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Esta presentación abarca tiempos que no quedan claramente acotados y supone muchas
preguntas
Durante la segunda mitad del siglo XIX para Chile, se puede analizar un tiempo de
transformaciones radicales, sintetizadas en las ambiciones nacionales por adquirir un acceso al
desarrollo de las naciones instauradas en economías liberales. Políticamente Chile se
encontraba en una inestabilidad constitucional, pues tras los ensayos de 1823 y 1828, más los
conflictos políticos entre partidos hacia 1830, generaban una constante inestabilidad y síntomas
de retroceso en las ambiciones por adquirir una economía hacia el exterior. Todo aquel
escenario inestable tuvo su punto de quiebre cuando en 1931, tras un golpe de estado, el
General Joaquin Prieto se convierte en presidente de la República de Chile, quien fue apoyado
gubernamentalmente por su ministro Diego Portales, un personaje histórico importante para
entender la estructuración conservadora y religiosa de la sociedad chilena. Tal presidente,
estableció un nuevo código Civil hacia 1833, la cual establecía la transferencia de los poderes
nacionales al presidente, su mandato fue de carácter autoritario, sin embargo promovió ciertas
políticas interiores que propulsaron el desarrollo comercial, minero y agrícola, que sería
desarrollado en profundidad por los gobiernos sucesores para incertar insertar a la nación en la
economía internacional. Básicamente se adoptaron medidas para explotar los recursos
minerales, se construyeron ferrocarriles y se promovió la inmigración; además, se sentaron las
bases del sistema escolar y se crearon instituciones culturales. Todo esto se puede abreviar
Veinte años después, continúan las sucesiones presidenciales del Partido Conservador, desde lo
cual se erige la promulgación del Código Civil de 1855, desde lo cual se establece un estatuto
para el matrimonio, reconociéndose el matrimonio canónico como el único valido para la
sociedad chilena regulado solo sus efectos civiles (39??? Que es esto, numero de pagina? De
que?).El hecho de que el estado haya derogado las responsabilidades de las instituciones
sociales en manos del derecho canónico, implicaba que legislativamente se erigieran los
derechos y deberes del matrimonio desde el conciclioconcilio de trentoTrento, del cual dentro
de todas las normas morales, estableció una condena mayor de las relaciones prematrimoniales
y en la nulidad de los matrimonios clandestinos, estableciendo como ley universal la unión
matrimonial monogámica. En cuanto al contexto jurídico de tal legislación, se entendió el
matrimonio como una institución en transición desde su regulación canónica hacia su
definición netamente civil, es decir, se revela durante estos años la transición de la institución
del matrimonio desde los cánones del Antiguo régimen a una sociedad liberal secularizada.
Entretanto, en el Partido Conservador se habían producido divisiones como consecuencia de
las desavenencias con la Iglesia católica y a partir de 1861, el ala más progresista del
conservadurismo, en coalición con el Partido Liberal, promovió una serie de reformas
constitucionales, las cuales se pueden entender como un antecedente de las transformaciones
capitalistas a la sociedad chilena, pues los argumentos de los parlamentarios en aquellas
reformas se basaron en conseguir el bienestar social, lo cual se escenificó desde la
intensificación de la explotación de los recursos nacionales, en especial mediante la creación de
nuevas vías ferroviarias, carreteras y un sistema postal.
A un nivel internacional el Chile de 1865 se vio envuelto en una guerra entre España y Perú, en
la cual participó por un fuerte sentimiento americanista en defensa de este último. En términos
internos, se establece que tras las transformaciones industriales nacionales, se tradujo en su
carácter radical, explicado a partir de “las transformaciones del sector agrario del valle central
hacia una agricultura comercual habían producirdo una revalorizacones de las tierras y la
saturación de las superficies cultivable, no pudiendo en adelante absorber el aumento de la
población, derivándose aquello en las migraciones urbanas, las cuales aumentaron
considerablemente el problema de la sobrepoblación, lo cual no disminuyó con el avance de
los años, es mas, si a mediados del siglo la población alcanzaba solo un 21,8 por ciento de la
población total del país que era de 1.819.000 habitantes, a finales de siglo ésta aumentó un 34,1
por ciento, siendo la población total del país 2.695.000 de habitantes. Hacia los setenta la
agudización del proceso urbanizador tuvo relación directa con el comportamiento de la tasa de
nupcialidad, la cual indicaba que, si bien se notaba una estabilidad, el número de nupcialidades
no alcanzó un nivel elevado. Esto no tiene sentido aqui
Hacia la década de los ochenta, y con la promulgación del código civil de 1833, chile se definia
a partir de un estado católico establecido anteriormente por el conservador y presidente José
Joaquín Prieto, quien estableció por concordancia unánime que las instituciones sociales como
el matrimonio y las materias relativas a este, quedaron comprendidas dentro del derecho
canónico. (38). La discusión en el congreso del Proyecto de ley de matrimonio Civil,
anteriormente promulgado y rechazado hacia 1875, produjo que algunos años después,
específicamente hacia 1884, se estableciera la ley de matrimonio civil, la cual establecía
sintéticamente que la legislación del matrimonio debía ser civil por tanto tal institución ya no
debía regirse por las disposiciones canónicas, por tanto las leyes como las autoridades
eclesiásticas serían destituidas de su valides, reemplazadas por personalidades políticas cívicas.
De igual manera, dentro del parlamento se llevaron a cabo fervientes debates en torno a la
naturaleza del matrimonio y los fenómenos que contraía aquello: “El matrimonio, natural o
acto civil?
Poco después, Chile comenzó a explotar los valiosísimos yacimientos de nitratos del desierto
de Atacama. En 1891, una parte considerable de las fuerzas políticas representadas en el
Congreso organizaron una rebelión contra la administración del presidente José Manuel
Balmaceda, líder del Partido Liberal y finalmente, hacia el término del siglo XIX, las leyes laicas
del matrimonio y registro civil resolverían el primer punto y desde las primeras décadas del
siglo XX la familia y el matrimonio fueron objetos de las políticas sociales del estado de
bienestar”. (Rengifo 2011, 11)
Para desarrollar la presentada problemática, se acudió a seis textos, dos teóricos y cuatro de
caso. En primer lugar, se presentan los textos teóricos. Ambos estudios son de la misma
autora, tal es Stephanie Coontz, quien en su estudio La historia del matrimonio, cómo el amor
conquistó el matrimonio, erige las ideas que utilizaré como guía y orientación para esgrimir el
postulado del ensayo, por tanto, aquella autora estará presente en todo el desarrollo del
presentado documento. Y el segundo texto consta de ser es el un artículo denominado La
paradoja del matrimonio y la historia del divorcio moderno; tal texto fue de gran utilidad en el segundo
ítem desarrollado, puesto que además de relacionarse directamente con el texto de la autora, es
especialmente analítico sobre el divorcio, arrojando una perspectiva histórica del divorcio
desde los lineamientos del género.
la herencia occidental instaurada por la colonización europea y con ello la implantación del
predominio político, social, cultural y económico de la iglesia católica y su institución
eclesiástica, lo cual es analizado por Rengifo al exponer las ideas históricas-cristianas que
posicionaron la jerarquía masculina en el matrimonio a partir de la indicación de las
obligaciones del hombre para/con la esposa, establecidas por el obispado de Santiago en 1887,
lo cual constó en que la base jurídica desde el orden eclesiástico se basó “en la figura mística de
San Pablo de la unión matrimonial de cristo con su iglesia y fue trasladada al ámbito
doméstico. Así como Cristo era cabeza de su iglesia, el marido lo era de la mujer.” (Rengifo
2011, 121). Cabe mencionar y aclarar en este respecto, que si bien al momento de que el estado
moderno emplea la batalla para dirimir quien estaría a cargo de la legislación de la sociedad,
resultando como vencedor el órgano estatal, el contrato matrimonial de mediados a fines del
siglo XIX no se transformó con el cambio de poderes, debido a que con o sin la intervención
de la iglesia en la legalidad y regulación del vínculo matrimonial, aquella institución se mantuvo
en su significado de ser “la unidad en cuya cabeza estaba el marido, quien se encargaba de
ejercer la dirección del matrimonio ante la sociedad, siendo aquel quien ejercía su poder en las
prerrogativas que le otorgaba la ley, por tanto la relación conyugal se sostenía sobre la base de
un orden jurídico que colocaba a la mujer en una posición de dependencia y subordinación
respecto de la autoridad de su esposo” (Rengifo 2011, 119).
Con respecto al otro origen estructurador de las normas sociales que regían al matrimonio en
Chile durante el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, tanto Rengifo como Coontz,
concuerdan en que los argumentos jurídicos establecidos social y políticamente, para que el
hombre tuviera la patria potestad de la mujer al momento de casarse, tornando responsable al
marido de establecer y garantizar el orden doméstico, fue fundamento a partir de las ideas
provenientes de la legislación indiana (Rengifo 2011, 120), pues la socióloga investigadora
sobre la historia del matrimonio, nos alude a la clásica sociedad patriarcal en donde las mujeres
al noroeste de Europa, antes casarse, su persona estaba bajo la patria potestad del padre de
familia que compusiera su hogar (Coontz 2006, 167), es más, indica que la jerarquía masculina
en la legislación indiana no posee posibilidad de apelación de ningún tipo por parte de la
esposa para atenuar su subordinación, para ejemplificar aquello, explica que dentro del espacio
privado matrimonial, aludiendo exactamente a las relaciones cotidianas del hogar familiar, los
vínculos entre los esposos son tan estrechos y separados, que la única posibilidad de la esposa
de aumentar su limitada influencia en la familia, era tratando de no profundizar la relación con
sus maridos, ya que escenificó un estudio sobre los matrimonios hindúes, los cuales arrojaban
que “la mayoría de los hombres se sienten poco inclinados a desarrollar vínculos muy
estrechos con sus esposas porque consideran que el tiempo que les dedican conviene
destinarlo a fortalecer los intensos vínculos que mantienen entre sí los hombres con sus hijos,
padres y hermanos.” (Coontz 2006, 176).
Sin embargo, antes de adentrar el análisis hacia el divorcio y su relación jurídica con las
mujeres, es pertinente aludir a los debates de fines del siglo XIX en torno a la reforma de los
códigos civiles y los temas en relación con las condiciones de la vida matrimonial de las
mujeres, para de aquella forma analizar seguidamente las ideas que conformaron la
problemática del divorcio en Chile y es Asunción Lavrín quien nos orienta sobre el tema
mencionado, al explicar que habían dos aspectos centrales en todos los debates acerca de tal
reforma, por un lado radicaba el discurso de los liberales acerca de la necesidad de “elevar la Commented [s5]: lavrin
condición de la mujer casada para equiparla con su marido dentro de la familia y la necesidad
de dotar a las mujeres casadas de la facultad económica legal en cuanto a su nueva función de
asalariadas y administradoras inteligentes y capaces de sus propios bienes. Y el otro aspecto era
la exigencia de que se reconociera la individualidad de la mujer en su propia integridad y no
como un apéndice de la de su marido. El otro se encargaba del papel económico de la mujer
empero ambos estaban completamente ligados”. (lavrin 2005, 263). Tal debate estaba
esencialmente estructurado en el discurso de que la mujer tendría los mismos derechos que el
hombre de acuerdo con un conjunto de condiciones, las cuales referían a las actividades
compartidas por los sexos y a las actividades que la mujer desempeñaba sin el reconocimiento
y el resguardo de las leyes patriarcales, frente a aquello es lógico esgrimir la propuesta de que el
divorcio moderno surge a partir del estado moderno, sin embargo, la idea de la ruptura y
separación matrimonial, tal como se enunció anteriormente, posee un contingente histórico
amplio, pero sin precedentes parecidos al fenómeno moderno, entonces, la clave de nuestra
propuesta radica en analizar el divorcio moderno desde la experiencia de las mujeres ante la
aparición de posibilidades anexas al sistema patriarcal erigidas desde la fundación del Código
Civil, tales como el acceso al trabajo remunerado, el proteccionismo socioeconómico, el acceso
a un juicio, el discurso igualitarista, entre otros.
Lavrin erige un ejemplo claro del discurso liberal sobre las mujeres, el cual es explicativo de la
idea anterior: “si la mujer podía asumir las responsabilidades del trabajo y resolver problemas
financieros, se desprendía que era competente para compartir los derechos legales sobre sus
hijos. (lavrin 2005, 64), pero a pesar de que el debate removió las cámaras políticas, ningún
legislador reformista del cono sur apoyó el cambio radical en las funciones de los sexos, menos
aun en la conducta de los sexos dentro de la familia o fuera de ella; tal situación es el
precedente que explicará el estancamiento de la legalidad del divorcio en Chile, produciendo
que solo hasta el siglo XXI se realizaran reales transformaciones en torno a los derechos
sociales y políticos de las mujeres tras un fracaso matrimonial, lo cual no cesa de ser un
panorama lamentable. Y en este sentido cabe preguntarnos, ¿en qué consistía el
reconocimiento y sentido de protección legal a las mujeres, durante el desarrollo del
reformismo de fines del siglo XIX e inicios del XX en Chile? Y es Lavrin quien nos explica que
aquellos actores políticos basaban la respuesta en la función de las mujeres hacia la familia y la
nación, pues estaban convencidos de que ninguna de las modificaciones propuestas alteraría la
relacione entre los sexos, por tanto la propuesta de igualdad jurídica de las mujeres solo valían
dentro del matrimonio y no fuera de el, lo cual implicó que la ideología política conservadora
que dominaba el congreso se oponía a todo ataque jurídico contra el Derecho de Familia, hasta
que comenzó a ceder , a mediados de los años 20”. (lavrin 2005, 264-265), lo cual deja entrever
que la validez de las mujeres en la sociedad sólo se “activaba” al momento de contribuir a la
nación (fecundidad y cuidado del marido y de la moral), entonces, esta situación revela que
para la ley estatal de aquellos tiempos, las mujeres divorciadas debían ser resguardadas puesto
que comparativamente, eran símiles a las condiciones de los infantes y los indigentes,
tornándose con ello evidente que al momento de separarse conyugalmente, las mujeres debían
retornar a ser patria potestad de su familia progenitora.
Para conclusión, se establece que el matrimonio en la sociedad decimonónica e inicios del siglo
XX, si bien se constituyó en una legislación cívica, al mantener los estatutos e ideas de la
constitución eclesiástica de 1855, continuó subsumiendo a las mujeres en las jerarquías
masculinas, produciendo que la condicionalidad de ciudadana y de rol social de aquellas se
supeditara a su condición de esposa. Sin embargo, durante el tiempo establecido como
duración del análisis del ensayo, se entiende que si bien el matrimonio por amor aun no se
establecía concretamente, los aumentos de divorcios desde fines del siglo XIX en adelante,
anticipan las reivindicaciones de las mujeres en torno al matrimonio, frente a lo cual mi postura
se opone a la de Valdés por el hecho de que establece la precariedad en la popularidad de los
divorcios durante aquel tiempo, siendo que desde el análisis de Francisca Rengifo desde la
geografía y expedientes de divorcios desde 1850 a 1890, establecen que si bien el divorcio y el
matrimonio en estas décadas se caracterizó por ser un fenómeno rural, de las clases medias y
acomodadas. De igual manera se entienden en aquellas cifras que las mujeres de clase media y
populares de los sectores urbanos presentaron demandas de nulidad, separación momentánea y
divorcios perpetuos, es decir, las transformaciones del matrimonio y el divorcio a partir del
cambio de mentalidad propulsado por las ideas modernas, en chile de aquellos años se
encontraba en sus albores.
Como analizamos con anterioridad, a partir de las autoras presentadas, la constitución del
concepto de familia por medio del matrimonio a fines del siglo XIX se vio transformado
principalmente a partir del decaimiento del modelo de patriarcado eclesiástico, puesto que fue
sustituido por el modelo jerárquico del marido, establecido por las leyes políticas de los estados
reformistas. Aquel panorama nos indica una transición a nivel cultural en torno al matrimonio
y la experiencia de las mujeres, pues al cambiar el modelo de institución que establecía las
normas que regían la institución matrimonial, la sociedad comienza a configurarse y adaptarse
mentalmente al modelo liberal, al contemplar nuevas posibilidades y libertades sociales dentro
del parentesco conyugal, tales como la práctica de actividades relacionadas para el tema que
nos acota, hacia el disfrute, aunque es necesario destacar dos aspectos: no nos referimos a que
antes de las reformas modernas, no existieran espacios y practicas tendidas hacia el placer, pero
eran ilícitas, y por otro lado, aquellos beneficios eran destinados para los hombres como el
sujeto por excelencia del espacio público, sin embargo aquella transición posibilitó la
configuración a largo plazo de un nuevo periodo histórico en la historia de las mujeres en
cuanto a su participación en la sociedad.
En cuanto al nivel alto, especialmente en torno a la iglesia y sus normas eclesiásticas que
regularizaban las iniciativas del divorcio, Valdés, contribuye a nuestro análisis con la idea de
que antes que el estado moderno triunfara en la detención del poder socio-político de la
sociedad chilena, la iglesia como formadora de los comportamientos sociales en base a
dictamente morales y éticos, establecía como eje y núcleo la familia y para inculcar los valores,
recurría a dispositivos de moralización del pueblo, “cuya falta de religiosidad era responsable
de los males que aquejaban a las iniciativas de rupturas en la tierra de misión de la iglesia”
(Subercaseaux 2005, 106), es decir, ante las peticiones de divorcios por parte de cualquiera de
los dos conyugues, la iglesia intervenía negando la valides de la petición y reeducando
principalmente al marido para el buen trato de su esposa o en el caso de la mujer, establecía un
periodo determinado de separación de los cuerpos, a modo de escarmiento.
Tal apreciación, se aterriza en una explicación judicial, continua Valdes en su análisis: “ En las
concepciones católicas seguirá presente el matrimonio como sacramento y estrictos patrones
de género que designaban lugares para hombres (trabajo y provisión económica a la familia) y
mujeres (casa, familia, economía doméstica, crianza), lo cual estaba avalado tanto por el antiguo
Derecho Canónico como por la reactualización de estos principios a través de las encíclicas
papales. (Subercaseaux 2005, 107). Por tanto y desde lo anteriormente expuesto por Valdés se
establece que si durante la segunda mitad del siglo XIX, la iglesia se esforzó constantemente
por mitigar las instancias de nulidad y divorcio conyugal, hacia fines del mismo siglo y durante
las primeras décadas del 1900, por consecuencia se dedicó a combatir las corrientes de
pensamiento que proponían nuevos lugares sociales para las mujeres, desde los cuales vale
acotar, surgieron las ideas entorno al sufragismo y al radicalismo; pues la lucha por la
adquisición de derechos cívicos y políticos y la necesidad de una legislación del matrimonio,
terminaría por derrocar toda influencia de la institución religiosa en la sociedad. Entonces, si
entendemos que la resistencia de la iglesia a perecer en su influencia política, social, cultural y
económica resultó finalmente en la perdida de su poder político; resultando todo en la
liberalización de un espacio e instancia para que las mujeres adquirieran nuevos roles en la
sociedad, ¿Por qué después de la conformación del código civil de 1884, el matrimonio y por
tanto el divorcio continuaban supeditados a ideas eclesiásticas en términos morales? ¿Por qué a
pesar del discurso igualitario de los reformistas, el apoyo a las mujeres casadas y divorciadas
fueron solo en aspectos económicos? ¿y las libertades cívicas?.
Si bien, Valdés no responde a los anteriores cuestionamientos, establece un indicio, pues indica
que, desde mediados del siglo XIX hasta fines del mismo periodo, los grados de informalidad
de las uniones estaban ampliamente extendidos en la población rural y urbana (Subercaseaux
2005, 56), pero claro, de distinta forma, pues mientras en los sectores rurales no existían por lo
general practicas matrimoniales, produciéndose parejas convivientes excomulgadas y con hijos
ilegítimos; y por parte de los sectores acomodados, los hombres en su generalidad cometían
adulterio y abandono de las esposas durante largos periodos de tiempo, por lo que el
nacimiento de hijos ilegítimos eran comunes de igual modo y es desde aquella situación que
Asunción Lavrín esclarece que el proyecto de matrimonio civil en Chile hacia el año 1875, fue
además de una demostración del cambio de jurisdicción eclesiástica a una moderna, fue a
modo de ordenar y formalizar la sociedad. Tal proyecto fue creado por Agustin Letelier, quien
a pesar de declararse reformista, estableció la prohibición de la disolución del matrimonio, por
tanto era menos posible tanto para los hombres como para las mujeres volver a casarce pero
con el apoyo al matrimonio civil, se analizó la posibilidad plausible de la disolución del
contrato. Sin embargo, la oposición del conservadurismo a tal proyecto produjo que no se
volviera a debatir sobre el tema del divorcio en Chile hasta 1924. En ese año, el debate
comenzó con “la percepción generalizada de que la mujer con su incorporación a la fuerza de
trabajo , desempeño un nuevo papel y que todo lo que se relacionara con los derechos civiles
debía reformarse. (lavrin 2005, 294).
Si bien la reforma y legalidad del divorcio fue “arrojado al baúl del olvido”, hacia fines del siglo
XIX, ante el aumento considerable de peticiones de divorcio por parte de mujeres en su
generalidad, que el estado se hallaba por encima de la voluntad de los cónyuges y que la
ruptura del lazo matrimonial se permitiría solo en cuanto la continuación de la vida
matrimonial acarreaba un mal mayor (lavrin 2005, 54). Por ello el término divorcio no
implicaba la disolución del vínculo conyugal, sino que solo se suspendía la vida en común de los
conyugues, lo cual se entendía desde el derecho canónico como la separación de los esposos,
por tanto, en vez de divorcio, se establecía el termino de separación de los cuerpos, lo cual
desplazaba la noción de una separación total. Entonces, “de esta forma, el divorcio establecido Commented [s6]: clave
por la ley se basaba en que era deudor de la separación de los cuerpos canónica” (lavrin 2005,
55), lo cual nos refiere a la relación directa de poderes de la iglesia a pesar del estado en el
divorcio. Luego y a modo de complemento , Rengifo nos plantea que una vez que el
matrimonio y el divorcio fueron legislación del estado, el divorcio se identificó con la
desvinculación conyugal y para ejemplificar aquello, se acude a la voz del diputado liberal,
Manuel Novoa, quien presentó un criterio para entender la ruptura matrimonial en el contexto del
proyecto de ley en cuanto al divorcio vincular: “el fundamento de su posición se basó en que definido
el matrimonio como un contrato este era en su esencial posible de disolver a diferencia del
código Civil que había establecido la definición del matrimonio católico”. (Rengifo 2011, 46)
Entonces los cuestionamientos que se erigieron al comienzo, poseen sentido a partir de la idea
de que el código civil a pesar de establecer la preponderancia del estado por sobre los
estamentos eclesiásticos, no eliminó las ideas y por tanto la influencia de la iglesia en la
legislación del matrimonio, lo cual no solo se explica a partir de que el gobierno que llevó a
cabo el Código Civil eran conservadores y por tanto ligados a los preceptos eclesiásticos, sino
también porque a pesar de que el modelo político cambió, la concepción de las mujeres para el
poder político público no varió esencialmente, pues las mujeres cambiaron en su significancia
política de ser madres y esposas del eje de la familia y del sustento moral de la nación a ser el
sujeto que cumple su rol en la división del trabajo en términos económicos y sociales. Por
tanto es plausible entender desde la perspectiva de Asunción Lavrin la idea de que “toda ley de
divorcio inmediatamente anterior o posterior a la separación entre la iglesia y el estado, en
1925, encontraría un público que no estaba en absoluto preparado para ella y que con toda
probabilidad la rechazaría. Tal rechazo se relacionó con las observancias religiosas como con
las escazas opciones económicas disponibles para las mujeres desligadas del apoyo masculino.
(lavrin 2005, 295).
Cabe acotar, por último, que a pesar de haberse silenciado en las últimas décadas del siglo XIX
las voces reformadoras que abogaron por la reformulación del divorcio en Chile, son
importantes para entender el debate sobre el divorcio durante el siglo XX, y tal es el ejemplo
ilustrador que nos brinda Lavrin, en cuanto a los liberales “Enrique MacIver y Pedro Gallo,
notables reformadores del siglo XIX, quienes proclamaron el término de la tutela religiosa
sobre el hogar. Apoyaron el divorcio en aras de la libertad y el progreso también con el fin de
poner término a la inmoralidad del adulterio, que conllevaba, además, la amenaza de
enfermedades venéreas. Esta referencia a las inquietudes higienistas señala de qué manera los
asuntos feministas se fundían con las preocupaciones políticas, sociales y sanitarias para
conformar un programa de reforma total. (lavrin 2005, 295). Como se mencionó
anteriormente, desde aquel momento no se volvió a hablar de divorcio hasta 1935, para
entonces la iglesia y el estado se habían separado. La mujer había obtenido el derecho a voto y
el presidente Juan esteban Moreno, apoyó diversas reformas del código civil para brindar más
igualdad a la mujer con el hombre, sin embargo, se privilegiaron aquellas ideas y se desplazó
nuevamente en el mismo debate la importancia del divorcio, quedando estancado en las
trampas de la nulidad, a lo que Miras denomina el no divorcio.
Bibliografía
Coontz, Stephanie. Historia del matrimonio. Cómo el amor conquistó el matrimonio. Barcelona:
Gedisa, 2006.
Coontz, Stephanie. «La paradoja del matrimonio por amor y la historia del divorcio moderno.»
Panorama Social, 2009: 153-162.
lavrin, Asunción. Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y uruguay 1890-1940.
Santiago (Chile): Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005.
Rengifo, Francisca. Vida conyugal, maltrato y abandono. El divorcio eclesiastico en Chile, 1859-
1890. Santiago (Chile): Universitaria, 2011.
Subercaseaux, Ximena Valdés. Familia, género y vida privada. Cambios sociales y transformaciones
familiares en Chile y el medio rural en la segunda mitad del siglo XX. Santaigo (Chile): Ip.,
2005.
El texto se refiere a un asunto técnico-jurídico de no fácil comprensión; eso complica la lectura
Nota 6,3