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Teatro 2009
Impreso en México
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editor.
Teatro 2009
Editorial Estentor
México, 2009
CONTENIDO
La Araña
Autor
ARTÍCULOS
DE VÍCTOR PUEBLA
Artículos
A
unque mi naturaleza es inconcretable por etérea, escurridiza y
jacarandosa, cumplo con la encomienda que se me impone de
brindar una semblanza del que hasta ahora escribe.
En realidad, no tengo fija la fecha de mi nacimiento, pero de que ter-
minaba la cifra con un cinco, sí puedo asegurarlo. Podría considerar que
soy eterno, aunque la muerte me ronde muy cerca, si nos percatamos de
que me he codeado con el mismísimo y viperino Aristófanes de Grecia y
que aprendí a sumar bajo la vigilancia del propio Pitágoras. Pero tengo la
lucidez de que de niño compartí mis juegos con la pléyade de dioses grie-
gos que convirtieron mi inocencia en una aventura mágica que tenía por
escenario al más impresionante de los territorios sagrados: el Olimpo.
Sí, el Olimpo, con sus amores encuerados, sus héroes y monstruos
zoológicos y su caballo alado volador.
Entonces Superman, que era un invasor primerizo, no era sino el pro-
ducto de la combinación de ese magnífico personaje al que todos cono-
cían como Aquiles, invulnerable a raíz de un baño mágico que su santa
madre, Tetis, le había dado en el río del Hades, agarrándolo de un talón
para evitar que se lo llevara la corriente y por cuya causa le había que-
dado sensible aquel sitio que fue luego la causa de su muerte; y del otro
gran héroe sin rival: Hércules, que había matado a dos serpientes des-
de chiquito, limpiado los establos de Augías, muerto al león de Nema,
vencedor del cancerbero, y era el único que había bajado al Hades para
rescatar a la esposa de un amigo suyo, cuatacho de toda la vida, y vuelto
a salir de la región de los muertos a salvo.
Crecí con las aventuras de La pequeña Lulú y Memín Pinguín. Con
ellos cursé mi primaria en una escuela rural de la mixteca.
Si bien la secundaria sirvió para desposeerme de mi anacrónica ino-
cencia a los tardíos catorce años, las historias de Moliere y Shakespeare
fecundaron mi imaginación y junto con los libros de la Historia Sagrada
y los cuentos de Oscar Wilde, convirtieron mis romances de adolescente
en una aventura de joven arrepentido pero divertidamente descarriado.
Las enormes pantallas de los cines de entonces, con sus íconos diviniza-
dos en blanco y negro de aquella época fueron el alimento de una voca-
ción que en aquellos tiempos apenas se removía en mis adentros, en tan-
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ecía Helen Hayes, la celebérrima actriz norteamericana multi-
premiada por sus soberbias interpretaciones en cine y teatro:
“Cada vez que me percato de que muchos de los hombres más
importantes que ha dado la humanidad han escogido el lenguaje teatral
para expresar sus ideas, me siento muy satisfecha de dedicarme a este
arte como mi auténtica profesión”.
Y es que el teatro, como síntesis de todas las artes, es uno de los me-
dios más eficaces para transmitir ideas, educar y sensibilizar a la natura-
leza humana, además de que aporta un sentido de colaboración grupal,
libertad de imaginación, ubicación en la fantasía situacional, disciplina,
responsabilidad, camaradería, desinhibición, soltura escénica, dominio
de sí mismo, equilibrio físico, ejercicio de la memoria, control de las
emociones, manejo de la energía, etc., etc., etc.
En el adolescente, la experiencia teatral lleva al individuo, incluso,
a manifestar de una manera elocuente y clara todas aquellas inquietudes
existenciales que le son propias de su edad, y canaliza aquellas ansieda-
des juveniles por el camino de la creación artística. Tengo la experiencia
de que muchos de los temas que, como estudiantes tienen que exponer,
se quedan más grabados en su ánimo y en su memoria luego de haber
sido expuestos de manera dramática, situación que no se consigue con
una magistral conferencia o con una doctísima lección de pizarrón y
libro. La historia, sobre todo, tiene en el teatro a uno de sus mejores
aliados cuando convertimos las estáticas figuras heroicas de los libros,
ídolos de piedra e insensibles a fuerza de construir una imagen oficial,
en protagonistas de su propia biografía cuando aparecen como personas
humanas, susceptibles de errores y virtudes que el documento histórico
omite en la mayoría de las veces, dejándolos como personajes acartona-
dos y pétreos sin posibilidad alguna de humanización.
“Es sorprendente y catártico cuando vemos al héroe intocable que
nos han heredado los maestros, comer como cualquiera y refocilarse del
comentario popular al reírse de un mal chiste festejado”.
De tal manera que si nuestras instituciones educativas brindaran ma-
yor atención a través de los diferentes niveles escolares al ejercicio tea-
tral como método didáctico, otro gallo nos cantara en el concierto de la
cultura universal.
De las muchas experiencias que tengo a la hora de hacer teatro, sola-
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e una vez por todas, y para que quede claro, quiero aprovechar
este espacio que siempre me tienen reservado mis bondadosos,
comprensivos, pacientes y simpatiquísimos cuachirolos de bu-
zos, para referirme a un fenómeno frecuente y común que le acaece a casi
todos los teatreros del mundo, preguntarse: ¿y para qué hago teatro?
Casi siempre, este vicio artístico arraigado hasta lo más profundo de
los huesos surge de un anhelo desconocido de reconocimiento, éxito y
riqueza, a lo cual debemos sumar el profundo ego por destacar sobre los
demás; y se responde uno, en un primigenio pensamiento ingenuo: ¡qué
me aplaudan!, ¡qué me admiren!, ¡y que me deseen! (no es por presumir
pero hay algunos a los que nos sigue funcionando la fórmula).
Ya con el tiempo, y luego del enfrentamiento con el conocimiento del
origen y la naturaleza del Arte, insiste uno en la notoriedad, pero ahora
con el propósito de ser el ¡vanguardista artístico! que romperá con todas
las reglas y creará una nueva experiencia catártica, objetivo que sólo al-
gunos genios, a los que podemos contar con los dedos de las manos, han
conseguido en virtud de la claridad de sus ideas, sus técnicas y sus expe-
rimentos: no hay que olvidar que, para que esta circunstancia se cumpla,
es necesario contar con un buen sustento económico que le permita a uno
poner en práctica sus riesgosas innovaciones. Lástima que en muchos de
estos casos, en cuanto se muere el talentoso, se murió su obra.
Más adelante viene la aventura, el glamour, la bohemia, el desmadre
y todos aquellos peligros que la misma farándula nos proporciona con
harta diversidad y profusión. En este camino, muchos futuros genios han
perdido la proporción de las cosas y deciden que lo suyo es aquello en lo
que están momentáneamente metidos, y se dan a la borrachera, olvidán-
dose de los grandes ideales con los que al principio contaban.
Y los que se quedan haciéndole a la comicidad y la tragedia, si es que
no han conseguido un importante mecenas que les cumpla todos sus
gustos, se dan a la tarea de hacer experimentos, crear espacios indepen-
dientes y explotar, finalmente, aquello que les resulta económicamente
redituable.
Así las cosas, y a estas alturas del sistema, la angustia de no saber
"para qué hace uno teatro" sigue bullendo en la mente y en los corazones
de algunos apasionados de las "tablas", y es muy frecuente encontrarse
con teatreros desilusionados existencialmente porque no tuvo éxito la
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última producción que hicieron, o porque los actores son unos indiscipli-
nados, o porque esta sociedad no entiende las revolucionarias ideas que
aplicó en su última escenificación.
Soledad y desilusión: "la historia me hará justicia".
Pues como dijo aquel célebre personaje de la política mexicana no
hace mucho tiempo: "no hay que hacernos bolas", sino volver hacia los
orígenes de esta milenaria actividad y reconocer que el teatro es una
"fiesta popular", fiesta del pueblo, en donde los personajes más imagi-
nativos agregaron su dosis de fantasía y su imaginación para convertir
la fiesta en un fenómeno multitudinario que, luego, muchos listos apro-
vechados utilizaron en su beneficio. Sin embargo, las grandes figuras de
la dramaturgia universal, los grandes actores y los grandes directores,
solamente han destacado cuando se han puesto a pensar en el pueblo.
El pueblo es el que decide, el que se mira reflejado en esa imagen
mágica que lo arremete o lo divierte. Inconscientemente, tal vez, sabe
que, exhibido en la escena, procurará más adelante ser mejor de lo que
antes era, y en la mayoría de las veces, que se ha percatado de ello, y
de muchas otras cosas que no sabía, luego de un "baño de estética" y
emoción: ¡aprendió sintiendo!
Así que todos aquellos colegas que viven en la "eterna búsqueda del
yo" a través del teatro, que no han logrado definir para qué va a servir lo
que durante tantos años han hecho, que viven con la angustia de ignorar
cuál es el sentido de su actividad, no se hagan bolas: el teatro se debe
llevar a cabo para la educación del pueblo, no hay otro sentido.
EL PUEBLO ME LO DIJO.
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en los recintos teatrales, que antaño habían estado dedicados por la alta
sociedad al cultivo de la música culta, la ópera y el ballet clásico, un
foro en el que reunidos algunos descocados "artistas", entre los que se
encontraban cantantes, tiples, bailarinas, cómicos, periodistas, pícaros y
poetas, se dieron a la tarea de armar unas "revistas" divertidísimas, que
abordaban algunos temas de imperante actualidad y exhibían a muchos
de los personajes de la política en toda su descarnada realidad.
Como consecuencia lógica, el pueblo, impreparado para lanzar su
protesta profunda con los mejores recursos intelectuales que le hubiera
otorgado una educación que no tenía y que hubiera podido perpetrar a
través de libros, periódicos o revistas, encontró en el teatro la voz que
reclamaba el reconocimiento de sus derechos, sus inconformidades, sus
pasiones y hasta sus ironías en contra de aquellos que por sistema se
consideraban "intocables".
Sobre la escena desfilaron bellísimas mujeres que cantaban atrevidísi-
mas canciones con letras disfrazadas de pícaras composiciones que alu-
dían, en su doble sentido, tanto a situaciones cotidianas de índole sexual,
como a críticas en contra de aquellos malos funcionarios que no cum-
plían con su deber. Los escritores, en su mayoría periodistas, volcaron
toda su imaginación, inventando tramas en donde tuvieran cabida los
personajes más representativos de aquella época, los cuales no hubieran
tolerado, de otra manera, el reclamo popular de un pueblo sometido.
Los cómicos se dieron a la tarea de rescatar a los "tipos populares" como
la borrachita, la chismosa, el "peladito", el indio endino, el matasanos, el
"evangelista", y exhibirlos sobre el foro escénico hablando por el pueblo
como abanderados de los grandes ideales del mexicano común, en una
deslumbrante profusión de improperios ingeniosos y atroces.
Todo esto hilvanado en una concepción del espectáculo que no se había
producido hasta entonces y en la que la participación de cada artista se
integraba en un todo armónico pero que no perdía su individualidad y ca-
racterística particular. Así, nació el teatro de revista, político, mexicano.
Cuando la capacidad arquitectónica de los teatros formales no pudo
dar cabida a la numerosa concurrencia que significaba su desmecatado
público, los artistas se dieron a la tarea de salir a los barrios popula-
res armando unas enormes "Carpas", en las que instalaban su tribuna
para aprovechar las catárticas delicias de las cuales gozaba el respetable,
hambriento de solaz y esparcimiento.
Durante aquella época se hizo posible lo que no había sido posible
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uando la divosidad lo acompaña a uno a todas horas del día, de
todos los días que componen la vida de un Divo, hay que hacer
frente a tamaña responsabilidad y dividir el tiempo entre entre-
vistas, compromisos sociales, consultarías políticas, presentaciones per-
sonales, firmas de autógrafos, ensayos y un poco de seducción sensual
que también es artículo de primera necesidad.
Uno de estos múltiples compromisos me llevó a asistir al magno IV
Encuentro Nacional de Teatro del Movimiento Antorchista, al que tanto
admiro, y a convivir con los miles y miles de ávidos espectadores que
año con año se congregan en torno a tal evento para presenciar, en un
alarde de cultura, más de una veintena de puestas en escena de la más
diversa índole, compitiendo amistosamente en representación de los más
desarrollados estados de la República.
Dejando a un lado senda invitación para compartir el foro con Plácido
Domingo en un concierto de música folklórica con temas de “Los Patita
de Perro” en La Scala de Millán, y disculpándome ante el famoso tenor,
me encaminé en mi Divó-Movil hacia el venturoso (por aquello de los
vientos) auditorio “In Xóchitl in Cuícatl” del cerro del Tejolote, allá en
el Estado de México. Seguido de mis treinta esclavos negros importados
del más famoso pueblo de Oaxaca, a quienes intento ilustrar llevándo-
los frecuentemente a mis incursiones didácticas, nos encaminamos al
inmenso teatro con el ánimo de disfrutar una pachanga cultural en com-
pañía de mis admiradores queridos.
El zoológico teatral fue muy nutrido. Actores por todas partes repa-
sando su texto (que ya lo deberían llevar aprendido); equipos de tramoya
montando sus escenografías, directores impacientes porque sus actores
no les hacen caso. Niños asombrados que reían o gritaban ante cual-
quier manifestación que, fuera de la realidad, era el perfecto pretexto
para provocar un escándalo en cadena. Mamás con sus bodoques a la
cintura. Papás que, en el alivio de la cruda, se sensibilizaban más ante el
sufrimiento de la suerte del protagonista en turno. Maestros incrédulos,
con sus alumnos, que no dejaban de aplaudir ante la picardía de una fra-
se feliz. Abuelos que nunca habían ido al teatro. Teatreros consagrados
que miran con desdén al otro teatrero que apenas hace sus pininos. Los
taquitos, las palomitas, el refresco de sabor que hace más confortable la
deleitación del espectáculo. Todo ello junto en una sola experiencia que
han hecho posible los organizadores de un evento tal.
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n la antigua y clásica Grecia, unos seis siglos antes de Cristo,
una figura común que transitaba por las poblaciones pintorescas
y calurosas de ese país, se hizo famosa, gracias a un oficio que
más tarde daría lugar a una de las artes más populares y benéficas que
pudo haber conocido la humanidad: el teatro. Este personaje viajaba de
pueblo en pueblo trepado en un carrito en forma de plataforma, jalado
por mulas, en el que había acondicionado una especie de telón de fondo
contando historias que "declamaba" ante un numeroso público de cam-
pesinos, aldeanos y esclavos, haciendo las delicias del auditorio cuando
interpretaba a los personajes de sus "cuentos", intercambiando sobre su
rostro máscaras de escayola para darle carácter a su interpretación. Ese
personaje se llamaba Tespis y se le considera el padre del teatro.
Luego los copiones desocupados-libres de sus coterráneos, quienes
gracias a la esclavitud que privaba en su sociedad, tenían la oportunidad
de dedicar todo su tiempo de ocio a la contemplación inocua de la vida,
o sea, a filosofar; a la observación de los astros, el análisis matemático,
la creación escultórica, la danza y tantas otras cosas que hicieron tan
singular y vanguardista aquella cultura antigua; instituyeron durante las
fiestas de la vendimia una serie de concursos dramáticos en que los más
grandes escritores clásicos medían sus talentos dramatúrgicos para de-
mostrar quién era el más fregón a la hora de contar historias; todo esto,
en honor de Dionisos, el dios del vino (bendito sea).
Desde luego, a sabiendas de la importancia que la veneración por la
familia divina (Zeus, Atena, Poseidón, Afrodita y toda su parentela) te-
nía para los inteligentes griegos, éstos se dedicaron a construir "trage-
dias" cuyo tema principal era la intervención del destino, y los dioses,
en la vida de los hombres. Y así, imaginaron las más catastróficas tru-
culencias alrededor de algunos legendarios personajes que la tradición
oral había heredado al pueblo y que luego se convirtieron en ejemplo de
lo que debía o no debía pasar si nos portábamos mal o desconocíamos
a los dioses. Ya ven lo que le ocurrió al irreflexivo Edipo, ¡que se casó
con su madre y le dio 2matarili" a su padre! En fin, el teatro, sin propo-
nérselo, se convirtió en un foro en donde se podía "aprender" mientras
se divertía.
A muchos siglos de distancia en el tiempo, la fórmula del teatro sigue
vigente y podemos seguir disfrutando en estas épocas de su efecto cau-
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¿Y luego?
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i me preguntaran si acaso le tengo miedo a la muerte, mi respuesta
inmediata sería que no: la muerte, sobre todo para los mexicanos,
ha sido motivo de veneración, fiesta, ironía, recurso para la sátira
política, la caricatura, el arte, la artesanía; su imagen se refleja lo mismo
en panes, dulces, muñecos, adornos y, últimamente, merced a modernas
sectas, en culto oscuro y sagrado, pero nunca en recurso de miedo, salvo
en las películas de "El Santo", que tanto nos espantaron de niños.
A lo que el ser humano le teme es a la forma en la que se nos puede pre-
sentar, que en muchas ocasiones puede ser dolorosa o imprevista, a eso sí
le tenemos miedo, pero morir, más que nada es el temor a perder la oportu-
nidad de seguir viviendo: es decir, de continuar disfrutando todas aquellas
bondades que la naturaleza y la sociedad nos comparte como la amistad, el
conocimiento, el amor, la capacidad de asombro y la lucha diaria.
Debo confesar que este Divo que aquí escribe invirtió más de la mitad
de su vida, o vaya usted a saber cuánto más, por obra y gracia de la infa-
me ignorancia, a derrochar egoísta e inicuamente un trabajo que muchas
satisfacciones personales nos dejó, pero que al finalizar el día, las sema-
nas y los meses iban creando un hueco que ni la misma magia del teatro
había podido llenar; hasta que en algún momento y lugar aprendió que
el sentido de la vida era el vivir para los demás, descubrió que el grado
más alto al que hombre alguno pueda llegar es a convertirse en un ser
que vive y lucha por los demás.
Producto de la clásica educación pequeñoburguesa, consideré seres
extraordinarios sobrenaturales pero imaginarios a aquellos personajes
que la escuela nos mostró a través de la historia y que eran capaces de
morir por la libertad y la justicia, hasta que me tropecé con ellos.
Estúpidamente pensando que nada tenía yo que ver con la política,
me declaraba ¡apolítico! sin saber que nada en el mundo existe que no
esté ligado con la política y que no hay nada que provenga del ser hu-
mano que no esté condicionado por la determinación de los modos de
producción.
Hasta que me encontré, ¡otra bendición de la vida!, quién me lo en-
señara.
Así las cosas, aquel vacío que me acompañaba en mi maleta de cómi-
co y que me llevaba a mi casa luego de haber sido aclamado después de
alguna afortunada función, encontró su razón de ser, que ya existía tam-
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bién, sin que me hubiera percatado de ello: hacer teatro para el pueblo.
Pero hacer teatro no para hacerse rico y famoso, dándole al público
aquello que lo aletarga o engaña, sino con el claro, firme, decidido e im-
perioso propósito de educarlo y sensibilizarlo, pero con un fin aún más
alto: abrirle los ojos y convocarlo al cambio.
Molière siempre ha estado a mi lado, y Sófocles, y Shakespeare, y
Novo, y Carballido y Román Calvo. Ahora, mucha gente disfruta, co-
noce y reflexiona sobre el teatro sin saber que están en presencia de los
clásicos aprendiendo la diversidad de la visión del mundo. Así, como yo
también lo aprendí.
¡GRACIAS A MIS MAESTROS DE VIDA!
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ecibí una breve misiva de mi cuatacho Víctor Puebla con la fervien-
te petición de ocupar este espacio para hacer pública la solicitud a
la que accedo esperando que mis editorialistas me lo permitan.
A mis compañeros de lucha:
Nunca pensé que la tolerancia del dolor físico, no provocado por la
tortura ajena, aunque Clara Zetkin sabía mucho de ello, fuera parte de la
lucha. Pero para comprender y tolerar esto es necesario tener una gran
pasión por lo que se hace en la vida, una firme y clara convicción en
unos ideales justos y posibles, y unos deseos inmensos de retornar a los
seres queridos.
Dicen que no tiene uno alternativa para escoger la familia biológica, es
ineluctable, pero lo que sí puede uno escoger es dónde y con quién quiere
estar uno en la vida. Allí es donde uno encuentra a su verdadera familia.
Muchos lectores han de ignorar a qué me refiero. Les ofrezco mis dis-
culpas por no poder aclarar mi confidencia. Pero sí sé que mi familia a la
que me refiero revisa estas páginas semanalmente, y a todos ellos deseo
expresarles mi agradecimiento por todo su interés, apoyo, atención y cari-
ño demostrado, como siempre, en los hechos, por mi persona. Sepan que
estoy poniendo todo de mi parte para seguir luchando a través del trabajo,
volver a trabajar y echar desmadre, como cuando me conocieron.
Mi especial agradecimiento a mi líder indiscutible por todo su aprecio
y al que nunca dejaré de reconocer y agradecer la oportunidad de volver
a nacer.
A Pochacua y Juanito, mi amor inmenso.
Fraternalmente
Víctor Puebla.
Como en esta revista se nos ha dado la facultad de hablar libremente de
lo que se nos pegue la gana, y cada colaborador se hace responsable de las
opiniones emitidas, voy a hacer uso de ese derecho, con el permiso de la
directiva editorial, y si no, que con su pan se lo coman, pa' qué dicen.
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7 de Junio: marcha
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ebajo de la tierra todo parece inamovible. La paz del sueño mor-
tuorio se sorprende, a veces, por la ineluctable vida de las raíces
vegetales que se beben, ávidas, los últimos despojos de nuestros
huesos enmohecidos, que agradecidos, vueltos alimento, trepan por los
laberintos subterráneos de un árbol generoso que nos rescata de la penum-
bra fría, que en la superficie distingue una lápida que repite al sol nuestro
nombre, con una fecha detenida que define el tiempo que estuvimos vivos.
Los muertos estamos demasiado quietos... infinitamente quietos para esta
ansia de vivir que aún nos invade. Los muertos que aún estamos vivos.
Remotos, apenas percibimos en nuestra mortaja de tierra los sonidos
groseros de aquéllos que aún se agitan, enérgicos, entre los fenómenos
físicos de su vida, y la envidia fría y húmeda de nuestra tumba sube en
ansias invisibles por la piel del planeta que nos aprisiona... hoy gusano,
otra vez flor, muchas otras polvo que ha de irritar los ojos de quienes
tropiecen con nuestra queja.
- ¿Y ahora, por qué lloro sin motivo?
- (No sabe que yo, muerto, soy la razón de sus lágrimas).
Hoy, soy protesta por esta incómoda quietud. Y me he escapado de
mi lecho pétreo, sin permiso de Dios y con la venia de la tierra, vestido
de viento transparente y con una carga sonora de vibraciones que reme-
dan el latir de un corazón que hace mucho no siento. Y descubro luces
nuevas y aromas desconocidos teñidos de colores primigenios, irritantes
y seductores. Y me llama la voz... me atrae irremisiblemente, como un
imán al hierro, para llevar sobre mis lenguas pálidas un reclamo añejo
que casi había olvidado: justicia.
Y de pronto, me veo envuelto entre cuerpos tangibles, con aromas de
maíz y esencias de cilantro avanzando en una larga, interminable, hilera
de reparos viejos y nuevos, cundiendo las calles angélicas, teñido de
banderas púrpuras y justas, pintado de sol sobre el lienzo recio de los
rostros magros, piel de hambre y coraje, piel de hombre y de pueblo. Y
me sumo, sin presentimientos a algo que parece mío, que abandoné con
la vida pero que no me es desconocido. Muerto yo, en mi delirio parezco
de nuevo vivo. Ya no estoy en mi tumba y soy de nuevo niño. Soy el
líquido lácteo de un pecho caudaloso y pío. Escondido bajo la paja de
un gorro sombrío, vuelto sudor o río, resbalo por la sonoridad de mil
consignas proteicas.
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CAFÉ TEATRO COLONIA
1er Aniversario
de Café Teatro
VÍCTOR: Muy buenas noches señoras y señores, amigos. Gracias por
acompañarnos en esta noche tan especial para nosotros.
MARKO: Gracias también por estar celebrando este nuestro primero
aniversario en el que no presentaremos nada (risita de am-
bos).
VÍCTOR: No, no, no; sí preparemos algo.
MARKO: Preparamos unas cubitas, ¿no?
VÍCTOR: No, tampoco hablaba de eso, sino de unas consideraciones
acerca de esa comunicación que compartimos con ustedes
y que surgen de un motivo fundamental: el Teatro; nuestro
teatro, el que llevamos a cabo con todas las ganas de nuestro
ser a pesar de todos los contratiempos que se nos presenten
en el camino.
MARKO: Cockteles y Teatro. Felices actividades que adoramos con un
dios común: Dionisos.
VÍCTOR: En esta representación de Aniversario trataremos de recordar
algunas de las escenas de las obras que ha cobijado este lugar.
MARKO: Seguramente ustedes pensarán que esto ya lo hicimos, alguna
vez: y es cierto. Excuse nuestra intención la rúbrica de que
presumimos: “es nuestro estilo de Teatro en Puebla.”
VÍCTOR: La meta del Teatro no es representar la apariencia externa de
las cosas, sino su significado interno porque ésta es su verda-
dera realidad y no el amaneramiento externo y el detalle.
MARKO: El Teatro es una actividad humana que se transmite alos de-
más haciendo que sientan y experimenten lo que el actor ha
sentido y experimentado. Es un medio de comunión entre la
gente, la une por los mismos sentimientos.
VÍCTOR: Aristófanes lo sabía muy bien, y por esta razón insertamos
una parte de su comedia Las Nubes en el primer trabajo que
realizamos y al que titulamos: LÍRICA.
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MARIO: Rrrriiiinnnnnn.
ELENA: ¿Sí?
MARIO: ¿Sabe sted quién fue Rubén Jaramillo?
ELENA: ¿Rubén Jaramillo? ¿El cantante? (Se emociona.) ¿Se trata de
un concurso?
MARIO: Dígame: ¿Practica alguna religión?
ELENA: ¿Por qué?
MARIO: ¿Practica o no?
ELENA: Soy católica.
MARIO: ¿Por herencia o por convicción?
ELENA: Mi familia siempre
MARIO: ¿Siempre?
ELENA: ¿Siempre qué?
MARIO: Dígame, señora: ¿Considera correcta la actitud que ha tomado
cierta parte del clero mexicano con respecto ala problemáti-
ca latinoamericana?
ELENA: ¿Perdón?
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VOZ: “Mira Gabriel, has de bajar a la ciudad que antaño fue mi lu-
gar consentido y destruir lo que la mano del hombre no supo
conservar. Ay, del hombre de puebla. Ay, de su ciudad.”
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Puebla, 1983.
Julio 16.
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CRI-CRI PARA
INCONFORMES
• La exuberante
• El bailarín
• El gordo
• La espantada
• El director
• El greñas
• El despistado
• El grandote patudo
• El creído
• El suficiente
Al iniciarse la obra se ofrecerá un espectáculo dancístico de baile y
la música más popular del grillito cantor. Los números del principio,
hábilmente resueltos por los bailarines, deberán ir de más a menos,
terminando de interpretarse por los mismos actores, quienes no pre-
cisamente realizan el baile con mucha destreza, hasta que interviene el
director
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(Un secretario del Juez, a cada acusación que lance El Jicote le propi-
nará un porrazo en la cabeza)
SECRETARIO: ¡Anotado!
EL JICOTE AGUAMIELERO: Asimismo, y de la misma manera, la
acuso de estar coludida, o como quien dice
acompinchada…
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(Barullo general)
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(Alboroto de todos)
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(Entran los tres cochinitos azorados por los gritos del LOBO CASERO)
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(Se produce una pelea entre los cochinitos dormilones y los superhéroes,
en donde la peor parte se la lleva el lobo casero, quien en la trifulca es
golpeado tanto por unos como por otros. Se congela la escena y apare-
cen sendos letreros con PUM, CHAS, CUAS. Se reinicia la pelea, hasta
que se vuelve a congelar y aparecen los letreros GOLPE, COLISIÓN,
ENCONTRONAZO. Vuelve a reanudarse la pelea en donde evidente-
mente van perdiendo los superhéroes hasta que se vuelve a congelar
esta y aparecen los letreros: PUTAZO, GOLPAZO Y MADRAZO.)
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Cri-Cri para inconformes
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Cri-Cri para inconformes
(Salen llevándoselo)
(Cuadro tierno con música de fondo: “el más chiquito de los tres, un
cochinito…)
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HISTERIA DE LA POESÍA
MEXICANA
Idea y realización:
Marko Castillo (M)
V. Manuel Torres (V)
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Historia de la poesía mexicana
M: Muy en mi elemento.
V: ¡Y terminaríamos con la última escena de Las Criadas de Genet!
M: Sigue, sigue. Me está interesando.
V: ¡Sería un espectáculo completo!
M: Le llamaríamos Lírica. ¿Y luego?
V: ¡Luego seguiría el estrellato!
M: ¡El hijo de LÍRICA!
V: ¡La fama!
M: ¡LÍRICA y Santo contra las mujeres vampiro!
V: Luego… (Vuelve en sí). Oye, no. Que lo que te estoy diciendo es
muy en serio. ¿A poco no te gusta la idea?
M: Pues la verdad, sí.
V: Sólo necesitaríamos un Café, vestuario, y un poema que tengo por
ahí y que habla del teatro y de esas cosas.
M: ¿Y cómo empezaríamos?
V: Con un oscuro. Y saldríamos a grito pelado
¡Y se hace la luz!
-Esto es Teatro-
Con ella se me vienen
bajando las estrellas
y en cielo se congela
en una fuente de luceros.
-Esto es Teatro
Porque al decirlo en cantos
se me derrama el alma de suspiros
de soledad, de angustia,
de mudez, de encanto.
Grito de tiempo abandonado y seco
que anuncia su presencia
en una noche en que decirles:
Teatro, es una invitación
a sumergirse en la divina faz
de la demencia.
Y porque estamos locos
nos callamos la mentira
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Historia de la poesía mexicana
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Historia de la poesía mexicana
M: ¿Qué?
V: Sí. Podríamos hacer un recorrido por cada uno de los acontecimien-
tos relevantes de nuestro pueblo.
M: No. Yo me veo feo vestido de época.
V: Cállate, que sin vestir de época te ves igual.
M: Bueno. Yo podría aceptar con una condición.
V: ¿Cuál?
M: Que la hiciéramos en comedia musical.
V: Vete a la…
M: Sin mencionar a la familia.
V: Aunque después de todo, ¿de qué historia íbamos a hablar? La su-
puesta realidad de nuestro pueblo sólo la podríamos averiguar en
los libros. Y dime, ¿quién de todos esos historiadores que habla de
México puede afirmar que es cierto lo que dice?
M: Ninguno, es verdad. Ni en cuenta se les puede tomar, que siempre
resulta engañador. Y la mentira comienza desde la misma familia,
porque desde el argumento de los santos reyes, hasta el castigo eter-
no no son más que un engaño vil. Con decirte que una vez nos pusi-
mos mi madre y yo a hacer cuentas de nuestras edades y resultó que
yo era tres años más grande que ella.
V: Pero, ¿qué de la historia?, es una bonita idea. ¿Cómo le harías para
desarrollarla?
M: Es que para ello tendríamos que haber nacido y vivido todas esas
experiencias. Tratar con la gente que movió esos acontecimientos.
¿Y si hiciéramos una máquina del tiempo?
V: No bromees que esto es cosa seria.
M: Entonces, que ellos vinieran a nosotros...
V: Déjame pensar, no estés jugando.
M: ¡Ya lo tengo!
V: ¿Cómo le haríamos...? (Para sí mismo.)
M: (Metido en sus razonamientos) Claro. Desde luego. Sí, cómo no se
me había ocurrido. Pero qué bruto soy. Si yo tenía la solución. Eso
sí puede ser posible
V: Marko…
M: Mi madre me lo decía, Marko no vayas al baile.
V: Marko, ¿de qué hablas?
M: Eso lo hubiéramos hecho desde el principio. Es más, no hubiéramos
venido. Ahí está Lupita, la médium…
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Teatro 2009
V: ¡Basta ya!
M: Ay, me espantas, tú.
V: A ver. Qué te traes entre manos.
M: ¿Yo? Nada
V: Entonces, por qué estás hablando solo.
M: Es que ya tengo la solución a tus problemas.
V: ¿Cuáles problemas?
M: Pero cómo no se me había ocurrido.
V: ¿Ya vas a empezar de nuevo?
M: No. Si lo que necesitamos es entrar en contacto con la gente que en
realidad vivió los acontecimientos.
V: Acabarás que decirme qué es.
M: ¡INVOCACIONES!
V: ¿Invocaciones?
M: Invocaciones. ¿No te he platicado que mi mamá es médium?
V: Médium qué.
M: No, bruto, médium. Dé esas que ponen los ojos en blanco y empie-
zan a estremecerse como rumberas temperamentales.
V: ¿De ésas?
M: De ésas. Ora, no seas igualado.
V: ¿Y qué con eso?
M: Pues una vez, en una de esas sesiones espiritistas yo me puse a espi-
rar y me aprendí el numerito.
V: No, no, no, no. Ésas son cosas muy serias y además a mí me da
miedo.
M: No, hombre. Si es muy fácil. Además no pasa nada.
V: Pero para eso se necesita un lugar cerrado y que no haya tanta gente
como ahora.
M: Eso no es ningún problema. Todo es cosa de concentración.
V: No, ¿Para qué vamos a invocar a los espíritus del más allá?
M: Pues para hablar con la historia. Vas a ver que con todo sale bien.
Ahora siéntate aquí.
V: No que. Yo tengo miedo. No acepto. Quisiera hablar con Cuauhté-
moc.
M: Perfecto. Siéntate aquí.
V: ¡Estás seguro de que no pasará nada?
M: Nada. Todo lo que necesitamos es hacer una estrella de David.
V: ¿De qué David?
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¡Id y ved un nopal salvaje; y allí, tranquila, veréis un águila que está
enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas. Y con eso quedará conten-
to vuestro corazón:
¡Allí está el corazón del cópil que tú fuiste a arrojar
allá donde el agua hace giros y más giros!
Pero allí donde vino a caer, ya habéis visto entre los peñascos,
del corazón del cópil ha brotado ese nopal salvaje!
Y allí estaremos y allí reinaremos:
allí esperaremos y daremos el encuentro a toda clase de gentes.
Nuestros pechos, nuestras cabeza, nuestras flechas,
nuestros escudos, allí les haremos ver.
A todos los que nos rodean allí los conquistaremos.
Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuauhcóhuatl y
les dio a conocer las palabras de Huitzilopochtli.
Y así les dijo:
-¡Ah, mexicanos, aquí sí será! ¡México es aquí!
Y aunque no veían quién les hablaba, se pusieron a llorar
y decían: ¡Felices nosotros, dichosos al fin:
hemos visto ya dónde ha de ser nuestra ciudad!
¡Vamos y vengamos a reposar aquí!
En la sociedad de Águilas y en la sociedad de Tigres
es invocado el que nació en su escudo:
el que hace vivir todo,
el que nació con sus cascabeles, en México.
Greda y plumas se esparcen:
llegan hasta la tierra.
Vuestra orden, vuestra riqueza,
¡Ah, príncipes Cuauhtléhuatl y Cahualtzin,
que adquiristeis la gloria del que da la vida!
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Historia de la poesía mexicana
¡Nació en su escudo,
nació en sus cascabeles,
aquí en México!
Famosa perdura la ciudad de Tenochtitlan,
y con eso se siente gloriosa.
¡Nadie tema ya la muerte hermosa,
os la impuso el Dios, oh, príncipes!
En vuestras manos está:
¿Quién pondrá reposa a su escudo,
al mando y al dardo del Dios?
¡Ah, príncipes!
Tenedlo bien presente, pensad en ello príncipes:
¿Quién ha de dispersar la ciudad de Tenochtitlan?
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Historia de la poesía mexicana
M: Los poetas no son la poesía. Para que una poesía sea verdadera no
basta con seguir las reglas codificadas; hay que romperlas, violarlas,
desairar al lenguaje, ser espurio de las letras y perecer de nuevo,
asombrando, desconocido, puro. Entonces comienza su verdadera
esencia. Cierto es que necesito de la lengua para existir literaria-
mente, pero me río de quien intenta estudiar y clasificar mi exis-
tencia.
¿Poesía mexicana? ¿No te duele, criatura, saber que no existo en
México?
V: ¿Y mis antepasados prehispánicos? México no es Tenochtitlan. Mi
lengua natural debería ser el náhuatl, no el español.
M: Sabes agredir con tus raíces. Por tu altanería te reconozco. Cierto es.
Ahí me encuentro, ahí agonizo de pereza y desilusión. Estoy enfer-
ma de modorra y oscuridad…
V: Cuauhtémoc…
M: En efecto… He venido al conjuro del nombre de Cuauhtémoc a
reivindicar tu lengua.
V: ¿Por qué no mejor Netzahualcóyotl?
M: Porque para este drama no se requiere un poeta. Se necesita un hé-
roe. Es necesario un guerrero capaz de romper con las alas de Dios.
Ese Dios que impuso la gente extraña: el español conquistador de
tierras, no de hombres. ¿Cómo olvidaste a tus dioses, mexicano?
¿No te vasta una tarde de lluvia en esta ciudad de cemento, para
mostrarte que existen? Cuauhtémoc sabía que había hecho mal al
confiar en la falsa promesa del español de respetar su vida. Supo
que le esperaba este destino desde el momento en que se rindió en
lugar de quitarse la vida. El dios de Cortés le reprochará por esa
causa. Aún así. Cuauhtémoc vive todavía, en el placer cotidiano de
la comida, en la charla con un amigo, en el sonido de la música, en
la sonrisa de un niño. En cada hombre que inclina la espalda para
hundir la pala en la tierra. En cada madre que amamanta a su crío.
(Pausa larguísima) Y todo volverá a ser como antes…
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Historia de la poesía mexicana
M: No.
V: ¿No?
M: No.
V: ¿A la basura?
M: A la basura. (Arroja el trabajo al bote de la basura.)
V: ¿Y ahora?
M: Pues vamos a comprar otra botella de vino, que ésta ya se acabó. Y
ya por ahí pensamos qué cosa vamos a hacer. ¿Te parece?
V: (Lanza un suspiro) Me parece.
M: ¿Nos vamos?
V: Nos vamos. (Van saliendo en tanto se apagan las luces del teatro.)
M: Casual. Yo siempre he pensado que un espectáculo musical sería lo
apropiado para la gente…
V: Fíjate que ya me estás convenciendo. Bueno, quizás alguno de los
grupos de las escuelas se decida a presentarnos a su gente…
TELÓN
V: ¿Y para qué invades, entonces, nuestro poético territorio
M: Yo no. La musa esa entrometida que vino a meter su cuchara donde
no la llaman.
V: (Eh sufrido) Y yo que creí que ibas a preguntarme algo,. hace tanto
tiempo que nadie me pregunta nada. Siempre que alguien del más
allá llora a alguien del más acá, es para preguntarle algo. Pero a mí
nadie me pregunta nada. (Alarido.)
M: (Conciliador) Espérate, que ya me acordé que sí tenía algo que pre-
guntarte. ¡Pregunta y te contestaré!
V: (Como si se le hubiera ocurrido una gran idea) ¿Dónde naciste?
M: (Un poco desilusionado) Aunque soy de raza conga yo no he nacido
africano, soy, de nación, mesicano y nacido en Almolonga.
M: (Cada vez con más confianza) ¡Apoco de veras eras muy muy para
las improvisaciones!
V: Prueba y verás.
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V: Pero acuérdate de la contestación que se de dio
Gachu” en arábigo hablar
es en castellano mula
“pin” la Guinea articula
y en su lengua dice dar:
de donde vengo a sacar
que este nombre gachupín
es un muladar sin fin,
donde el criollo siendo culo
bien puede sin disimulo
cagarse en cosa tan ruin.
M: ¡Desgraciado. Mal nacido. Hombre sin casta!
V: No me agrada lo que escupo. (Comienzan los catorrazos) Agggg.
(Cae desmayado. Se incorpora. Música fanfárrica de la Sonora San-
tanera) ¡Qué pasa, qué pasa!¡Quién se está peleando! ¡Quietos! ¡En
el más allá no se permiten broncas!
M: Disculpe doña Polimnia, pero es que el fulano que se fue comenzó
a agredirme.
V: Nadie se pelee, por favor. No pude venir antes porque tenía los fri-
joles en la lumbre, y con eso de que Hércules me persigue por to-
das partes, todas las mañanas me la paso entubada. ¿Para qué soy
buena?
M: Para nada.
V: Espero que el oscuro ése que les mandé les haya servido de algo para
el espectáculo que piensan hacer. Auníue a mi me parezca impúdico
que mis susodichos hijos les cuenten en público sus otroras tormen-
tos escribanos. Bien. ¿Qué más?
M: Pues que nosotros deseábamos hablar con Cuauhtémoc, que aunque
es morenito también, nada tiene que ver con el negro ése que nos
enviaste. Haz un esfuerzo y ve si lo encuentras por ahí, ¿no?
V: Trataré. Pero como por ahí hay mucha penumbra, no se distingue
muy bien con quién te tropiezas. Pero al primer empenachado que
vea, te lo mando.
M: Pero no me vayas a mandar a Vidal Calvario, no de Folclor.
V: Bien, bien. Haré lo posible… (Se va, ambos actores se estremecen)
M: Ah… ah… ah… (Risita) Ay, condesa, condesa, espéreme un ratito
que me está llamando una materia. ¡Qué cosas tiene uno que aguan-
tar en aras de la literatura! Juana de Asbaje, presente.
V: (Despertando) ¿Quiém?
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V: Eso es bellísimo
M: No de lo mejor de mi producción, pero sí de mis favoritos.
V: Oiga, Juana. Digo...
M: Está bien, llámame así. Con todo el respeto que me ha rodeado,
terminaron por hacerme una campana de cristal. Parece que no me
consideran como humana. Al llamarme así, como lo has hecho,
vuelvo a sentirme en el mundo de los vivos. ¿Decías?
V: Ah, ¿por qué dedicó tantos poemas a la condesa ésa?
M: A la bellísima María Luisa Gonzaba y Campos, condesa de Paredes.
Marquesa de la Laguna, querrás decir. Pues porque el amor que un
ser puede sentir por otro, se traslada grande y magníficamente de
una mira a otra, dispuesta a encontrarnos. Bueno, en esta época en
la que vives se comprende mejor, ¿no?
V: (Turbado) Ah sí, por supuesto
M: ¿Y tú, tienes algo de mi producción que te guste en especial?
V: Sí, claro.
M: Dímelo. Quiero escuchar una voz joven que me recuerde a mí mis-
ma voz cuando vivía.
V: Sale, ahí le va.
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M: ¿Y ahora qué pasó?, Juanita va hecha una furia. Por poco me rasga la
túnica con la medallota ésa que trae colgada siempre en el cuello. ¿Qué
no era Cuauhtémoc al que les mandé? Como vi la sombra con plumas.
V: Pues fíjate bien Polimnia, porque a la otra eres capaz se enviarnos a
Iris Chacón con todo y Churo Farías.
M: Ahorita lo localizo, nada más que rapidito porque el epazote está en
todo su hervor.
V: Como tú quieras Augusta Polimnia.
M: Polimnia a secas. Augusta nunca me ha gustado. Como nombre sue-
na bastante feo. Nos vemos al ratito, arrivederchi… (Desvaneci-
miento de ambos. Otro estremecimiento. Llega el espíritu.)
V: (Grito) Pues yo no soy poeta, ni en el aire las compongo.
M: Ora, ora, ora. No te mandes, ¿quién eres tu?
V: Juan Ignorado, para servirle a usté, a Dios, a la patria y a toda esta
bola de hijos de… México. ¡Presente!
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LA ARAÑA
Manuel Torres Jiménez.
Julio/Octubre 1976.
ACTO PRIMERO
Escena I: Escenario vacío. Luz cenital a izquierda y derecha.
Escena II: Salen de hilar de la casa de Casandra. Atardecer.
Escena III: Comedor. Unas horas después.
Escena IV: Mismo escenario, esa misma noche.
Escena V: Las habitaciones de Casandra. Esa misma noche.
Escena VI: Jardín de la mansión. Mañana del segundo día.
Escena VII: Salen de hilar. Horas después.
Escena VIII: Sótanos de la mansión. Noche del segundo día.
Escena IX: Jardín de la mansión. Unos segundos después de terminado
el cuadro anterior.
ACTO SEGUNDO
Escena I: Un rincón de la mansión. Noche del segundo día.
Escena II: El gran salón de la mansión. La misma noche.
Escena III: Habitaciones de Casandra. Misma noche.
Escena IV: Salen de la mansión. Horas después.
Escena V: Saloncito de hilar. Anochecer del tercer día.
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ACTO PRIMERO
CASANDRA: Silencio.
LUCRECIA: (De cara al público): Oigo el galopar de centenares de
corceles que se acercan, con sus jinetes blandiendo es-
padas con las que han de cortar el aire para asfixiarlo
entre sus manos y ofrecerlo como presente a la amada
que espera con la vista fija en un punto del horizonte,
con la mortecina luz del sol cegándole los ojos en una
tarde mojada de flotantes hojas otoñales ahogadas entre
el agua salada del mar… ¡El arroyo que mintió creyén-
dose inmenso para ser amado por la verde tersura y el
polvo de las mejillas! ¡Mire cómo se recrea el pez en la
oscuridad! ¡Cómo se agiganta la humedad al resbalar por
las escamas del ser que contiene, cómo la madre se hace
grande por el hijo que ha de parir! Cuando yo nazca me
iré lejos… ¡para gritar!
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La araña
OSCURO.
Escena II. Pequeño saloncito que Casandra utiliza para hilar. Altos ven-
tanales con vidrios de colores. Es de noche. Lucrecia y su madre hilan.
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La araña
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OSCURO.
CASANDRA: Tendrás muchas cosas que contar. ¡La ciudad es tan mis-
teriosa y guarda tantos secretos!
LUCRECIA: Mi madre escribe por la noche sus secretos.
BERNARDO: No mucho. Los secretos son uno mismo sólo que dis-
frazado. Un demonio puede aparecer a la vuelta de cada
esquina lo mismo como un cuchillo de doble filo que
como una hilera de dientes blancos y una cabellera rubia.
134
La araña
(Bebe. Hay un gran silencio entre los tres personajes. Lucrecia y Ber-
nardo descansan repentinamente sus copas sobre la mesa, alargan sus
brazos tratando de tocarse las manos.)
LUCRECIA: ¡Bernardo!
BERNARDO: ¡Lucrecia!
LUCRECIA: Dejemos que la plata de luna nos pinte las espaldas.
BERNARDO: Lucrecia mía, mira como naufrago en el mar de tu mira-
da. Mírame, bésame, roza tu piel con la mía y agitemos
nuestras espaldas una con otra, la tuya con la mía… la
mía con la tuya.
CASANDRA: (Se levanta de golpe): ¡Basta! (Pone sus manos sobre la
de ellos, impidiendo que se toquen) Aún no ha llegado el
momento. Tienes que sacudirte el polvo del camino Ber-
nardo. Manchas los recintos con él. Lucrecia, levántate.
Bésame la frente y corre las cortinas de tu ventana. Ma-
ñana despertarás mejor. Habrás soñado. Tendrás una joya
más que colgar en el bajo de tu vestido ¡Tus sueños! Más
necesitas dormir para soñar. Arrúllate y duerme ahora, Lu-
crecia. Tu hermano tiene que reposar también.
(Lucrecia sale)
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BERNARDO: Madre.
CASANDRA: Ha sido muy amena tu charla. ¡La botánica, la zoología,
los preceptos y la tesis con las calles vacías son temas
para que converse un recién llegado, un amado hijo pró-
digo que recuesta su cabeza en el regazo de su madre…
así… así… (Acaricia a un hijo imaginario) acariciando
el aire que te simula…!
BERNARDO (Le toma la mano y la conduce cerca de una terraza). No es
difícil declamar lo que se ha aprendido tan bien. Los ren-
glones de un libro nos nublan la vista y se consumen a la
par de una vela que muere en las madrugadas.
CASANDRA: Tu padre siempre elogió tu inteligencia. Parecía dispuesto
a agigantar esa luz que descubría sobre tu cabeza, como
la aureola de un santo, y hacer de ti un gran hombre. Un
hombre que se estaciona en el pasado sobre un lienzo que
tiene un olor a alcohol, a pincel podrido y a papel que-
mado.
BERNARDO: Mi padre fue un gran hombre.
CASANDRA: Hasta que dejó de serlo.
BERNARDO: ¡Madre!
CASANDRA: ¡Cállate! Mal es el rumbo que toman las palabras. Dejé-
monos navegar en la alegría de tu regreso y brindemos
por ello.
BERNARDO: (Le toma las manos e inquiere con desesperación) Al
cruzar la sequía de los campos vi cómo corrían aquellos
hombres.
CASANDRA: ¿Los peones?
BERNARDO: Eran esqueletos famélicos. ¡Sí! Esqueletos famélicos que
arrastraban su osamenta tratando de alcanzar la orilla, los
limites de la miseria con sólo tocar a pezuña de mi caballo.
Eran espectros que vomitaban lava a la mitad de la tarde.
El viento hacía mecerse en la tierra la delgadez de la hier-
ba que hace meses sacó su cuerpo y tostó sus células al
sol. Las montañas tenían sus cúspides con la sangre que
el sol reflejaba en las nubes. Y todo parecía a punto de llo-
ver. Tuve miedo antes de entrar aquí, de cruzar de regreso
nuestras flacas tierras y encontrarme con ellos, con ellos.
CASANDRA: No habrá necesidad de hacerlo. Los peones son insectos,
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(En lo alto de la escalera aparece Lucrecia que huye de Cástor. Bata de en-
caje delgadísimo con listones bajo el busto y mangas. Cástor, detrás de ella,
como una fiera; la botonadura desbrochada y los cabellos en desorden.)
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ADELA: ¿Subieron?
CASANDRA: Sí.
ADELA: ¿A su cuarto?
CASANDRA: A las habitaciones de boda.
ADELA: Buena noche tendrá Lucrecia entre la fuerza de esos
brazos. ¡Son dos toros valientes que se asoman a los in-
fiernos! A mis años aún se tienen recuerdos de nuestras
mañanas.
CASANDRA: Calla, vieja. No estás ya para estas cosas.
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OSCURO
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OSCURO
ESCENA V
Jardín de la mansión. Altas rejas en los tres lados que podemos ver.
Como si fuera una jaula en que nuestros personajes jugaran. Casandra
hila, en tanto que Bernardo y Lucrecia persiguen una mariposa.
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BERNARDO: ¡Ya casi la tengo! (Sube a una de las rejas y trata de atra-
parla con una red.) ¡Aquí está! ¡Es nuestra!
LUCRECIA: A ver.
BERNARDO: Mira. (Mete la mano en la red y saca la mariposa, tomán-
dola de las alas. La pone en las manos de Lucrecia que
ésta ha juntado formando una pequeña cárcel)
LUCRECIA: ¡Que bonita! ¡Hace cosquillas!
BERNARDO: ¡Quiere escapar!
LUCRECIA: Mira como se revuelve ahí dentro. ¡Como mueve las alas!
BERNARDO: Está pintándote los dedos de polen.
CASANDRA (Seria): De flor.
BERNARDO: ¿Cómo?
CASANDRA: Ahora Lucrecia le está robando el color que ese insecto
a su vez robó a las flores. Sólo que en las manos de ella
el polen parecerá una mancha, en las alas de la mariposa
es un adorno.
LUCRECIA: Una flor es pequeña.
CASANDRA: Una mujer también. El universo las iguala; caen a un mis-
mo tiempo, mueren en un mismo tiempo. Ese es su sino.
(Casandra los mira alejarse mientras sus manos continúan tejiendo. En-
tra Cástor)
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La araña
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(Casandra, furiosa, deja a un lado la teja que tiene en sus manos y se le-
vanta, altiva. Las palabras de Cástor le duelen pero se mantiene firme.)
(Cástor, postrado ante Casandra, toma sus manos y las lame, como
un perro fiel. La mujer está a punto de vencerse ante las palabras de
Cástor, va a acariciar la cabeza de su hijo pero al fin, se contiene.)
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(Casandra, impávida.)
OSCURO.
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VIEJA: ¡Cállate! Pon tus manos aquí. No las dejes de mover. Necesito
abrir los cielos. (Ella toma una bolsita de piel de cabra con
un polvo blanquecino en el interior y empieza a trazar va-
rios signos en el piso con el polvo) Ven señor de los infiernos
tus siervos te necesitan. Tú, que te robaste la mitad de los
cielos, róbate ahora unos granos de estrellas. Ve que tu sierva
los requiere. Vas a dormir sobre su testa. Vas a dormir sobre
su reino, vas a ser suyo para que ella sea de ti. ¡Van!
(Un viento helado cruza el recinto. Las llamas de las velas también.
Todo parece palidecer. Rayos. La vieja toma un recipiente con un extra-
ño líquido rojo, y pinta el pecho de Cástor con él. La vieja ríe, se restrie-
ga en el cuerpo del muchacho, se mesa los cabellos y empieza a danzar.
Canta en una lengua extraña.
Ríe satánicamente.)
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CÁSTOR: ¡Noooooo!
(Su grito se paga junto con la oscuridad, como si su voz fuera el inte-
rruptor de todas las luces del escenario. Así, al mismo tiempo, se opa-
can…)
ESCENA IX. El jardín. Lentamente desciende una luz cenital que des-
cubre el cuerpo de Cástor, en la misma posición en que quedara en el
cuadro anterior, como si sólo el escenario hubiera cambiado o como si
saliéramos de un sueño para entrar a la realidad. Ahora, la iluminación
es completa y descubrimos a Lucrecia y Bernardo en actitud sorprendi-
da. Acaban de llegar al jardín y se sorprenden de lo que ven.
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ACTO SEGUNDO
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CASANDRA: Sólo quiero que te quedes aquí, junto a mí, para no mo-
rirme sola. Me asusta la soledad. Ven, quédate aquí. Así.
ADELA: Así.
CASANDRA: Dame tu mano… cuéntame viejas leyendas… como
cuando niña… “Había una vez…” (Se desvanece)
OSCURO.
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OSCURO.
CASANDRA: Ya van mis hijos sin cara al festín. Los miraré a través
de mí.
(Levanta con las manos un marco de espejo sin espejo y observa por él.)
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(Al fondo, detrás de los altos ventanales amargan las “avispas” con an-
torchas en las manos, como fantasmas o momias.)
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(Ella parece una estatua, atemorizada. Bernardo levanta los brazos con
la corona en las manos. Está detrás de ella. Los gritos cesan por un
momento. La escena es patética, suspensa. De pronto escucha un grito,
es la voz de Cástor que rompe toda la escena.)
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CÁSTOR: Madre.
CASANDRA: Bernardo… ¿Matarías a quien osara quitarme mi corona?
BERNARDO (Desconcertado): ¿Cómo?
CASANDRA: ¿Lo harías?
BERNARDO: Sí.
CASANDRA (Se vuelve a Cástor): Cástor… ¿morirías por mí?
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BERNARDO: ¡Huyamos!
LUCRECIA (Resistiéndose): No podemos. Nos falta la otra llave.
BERNARDO: Romperemos los muros, saltaremos la reja.
LUCRECIA: Mi debilidad no podrá. No soy fuerte.
BERNARDO: Escalaremos por los balcones. ¡Pronto! Tenemos que sal-
varnos.
LUCRECIA: Nuestra salvación esta aquí. En la oscuridad. Déjame,
suéltame, huye tú.
La fuerza, la temeridad va contigo. Conmigo se queda
la fe. Yo nunca podré salir de aquí. ¿Es que no te das
cuenta? ¿Es que no ves que estoy… ciega? (Bernardo re-
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La araña
¡LIBREEEEEEEEEEEEEES!
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DIVERTIMENTO POBLANO
“Loa urbana”
Espectáculo costumbrista
para dos actores y un ballet
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A gusto del director se puede anexar en esta parte información sobre las
danzas a ejecutar
ACTOR II: Pero hablemos ahora de la capital del estado; Puebla de los
Ángeles o Puebla de Zaragoza, en honor del general que
combatiera en la heroica batalla del 5 de mayo de 1862
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(Interrumpiéndolo)
Lacayooooo
Escriba
Siiii
Yo, la reina a nombre de la cancillería real de la Nueva
España, he sido enterada de que han poblado cristianos
y españoles una ciudad que se dice llamar los Ángeles;
pues para que esta ciudad crezca, aumente y ennoblezca
a su pueblo; hemos decidido, mi señor el rey y yo que
todos los que en ella vaya a vivir no paguen alcabalas, ni
pecho y que este decreto empiece a hacerse efectivo a
partir del momento que lo tengan en sus manos.
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(Sale)
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y galas adornado
se prende el dulce y triste cantinela.
Es algún pobre infortunad
ACTOR II. Allá por el jardín ( 6 )
hay compacto grupo
que se apretuja en incesante
expectación febril
como un impacto de ilusiones sangrantes
el ujujuy y el ayayay
comenta el delirio del coro
se elevan cual cohetes y revientan
ebrios de azul en carcajadas de oro
es que sobre el sonoro alto tablado del kiosko
y cabe la caricia que da el ramaje fresco
dibujan charro y china
el pintoresco canevá
de un jarabe.
( Sale por un lado, mientras que por el otro entra el actor I vestido de “vecina”
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– bata, tubos en la cabeza, pantuflas cara encremada, con una enorme bolsa
de plástico que con sigilosos pasos abandona a la mitad del foro
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(En este momento el cuerpo del ballet interpretara “ Que chula es Pue-
bla” para rematar la obra.)
TELON.
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LA POBLANÍA
DE LOS ÁNGELES
Escena primera.
Sigue cantando.
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Grito
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TAMBOR (GOLPE)
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-BALLET-
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BARRENDERO. Pues yo, como dijo Doña Margarita; "el que da y quita"
LETRADO. Eso es un timo, ratero,
Poco hombre, mal nacido,
Hijo del diablo, coyote,
Cómico, loco teatrero.
BARRENDERO. Óigame no, a mí no me insulta de esa manera. Si tanto
le urge esa cochina hebilla, se la voy a entregar aho-
rita mismo.
LETRADO. Desde luego, eso quería.
Ese objeto es muy valioso.
Y un ignorante, como eres,
Ningún uso le daría.
BARRENDERO. Sabes lo que haría, un milagro
LETRADO. Los milagros, no son materia profana y de verse entre
los santos, se quedará con las ganas.
BARRENDERO. Representas para mí
Todo eso, China Poblana.
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En el cinturón fajado.
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En todo este texto han ofrecido tamales a los transeúntes que se acer-
can a comerlos en grupos. El BARRENDERO ha seguido con interés el
diálogo haciendo todo tipo de interjecciones. Al principio se horrorizó,
después, vomitó, luego reflexionó y al final acabó dándose un atracón de
tamales de francés. Los grupos se han hecho cada vez más numerosos y
al grito de ¡Ya se fueron los franceses! Todo el cuerpo de ballet se forma
para interpretar los jarabes poblanos.
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El escenario empieza a llenarse con todos los personajes que uno a uno
dicen su declamación de amor a Puebla y el por qué de la poblanía.
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TELÓN
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