Alemania en 1969. Miles Davis, 1969 Era 1969 y se decía que el jazz había muerto. El rock y el pop se habían tomado las radioemisoras y hasta Miles Davis, el portaestandarte del género, había mudado su estilo: ahora alineaba guitarras en vez de saxofones y sintetizadores en vez de pianos de cola. Había sido una década de experimentación intensa, pero ahora quería electricidad. Al parecer ahora todos querían electricidad. Manfred Eicher Y en eso, un soñador: Manfred Eicher, abogado, bajista, productor recién formado en Deutsche Grammophon y cuyo disco favorito es justamente el Kind of Blue de Miles. Manfred va por allí diciendo que quiere armar su propio sello discográfco. Dice que quiere producir jazz, a la vieja usanza, porque lo poco que se publica en Europa parece “grabado bajo el agua” y porque los norteamericanos han tirado la toalla. Como paréntesis: hasta el día de hoy Deutsche Grammophon sigue siendo el estándar de excelencia en casas disqueras: no solo por la calidad de su sonido, sino por su identidad inconfundible. Cada ítem de su catálogo es producido como si fuera un pequeño tesoro. Pero regresemos a lo nuestro. En una de sus conversaciones, el pianista Mal Waldron le dice que tiene un álbum entero de material original. Mal, que había tocado con John Coltrane y Charles Mingus, se había exasperado de la vida nocturna en Nueva York y había decidido mudarse a Alemania. Mandred alquila el Studio Baer, en Ludwigsburg, y graban seis composiciones inéditas. Las encapsulan en un álbum: Free at Last. Se imprimen 500 copias. Y no es que haya sido revolucionario ni nada por el estilo, pero despierta la curiosidad de los especializados. La mayor parte de ventas son en Japón y más de 200 discos viajan a Tokyo por correo. Un año después, una reseña en una revista canadiense elogiaría la calidad de la producción del LP. Dice que la resonancia de los instrumentos es “el sonido más hermoso después del silencio”. Su primer lanzamiento no es un fracaso, Manfred no se ve desfnanciado y su proyecto sigue en curso. Re-edita un álbum de Gary Peacock y la crítica elogia su tratamiento del sonido. Conversa con el saxofonista estrella de Noruega, Jan Garbarek, y consigue que le grabe una hora de material inédito. African Pepperbird, el álbum resultante, es un éxito entre los entusiastas del jazz europeo, y de repente ECM está dentro del mapa. 1970 1970 Ahora bien, y en la materia que nos compete: desde sus inicios ECM ya tiene claro qué es lo que está comunicando. Por un lado tenemos a la producción musical como tal: limpia, transparente, prístina. Seria. Sin trucos: se busca que el oyente pueda distinguir el sonido de cada instrumento, capturado sin efectos de por medio. “Quiero que el oyente habite el espacio donde lo grabamos”, dice Manfred, y esos espacios suelen ser iglesias, templos, anfteatros abandonados. Las grabaciones de los setentas y las grabaciones de esta década no han cambiado demasiado. Se habla de un sonido ECM, una cosa inconfundible. Pero antes de acceder a él, el posible escucha se enfrenta a la portada. Y ya desde esas primeras carátulas nos encontramos con cierto código visual: mucho espacio en blanco, tipografía de palo seco, austeridad. Eran llamativas por su minimalismo, pero también se notaba que había un proceso detrás. Seguiremos hablando sobre ellas ya mismo. Ahora regresemos a Miles, que estaba en lo suyo y divagaba en una especie de funk pantanoso ultra- intenso ultra-experimental, y que estaba cambiando de formación una vez al año. Específcamente, nos compete la de 1969-1970: Jack DeJohnette en la batería, Dave Holland en el bajo, Chick Corea en un piano eléctrico, Keith Jarrett en el otro. Todos estaban entusiasmados de tocar con el maestro, pero les entusiasmaba más el jazz. Miles va por otro lado y sus prodigiosos acompañantes quedan desbandados. Manfred los conocía por su gira en Europa y los va abordando uno por uno. ¿Qué ofrece? Transparencia. Y no solo musical: él genuinamente se ha embarcado en este proyecto por amor al arte. “Aquí no se frman contratos”. Se insiste: el énfasis está en la música resultante. Se comprende que un sello independiente que manufactura productos artísticos sea adverso a enunciar una misión y una visión con claridad, pero podemos inferir los valores de la empresa en esa atención al detalle. “Siempre buscamos el mejor producto posible”, dice Manfred, y este grupo de músicos prestigiosos deciden que eso es sufciente. Durante los setentas, ECM publicó jazz en todas sus facetas. Pero no optó por la tendencia avant-garde que dominó el género en los sesentas. Es música más calmada. Aunque siempre ha buscado descubrir nuevos matices y nuevas sensaciones; combinar elementos de diferentes culturas y abordar lo inexplorado, nunca ha ido hacia los extremos. Es más factible que un disco de ECM produzca aburrimiento que rechazo. Pasan muchas cosas, pero sutilmente. ECM va hacia otra audiencia, que no busca ni el frenesí del rock and roll ni los encantos azucarados del pop, pero que todavía cree en que puede surgir música excepcional y que no se ha resignado a que después de Beethoven no hay a dónde más llegar. “Siempre he buscado música que evoque el misterio”, dice Manfred. “El misterio del pasado o de lo que está por venir. El misterio de la naturaleza. El misterio del silencio”. Nos disculpamos por seguirlo citando. El asunto es este: de los más de 1500 lanzamientos de ECM, más de dos terceras partes han sido producidas por él. Ha estado inmerso en cada parte del proceso: la gestión, la grabación, el mix, la impresión de vinilos, la distribución, las fnanzas. Sobre todo al principio, se puede hablar de una empresa de autor, en el que una cabeza está presente en todos sus aspectos. Hay una visión monolítica, que ha sido la que le ha dado cohesión a la marca y a todos sus proyectos entre sí casi cincuenta años después. Pero un sello discográfco es tan solo una plataforma: por más que se conserve un estilo unitario, autor- itario, su propósito es publicar el trabajo de otros autores y proveerle de los medios para que comunique lo que ha descubierto, “su arte”. Si ECM ha mantenido su prestigio, es por los diseñadores, artistas visuales y músicos que la han utilizado como plataforma. Y como las dinámicas de colaboración sí eran satisfactorias, muchísimos artistas han trabajado con el sello desde sus inicios. Barbara Wojirsh Barbara Wojirsh Arvo Pärt y Manfred Eicher Meredith Monk Savina Yannatov Anouar Brahem Entonces ECM plantea otra serie de concesiones y consideraciones para el creador: debe adaptarse ante una visión pre-existente, y a ciertas imposiciones estéticas, visuales y auditivas. Pero si coinciden, goza de mayor libertad que en la mayoría de sellos establecidos. Tampoco es que vaya a aparecer en demasiados afches: esta es música para adultos, y el énfasis no está en el performer, sino en el sonido de sus instrumentos. En los ochentas ECM ramifcó su producción y lanzó una nueva serie de álbumes: ECM New Series. Música clásica con producción vanguardista. Para entonces, ya había incorporado música de varias partes del mundo dentro de su repertorio de jazz. Melodías folclóricas arábigas, sagas islandesas, viejos maestros del acordión: todos se reunían en el catálogo del sello, que pese al eclecticismo acechante seguía premiando las cualidades de espacialidad, sombra, atmósfera. Y seguía requiriendo paciencia. A estas alturas ECM ya parecerá una pequeña utopía. Quiero decir, es el desafío de cualquier proyecto artístico: sí, sí, mucha calidad, muy apasionado, pero ¿quién lo va a comprar?
Se ha dicho que uno de los talentos
de Manfred ha sido escoger proyectos que puedan atraer a públicos no especializados. ¿El álbum de jazz más vendido de todos los tiempos? Grabado en vivo, un pianista solista. ¿Música clásica moderna? ¿Cantos gregorianos? ¿Música sacra? ECM ha alcanzado ventas de platino en múltiples ocasiones, y a través de proyectos que no han sido de rock de estadios ni sensaciones pop. 1975 1977 1984 “No hay que subestimar a la audiencia”, dice Manfred. “Si esta música nos interesa a nosotros, también le intereserá a más gente”. No nos confudamos: la mayor parte de ese catálogo tiene como audiencia un nicho reducido. Música que se toma su tiempo y que requiere atención. “Son esculturas de sonido”, se ha dicho. También es fácil burlarse por lo mismo: que es pretenciosa, se toma demasiado en serio, no tiene sentido del humor. Y todo eso también es cierto. El asunto es que ECM sigue allí. Nos parece que el éxito de la empresa también está en cómo ha sistematizado la producción artística. El mismo Manfred lo dice: “a mí me gusta producir un disco en tres días. La noche anterior converso con los músicos. Dos días de grabación, un día de mix”. Con las portadas lo mismo: un sistema flexible pero riguroso que intercambia fotografías de paisajes invernales, abstracciones monocromáticas y tipografía sin adornos. En cada hay un proceso individual, libre, singular, pero hay cánones estéticos inquebrantables. Creatividad, pero canalizada. Quien compra un cd de ECM sabe que está adquiriendo más o menos lo mismo, aunque siempre tendrá alguna peculiaridad. En el ámbito cultural, muchas veces el producto es su propio medio de promoción (pasa lo mismo con las revistas, por ejemplo). Por eso enfatizamos el sistema de identidad gráfca del sello. Y porque nos parece curioso que 1500 discos después, y después de las inevitables transmutaciones comunicativas, la esencia se mantenga prácticamente intacta. En este caso, el mensaje, las intenciones, el propósito del proyecto siempre han sido los mismos y siempre se han comunicado con la misma franqueza. De esa forma, (y gracias a sus altos estándares técnicos, y ante todo por haber reunido a talentos extraordinarios) ha conseguido subsistir en un mercado inmisericorde y que muta con facilidad. 2017 1970 "Para descubrir la arquitectura del sonido, necesitas las mejores locaciones: cuartos con resonancia, que permitan que las tonalidades viajen". El sonido ECM no es el resultado del uso de tecnología de vanguardia, sino de ubicaciones de grabación elegidas cuidadosamente. Lo que es más, todo el catálogo del sello es fruto de una empresa en la que no han llegado a trabajar más de diez personas al mismo tiempo. Es una operación modesta en medio de un barrio industrial en Munich. Y no hay grandes ambiciones de ampliar su alcance: es un sello que no recibe demos no solicitados ni está en búsqueda de la gran superestrella. En el mejor de los casos, las cosas seguirán como están. ECM no se encarga los conciertos de los artistas que graban en el sello, pero sí ha organizado ciclos de mini- festivales, por lo general incrustados dentro de un festival de mayor envergadura. Más allá de las cubiertas de los álbumes, la prensa especializada y el boca a boca, es un sello que no acostumbra a publicitarse. Cuando lo hace, como es de esperarse, se remite a los mismos cánones estéticos del resto de su producción artística. conciertos conciertos ECM ha construido su modesto legado, que ya ha sido encapsulado por tomos de lujo por editoriales como Lars Müller o Granta o por exhibiciones de gran formato, a cargo de Haur Des Kunst, en Munich. En todos los casos el sello estuvo muy involucrado en el proceso, pero la iniciativa no necesariamente era suya. Fotografías y cuadros a gran formato y muchos ensayos con sintaxis desafante. El primer tomo, Sleeves of Desire, de 1996, está agotado desde hace varios años, y se ha pagado precios exorbitantes por él. Publicaciones Exposiciones Así mismo, Peter Guyer y Norbert Wiedmer lanzaron un documental acerca del sello en el 2011, directo a dvd. Pero no es un documental tradicional: en vez de proveer una cronología con los lanzamientos clave, flmaron las andanzas de Manfred durante varios años, y lo acompañaron a Túnez, Estonia e Italia, entre otros destinos, en afán de capturar, mediante conversaciones y paisajes con muchos músicos, el proceso de creación del sello. Como si pretendiese trasladar la misma estética de los álbumes al vídeo, Sound and Silence no ofrece demasiadas explicaciones. documental El noviembre pasado ECM estuvo, por un momento, en el centro de la prensa musical: muchos años después, el sello había decidido liberar su catálogo a servicios de streaming. Decían que les estaban pirateando demasiado, y lo que es más insultante, en baja calidad. Pero semejantes audióflos no iban a abrir las arcas sin una advertencia previa: "nuestro catálogo físico sigue siendo la referencia crucial para nosotros: el álbum completo, con su frma artística, la mejor calidad de sonido posible, la secuencia y dramaturgia intactas, contando su historia de principio a fn". Era la primera vez que el sello negociaba públicamente con el mercado; la primera vez que se adaptaba a los hábitos de las masas. Sin embargo, la conversación musical ya se había trasladado a internet desde hace varios años, y eso ya había ampliado el alcance del sello y su difusión a nuevas generaciones o a melómanos de geografías remotas. Así mismo, ha permitido, como en cualquier producto cultural de culto, que entusiastas del sello establezcan un diálogo acerca de sus lanzamientos favoritos: los interpreten, desmenuzen, reflexionen sobre ellos y recomienden otros discos que puedan apelar a sensibilidades similares. Publicaciones externas Publicaciones externas Por su parte, ECM mantiene su web en www.ecmrecords.com. Naturalmente, ha sido construida a partir de los mismos elementos de diseño gráfco que sus portadas. Si bien las fotografías de gran formato producen su impacto en el visitante, es imposible que vaya a encontrarse con un descuento en colores llamativos o una oferta que no pueda dejar pasar. Para bien o para mal, la arquitectura visual de la marca obliga siempre la misma frialdad. web A su modo, es similar a visitar la web de un museo. No es de sorprenderse, pues muchas veces se ha llegado a decir que el jazz, sobre todo este jazz, es un tipo de música bastante cerebral. Así, cuando nos interesamos por un lanzamiento en particular, nos encontraremos con textos largos, de dicción intelectual, donde se enfatiza el personal involucrado sobre las posibles fechas de gira o testimonios de reseñas. De alguna forma, se espera que el visitante ya tenga ciertas nociones de lo que está buscando. Una vez más, respetar los códigos estéticos es más importante que generar ventas inmediatas. web web web A estas alturas, ya nos podemos imaginar cómo lucen las cuentas de instagram y twitter. No hay sorpresas: en vez de fotos de las agrupaciones en plena acción y selfes mandando saludos, nos encontramos con las mismas fotografías abstractas, las carátulas de lanzamientos emblemáticos (dado el caso de una efemérides, por ejemplo) y composiciones primordialmente tipográfcas. Ese estilo visual también se traslada al estilo de prosa de los community managers: seco, preciso, que no quiere ni desplegar ingenuidad ni conseguir un alto número de retweets. Los likes y retweets, asumimos, llegan más porque la imagen adjunta coincidió con el estado anímico del usuario más que por el mensaje propiamente dicho. instagram twitter Esta austeridad también se traslada a Facebook. Es como si los signos de admiración se hubiesen tecleado con recelo. Incluso las publicaciones de nuevos lanzamientos han sido encapsuladas en un otro sistema cerrado, que no permite desviaciones. La congruencia a largo plazo impera sobre el impacto inmediato. Pero tengamos en cuenta que tampoco es que se ha resuelto del todo el asunto: como en la difusión virtual de otros proyectos culturales, se exagera en el uso de palabras como "etéreo", "sublime", "sutil". Es un desafío que las instituciones de élite todavían no han resuelto: cómo difundir sus productos culturales (exposiciones, por ejemplo) de forma que alcancen el máximo impacto, se respete la esencia de la obra y no se caiga en el cliché. facebook facebook facebook facebook facebook facebook facebook Y tenemos también un canal de youtube, donde encontraremos 165 vídeos que el sello ha subido desde hace tres años. Por lo general se trata de interpretaciones en vivo, fragmentos de entrevistas y videoclips muy sencillos, que usualmente consisten en grabaciones de árboles capturadas "artísticamente" o nada más que la imagen de la portada sobre un fondo oscuro. youtube youtube youtube El caso de la música es especialmente interesante en la era del internet. Al tratarse del más abstracto de los medios de expresión y de comunicación, también es el que puede circular con mayor libertad: una película o una fotografía están sujetas a las limitaciones de la pantalla, pero en la música las intenciones pueden viajar de un terminal a otro con relativa pureza. Y en ese caso, los esfuerzos de comunicación que se incrustan dentro del producto adquieren especial relevancia. Ya no tenemos un sobre de 35 centímetros por lado para llamar la atención en la tienda, pero haber desarrollado una personalidad contundente trae más benefcios que nunca. Lo que ECM nos deja de lección es el valor de la perseverancia: creer en cierta visión y adherirse a ella una vida entera. Hemos hablado tanto de los primeros años del sello porque, si se adopta esta estrategia, siempre serán los más difíciles; sobre todo si se ofrecen tan pocas concesiones a futuros clientes y se establecen lineamientos tan lejanos a "llamar la atención". Lo que Eicher esperó -y le funcionó- es que luego los nodos se vinculen entre sí: si me gustó este disco, de tal estética, seguramente disfrutaré de este otro, tan parecido que está. Pero un sistema tan riguroso no puede funcionar si es que se cede ante la inercia: la producción artística se convierte en maquinaria, la cohesión se convierte en repetición. ¿Y cómo ha sorteado ECM ese problema? Haciendo jazz. Permitiéndose ser espontáneos una y otra vez. Improvisando con la misma urgencia que una presentación en vivo. Tal y como los miembros de un cuarteto acordan en ciertas progresiones de notas y luego inventan sobre la marcha, Manfred instauró ciertas melodías iniciales para que sobre ellas se desaten ocurrencias en todos los matices. Es un método de producción y también una flosofía. Pero ninguna de las dos: el jazz es solamente música, y sigue tan vivo como siempre.