Filosofía política. Juan Sebastián Camargo Cifuentes. El estado de naturaleza como máquina de guerra Concebir la génesis del Estado civil como una posible transición o paso de un estado de naturaleza, donde existe una perpetua guerra de todos contra todos, a una sociedad civil mediada por relaciones de paz y de conservación sólo explica, a nuestro juicio, una condición evolutiva del Estado, pero no operacional o dinámica. Como bien afirma Rawls (2009) “el Estado de Naturaleza no es un estado de cosas pasado (ni, en el fondo, ninguna situación real), sino una posibilidad permanente que hay que evitar” (p. 63). De ahí que sea sospechoso el modelo explicativo de Hobbes en cuanto que incurre en lo que se podría llamar «la confusión del mapa y el territorio». Pues si bien el modelo ideal que plantea Hobbes explica el tránsito del estado de naturaleza al Estado civil, deja por fuera las dinámicas que se dan en torno a la «guerra» que plantea un estado de naturaleza, así como a sus posibles fines y lógicas inmanentes. El mapa, esto es, el modelo estado natural-sociedad civil, olvida el propio territorio sobre el que se sustenta, olvida lo exterior al Estado, la guerra; el territorio. Esto se debe principalmente, siguiendo a Rawls, a que Hobbes pretende abarcar un ámbito de estudio centrado principalmente en el poder soberano como único fin para no disolver las partes del Estado y conducirlo, a su vez, a la paz: Pese a que tal vez Hobbes no explique cómo pudo generarse una sociedad civil a partir de sus partes, sí podría explicar por qué no se degenera disolviéndose en sus diversos componentes [así] pretende convencernos de que la existencia de tal soberano supone el único camino hacia la paz y la concordia civiles. (p. 64-65) Dicho esto, me propongo mostrar en este ensayo que la propuesta de Hobbes es solo un modo de asumir la relación estado de naturaleza–Estado civil enmarcado en una lógica del poder soberano, y que, por otra parte, el escenario de la guerra (estado de naturaleza) obedece a lógicas distintas que están, o bien ligadas y contrapuestas al Estado, o bien hacen parte de él pero bajo una forma de exterioridad. Para ello me baso en el estudio que hacen Deleuze y Guattari (1997) de la «máquina de guerra» como una forma de marcar las distancias que existen entre un aparato de Estado, encargado de fijar y jerarquizar lugares de enunciación, y una máquina de guerra que es exterior y obedece a dinámicas distintas. En el desarrollo de la propuesta, muestro primero la lógica del poder soberano de Hobbes como medio para salvaguardar la relación estado de naturaleza–Estado civil. En un segundo momento explico lo que sería un modo de estado social (la máquina de guerra) en contraste con un Estado civil. Finalmente abordo posibles ejemplos, empezando por el mismo contexto de Hobbes, en donde se establecen las relaciones entre la máquina de guerra y el Estado civil. En la segunda parte del Leviatán, Hobbes analiza la materia correspondiente al Estado y, en un apartado, las causas que debilitan o tienden a la desintegración de este. En analogía con el estado de un cuerpo enfermo, Hobbes muestra algunas enfermedades que tienden a la destrucción del Estado. Es notorio en cada una de ellas el papel central que tiene el soberano como momento de ruptura con el todo. Así, en su sexta “opinión repugnante” a la naturaleza del Estado, Hobbes muestra lo absurdo que es contrariar el poder soberano e intentar disolverlo. Para ello se basa en un argumento un tanto raro, pero que nos sirve para mostrar las rupturas o posibles «estados de naturaleza» que se dan una vez ya «está» consolidado el estado. “En cuanto a la rebelión —nos dice Hobbes—, en particular contra la monarquía, una de las causas más frecuentes de ello es la lectura de los libros de política y de historia, de los antiguos griegos y romanos” (1980, p. 269). Lo mismo nos dice en el capítulo “Sobre la libertad de los súbditos”, y en pocas palabras muestra el carácter hostil hacía los libros que se encargan solamente de describir estados seguros y tranquilos de las democracias populares, como el caso de Aristóteles, para quien la libertad no es posible en un Estado no griego. De ahí que Hobbes se alarme de quienes leen libros que apaciguan el carácter del poder, pues lo que hace falta es “un monarca fuerte, a quien, sin embargo, aborrecen cuando lo tienen, por una cierta tiranofobia o terror de ser fuertemente gobernados” (p. 269). Pero la alarma de Hobbes contra los escritores es que precisamente están marcando disoluciones o rupturas dentro del Estado civil, como si se tratara de pequeños estados de naturaleza (máquinas de guerra) que quieren poner en quiebra el poder soberano. Así estos establecen una “supremacía contra la soberanía; cánones contra leyes, y autoridad eclesiástica contra autoridad civil” (p. 269). Las oposiciones para Hobbes son claras, pero lejos de marcar las pautas, las diferencias o las dinámicas que se dan en los dos planos, Hobbes opta por guardar respeto y completa sumisión al poder soberano. Así las cosas es posible seguir un paso adelante y mostrar que el Estado civil no es solamente una consecuencia del estado de naturaleza, o un estadio al que se podría llegar si se recusa del poder soberano, sino, por el contrario, un modo de estado social distinto y con lógicas inmanentes propias. Si el Estado existía contra la guerra, la guerra existe contra el Estado, y lo hace imposible. De esto no debe deducirse que la guerra sea un estado natural, sino, al contrario, que es el modo de un estado social que conjura e impide la formación del Estado. (Deleuze y Guattari, 1997, p. 365) Esta tesis cobra gran importancia cuando se analizan los mecanismos colectivos de des- identificación. Si se estudian casos en el plano histórico se encuentra una multiplicidad de ejemplo, así, los guerreros nómadas tienen sus propios mecanismos de defensa y de no- identificación contractual, no hay pactos, no hay inhibiciones de un Estado mayor, solo hay un continuo andar sin identificación. En el contexto de Hobbes es posible analizar las manadas o bandas de mendigos, los grupos religiosos exteriores a los cultos y así hacer toda una lista de individuos que no están sometidos al poder del soberano, y que incluso, sus prácticas son mecanismos contra-Estado. Y lo que se deriva de ello es que estos grupos o máquinas de guerra no están en una estado de guerra como creía Hobbes, sino que viven en paz de acuerdo a su manera de reorganización y desplazamiento. En estos grupos no hay soberano, solo líderes que muchas veces descentralizan su poder en otros miembros del grupo. Cada práctica, cada movimiento es una forma de esquivar los pactos o contratos entre un soberano absoluto: la máquina de guerra responde a otras reglas […] que animan una disciplina fundamental del guerrero, una puesta en tela de juicio de la jerarquía, un perpetuo chantaje al abandono y a la traición, un sentido del honor muy susceptible, y que impide, una vez más, la formación del Estado. (p. 366) Ya mostré anteriormente que Hobbes contrapone unas prácticas que son disgregadoras, yo diría contra- Estado, que están en la frontera entre un estado de naturaleza y el Estado civil. Leer cánones que van contra la ley, seguir prácticas de fe que atentan contra la soberanía, etc. Esto explica, entre otras cosas, que su análisis esté en pro de teorizar y conservar el poder del soberano como preventiva para no caer en un estado de naturaleza. Lo cierto es que los estados de naturaleza, o más bien las «máquinas de guerra» que no siguen las lógicas del Estado soberano, ya están incluidas dentro de este. Pero se abre la pregunta entonces ¿cómo es posible que el Estado capture a estas máquinas de guerra para que queden subsumidas? ¿Bajo qué formas se metamorfosean estas máquinas de guerra que van contra el pacto, contra el Estado? Preguntas estas que no están apartadas de nuestro contexto actual. Por citar un ejemplo, la investigación de Chaparro (2013) sobre el surgimiento del Estado a expensas de grupos amerindios en la cordillera de los Andes, caníbales que basan sus prácticas como medios de des-identificación y de no-captura, muestra este conflicto entre una máquina de guerra caníbal nómada y un Estado civil dispuesto a capturar o captar a estos grupos. Es importante entonces para nuestro contexto actual estudiar el tipo de inserción que asumirán grupos exteriores al Estado, como por ejemplo, las FARC, que constituyeron, en su principio, una máquina de guerra, que pretendía oponerse al Estado civil. En relación a esto dejo abierta la pregunta que plantean Deleuze y Guattari ¿Es posible que en el momento en que una máquina de guerra ya no existe, vencida por el Estado, presente su máxima irreductibilidad, se disperse en máquinas de pensar, de amar, de morir, de crear, que disponen de fuerzas vivas o revolucionarias susceptibles de volver a poner en tela de juicio el Estado triunfante? (1997, p. 364) A manera conclusión he mostrado el carácter problemático de la tesis evolutiva del Estado de Hobbes, que se cierne sobre una legitimación absoluta del poder soberano. En contraste propuse que su modelo es tan solo un modo de entender la relación estado de naturaleza- Estado civil, y que en otro sentido esta relación puede ser desdibujada y replanteada como una oposición o inclusión. Así, pase a explicar, de la mano de Deleuze y Guattari, que el estado de naturaleza puede ser un modo social con sus propios mecanismo y dinámicas, en fuerte contraste con el Estado civil. Todo esto para mostrar que Hobbes busca legitimizar el poder soberano para no disolver el Estado en una máquina de guerra, pero lo propuse es que las máquinas de guerras están ya en el Estado civil y que sus prácticas están destinadas a ir en contra de cualquier pacto. Bibliografía: Deleuze, G y Guattari, F.(1997) Mil mesetas. Valencia. Pre-textos Hobbes, T.(1980). Leviatán. México D. F: Fondo de cultura económica Rawls, J.(2009). Lecciones sobre la historia de la filosofía política. Barcelona: Paidós