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Declaración de Fe

de la
Iglesia Bíblica Valle de Hebrón
1. Las Sagradas Escrituras.
Creemos y testificamos que la Santa Biblia es la Palabra de Dios, divinamente
inspirada en sus documentos originales (2 Samuel 23:2). De caligrafía humana pero
de espíritu divina e inefable (2ª Pedro 1:21), y compuesta por el canon de 66 libros de
los cuales 39 Componen el Antiguo Testamento y 27 el Nuevo Testamento; diferentes
en las prácticas y enseñanzas ceremoniales por ser dirigidas al hombre en diferentes
dispensaciones, pero formando todas un solo conjunto con el mismo objetivo. Que
tienen a Dios como autor, por objeto la salvación y por contenido, la verdad sin mezcla
de error. Siendo, por lo tanto, centro verdadero de la unión cristiana (Juan 5:39), y
norma suprema de autoridad en todo lo concerniente a nuestra fe y conducta (2ª
Timoteo 3:16-17).

2. Dios
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que hay un solo Dios
vivo y verdadero, personal, eterno, perfecto en justicia, infinito en poder, sabiduría y
bondad; hacedor, sustentador y árbitro Supremo de todo cuanto existe en el cielo y
en la tierra (Génesis 1:1,26,27). Indeciblemente glorioso en santidad (Éxodo 15:11),
digno y merecedor de todo amor, adoración, confianza y obediencia. Que en la unidad
de la divinidad existen tres personas (la Santísima Trinidad): el Padre, el Hijo, y el
Espíritu Santo (Juan 15:26); distintos en el desempeño de oficios, pero iguales en
sustancia, atributos divinos y gloria (Juan 3:16; 1ª Corintios 12:4-6), y armonizan en
la gran obra de la redención.

3. Cristo
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que Jesucristo es el Verbo
de Dios manifestado en carne (Juan 1:14), que en él concurren dos naturalezas: la
divina, con todos sus atributos; y la humana, en su absoluta perfección, constituyendo
una sola persona indivisible (Juan 20:28; Filipenses 2:5-8); habitó entre los hombres
como Jesús de Nazaret. Jesucristo fue concebido y engendrado en el seno de la
bendita virgen Maria por el Espíritu Santo, tomó forma humana, sin dejar de constituir,
como Hijo Unigénito de Dios, una sola cosa con el Padre y con el Espíritu Santo
(Lucas 1:26-38). Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

4. El Espíritu Santo
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la persona del
Espíritu Santo no es una mera influencia divina, sino Dios eterno juntamente con el
Padre y el Hijo, y que solo por su medio y virtud el hombre puede llegar al verdadero
conocimiento de Dios (Juan 16:8,9), a la comprensión de Su Palabra y a la aprobación
de la obra redentora de Cristo (Juan 16:26-27). El Espíritu Santo redarguye al pecador,
regenera al corazón arrepentido y santifica al creyente, en el cual mora (Efesios 4:30)
como prenda y garantía de su salvación eterna (Juan 16:7-14), para fortalecerlo en
sus tribulaciones, consolarlo en sus pruebas, y conducirlo a una vida de obediencia a
Dios. El Espíritu Santo es el único vicario infalible de Cristo en la tierra.

5. La caída del Hombre.


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que el hombre fue creado
en santidad (Génesis 3:1-9), a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27), sujeto a
la ley de su Hacedor; diferente a todas las demás criaturas visibles e invisibles; dotado
de inteligencia, justicia, voluntad, y sensibilidad para que pudiera señorearse de la
creación visible y procrear el género humano (Génesis 1:28-31), todo para la gloria
de su Creador. De aquel estado feliz cayó por la trasgresión voluntaria, quedando
desprovisto de la justicia y santidad que poseía por cuya causa todo el género
humano es ahora pecador, no por fuerza, sino por naturaleza, hallándose enteramente
desprovisto de la santidad que requiere la naturaleza de Dios, positivamente inclinado
a lo malo (Romanos 8:7) y, por lo mismo, bajo justa condenación, sin defensa ni
disculpa que le justifique.

6. Libre Albedrío
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que el hombre goza de
libre albedrío en sus acciones, las cuales no están predeterminadas por fuerzas
externas (Ezequiel 18:19,20); la libertad significa determinación propia. El hombre
fue creado libre en el sentido de ser capaz de hacer elecciones determinadas por él
mismo (Deuteronomio 11:26-28). Esta libertad no significa que pueda eximirse de las
influencias, motivos, herencia, o ambiente (Génesis 26:3-11), pero si se puede escoger
entre el bien y el mal, haciendo uso de su capacidad (Romanos 14:12). La presciencia
de Dios, o conocimiento previo de nuestras determinaciones, no obliga ni estorba en
manera alguna nuestra libre elección. El hombre, en virtud de ser criatura racional,
está en condiciones de cumplir con sus deberes morales y sociales a determinación
de su entera voluntad.

7. La providencia
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la Providencia de Dios
sostiene y gobierna todo lo creado, que plugo al Todopoderoso desde un principio
sustentar y mantener no sólo al hombre sino también a todas las criaturas (Salmo
104; 105:15, 16). Bajo su cuidado directivo y previsor, provee al cuerpo de alimento
y satisface todas las necesidades de todo ser viviente. También están sujetos a la
Providencia divina los elementos y todas las circunstancias que rodean a la vida del
hombre (Hechos 17:24-29), de manera que éste puede confiar en suerte y desgracia,
abundancia y escasez, felicidad o calamidad, en que no depende de la casualidad,
ni del destino ciego (Mateo 6:25-32). Nada en el Universo puede llamarse casual; ni
un gorrión, ni un cabello de la cabeza cae al suelo sin Su conocimiento (Mateo 10:29-
30). Toda cosa que no fue demasiado pequeña para que Dios la crease, tampoco
es demasiado insignificante para que deje de conservarla y gobernarla (Apocalipsis
4:11).
8. La gracia Divina
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la Gracia Divina es
aquel propósito eterno de Dios según el cual misericordiosamente provee la salvación
a los pecadores (Efesios 2:8-9; 2ª Timoteo 1:13; Tito 2:11), abriéndoles el camino de
su favor sin éstos merecerlo (Romanos 5:8; 8:28-30); este propósito perfectamente
consecuente con el albedrío humano, abarca todos los medios junto con el final, pero
solamente en Cristo, único Mediador y Redentor (1ª Corintios 4:7; 2ª Timoteo 1:8-9;
2:10), excluyendo absolutamente toda jactancia humana y promoviendo la humildad
(Efesios 2:8-10; 2ª Pedro 1:10-11). La Gracia realiza la elección del hombre según la
presciencia divina de Jesucristo y nunca fuera de Jesucristo.

9. La Expiación
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la muerte de Cristo,
tuvo como objeto la expiación de los pecados de todos los seres humanos (Isaías
53:4,5; 1ª Corintios 15:3-4), y que sólo en virtud de los méritos de su muerte, puede el
hombre (Gálatas 1:4) ser reconciliado con Dios y plenamente salvado (Romanos 5:8-
10). Es por su vida, muerte, resurrección, y glorificación que Jesucristo se hizo único
Mediador (Hebreos 12:24) entre Dios y los hombres (1ª Timoteo 2:5; Hechos 4:10-
12), aunque dicha verdad es únicamente aplicada en la medida en que cada hombre
particular e individualmente acepta dicha expiación como una necesidad personal
(Juan 3:15-16)

10. La Regeneración
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la regeneración del
creyente es por obra efectuada por el Espíritu Santo, Todo ser humano, por naturaleza,
es pecador, con una tendencia innata al pecado y una conducta pecaminosa, y que,
como consecuencia, esta destituido de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Solo la
acción del divino Espíritu Regenerador puede transformarle dándole una nueva
naturaleza (Romanos 8:9) capaz de participar de la santidad de Dios (Juan 17:21-23;
Romanos 8:16-17. Para la regeneración se requiere por parte del individuo fe en la
persona y obra de Cristo Jesús (Juan 1:12; Hechos 8:34-38; 16:31; Romanos 10:9),
condición indispensable para obtener la salvación. El verdadero regenerado debe
progresar en santidad entre los hombres, el creyente es un “santo” (2ª Corintios 7:11;
Hebreos 12:14; 1ª Pedro 1:22-23; Romanos 4:5)

11. La Virgen Maria


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la bienaventurada
María fue la mujer elegida por Dios para dar forma humana a Jesucristo, quien era
y es el Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad. Que siendo ella virgen
(Conforme al vaticinio profético, Isaías 7:14), concibió en su seno por obra y gracia
del Espíritu Santo, viniendo a ser favorecida de Dios y bendita entre todas las mujeres
(Lucas 1:26-35). Fue ella doncella obediente y humilde del linaje de David, que con
su espíritu se alegró en Dios su Salvador y, en su humildad, se reconoció sierva y
criada del Todopoderoso (Lucas 1:45-48), y ella no es en modo alguno un objeto de
culto (Hechos 1:13-14), no teniendo ningún poder salvífico ni capacidad para ser
mediadora (1ª Timoteo 2:5)
12. La Iglesia
A. Su naturaleza.
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que los redimidos, sin
distinción de educación, raza, sexo, o posición social (1ª Timoteo 2:5), constituyen
la Iglesia Universal y son miembros del cuerpo cuya única cabeza es Cristo (Efesios
1:22-23). La Iglesia, en el sentido congregacional local (Hechos 2:32,47; 14:23),
es una agrupación de creyentes en Cristo (Romanos 12:5), bautizados según las
enseñanzas del Nuevo Testamento, unidos bajo la dirección sagrada del Espíritu
Santo (quien conoce inequívocamente a los convertidos), para tributar culto a Dios
(Juan 4:23, 24), promover la edificación de sus miembros, practicar las ordenanzas
de Cristo y difundir el Evangelio (Mateo 28:19; Hechos 2:41,42).

B. Sus Ordenanzas
I. El Bautismo.
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que el bautismo
cristiano es por inmersión en agua (Hechos 8:36-39) del que recibe a Cristo como
Salvador personal, efectuado en el nombre del Padre y del Hijo y del, Espíritu Santo
(Mateo 28:18-19). No sirve ni ayuda en manera alguna a nuestra salvación si bien
es un acto de obediencia (Marcos 16:15-15) y confesión de la muerte, sepultura
y resurrección de Cristo, con todo lo cual el creyente se identifica (Romanos 6:4).

II. La Cena del Señor.


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la Cena del Señor
es una institución y no un sacramento conteniendo ningún tipo de gracia; que fue
instituida por el Señor Jesucristo; que su celebración consta de dos elementos:
pan y fruto de la vid (Mateo 26:26-28). Ambos fueron instituidos para conmemorar
la muerte de Cristo (Hechos 2:41-42, 20:7), y son símbolos de su cuerpo y de su
sangre (1 ª Corintios 10:16-17). Que el sacrificio expiatorio de Cristo no puede
repetirse aunque nos está concedido poderlo recordar. Siempre que participamos
dignamente de la Cena del Señor, su muerte anunciamos hasta que El venga (1ª
Corintios 11:23-32). Debe preceder a su observancia un detenido auto examen
de cada participante.

13. Diversidad de Dones


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que el convertido recibe
el don del Espíritu Santo al creer (Efesios 1:13; 4:30; 5:18), dependiendo de la vida
de obediencia, limpieza y consagración (Hechos 6:2-4). El Espíritu Santo enriquece la
Iglesia (el cuerpo de Cristo) con dones espirituales, repartiendo a cada uno como el
quiere; no todos reciben los mismos dones (1ª Corintios 12:4-11; 27-30; 14:12) pero
ninguno recibe el Espíritu Santo por medida (Juan 3:34). Nosotros también creemos
que algunos de estos dones, como el hablar en otras lenguas y hacer milagros de
curación u otro tipo, cesaron gradualmente una vez que los escritos del Nuevo
Testamento fueron completados, y su autoridad se estableció (Hebreos 2:1-4; Efesios
4:7-12; 1 Corintios 13:8-10).
14. El Día del Señor
Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que el Creador ha
destinado un día de la semana para que el hombre repose de su obra cotidiana y
lo consagre a El (Exodo 20:8; Salmo 118:24). A partir de la gloriosa resurrección de
Cristo el primer día de la semana (Domingo) se guarda como día para adorar a Dios
(Juan 20:19,20,26; 1ª Corintios 16:2).

15. La Seguridad de la Salvación


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que los que han sido
verdaderamente regenerados, no perecerán jamás (Juan 10:28-29) puesto que son
sellados por el Espíritu Santo para el día de la redención (Efesios 1:13-14), estando en
tal unión con El que ni aún la muerte puede romper (Romanos 8:30-39).

16. La Vida Cristiana


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que el creyente,
aunque vive en el mundo, no es del mismo, puesto que es peregrino hacia el cielo.
Consecuentemente, no “ama al mundo ni las cosas que están en el mundo” (1ª Juan
2:15-17). Ser peregrino en la tierra significa que el creyente evitará vivir en placeres
mundanos contrarios a la fe que profesa. Como su cuerpo es templo del Espíritu
Santo (1ª Corintios 6:19-20; 2ª Corintios 6:16), el Cristiano no permitirá que cualquier
hábito o vicio, lo cual es pecado, destruya este templo sagrado. Su lema es poder
“hacer todo en el nombre del Señor Jesucristo, dando gracias a Dios Padre por medio
de él” (Colosenses 3:17).

17. La Segunda Venida de Cristo


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la segunda venida
personal, premilenial, pretribulacional e inminente de Cristo (Apocalipsis 20:1-6;
Hechos 1:11; 1ª Corintios 15:51-53) tendrá como objeto inmediato el arrebatamiento
de la Iglesia en las nubes. Del retorno de Cristo (Juan 14:1-3), así como de la
resurrección de los muertos (1ª Tesalonicenses 4:13-18), nadie sabe el día ni la hora,
solamente Dios Padre. Vendrá sin advertencia y a la hora menos esperada. Cumple,
pues, a los creyentes vivir esperando, siempre vigilantes (1ª Tesalonicenses 5:1-11)
diciendo: “Ven, Señor Jesús, ven pronto. Amén” (Apocalipsis 22:20).

18. La Vida Futura


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan; que las almas de los que
confían en Cristo para su salvación, al morir (tan pronto dejen este cuerpo terrenal),
pasan inmediatamente a la presencia del Señor (Filipenses 1:23), donde permanecen
en estado de consciente bienaventuranza, hasta la resurrección del cuerpo (1ª Corintios
15:51-54; 1ª Tesalonicenses 4:13-17). Las almas que rechazan voluntariamente el
Evangelio quedan, después de la muerte, en el Hades (lugar de sufrimiento) hasta el
juicio final (Lucas 16:19-26), cuando alma y cuerpo resucitados serán destinados a la
condenación eterna (Apocalipsis 20:11-15), al lago de fuego.
19. Existencia Real del Diablo
Creemos y Testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la serpiente antigua,
llamada Diablo o Satanás (Apocalipsis 12:7-9), tiene existencia personal y es “el dios
de este siglo”, “príncipe de este mundo”, y “padre de mentira” (Juan 8:44), quien actúa
mediante sus servidores materiales y espirituales (Efesios 6:10-12). Este ser angelical,
corona de la creación angelical, fue perfecto en todos sus caminos hasta el día en
que se halló en él maldad; ensoberbeciéndose a causa de su hermosura (Ezequiel
28:1-19), por lo que Dios le arrojó de su presencia (Isaías 14:12,15) y con él a los
ángeles que no guardaron su dignidad. La obra de Satanás en este mundo consiste
en engañar a las almas, sembrando en ellas la duda y reteniéndolas en incredulidad
para que no se conviertan de las tinieblas a la luz de Dios, es decir, a Su Evangelio
(Génesis 3:4).

20. El Gobierno Civil


Creemos y testificamos que las Santas Escrituras enseñan que la autoridad civil
existe por disposición divina (Romanos 13:1-7), para provecho y paz de los hombres,
cuidando de los intereses y del buen orden de la sociedad humana (1ª Pedro 2:13-
16). La iglesia debe orar por los magistrados (1ª Timoteo 2:1-8) honrándolos en
consciencia y obedeciéndoles como corresponde, salvo en cosas que sean opuestas
a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo (Hechos 4:18-20; 5:29), único dueño de la
conciencia y príncipe de los reyes de la tierra. A César hemos de dar lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22:21).

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