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Una mujer de 75 años se sienta en una mesa de un restaurante autoservicio con un tazón de caldo. Al levantarse para coger pan, encuentra a un hombre negro sentado en su lugar comiendo el caldo. Ella se sienta a su lado y comparten la sopa en silencio. Luego comparten también unos espaguetis. Al terminar, la mujer se da cuenta de que su bolso ha desaparecido, pero lo encuentra en otra mesa, dándose cuenta de que se había equivocado de mesa desde el principio.
Una mujer de 75 años se sienta en una mesa de un restaurante autoservicio con un tazón de caldo. Al levantarse para coger pan, encuentra a un hombre negro sentado en su lugar comiendo el caldo. Ella se sienta a su lado y comparten la sopa en silencio. Luego comparten también unos espaguetis. Al terminar, la mujer se da cuenta de que su bolso ha desaparecido, pero lo encuentra en otra mesa, dándose cuenta de que se había equivocado de mesa desde el principio.
Una mujer de 75 años se sienta en una mesa de un restaurante autoservicio con un tazón de caldo. Al levantarse para coger pan, encuentra a un hombre negro sentado en su lugar comiendo el caldo. Ella se sienta a su lado y comparten la sopa en silencio. Luego comparten también unos espaguetis. Al terminar, la mujer se da cuenta de que su bolso ha desaparecido, pero lo encuentra en otra mesa, dándose cuenta de que se había equivocado de mesa desde el principio.
Esta es una historia real, ocurrida en Suiza en un restaurante autoservicio.
Una señora de setenta y cinco años cogió un tazón y le pidió al camarero que se lo llenase de caldo. A continuación se fue con su bandeja, para sentarse en una de las muchas mesas del local. Nada más sentarse se dio cuenta de que había olvidado coger el pan. Entonces se levantó, se dirigió a coger el bollo para tomarlo con el caldo, y regresó a su sitio. Pero, para su sorpresa, delante del tazón de caldo se encontró a un hombre de color que no pareció inmutarse; un negro que estaba comiendo tranquilamente. ¡Esto es el colmo! –pensó la señora- ¡Pero no me pienso dejar avasallar! Dicho y hecho. Se sentó al lado del negro, partió el bollo en pedazos, los metió en el tazón que estaba delante del negro y colocó su cuchara en el recipiente. El negro, complaciente, sonrió. Tomaron una cucharada cada uno por turnos hasta terminar la sopa, y todo ello en silencio. Terminada la sopa, el hombre de color se levantó, se acercó a la barra y regresó poco después con un abundante plato de espagueti, y... con dos tenedores. Comieron los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al terminar se marcharon. ¡Hasta la vista! –saludó la mujer-. ¡Hasta la vista! –respondió el hombre, reflejando una sonrisa en su rostro-. La mujer le siguió con la mirada sin salir de su asombro. Una vez vencido el estupor buscó con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla, pero, para su sorpresa, ¡el bolso había desaparecido! ¡De modo que... entonces... aquel negro...! Se disponía a gritar ¡Al ladrón! Cuando, echando un vistazo a su alrededor, vio su bolso colgado de una silla dos mesas más atrás de donde se encontraba ella. Y sobre la mesa había una bandeja con un tazón de caldo ya frío. Inmediatamente se dio cuenta de lo sucedido. No había sido el africano el que había comido de su sopa. Había sido ella quien, equivocándose de mesa, como una gran señora, había comido a costa de aquel hombre.
"Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio" Albert Einstein