"La ciencia es en primer lugar conocimiento, pero la ciencia como conocimiento es
desplazada a segundo término por la ciencia como poder manipulador... Ya que el pensamiento científico es esencialmente un pensamiento-poder, es esa clase de pensamiento cuyo propósito, consciente o inconsciente, es conferir poder a su posesor."
Así habla quien fuera el último sobreviviente de la pléyade de hombres de ciencia y
filósofos precursores del siglo XXI, que falleciera a los 98 años de edad, después de una multifacética y fecunda vida intelectual, y luego de haber sido espectador afortunado y actor de la época que más espectaculares logros ha dado a la humanidad, reuniendo a la mayor cantidad de genios y hombres de inventiva en todas las ramas del saber. Visión inteligente y privilegiada por su longevidad, la perspectiva científica de Bertrand Russell tiene el mérito de desplegar ante nuestros ojos los grandes momentos en que se desarrolla la historia de la ciencia. Aquella en la cual la búsqueda de la verdad constituye el acicate y la mayor recompensa para el espíritu científico, y la más reciente, descarnada, exigente, cruel, pero al mismo tiempo esperanzadora, en la que el conocimiento científico y tecnológico se transforma en poder que puede alterar la vida, que puede transformar la naturaleza, destruirla o proyectarla con grandeza. Pero también la perspectiva de Russell pretende desmitificar. Mostrar cuan perjudicial puede ser para la evolución de las ideas la creencia en que una teoría científica o descubrimiento pudieran haber agotado cualquier investigación, y que, por lo tanto, por fin se está en presencia de la verdad. El camino es otro, dirá, al igual que el espíritu que debe imbuir al hambre de ciencia. Pues, en los hechos, las concepciones físicas de la naturaleza son aproximaciones sucesivas, largos rodeos, correcciones sobre correcciones, que a su vez deben ser corregidas. Rodeos y aproximaciones sucesivas, en las que, sin embargo, el hombre de ciencia no está desprovisto de herramientas poderosas para caminar con seguridad en el complejo mundo de la investigación. Allí están la experimentación, la observación sujeta a reglas y condiciones, que proporcionan una base de sustentación sólida para la deducción de principios de validez más universal; pero, y principalmente, también está la estructura lógica del pensar. La lógica como ciencia que antecede y funda a las matemáticas —en la concepción de Russell —, y como disciplina que ha de preceder a la propia metafísica en su intento por dar una explicación última sobre la realidad. Porque "en metafísica —afirmará el filósofo inglés— mi credo es corto y sencillo: pienso que el mundo externo puede ser una ilusión; pero, si existe, se compone de acontecimientos cortos, pequeños, casuales. El orden, la unidad y la continuidad son invenciones humanas, como lo son los catálogos y enciclopedias". Sin duda que no es nada de simple la afirmación de Russell no obstante, ella es expresión de otra de las características de pensamiento científico: su alejamiento progresivo y cada vez más absoluto de la realidad tal cual se cree que es, hasta convertirse en una elaborada abstracción, de la cual desaparece el mundo que podemos imaginar, el mundo que vemos, para dar paso a un mundo abstracto que no puede ser visto y cuyo mejor lenguaje son las fórmulas y ecuaciones matemáticas. Así, la esencia de la inteligencia es hacer uso de estas abstracciones, como lo son aquellas del universo de partículas atómicas que tal vez nunca podrán ser vistas; pero que son manipuladas por el hombre; o las concepciones multidimensionales sobre el