido para la línea por Funes…; Perfil deducido
para el proyecto por San Andrés de Putumayo y Cuadro comparativo de las cuatro vías. Los
argumentos presentados por el misionero, de quien no se da el nombre, pueden encon-
trarse en: Triana, 1907: 314

151 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


abiertos de los ríos Orito y San Juan, de clima benigno y fresco, á una
altura entre 1.000 y 500 [m.s.n.m.], capaces para una gran colonia
blanca de más de cuarenta mil familias.
En último término está la pampa casi ilimitada, sobre la que el país no
ejercerá posesión mientras no esté en capacidad de llevar á ella millones
de colonos que la nacionalicen.
(Triana, 1907:347)

Finalmente, podemos afirmar que en la ruta sugerida por Triana


al gobierno central, las características de los lugares que identificó
mediante su experiencia de vida en el Piedemonte, son las que deter-
minaron en última instancia la vía escogida. Así, la presencia de
grupos humanos en el valle de Sibundoy, en contraposición a la
meseta del Guamués, independientemente de las diferencias entre
sibundoyes y santiagueños, fue uno de los factores de más peso en
su decisión, pues estos representaban la posibilidad de proveer ali-
mentos y mano de obra durante el período de construcción del
camino. De igual manera, la actitud de los habitantes de Santiago
frente a Triana y la nación, encarnada en la enseñanza escolarizada
y los sacerdotes misioneros, fue otro aspecto importante ya que
significó encontrar en ellos una predisposición favorable para los
intereses del gobierno. Por lo tanto, observamos que los elementos
de juicio existentes en la elección de la ruta por la cual iría el cami-
no, no sólo fueron de tipo económico y/o climático: costos, fertili-
dad del suelo y cualidades de los lugares desde un punto de vista
occidental, respectivamente. También jugó un papel de primera
importancia la representación que el explorador hizo de los habi-
tantes que encontró durante su viaje en la región.

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 152


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ALVARO ANDRÉS SANTOYO

Antropólogo. Investigador independiente. Actualmente adelanta la investigación


sobre las representaciones nacionales de la amazonía colombiana desde 1850
gracias a una beca otorgada por el Ministerio de Cultura. Otras áreas de interés
incluyen la ciudadanía, los estudios subalternos y los movimientos sociales.
E-mail: aa_santoyod@hotmail.com

Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 154


Las naturalezas
del paisaje

Alberto Castrillón
Profesor asociado
Universidad Nacional sede Medellín

Resumen

L a producción de conceptos de ciertas disciplinas científicas problematiza la


sustancialidad de lo que nos es dado como naturaleza vegetal. En este artí-
culo se trata de mostrar esa problematización haciendo visible las discontinuidades
en los procesos de conocimiento que involucran a los seres vivos y al paisaje. El
paisaje no tiene entonces ninguna relación con lo puro, con una naturaleza tras-
cendente, sino que está compuesto de infinidad de pliegues que se han ido cons-
truyendo históricamente y que se siguen construyendo hasta realizar la infinidad
de variaciones paisajísticas actuales.

PA L A B R A S C L AV E viaje, paisaje, discontinuidades, naturaleza, seres vivos.

155 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Se trata de proponerles un viaje, un corto viaje, que comienza
aquí en la inmanencia del devenir presente (éste, nuestro actual
presente de discurso) y que continúa luego con la problematización
de la sustancialidad de lo que nos es dado como vegetación, como
naturaleza vegetal, utilizando a la botánica y a la geografia de las
plantas como campos siempre problemáticos de producción de
discurso y de formas de ver y de hacer visible. El viaje implica
desplazamientos de la naturaleza hacia las naturalezas; queremos
desconstruir la supuesta intemporalidad del concepto y la estabi-
lidad metáfisica del espacio-naturaleza en beneficio del estudio
de algunas conceptualizaciones que han construido naturalezas y
de algunos devenires que las han producido como espacios dis-
tintos.
Entre las muchas naturalezas que han existido y siguen exis-
tiendo: la naturaleza reloj; la naturaleza como sistema de leyes
matemáticas; la naturaleza atravesada por el racionalismo experi-
mental y la estructura de la materia; la naturaleza ordenada como
inventario de la creación divina; las paradojas de la naturaleza ro-
mántica; lo patético, lo trágico, lo bucólico, lo pasional y lo verda-
dero en relación con la naturaleza; la bella naturaleza o la verdadera
naturaleza (metafísica de los valores naturales); el naturalismo
edificante; la estética naturalista y los escrúpulos del buen gusto
propios del hedonismo aristocrático y del moralismo burgués; la
naturaleza y la teoría de la evolución por selección natural; las na-
turalezas ecológicas y ecosistémicas; las nuevas naturalezas de la
economía ambiental y del desarrollo sostenible; las naturalezas
geológicas, climatológicas e hidrológicas; la naturaleza opuesta a
la cultura o incluída en ella; la naturaleza como territorio geográfico,
como territorio político; las grafías políticas del viviente en la na-
turaleza; los desastres naturales; la naturaleza amenazante… entre
todas esas naturalezas nosotros problematizaremos el conocimien-
to de la naturaleza, tanto a través del catálogo de los seres vivos (en
el caso de la botánica del siglo xviii, la taxonomía y la sistemática

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 156


vegetal) como el conocimiento de la naturaleza a través del paisaje,
del viaje naturalista que busca asociar vegetación a geografías y a
condiciones de existencia específicas de las plantas de acuerdo a
situaciones climáticas, geológicas, agronómicas y edáficas específicas
en un determinado territorio.
Este viaje que les propongo tendrá sentido y será eficaz si pode-
mos hacer visible las diferencias entre las naturalezas estudiadas
como diferencias elaboradas, no sólo desde el funcionamiento de
ciertos saberes y de determinadas disciplinas sino también provo-
cadas por otro tipo de cambios, como por ejemplo, el cambio en las
políticas de colonización.
Ahora bien, para realizar este viaje comenzaremos trazando unas
coordenadas que nos sirvan de orientación, basadas en el plantea-
miento de las siguientes preguntas: ¿Cómo se ha producido la in-
vención del catálogo de los seres vivos y la del paisaje natural?
¿Qué miradas han provocado esas invenciones? ¿Cómo funcionan
los discursos sobre la naturaleza a partir de esas invenciones? ¿Cómo
se orientan las percepciones de lo visible-natural con la invención
del catálogo y con la del paisaje? Los trazos dispersos dejados por
estos cuestionamientos nos sirven para construir un comienzo, para
fabricar, desde el problema de la discontinuidad en relación con el
conocimiento de la naturaleza, una guía problemática que nos per-
mita responder.
Queremos aquí mostrar discontinuidades y no rupturas abso-
lutas en los procesos de conocimiento que involucran a los seres
vivos y al paisaje. Se trata de una gran discontinuidad, ya que en el
siglo xix el viaje naturalista es indispensable para conocer la natu-
raleza. Desplazarse para conocer las condiciones locales en las cua-
les viven y crecen las plantas. Ver y hacer visible la heterogeneidad
de la vegetación selvática del trópico en contraste con la homoge-
neidad paisajística de las zonas temperadas y boreales. Mostrar el
mosaico de vegetaciones que, gracias al cambio de pisos térmicos,
de condiciones de humedad, de luminosidad y edáficas, ofrece la

157 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


montaña tropical. Hacer de la montaña tropical un paradigma para
el conocimiento fitogeográfico de la naturaleza ya que lo que ella
reproduce en altitud, en términos de variación paisajística, sucede
en todas las latitudes a diferente escala. Según la latitud, las zonas
climáticas van del ecuador a los polos: el bosque tropical o ecuato-
rial, la sabana, el desierto, la estepa, el bosque temperado de hojas
caducas, el bosque de coníferas y la tundra. Según la altitud, la
sucesión en altura conlleva una sucesión de tipos de vegetación en
forma de bandas que rodean las montañas y que sufren variaciones
a cada nueva delimitación de altitud, reproduciendo por pisos to-
dos los diferentes tipos de vegetación que se pueden encontrar bajo
todas las latitudes. La altitud condiciona la distribución del calor
en la superficie de la tierra, ya que el relieve de su superficie se ha
erigido en mesetas que se reparten en varios pisos y se encuentra
salpicada de montañas que forman cadenas más o menos largas
dominando las cimas escalonadas aún más elevadas. La temperatu-
ra en las montañas disminuye a medida que se asciende. Un volcán
muy alto situado sobre la línea ecuatorial está cubierto en su cima
de nieve perpetua. Así, el Chimborazo en la Cordillera de los An-
des, representa, en un espacio bien delimitado a causa de la dismi-
nución de la temperatura, todos los cambios que se constatarían a
lo largo de una sucesión más lenta que iría desde el ecuador a los
polos. Alejandro de Humboldt compara los dos hemisferios de
nuestro globo con dos enormes montañas que se juntan y se con-
funden en su base. Las montañas tropicales, a causa de su disposi-
ción en altitud, poseen dominios florísticos diferentes, puesto que
se escalonan según límites altimétricos y climáticos que designan
tipos de vegetación bien diferenciados entre ellos. Estas montañas
se elevan generalmente por encima de las llanuras dominadas por
el bosque ecuatorial, por los bosques tropicales de tipos diferentes
y por las sabanas. Algunas especies nacidas en estas regiones, en
ciertas condiciones, ocupan las inclinaciones más bajas. Son con
frecuencia los bosques de coníferas los que trepan, como por ejem-

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 158


plo los de Podocarpus, con los pinos y los abetos: Pinus montezumae y
Abies religiosa de 2000 a 3500 metros de altitud bajo el trópico
americano. Los Pinus hartwegii y Juniperus tetragona suben hasta 3500
y 4000 metros.
Los bosques que pueblan las montañas tropicales están en-
tonces compuestos de coníferas de tipo Abies, Picea, Pinus, Cedrus,
Podocarpus y Juniperus procera. Encontramos también helechos
arborescentes que alcanzan y depasan los 2000 metros de altitud.
Además de los bosques, se observan las landas y los terrenos de
gramináceas que, sobre las montañas americanas forman las carac-
terísticas de los páramos con especies del género Calamagrostis,
Festuca, Aira, Sporobolus; composáceas del género Espeletia y Culcitium,
ombelíferas, leguminosas y crucíferas variadas.
La situación de la cadena montañosa de los Andes es muy sin-
gular, puesto que está en contacto con el bosque tropical y el Gran
Chaco, en donde se encuentran árboles de balso, de madera de rosa,
de palisandro y otras esencias preciosas. Naturalmente, la exten-
sión de los Andes en el sentido norte-sur conlleva una variabilidad
importante de flora. A un bosque húmedo y frondoso que llega a
los 3500 ó 4000 metros de altitud, sucede un matorral a base de
Mírica y de Polilepis con licópodos, de musgos y de líquenes. En
otros lugares están (en los Andes septentrionales), los páramos o
los pajonales y su estructura monótona a base de Herbáceas y de
pequeños arbustos que sobrepasan con frecuencia las alturas de 4000
metros. Las gramináceas en arbusto de los géneros Calamagrostis,
Stipa, Festuca y las plantas alpinas como la Gentiana diffusa y
Achyrophorus quitensis. Las más grandes altitudes de los Andes se
encuentran con frecuencia ocupadas por la puna, o tierras frías,
pastos de llamas o de vicuñas. Está caracterizada por los géneros
Stipa, Festuca, Culcitium, Pourretia, Polylepis, Lupinus, Azorella y al-
gunas cactáceas.
Evidentemente, la vegetación escasea con la altitud, hasta con-
vertirse en formaciones diseminadas que recuerdan bien sea, la de

159 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


las estepas de altitud o las de la tundra, con zonas descubiertas
ocupadas por algunos líquenes y algas terrícolas.
Con el fin de abarcar toda esta diversidad vegetal presente en
una montaña tropical, de establecer un modelo de sucesión de ti-
pos fisionómicos y de comprender así la distribución de los vegeta-
les sobre la superficie del globo según la repartición de estos tipos
fisionómicos que delimitan las regiones naturales, Humboldt pro-
pone una distribución de las especies vegetales en un corte geográfico
dibujado por Schomberger. Fue impreso en colores en gran forma-
to y representa un corte que pasa por la cima del Chimborazo y va
desde las riberas del mar del Sur hasta las del Brasil. Sobre este
mapa se encuentra indicada la progresión de la vegetación desde el
interior de la tierra en donde habitan las plantas criptógamas, has-
ta la vegetación de las nieves perpetuas. El nombre de cada especie
está inscrito a la altura donde dicha especie se encuentra general-
mente en la naturaleza según las medidas determinadas por
Humboldt. Catorce escalas colocadas a lado y lado del cuadro ha-
cen referencia a la composición química del aire, a su temperatura,
al estado higroscópico y cianométrico, a los fenómenos eléctricos, a
la refracción de la luz solar, a la disminución de la gravitación te-
rrestre, al cultivo del suelo y aún, a la altura en la que viven los
diferentes animales de los trópicos.
Este corte de distribución geográfica es uno de los instrumen-
tos más importantes para los análisis que hacen parte de la geogra-
fía de las plantas. A partir de Humboldt, se convierte en la herra-
mienta más apropiada para la descripción espacial de la distribución
de las plantas sobre el globo terrestre.
En la Flora Laponia publicada en 1812, Wahlenberg incluye
un corte con anotaciones botánicas y geográficas (Regio Subalpina
Betulam albam tantum alens). En su De vegetatione et climate in Helvetia
Septentrionali de 1813, él incluye igualmente un mapa de distribu-
ción geográfica que representa el corte transversal de una montaña
con los nombres de las especies de plantas que crecen en diversas

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 160


latitudes. Joachim Schown publicó en 1824 otro mapa de distri-
bución geográfica en su Plantegeographisk Atlas que hace parte del
Grundtraek til en almindelig Plantegeographie. Alphonse de Candolle
dibujó en 1855 dos mapas en los cuales están descritas 32 nuevas
especies descubiertas en Europa.
Ahora bien, según el corte de Humboldt, el trópico que com-
prende el ecuador y está delimitado por los diez grados de latitud
norte y sur, se divide en tres regiones:

Estas regiones están representadas en mis dibujos por un corte vertical


que, dirigido de este a oeste, pasa por la cordillera de los Andes. Se
distingue por un lado, en el oeste, el nivel del mar del Sur, que en sus
parajes merece el nombre de Océano Pacífico; ya que a partir del 12º de
latitud boréal, pero solamente en sus límites, su tranquilidad no es
jamás molestada por vientos impetuosos. Desde esta costa occidental hasta
la cordillera se prolonga una llanura extendida de norte a sur, pero que
no tiene más de 20 ó 30 leguas de largo de occidente a oriente: es este el
valle de Perú, presentando al norte de 4ºE 50' de latitud austral, una
vegetación tan rica como majestuosa, y sin embargo árida y desprovista
de plantas al sur de este paralelo. El suelo, cubierto de arenas graníticas,
de conchas y de sal de gema, guarda todas las huellas de un país que
estuvo durante mucho tiempo inundado por las aguas del Océano…
(Humboldt, 1807: 491)

Podemos ver, a través del corte fitogeográfico, una ilustración


del despliegue de un tipo de análisis botánico que va más allá de la
nomenclatura y de la clasificación. Es pertinente insistir en el he-
cho de que este corte botánico no constituye el límite donde se
detiene la geografía de las plantas. El ofrece, por el contrario, los
elementos denotativos de esta geografía como algunos de los pun-
tos de anclaje de una nueva teoría sobre los vivientes que estamos
describiendo. Se trata entonces de viajar no con el fin de constatar
la exclusiva movilidad de los hombres sino para levantar la carga

161 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


de inmutabilidad que connotaba el concepto de la naturaleza. Es el
viaje mismo, la toma de distancia con respecto a Europa, lo que
produce la sensibilización frente a la diferente conformación de los
paisajes de la América tropical equinoccial. Se trata entonces de la
articulación de una nueva sensibilidad basada en las investigacio-
nes geológicas en función de la comprensión del cambio incesante
de la vegetación y de la riqueza y la diversidad de la vida.
La empresa del viaje no hubiera tenido tanta importancia si
hubiera sido solamente una expedición científica que recorría el
planeta, como lo hicieron muchas en la época, en busca de riquezas
naturales y cuya finalidad utilitaria concordaba muy bien con la
idea de inventario científico. La expedición como tal es importante
porque ella constata nuevos hechos:

Los naturalistas saben hoy que Buffon desconoció completamente el gato


más grande de América. Lo que el célebre escritor dice de la cobardía de
los tigres del Nuevo Continente se refiere a los pequeños ocelotes; […] en
el Orinoco, el verdadero tigre jaguar de América se tira muchas veces al
agua para atacar los indios en sus piraguas.
(Humboldt, 1980: 49)

El viaje ofrece la posibilidad de articular una nueva teoría pro-


poniendo una definición diferente de las interacciones entre los se-
res vivos. Es a partir de esta perspectiva, dada por nuevos concep-
tos y por la constitución de esta sensibilidad, que Humboldt puede
explicar la existencia de formaciones vegetales con características
diferentes. La diversidad de climas, el escalonamiento de las condi-
ciones geológicas y morfológicas permiten a los otros vivientes al-
canzar un equilibrio natural con su medio exterior. La manifesta-
ción de este equilibrio está reforzada por la constatación de la
diversidad de especies en América tropical.
En nuestro caso, el Nuevo Continente posee un equilibrio par-
ticular en relación con la naturaleza europea. Equilibrio equivale

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 162


aquí a una aceptación y a un conocimiento de las diferencias entre
los seres vivos y no a una concepción a priori de la degeneración de las
especies. El equilibrio puede entonces ser una relación de fuerza. Lo
que ahora hace posible la existencia de un equilibrio universal es la
constatación de la antigüedad y de la estabilidad geológica de Amé-
rica, así como la sorpresa frente a la diversidad de un paisaje:

Un viajero que se propone estudiar la configuración y las riquezas na-


turales del suelo no las determina de acuerdo a las distancias, sino de
acuerdo al interés que ofrecen las regiones que va a recorrer. Es este
poderoso interés el que nos ha conducido a las montañas de Los Teques,
a las aguas calientes de Mariara, a las riberas fértiles del lago de
Valencia y por las sabanas inmensas de Calabozo, a San Fernando de
Apure, en la parte oriental de la provincia de Barinas.
(Humboldt, 1980: 63-64)

Son las investigaciones geológicas, el deseo de comprender las


leyes que rigen la distribución geográfica de los vegetales, pero
también la voluntad de enriquecer con nuevas especies de las re-
giones tropicales las colecciones botánicas de los Museos de Histo-
ria Natural para mostrar que ellas no son de ningún modo degene-
radas, algunas de las razones que determinan la concepción
biogeográfica del naturalista alemán. Modificando el concepto de
equilibrio, Humboldt propone una nueva noción de viaje. Si este
concepto de equilibrio continúa operando como principio com-
pensador de los vegetales que se encuentran en todos los continen-
tes, esta compensación se efectúa con base en una igualdad geológica
planetaria –en términos de antigüedad y no de configuración de
estratos ni de suelos–, y también con base en las diferencias
fisionómicas entre los vegetales y en la diversidad de las plantas.
Este nuevo concepto de equilibrio natural implica un enfoque di-
ferente hacia la naturaleza y exige también una preparación de la
expedición, proyectando el viaje como la condición indispensable

163 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


para la percepción de la movilidad morfológica de los grupos de
vegetales. El viaje toma su sentido completo gracias a esta nueva
concepción de la movilidad y de la diversidad morfológica de las
especies.
El desplazamiento del viajero naturalista le pemite constatar
otros tipos de desplazamientos: el de los seres vivientes y el de los
continentes. En otras palabras, son las prácticas de la botánica, la
geología, la geografía, la higrometría, etc. y la expedición misma,
los que permiten la configuración de dicha movilidad y la forma-
ción del concepto de equilibrio natural.
Son estos elementos los que nos permiten fabricar un trayecto
en el cual disponer esa discontinuidad a la que hemos hecho refe-
rencia; discontinuidad con respecto a otro proceso de conocimien-
to que en el siglo xviii, le otorgó preeminencia a la sistematiza-
ción de los seres vivos a través del aislamiento de ciertos elementos
invariantes encontrados en las flores. Sacar a los seres vivos de sus
contextos locales, secarlos, aplanarlos, inscribirlos en un orden, un
género, una familia, una especie, catalogarlos, todo esto constituye
el gesto inverso al viaje naturalista. La sistemática natural de la
botánica del xviii, buscaba conocer la verdadera naturaleza en el
gabinete de Historia Natural, valiéndose de corresponsales para
allegar todas las plantas creadas de una sola vez por Dios. Se trata
entonces de discontinuidades entre el herbario y el paisaje, entre el
sedentario y el nómade, entre el catálogo y las asociaciones
paisajísticas, entre inmutabilidad y variaciones, entre geografía
concebida como datos complementarios de localización de las plan-
tas y geografía asumida en el viaje como conocimiento de otras
geografías. Todas estas trayectorias discontinuas no suponen, sin
embargo, una gran ruptura. El catálogo, en cuanto representación
jerarquizada, permanecerá como el nivel denotativo en el cual se
apoyan los viajeros naturalistas para construir los cuadros de la na-
turaleza, integrados en una geografía de las plantas. Concepto este
desarrollado a partir de la comparación hecha entre las observacio-

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 164


nes fitogeográficas realizadas en suelos americanos, africanos y de la
Polinesia del sur y los conocimientos acerca de las fitogeografías de
Europa. Si la taxonomía se sirve de la morfología para clasificar los
especímenes, la geografía de las plantas, al contrario, busca asociarlos
con variables estéticas, climáticas, topográficas, de presión atmos-
férica, de luminosidad, etc.
Esta nueva manera de representación horizontal exige una dis-
posición en perspectiva de los elementos relacionados. El paisaje
emerge entonces como posibilidad, a la vez estética y científica, de
presentar la naturaleza. La sensibilidad entra a jugar un papel im-
portante en la construcción de dichos cuadros, toda vez que la di-
námica de los vegetales produce infinidad de formas vueltas hacia
el exterior. Contornos, estructuras, colores y formas delatan más la
influencia del medio exterior en la configuración de las plantas,
que la pertenencia a grupos cuya única relación sería morfológica.
La idea de los seres vivientes como acogidos por cada suelo, en
una distribución original y única, comienza a ceder terreno ante la
posibilidad de entenderlos como expresión de una serie de condi-
ciones que pueden ser definidas por relaciones más amplias y com-
plejas. La diversidad vegetal es la manifestación viva de esas varia-
bles materiales.
La naturaleza comienza a ser pensada a partir de una fisionomía
que produce en el sujeto sensible modificaciones. No obstante, di-
cha sensibilidad no es un a priori en el hombre; al contrario, es el
producto de la exposición continua a la experiencia. Por tal moti-
vo, el viaje (la experiencia), se convierte en condición necesaria en
el momento de pretender un conocimiento adecuado de la natura-
leza, ya que el viajero experimenta en su desplazamiento, por me-
dio de la comparación fitogeográfica, las diferencias observadas en
distintas partes del globo. Sentir es poder permanecer atento a las
situaciones sobre las cuales se tiene algún interés.
En un libro de reciente publicación (Castrillón, 2000), busqué
comprender las condiciones que permitieron la emergencia de la

165 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


discontinuidad inmutabilidad-variación, así como su expresión
iconográfica e iconológica analizando detallamente las expedicio-
nes desarrolladas después de la segunda mitad del siglo xviii, es-
pecialmente los viajes del capitán Cook a la Polinesia del sur y de
Humboldt a América, en los cuales se manifiesta también un cam-
bio en las políticas de colonización durante esta época, que posibi-
litaría a los exploradores pasar de ser conquistadores y corsarios a
ser sabios-naturalistas. El trato con las comunidades originarias
exigía su preservación en el momento de hacer una explotación
regulada de sus recursos. En adelante no será posible despreciar
ninguno de los elementos que conforman el paisaje. Y si bien el
Otro será gobernado y sometido socavando sus hábitos, alterando
la disposición espacial y expropiando la lengua vernacular, la rela-
ción con la alteridad sirve al mismo tiempo como punto de con-
traste y medida de las costumbres y moral europeas. El viaje posi-
bilita entonces la percepción de fuerzas heterogéneas de vida,
alejándose de la tradición de la Historia Natural imperante duran-
te el Antiguo Régimen, según la cual existía una sola naturaleza
que se conoce en tanto se clasifica. La movilidad de los viajeros-
naturalistas implica una participación mucho más directa, inte-
grados con sus pasiones y sus emociones en la producción concep-
tual. El objetivo de abarcar la totalidad del universo natural a través
del viaje fue un horizonte presente en las expediciones de los viaje-
ros naturalistas desde finales del siglo xviii hasta finales del siglo
xix. La botánica guió a la geografía en la elaboración de paisajes y
permitió examinar muchas de las especies distribuidas sobre el glo-
bo. Los viajeros-naturalistas determinaron que la repartición de
floras por región está condicionada por las especificidades del sue-
lo, del clima, de la luminosidad, es decir, por las características
propias a cada medio exterior. Esta repartición de las floras condi-
ciona a la vez la distribución de las faunas en el planeta. La reparti-
ción de los vegetales es entonces el principio de la dinámica de la
vida, es ella quien produce la lógica de las migraciones de los ani-

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 166


males. Para los viajeros-naturalistas de fines del siglo xviii hasta
finales del siglo xix, las posibilidades de identificar la naturaleza
según el orden de un paisaje pasan por la reinvención y la concep-
tualización del sentido de identidad entre las referencias tomadas
de la naturaleza y la imagen-paisaje que se quiere construir. Pasar
de la hoja a la planta, de la planta a un grupo de vegetales, del árbol
al bosque, del estanque al océano, de una roca a un conjunto de
piedras, por medio de la sutileza del color auténtico, reflejando las
condiciones de existencia de los medios para construir paisajes, es
dar un sentido de lectura, un orden a nuestra percepción del paisa-
je. La naturaleza es aquí artificio puesto que está ligada a los gestos
del naturalista que hace visible las leyes de su funcionamiento si-
tuando cada punto en el espacio geográfico, definiendo coordena-
das con la ayuda de protocolos teóricos, de representaciones
cartográficas, de observaciones astronómicas y estableciendo rela-
ciones entre estas informaciones científicas según un juego de com-
binaciones regulado por las observaciones de otros viajeros. Esas
son condiciones para la expresión de las observaciones de los viaje-
ros naturalistas que recorrieron la América tropical a lo largo del
siglo xix y que, en su mayoría, conocieron los escritos de Alejan-
dro de Humboldt, quien elaboró los modelos de viaje y de observa-
ción que sintetizan esas condiciones. Esta formación conceptual y
este registro normativo no emanan de una creación puramente per-
sonal de Humboldt; es inseparable de un movimiento de pensa-
miento en el cual el naturalista prusiano se coloca de manera explí-
cita y para el cual el “paisaje” es un todo que se percibe por los
sentidos. En relación con la invención de la geografía de las plan-
tas-paisaje natural será Bernardin de Saint-Pierre quien comience
a hablar de cuadros de la naturaleza y de geografía de las plantas,
pero con Alejandro de Humboldt tales conceptos sufrirán una gran
ampliación. Con este texto-viaje queremos mostrar que la noción
de paisaje, si bien continúa privilegiando el análisis fisionómico, es
ante todo una organización del espacio a partir de criterios estéti-

167 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


cos, que incluyen al hombre como elemento definitivo al momento
de pensar las variaciones y similitudes entre las distintas regiones
del globo. El no-aislamiento de la naturaleza, la constitución del
hombre como parte integrante de los trabajos científicos y la com-
prensión diferente de los procesos de conocimiento son caracterís-
ticas que determinan el enfoque de Humboldt hacia el estudio de
la naturaleza.
El sujeto ya no se encuentra aislado del objeto que conoce sino
que comienza a crear las condiciones de su propia explicación,
integrándose al análisis de la naturaleza. Con La crítica de la razón
pura de Kant, los sentidos son asumidos como la condición de po-
sibilidad del conocimiento y una vía para la estética se abre en el
plano científico. Humboldt supo entender la importancia de las
sensaciones en las modificaciones sufridas por el sujeto, así como
las alteraciones y objetivaciones que, como resultado, se desplie-
gan sobre los fenómenos naturales. Para Kant (insistimos), el cono-
cimiento comienza por los sentidos, pasa de allí al entendimiento y
se termina en la razón, por encima de la cual no hay en nosotros
nada más elevado para elaborar la materia con la cual la intuición
trabaja y para construir la unidad más alta del pensamiento. Cono-
cemos en primer lugar de las cosas las impresiones que ellas nos
producen. La sensibilidad retiene la diversidad de la naturaleza y la
razón la ordena y la unifica para crear un conocimiento. La sensibi-
lidad y la razón son principios del entendimiento. Se fundan en
una simbiosis que hace posible la elaboración de una estética que
combina las informaciones técnicas con la sorpresa producida por
la impresión primera de un paisaje. La sensibilidad y la razón inte-
gran hombre y naturaleza.
Los viajeros-naturalistas se alejan de la observación ascética y
llegan a comprender cómo se articulan los componentes de la na-
turaleza en un espacio para producir un paisaje en el que involucran
asociaciones de índole bien sea racial (sobre el estado de cultura o
incultura de los autóctonos), sobre el predominio de la naturaleza

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 168


en la voluntad del hombre o acerca de la belleza del contraste
florístico. Los viajeros que en el siglo xix recorren la América tro-
pical, construyen con sus discursos una vasta geografía de paisajes
locales. Retratan con sus palabras, cuando no con sus pinceles,
su imagen de naturaleza tropical. Entender el paisaje es posible a
través de la integración de informaciones topográficas, geológicas,
botánicas, zoológicas, meteorológicas, edáficas, antropológicas, las
cuales deben concurrir con el fin de definir el corte inteligible don-
de se pueden situar los seres vivos y el paisaje que los contiene. La
concentración espacio-temporal de los vivientes es posible en vir-
tud de una sintaxis de asociaciones específicas entre esos diferentes
vivientes.
El paisaje no tiene entonces ninguna relación con lo puro, con
una naturaleza naturalizada, sino que está compuesto de infinidad
de pliegues que se han ido construyendo y se siguen construyendo,
y que han realizado la infinidad de variaciones paisajísticas. En ese
sentido el paisaje si está antes de toda cultura, pero no como natu-
raleza natural sino como artificio natural y condición de posibili-
dad. El paisaje es espacio representado, es decir, reproduce una for-
ma de pensar que es sentido y norma. Sin embargo, en ese proceso
de reproducción, el paisaje se multiplica a través de copias, de si-
mulacros, de variaciones, de híbridos y de mutaciones que lo han
ido disolviendo como representación o que lo han ido produciendo
y manteniendo como representación. Desplegar esos pliegues es
desconstruir la idea de un paisaje idéntico a la naturaleza que re-
presenta y mostrar así, que la constitución del paisaje en naturaleza
ha sido posible a partir de discontinuidades fabricadas durante va-
rios siglos, discontinuidades que fabrican una forma simbólica que
hace visible la naturaleza como espectáculo a través de múltiples
imágenes.
Si bien es difícil pensar que el paisaje es un artificio, porque ha
sido ligado a demasiadas emociones, a demasiados gestos y a dema-
siados sueños que tienen que ver con el origen del mundo, con la

169 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


armonía y el equilibrio de una naturaleza en estado puro. Si bien es
también difícil admitir que el paisaje es una simple copia, insu-
ficiente, de una naturaleza que tampoco es originaria, de una natu-
raleza que ha tenido momentos de emergencia, que ha sido fija,
móvil, divina, humana, diabólica, natural, productiva. La condi-
ción de posibilidad y el objetivo de este texto-viaje –que vuelve
problema la imagen-pensamiento-catálogo y la imagen-movimien-
to-paisaje–, ha sido la grieta que hemos encontrado en la naturali-
dad de la naturaleza cuando observamos que las múltiples variacio-
nes taxonómicas y paisajísticas tienen relación con una naturaleza
que sería, al mismo tiempo, el telón de fondo de todas sus repre-
sentaciones y la imagen de todas sus expresiones. Es decir, así las
representaciones de la naturaleza traten de superponerse a lo que
representan y mostrarse a partir de esa sustitución como la imagen
real, auténtica y verdadera, con este viaje (si es que ha valido la
pena realizarlo), hemos mostrado que esas representaciones son cons-
trucciones, máscaras, son trayectos, son recorridos tan reales, tan
aparentes o tan ficticios como este nuestro viaje que comenzó en la
inmanencia de un devenir presente que no es el mismo del comien-
zo porque hemos fabricado un trayecto juntos, porque hemos he-
cho un viaje a través de paisajes que han modificado quizás nues-
tras antiguas percepciones del paisaje. Este texto-viaje se sitúa como
trayecto dinámico ya que se propone cambiar ese momento inicial
en el que nos encontramos, hacia otro encuentro, hacia este mo-
mento, el de ahora, que espero sea distinto, quizás con más incerti-
dumbres y preguntas, pero diferente.

Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 170


BIBLIOGRAFÍA

CASTRI L L ÓN , A . (2000). Alejandro de Humboldt, del catálogo al paisaje. Medellín:


Editorial Universidad de Antioquia.
HUMBOLDT, A. de. (1807). Essai sur la Géographie des Plantes. Paris: F. Schoell.
HUMBOLDT, A. de. (1980). Voyages dans l’Amérique Équinoxiale, T. & Itinéraire. Paris:
La Découverte.

ALBERTO CASTRILLÓN

Doctor en Historia y profesor del Departamento de Historia de la Universidad


Nacional de Medellín. Publicó recientemente su trabajo, Alejandro de Humboldt,
del catálogo al paisaje en que analiza más extensamente el tema de éste artículo.
Además incursiona en temas como la pluralidad metodológica y práctica investi-
gativa, que hacen parte de los cursos dictados por él.
Email: humboltt@epm.net.co

171 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Paisaje y
patrimonio cultural
en Villa de Leyva
Monika Therrien
Departamento de Antropología
Universidad de los Andes

Resumen

L a incursión por distintas expresiones y descripciones del patrimonio cultural


–guías turísticas, fotos y postales, entrevistas, participación, textos escritos
y artículos de periódicos– permiten entender las formas en que se construye el
patrimonio cultural y cómo se constituyen las versiones de los expertos. El análisis
se centra en Villa de Leyva, monumento nacional, y repasa estas experiencias
desde el ámbito estético –la mirada y la sensibilidad– por varios de los escenarios
en que se representa el patrimonio. Se explora el discurso de la autenticidad,
como el valor fundamental con el cual se connota a la nación y del cual se des-
prenden la creación de códigos simbólicos con los que se identifican para la me-
moria los bienes culturales, que componen y atestiguan la existencia de ese ente
nacional de carácter individuado, y las prácticas que marginan u olvidan otras
vivencias. Son estas las paradojas del patrimonio cultural altamente idealizado.

PA L A B R A S C L AV E autenticidad, tradición, estética, turismo.

171 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Conversaciones1

Cualquier investigación sobre patrimonio cultural hoy, resulta


ambiciosa por la amplitud y ambigüedad de campos, esferas y ámbi-
tos que este puede abarcar. Sin embargo, desde el comienzo plantee
un proyecto concreto, develar la pregunta de cómo se han construido
los significados del patrimonio cultural y, más específicamente, des-
de tres ángulos interrelacionados: la autoridad, la estética y el turis-
mo. Para el seguimiento de este proceso escogí la localidad de Villa
de Leyva (Boyacá), pues aunque tengo vínculos con otros sitios de
igual potencial para el análisis, por ejemplo Cartagena (Bolívar), mis
nexos más estrechos con la primera han permitido aunar distintas
perspectivas y conocer su proceso más de cerca.
Como una primera aproximación retomé la literatura y a los ex-
pertos en el tema, lo cual dio como resultado que, en la mayoría de
los casos, ofrecíamos situaciones comunes: un caso en México era
similar a uno en Londres y éste a Villa de Leyva ¿Eran tan evidentes
la huellas del proceso de globalización? Lo eran si el manejo de la
información reciclaba los textos “cumbres” de los “especialistas” y, a
través de su lente, se examinaban los mismos aspectos privilegiados
por éstos. El principio de homologación para confrontar las trayecto-
rias seguidas en el curso de la configuración del patrimonio nacional
o local, se convirtió en uno de homogeneización. Seguía la estructura
colonialista de producción del conocimiento, de privilegiar las voces
de las autoridades en el tema y subordinar a ellas las de aquellos en
busca de expresar los significados del patrimonio.
Debo admitir que no ha sido posible desligarme de este esque-
ma, pero el intento de abordar de manera menos estructurada la
información recogida, orientada a develar los sentidos más espe-cíficos

1 Este artículo hace parte del trabajo realizado gracias a una beca de fomento a la
investigación que me fue otorgada por el Ministerio de Cultura en 1998.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 172


con que en la experiencia diaria se construye la noción de patrimonio
y con la cual comencé a efectuar la ruptura, tal vez me haya permiti-
do iniciar el camino. Creo que ahí radica también el problema del
proyecto liderado desde el Ministerio de Cultura, Diálogos de Na-
ción: “Los expertos nos hemos convertido en muchos casos sin dar-
nos cuenta, en la herramienta ciega de una forma de entender el
Patrimonio (... la que pide un determinado modelo de sociedad, re-
sultado de unas políticas económicas y sociales)… Ya no es cosa de
todos, ahora solo le pertenece a “los que entienden.” (Cerrillos,
1999:11) Para explicarlo, me remonto a la justificación de mi pro-
yecto, que creo aún sigue vigente.
A lo largo del siglo xx, se promulgaron diferentes normas con-
cernientes a la cultura. La legislación, esporádica en un comienzo,
se ha incrementado enormemente en los últimos años, para abarcar
paulatinamente un espectro más amplio de lo que en su devenir se
ha entendido por este concepto.
En la última década, la Cultura ha sido objeto de sendas discu-
siones con miras a incluirla como Ley Básica en la Constitución de
1991 y luego, como proyecto de Ley de la Cultura que contempló la
creación de un Ministerio. A raíz de estos objetivos, en diversos foros
y a través de numerosos escritos, se han cuestionado las políticas
culturales implementadas hasta el presente, sus logros y alcances,
con el propósito de enriquecer las normas vigentes incluyendo nue-
vos derechos y ampliando su cobertura, en el espacio físico y social.
Existe el consenso entre varios autores partícipes del debate, en
que no sólo basta enunciar una creación y participación colectiva
de la Cultura, sino que esta debe admitirse como plural, diversa y
cambiante, como culturas.
De esta manera, las manifestaciones culturales son considera-
das hoy en día como amplias y variadas, y el espectro de normas
que las cubre lo es igualmente. Estas normas abarcan desde artes
plásticas, escénicas y audiovisuales, literatura y propiedad intelec-
tual, espectáculos, artesanía y folclor hasta patrimonio cultural en

173 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


general. Es, pues, en estos campos que se presentaron propuestas e
inquietudes con el objeto de elaborar la Ley General de Cultura:

Queremos evitar, a toda costa, que la redacción de una Ley Marco de la


Cultura en Colombia se convierta en una formulación retórica de especia-
listas, aislada de los creadores, sin contacto con la realidad y con las nece-
sidades de los artistas, de todas las regiones y de todas las disciplinas.
(presentación de Ramiro Osorio, en Sáenz Vargas, 1993)

En las discusiones antes mencionadas, sin embargo, no se ha


efectuado una evaluación sobre los resultados –positivos, negati-
vos, insuficientes– que ha generado la implantación de estas nor-
mas y luego, la ideología a que ello ha dado lugar a lo largo de este
último siglo, especialmente desde la década de 1950. La más visi-
ble de las consecuencias es la de haber construido un lenguaje que
legitima el escenario constituido por “gestores” de la cultura y “re-
ceptores” de la misma.
Esa visión “unilateral” de lo cultural, teñida de un carácter occi-
dental y eurocéntrico, puede, y de hecho lo hace, generar apropiacio-
nes disímiles de su significado por parte de quienes pretendidamente
no han accedido a su producción (o los receptores), lo cual deriva en
no pocas ocasiones en conflictos entre miembros de un mismo grupo
o comunidad y de estos con los reputados gestores.
¿Cómo entender los motivos que propician estas tensiones? Por
ahora, y vuelvo a retomar el hilo, se ha planteado auscultarlo en los
diálogos de nación. Pero como bien lo señala Manuel Gutiérrez
(1999) en su artículo Diálogo intercultural en el Museo: silencios,
malentendidos y encasillados: “El carácter convencional, regulado,
conque se representa el diálogo hace que este carezca de fisuras o
incoherencias; lo que hace que pueda ser criticado como un monó-
logo enmascarado”. Bajo este mismo razonamiento he retomado la
propuesta que hace este autor de entablar una conversación con la
información para aproximarme a develar las estructuras que dan

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 174


sentido al patrimonio: “La conversación constituye un habla me-
nos formal que la del diálogo; no es sino un ‘hablar entre sí’, sin
reglas, sin necesidad de respetar turnos de palabra, sin una asigna-
ción previa de papeles interlocutorios. Su informalidad hace que su
estructura y su desarrollo sean tan variados como las gentes y las
situaciones en que se conversa”.
La base de mi conversación la constituye Villa de Leyva en
Boyacá. Fue declarada Monumento Nacional en 1954, después de
un tímido preludio en 1946 y, como pocas zonas en el país, presen-
ta una gama variada de bienes que se insertan en las definiciones
actuales del patrimonio cultural. En el municipio se encuentran
bienes culturales identificados bajo la mirada de los expertos como
arquitectónicos, arqueológicos, paleontológicos, ambientales, do-
cumentales y manifestaciones populares que, tomados aisladamen-
te, han sido tema de muchas investigaciones. Son varios los facto-
res que contribuyen a la formación de este patrimonio diverso, por
lo general de índole académica y producto del pesimismo, particu-
larmente el que se gesta en el caos urbano. Este último a su vez
incide en otro escenario, el del turismo cultural, el cual se ha
incrementado de manera progresiva, y en donde también se expre-
san los valores que puede tener el patrimonio. De la actividad tu-
rística, en Villa de Leyva, se han derivado dos procesos: por un
lado, el del repoblamiento del área, por parte de “turistas residen-
tes” (que tienen un segundo hogar en el área), de inmigrantes ur-
banos que se han instalado de manera permanente en el pueblo y
de turistas ocasionales. Del otro lado, los más abiertos conflictos
narrativos, sobre las versiones orales, textuales y simbólicas del
patrimonio, entre la población local y los nuevos residentes, se han
convertido en el medio para que estos últimos puedan esgrimir el
control político y social de los distintos eventos colectivos, espe-
cialmente de los culturales. El manejo de estos recursos, en princi-
pio en manos del Estado quien ejerce el poder para aplicar las dife-
rentes normas, ahora es escrutado por los habitantes de la localidad,

175 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


debilitando la línea que separa a gestores de receptores, pero tra-
zando una nueva entre quienes pugnan por su manejo local. Sobre
el uso y divulgación de estos recursos se han manifestado posicio-
nes divergentes, llegando a la arena de las confrontaciones en el
ámbito político y, por esto mismo, en temas propensos a ser discu-
tidos en la conversación.
Para establecer esta conversación, aquella en la que se comu-
nica y da sentido a la experiencia de lo que se entiende y vive
cotidianamente como patrimonio, se recurrió a las distintas voces
que han contribuido a mantenerla vigente, las cuales han sido re-
gistradas de una u otra forma para ser rememoradas y debatidas,
ahora o en ocasiones diferentes. Esto implicó revisar textos e imá-
genes dispersos en periódicos (El Tiempo, liberal y El Siglo, conser-
vador), revistas (Cromos, de amplia circulación y Diners, circulación
exclusiva), literatura especializada (arqueológica, ecológica, histó-
rica), académica (Boletín de Historia y Antigüedades, Repertorio
Boyacense), novelada y guías turísticas, centrándome particularmente
en el período comprendido a partir de la declaratoria de Villa de
Leyva como monumento nacional, a partir de la década de 1950.
Además se realizaron entrevistas abiertas a residentes, turistas, fun-
cionarios y profesionales, y dos experiencias de valoración local con
niños y jóvenes del municipio.
El esquema del artículo sigue la metáfora de la conversación,
con sus pausas, quiebres y desviaciones. El tema discurre, en este
caso específico, en torno al fenómeno estético, el que media en las
percepciones del paisaje patrimonial cultural en Villa de Leyva
¿Quién tiene la palabra sobre la estética que debe regir al patrimo-
nio? ¿De qué manera se forman hábitos para su apreciación? ¿Cómo
son percibidos y significados? Estas y otras preguntas conducen a
aproximarse a los distintos ideales estéticos que se han pretendido
imponer en Villa de Leyva y sus alrededores, lo que éstos evocan,
las implicaciones que contienen y el resultado frente a quienes “con-
templan” o consumen su lenguaje e imágenes. Se incluye aquí el

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 176


análisis de las motivaciones que inciden en estas apreciaciones es-
téticas y su poder de exclusión cuando no son compartidos. La con-
versación se abre en torno a la figura del maestro Luis Alberto Acu-
ña, artista íntimamente ligado al municipio y quien por sus
impresiones y expresiones artísticas particulares se convirtió en el
centro de debates académicos; es una buena disculpa para iniciar el
tema, así como lo fueron otros temas de la investigación el general
Rojas Pinilla, figura política y quien firma la declaratoria de mo-
numento o don Florentino Sánchez, residente local y uno de los
precursores del turismo en Villa de Leyva.
La intención es doble: de una parte se busca percatarse de los
significados del patrimonio, cómo son construidos y cómo llegan a
circular. De otra parte, se pretende contender la percepción gene-
ralizada del patrimonio como proceso de cosificación de lo cultu-
ral, más que proporcionarle un carácter material a los “bienes cul-
turales”, mediante la selección de bosques, fósiles, iglesias o coplas,
el patrimonio es un proceso de objetificación.3 Recuperar la mane-
ra como las personas experimentan, perciben, sienten o comunican
aquello que es identificado por los expertos como patrimonio, nos
recuerda que este es un medio para entender cómo nos estructuramos
como individuos, colectividad o sociedad alrededor suyo, que es en
realidad lo que le otorga el adjetivo de cultural.

Maestro Luis Alberto Acuña

Acaso pocas personas han merecido tan legítimamente el calificativo de


humanista como el maestro Luis Alberto Acuña, quien acaba de fallecer a
los 89 años de edad en la Villa de Leiva, en cuyo grato ambiente se había

3 Ello ocurre cuando “…la persona como sujeto crea desde su propio ser una entidad
de cualquier tipo –incluyendo artefactos materiales– que asumen una existencia exter-
na como objetos, pero después se retoma esta creación para usarla como parte de una
nueva explosión de actividad creativa” (Pearce 1994: 202, traducción mía).

177 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


refugiado hace algunos años, en una casa-museo por todos los aspectos ad-
mirable. Ejercía ciertamente una función universalista del arte, que en él
se manifestaba como pintor y muralista, como escultor y restaurador de
primer orden. Pero además fue un folclorista consumado, escritor de fino
estilo e historiador de penetrante análisis, exaltado en su condición de
numerario de la Academia Colombiana de Historia. Su formación artísti-
ca se había consolidado en Europa, en donde incluso disfrutó de la estrecha
amistad de Pablo Picasso. Y a su regreso, llevado de su vocación por los
factores terrígenas, propició la creación del “Movimiento Bachué”, inspira-
do en los elementos étnicos y mitológicos de la nacionalidad.
Eran esos factores los que nutrían el profundo ámbito colombianista y
patriótico que aparecía en todos los rasgos de su rica obra artística, de la
cual quedan innumerables realizaciones que habrían de prolongar
indefinidamente su recuerdo y la admiración por sus imponderables condi-
ciones humanas.4

Tal vez sea frente a lo estético ante lo que se manifiestan las


mayores tensiones y las mayores exclusiones, por las connotacio-
nes que ello acarrea en las definiciones del patrimonio cultural.
Expresarse de una manera diáfana y “culta”, saber o no identificar
un estilo arquitectónico, distinguir entre una obra musical como
pieza maestra de aquella que es un fiasco, un poema sublime de
una copla popular, han sido consideradas aptitudes estéticas que
acumuladas por un individuo, objeto o bien se convierten en ca-
pital cultural y confieren la autoridad para decidir u optar por la
condición y el valor que posee o debe poseer. Sin embargo, cons-
tituye también el lenguaje de exclusión heredado de formaciones
sociales rígidas, con las cuales se crearon los mecanismos para
distanciar y separar a una masa de individuos indeseada del cir-
cuito de los privilegios.

4 El Tiempo, El maestro Acuña, 26 de marzo de 1993, p. 4A, página editorial.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 178


Con la ruptura estética observada en la Europa del siglo xix,
Elías anuncia “... lo que se pierde es ante todo aquella seguridad
del gusto y de la fantasía creadora, aquella consistencia de la tra-
dición de la forma que antiguamente podía percibirse hasta en el
producto más tosco.” (Elías,1998:62). Hasta entonces, en occi-
dente, especialmente el cortesano y noble, rodeado de estilos como
el barroco, neoclásico, biedermeier, Luis xv o de la música “clá-
sica”, tenía la certeza de poder catalogar e identificar aquello que
tenía correspondencia con las expresiones artísticas de las cuales
hacía parte. De igual manera, si no representaba el estilo al cual
supuestamente estaba adscrito, era excluido. El ascenso de mani-
festaciones artísticas más específicas e individualizadas, proceso
que acompañó el aburguesamiento de las sociedades, dificulta
percibir y entender los productos de estas nuevas expresiones. Y
es aún más evidente, cuando estas ya no dependen de la forma
sino de las ideas de sus creadores, “es la naturaleza individual-
mente vivida y sentida con su valor sentimental individual.” (Elías,
1998:74). Ahora bien, a ello se puede ligar la noción de autenti-
cidad. Esta se fortalece como valor esencial de los individuos,
objetos o bienes con la ruptura ideológica entre una sociedad que
vive de las “formas aparentes”, la del Antiguo Régimen, cuyo
repertorio de expresiones formales, explícito aunque sólo en su
apariencia, genera criterios distintivos que indican cómo ha de
comportarse, vestirse, pintar, musicalizar o bailar y crea hábitos
con que internalizarlos, y la de aquellos excluidos quienes con-
vierten en sentimiento de repulsión estas actitudes consideradas
falsas y buscan la manera de expresar la existencia de la indivi-
dualidad, del ser auténtico, “lo que se es realmente”.5
Paulatinamente, la comprensión de las producciones indivi-
duales es asumida por especialistas, quienes las reconocen y agru-

5 Rousseau lo señala como “el sentimiento de ser” (en Handler, 1986:3)

179 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


pan en tendencias hechas visibles por su contenido (no la forma),
ya sea en las artes, las ciencias o las letras, por ejemplo. Paralelo a
esta consolidación de la autenticidad como parte esencial del ser
individual, tal como ha sido planteado, se constituye el proceso en
que se hace extensible dicho reconocimiento a las naciones, que
son a su vez asumidas como individuadas.6 En el caso de las nacio-
nes emergentes la identificación de sus producciones históricas y
culturales, como prueba material de su existencia, está mediada
por las tensiones en el ámbito estético, ahora que debe regirse por
su contenido difícil de aprehender y no sólo por su apariencia. Ello
además conduce a la incertidumbre de cómo representarlas, lo cual
logra conjurarse con el lenguaje elaborado por los especialistas que
crecen junto a ellas. Este proceso de construir la identidad (o exis-
tencia) de la nación individuada, se acompaña del fenómeno más
amplio de aceptar circunscribirse en el esquema de civilización co-
lonialista, ante el cual es necesario exponerse: qué tan antiguo se
es, qué tan original o tan monumental son las producciones, entre
otras. Para realizar tal tarea, organismos rectores (por ejemplo, la
Unesco) señalan los parámetros con los cuales iniciar la búsqueda,
la comparación y la identificación particular.
¿Cómo se traducen estas tensiones en la percepción, apropia-
ción o negación del patrimonio?

Paisaje patrimonial o el buen ver

La identificación y selección del patrimonio supone crear los


marcadores de identidad, lo que se es realmente y con ello, de su

6 Hábito puesto en práctica por el pensamiento moderno occidental (Handler, 1986).


Se refiere al producto del cambio cosmológico en cuya anterior visión todo gira alrede-
dor de Dios, para luego hacerlo alrededor del individuo: el “verdadero” yo. Con este
creciente individualismo, las culturas nacionales serán representadas también como
entes individuados.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 180


significado. Es un acto de autoridad pues requiere del concepto del
especialista autorizado, capaz de comprender las ideas contenidas
en las expresiones de la nacionalidad, que no son otras que las su-
yas. Pero ¿lo es así también la percepción del mismo?
Uno de los puntos de enlace entre el patrimonio y el turismo,
escenarios en los cuales se recrean los auténticos valores nacionales,
es la relevancia puesta en el sentido de la vista (Craik, 1997). En la
gestión del patrimonio se pretende materializar, mediante códigos
identificables, cada una de las esferas que éste abarca (histórico,
arqueológico, fílmico, documental, etc.) para convertirlas en sím-
bolos que, al ser observados o recordados, produzcan emoción y
placer, no sólo porque rememoran eventos personales sino colecti-
vos: “...el patrimonio no se compone únicamente de pirámides y
catedrales, ruinas, objetos y ciudades históricas, lenguas e idiomas
sino de un misterio y una poesía propia lo suficientemente original
y diversa para dar vida a un haz de naciones que en su devenir
histórico ha tenido como inspiración íntima unirse y reconocerse
en paz, justicia y solidaridad.” (CA B 2000:79). Así mismo, el turis-
mo implica la producción y participación en actividades que para
su evocación hacen necesaria la recreación de imágenes: ahí estuve
yo, allí ocurrió tal cosa. En ambas situaciones la materialización de la
experiencia se traduce principalmente en fotografías, postales, vi-
deos, folletos, souvenirs como camisetas, artesanías, piedras, conchas
u otros objetos que atestigüen la presencia del visitante al sitio o de
la experiencia patrimonial vivida (un baile, obra de teatro o recital).
Pero estas imágenes no sólo son testigos reales de la mirada
que se ha posado sobre ellas, la forma de percibirlas está precedida
de principios imbuidos de especificidades cultural y socialmente
dadas, que consciente o inconscientemente se despliegan en el re-
conocimiento de posibles bienes patrimoniales, en la toma de las
fotos, la compra de postales y souvenirs o en la decisión de optar por
un destino turístico ¿Cuál será el mejor ángulo para tomar esta
foto? ¿Qué fondo escojo para fotografiar a mi familia (novio/a, gru-

181 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


po, etc.)? ¡Hay que esperar hasta que esté más despejado (bien sea de
gente o de nubes)! ¿Qué es lo más típico que tiene? ¿No habrá algo
más bonito? ¡Buscaremos donde descansar y admirar el paisaje!
Comportamientos como éstos pueden situarse dentro de proce-
sos más amplios de la exaltación del sentido de la vista: la creación
de la perspectiva y la singularización y jerarquización de los ele-
mentos observados. Al respecto algunos parten de un período poco
anterior al renacimiento europeo, o como lo prefieren otros, antes
de la conquista de América, cuando de manera casi simultánea ar-
tistas de diferentes áreas (florentinos y flamencos) comienzan a ex-
perimentar con la luz y el color para crear efectos que antes no
habían sido expresados en el arte (Gombrich, 1997:247). La pers-
pectiva, la capacidad de crear la sensación de profundidad y de
disponer para ello de los elementos que contiene el tema represen-
tado hacia un punto de fuga común, pretendieron y condujeron a
crear una impresión de más realismo en estas obras. Aunque hoy
parezca “natural’ dicha forma de expresión (es tema obligado en
cualquier clase de dibujo), ella acarreó problemas, entre otros, en
la distribución de las figuras y demás componentes dentro del
cuadro: “existía el peligro de que la nueva facultad del artista arrui-
nara su más preciado don de crear un conjunto agradable y satisfac-
torio.” (Gombrich, 1997:262). A quién o qué dar prioridad, cuál
sería acaso el mejor fondo, son algunos de los dilemas que en-
frentaron los artistas; pero ¿acaso no lo es aún hoy cuando se busca
retratar la realidad de la experiencia patrimonial y turística?
Habituados como estamos a la perspectiva como forma de ver,
las técnicas que aplicaron los maestros para representar las distin-
tas escenas tal vez no sean las que causen mayor asombro hoy, sino
el conjunto de figuras que componen algunas de las obras pictóri-
cas del renacimiento, por lo menos desde el punto de vista ameri-
cano.7 Con el descubrimiento de América y con este de un mundo

7 Rojas Mix (1992) analiza más ampliamente el tema.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 182


Fig. 1. Van der Aa, Fauna del Darién, siglo XVI , (tomado de Rojas Mix, 1992)

de especies desconocidas, en el arte europeo se incorporaron rápi-


damente algunos de los elementos que hasta hoy llevan a tildar al
continente de “exótico”: aves, plantas y representaciones de ani-
males fantásticos, especialmente. Estos vinieron a configurar parte
del imaginario del edén, conformado por conjuntos temáticos de
la naturaleza bastante singulares que enmarcarían la noción de este
paraíso, perdido y anhelado por muchos, tal y como se encontraba
descrito en la Biblia (ver fig.1, arriba) .
Esta idea del paraíso y, en general, de los acontecimientos y
personajes bíblicos, además de los castigos divinos por trasgredir
las enseñanzas del libro sagrado o violar la armonía de la naturale-
za, eran parte del diario vivir de la mayoría de la población europea
(o por lo menos a ojos de la nobleza y los eclesiásticos). Sin embar-
go, se aduce que esa nueva mirada gestada desde antes del renaci-
miento, que en el arte se traduce en la perspectiva y la necesidad de
hacer medible la naturaleza, para concerla como es ‘realmente’,

183 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Fig. 2. Ianz Barent Alegoría de Magallanes, siglo XVI (tomado de Rojas Mix, 1992)

también se desenvuelve en otros ámbitos que ponen en duda una


existencia divina que rige destinos y que requieren explicaciones em-
píricas de lo que es visto. Algunos señalan que es Roger Bacon (1220-
1292) quien inicia la exploración de métodos que conducirían a co-
nocer la naturaleza en la cual estaban inmersos, mediante la
observación y medición exacta de sus elementos componentes. No
obstante la ruptura con el absolutismo teológico, señalan otros, se
logra finalmente con Francis Bacon (1561-1626). En su obra Novum
Organum (1620), se espera “acceder a los secretos más ocultos y remo-
tos de la naturaleza, con el fin de obligarla a obedecer nuestros impe-
rativos” (Castro-Gómez, 1999:82) y así separar lo humano de lo na-
tural. Es claro que la herramienta principal de esta tarea será el sentido
de la vista, el cual privilegiará la observación de los fenómenos que
tratan de ser explicados (ver fig.2, arriba) .
Se inicia así, lentamente, el proceso de conocer y entender los
principios que rigen el mundo, la existencia de los hombres y lo que
les rodea. Este conocimiento se alcanzó tímidamente en un comien-

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 184


zo (siglos xvi y xvii) y con mayor intensidad en tiempos más recien-
tes (siglos xviii y xix) mediante la observación, diferenciación y or-
denamiento de los elementos explorados bajo los preceptos del natu-
ralista (ver Serje este volumen), con lo cual se aumentó el poder y
control sobre los hallazgos efectuados, entre quienes patrocinaban y
realizaban estos estudios. No sorprende que sea en esta última época
cuando surge la noción de civilización, y cuando se establece a Euro-
pa, pero principalmente a sus eruditos, nobles y cortesanos, como el
referente para el ordenamiento y categorización del mundo.8
Los viajeros científicos o naturalistas, categoría compuesta de
sólo hombres –por lo que se sabe hasta ahora (ver fig.3, pág si-
guiente)– además de describir sus experiencias, procuraron ilus-
trarlas en imágenes donde se recoge la diversidad de sus hallazgos,
pero a diferencia del paraíso edénico de comienzos del renacimien-
to, se establecen nexos más reales entre los objetos de estudio
científico (ver Castrillón, éste volúmen). Poco a poco los parajes
edénicos y americanos que habían virado hacia expresiones
neoclásicas, con nativos representados como dioses griegos rodea-
dos de entornos dóciles, retornaron a expresiones más fieles de aque-
llo que era observado. Alexander von Humboldt (1769-1859), uno
de los científicos europeos más destacados de su época, propugnó por
una mirada orgánica “la idea básica es la Unidad Fundamental, en
que la subordinación al conjunto da sentido a las partes” (Rojas Mix,
1992:186). Además alcanzó su prestigio por ligar el arte y la ciencia
en la representación de la naturaleza, la cual buscó poner bajo con-
trol mediante esta estrategia;9 cuyas expresiones lograron difundir-
se ampliamente.

8 Paralelo a esa noción de civilización surge la de cultura, que se contrapone a ella; sin
embargo, hoy llegan a ser comúnmente confundidas, ver Williams (1976) y Elías (1997).
9 “La viveza de la descripción estética, él estaba convencido, sería complementada e
intensificada por las revelaciones científicas de las ‘fuerzas ocultas’ que hacían trabajar la
naturaleza”. Para conocer más sobre “el tejido del lenguaje visual y emotivo con el len-
guaje técnico y clasificatorio” con que Humboldt reinventó a América, ver Pratt (1992).

185 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


Fig. 3. Edouard André, Retrato del autor en traje de viaje (tomado de América Pintoresca, 1984)

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 186


Sin embargo, a la vez que impulsó la idea de partir de una expe-
riencia total, también expresó la necesidad de percibir a través de
ella el carácter local de la misma, buscó “comprender la singularidad
dentro de la multiplicidad” (Rojas Mix, 1992). Y esto se reitera en
los estudios que él realizó, y que continuaron sus seguidores.
En trabajos subsiguientes, como los de la Comisión Corográfica
y otras expediciones en suelo americano, se destacan los gráficos con
paisajes o escenas atiborrados de información, al lado de imágenes
sueltas con solo uno de sus componentes; una forma finalmente de
catalogar y diferenciar (excluir o incluir) los objetos, especies o gru-
pos humanos, de acuerdo con su “naturaleza”, tanto en forma como
contenido, hecha visible bajo esta mirada científica –masculina, eu-
ropea– a la vez que romántica (ver Rozo y Santoyo, éste volúmen).
La separación de los componentes locales en unidades parti-
culares, en especies de plantas y aves, clases de minerales o tipos
de edificios, indígenas y objetos arqueológicos, se hizo de acuer-
do a diferentes atributos hechos perceptibles a través de la retóri-
ca producida por estos viajeros (ver fig.4, p á g siguiente).
Ilustrados en minuciosos dibujos, frecuentemente revestidos de
colores, más explosivos cuanto más exóticos fueran aquellos, ali-
mentaron el proceso de formalización y consolidación de una base
empírica que nutriría el desarrollo de las ciencias y las áreas
humanísticas y artísticas americanas, de su lenguaje particular para
identificar y comprender tanto las especificidades como el conjun-
to. Los gráficos y sus descripciones se convertirían en las bases de
esa nueva retórica, producto del ascenso de las estéticas subjeti-
vas e individuales. Estas harían parte de los distintos estudios ya
afianzados en las aulas universitarias, así como de otras áreas que
surgirían como profesiones especializadas durante los siglos xix y
xx: antropología, arqueología, historia, geología, historia del arte,
arquitectura, biología y muchas más.
De estos procesos derivan, entre otros, dos aspectos relaciona-
dos con el estudio del patrimonio cultural y, por ende, del turismo

187 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


cultural, que merecen ser revisados: uno de ellos, las repercusiones
en la categorización o formas de clasificar y significar el patrimonio
cultural. En ello inciden las nociones de ‘buen gusto’ implícitas,
más que explícitas, en las actividades de identificación, selección y

Fig. 4. Grabados recogidos para la edición original de América Pintoresca 1984 (1984)

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 188


divulgación de representaciones de bienes culturales patrimonia-
les. El otro, la percepción de la relación entre naturaleza y cultura,
y cómo esta es cosificada en imágenes con las cuales se construyen y
comunican los símbolos del patrimonio cultural.

…La Villa tiene aún algo más


que mascaradas estilísticas10

Dadas las influencias europeas en lo concerniente a la legisla-


ción colombiana sobre patrimonio cultural, no es gratuito ni sor-
prendente saber que en Villa de Leyva se había elegido un Director
de Monumentos y Paisajes.11 Más aún, de acuerdo con lo expuesto
anteriormente, al conocer los requisitos exigidos para realizar la
labor de registro de los monumentos de carácter histórico y artísti-
co, como se tenía previsto en tal cargo: …me crearon un cargo en el
(19)58 como Director de Monumentos y Paisajes. Y hasta tengo la carta
del alcalde, que me ponía la tarea de atender turistas… yo soy un pintor
testigo de un pueblo. Yo no, realmente no soy apegado a los ‘ismos’ pictóri-
cos’. Soy apegado a un sentimiento más que todo, con una técnica desde
luego con influencia española o francesa o italiana, en fin, lo que nos deja-
ron los paisajistas de fines del siglo pasado. Luis de Llano, Ricardo Borrero,
Alvarez Zamora. Yo fui discípulo de discípulos de ellos... entonces esa mis-
ma influencia se va transmitiendo paulatinamente hacia los jóvenes, ya me
corresponde a mí como jóven (risas)… El paisajista tiene la función de

10 Revista Diners, Villa de Leiva, un lunes en la mañana, texto y fotos de Germán


Téllez, octubre 1981.
11 En 1835 se crea en Francia el cargo de “Inspector General de Monumentos His-
tóricos” quien reportaría al Ministerio del Interior los datos referentes a su condición:
“...levantamiento de planos arquitectónicos, dibujar los fragmentos, consultar archi-
vos, ir a pie o a caballo en busca de más (monumentos), y en aras de la unidad, todos
habrán de tener los mismos principios de arqueología, el mismo sistema de historia
del arte.” (en Chastel, 1984:425, traducción mía)

189 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


interpretar el ambiente de cada lugar, y si no lo es así, tampoco va a ser un
buen paisajista.12
La paulatina categorización del patrimonio en histórico y artís-
tico, en su estrecha relación con la noción de monumento, parece
delatar las tensiones que surgen con las manifestaciones estéticas
más recientes e individualistas. El apego a lo histórico, y en la ley
163 de 1959 a todo aquello que comprenda sólo hasta el siglo
xviii, muestra la ansiedad por alcanzar cierta seguridad en los sím-
bolos, al apelar a lo que puede formalizarse y que de hecho se hace
en un conjunto unitario y estilístico: lo “colonial”. Sólo aparecerán
nuevas épocas y con ellas otros “estilos”, como el “republicano”,
cuando ya exista el suficiente distanciamiento para crear un len-
guaje especializado que permita identificarlo y significarlo. Las ten-
siones se avivan cuando se catalogan las tendencias más recientes,
con criterios ambiguos sujetos a múltiples acepciones, como lo mo-
derno, contemporáneo o posmoderno, dada la imposibilidad de
agruparlas por su contenido (individualizado), por lo cual los espe-
cialistas acuden aún a criterios formales, técnicos y temporales. Estas
incertidumbres serán controvertidas en el campo de las nuevas sen-
sibilidades que acompañan el proceso, y de ellas surgirán los espe-
cialistas que crearán un lenguaje de certezas y seguridades, para
aproximarse a su entendimiento. Por ahora, se halla en debate definir
quiénes o qué les confiere la autoridad de decidir, lo que deriva en
más y múltiples posturas particulares.
Construir una realidad y definirla como un “estilo”, cultura,
etnia o bien cultural, se traduce en crear para ella una historicidad y,
a la vez, con esta se verifica la existencia de la nacionalidad misma
que la contiene (por ejempo, convertir un metate en bien arqueoló-
gico y significante como base del sustento de “nuestros” ancestros).
Para comprenderlo hay que especificarlo, lo cual significa extrapolar

12 Entrevista a Antonio Pérez, casetes 8 y 9, 18 de junio de 1999.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 190


todo aquello que le reste seguridad y fidelidad a su representación,
a lo que realmente es. Las expresiones por fuera de la homogenei-
dad y carentes de posibilidades de hacer una lectura especializada y
unitaria, son marginadas y en muchos casos hechas invisibles, tan-
to que no se lamenta su destrucción ni la nostalgia se afecta por su
desaparición. La fidelidad a los hechos exige establecer los límites
que separan lo genuino de lo falso, así las imitaciones o aquello que
está contaminado son excluidos del circuito de la autenticidad; la
individualidad no admite copia ni alteración. Sin embargo, esto
constituye la paradoja, pues para sobrevivir, para evitar ser distan-
ciado y excluido, se recurre como estrategia de supervivencia, en la
mayor parte de los casos, a asimilar e imitar aquello que subordina
y margina, lo que conduce inevitablemente a “aparentar” y perder
el carácter auténtico para convertirse en artículo de desprecio, mofa
u olvido.
Villa de Leiva muestra abundantes rasgos de la ‘cara’ que
presumiblemente ha de gustar más a sus ocasionales admiradores. El ma-
quillaje arquitectónico vulgar o pseudo-culto es ya mayoritario en la mo-
desta villa de Andrés Díaz Venero de Leiva. Entre el teórico gusto o sensi-
bilidad de los alelados bogotanos o franceses que vagan por sus calles de
viernes a domingo, y la arquitectura que están viendo, comienza, final y
ominosamente, a existir una perversa concomitancia que cada día, con cada
turista, será mayor y más voluntaria.13 Así se llega a que la noción de
autenticidad tan anhelada en las expresiones del patrimonio, con-
tiene la de la “apariencia”. El buen gusto que lleva a distinguirla,
conlleva el mal gusto de la copia que busca también esa distinción.
La memoria que se haga de una de estas versiones, conlleva el olvi-
do que acarrea hacerla presente.
Para neutralizar los efectos de la paradoja, se requiere de quie-
nes puedan legitimar las verdaderas creaciones: ¿Por qué quienes han

13 ibid, Revista Diners, octubre, 1981.

191 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


ido una vez a Villa de Leyva quieren regresar?... los participantes de una
‘élite’ del espíritu, ya célebres en el arte, la literatura, la ciencia, allí venidos
a domiciliarse para participar en el bien ser de la Villa, como el pintor Luis
Alberto Acuña, el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff, el editor Gómez
Borrás, el médico estetista Marcelo Vélez, la pintora Silvia Medina, el ra-
diólogo Hernando Morales, el patólogo Gustavo Morales, el ingeniero Fran-
cisco Casas Manrique, el planificador Andrés Uribe Crane, el empresario
norteamericano Ronald Leif, los marmoleros Paccini, y muchos profesionales
y escritores y artistas que construyen o remodelan sus casas para su propio
reposo, y político y periodistas como Alvaro y Enrique Gómez Hurtado.
Todos en busca del paréntesis del ocio creador, indispensable para fecundar la
diaria brega.14
El aguzamiento de la mirada permite al experto identificar con
mayor autoridad las especificidades del entorno patrimonial y ello
se convierte en una relación dialéctica entre especialistas y bienes
culturales, cuando estos últimos se establecen como el soporte de
la existencia de los primeros: …al ser el agua sagrada, uno la quiere,
y al querer uno las cosas uno no las trataría como estamos tratando en este
momento los recursos... por eso yo creo en esa reconstrucción cultural. Es
volver... de ese pasado. Y de relacionarnos con el ambiente de una forma
armónica y ética. Es como tratar de recordar ese pasado cómo fue... hay
mucha evidencia que se la dicen mejor los antropólogos.15 Sólo quien
sabe, autoriza su existencia.
Mientras las versiones formales se convierten en disputa entre
los expertos, los locales sacan provecho de las apariencias que los
acercan más al discurso de la autenticidad formulada por tales ex-
pertos, a la vez que se impregnan de su lenguaje para sancionarlas
(la paradoja continúa): En plena plaza mayor se exhibe ahora la masca-
rada ridícula de una novísima portada en ladrillo que falsea toda la

14 Canal Ramírez, 1984:17-18 (el énfasis es mío).


15 Entrevista a Klaus Shultze, biólogo del Instituto von Humboldt, 23 de marzo de
2000, casetes 12 y 13 lado A.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 192


delicada gama de ritmos visuales que las épocas pasadas le dieron al espa-
cio público.16 […] el maestro Acuña mismo hizo un esperpento ahí, una
portada que es tremenda, es un pastel ahí.17 Otra gran transgresión a los
bienes de Villa de Leyva fue la fachada, en la plaza principal, de la casa
del maestro Acuña. Eso forma parte de la arquitectura quiteña, por ejem-
plo. Es el colmo que todavía los villaleyvanos mostremos esa fachada en
un aviso para darle publicidad a Villa de Leyva, cuando eso no forma
parte de (ella).18 Aún más, mediante estas apreciaciones, también se
delatan las apropiaciones y la conformación de una unidad entre
los habitantes y sus monumentos, la individuación del objeto, cuan-
do se recrimina que con la anuencia de los villaleyvanos se ha per-
mitido ese falseamiento de sus bienes y, por ende, de la autentici-
dad de su identidad o existencia.
Estos aspectos se traducen en formas de narrar una manera de
vivir y memorar experiencias, en una estética del entorno y en el
desenvolvimiento de las personas en éste, a las cuales, aunque histó-
ricamente las anteceden varias trayectorias, negocian sus significados
sociales y culturales alternos. Esto es posible de analizar con el mate-
rial documental existente sobre Villa de Leyva, pero también me-
diante las impresiones de las personas que habitan o conocen el área
con sus múltiples contenidos, con ellos es posible reconstruir la ma-
nera cómo se estructuran y materializan sus percepciones y transfor-
man su entorno en un sitio patrimonial y cómo, a su vez, este patri-
monio se convierte en el estereotipo o modelo para crearlo o
reconocerlo en otras instancias y lugares: Hay que adentrarse en este
desierto y pasearse lentamente, con ojos de fotógrafo y pintor y saborearlo. De
todas maneras, a nuestros ojos profanos, aquellas piedras aparecen sin arrai-
go ni sustento sobre el terreno que las soporta, como venidas de más allá, de

16 Entrevista a Antonio Pérez, 18 de junio de 1999.


17 ibid, Revista Diners (1981).
18 Entrevista a Clemencia González, personera de Villa de Leyva, 10 de junio de
1999, casete 1 lado B.

193 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


otra parte. Todo allí es ‘otra parte’ y la procedencia de las cosas es incógnita.
Del más allá, el ‘más allá’ es la presencia permanente.19

“…Todo retorna a su inmenso blanco y negro original…”

Villa de Leyva, libro con fotografías de Abdú Eljaiek y acompa-


ñado del poema Pueblito Sagrado de Jorge Alejandro Medellín, fue
una de las primeras publicaciones que salió a la luz recién creado el
Ministerio de Cultura en 1997. Entre las características más sobre-
salientes del libro, inmerso en esta era del color y de los medios
visuales, está la de su presentación en Blanco y Negro. Esto posi-
blemente sea el anuncio de las dicotomías y las estructuras rígidas
con que se narra este monumento nacional. Tres son los elementos
que constituyen esta metáfora del patrimonio: lo natural, lo cultu-
ral y la mediación de lo construido que liga a ambos. Sus primeras
páginas se componen de fotografías alusivas a los temas de la natu-
raleza, compuesta por árboles, rocas, montañas y lagunas. Como en
el esquema evolucionista, el mundo pierde parte de su carácter na-
tural y primigenio –en la segunda fase–, el cual pasa a ser transfor-
mado por humanos que dejan su “huella’ en bardas, muros o deta-
lles arquitectónicos. Por último, las fotografías se refieren a los
humanos mismos, lo cultural, encarnado principalmente por mu-
jeres, niños y ancianos campesinos quienes hoy representan la idea
de lo tradicional y autóctono. Son reiterativas entre estas imágenes
las de mujeres, con sus múltiples faldas, el sombrero y la trenza.
Pero esta no es una forma de expresión particular, el esquema se
repite una y otra vez en otros textos, como las guías turísticas20, en la

19 Canal Ramírez, 1984:30


20 Ver por ejemplo a Canal Ramírez, 1984 o 1989. En las distintas versiones cam-
bian algunas imágenes, o por lo menos el orden.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 194


edición Villa de Leyva: huella de los siglos 21 (Restrepo, 1986; obra de
varios autores) y en la mayoría de postales.
Son varias las asociaciones posibles de realizar con estas imáge-
nes, que aunque aparentan ser simples y demasiado obvias, provie-
nen de procesos más largos hoy convertidos en percepciones ruti-
narias, que yacen más en el plano del inconsciente. Esto incluye el
orden de la presentación de las imágenes, la cual se inicia con la
naturaleza. Separada de lo humano y lo cultural, esta ocupa un
lugar primordial, está ahí por sí y para sí misma, desconociendo
que la mirada y apreciación, los sentimientos y emociones que lle-
van a enfocar la vista y el lente hacia tal o cual objetivo, están
imbuidos de actitudes y principios estéticos y culturales configu-
rados durante los procesos por controlar esa naturaleza. Pero lo
dicotómico no es antinómico; también existen nexos fuertes y fre-
cuentes que ligan naturaleza y cultura, esto es reiterativo especial-
mente en el discurso del patrimonio. La mujer campesina camina
por una senda rural, o delante de un muro blanco y puro, sostiene
o se encuentra rodeada de canastos y cerámicas elaborados con ma-
terias primas naturales, y vende los productos de la tierra en el
mercado mientras sonríe plácida e inocentemente. Por el contra-
rio, las casas y las plazas, lo edificado, motivo repetitivo en textos
e imágenes, pertenecen a los hombres, a los próceres que allí nacie-
ron (Ricaurte, Neira), murieron (Nariño) o se reunieron (la casa de
las Provincias Unidas), sus representaciones sólo incluyen las fa-
chadas de sus moradas, el busto o la figura rígida en bronce. En la
estructura narrativa del libro, esto que ha sido construido, media
entre árboles y lagunas y mujeres campesinas, como símbolo
artificial y masculino que alteró la condición prístina del entorno.
Aún en esta dicotomía, que construye todo un lenguaje para
significarla, la naturaleza y el paisaje natural conformado bajo esas

21 Restrepo, Fernando (coord.), libro de 1986, obra de varios autores.

195 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


miradas del patrimonio y del turismo, es objeto de subversión frente
a la racionalidad que la ha separado y dominado. En contravención
con las pretensiones iniciadas desde los Bacon y sus coetáneos, y
luego con Humboldt, lo natural como objeto de dominación se
resiste a perder su vigor como fuerza mística y mágica, atribuida a
estos parajes, y que subyuga al hombre.
Una descripción elaborada en 1864 da algunas pistas sobre los
cambios sufridos en las percepciones del entorno natural:
El hecho es que hoi la Villa de Leiva presenta un aspecto poco risue-
ño. Está rodeada por unas colinas rojizas i peladas que reflejan de un
modo particular la luz, dando un tinte más melancólico a sus ruinas de
edificios que se ven por donde quiera... 22
Allí voy, desde hace años, no a estudiar la naturaleza sino a su-
mergirme en ella, a dejarme poseer por ella, sin esfuerzos, ni enfrenta-
miento, ni resistencia... Más allá de la cultura, más allá de la civili-
zación. Mas allá del tiempo. 23
Hay muchos paisajes y pueblos muy bonitos, pero Villa de Leyva es
mágico, es mágico,... Hasta una cepillada de dientes es de sentarse a
pensar, cepillando los dientes en el río... todo es un rito, todo es Villa de
Leyva... San Agustín, por ejemplo, es otro paraíso. San Agustín, es
alucinante también. La gente es... allá tu si encuentras gente extraña.
O sea, no es gente común. Por ejemplo, los turistas aquí son comunes. 24

Desastres ecológicos y culturales

A estas acepciones se aunó el movimiento ecologista, que aun-


que no reconoce los signos esotéricos emanados de la naturaleza, si

22 El Católico, Las carmelitas de la Villa de Leiva, 1864, p. 51.


23 Canal Ramírez, 1984:20.
24 Entrevista a una joven turista, 19 años, 13 de junio de 1999, casete 3 lado B.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 196


por lo menos ha hecho uso de esos discursos para proteger la vege-
tación, los suelos, animales y fuentes de agua. Examinar este caso
devela las diversas imágenes con que se construye la relación entre
naturaleza y cultura en Villa de Leyva, y que opera en la ambivalencia
del significado de los campesinos, por ejemplo. Simultáneamente,
los campesinos se constituyen en referentes del patrimonio natural
y del cultural, al encarnar lo prístino y lo tradicional, y se convier-
ten en parte de esa huella mágica que configura el lugar. Pero tam-
bién para las ondas ecologistas que acogen algunos de esos discur-
sos, las tradiciones agrícolas y el comportamiento de los campesinos
van en contravía de los planes de preservación de la naturaleza: “[el
campesino]... no piensa en el agua, sino en que solamente le va a dejar
una plata, entonces en ese sentido está cambiando la forma de pensar cómo
relacionarse con [el entorno]. Cambian las practicas, cambia todo.” 25
Dada esta estructura, es evidente la divergencia que existe en-
tre la bibliografía que usan los ecologistas y la literatura eminente-
mente visual (tipo Eljaiek), que alimenta los ideales y textos sobre
patrimonio cultural o el de las guías turísticas.
La producción escrita con carácter ecológico se inicia hacia la
década de 1960 y en su comienzo comprende textos técnicos sobre
estudios de suelos, geológicos, agroclimatológicos y de especies
nativas. En otros se evalúa el potencial de explotación de la zona, a
los que seguirían los estudios hechos principalmente por el Incora:
posibilidades económicas y planes de crédito. Más recientemente,
se encuentran los textos que exploran las incidencias (desastrosas,
destructivas) de estas interacciones humanas frente al ambiente
natural; mientras que son las investigaciones de corte antropológico
sobre campesinos, bajo perspectivas marxistas típicas de la década
de 1970, las que dan continuidad a la primera etapa evaluativa de
la producción agraria de los ecólogos.

25 Entrevista a Klaus Shultze, 23 de marzo de 2000.

197 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


El primer bloque bibliográfico de estas corrientes ecológicas se
destaca por describir el devenir histórico y social del valle de Leyva
como algo estático, mientras que en el segundo se da por hecho
que los problemas socioeconómicos vigentes son producto de esa
inercia y además se enmarcan dentro de un entorno pobre,
erosionado y coadyuvante del deterioro y retraso en el desarrollo de
la zona. A partir de estos estudios Joaquín Molano (1990) en Villa
de Leiva: ensayo de interpretación social de una catástrofe ecológica, plan-
tea una dinámica entre naturaleza y sociedad que pretende explicar
las causas y consecuencias de esa interacción retraso/desarrollo con
sus consecuencias para el ambiente.
El autor parte de dos aproximaciones: la primera asume el es-
pacio como un hecho histórico y social; de ahí que se formule como
formación económica y espacial, es decir, una estructura producti-
va y tecno-productiva que se expresa geográficamente de una ma-
nera determinada. El espacio, propone el autor, no es una tela de
fondo inerte y muerta. La segunda se enmarca dentro de la teoría
de la biogeografía insular que le permite describir, reconstruir y
jerarquizar el grado de intervención y disturbio sobre las diferentes
coberturas biológicas.
En general, la primera parte de su estudio se basa en el análisis
exhaustivo de las características del entorno, pero su interpretación
social de la catástrofe ecológica recae nuevamente en un modelo
biológico idealista de explotación, dado por la contraposición del
discurso entre lo nativo y lo exótico, lo natural y lo artificial.
Molano propone bajo este esquema que desde las primeras ocu-
paciones del altiplano, por parte de cazadores y recolectores hasta
la explotación agro-alfarera y minero-metalúrgica prehispánica, las
relaciones naturaleza-cultura se dieron de manera que podría des-
cribirse como armónica, con un alto grado de conocimiento del
medio natural por parte de los indígenas.
La teoría de la biogeografía insular le permite argumentar que
para el período prehispánico hubo complementariedad de recur-

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 198


sos, por la explotación vertical de pisos ecológicos, con lo cual estos
no se agotaron: la trilogía ideal de la zona consistía de las labran-
zas, el matorral y los bosques de manejo diversificado.
Considera el autor que la devastación se inicia en el siglo xvi,
cuando bosques, aguas, fauna y suelo desaparecieron secuencialmente en
mano de los españoles, quienes con las reducciones de la mano de obra indí-
gena se dedicaron a la producción agrícola intensiva. Esa afectación pro-
ducida en la zona, Molano la achaca a quienes son ajenos y foráneos
al lugar, con lo que refuerza el argumento de cómo lo que no es
autóctono –en este caso los españoles–, produce la destrucción del
entorno por el desconocimiento de las condiciones ecológicas del
medio tropical de montaña.
A ello se agrega a finales del siglo xix, la disolución definitiva
de los resguardos indígenas y el aumento de la población mestiza,
heredera de la pérdida de la condición prístina y de la mestización
de sus hábitos de explotación agrícola con aquellos destructivos
de los españoles. Esta mestización, fruto de las relaciones estable-
cidas entre blancos, negros e indios en los terrenos de las hacien-
das, y las consecuencias que trajo consigo, posiblemente sea uno
de los factores que han incidido para descartar a tales propiedades
como patrimonio monumental. Aun cuando las haciendas cons-
tituyeron el motor económico regional –en ellas se establecieron
las dinámicas sociales más intensas–, su carácter impuro, de ex-
plotación y de devastación, ha impedido hacerlas visibles en el
contexto patrimonial.
A la desintegración de los resguardos y de su pobladores, se
suman las posibles expectativas que tienen los mestizos de contar
con tierras propias, la posterior mecanización del campo y el fo-
mento a la reinversión del producido, ocurridos ya durante el siglo
xx, que se traducen en factores que incrementan la presión ejerci-
da sobre las tierras con su consecuente agotamiento.
Sin embargo, aun los mismos ideales ecologistas de la década
de 1970 casi conducen a aumentar la catástrofe, cuando el Inderena

199 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


intentó fomentar la siembra de bosques de eucalipto, proyecto que
no dio resultado por los avales exigidos por la Caja Agraria para
otorgar el crédito para la reforestación.
Hoy día las corrientes ambientalistas nuevamente buscan res-
catar la imagen primordial y auténtica del patrimonio al entretejer
una relación más armoniosa entre naturaleza-cultura, representada
por el campo y los campesinos que aún habitan la región. Se han
emprendido tareas como recuperar las tradiciones de significados y
usos de plantas y animales, alguna vez presentes en la zona, así
como también inducir al cambio de practicas agrícolas: [el] río Leyva
me gusta, porque hay flores y árboles y porque bajaba el río y porque ahí
uno puede sacar el agua para regar los cultivos.26 Bajo este influjo
ambientalista se suspende en el tiempo los hábitos de la mestización,
para dar relevancia a las tradiciones prehispánicas que se configuran
bajo la representación de “la campesina”.
Sin embargo, las múltiples percepciones dicotómicas construi-
das bajo la mirada ecologista, repercuten hoy en distintos escena-
rios, como el de las fiestas, por ende en aquello considerado patri-
moniable.

Un San Isidro mal visto

En el marco de la plaza de Villa de Leyva coexisten dos formas


diferentes de percibir esta relación entre naturaleza-cultura. Una
en que la vocación agrícola, aquella que con sus practicas ha devas-
tado el área, se celebra con la fiesta de san Isidro Labrador, evento
en el que los campesinos acopian en sus veredas una parte de sus
cosechas y productos para luego en la plaza, frente al atrio de la

26 Oscar Rojas, 10 años habitante de la vereda de Monquirá, experiencia de valora-


ción local, marzo 2000.

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 200


iglesia parroquial, poner en remate lo reunido. La plata recogida se
dona al párroco y de esta manera se pagan las misas a San Isidro
con la esperanza de un año siguiente próspero para la producción.
Las dos veces en que he presenciado esta fiesta, han participado
en ella de manera casi exclusiva los campesinos que aún habitan
las veredas del municipio de Villa de Leyva, aunque como ellos
mismos lo manifiestan, el número se reduce cada vez más, pues
poco a poco la población de algunas de estas veredas ha sido re-
emplazada por nuevos propietarios, generalmente provenientes
de Bogotá u otras ciudades.
La otra, la feria del árbol, evento ecologista de creación más
reciente, busca propiciar la reforestación del área con especies “na-
tivas” como buganvillas (mexicanas), acacias (africanas) y de otras
variedades como los frutales –feijoas, manzanos y duraznos– y ár-
boles que requieren de mayor cuidado al plantarlos –robles,
guayacanes y cedrelas–. Este evento se desarrolla igualmente en
la plaza principal y en sus primeras versiones logró ocupar la mayor
parte de este espacio –gracias al patrocinio de una firma de au-
tos–. La asistencia, si bien tampoco se ha destacado por su
afluencia, ha contado con mayor variedad de participantes, desde
los mismos campesinos, los residentes de la cabecera municipal,
propietarios de fincas y los turistas, pues además de los árboles se
ofrecen esporádicamente otros productos, bien sea comestibles o
artesanales.
En 1997, coincidió la realización de ambos eventos en el mis-
mo día. En un rincón del atrio se organizó la fiesta de San Isidro y
en el marco de la plaza, la feria del árbol. Unos daban la espalda a
los otros, en dos actividades que aparentemente relacionadas, pues
convergen en la modificación del suelo y del paisaje, culturalmente
se perciben como opuestos: lo catastrófico de las tradiciones agrí-
colas devastadoras y devoradoras del entorno y el recurso de las
plantas que sana las heridas dejadas por aquellas. El acto festivo reli-
gioso, en busca de la anuencia de un ser supremo para la continuidad

201 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


de su existencia, y el de la sobria feria ecológica, que con el beneplá-
cito de agrónomos y biólogos, busca controlar y recobrar el entorno.
Pero aún más, los campesinos, al no portar el vestuario típico,
con el cual se ha construido el estereotipo de su imagen, la profu-
sión de faldas, sombrero, ruana y trenza, son objeto de indiferencia
pues no son vistos ni reconocidos por los visitantes y participantes
de la feria del árbol. Bajo su actual indumentaria, sobre el campe-
sino se posa la mirada que lo significa (identifica y cataloga) como
mestizo, el que se adaptó a las prácticas españolas. Por el contrario,
“La Campesina’, protagonista de las múltiples imágenes que re-
crean los mágicos espacios de Villa de Leyva, se configura en sím-
bolo alegórico de lo natural, lo puro y autóctono, en otras palabras,
encarna la experiencia auténtica y se convierte en código de ella.
Aquellos que deseen proyectar una imagen de patrimonio o bus-
quen destinos turísticos de ciertas características, lo identificarán
mediante esa imagen codificada (baste ver las innumerables posta-
les de Villa de Leyva con este motivo y algunas de las guías). No
necesariamente los turistas irán tras esa experiencia auténtica, “lo
que realmente es”, ni en la identificación y selección del patrimo-
nio quedará incluido este código, el de “La Campesina”, pero sí se
convierte en referente de un lenguaje en común, de una memoria y
de una mirada especializada que excluye o no ve lo que no es seme-
jante, como los campesinos de la fiesta de San Isidro.
De la misma manera, experiencias como estas dotan de sensibi-
lidades a los individuos, con las cuales se marcan y reproducen
estas diferencias. Mientras el campesino mestizo es objeto de des-
precio e indiferencia, marcado por su “apariencia”, más cuando esta
apariencia intenta imitar la del asistente a la feria del árbol, “La
Campesina” despierta sensaciones de nostalgia y melancolía entre
aquellos que lamentan su desaparición, como las de la feria que
lamentan por igual la pérdida del entorno natural.
Dado que la celebración de ambos eventos creó incompatibili-
dades y dificultades en el desarrollo de los mismos, la fiesta de San

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 202


Isidro se trasladó para el día del campesino, en los primeros días de
junio, mientras que la feria del árbol se mantiene en o alrededor
del 12 de octubre, ‘día de la raza’, que actualmente conmemora la
devastación de la población indígena (la de los naturales) a manos
del español, de efecto similar al desastre ecológico denunciado por
Molano. Experiencias sensibles como estas se materializan en la
diferenciación de los escenarios de su representación y en la
marginación de su producción.
¿Son realmente dicotómicas estas percepciones, o conducen a
una circularidad en la construcción de las percepciones del patri-
monio? En el caso de las fotografías de Eljaiek, en su libro Villa de
Leyva, incluye imágenes de otros parajes que no corresponden a
dicha población. Para construir el semblante de Villa de Leyva como
patrimonio cultural, hace uso de este particular lenguaje discursivo
sobre la autenticidad con el que se crean e implementan códigos
para significarlo como tal. Al mismo tiempo, algo llamado “Villa
de Leyva”, proporciona las estrategias para materializar como pa-
trimonio otros lugares o elementos vistos como similares, sean
estos cuales sean, indiferente del espacio y del tiempo: En Barichara,
en Santander, Barichara es un municipio muy bonito. Tiene una semejan-
za con Villa de Leyva. Pero entonces dice uno ‘se asemeja a Villa de Leyva’.
O sea, la primera es Villa de Leyva.27

La naturaleza del patrimonio

Decir que los bienes y personas no son productos puros e im-


parciales, puede parecer ahora un “lugar común”. No obstante,
para constituir el patrimonio cultural, entendido como aquello que

27 Entrevista a una mujer turista en la plaza de Villa de Leyva, 14 de junio de 1999,


casete 3 lado A.

203 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


confiere una identidad y la dota de autenticidad, se ha requerido de
la creación de símbolos específicos que identifican los ámbitos, es-
feras y campos que comprende. Ello ha significado privilegiar una
de las muchas facetas como auténtica, de acuerdo al espacio (social
y físico) y el tiempo en el cual se ha producido, mediante estrate-
gias que no necesariamente han sido negociadas.
Lentamente esta tarea de construir el patrimonio cultural, como
noción más amplia que aquella que la representa en los monumen-
tos, se diversifica en múltiples bienes y con ello se incrementa el
espectro de participantes en su selección y manejo. Esta se ha desa-
rrollado paralelamente al proceso de consolidación de carreras pro-
fesionales de algunas disciplinas científicas y de las humanidades
(antropología, historia, bellas artes, literatura). Concomitante al
surgimiento del Estado nacional, estas se han dispuesto para la
búsqueda de los elementos que demuestran y proporcionan el so-
porte de su existencia individuada. La mirada con la cual se selec-
cionan los bienes culturales nacionales, resulta de configuraciones
históricas más amplias, modeladas en el occidente europeo, con sus
estructuras dicotómicas características, las que son apropiadas y
experimentadas de manera particular, como ha sido señalado en el
estudio sobre patrimonio en Villa de Leyva.
El aumento en el espectro de bienes, que comprende abarcar
nuevos patrimonios ampliando su acepción a más ámbitos del que
los vincula con los monumentos –en bienes y valores culturales–,
busca ser consecuente con la diversidad que se busca legitimar a
partir de la Constitución de 1991. Pero existen evidencias que pa-
recen demostrar lo contrario. Aunque se destaca que poco a poco
han venido a completar el grupo de bienes patrimoniales los testi-
monios de la naturaleza, por ejemplo, el que estén amparados por
una entidad diferente, el Ministerio del Medio Ambiente, perpe-
túa la idea moderna que busca extrapolar y hacer énfasis en la dife-
rencia entre lo natural y lo artificial, lo producido por la madre
tierra y lo alterado por el hombre y su “cultura”. Otro caso similar

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 204


ocurre con los bienes arqueológicos, los que se oponen a los histó-
ricos: los indios “naturales”, constituidos así por la mirada del eu-
ropeo del siglo xvi, son objeto de estudio de disciplinas científicas
cada vez más cercanas a la biología y a tratados econométricos,
exactos y medibles, como la arqueología. La brecha interpuesta por
la irrupción y los efectos de la entrada de los españoles, cuya ima-
gen devastadora se asimila a aquella de los vándalos destructores
de monumentos, son materia de estudio de los historiadores. La
oposición no está signada simplemente por la esencia de sus com-
ponentes –lo natural y prístino vs lo humano y contaminado–, es
la manera de elaborar y conferir una identidad antropológica a quie-
nes representan estas oposiciones, materializadas en los bienes cul-
turales o monumentales con que son construidos como relatos o sím-
bolos. El lenguaje constitutivo de esas identidades no sólo está
connotado por esencialismos sino que lo dota de sensibilidades par-
ticulares para su percepción: de nostalgia y melancolía, sentidas como
ansiedad o desasosiego que hacen necesaria la memoria de aquello
que las produce, o de desprecio e indiferencia, que marcan el olvi-
do. En ellos se basan los expertos quienes “captan” estas condicio-
nes y con su identificación y discernimiento legitiman su posición.
En esta línea de examen a la construcción del patrimonio,
ahora bajo el discurso de la diversidad –los diálogos de nación–,
que busca ampliar el espectro a otras voces con las cuales cons-
truir los referentes contemporáneos por medio de los bienes cul-
turales, cabría preguntar ¿qué tan popular seguiría siendo cual-
quier manifestación expresada por ese sector mayoritario de la
población, si ha de pasar por la opinión del experto para signi-
ficarlo?28 Posibles expresiones antagónicas al esquema erudito oc-
cidental o de la formación de sensibilidades particulares, que ori-
ginan las diferencias entre lo popular o étnico, sin duda quedan

28 Sobre este tema habla más extensamente García-Canclini, 1989.

205 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


impregnados de estas, al estar atravesadas por los procedimientos
que depuran el lenguaje en que se comunican, como las fichas de
registro de bienes que requieren de datos estandarizados (a ello ya
se referían las instrucciones del inspector de monumentos) o los
relatos sensibles más evidentes entre los turistas, y en los cuales la
diversidad de experiencias y percepciones quedan convertidas nue-
vamente en unidades constantes. Sólo hay que pensar en cómo se-
ría el registro del paisaje patrimonial a través de la mirada del par-
ticipante de la fiesta de San Isidro y la del visitante de la feria del
árbol. Para el registro fotográfico ¿serán iguales las imágenes que
tome el campesino que el turista o ecologista?
De esta manera, las herramientas y estrategias construidas para
identificar bienes y monumentos, que hoy la legislación pone en
manos de sus “poseedores”,29 han señalado y siguen señalando una
dirección teñida por los discursos históricos y culturales occidenta-
les y nacionalistas, que en el caso del patrimonio se han visto car-
gados de las nociones de autenticidad que privilegian no a indi-
viduos sino a entes individuados homogéneos (como naciones o
culturas), fundamentados por las tendencias disciplinarias y
científicas que derivande ellos. Formulado el patrimonio de esta
manera, se alejan las posibilidades de participación y confrontación
de otras realidades que no se ajustan a estos esquemas y, más aún, se
impide la objetificación y se reitera la cosificación; el patrimonio así
constituido no es más que un discurso monológico, autoritario y
arbitrario, que suprime la expresión de las anheladas narrativas de la
alteridad.

29 Ley 397 de 1997, Artículo 8. Las Entidades territoriales con base en los princi-
pios de descentra-lización, autonomía y participación, les corresponde la declaratoria y
el manejo del Patrimonio Cultural y de los Bienes de Interés Cultural del ámbito
municipal, distrital, departamental, a través de las Alcaldías municipales y las
Gobernaciones respectivas y de los territorios indígenas, previo concepto de los Cen-
tros Filiales del Consejo de Monumentos Nacionales...

Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 206


A pesar de estos hechos evidentes, aún hoy se mantienen pos-
turas ideales que encubren las situaciones contradictorias y para-
dójicas del patrimonio cultural, producto del significado monolítico
dado a los bienes culturales, por cuanto en nombre del patrimonio
cultural se aboga por causas más justas y en igualdad de condicio-
nes. Reconocer al paisaje como patrimonio y categorizarlo como
estético, por ejemplo, le confiere al bien un carácter objetivo. Ello
dificulta reconocer las divergencias y lo fragmentario de su condi-
ción, lo subjetivo, produciendo contradicciones y rechazo hacia las
distintas versiones y sensaciones.

207 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


AGRADECIMIENTOS
Debo buena parte del trabajo incluido aquí a un grupo de jóve-
nes entusiastas recién egresados de la universidad, interesados en
experimentar en esta propuesta y sin los cuales no habría llegado
hasta este punto en la investigación. Agradezco a Oscar Salazar,
quien me apoyó en todas las entrevistas, a Nadia Rodríguez y Dia-
na López quienes desarrollaron la experiencia de valoración local
con niños y jóvenes del área del valle de Leyva y a Alvaro Santoyo,
a quien le tocó asumir las tediosas horas de consulta en el centro de
documentación y en las bibliotecas. Igualmente a Adriana Gómez,
Zoad Humar, Marcela Bernal y Alejandra Upegui encargadas de la
revisión de los periódicos, entre todos ordenaron, clasificaron y se-
leccionaron la información recopilada, base del presente estudio.

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MONIKA THERRIEN

Coordinadora de Investigaciones, Departamento de Antropología, Universidad de


los Andes. Actualmente desarrolla investigaciones en arqueología histórica y en
otros temas de la Cultura Material en museos y del patrimonio.
E-mail: mtherrie@uniandes.edu.co

209 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


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211 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999


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Tukano Indians. Los Angeles: UCLA Latin American Center.
artículos en revistas
REICHEL-DOLMATOFF, G. (1975). “Templos kogi: introducción al simbolismo y a la
astronomía del espacio sagrado”. Revista Colombiana de Antropología XIX: 1999-245.
artículos en libros de contribución
REICHEL-DOLMATOFF, G. (1973). “The Agricultural Basis of the Sub-Andean Chiefdoms
of Colombia”. En: Peoples and Cultures of Native South America. D.R. Gross (Ed). New
York: Doubleday, pp.28-36.

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