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William Wallace

(Sir William Wallace de Elderslie; Elderslie, 1270 - Londres, 1305) Caballero


escocés de ascendencia galesa, uno de los héroes medievales de Escocia.
Desde 1297 dirigió la insurrección contra Eduardo I de Inglaterra, que había
usurpado el trono escocés. Fue derrotado en Falkirk (1298), pero continuó la
lucha hasta que fue capturado y ejecutado en Londres (1305). Es el
representante por antonomasia del espíritu escocés de independencia, motivo
central de su vida, causa de su muerte y razón de su paso a la posteridad.

William Wallace

La mayoría de las referencias a su vida proceden de un poema épico escocés


de la segunda mitad del siglo XV, The Wallace, atribuido a un desconocido
Enrique el Juglar, también llamado en ocasiones Enrique el Ciego; el tono del
poema, encendidamente antibritánico y contrario a la dominación inglesa,
presenta a la nobleza escocesa como un estamento excesivamente anglófilo y
corrupto, un rasgo visible en el siglo XV pero no en la época de Wallace, lo que
evidencia su contaminación histórica.

Durante el reinado de Alejandro III (1249-1286), Escocia vivió una época de


paz y prosperidad que se tradujo en un crecimiento económico del reino. Pero
a su muerte, las tensiones larvadas entre los dos linajes más importantes de
la aristocracia escocesa, los Bailleul y los Bruce, estallaron con violencia. La
heredera del trono de Alejandro era su nieta, la princesa-niña Margaret,
conocida como la "dama de Noruega", por lo que un consejo de regencia se
hizo cargo del gobierno. El rey de Inglaterra, Eduardo I, intentó aprovechar la
coyuntura para anexionarse Escocia, casando a la "dama de Noruega" con su
hijo y heredero, el futuro Eduardo II. Pero la inesperada muerte de la princesa
Margaret frustró el plan, dando lugar a las disputas de los clanes escoceses por
el trono. Eduardo de Inglaterra se erigió como árbitro de la cuestión, pero
también dispuso que un numeroso ejército se aprestase a tomar posiciones en
Escocia. Antes de que la situación se le escapara de las manos, Eduardo decidió
recurrir directamente a la fuerza de las armas e invadió Escocia en 1296.

En este contexto se inicia la leyenda de William Wallace. Segundo hijo de


Malcolm Wallace, un rico terrateniente con propiedades y rentas en el condado
escocés de Ayrshire, la primera mención a su actividad como guerrillero lo sitúa
en la villa de Ayr, capital del condado, donde Wallace, junto a unos cuantos de
sus bandoleros, atacó en 1296 el destacamento inglés destinado en el condado
y asesinó a un gran número de soldados. Apenas un par de días más tarde fue
capturado por las fuerzas realistas y encerrado en prisión; según unas fuentes
una multitud lo liberó de la mazmorra, mientras que otras prefieren indicar que
su astucia le sirvió para evadirse de la cárcel. A partir de entonces William
Wallace comenzó a reclutar y a enseñar las artes de la guerra a todos aquellos
que quisiesen luchar contra la dominación inglesa.

Al parecer, en mayo del año siguiente, Wallace asesinó al responsable de la


muerte de su padre, lo que convirtió a él y a sus seguidores en proscritos
buscados por la justicia no ya inglesa, sino también escocesa. De hecho, en
estos primeros momentos de lucha, William Wallace y sus soldados eran
únicamente un grupo de bandoleros. Lo que acabó por definir al propio
guerrero y a sus inusitadas tropas fue que uno de los más importantes
caballeros del país, sir Andrew de Moray, se uniese a su causa en agosto de
1297. El contingente de ambos, comandado militarmente por Wallace, se
dirigió ese mismo mes al inexpugnable castillo de Stirling, importantísimo
enclave estratégico escocés que había sido presa fácil de Eduardo I en la
primera oleada invasora. Utilizando al parecer la astucia, las tropas inglesas
del conde de Surrey cayeron derrotadas y Wallace se hizo con el castillo.
La batalla de Stirling

La popularidad de ambos guerreros (pero especialmente de Wallace, mucho


más carismático que sir Andrew) fue en constante aumento. Las noticias no
parecían incomodar a los consejeros de Eduardo I, quienes consideraban a
Wallace un simple bandolero. Pero en octubre de 1297, Wallace invadió
Inglaterra por Northumberland y Cumberland, en una cruel expedición de
rapiña, saqueo y devastación. El pueblo escocés comenzó a venerar a Wallace,
lo que abrió las puertas a una alianza con el resto de los nobles, y el rey inglés,
Eduardo I, tuvo plena conciencia de que se enfrentaba a un enemigo real.

Los linajes escoceses que aspiraban al trono, sin embargo, se aprovecharon de


la popularidad de Wallace para sus propios intereses. En diciembre de 1297,
John Bailleul lo armó caballero, con toda la solemnidad inherente a este tipo
de ceremonia, y lo nombró guardián del reino y gobernador en nombre de los
Bailleul, legítimos monarcas. Los Bruce, enemigos de los Bailleul en el acceso
al trono escocés, parecían perder posiciones. Por el lado inglés, la reacción fue
la esperada: un ejército aún mayor que el anterior, al frente del cual estaba el
propio Eduardo I, invadió Escocia el 3 de julio de 1298.

Ya sin la ayuda de sir Andrew de Moray, que había fallecido el año anterior,
Wallace hizo frente a la nueva invasión. Pero la caballería ligera de los
escoceses no pudo hacer nada ante los arqueros ingleses, que utilizaron flechas
de fuego para sembrar el pánico entre el enemigo: los hombres de Wallace
fueron derrotados en la batalla de Falkirk, el 22 de julio de 1298. El propio
Wallace logró huir a duras penas y se escondió durante varios días en la soledad
de unos bosques cercanos; durante varios meses se pensó que había sido uno
de los cinco mil escoceses muertos en la batalla. Eduardo I, no contento con
ello, volvió a invadir la zona norte y noreste de Escocia, en la que sólo los Bruce
resistieron.

Aunque los pormenores de su vida entre 1299 y 1303 son confusos, es evidente
que Wallace viajó a Francia, donde, tras entrevistarse con Felipe IV el Hermoso,
trató de lograr una extensión de la Auld Alliance entre Escocia y el país galo,
con el objeto de que los franceses prestasen ayuda militar y sobre todo
económica contra la invasión inglesa. Parece históricamente cierto que Wallace
viajó además a Roma, donde fue recibido por el papa Bonifacio VIII, y a Noruega,
donde, recordando los vínculos entre ambos reinos debidos a lady Margaret,
solicitó la ayuda del monarca Haakon V. Todos los esfuerzos fueron vanos, ya
que, con el tratado de París, firmado en 1303 entre Felipe el Hermoso y
Eduardo I, Francia e Inglaterra sentaron las bases de lo que se suponía una
próspera paz. Wallace, oculto en un barco de mercancías francés, volvió a
Escocia después de atravesar toda Inglaterra, con el fin de organizar la
resistencia.

La reconquista, en 1304, del castillo de Stirling por parte de las tropas inglesas
hizo que la mayoría de los clanes nobiliarios escoceses se aprestase a firmar
un tratado de paz con Inglaterra. Pero Eduardo I se negó hasta que no se le
entregase a William Wallace, con quien la justicia británica tenía pleitos
pendientes y al que, para menoscabar su popularidad, nunca le reconoció más
status que el de bandolero. Ello condujo necesariamente a la traición: el 5 de
agosto de 1305, Wallace fue arrestado en su escondrijo cercano a Glasgow y
conducido a la famosa Bloody Tower de Londres, prisión para delincuentes
comunes. Condenado como culpable de alta traición a la Corona, fue ejecutado
en Londres el 23 de agosto de 1305. La ejecución de Wallace fue
desmesuradamente cruel incluso para aquellos tiempos; había de servir de
escarmiento a todo un pueblo y a sus sentimientos de independencia.

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