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1.- Para comenzar a investigar este tema se puede empezar con un breve cuestionario que
puede responderse con el libro de texto o con información extraída de Internet.
¿Qué régimen político había en Paraguay en ese momento? ¿Cuál era la situación
de ese país desde el punto de vista económico?
2.- Luego lean el artículo de Felipe Pigna y analicen el texto con la siguiente guía de
preguntas.
¿Por qué Paraguay podía ser un "mal ejemplo" para las otras naciones de América
Latina?
¿Cuáles eran los intereses qué tenía el imperio británico en esta parte del
continente?
¿En qué aspectos Paraguay era un modelo de autonomía a diferencia de los otros
países que participaron en la guerra?
3.- Pacho O`Donnell tiene otra mirada sobre esta guerra, lean el artículo que escribió para
el diario La Nación y contesten luego de la lectura la siguiente pregunta:
4.- A partir de la lectura completa de estos dos artículos pueden buscarse respuestas a las
siguientes cuestiones:
El conflicto que terminó por enfrentar al Paraguay con la Triple Alianza, formada por
Argentina, Brasil y Uruguay, tuvo su origen en 1863, cuando el Uruguay fue invadido por un
grupo de liberales uruguayos comandados por el general Venancio Flores, quienes derrocaron
al gobierno blanco, de tendencia federal y único aliado del Paraguay en la región.
La invasión había sido preparada en Buenos Aires con el visto bueno del presidente Bartolomé
Mitre y el apoyo de la armada brasileña. El Paraguay intervino en defensa del gobierno
depuesto y le declaró la guerra al Brasil.
El gobierno de Mitre se había declarado neutral pero no permitió el paso por Corrientes de las
tropas comandadas por el gobernante paraguayo, Francisco Solano López. Esto llevó a López a
declarar la guerra también a la Argentina.
Decía Alberdi: "Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de
navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y
arsenales, los ferrocarriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del
Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de
civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su
vida en el ‘país salvaje’ de su cruzada civilizadora" 1.
A pesar de contar con un importante apoyo popular, Varela fue derrotado por las fuerzas
nacionales en 1867. Como decía la zamba de Vargas, nada podían hacer las lanzas contra los
modernos fusiles de Buenos Aires.
La guerra era para los paraguayos una causa nacional. Todo el pueblo participaba activamente
de una guerra defensiva. Los soldados de la Triple Alianza peleaban por plata o por obligación.
Esto llevó a los paraguayos a concretar verdaderas hazañas militares, como el triunfo de
Curupaytí, donde contando con un armamento claramente inferior, tuvieron sólo 50 muertos
frente a los 9.000 de los aliados, entre ellos Dominguito, el hijo de Domingo Faustino
Sarmiento.
Decía La Nación, el diario de Mitre, decía: "Algunos miopes creen que el fanatismo de los
paraguayos es el temor que tienen al déspota (Solano López) y explican su servilismo por el
sistema rígido con que son tratados. Soy de diferente opinión: ¿cómo me explica usted que
esos prisioneros de Yatay, bien tratados por los nuestros y abundando en todo, se nos huyan
tan pronto se les presenta la ocasión para ir masivamente a engrosar las filas de su antiguo
verdugo?" 3
En nuestro país, la oposición a la guerra se manifestaba de las maneras más diversas, entre
ellas, la actitud de los trabajadores correntinos, que se negaron a construir embarcaciones
para las tropas aliadas y en la prédica de pensadores que, como Juan Bautista Alberdi y José
Hernández, el autor del Martín Fierro, apoyaban al Paraguay.
En 1870, durante la presidencia de Sarmiento las tropas aliadas lograron tomar Asunción
poniendo fin a la guerra. El Paraguay había quedado destrozado, diezmada su población y
arrasado su territorio.
Mitre había hecho un pronóstico demasiado optimista sobre la guerra: "En veinticuatro horas
en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en la Asunción" 5.
Pero lo cierto es que la guerra duró casi cinco años, le costó al país más de 500 millones de
pesos y 50.000 muertos. Sin embargo, benefició a comerciantes y ganaderos porteños y
entrerrianos cercanos al poder, que hicieron grandes negocios abasteciendo a las tropas
aliadas.
El general Mitre declaró: "En la guerra del Paraguay ha triunfado no sólo la República
Argentina sino también los grandes principios del libre cambio (...) Cuando nuestros guerreros
vuelvan de su campaña, podrá el comercio ver inscripto en sus banderas victoriosas los
grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado" 6.
Por el tratado de la Triple Alianza, se establecía que los aliados respetarían la integridad
territorial del Paraguay. Terminada la guerra, los ministros diplomáticos de los tres países se
reunieron en Buenos Aires. El ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, Mariano Varela
expresó: "La victoria no da a las naciones aliadas derecho para que declaren, entre sí, como
límites suyos los que el tratado determina. Esos límites deben ser discutidos con el gobierno
que exista en el Paraguay y su fijación será hecha en los tratados que se celebren, después de
exhibidos, por las partes contratantes, los títulos en que cada una apoya sus derechos". 7
Lo cierto es que Brasil sí pensaba que la victoria daba derechos: saqueó Asunción, instaló un
gobierno adicto y se quedó con importantes porciones del territorio paraguayo.
El regreso de las tropas trajo a Buenos Aires, en 1871, una terrible epidemia de fiebre amarilla
contraída por los soldados en la guerra. La peste dejó un saldo de trece mil muertos e hizo
emigrar a las familias oligárquicas hacia el Norte de la ciudad, abandonando sus amplias
casonas de la zona Sur. Sus casas desocupadas fueron transformadas en conventillos.
Referencias:
1 Milcíades Peña, La era de Mitre. De Caseros a la Triple Infamia, Buenos Aires, Fichas, 1972, págs. 56-57.
2 Norberto Galasso, Felipe Varela: un caudillo latinoamericano, Editorial del Noroeste 1975, pág 50.
3 Milcíades Peña, Op. cit., págs. 80-81.
5 Miguel Ángel de Marco, La guerra del Paraguay, Buenos Aires, Planeta, 2003, pág. 39.
7 Andrés Cisneros y Carlos Escudé, Historia general de las relaciones exteriores de la República Argentina,
Tomo VI, Buenos Aires, Comité Argentino de Relaciones Internacionales-Grupo Editor Latinoamericano,
1999.
La Guerra del Paraguay (como la Conquista del Desierto de Roca) despierta pasiones que
muchas veces transgreden los límites del rigor historiográfico, transformándose en un campo
de liza entre mitristas y antimitristas, liberales y antiliberales, unitarios y federales. Trataremos
de despejar, con la mayor objetividad reclamable, incógnitas de aquella conflagración, que se
inscribe entre las más sangrientas de la historia mundial.
Hacia 1862, y tras la enigmática batalla de Pavón, nuestro país buscaba su destino bajo las
riendas de la triunfante provincia de Buenos Aires. Su líder, el general Bartolomé Mitre,
tendría, ya con el cargo de presidente de la nueva nación -terminado el conflicto con la
confederación provincial- la enorme responsabilidad de organizar una república. La tarea no
era sencilla. En los "trece ranchos", como despectivamente algunos unitarios porteños,
rebautizados liberales, denominaban a las provincias "bárbaras", las ideas del puerto eran
vistas con desconfianza, dándose por sentado que la pregonada campaña "civilizatoria",
sostenida en la acción del flamante ejército nacional, escondía intereses perjudiciales para las
provincias.
Está claro que el conflicto con Paraguay, contrariamente a lo que algunos afirman, fue un
accidente indeseado por Mitre y los suyos, pues no sólo interrumpió y complicó la
consolidación de su proyecto de organización nacional sino que lo puso en riesgo, por la
impopularidad de la contienda. Es también insostenible la hipótesis de que la Guerra de la
Triple Alianza fue promovida por Gran Bretaña y que los gobiernos de Argentina, Brasil y
Uruguay acataron sumisamente su interés de que Paraguay se incorporara al libre comercio, y
así disponer del algodón que las hilanderías industriales inglesas necesitaban, a partir de las
dificultades con su habitual proveedor, Texas. Porque lo cierto es que éste había sido
reemplazado, a cañonazos, por Egipto. Y las relaciones entre Brasil y Gran Bretaña estaban
rotas desde que esta última bloqueara la bahía de Guanabara y apresara varios buques.
Francisco Solano López, quien había sucedido a su padre, Carlos Antonio, en la presidencia del
Paraguay, asumió una actitud agresiva como forma de superar la asfixia provocada por sus
inmensos vecinos, Brasil y Argentina. Por ejemplo, erigiendo la fortaleza de Humaitá, que
amenazaba con controlar la libre navegación del Paraná. En diciembre de 1864 y enero de
1865, tropas paraguayas tomaron posesión de varias fortalezas y poblaciones del Mato Grosso
brasileño y, en abril de 1865, ocuparon la ciudad de Corrientes. Las acciones bélicas fueron
iniciadas por López. Tanto fue así, que el secreto Tratado de la Triple Alianza se firmó recién el
1º de mayo de 1865.
La situación política interior de Paraguay fue, y eso no aparece justamente valorado en los
principales estudios sobre el conflicto, una de las principales causas de la guerra, pues López
intentó, al mejor estilo de toda dictadura, una "huida hacia adelante" cuando se sintió
presionado por una creciente opinión pública que reclamaba una organización constitucional,
lo que hubiera significado renunciar a porciones importantes de su poder omnímodo.
¿Por qué ingresó la Argentina en la guerra? Lo cierto es que no tuvo otra alternativa. Sabiendo
que Brasil estaba decidido a ella, lo que el futuro auguraba a nuestro país era un Paraguay
ocupado por el Imperio y un Uruguay que, inevitablemente, sería devorado por tan insaciable
expansionismo y, por ende, un desbalance geopolítico en la región intolerablemente
desfavorable para nuestro país. Esas distintas motivaciones marcaron el espíritu bélico en
ambos países: Brasil, galvanizado por la concreción de un antiguo proyecto expansionista; la
Argentina, beligerante a contrapelo, obligada a serlo contra su voluntad.
Pero el arte de la guerra enseña la necesidad de debilitar al enemigo y el astuto Mitre sabía
cómo conjurar a Urquiza. El imperio brasileño, su cómplice en Caseros, también conocía el
punto débil del líder entrerriano. Diría un historiador brasileño: Urquiza, embora
inmensamente rico, tinha pela fortuna amor inmoderado . Según José María Rosa, el jefe de la
caballería imperial, general Manuel Osorio, le ofreció excesivos 13 pesos fuertes por cada uno
de los 30.000 caballos que necesitaba para sus tropas. La emblemática caballería entrerriana se
transformaría de un plumazo en un inofensivo grupo de jinetes desmontados. Negocio cerrado.
Casi 400.000 patacones irían a las arcas del Palacio de San José.
El apoyo popular al conflicto sólo se pudo lograr en Buenos Aires, donde sus notables se
comprometieron, a tal punto de que los hijos del vicepresidente Marcos Paz y de Domingo
Sarmiento perecieron en el campo de batalla. Las provincias, en cambio, consideraron que era
un asunto ajeno a sus intereses. En Entre Ríos, el pendulante Urquiza convocó con engaños a
algunos centenares de hombres que, advertidos de que su destino era el ejército, se
sublevaron y desbandaron. Ricardo López Jordán, oficial de su máxima confianza y futuro
verdugo, le escribiría: "Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general. Ese es
nuestro amigo. Llámenos para pelear a los porteños o a los brasileños. Estaremos prontos: esos
son nuestros enemigos...".
A principios de 1867 Mitre dejó el mando de las tropas aliadas al marqués de Caxias. Regresó a
Buenos Aires obligado por la muerte de su vicepresidente Paz y las complejidades políticas de
la sucesión presidencial. El creciente rechazo de la ciudadanía argentina al horror de la
contienda, que se prolongaría a lo largo de un quinquenio, convenció al nuevo presidente,
Sarmiento, de que era hora de retirarse. Una visión historiográficamente demagógica pretende
consagrar a López como un héroe romántico, contrapuesto a la inhumanidad feroz de sus
enemigos. Como si toda guerra no fuera inhumana y feroz y no consistiera en vencer y destruir
al enemigo. Como si las hubiera humanitarias y moderadas. Lo cierto es que el Mariscal llevó la
masacre de sus compatriotas más allá del límite que la lógica indicaba, por su obstinada
negación a aceptar la derrota y rendirse. Su encuentro con Mitre en Yatayti Corá, el 12 de
septiembre de 1866 no fue una propuesta de rendición, sino un inaceptable intento de acordar
un armisticio en términos de igualdad, que le hubiera permitido consolidar sus conquistas
territoriales cuando el resultado de la contienda era ya irreversible.
No puede ni debe obviarse que su última frase, "¡Muero con la patria!", adquirió una realidad
devastadora, ya que su obstinación suicida precipitó al Paraguay a una catástrofe social y
demográfica: antes del inicio de la guerra, su población era de 1.300.000 personas; al final del
conflicto sólo sobrevivían unas 200.000, de las que sólo 28.000 eran hombres, la mayoría
niños, ancianos y extranjeros. Del poderoso ejército paraguayo de 100.000 soldados, en los
últimos días sólo quedaban cuatrocientos. En la retirada, la paranoica sospecha de traiciones y
conspiraciones contra su vida arrastró a López a cometer torturas, degüellos y fusilamientos de
familiares, altos oficiales de su ejército y respetables asunceños que abogaban por la rendición.
Para el imperio brasileño, que llevaría el peso de lo que restaba de la guerra y terminaría con la
vida del mariscal López en Cerro Corá, el 1º de marzo de 1870, el paso siguiente fue adueñarse
de los territorios en disputa y lo hizo, aprovechando su posición dominante, a espaldas del
Tratado de Triple Alianza, que prohibía la negociación individual de los aliados una vez
finalizada la guerra. En Buenos Aires ello provocó indignación y se llegó al riesgo de una guerra
entre los ex socios, que pudo conjurar Mitre, ahora en funciones diplomáticas. La Argentina
sólo obtuvo, después de difíciles negociaciones y como magro premio, el reconocimiento de
sus derechos indubitables al territorio enmarcado por los ríos Pilcomayo y Bermejo: la actual
provincia de Formosa.
Años después, en una polémica decisión, se devolvieron trofeos de guerra conquistados por
nuestro país, con lo que se condenó al sinsentido a los 25.000 muertos y los más de 100.000
tullidos, al gasto de nueve millones de libras esterlinas, que dejó exangües las arcas de nuestra
patria, y a los miles de inmolados por la peste, importada por nuestros soldados
sobrevivientes, que asoló a Buenos Aires.
Pacho O’Donnell
LA NACION Opinión