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Simposio Internacional de Geología Ambiental


para Planificación del Uso del Territorio
Puerto Varas, 4-6 de Noviembre 2002

MAPAS DE PELIGROS VOLCANICOS: ELABORACION, SIGNIFICADO, ALCANCES Y UTILIZACION

Moreno, H.1
1
Servicio Nacional de Geología y Minería, SERNAGEOMIN, Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur, OVDAS,
Temuco Casilla 23-D, Fono: 56(45) 270700, Fax: (45) 270701, ovdassis@chilesat.net

Palabras claves: Cartografía peligros volcánicos, mitigación erupciones.

RESUMEN

La elaboración, significado, alcances y utilización de los mapas de peligros volcánicos, es un tema poco conocido
por la ciudadanía. Los antecedentes fundamentales, corresponden a estudios geológicos y volcanológicos específicos, para
contar con una información confiable. Estos deben comprender el levantamiento geológico del volcán; la caracterización
geoquímica de sus productos; la cronoestratigrafía y distribución de los depósitos piroclásticos; la caracterización y
distribución de lavas y depósitos laháricos; la evolución y comportamiento eruptivo; y los rasgos de sus erupciones
históricas. El significado de ellos es mostrar, cartográficamente, la situación real del peligro volcánico zonificado del
territorio en torno a un volcán, basado en erupciones pasadas, desde comienzos del Postglacial (últimos 14.000 años). No
obstante, este período es ínfimo al compararlo con la historia geológica de un volcán, que puede alcanzar 300.000 años. Por
consiguiente, erupciones de gran magnitud más antiguas, o que aún no han ocurrido en el volcán, podrían tener lugar en el
futuro y, en este caso, el mapa podría ser sobrepasado. Sin embargo, aunque esta posibilidad no se puede descartar, la
probabilidad de ocurrencia se estima remota en el futuro próximo. Como instrumento de consulta para la planificación
territorial, un mapa de peligros volcánicos es un elemento cartográfico útil, que permite realizar diversas acciones. Si no se
puede intervenir físicamente el territorio en peligro, para reducir los efectos de erupciones, las opciones más apropiadas
corresponden al uso adecuado del terreno, encauzando las construcciones hacia sitios de bajo peligro y a la elaboración de
Planes de Emergencia para resguardar la vida de los habitantes. De intervenir físicamente el territorio con obras civiles, la
condición de la amenaza puede cambiar tan drásticamente, que un área determinada podría quedar fuera de peligro, ante la
ocurrencia de algún proceso volcánico destructivo.

INTRODUCCION

La elaboración de mapas de peligros o amenazas volcánicas, es una inquietud permanente de las instituciones
científico-técnicas, principalmente geológicas, de aquellos países con volcanismo activo. Desde que D. Crandell y D.
Mullineaux en 1979, pertenecientes al Servicio Geológico de los Estados Unidos de América confeccionaron un mapa de
peligros (“hazards”) del volcán Santa Helena y al año siguiente tuvo lugar una de las erupciones más catastróficas en toda
su historia geológica, la comunidad científica internacional, se vio obligada a idear métodos para elaborar mapas de
peligros, en aquellos volcanes que pudiesen representar una seria amenaza para las personas y sus bienes.
Lamentablemente, la escasez de profesionales idóneos y/o la falta de recursos económicos, sumado a un
desconocimiento generalizado de la actividad volcánica y la magnitud de su potencial peligrosidad, particularmente en los
países en desarrollo, han incidido negativamente en esta tarea. Por otra parte, aún no existe un consenso en cuanto a
uniformar criterios con respecto a la elaboración de mapas de peligros volcánicos, aunque la Asociación Internacional de
Volcanología y Química del Interior de la Tierra (IAVCEI) está haciendo grandes esfuerzos mediante una comisión
especializada en el tema.
La intención de los mapas de peligros geológicos, es representar la situación real de un área que puede ser afectada
por diversos procesos naturales potencialmente peligrosos, en determinadas condiciones tales como erupciones volcánicas,
terremotos, remociones en masa, inundaciones, etc. Este aspecto es clave para comprender que el término 'peligro' es
diferente a 'riesgo', puesto que este último implica el efecto en el ser humano y sus bienes. En efecto, se ha definido riesgo
como peligro x vulnerabilidad x pérdida (vidas, económica). En consecuencia, un volcán puede ser de alto peligro pero de
bajo riesgo, si está localizado en una zona despoblada o carente de alguna actividad económica.
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Considerando estos aspectos, el propósito de este artículo es contribuir a explicar cómo se elaboran los mapas de
peligros volcánicos y los criterios utilizados, su significado, alcance y limitaciones, la zonificación de los diversos grados de
peligro y la correcta utilización de ellos.

ELABORACION DE MAPAS DE PELIGROS VOLCANICOS

Un mapa de peligros volcánicos es aquel que representa cartográficamente, la extensión probable de todos los
productos que un volcán es capaz de generar durante una futura erupción y que pueden provocar daños en su entorno.
Los primero que debe quedar claro, son los tipos de estudios que son primordiales realizar, cuyos resultados son
fundamentales para confeccionar un mapa de peligros volcánicos, fundamentado en antecedentes sólidos que permitan
contar con una información confiable y un instrumento básico dentro de la planificación en un ordenamiento territorial. En
orden sucesivo, estos estudios deben comprender: (1) el levantamiento geológico del volcán o área volcánica, (2) la
caracterización geoquímica de sus productos (lavas y piroclastos; López y Moreno, 1994), (3) la cronoestratigrafía detallada
de los depósitos piroclásticos, sus características y distribución (Moreno, Clavero, Lara, 1994; Naranjo et al., 2000a, (4)
definir las características y distribución de lavas y depósitos laháricos, (5) establecer la evolución y el comportamiento
eruptivo, (6) conocer las características de sus erupciones históricas, si las hay.
A la fecha, los estudios geológicos-volcanológicos realizados en la mayoría de los volcanes de los Andes del Sur,
permiten agrupar a los volcanes en 5 categorías según la cronología de su actividad eruptiva:
1. Volcanes con erupciones durante el siglo XX
2. Volcanes con erupciones históricas antes del siglo XX (1550-1899DC)
3. Volcanes con erupciones prehistóricas durante la Era Cristiana (0-1549DC)
4. Volcanes con erupciones prehistóricas Postglaciales, anteriores a la Era Cristiana (14.000AP-0DC)
5. Volcanes con erupciones anteriores al Postglacial (> 14.000AP), actualmente dormidos

Por otra parte, los procesos peligrosos más frecuentes en los volcanes de los Andes del Sur han sido:
1. Caída de piroclastos
2. Corrientes laháricas
3. Corrientes de lava
4. Gases volcánicos tóxicos
5. Flujos de piroclastos

Cabe señalar, que es común observar en la literatura, una confusión generalizada entre una corriente lahárica y una
corriente de lava, atribuyéndose equivocadamente, muertes y destrucción a estas últimas. En los volcanes cubiertos por
glaciares y nieve, ha sido frecuente la ocurrencia de lahares durante erupciones, los cuales se originan por la fusión violenta
del hielo y la nieve debido al contacto con corrientes de lava, cuya temperatura es del orden de 1000ºC (Moreno,
Fuentealba, 1994; Moreno y Naranjo, 1998). En algunos casos como en el volcán Calbuco, algunos lahares se han
producido por la fusión provocada por flujos piroclásticos menores. Los lahares corresponden, en consecuencia, a 'aluviones
volcánicos' veloces (hasta 100 km/h), donde el agua es el principal agente de transporte. La lava desciende y fluye a
velocidades bajas (a veces no superan 1 km/día), aunque destruyen y cubren todo a su paso con un manto de fragmentos de
rocas irregulares que alcanza entre 3 y 60 m de espesor, dependiendo de la composición.
Las 5 categorías para volcanes señaladas anteriormente, también han contribuido como criterio válido para
establecer la zonificación y su respectivo grado de peligro. En efecto, en el caso de áreas proclives al alcance de lavas y/o
lahares, ha sido muy útil aplicar este criterio, definiendo zonas de muy alto peligro aquellas afectadas durante el siglo XX,
de alto peligro a las afectadas durante la historia antes del siglo XX, de moderado peligro a las afectadas durante la Era
Cristiana, etc. (Moreno, 1998; Moreno, 2000).
Para los piroclastos de caída, se han considerado dos variables de impacto en el ambiente: el mayor espesor posible
y el tamaño máximo de la partícula en determinados puntos. Los valores se obtienen desde la columna estratigráfica
postglacial, es decir de todos los niveles de piroclastos de caída que han ocurrido en erupciones explosivas durante los
últimos 14.000 años (Naranjo et al., 2000a). Con estos datos, se trazan curvas (de igual espesor y de similar tamaño de
partícula) y, además, quedan determinados, tanto el eje preferencial de dispersión de las partículas (que ha resultado ser
oeste-noroeste a este-sureste en la mayoría de los volcanes), como el área que ha sido la más afectada por este proceso
(Moreno, 1999a; Moreno, 1999b, Moreno, 2000; Naranjo et al., 2000a; Naranjo et al., 2000b).
Entre los gases, se ha detectado la presencia de HF, el cual precipita con las cenizas y se concentra en la
vegetación. El F es altamente tóxico y letal para los animales herbívoros, provocando la enfermedad llamada osteofluorosis.
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Lamentablemente, los volcanes chilenos han demostrado ser productores de HF y el primero en revelarlo fue el cono
Navidad, parásito del Lonquimay, durante la erupción de 1988-90 (Naranjo et al., 1991). Posteriormente, erupciones de los
volcanes Hudson (1991), Láscar (1993) y Llaima (1994), también revelaron F en sus cenizas.
Depósitos de flujos piroclásticos se han encontrado en todos los volcanes de los Andes del Sur y, en algunos casos,
hay registro histórico de su ocurrencia durante erupciones, como en el Llaima en 1640 (Naranjo et al., 2000a), el Mocho-
Choshuenco en 1864 y el Calbuco en 1961. Estos flujos corresponden a avalanchas de cenizas incandescentes que fluyen
radialmente desde la cima, alcanzando velocidades de hasta 500 km/h. Los flujos descritos en la literatura han sido
pequeños, es decir, con volúmenes menores que 100 x 106 m3 (0,1 km3), pero han sido capaces de provocar destrucción y
muerte (Llaima y Mocho-Choshuenco). En la prehistoria reciente han ocurrido numerosos flujos piroclásticos con
volúmenes promedio de 1 km3 (Naranjo, et al., 2000) De generarse flujos con volúmenes similares en una erupción futura,
los resultados serían desastrosos en un área de 30 km en torno al volcán. En consecuencia, el área de los mapas de peligro, a
escalas mayores que 1:100.000, sería afectada en su totalidad de ocurrir este tipo de proceso.

SIGNIFICADO Y ALCANCES

Los mapas de peligros volcánicos son dinámicos y tienen una vigencia, por lo general determinada cuando tiene
lugar la siguiente erupción. En efecto, las transformaciones que pueden ocurrir durante y después de la eventual erupción en
su cráter, el relleno de las quebradas por lavas y/o lahares, además de otras modificaciones morfológicas o estructurales,
cambiarán el relieve (volcán Villarrica 1971) y habrá nuevas condiciones que obligarán a modificar localmente el mapa, en
cuanto a las áreas proclives a ser afectadas por lavas y/o lahares. En el caso de erupciones menores desde el cráter principal
o desde fisuras de su flanco, las transformaciones pueden ser sutiles y el mapa, en consecuencia, mantiene su vigencia
(Llaima 1994).
En cuanto a la caída de piroclastos, las curvas con los máximos espesores y tamaños probables están dentro de los
peores escenarios ocurridos en los últimos 14.000 años, en consecuencia, en los próximos 20, 50 o 100 años, lo más
probable, es que una erupción explosiva quede restringida dentro de esos valores. Un caso histórico singular, fue la erupción
del Monte Santa Helena en Norteamérica, cuando en 1980, el volcán tuvo la peor erupción de toda su historia geológica. En
este suceso, las caídas de piroclastos superaron las proyecciones basadas en datos de terreno, los flujos piroclásticos
alcanzaron una extensión mayor y, además, se produjo el deslizamiento lateral de su cima formando una avalancha con un
volumen de más de 1 km3.
Estos casos parecen muy remotos, sin embargo, no son tan improbables al revisar la historia reciente de erupciones
en el planeta (Naranjo, Moreno, Emparán, Murphy, 1993). En efecto, como en el volcán Santa Helena, algunos procesos
que no han ocurrido en la historia geológica de un volcán (100.000 a 200.000 años), han tenido lugar en los últimos siglos
(Tambora, 1815; Krakatoa, 1883; Bandai-San, 1888; Katmai, 1912; Bezimianny, 1956). Por otra parte, volcanes dormidos
desde hace siglos han tenido las erupciones más violentas y desastrosas (Chichón, 1982; Pinatubo, 1991; Montserrat, 1995).
Finalmente, no hay que olvidar que durante el siglo XX, las erupciones más violentas en los volcanes andinos de
Sudamérica, ocurrieron en Chile en los volcanes Quizapu, 1932 (Talca) y Hudson, 1991 (Coihaique).
Como un complemento muy importante al mapa de peligros elaborado con datos geológicos-volcanológicos,
considerando, además, los escenarios temporales y condiciones morfoestructurales, es la modelización física y simulación
numérica de los procesos eruptivos. Ellos permiten precisar con mayor detalle, las áreas que pueden ser afectadas por
diversos tipos de flujos, como también pronosticar la dispersión eólica de los piroclastos durante una eventual erupción
(Ortiz, 1996). Sin embargo, el gran volumen de datos y la compleja interdependencia entre ellos, obliga a entrelazarlos,
combinarlos y validarlos con los antecedentes de terreno, los cuales, son el resultado de cientos de erupciones pasadas.
En síntesis, un mapa de peligros volcánicos representa las áreas que pueden ser afectadas por diferentes procesos,
mediante una zonificación basada en datos geológicos, cronológicos y morfoestructurales. De esta forma, las áreas de alto
peligro de lahares y/o lavas, corresponden a las zonas más frecuentemente dañadas en tiempos históricos y proclives a ser
afectadas nuevamente por estos procesos en una eventual erupción futura. Por otra parte, la mayoría de los piroclastos de
caída en futuras erupciones explosivas, tienen una alta probabilidad de afectar las áreas delimitadas por curvas y quedarán
mayoritariamente restringidas a ellas.
Sin embargo, no se puede descartar que ocurran erupciones de gran magnitud que superen la zonificación del
mapa. No obstante, en la mayoría de los volcanes, se considera poco probable que esta situación tenga lugar en un corto o
mediano plazo. En estos casos hipotéticos, la vigilancia volcánica instrumental permanente, sumada al establecimiento
oportuno de niveles de alerta durante un ciclo eruptivo y la aplicación de las correspondientes medidas preventivas, son los
únicos recursos disponibles para evitar que tal erupción se convierta en una catástrofe.
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UTILIZACION

Un mapa de peligros volcánicos corresponde a una situación presente, a una realidad natural frente a las amenazas
volcánicas, con las diversas zonas y grados de peligros, de un territorio en torno a un volcán. Lamentablemente y por lo
general, tanto la localización de ciudades, pueblos y villorrios, como las redes viales, actividades económicas y toda la
infraestructura de una comarca, existen desde mucho antes que se elabore el mapa de peligros del volcán vecino. Por
consiguiente, el resultado que exhibe la cartografía es muchas veces inquietante y perturbador, por decir lo menos, y
significa un gran impacto socioeconómico.
En consecuencia, surgen varias preguntas y, la más común es ¿qué hacer en estas circunstancias? Lo más
importante, sin dudas, es la vida humana, por lo tanto, lo más básico, sencillo y factible de hacer con escasos recursos, es
confeccionar un Plan de Emergencia, para efectuar determinadas acciones de protección civil, dependiendo del nivel de
alerta durante un ciclo eruptivo. De esta forma, de ser inminente una erupción, se determina la evacuación masiva de
personas ubicadas en áreas de alto peligro y se pueden rescatar algunos bienes móviles. Las propiedades y obras, en general,
serían destruidas de ocurrir un flujo lahárico, por ejemplo.
Un caso histórico interesante de mencionar, fue la consulta de un alcalde, quien al observar que la mitad de su
comuna estaba en colores rojos, visiblemente preocupado, preguntó ¿es posible cambiar el color rojo a un naranja, que
significa menor peligro? La respuesta fue sin titubeos ¡sí, se puede!, sólo depende de una decisión política y económica. En
efecto, la solución para reducir el peligro de una determinada zona, comprende trabajos de obras civiles. En esta situación,
entra en juego el término 'riesgo', fundamental para priorizar acciones tendientes a minimizar los efectos de un determinado
peligro volcánico en un área. Parámetros como la densidad de habitantes, la infraestructura amenazada, etc. son
considerados para decidir cuales zonas son las más importantes para reducir el peligro.
En consecuencia, por primera vez se menciona la posibilidad de utilizar el mapa, para intervenir físicamente el
territorio en torno a un volcán, en beneficio de mitigar el peligro. Anteriormente, se mencionó que los lahares son los
procesos más destructores durante erupciones en volcanes con hielo y nieve, por lo cual, uno de los principales objetivos,
será intentar reducir el impacto de estos flujos en la zona (Moreno y Naranjo, 1998). De esta forma, se puede realizar un
sinnúmero de obras con costos muy variables, desde 'movimientos de tierra' y profundización de cauces, hasta obras civiles
de envergadura, capaces de desviar, encauzar, obstaculizar y decantar a los materiales de flujos laháricos. Cada obra que se
construya con estos fines, irá cambiando paulatinamente el mapa de peligros, en algunos sectores, de forma drástica.
En síntesis, un mapa de peligros volcánicos es un instrumento cartográfico muy útil, para conocer la situación
presente y real del territorio en torno a un volcán activo. Si no se desea o no se puede intervenir el territorio amenazado, las
acciones más apropiadas son planificar el uso del terreno, guiando las construcciones hacia sitios de menor peligro y
elaborar Planes de Emergencia para resguardar la vida de sus habitantes. Si se opta por intervenir físicamente el territorio,
la situación de peligro se puede reducir hasta tal extremo, que una determinada área podría quedar totalmente fuera de
peligro de procesos volcánicos destructivos como lahares y lavas.

REFERENCIAS
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Naranjo, J. A., Moreno, H., Emparán, C., Murphy, M. 1993. Volcanismo explosivo reciente en la caldera del volcán
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