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Sinopsis
D esde New York Times, la autora de bestseller Yasmine Galenorn llega
con "Ice Shards", una apasionada historia de redención hace tiempo
atrasada.
La finlandesa hada hogareña Iris Kuusi se ha enamorado otra vez. Pero ella tiene
un oscuro secreto. Ahora, debe viajar a las congeladas Tierras del Norte para
enfrentarse a la sombra de su ex amante, quien la persigue en sueños, y para
descubrir de una vez por todas si realmente cometió el horrible crimen por el
cual fue desterrada. Sólo rompiendo una maldición que la ha estado hundiendo
desde su juventud podrá liberarse y abrazar el amor que la espera en casa.

Hermanas de La Luna #9.5


1
Dedicado a mi Lady Mielikki
2
Me pareció bien prometerme a mí mismo que algún día iría a la región de hielo
y nieve, y seguiría hasta encontrar uno de los polos de la tierra, el fin del eje
sobre el que esta gran bola redonda da vueltas.
—Ernest Shackleton

Aunque los amantes se pierdan, el amor no lo hará; y la muerte no tendrá 3


dominio.
—Dylan Thomas
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6 4
Capítulo 7
Capítulo 8
Sobre la Autora
Próximo Libro
¡Visítanos!
Capítulo 1
M e quedé mirando fijamente el portal, preguntándome si
realmente quería hacer esto. Había estado huyendo de este
momento durante casi seis siglos. Había estado huyendo de mis
recuerdos por el mismo tiempo. Ahora, a pesar de que yo no estaba segura de
cómo, tenía que regresar al lugar donde mi ruina había ocurrido, y averiguar qué
salió mal.
Si puedo. Si es que soy verdaderamente inocente. Pero, ¿qué pasa si descubro que yo lo
hice? ¿Qué sucede si descubro que yo realmente maté a Vikkommin y encerré su alma dentro de
una sombra para siempre, condenándola a vagar por las tierras del norte, enloquecida como una
bestia salvaje y mágica? ¿Y si… y si soy el monstruo que los Ancianos del templo pensaron que
podría ser?
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Camille, Ahumado y Rozurial estaban detrás de mí, la mano de Camille
estaba sobre mi hombro.
—Todo lo que tienes que hacer es decir la palabra y lo atravesamos. O
regresamos. Todo depende de ti, Iris. Te apoyaremos cualquiera sea la decisión
que tomes.
Levanté la mirada hacia la belleza de cabellos negros que constituía el tercio
de las hermanas D'Artigo, mitad humanas, mitad Fae. Se había vestido para el
viaje, dejando de lado sus habituales corsés y faldas de gasa y tacones de aguja
por una cálida falda negra dividida y un jersey de cuello alto, y una capa pesada
colgada sobre los hombros. La capa era gruesa y resonaba con magia, después de
haber sido cortada de la piel del mismo Unicornio Negro.
Camille llevaba un báculo con ella que nunca había visto antes.

—¿De dónde sacaste eso? —Señalé el bastón tallado elaboradamente. La


madera resonaba como si fuera tejo.
La cabeza era un pomote plata pulida intrincadamente forjado rodeando un
orbe de cristal del tamaño de mi puño.

Ella sonrió y pasó la mano por la superficie nudosa de la madera.


—Un regalo. De Aeval. Yo todavía no sé cómo usarlo, pero pensé en
traerlo. Hará que la excursión sea más fácil, en cualquier ámbito.
—Bien dicho. —Yo no tenía más preguntas. La Reina de la Oscuridad era la
nueva señora de Camille, y parecía que ella pretendía que su nueva acólita
volviera en una pieza.
Dos hombres estaban de pie junto a Camille; Ahumado, uno de los tres
esposos de Camille, y Rozurial, un íncubo. El cabello de Ahumado se rizaba con
vida propia, rodeándolo como una nube de hilos de plata, y él se erguía en su
estatura sobrepasándome por más de setenta centímetros. Ahumado era un
dragón mitad plateado, mitad blanco, y tan pálido como la leche en una mañana
nevada. Había bajado desde los Confines Dragón elevados por encima de las
Tierras del Norte hacía incontables años atrás, dejando su tierra natal para residir
en Earthside. Rozurial tenía el pelo oscuro y rizado, y él había examinado las
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Tierras del Norte de un lado a otro, en busca del vampiro loco que había
destruido a su familia, el mismo que había convertido a la hermana de Camille,
Menolly. Rozurial conocía el terreno como la palma de su mano.
Ahumado se arrodilló a mi lado y me cogió la mano, llevándola hasta
presionarla suavemente contra su frente.
—Lady Iris —dijo, con sus ojos girando como una piscina glacial de
escarcha y hielo—. Vamos a hacer todo lo posible para protegerte en tu viaje. Las
Tierras del Norte son un lugar peligroso, pero lo sabes mejor que nadie. Tú eres
parte de la familia extendida de mi esposa; por lo que eres mi hermana. Cualquier
cosa que pueda hacer para ayudar, si está en mi poder, lo haré.
Mi mano parecía tan pequeña en la suya, nosotros los Talon-Haltijas
éramos, al igual que todos los tipos de elfos, diminutos. Yo medía apenas una
pizca más de metro veinte de altura, era pequeña pero resistente. Observé su
mano y luego curvé mis dedos alrededor de los suyos, apretándolos firmemente.
Rozurial se unió a él.
—La única cosa que puede arrastrarme de nuevo a las Tierras del Norte es
ayudar a un buen amigo. Tú eres una de las mejores. Incluso si no quieres salir
conmigo. —Él me dio una sonrisa rápida, pero la preocupación se escondía
detrás de la máscara de humor.

Le sonreí. Roz no cambiaría nunca, y por eso lo amaba.


—No voy a salir contigo porque ya estoy saliendo con Bruce. Y tú… eres
un rompecorazones.

—No es mi culpa, sólo es mi naturaleza —declaró.


Me volví hacia Camille, cuyos labios se curvaban en una suave sonrisa. Ella
dejó escapar un largo suspiro.
—Si vamos a ir, será mejor que nos pongamos en movimiento. Estará
helado en Otro Mundo, y necesitamos saltar al portal hacia las Tierras del Norte
antes de que caiga la noche.

Me armé de valor.
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Sabes que es el momento... Las palabras me hicieron cosquillas en mis
pensamientos, deslizándose sobre mis dudas y temores, como un consuelo
refrescante en una noche caliente de verano.
Sí, mi Señora, lo sé… No puedo evitar esto por más tiempo. Pero, por favor, protégenos,
y lo que sea que me pase a mí, asegúrese de que los otros vuelvan para luchar contra los
demonios. Estoy llevándolos hacia el peligro.
Pero la voz de Undutar fue relajante, y por enésima vez me alegré mucho de
que no me hubiera abandonado cuando los Ancianos del templo lo hicieron.
Ellos van contigo voluntariamente, mi Sacerdotisa. Ven ahora. Regresa a las tierras de
tu poder. Vuelve a mí. Libera el espíritu de Vikkommin, rompe la maldición sobre ti, y limpia
tu nombre así serás capaz de casarte y tener hijos.

Me quedé mirando fijamente el portal de la Abuela Coyote. Estábamos de


pie en medio de un bosque cubierto de nieve, en el distrito de Belles-Faire en
Seattle, a pocos kilómetros de su casa. Pero estábamos a punto de viajar a través
del velo, al Otro Mundo, el país natal de Camille. A partir de ahí viajaríamos a las
Tierras del Norte, el mundo que había dejado atrás hacía mucho tiempo, cuando
me habían tildado de asesina, despojado de mis poderes más fuertes, y desterrado
de la orden de Undutar, la Diosa de la Niebla y Nieve.

Tomé una respiración profunda y me volví hacia los tres.


—Estoy lista. —A medida que entramos a través del portal, el mundo
cambió. No había vuelta atrás.
Salimos del portal cerca de los montículos que rodeaban la ciudad Elfin de
Elqaneve. Grandes carretillas con hierba cubierta de nieve funcionaban como
antiguas tumbas de los señores enanos y héroes, en el sitio donde batallas
terribles habían sido libradas y ganadas o perdidas, mucho más allá de las brumas
del tiempo.
Llegamos en medio de una tormenta de nieve, las estaciones en Otro
Mundo coincidían con aquéllas en casa. Por el aspecto de las cosas, la nieve ya
había caído densamente y con rapidez. Como algo positivo, Otro Mundo se
había salvado del calentamiento global que afectaba a Earthside. El aire aquí
también estaba más limpio que el aire allá en casa, y un flujo suave de magia
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sustituía el zumbido constante de la electricidad.
Cerca de allí, una familia de duendes se preparaban para un salto hacia
alguna parte, Dahnsburg, según el cartel junto al que estaban de pie, y yo los miré
fijamente, pensando que no era diferente de unas vacaciones de feriado en familia
allá en Seattle, excepto que viajaban a través del portal en lugar de un avión.
—¿Qué hacemos primero? —preguntó Camille.
—Nos reuniremos con el Gran Espíritu del Lobo de Invierno. Accedió en
ayudarme.

En realidad, Howl y yo habíamos hecho un trato, esa era la verdad. Él me


ayudaría, si yo trabajaba para ayudar a sus niños lobos en Earthside. Me había
unido a Sonido de Lobo, una nueva organización en Seattle dedicada a difundir el
regreso de los lobos a través de Estados Unidos y de protegerlos de la masacre, y
yo estaba vertiendo tiempo y energía en el grupo. Eso parecía suficiente para
satisfacerlo.

—Me alegro de haberlos encontrado.


Volviéndome, me sorprendí al ver a Trenyth allí de pie. Asesor de la Reina
Asteria, el elfo era amable, regio y justo. Parecía que los problemas siempre lo
seguían pisándole los talones.

—Trenyth, ¿qué estás haciendo aquí? No le dijimos a nadie que veníamos.

Hizo una reverencia cortés.


—He venido para acompañarte a tu encuentro.
Camille me miró fijamente con la pregunta en sus ojos. Negué ligeramente
con la cabeza. Yo no le había avisado que estábamos en camino, así que debió de
haberlo descubierto a través de otros medios. Esperamos hasta que estuvimos en
el carruaje dirigiéndonos hacia la posada en el otro lado de la ciudad Elfin, antes
de que Camille se volviera hacia el asesor.
—¿Cómo sabías que íbamos a venir?
Yo sabía que ella quería preguntarle cómo estaba su padre —estaban
distanciados— pero no lo hizo, y yo decidí no tocar el tema. Trenyth parecía
sobresaltado. Hizo una pausa y miró de reojo a Rozurial, que se aclaró la
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garganta.

Me volví hacia Roz.


—¿Qué hiciste?

Carraspeó y vaciló por un momento, y luego se encogió de hombros.


—Bueno, supuse que los elfos debían saber lo que estamos haciendo. Sólo
por si acaso… —Con una mirada de reojo en dirección a mí, sonrió y me di
cuenta de que pensaba que estaría enojada con él. Lo cual no estaba muy errado.

—Rozurial tiene razón en una cosa. —Suspiré, y luego miré a Trenyth—.


Nos dirigimos hacia el peligro. Algunas de las criaturas de las Tierras del Norte
podrían rasgarnos en pedazos sin el menor esfuerzo. Y mi objetivo final… es
peligroso. Supongo que alguien tenía que saberlo por aquí. Sólo en caso de no
nos reportemos de nuevo, ¿se lo harás saber a la gente allá en casa?

Trenyth intentó mantener su voz ligera, pero sus ojos eran sombríos.
—Por supuesto, Lady Iris. Pero debe volver luego de esto, viva y en una sola
pieza. La guerra contra los demonios es demasiado peligrosa para que cualquiera
de ustedes se muera.

Ahumado golpeó Roz en el brazo, y no tan suavemente.


—Bien pensado, aunque odio admitirlo. Pero la próxima vez, voy a
encargarme de la parte de la preocupación.
—Tranquilo, Chico Dragón. No estoy detrás de tu mujer. Ella tiene tres
maridos, y no hay espacio para mí. —Roz arqueó una ceja, pero ahora estaba
bromeando y la tensión se escabulló. Aunque ellos realmente se habían ido a las
uñas y dientes en un punto, ahora eran amigos. En su mayor parte.

Camille sacudió la cabeza.


—Es inútil discutir. Nos atacarían a nosotras en grupo.

Sintiéndome en inferioridad numérica, y amada, me reí.


—No es un problema, siempre y cuando no perdamos nuestra cita con 10
Howl. No estoy molesta porque él revelara el secreto.
Pero por dentro, estaba enojada con Roz por meter las narices en donde no
se le había pedido. No quería que nadie más supiera sobre esto. La última cosa
que necesitaba era que Asteria, la Reina Élfica, me mirara con una pregunta en su
corazón. Tenía suficiente de eso por mí misma.
Trenyth pareció sentir mi estado de ánimo. Se inclinó hacia mí.

—Lady Iris, Ar'jant d'tel; la Reina sólo sabe que estás planeando unas
“vacaciones” en las Tierras del Norte. Yo no le dije la razón y, a menos que
amenace la seguridad, no se lo diré. Te doy mi palabra.

Aliviada, forcé una sonrisa en mis labios.

—Está bien, Trenyth. Te debo una.

—Sólo haz lo que tengas que hacer, y reclama lo que es legítimamente tuyo.
Llevó mis dedos hasta sus labios y besó suavemente el dorso de mi mano.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo y lo miré, preguntándome cuánto sabía al
respecto.

Ar'jant d'tel. En el lenguaje de mi infancia, el idioma de los Talon-haltija,


significaba Elegida de los Dioses, destinada a una gran esperanza y
responsabilidad. Pero el título me había sido despojado junto con mi honor y
cualquier esperanza que jamás hubiera tenido. Abrí los labios para protestar, pero
un vistazo a sus ojos, a su mirada cariñosa, detuvo mi lengua. Trenyth creía en mí.
¿Podría yo hacer algo menos?

Dejé escapar un largo suspiro y asentí con la cabeza.


—Gracias. Y nosotros aceptamos con gratitud tu ayuda. Tengo miedo...
pero tengo que hacer esto.
—Lo sé —dijo—. Lo sé.
Me llamo Iris Kuusi, y yo soy una de los Talon-haltija, una elfa doméstica
Finlandesa. Yo nací para grandes cosas. Elegida por el Templo de Undutar 11
cuando yo era muy joven, fui llevada allí, al igual que el joven Dalai Lama, y
criada para ser una sacerdotisa. Mi destino era convertirme en una Alta
Sacerdotisa, gobernar sobre el hielo y la niebla y la bruma como la doncella de
una diosa.
Mi consorte fue elegido de la misma manera. Fuimos criados juntos, nunca
cuestionamos nuestros destinos, aceptamos que regiríamos sobre la Orden hasta
que envejeciéramos, si era la voluntad de nuestra diosa.
Pero poco antes de que ascendiéramos a nuestros puestos, antes de que la
Anciana Sacerdotisa cayera en su sueño final, algo sucedió, y dejé el templo bajo
una nube de sospecha, para no regresar jamás.

Por 600 años, cuando el invierno barre la tierra, siento el frío de la nieve en
mi corazón, y en cada sombra veo el rostro acusador de Vikkommin. Y me
pregunto, ¿cometí el delito del que se me acusa? Los Ancianos nunca
comprobaron si era realmente culpable. Y en mi corazón, no sé la verdad. No sé
si soy una asesina, o si me tendieron una trampa…
—¿En qué estás pensando? —Roz me tocó el hombro. Le sonreí
lentamente, pensando que él también había tenido una vida de dolor y tortura.
Los dioses fueron crueles en su juego y en el destino despiadado de sus opciones.
—Me pregunto qué voy a encontrar. Si voy a ser capaz de descubrir las
respuestas.

Trenyth me miró desde su asiento frente al mío.


—Tengo toda la fe en ti, Iris. Confío en que eres inocente. Pero tienes que
probarlo, de una vez por todas, para acabar con la maldición y para seguir
adelante con tu vida.
Asentí con la cabeza. No había vuelta atrás, nada de regresar e ignorarlo.
Quería casarme con Bruce O'Shea, mi amante duende, y tener hijos, un montón
de ellos. Todavía era joven, lo suficientemente joven para tener la gran familia
que anhelaba. Pero hasta que pudiera responder las preguntas acerca de lo que 12
pasó esa noche, los Ancianos del templo me habían condenado a ser estéril para
siempre.
Pero, ¿y si soy culpable? ¿Cómo voy a vivir con eso?
Con estos pensamientos corriendo por mi cabeza, miré por la ventana,
mientras pasábamos a través de las calles de la ciudad. Todas las casas en
Elqaneve tenían un estilo frondoso y musgoso, a pesar de que estaban hechas de
piedra y madera al igual que en Earthside. Pero sus jardines y céspedes, eran
brillantes obras de arte, jardines vivientes que refulgían y sobresalían con la
energía de la vida. Incluso en invierno, bajo una espesa capa de nieve, estaban
llenas de esculturas de hielo y del aspecto cristalino de la nieve en las coníferas.
Camille apoyó la cabeza contra el pecho de Ahumado, y él envolvió su
brazo alrededor de ella. Ella medía un metro setenta, y junto a su metro noventa
y seis, era genuinamente diminuta.

—¿A dónde vamos?


Dejé escapar un suspiro bajo.
—Nos reuniremos con Howl en El Guerrero Herido. Es una posada.

—¿Cómo vamos a reconocerlo? ¿Supongo que sabes qué aspecto tiene?

Asentí con la cabeza, en silencio. Yo sabía bastante bien como lucía Howl.
— Hemos hablado varias veces a lo largo de los años. La última vez, fue
cerca del equinoccio de otoño, cuando vine a Otro Mundo con Camille. Howl y
yo nos encontramos entonces, y le pedí ayuda. —Y entonces les dije lo que le
había pedido.

Varios meses antes, cerca del equinoccio de otoño, viajé de vuelta a Otro
Mundo con Camille y Morio, su segundo marido. Mientras Camille se reunía con
su amante alfa Trillian, Morio y yo rondamos por las calles de Dahnsburg. Había
dejado a Morio afuera en las calles diciéndole que saldría más tarde. Howl me
había dado instrucciones de ir sola y no quería que pensara que estaba haciendo
trampas con nuestro trato, así que entré en la taberna por mí misma. El Puente 13
de Cristal, un bar hermano de El Guerrero Herido en Elqaneve, que atendía a los
veteranos de la guerra civil de Y'Elestrial. Me refiero a los veteranos Elfos.
Muchos habían sido asesinados o capturados por Lethesanar, la reina
Devoradora de Opio, una drogadicta enloquecida, que había sido derrotada por
su hermana. Un número de ellos se había retirado a Dahnsburg, a orillas del
Océano Wyvern, con la esperanza del rejuvenecimiento.
El bar estaba oscuro, sombrío y lleno de humo proveniente de una docena
de diferentes mezclas de hierbas de fumar.
Tosí, mirando a mi alrededor. En medio de las sombras que parpadeaban
bajo las luces tenues, vi una variedad de elfos mezclándose con Fae e incluso
algunos Svartans. Pero estos elfos no tenían el aspecto relajado de la mayoría de
sus parientes. Estaban bastante curtidos, les faltaban algunas extremidades o
cojeaban, y tenían una mirada en sus ojos que me recordaba a mí misma
seiscientos años atrás. Habían estado en el infierno, y regresado.
Uno de ellos se acercó a mí y se inclinó hacia abajo, sus dedos se estiraron
hasta mi cabello.
—Hermosa. Tú eres una pequeña belleza…

—Puedo cortar tus partes íntimas susurrándole al viento —le dije,


sonriendo dulcemente—. ¿Realmente quieres correr el riesgo?
La mayoría de la gente pensaba que yo era una presa fácil, un blanco fácil, ya
que yo era tan baja y pequeña. Algunos asumían que era suave y delicada,
mientras que otros pensaban que yo era una doncella amigable. Pero yo había
visto demasiado como para ser amigable, o dulce, o un blanco fácil. Escondía
muy bien mis recuerdos, pero estaban siempre allí para alimentar la necesidad de
luchar.
Él me miró, observándome profundamente a los ojos, y dio marcha atrás.
—No, no creo que lo haga. Señora, que estés a salvo en tu camino. —
Cuando se volvió para irse, un pequeño destello de claridad se asomó a través de
su mirada nublada.
Seguí a través de la barra sin que alguien se me acercara, la cacofonía de
ruidos hacinaban mis pensamientos. Los olores de la cerveza y el vino eran 14
densos, y le hice una seña al camarero.
—Brandy, por favor. —Tirando una moneda en el mostrador, cogí el vaso
que me ofrecía y me volví para permitir que mi mirada contemplara la multitud.
Allí, en la esquina, había un hombre que estaba mirándome directamente.
Era alto, al menos para mí, probablemente de alrededor de metro setenta y tres, y
de aspecto tosco. El rastrojo de barba sombreaba su barbilla. Conocía esas
facciones.

Howl.
Llevaba pantalones de piel de cuero de gamuza y su pecho estaba desnudo,
llevaba una capa de pieles de lobo alrededor de su hombro y un tocado de
dientes, huesos y cedro elevándose desde su cabeza. Sus ojos eran oscuros, tan
oscuros que podrías hundirte y perderte en ellos durante días. Parecía tener unos
cuarenta años, y me di cuenta de que todo el mundo parecía evitarlo.
Cuando él me atrapó mirándolo fijamente, levantó su copa en silencio a mí
y me dirigí hacia él.
—Howl. Es bueno verte de nuevo.

—Al igual que a ti, Lady Iris. —Hizo una seña hacia el asiento de
enfrente—. Por favor, siéntate.
Me deslicé en la cabina y puse mi coñac con cuidado sobre la mesa frente a
mí.
—Gracias por reunirte conmigo. Traje un acompañante, pero lo dejé afuera.
—Yo quería ser honesta en caso de que de alguna manera él supiera que había
llegado con respaldo.
—Ningún problema —dijo, atendiendo su propia bebida. Hizo una pausa,
bebiendo el licor dorado de su vaso—. Así que, dime, ¿cómo puedo ayudarte?
—Estoy en busca de información y ayuda, y tiene que ver con algo en las
Tierras del Norte. Eres uno de los Señores Elementales, gobernando sobre el
plano del hielo y la nieve. Pensé que tal vez podrías estar dispuesto o ser capaz de
ayudarme.

—Pides, sabiendo que siempre hay un precio que pagar. No presiento


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miedo alguno. ¿Desesperación, tal vez? Eres capaz. ¿Estás dispuesta? Ya lo
veremos. —Levantó una ceja—. Ar'jant d'tel. Elegida de los Dioses. Llevas un
manto en tu aura, pero no sobre la espalda. ¿Por qué?

Dejé escapar un suave suspiro.


—Se me acusó de asesinato, de abusar de mis poderes. No tengo ningún
recuerdo de si eso es cierto. Es lo que trato de averiguar: lo qué ocurrió
realmente hace tantos siglos. Ya sea si destruí al hombre que amaba, o si me
tendieron una trampa. Es por eso que necesito tu ayuda.

—¿Cómo voy a ser capaz de ayudarte con eso?

Yo palidecí.

—Ellos dicen que yo arranqué su espíritu y lo incrusté en una sombra que


se movía, y luego destruí su cuerpo. Sin duda tenía el poder para hacerlo, pero…

—Y de nuevo, pregunto, ¿cómo voy a ser capaz de ayudarte con esto?


Yo lo miré a los ojos, directamente, exponiendo mis temores de que estaría
maldita para siempre.
—Su espíritu vaga en forma de sombra a través de las Tierras del Norte, a
través de las tierras que tú gobiernas, y ahí es donde tengo que ir a buscar la
verdad. Vikkommin está atrapado para siempre dentro de la sombra y se ha
vuelto loco con los años. Tengo que liberarlo y espero aprender la verdad de mi
pasado si es que puedo romper la maldición puesta sobre mi cabeza.

Howl terminó su copa y pidió otra. Se inclinó hacia delante, hacia el otro
lado de la mesa.
—Señora Elfa, has estado viviendo en el dolor desde hace siglos. ¿Estás
segura de que deseas la oportunidad de profundizar ese dolor? ¿Qué pasa si
descubres que fuiste la responsable?
Me tragué el resto de mi bebida, y cuando llegó la camarera hice señas por
otra.
—Si lo hice entonces voy a entregarme al templo y esperaré su castigo. 16
Ellos me liberaron la primera vez porque no pudimos descubrir la verdad. Si soy
culpable, entonces voy a aceptar su sentencia, sea lo que sea.
El pensamiento de lo que podría hacer o haría el Consejo de los Ancianos,
si era probado que yo era culpable, me aterrorizaba. Pero si lo había hecho… si
había encerrado a Vikkommin durante siglos en forma de sombra y torturado su
cuerpo, entonces me merecía lo que me dieran. Bajé la cabeza, esperando.
Howl se extendió a través de la mesa y tomó mi mano entre las suyas. Su
toque provocó mi lado salvaje, primitivo, y eché un vistazo en esos ojos
brillantes.

—Verdaderamente te mereces el título, despojada de él o no. Pocos son tan


valientes como para caminar de buen grado en el fuego. Pero mi querida Iris, no
puedo ayudarte. No ahora. Esta no es mi estación y las Tierras del Norte se
encuentran en pleno proceso de otoño. Vuelve a mí, cerca de la mitad del
invierno. Vuelve a mí cuando las nieves son altas y los vientos aúllan alrededor de
los aleros. Y entonces yo te ayudaré. Puedes traer contigo a tus tres amigos. Eso
es todo lo que voy a permitir cuando se trata de los mortales.
Cogí sus dedos con los míos.

—Gracias. No esperaba que accedieras.


—Ten cuidado, Iris Kuusi, he ofrecido mi ayuda para descubrir tu pasado.
Puede que no sea la ayuda que desees. Puede que sea la puerta de tu propia
destrucción.
—Entendido. —Me terminé mi brandy de un trago y asentí con la cabeza
hacia él, volviéndome para marcharme.

—¿Iris?

Volviendo atrás, vi que él estaba inclinado hacia delante, mirándome.


—¿Sí?
—Tú estás atrapada entre dos mundos, estás atrapada entre senderos, entre
destinos. Si haces esto, puede cambiar tu vida para siempre. Asegúrate de que
estás dispuesta a pagar el costo antes de regresar a mí. Sólo entonces, convócame.
Él me lanzó una perla de cuarzo brillante. La cogí, observando la superficie
17
fracturada. Yo podría haber jurado que unos copos de nieve brillaban desde
adentro.
—¿Qué es esto?
—Cuando estés lista, rompe la piedra y ella me alertará. Nos encontraremos
en Elqaneve, en la taberna El Guerrero Herido, dos días después de haber roto el
cristal. Si no vienes a mí dentro de ese tiempo, entonces será como si nunca
hubiésemos hablado.
Mientras lo miraba, él parpadeó y empezó a desaparecer, y entonces se
desvaneció de la cabina y fue como si nunca hubiera estado allí.

Levanté la mirada, sacudiéndome para alejar mis recuerdos. Todo el mundo


me miraba, incluyendo a Trenyth. Dejé escapar un largo suspiro.
—Rompí el cristal ayer. Si no lo encuentro antes del amanecer, jamás podré
encontrarlo. Él nos llevará a las Tierras del Norte.

Ahumado asintió.
—He hablado con él, mucho tiempo atrás. Él es tan honorable como
puedes esperar que uno de los Señores Elementales lo sea.
—Vine preparado con algunos regalos para hacer su viaje más fácil —dijo
Trenyth. Pero mi mente estaba muy lejos, volviendo una y otra vez a la
habitación ensangrentada y a lo que quedaba de mi prometido. Y a la sombra
oscura en que se había convertido.

18
Capítulo 2
L as calles estaban prácticamente despejadas para el momento en que
nos detuvimos en frente del Guerrero Herido. Trenyth nos había dado
cuerda para escalar, comida y unos delicados y ligeros mantos de
duende que rechazaban la nieve, el agua y el frío como los bajos de un pato.
Cuando él me ayudó a salir del carruaje, me llevó a un costado.
—Señora Iris, tengo algo para ti y quiero que me prometas que lo llevarás
contigo. —Él me tendió una pequeña caja de joyería.

Fruncí el ceño, aceptándola lentamente.


—¿Qué es esto?

Dentro de la caja aterciopelada había un anillo, un anillo de plata con una 19


piedra azul. Era hermoso y estaba ornamentado, la banda estaba adornada con
unos grabados de rosas y hojas, pero la energía que provenía del anillo me
resultaba desconocida.
—Este es un anillo de Shevah. Captura el espíritu de Elqaneve y se basa en
los poderes de la Reina Asteria. Te fortalecerá en la tormenta y en la sombra, y te
guiará cuando no estés segura de que dirección seguir. No te va a salvar de todo
daño, ni tampoco traerá la victoria, pero el don que esto conlleva te ayudará a ver
tu tarea con un poco más de seguridad.
Su sonrisa suave tocó mi corazón y miré a los ojos del ayudante real. El
hombre era la mano derecha de la reina, su guardaespaldas personal. Habíamos
visto en su corazón y sabíamos algo que él ignoraba incluso sobre sí mismo…
Trenyth estaba enamorado de la reina Asteria. Ella era todo para él y moriría por
ella. Cualquier regalo o ayuda que nos diera habían llegado desde el corazón de
un alma gentil.
Levanté el anillo. Su tamaño había sido hecho para dedos pequeños, por lo
que lo deslicé en el dedo índice derecho y encajó perfectamente. Mientras miraba
el resplandor suave de la gema, una lágrima se deslizó por mi mejilla y me
encontré llorando…sólo un poco.
—Oh, Señora Iris. —Trenyth deslizó sus brazos a mi alrededor y apoyé la
cabeza en su pecho mientras él palmeaba mi espalda—. Tú atravesarás esto. Sé
que lo harás. Tengo fe en ti.

Sollozando, saqué mi entereza y le sonreí suavemente.

—Ojalá tuviera tanta fe en mí misma. Yo sólo... no lo sé.


Me ofreció su pañuelo y luego, cuando nos dirigimos hacia el bar, nos
saludó.
—Tengan cuidado. Pónganse en contacto con nosotros en el plazo de
cuatro días o voy a enviar un equipo de búsqueda. —Y luego, antes de que
pudiera decir una palabra, saltó en el carruaje y los cascos de los caballos
resonaron alejándose por las calles empedradas.
El interior de la taberna era austero, lleno de sombras y aroma a vino
demasiado dulce y al lúpulo. Miré a mi alrededor y en la parte posterior, sentado
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solo en una mesa larga, con una jarra de cerveza frente a él, estaba sentado el
Gran Espíritu del Lobo de Invierno. ¡Oh, cómo brillaba! La temporada se había
acelerado en él. Sus pieles de lobo eran de un blanco brillante y estaba sentado
erguido, con su piel pálida contra los tonos oscuros de la mesa.
Le hice señas a los demás para que me siguieran y nos dirigimos hacia la
mesa. Howl me miró.
—Así que has venido, Señora Iris.

—Lo hice. Estos son mis amigos, Ahumado, Camille y Rozurial.


Él los miró en silencio durante un momento, luego les ofreció sentarse a
todos.

—Dragón, Bruja, Íncubo y todos ligados a la sombra, al igual que la Señora


Iris. —Él se dio vuelta hacia Camille—. Aunque tus sombras provienen de otro
reino, mucho más aterrador que el de ella.

Ante la mirada sorprendida de Camille, agregó:


—Yo soy un Señor Elemental. ¿Esperabas algo menos de mi visión? —
Antes de que ella pudiera contestarle apuró su cerveza y se levantó—. Has
iniciado el intercambio, Iris. No hay vuelta atrás. Vengan, síganme. Cuanto antes
nos vayamos, más pronto podremos descubrir la verdad de tu pasado.
Howl nos llevó a la puerta y luego salimos a la calle cubierta de nieve. Miré
hacia los relucientes copos que flotaban suavemente hacia el suelo. Los mantos
de duende eran cálidos, y yo estaba agradecida de que Trenyth nos hubiera
detenido antes de que nos fuéramos. Nosotros habíamos traído mochilas y
equipo, pero ahora estábamos mucho mejor preparados. Ahumado y Roz
llevaban la mayor parte del equipo en la espalda, dejándonos a Camille y a mí
solamente nuestras mochilas.
Los transeúntes nos daban un amplio espacio, Howl era bien conocido en
Elqaneve y Dahnsburg, aunque él rara iba al sur de una u otra ciudad. El Espíritu
del Lobo de Invierno era conocido por ser volátil. Podría arrancarte la garganta
por tan sólo mirarlo mal, y sin embargo podría rescatar con la misma facilidad a
tu hijo atrapado en los rápidos de un torrente. A la mayoría de la gente —elfos,
Fae, y Cryptos por igual— les parecía más seguro evitar al Señor Elemental. 21
Lo seguimos por las calles oscuras hasta que estábamos en las afueras. Él
nos llevó a uno de los túmulos donde nos esperaba un portal rara vez utilizado.
El guardia lucía algo sorprendido.
—No mucha gente pasa por aquí. ¿Están seguros de que quieren ir? Las
montañas son ferozmente frías y el invierno es profundo… —Pero entonces
Howl, el Espíritu del Lobo de Invierno, caminó al frente de la línea. El guardia se
quedó en silencio, inclinó la cabeza rápidamente y preparó el portal.

—¿Adónde nos llevará esto? —le pregunté.


—A lo profundo de la parte alta de las montañas Tygerian, señorita. —El
guardia miró en silencio a Howl, quien no habló—. A partir de ahí, supongo que
va a tomar el portal a las Tierras del Norte. Pero debería descansar por la noche
allí… el pueblo es seguro para los extranjeros. Una vez que entren en el corazón
de las Tierras del Norte, los alojamientos son escasos y están distantes entre sí, y
lo que mayormente se encuentra son hogares particulares.
—Conozco bien las Tierras del Norte, elfo. —Ahumado se volvió hacia
él—. No vamos a tener ningún problema, pero gracias por su preocupación.
—El portal está listo. Pueden pasar. Que la Reina de las Estrellas vele por
ustedes. —El elfo dio un paso atrás y nos enfrentamos al portal reluciente. La
energía entre los dos menhires crujió y abrió unos cerrojos azules y blancos que
rebotaban de una piedra a la otra y viceversa.

Howl asintió a Ahumado.


—Primero tú, después el íncubo. Luego las mujeres. Yo seré el último. —Y
así, sin decir nada más, pasamos a las Montañas Tygerian, en las que no nos
detuvimos, en vez de eso, cruzamos en silencio al siguiente portal y saltamos
todo el camino a las Tierras del Norte.
Las Tierras del Norte existían en su propia región, a pesar de que
colindaban con Earthside, Otro Mundo, Valhalla, Kalevala, los Reinos Dragón, y
varios otros planos de la existencia. Al llegar a través del portal, una ráfaga de aire
helado me golpeó. Elqaneve pudo haber estado frío, pero esto era frío verdadero.
Tiré de mi capa ajustándola más alrededor de mis hombros mientras mi aliento
22
soplaba nubes blancas frente a mi cara.
Entré en una pequeña habitación, que en realidad era una caverna, tallada a
mano en la escarpada y rugosa ladera de la montaña, semejándose a una
habitación cuadrada. El guardia de pie parecía humano, pero me di cuenta de que
era uno de los Hombres del Norte, una raza de humanos que habían surgido de
los dioses Nórdicos y Finlandeses, que se entremezclaron con los humanos.
Viviendo entre “el cielo” y “la tierra”, los Hombres del Norte se quedaron
en las tierras del norte entre Valhalla, Kalevala y Earthside. Eran tan fuertes y
rápidos como la mayoría de los Fae, pero con los años los poderes que habían
heredado de los dioses habían disminuido. Aún así, todavía eran más resistentes
que cualquier ser humano y podían enfrentar temperaturas frías y sin agotarse.
Algunos de los Hombres del Norte podían ver en la oscuridad, y otros eran muy
hábiles en la lucha y en el trabajo de escudos. Su magia estaba en el canto de sus
voces y en su capacidad de encantar a la energía de los metales y los bosques y el
clima.
—Bienvenidos al fin del mundo —dijo el guardia en la lengua común. Echó
un vistazo a Ahumado y dejó escapar un pequeño grito antes de darle al dragón
una reverencia rápida—. Señor Iampaatar, bienvenido.

Ahumado le devolvió el saludo asintiendo con la cabeza.


—Buen encuentro, Hanson. Necesitamos alojamiento para pasar la noche.
¿Puedes enviar un aviso a la posada? Tres habitaciones… una para mí y mi
esposa, una para la señora Iris y otra para Rozurial. El Espíritu del Lobo de
Invierno sin duda deseará disponer sus propias habitaciones.
Miré a Ahumado. Era muy conocido aquí, eso era evidente. Hanson hizo
señas a otro hombre que estaba parado allí cerca y el hombre se fue tras un sólo
movimiento de cabeza.
Howl dejó escapar un gruñido bajo.
—Tengo una habitación permanente en la posada. Nos quedaremos una
noche. Mañana iniciaremos el viaje al amanecer. No podemos darnos el lujo de
estar afuera en las montañas por la noche. Yo sobreviviría, y el dragón, pero las 23
mujeres y el íncubo se congelarían. —Él salió de la habitación de piedra sin decir
una palabra y lo seguimos.
Hacía frío en el interior, pero afuera, estaba brillante y helado. La oscuridad
devoró todas las luces, excepto el resplandor de la nieve encostrada debajo de
nuestros pies. El cielo estaba claro, las estrellas centelleaban sobre nuestras
cabezas.
Camille inmediatamente tiró su capa delante de su rostro y yo hice lo
mismo, aunque yo estaba más adaptada a estas temperaturas que ella. Se sentía
como unos quince grados bajo cero, y nos movimos silenciosamente a lo largo
del sendero, que había sido marcado por cuerdas a ambos lados y unos ojos de
gato luminosos espaciados uniformemente a lo largo del camino. Si nos salíamos
del camino y nos perdíamos, podíamos morir.
Howl nos condujo con agilidad por el sendero, dando grandes zancadas a lo
largo de la capa de hielo apiñada. Cuando bordeamos un banco de nieve a la
derecha y luego una densa arboleda de abetos y cedros a la izquierda, una luz
débil comenzó a brillar por delante.
Al doblar una curva en el camino, nos encontramos frente a una posada,
apenas a la derecha del camino, a unos sesenta metros por delante. Encendida
como un árbol de Navidad, unos ojos de luz por todo el exterior enmarcaban las
tres plantas, el hotel había sido tallado en piedra. Mientras la miraba, de repente
me acordé: había estado aquí antes. Esta posada había sido testigo del final de mi
vida en las Tierras del Norte.

El viaje desde el templo había sido dolorosamente duro. Había habido


varios espacios en blanco en mi memoria, luego, la imagen de una mujer brillante
en la niebla que me había llevado a través de un abismo. Había luchado a través
de la nieve, sin saber si iba a sobrevivir, incluso si llegaría a la mañana siguiente.
Me habían echado antes de estar totalmente curada de sus interrogatorios, y me
dolía cada articulación de mi cuerpo. El ishonar, llamas mágicas de hielo, más
frías que cualquier cosa en la naturaleza, había desnudado mi espalda con cada
latigazo, y aunque que no hubo heridas abiertas, los verdugones que el látigo
había plantado a lo largo de la espalda, me dolían. Pero el dolor de mi cuerpo no 24
era nada comparado con el dolor en mi cabeza. Cerrando los ojos, me obligué a
respirar profundamente, para no perder la cabeza.

Vikkommin, Vikkommin... su nombre resonó en mi cabeza.

—¿Mataste a Vikkommin?
No, yo no sé, yo no sé nada.
El dolor de un latigazo rozando a través de mi espalda.

—¿Ataste su alma a una sombra?

No sé... No me acuerdo de nada. Yo… Lo amaba, lo amaba con todo mi corazón.


¿Cómo podría haberle hecho algo tan horrible?
Otro latigazo, otra picadura infernalmente fría de ishonar, otro grito que
poco a poco me di cuenta que emanaba de la parte posterior de mi garganta.

—Cuéntanos qué pasó.


No me acuerdo... Alguien llamó a la puerta. Yo respondí para encontrar un mensaje de
él. Él me llamó a su habitación. Yo fui, y me acuerdo de él abriendo la puerta... luego todo está
en blanco, hasta que me ustedes me encontraron.

Una pausa, y luego los latigazos comenzaron a caer en serio, como si todo el
dolor en el mundo pudiera irrumpir r través de la pared que se había formado en
mi memoria. Y empecé a gritar, incapaz de detenerme, ya que me di cuenta que
acababa de perder todo lo querido por mí en el mundo. Y en ese momento, me
propuse morir.

Más tarde, cuando habían hecho todo lo que podían por mí, pero no podían
probar nada —ninguna verdad se había descubierto—, me hallaba parada al
borde del templo, donde administraron el castigo final: con un rápido corte, la
Sacerdotisa cortó mi cabello desde la nuca a mi tobillo. Ahora todo el mundo
sabría que había sido desterrada del templo —por lo menos el tiempo que tardara
en crecer de nuevo. Cuando ella arrojó los filamentos de oro en un pozo de
fuego, mi nariz se arrugó por el olor y bajé la cabeza, llorando en silencio.
Mi vida se hizo añicos. Me dolía la cabeza por la violación que mi mente 25
había sufrido. Me dolía la espalda más allá de cualquier dolor que jamás había
sentido. Pero comprendí que no iba a morir, por mucho que yo había orado por
ello.
Las puertas comenzaron lentamente a cerrarse. Me di la vuelta y grité,
tirándome al suelo.
—No lo hagan, no me desamparen. ¡Fui llamada por la diosa! Ella está en
mi corazón. Mátenme, por favor.
La Suma Sacerdotisa me miró y una mirada triste embargaba sus ojos.
—Esta es la última vez que cualquiera de nosotros hablará contigo a menos
que puedas probar que no mataste a Vikkommin, ligando su alma a la sombra.
Has sido despojada de tus poderes más fuertes y ya no son una amenaza. Has
sido despojada del título de Ar'jant d'tel. Estás excomulgada de la Orden. Sal
afuera, vuelve de nuevo al mundo. Tu vida aquí ha terminado.

Ella se dio la vuelta, cerrando de golpe las puertas gigantes contra mí.
Me quedé postrada durante mucho tiempo, llorando hasta que las lágrimas
se congelaron en mi cara. Lentamente, cuando el frío penetró en mi cuerpo, me
puse de pie y con mi mochila al hombro —que se frotaba contra mis heridas,
desencadenando chispas de dolor— comencé el angustioso viaje por la montaña
hacia el portal que me llevaría fuera de las Tierras del Norte, de vuelta a mi hogar
en Finlandia donde tendría que mentir a mi familia para evitar la vergüenza que
mi caída traería sobre ellos.

—Iris, ¿estás bien? —Camille me dio un codazo en el brazo.


Sacudí mis recuerdos y parpadeé.
—Yo sólo... ha pasado un largo tiempo desde que estuve aquí. Yo me
hospedé en este hotel hace mucho, mucho, mucho tiempo. Es muy viejo y aún
así permanece en pie contra el hielo y la nieve. —Y yo también, pensé.
Nos dirigimos por la escalera empinada, la entrada de la posada era un piso 26
completamente elevado del suelo para evitar que se cubriera de nieve cada
invierno. Cuando llegamos a la puerta, Howl la abrió y lo seguimos.
El comedor principal era enorme y estaba repleto. Hombres del Norte,
unos ogros, un grupo grande de enanos, y otra gente fuerte montañesa llenaban
la habitación. Howl nos hizo señas para que lo siguiéramos hasta la barra.

—Jonas, ¿tienes las habitaciones listas? —preguntó al tabernero.

Jonas, un enano, le dio una breve inclinación de cabeza.


—Sí, Maestro Howl. Ellas están listas, por cierto. Aquí están las llaves. —Él
empujó cuatro llaves a través del mostrador—. ¿Todos van a querer cenar?
—Sí, comeremos allí. —Howl asintió con la cabeza hacia una mesa vacía, y
luego repartió las llaves—. Guisado, pan, alimento sólido para viajar.

Nos abrimos paso entre la multitud hasta la mesa y nos deslizamos sobre
los bancos. Ahumado parecía inusualmente silencioso y golpeé ligeramente la
mesa frente a él.
—¿Está todo bien?

Dio una rápida sacudida a la cabeza.


—Hasta donde yo sé, pero estoy inquieto. Tenemos que vigilar. Mi padre
podría estar en esta zona y aquí tendría la ventaja.
El padre de Ahumado guardaba rencor hacia Camille, así como hacia su
hijo, y había amenazado con matarlos sólo unas pocas semanas antes. Ahora nos
dirigíamos al territorio que llevaba a los Confines Dragón y podría fácilmente
encontrar a Hyto o a sus amigos.

—Vamos a mantener nuestros ojos abiertos —murmuré.

Roz dejó escapar un largo suspiro.


—No importa cuántas veces vengo aquí, estoy asombrado por la fuerza y la
resistencia de los habitantes. No puedo imaginarme vivir aquí.
—Es hermoso, si te gusta la belleza fría y escasa —dijo Ahumado—. Los
Confines Dragón están cubiertos de nieve, pero están en la cima del mundo, 27
donde las montañas son escarpadas y tienen vistas a los campos repletos de
niebla y bruma. Durante los veranos, los Hombres del Norte traen a sus cabras y
vacas a los campos para alimentarse, y tenemos recompensas. Ellos siempre traen
extra, como el diezmo, porque permitimos que utilicen los campos. Un buey
puede alimentar a un dragón durante más de un mes. —Se echó hacia atrás,
cubriendo un brazo alrededor de la espalda de la silla de Camille—. En algún
momento, voy a llevarte a casa a conocer a mi madre, amor.
Ella palideció.

—Después de conocer a tu padre, no estoy segura de cuánto ansío eso.


—Mi madre es mucho más agradable que Hyto. —Ahumado le sonrió, pero
luego una mueca cruzó su cara—. Si él se acerca a ti, va a morir. —Hyto había
amenazado con violarla y devorarla cuando se conocieron.
En ese momento, Jonas apareció en la mesa con un carrito cubierto de
platos. Cuencos repletos de estofado de carne, unas gruesas barras de pan y una
olla de mantequilla, una rueda de queso, un pastel de manzana y una jarra de
cerveza, que pronto posó frente a nosotros. El aroma ascendente hizo rugir mi
estómago. Mi última comida había sido el almuerzo.

Howl hizo señas al camarero para que arrimara una silla.


—Siéntate un momento. Buscamos información para nuestro viaje.
Puesto que nadie en su sano juicio rechazaba a un Señor Elemental, Jonas
estaba más que dispuesto a hacerlo. Echó un vistazo al resto de nosotros.
—¿Cómo están? Soy Jonas y soy el dueño de esta posada. —Nos miró por
turno, y cuando su mirada se posó en mí, se detuvo—. Usted me parece familiar.
¿Nos conocemos?

Luché por entrar en la posada, mi mochila era tan pesada que ya no podía
sentir nada en mis piernas o brazos. De alguna manera, había descendido por la
montaña a pesar de mi dolor y humillación, aunque en un punto podría jurar que
había tenido la ayuda de un espíritu hermoso al cruzar un abismo, y en otro, 28
pensé que me había quedado dormida en la nieve.
Pero cuando abrí los ojos, estaba sentada en las escaleras de la posada, así
que debo haber caminado dormida o el dolor era tan fuerte que había borrado mi
memoria. Me levanté y entré por la puerta para encontrar la sala casi vacía.
El posadero, un enano, me vio cuando tropecé y caí hacia adelante. Salió
precipitadamente, acogiéndome entre sus brazos, y cuando grité, él me llevó
suavemente a una habitación y llamó a su esposa. Nos dejó solas mientras ella
me quitaba la ropa, bañaba y trataba mis heridas, todo en silencio.
Cuando terminó de colocar el último vendaje en su lugar, ella me cogió la
mano y me miró a los ojos.
—Ishonar deja ronchas horribles, a pesar de que la piel no se rompe.
Alguien te ha hecho daño. ¿Quieres contárnoslo? Hay remedios que pueden
tomarse...
Sabía que los Hombres del Norte se mantenían unidos, enanos, humanos y
Faes por igual. Pero, ¿cómo podría yo pedirles ir contra un templo que era parte
de su cultura? Negué con la cabeza.

—No... No... No hay nada que hacer. Tengo suerte de haber llegado aquí
con vida.

—¿Estás segura?

Sostuve sus manos, mirándola fijamente a los ojos.

—Estoy segura. Tengo que estar segura. Por favor, no me preguntes más.
—Entonces vamos a dejarte descansar. Te traeré la cena y una bebida.
¿Supongo que te diriges hacia el Portal?
—Lo primero que haré a la mañana. —Cuando busqué en mi bolso, para
pagarle sus honorarios, ella rechazó la moneda.
—Eres una extraña en necesidad. Descansa ahora y te traeré la comida.
Y así lo hizo. Comí estofado, pastel de carne picada y pan fresco, y cuando
29
terminé, apuré la pinta hasta dejarla seca. Ella debió de haber puesto hierbas
curativas en la cerveza porque para cuando terminé, me estaba quedando
dormida, y por primera vez en varias semanas, dormí sin dolor. Dormí sin
sueños.

Miré a Jonas a los ojos y le sonreí lentamente. ¿Debo decir algo? ¿Era yo la
misma elfa que había bajado de la montaña ansiando aún morir? ¿Él y su esposa
aún me recordarían?

—Usted y su esposa me prestaron un gran servicio hace 600 años —le dije
en voz baja—. Su esposa lavó mis heridas, las vendó, me alimentó y me ayudó a
dormir sin dolor por primera vez en un largo tiempo. Ojalá me dejase darle algo
por la amabilidad que me mostró y devolverle el favor.
—¿Mi esposa? —Jonah parpadeó—. Althea murió hace casi doscientos
años. —Él dejó escapar un largo suspiro y sacudió la cabeza—. Usted me parece
familiar, pero no más que eso, me temo que no recuerdo mucho de lo que
ocurrió hace mucho tiempo. Gracias, sin embargo, por recordarme la criatura
gentil que era mi esposa. Los animales venían a ella en busca de ayuda cuando
estaban heridos. Llegaron hasta a comer de sus manos. Los trataba y los
mantenía en los establos hasta que estaban listos para regresar a la vida salvaje de
nuevo. —Se pasó la mano por los ojos—. La echo de menos.

— ¿Qué pasó? —le pregunté en voz baja.

—Un hombre lobo se la llevó. La rasgó en pedazos. Encontré sus restos.


—Se estremeció.
—Lo siento mucho. —Me sentí mal por sacar el tema.

Camille se dio cuenta y saltó.


—Este guiso es increíble. ¿Puedo preguntar de qué carne es?

Jonas movió la cabeza, inhalando profundamente.


—Buey…el animal preferido por aquí. Añadimos raíz, verduras: zanahorias, 30
patatas y nabos. Rica salsa y cebollas.

Howl dejó su cuchara.


—Estamos viajando a los campos de hielo. ¿Sabes de la sombra que está al
acecho en las faldas de Hel?
—Sí... No me diga que se dirigen a desafiarlo. Hemos perdido tantos por la
sombra negra de Hel. Pero claro… usted es un Señor Elemental —se apresuró a
decir Jonas.
—Lo soy. Y conmigo tengo un dragón, una bruja, un íncubo, y tu amiga…
la Talon-Haltija. En verdad, es su lucha, pero vinimos a ayudarla. —Howl frunció
el ceño—. ¿Has oído informes últimamente de la criatura de la sombra?

Jonas ahora me estaba mirando serio.


—¿Talon-Haltija? —Parpadeó rápidamente y deslizó su silla hacia atrás—.
Hubo informes, muchos cientos de años atrás, de una poderosa sacerdotisa, una
elfa, que hizo un mal uso de sus poderes, y el resultado... fue la creación de la
criatura de la sombra. ¿Es usted ella? ¿Usted fue la Ar'jant d' tel que fue
deshonrada y echada del templo de Undutar?

Mis mejillas ardían.


—No sé si fui la responsable de la sombra… jamás nada pudo ser probado
y nunca he sido capaz de recordar exactamente lo que sucedió. Pero sí, soy Iris, y
yo era Ar'jant d' tel… la Elegida de los Dioses, la paria del templo. —Me mordí
el labio, rezando para que no se arrepintiera de haberme ayudado hacía tantos
años—. Vengo en busca de la verdad. Para limpiar mi nombre o aceptar mí
castigo, cualquiera que sea el caso.
Ahumado se inclinó sobre la mesa.
—Tenemos que dormir. Guarda tus preguntas hasta más tarde, enano. Iris
es una honorable amiga mía y yo soy Dragón. No albergues pensamientos con
los cuales yo no simpatizaría. ¿Entiendes?
Los ojos de Jonah se abrieron como platos.

—No hay problema, Señor Iampaatar. Yo sé quién es usted. —Se volvió


31
hacia Howl—. En cuanto a su pregunta, sí, la sombra ha estado activa
últimamente, de hecho, se llevó a una muchacha del pueblo de la gente Edanuwit
recientemente. Ellos la encontraron, con su fuerza vital drenada y su cuerpo
destrozado.

—¿Cómo saben que fue la sombra?


—Eso deja un residuo mágico. Si ustedes van a buscarla, seguramente la
encontrarán. —Y luego Jonas nos dio las buenas noches y se fue de nuevo a la
barra.
Terminé mi comida pero me sentí terriblemente consciente de mí misma.
Estaba claro que nuestra conversación había sido escuchada. El resto de los
clientes nos esquivaba, lo que probablemente era lo menos malo, pero me hizo
sentir como si tuviera un gran ojo rojo de buey pintado en la espalda, o una letra
escarlata en mi frente.
A medida que nos dirigimos hacia arriba, a la cama, no pude dejar de
esperar que, cuando —si— se demostrara mi inocencia, cada persona que me
había lanzado miradas heladas se enteraría de eso. Y en un rincón de los castillos
en el cielo de mis deseos, yo quería una disculpa de cada uno de ellos.

La mañana nos vio en el camino al romper el alba, después de una buena


comida de huevos, tocino, pan, queso y sopa. La red de senderos que unen los
pueblos de las Tierras del Norte era un asunto impreciso, abriéndose y
cerrándose con las tormentas que asolaban por las montañas. Nos desviamos en
una bifurcación que nos llevaría a las Faldas de Hel, un campo de hielo que se
reforzaba contra el Glaciar de Odín. Al parecer, Vikkommin lo había elegido para
hacer su hogar.
—¿Vikkommin te ha estado siguiendo desde hace años? —Camille luchaba
por mantenerse en pie. El sendero era dificultoso, con grandes placas de hielo
cristalizado en la superficie. En algunos lugares, una rocas pequeñas del tamaño
de mi cabeza estaban enterradas en la nieve a una profundidad suficiente como
para tropezar con ellas. 32
—Tú lo viste… aquella vez, cuando vinculamos nuestras mentes. Me ha
estado siguiendo desde hace cientos de años, desafiándome a regresar. Creo que
él cree que fui yo la que lo creó. Viene a mí en mis sueños, en busca de venganza.
Cuando giramos la esquina, nos encontramos en un bosquecillo de árboles.
El bosque era oscuro y antiguo, pero al menos no seríamos tan golpeados por los
elementos.
Howl me miró.
—Vengan. Debemos pasar por el bosque a toda prisa. —Él se agachó bajo
las ramas de un cedro de baja altura, lo que desencadenó una lluvia de nieve
desde las partes altas de los árboles.

Miré hacia atrás, a Camille, que me dio una sonrisa valiente.

—Lo siento…te he pedido demasiado. Esto puede no ser muy agradable.

—Eres de la familia, Iris. Ahumado y yo estábamos encantados de venir.


—Así es —dijo el Dragón, besando la coronilla de la cabeza de Camille—.
Nos habríamos preocupado tremendamente contigo aquí afuera sola.

—Ídem —dijo Roz.


Y así, después de un largo suspiro, seguí a Howl en las profundidades del
bosque cubierto de nieve, con los otros detrás de mí. En algún lugar a la
distancia, el sonido del aullido de los lobos llenó mis oídos. Era un canto de
peligro, y yo sabía que estaban cantando para mí.

33
Capítulo 3
L as ramas del árbol tejían un entramado cubierto de nieve sobre
nuestras cabezas cuando entramos en el Bosque Blanco. El sendero
se inclinaba en una cuesta empinada. No habría ninguna tregua a
partir de ahora mientras subíamos hacia las Faldas del Hel.
Durante el verano, los abedules brillaban, sus hojas de color verde brillante
destacaban contra los troncos blancos. Pero durante el invierno, eran estériles,
alojados entre el cedro y el abeto, como un recordatorio de la temporada hace
mucho tiempo pasada.
Las criaturas que vivían en el Bosque Blanco, eran retorcidas y antiguas —
Fae Antiguos como la Mujer Blanca y Jack-A-Johnny, Blue Manan y Swirling
Devon. También había un montón de Cryptos que hacían de este bosque su 34
hogar: trolls, ogros y otros aún más aterradores.
Nos trasladamos en silencio a lo largo del camino. Me di cuenta de que
Camille estaba teniendo dificultades con eso —ella podía ser medio-Fae y tener
mucha resistencia, pero la marcha era difícil y el camino ya le estaba cobrando un
peaje. Utilizaba su bastón de madera de tejo para caminar con un buen propósito,
manteniéndose equilibrada mientras bordeaba los peores parches de hielo en
nuestro ascenso.
Cuando entramos en el corazón del bosque, con el campo de nieve detrás
de nosotros y las Faldas del Hel todavía muy lejos, empecé a notar el silencio del
bosque. Pocos pájaros se quedaban durante la temporada. Aquí y allá, un crujido
en el bosque advertía de un animal. Dos veces, Howl se detuvo para dejar salir un
fuerte aullido de lobo. Sus aullidos resonaron a través del bosque, reverberando
en el centro de mi corazón.
—¿Qué les dices?
—Que su Maestro está aquí. Que todos los extranjeros que andan conmigo
están bajo mi protección y no son comida. —Howl me sonrió—. Los lobos
escucharán a pesar de que su hambre es muy voraz, y buscan carne fresca. Pero
los otros… tal vez no. No cuenten con que mi presencia ofrecerá protección
contra toda criatura que hace de este bosque su casa.

Parpadeé.
—Pero definitivamente ayudas. Como mi abuela solía decir, "cuando los lobos
están en la puerta, mejor tener a su Rey sentado en el interior por el fuego".
—Tu abuela era una mujer sabia. —Él parecía más cómodo ahora que
estábamos en el bosque, dando zancadas, alto y fuerte, sus pieles apenas
protegían su pecho desnudo. El frío no parecía molestarle, la nieve no lo
perturbaba. Sus pies estaban envueltos en botas de piel gruesa, y sus pantalones
estaban cosidos con cuero curtido—. Así que, señora Iris, dime, ¿valdrá la pena
este viaje, en caso de que rompas la maldición que está tan pesadamente sobre
tus hombros?
Me encogí de hombros.
—En mi cultura, ser madre es el llamado más alto que una mujer puede 35
tener. Nosotras somos los que mantenemos viva la raza, somos la fuente de la
historia. Las mujeres estériles no están condenadas al ostracismo, pero esas que
han sido afectadas con la esterilidad por la maldición son compadecidas, y yo soy
una paria. Cuando fui a casa después de que el templo me excomulgó, nadie en
mi familia me habló. Me dieron comida y refugio, pero se mantuvieron en
silencio. Ellos no querían reconocerme, así que me fui. Encontré una familia de
granjeros que necesitaban ayuda, que no se preocupaban por mi pasado.
—¿Los Kuusis? —Camille caminaba lo suficientemente cerca para
escucharme.

Asentí.

—Los Kuusis. Eran completamente humanos y no les importaba si mi


cabello estaba corto, nunca preguntaron por mi pasado o mi falta de familia. Me
llevaron con ellos y me dieron refugio y amistad.
—¿Cómo fuiste a trabajar para ellos? —Ella estaba usando su bastón para
clavarlo en la nieve y propulsarse.
—Me fui de casa después de una estancia incómoda y emprendí mi propio
camino. Cuando me cansé de caminar, las primeras semanas dormía a la
intemperie, y afortunadamente no pasó nada. Pero luego encontré una granja. Me
colé en su granero aquella noche y temprano por la mañana Kustaa, el padre, me
encontró. —Suspiré suavemente, recordando esa mañana.
—¿Qué hizo? —preguntó Howl—. Por cierto, ¿sabes que soy conocido por
el nombre de Aatu en Finlandia?

Fue mi turno de sonreírle.


—Sí, lo sé, grande y noble lobo. No eres sólo Aatu, sino él Aatu. De todos
modos, cuando Kustaa me encontró, preguntó quién era yo. Escogí un nombre:
Iris, que era mi flor favorita, y le dije eso.
Camille se detuvo en seco.

—¿Tu nombre no era Iris desde el principio?

Negué con la cabeza, decidiendo que bien podría decirle la verdad.


36
—No, mi nombre era Pirkitta, pero tenía miedo de que mi reputación
pudiera haber traspasado las Tierras del Norte. Las noticias de los templos a
menudo lo hacían. Así que escogí mi flor favorita, y luego, cuando vine a los
Estados Unidos, utilicé la forma occidental para eso.
—Entonces, ¿cómo fue el proceso hasta llegar a trabajar para los Kuusis
después de que te agarraron escondiéndote en el granero? —Ahumado se detuvo
junto a un árbol que había caído sobre el camino y, con un gesto de mi parte, me
levantó sobre ello como si fuera a levantar un bebé fuera de la cuna. Él hizo lo
mismo con Camille, y luego saltó ligeramente sobre el tronco.
Ahumado se había cambiado su característica gabardina blanca larga hasta
los tobillos por una capa larga de piel blanca hasta los tobillos que ondeaba a su
alrededor. Rozurial llevaba una capa de piel negra, y debajo de ésta llevaba sus
capas élficas mágicas. Yo tenía mi manto sobre mi parka y Camille llevaba la suya
por encima de su túnica hecha de la piel del unicornio negro.

Cuando todos estuvimos al otro lado del árbol muerto, le respondí.


—Le dije a Kustaa que necesitaba un trabajo, que había perdido a mi familia
en una tragedia y que estaba por mi cuenta. Él reconoció que era una elfa
domestica y me ofreció un lugar en su familia, ayudando a su esposa con los
niños y los jardines. Tenía una actitud tan amable... —Cerré los ojos, recordando
su suave voz que parecía tan fuera de lugar contra su exterior robusto—. Yo no
pude evitar decirle que sí. Tenían diez hijos, y los padres de su esposa vivían con
ellos, así como una hermana y un hermano solteros.
—Eso es un montón de trabajo —dijo Camille.

—Oh, lo era, pero me trataron justamente y nunca me levantaron una


mano. Kustaa y los hombres se iban de caza por semanas, mientras las mujeres
vigilaban los fuegos en el hogar. Yo estaba acostumbrada al trabajo duro del
templo, teníamos que cargar con nuestro propio peso allí además de aprender
todo de nuestra magia, por lo que no era mucho esfuerzo ayudar a los Kuusis.
Así que me quedé.

—Te convertiste en parte de su familia —dijo Roz con una sonrisa suave
en los labios. 37
—Sí, y si me hubiera casado y tenido hijos, estaríamos vinculados como
una familia con ellos. Esa es la forma en que funciona cuando perteneces a una
de las razas de elfos domésticos. Nos encanta ayudar, somos gente hogareña en
general.
—Te quedaste durante mucho tiempo, señora Iris. —Howl me miró. No
me había dado cuenta de que había estado escuchando y me sentí un poco
cohibida.
—Lo hice. Mientras pasaba el tiempo, los niños crecían. Una de las hijas se
casó y su marido se mudó a la casa, y criaron a sus hijos allí... y me quedé después
de que Kustaa y su esposa murieron. Me alojé durante más de cuatrocientos años,
hasta que el último de su linaje murió.

Camille se mordió el labio, luciendo como si quisiera llorar.


—¿Cuando te fuiste?
—Me fui en 1875, después de enterrar a las varias-veces bisnieta de Kustaa.
Había muerto soltera, la última de su linaje que se había quedado en el pueblo.
Hay otros de la familia, sin duda, pero se dispersaron hace mucho. La enterré en
el terreno de la familia, luego tomé el dinero que había dejado y algunos tesoros,
dejé la puerta abierta para cualquiera que necesitara una casa y me alejé.

Recordaba ese día… me había sentido tanto libre como triste. Triste de ver
a una familia llegar a su final. Triste de decir adiós a la casa sólida donde había
vivido por cuatrocientos años, una casa que había ayudado a reconstruir y
renovar una y otra vez en años.

—Desde ahí viajé a España y cogí un barco a Londres, y desde allí emigré a
Canadá. Me quedé en lo que ahora es la Columbia Británica por más de noventa
años. En 1970, empecé a sentir un tirón, como si tuviera que recoger las cosas y
mudarme de nuevo. Y así llegué a Seattle y me instalé, viviendo como una del
pueblo pequeño… el pueblo pequeño de los completamente humanos. Y
entonces los portales se abrieron y pude salir del closet. Y te conocí.
Miré a Camille y le sonreí con los ojos llenos de lágrimas. Hay tantas cosas
que habían pasado con los años, pero yo apenas estaba entrando en el mejor
momento de mi vida en lo que respecta a mi pueblo. Todavía era joven y era 38
considerada bonita, a pesar de que había pasado tanto por mi vida. Mi cabello
hacía tiempo que había vuelto a crecer y lo mantenía largo hasta los tobillos,
todas las noches cepillaba las hebras doradas con cien pasadas y luego lo tejía en
largas trenzas. Había mantenido una buena figura, y Bruce —mi novio duende—
quería casarse conmigo y tener hijos.
Es por eso que estoy aquí, pensé. Bruce necesita tener hijos para continuar con su
apellido. Yo no se los puedo dar hasta romper la maldición.

Camille se arrodilló a mi lado y me tomó en sus brazos.


—Ojalá no hubieras tenido una vida tan dura. Ojalá hubieras sido capaz de
permanecer en el templo… pero entonces yo no te habría conocido y ese sería mi
mayor pesar.
—Lo sé —le dije en voz baja, dándole palmaditas en la espalda—. Pero en
verdad, los Kuusis fueron maravillosos para mí…oh, hubieron algunos que
preferiría no haberlos conocido… pero siempre me trataron como una de sus
parientes. Y nunca los olvidaré. Yo los honro llevando su nombre.
—Ven… tenemos que avanzar. Está demasiado frío para quedarse quieto y
tenemos un largo camino por recorrer. —Howl asintió con brusquedad, pero sus
ojos eran amables.

Empezamos de nuevo, y mientras caminamos con dificultad, la nieve


comenzó a caer en serio. Escamas delicadas que llenaban el aire como un encaje
que entrecruzaba el camino. Caía por las celosías de las ramas, caía a través de los
espacios abiertos, caía en silencio y suave, acumulándose en capas suaves.

Mientras caminábamos, un silbido débil resonó a través del bosque y


entonces pude oírlos —el tocar de gaitas resonando en la distancia. Una voz de
mujer gritaba, cantando en un idioma que yo no podía reconocer, pero su
canción me perseguía, rebotando en los árboles. Aunque no podía entender las
palabras, sabía que ella cantaba por el amor perdido, y pruebas no enfrentadas y
desafíos perdidos.
La canción comenzó a abrirse paso en mi corazón y yo sólo podía pensar:
¿para qué seguir? ¿para qué molestarme en intentarlo? Todas las cosas se perdían al final,
la muerte nos reclamaba todo, entonces ¿por qué tratar de ganar? Toda victoria 39
era poco profunda, y los huesos de los vencedores yacían blanqueados como la
nieve que nos rodea. ¿No sería más fácil simplemente sentarse aquí y escuchar la
música para siempre? ¿No sería más fácil dejar ir el pasado y olvidarse del futuro?
Tropezando, me caí de rodillas y me encontré a la deriva en un banco de
nieve. Me quedé mirando tristemente mientras Camille se inclinaba sobre mí.
—¿Iris?¡Iris! Sal de esa ilusión… tienes que ponerte de pie. Vas a congelarte
si no consigues moverte.
—Pérdida, todo es pérdida —le dije, queriendo hacerle entender. El gusano
había roído su camino hasta mi corazón y no podía ver nada más en el futuro.
Todo se sentía contaminado y podrido.
—Despierta, despierta y baila otra vez, hermanita —dijo Howl,
arrodillándose a mi lado. Pasó la mano por mi rostro y parpadeé ante el calor. Él
era tan cálido, tan vibrante.
—Cómo puedes ser… tú eres uno de los Señores Elementales del
Invierno... no puedes ser tan cálido y vivo...
—Pero lo soy. Soy Aatu también conocido como Howl, Señor de la
Manada, el Gran Espíritu Lobo de Invierno. Mi gente vive y ama bajo las nieves
del invierno, juegan y se aparean, y se alimentan y cantan a la luna. Lloran a los
muertos, pero no lloran la vida. Ven, hermana, levántate y recuerda tu viaje. El
Espíritu Cantante te tiene a su alcance y debes alejarla. Tapa tus oídos si tienes
que hacerlo, pero no dejes que se filtre en tu corazón y te arrastre lejos de
nosotros.
El calor de su carne comenzó a pulsar sobre mi piel y tomé aliento. El frío
era tan fuerte y penetrante, que me hizo temblar y me sacudí la nieve de mi pelo.
Howl me puso de pie y me hizo girar, riendo. Mareada, le rogué que se detuviera,
pero él continuó el baile.
Mientras girábamos, los colores empezaron a girar a nuestro alrededor y se
convirtieron en un carnaval de la vista y el sonido. Su risa me contagió y yo no
pude hacer más que devolver la alegría. Y cuando me reí, la cáscara de hielo que
se había formado alrededor de mi corazón se rompió y cayó.
Cuando se detuvo, me abrazó fuerte, para que no me cayera, traté de 40
recuperar el aliento.

—¿Entiendes lo que pasó, Señora Iris? ¿Estás bien?


Negué con la cabeza, incapaz de hablar por la danza sin aliento.
—El Espíritu Cantante del Bosque Blanco captó tu atención. Ella debió
sentir tu dolor y el miedo. Ella es una cosa lúgubre, un espíritu poderoso que
juega con la emoción y conduce a los viajeros extraviados a sus muertes.
Obedeciendo a renunciar a toda esperanza, caen en una melancolía catatónica y
mueren de hipotermia.
—Estos bosques están verdaderamente malditos —dijo Ahumado en voz
baja—. Incluso el pueblo dragón tienden a evitarlos. Vamos, tenemos un largo
camino por recorrer y hay peligros por delante.
Mientras dejaba escapar un largo suspiro, sacudiendo la cabeza de nuevo
para aclarar mis pensamientos, un gruñido me llamó la atención. Los otros
también lo escucharon, por lo que me di cuenta, y de inmediato formamos un
círculo de espaldas contra espaldas.
—¿Tu pueblo? —le preguntó Camille a Howl.

—No, no son mi gente. Ellos nunca se atreverían a gruñirles a mis amigos.


No, me temo que vamos a estar enfrentando una manada más sangrienta que la
mía. —Él desenvainó un largo cuchillo con un hueso de colmillo por cuchilla.
—Trolls —le dije—. Reconozco la cadencia. Te apuesto cualquier cosa a
que tenemos sangre troll siguiéndonos.

—Oh, mierda. —Camille había luchado con trolls antes.


Se aclaró la garganta mientras Rozurial sacaba una espada y Ahumado hacía
crujir sus nudillos y sus uñas crecían en largas garras. Saqué mi varita de Cristal
Aqualine que yo había hecho, pero luego me di cuenta. Mi especialidad era la
niebla y la nieve mágica, pero eso no iba a funcionar aquí. Las criaturas que vivían
en estos climas estaban acostumbradas a la nieve y el hielo. Mis hechizos serían
inútiles en ellos.
Lentamente, retiré la varita y saqué un puñal que me había hecho para el
viaje. Le pedí a Carter, el medio demonio, medio-Titán investigador que 41
conocíamos, que la encantara con fuego y había puesto una llama por sobre ella.
Mientras esperábamos, los gruñidos continuaron, y luego salieron del
bosque unas sombras oscuras contra la nieve.
Trolls. Justo lo que pensaba. Dos de ellos. La única gracia salvadora que
tuvimos fue que no eran trolls-dubba, sino los trolls de las montañas en su lugar.
Los trolls-dubba eran de dos cabezas y duros como el infierno para matar. Los
Trolls de montaña eran todavía duros como el infierno para matar, pero al menos
sólo tenían una cabeza por cuerpo.

—Trolls —susurré—. ¿Puedo sugerir que acabemos con ellos rápido?


Tenemos un largo camino por recorrer y cuanto más pronto sean carne muerta,
más pronto podremos continuar avanzando. —No había duda de que
tendríamos que matarlos. Los trolls no eran del tipo que respondían si les pedías
¿porfis, podría dejarnos en paz?
Camille comenzó a preparar lo que sonaba sospechosamente a uno de sus
hechizos de magia de la Luna y yo di un saludable paso lejos de su lado. La magia
de la Luna de Camille a menudo era contraproducente y no era una buena idea
estar demasiado cerca cuando eso sucedía.

Ahumado dejó escapar un gruñido.


—No tengo suficiente espacio aquí para cambiar a la forma de dragón.

Howl negó con la cabeza.


—Hay sólo dos. Podemos luchar contra ellos. Y recuerda: El fuego los
perturba más rápido que cualquier otra cosa. —Levantó su cuchillo de hueso y
sacó una botella, rociando la hoja con algún tipo de aceite que olía
sospechosamente a naranjas. Un instante después, encendió la hoja y ardía con
una llama estable.
Los trolls retrocedieron, mirando la hoja en llamas. Entonces comenzaron
a venir hacia nosotros, uno por la derecha, otro por la izquierda, en un intento de
eludir a Howl y su espada crepitante.
—Aquí, veremos cómo les gusta mi tipo de juguetes —dijo Roz, buscando
dentro de su gabardina. El hombre llevaba una armería allí, me recordaba nada
42
menos que a un exhibicionista de armas enloquecido o a Neo de Matrix. Sólo que
con Rozurial, una buena parte de las armas que llevaba eran mágicas. Él tenía una
Uzi en miniatura, pero la guardaba para momentos especiales.
Roz sacó una pelota pequeña que era tan roja como el lápiz labial de
Camille. Oh, diablos, yo sabía lo que era eso. ¡Bomba de Fuego! Retrocedí
rápidamente mientras él tiraba de la mecha y la lanzaba.
La bomba cayó cerca de uno de los trolls, quien al parecer nunca había
visto una antes, y decidió recogerla. El troll, una bolsa de piel verrugosa gris de
más de dos metros de altura, giró la bola en la mano y de inmediato se la metió
en la boca.
—Fuego en el hoyo, ¡literalmente! —gritó Roz y todos nos volvimos de
espalda para proteger nuestros ojos cuando una explosión sacudió la zona.
El troll se quedó allí por un segundo, registrando lo que pasó, y luego dejó
escapar un grito de dolor que rebotó por el bosque. Cargó hacia adelante,
tambaleándose, agitando los brazos como dos mazos gigantes.
—¡Cuidado… está herido y es peligroso! —mientras me hacía a un lado,
tratando de averiguar cómo podía entrar en la batalla, Ahumado echó a correr y
rebanó su vientre, sus largas garras aniquilaron a la criatura. El hedor de las
entrañas derramadas emanó del suelo, silbando en la nieve como vapor en el
lodo. Me tapé la nariz. El olor pútrido era suficiente para hacerme perder el
desayuno, así como la cena de anoche.
Howl le dio un largo golpe con su espada llameante y cortó el costado del
troll, terminando el trabajo. El monstruo comenzó a caer y él estaba cayendo en
mi dirección. Me apresuré a ir hacia la izquierda, justo cuando el troll golpeó el
suelo. Si yo hubiera sido más lenta, me habría aplastado y habría quedado tan
plana como un panqueque. Así las cosas, sus entrañas salieron chapoteando ante
él y me las arreglé para terminar con baba de troll en mi capa. Ewww. Eso iba a
dejar una mancha desagradable. La segunda de las criaturas cayó al suelo y
comenzó a transformarse en piedra. Los trolls de montaña siempre se convertían
en piedra cuando morían.
—¡Aaghh! —Dejé escapar un largo suspiro. Algo me decía que yo no
estaba a punto de salir indemne, pero si las tripas de trolls eran lo peor de todo, 43
tendría suerte.
Su hermano, aparentemente decidió que era hora de cobrar y vino
desbocado a la refriega. Camille soltó una bola de energía de la Madre Luna que
rebotó contra la cabeza del troll, dejando una mancha ardiente en su piel que
crepitaba como el tocino a la parrilla. El troll número dos gritó y dio un
puñetazo, golpeando el suelo justo delante de ella. La onda de choque la envió
volando hacia atrás y aterrizó en un espeso banco de nieve.
Ahumado se perdió, cargando furioso y rastrillando con sus garras a lo
largo del brazo de la criatura mientras Howl lo flanqueaba por el otro lado con su
espada flamígera. Rozurial sacó un frasco y lo envió volando a la ropa del troll.
Un momento después, las pieles que el troll llevaba resplandecieron, estallando y
silbando cuando el fuego se propagó. El troll se tambaleó hacia atrás, pero luego
vaciló y de pronto se dirigió hacia mí.
Grité y corrí. Si saltaba a la izquierda, iba a terminar saltando sobre el
costado del camino a un barranco profundo, y no estaba segura de qué tan lejos
llegaba. Un salto hacia la derecha y me estamparía contra un árbol. Corrí
montaña abajo con el troll en llamas tambaleándose detrás de mí, gritando por el
dolor de sus heridas mientras las llamas se avivaban.
Ahumado zigzagueó por delante de la criatura y me cogió en sus brazos.
Cuando llegamos a una parte de la ruta con una entrada, se desvió hacia un
costado hasta que estuvimos fuera de la trayectoria del troll. La criatura se
mantuvo en el sendero, cuesta abajo por el camino, sacudiéndose contra las
llamas e incrementando su furia con cada golpe.

Rozurial apuntó con una ballesta de mano y la flecha voló certera,


perforando la espalda del gigante. En cuestión de segundos, el troll cayó de
rodillas, y luego se desplomó hacia delante, muerto.
Eché un vistazo a Roz.
—¿Qué había en esa flecha?
—Veneno de acción rápida —respondió—. No la utilizo a menudo, pero
siempre mantengo alguna cerca. —Me lanzó una sonrisa suave y comprendí: a
pesar de lo peligrosos que eran los trolls, a pesar de que no habíamos tenido más 44
remedio que luchar, a Roz no le gustaba ver sufrir a las criaturas. Había sacado al
troll de su miseria, tan pronto como le fue posible. Se arrodilló junto al cuerpo
gigantesco, viendo como se solidificaba en piedra.
—Bueno, ahora ninguna criatura se verá tentada a comer la carne. Ese
veneno viaja a través del cuerpo y puede ser absorbido a través de una herida
abierta o por el consumo de la carne muerta.
Se puso de pie y, junto con Ahumado, caminamos de regreso adonde
Camille y Howl estaban de pie. Howl apagó su espada en la nieve y luego la
deslizó de nuevo en la funda. Las garras de Ahumado se acortaron de vuelta
hasta ser uñas. Todos nos quedamos mirando los cuerpos de piedra.

—Bueno, eso fue algo excitante de lo que podríamos prescindir —dijo


Camille. Miró hacia mí—. ¿Estás bien?

Asentí.
—Sí, pero no está muy bien que no haya podido hacerles mucho a ellos,
porque toda mi magia está basada en la nieve y el hielo. Incluso mi varita está
centrada en las energías del norte y aquí hay muchas criaturas que tienen una
resistencia contra la magia de su entorno. Tengo esta daga, tiene un toque de
fuego en ella, pero ¿contra los trolls? No es tan fuerte. En serio, necesito ampliar
mi repertorio.
—Vamos —dijo Howl—. Hay suficiente tiempo para hablar por el camino.
Debemos estar fuera de este bosque al anochecer o corremos el riesgo de que el
brillante Skalla caiga sobre nosotros. Ellos viajan a través del Bosque Blanco en la
noche buscando a sus víctimas.

—¿Qué son? —Camille se estremeció—. Sólo el nombre suena


desagradable.
—Son... calaveras. Pero no cráneos reales. Son los espíritus de los
asesinados en el bosque y se alimentan de los viajeros. Ellos no descansan, ni
pueden ser puestos a descansar mientras sus restos yacen ocultos dentro de este
bosque. —Howl me miró—. Tú sabes del Skalla.
Asentí lentamente.
45
—Ellos eran bien conocidos en el templo. El bosque aquí es viejo, ha
absorbido la energía de muchas guerras y la energía de las Faldas del Hel se filtran
a través del suelo del glaciar en las alturas. Algunos dicen que existe una gran
boca al Inframundo en el corazón del bosque.
—Una boca al Inframundo... ¿Crees que eso podría tener algo que ver con
Vikkommin? —preguntó Camille—. Ya que ahora vive en la sombra, ¿podría eso
estar alimentándolo?

Fruncí el ceño. Yo nunca había pensado en eso.

—Él no lo creó, si es eso lo que quieres decir. El desgarro al Inframundo


eran rumores que ya estaban allí cuando llegué por primera vez al templo. Cada
vez que un grupo viajaba desde los portales al templo, siempre había rumores de
roces con las criaturas si cruzaban el bosque de noche. Pero eso no quiere decir
que no puede haber desempeñado un papel en lo que pasó con él.
—¿El templo te dijo exactamente lo que le sucedió a Vikkommin? —Roz
iba detrás, protegiendo la retaguardia.
—Ellos nunca lo supieron realmente. —Yo había analizado una y otra vez
la historia con Ahumado y Camille, pero tal vez había algo que se me estaba
escapando—. Su cuerpo fue despedazado…esencialmente vuelto al revés, como
hice con los guardias en el primer refugio de Stacia. Pero su espíritu estaba
incrustado de alguna manera en una gran sombra y los dos se fusionaron. Sé que
Vikkommin no puede salir, no en cuerpo, porque la sombra es corpórea y está
atada a esta área, pero él puede viajar en el astral.
—Camille, ¿qué sabes sobre las formas de sombra? ¿Te ha enseñado Morio
alguna cosa? —preguntó Roz.

—Sí, en realidad. —Ella frunció el ceño—. Hay muchas formas de sombra,


pero la mayoría se crean a partir de entidades astrales y no de espíritus de Faes o
de mortales. Hay algunas sombras, sin embargo, que no tienen conciencia. ¿Tal
vez lo que sea que pasó con Vikkommin lo atrapó dentro de uno de esos? —
Volviéndose hacia mí, preguntó—: ¿Alguna vez has tenido la sensación de que
hay alguien más allí con Vikkommin?
Su respiración salió en pequeñas bocanadas. La temperatura no iba a subir 46
más, a pesar de que todavía estábamos a media mañana. Me estremecí y miré al
cielo. Nieve en el horizonte… podía sentirla en mis huesos y, efectivamente,
antes de que pudiera responder, una capa fina de copos empezó a caer
suavemente a la deriva hacia el suelo.

Negué con la cabeza.


—No, lo puedo decir con certeza. Se ha vuelto loco durante los siglos, pero
es él y sólo él.
—Entonces yo diría que eso es lo que pasó. Lo que lo arrancó de su
cuerpo, lo echó en una de las formas de sombras vacías. Algo así como un
cangrejo ermitaño, tirando de la concha de otro cangrejo.

—Él no se hizo esto a sí mismo, ¿verdad? —dijo Ahumado.


—¿Por qué haría algo así? —Camille le dio una sacudida de cabeza—. Eso
no tiene sentido. Pero tal vez... ¿estaban otras Sacerdotisas celosas de ti? ¿Tal vez
una mujer enamorada de él? ¿O alguien que quería el cargo de Alta Sacerdotisa?
¿Podría haber sido una trampa para que te dieran, a lo sumo, una patada fuera del
templo? En el peor de los casos, te hubieran matado, y de cualquier manera, su
camino estaría despejado.
—Los Ancianos pensaron en eso. Interrogaron a todos bajo los hechizos
de la verdad. Una vez que te comprometes con Undutar, si dices una mentira,
puede ser detectada. Podemos ver a través de la ilusión. —Por mucho que
quisiera esperar eso, yo sabía que no era la respuesta. No, a menos que alguien se
las hubiera arreglado para engañar a todo el Consejo de Ancianos.

Hizo una pausa para mirar al cielo.


—Estamos entrando en una tormenta. Hasta yo puedo sentirla. ¿Cuánto
más lejos tenemos que ir hasta que salgamos del bosque?
—Este camino nos llevará a la salida por la tarde. Estamos en la parte más
estrecha del bosque y llegaremos a las Faldas de Hel al caer la noche. —Howl
siguió adelante, caminando más rápido—. Aunque tenemos que darnos prisa. La
nieve amenaza con una caída espesa y el suelo estará áspero.
—¿Hay una posada al otro lado? ¿O un alojamiento de cualquier tipo? 47
Estaremos saliendo cerca de la caída de la noche, y el clima está destinado a ser
duro esta noche. —Roz ajustó más su capa de piel sobre sus hombros.
Howl sonrió tan suavemente que apenas pude verlo en la ráfaga de copos.
—Tendrás que pasar la noche en una de mis cuevas, con mi Manada
familiar. —Después de una pausa silenciosa, él retomó la marcha.
Capítulo 4
T
emprano en la tarde, estaba montada en los hombros de Ahumado
—la nieve había empezado a caer tan espesa que se amontonó casi
un metro en cuatro horas. Camille estaba luchando, Roz la ayudaba
en su camino forzoso, y Howl parecía nervioso. Teníamos otros
noventa minutos, según mis cálculos, antes de salir del bosque, pero la nieve
estaba aumentando y mi sentido del tiempo me decía que empeoraría antes de
mejorar.
—Sin embargo, no hemos visto lo peor de todo —dije desde arriba de los
hombros de Ahumado.
—Me temo que tienes razón —respondió—. Las tormentas de invierno
han comenzado en serio. Las Tierras del Norte son un lugar peligroso, una vez 48
que el otoño comienza a marcharse. Si es necesario, puedo transformarme y
sacarte volando, pero sería difícil con los árboles tan espesos de aquí.
El Bosque Blanco se había vuelto más denso, las coníferas se acumulaban
para crear una imagen perfecta del paisaje nevado, excepto por el hecho de que
estábamos en el medio de ella y que probablemente estaría nevado para el
momento en que encontráramos nuestro camino a la salida.
—Vikkommin solía venir mucho por aquí —le dije en voz baja—. Pasaba
mucho tiempo en el bosque, trabajando con los elementales de la nieve que
tienen su hogar aquí.
—Él lo hacía, ¿verdad? —La respiración de Camille era irregular e incluso
con su manto de unicornio y la capa élfica, sus dientes castañeteaban—. ¿Y el
templo lo aprobaba?

Negué con la cabeza.


—No tanto. No les gustaba que pasáramos mucho tiempo lejos a menos
que estuviéramos en la búsqueda de la visión o una misión oficial. —Cerrando
mis ojos contra los copos de nieve que lo impregnaban todo, recordé de vuelta la
primera búsqueda de la visión que había tenido. Y cómo me había llevado hasta
Vikkommin.

Yo era muy joven. Si hubiera sido humana, habría pasado apenas los
dieciséis años. Muchos años antes, las madres del templo habían llegado a la casa
de mi familia en Finlandia, poco después de que yo derramara mi sangre por
primera vez al mes.
—Tu hija está destinada a la Orden de Undutar. Hemos venido para
prepararlos, ella vendrá a las Tierras del Norte el próximo año a vivir con
nosotros.
Mi madre se había echado a llorar. No había negativa. Cuando los dioses
llamaban, respondías. Si los dioses querían a tus hijos, se los entregabas.
—¿Nunca vamos a volver a verla? —Madre envolvió sus brazos alrededor 49
de mí, y, sin palabras, apoyé mi cabeza contra su pecho. Nunca había esperado
que sucediera algo como esto, aunque yo había estado teniendo sueños sobre la
nieve, la niebla y las tormentas durante meses.
—Usted puede venir a visitarla en el templo una vez al año hasta que ella
tome su juramento de iniciación. Luego le toca a ella decidir si los invita o no.
Algunas de nuestras sacerdotisas prefieren dejar su antigua vida atrás para
siempre. Otros mantienen contacto con su familia.
La Sacerdotisa, que era tan vieja que ni siquiera me atreví a calcular su edad,
me sonrió suavemente. Estaba envuelta en un manto azul y blanco, y sus ojos
estaban cubiertos con las nubes de la edad. Ella viajó con los asistentes, así como
con un sacerdote más joven, y todos se sentaron en nuestra pequeña y acogedora
casa en el bosque.
Mi padre había ido a cazar tan pronto como los dejó entrar. Él se los había
quedado mirando, en silencio, y luego se fue sin decir una palabra. Todo el
mundo sabía que si los sacerdotes salían a reclamar a tus hijos, todo lo que podías
hacer era acceder.
La idea de la vida en un templo en lo alto de las Tierras del Norte me
aterrorizada tanto como me intrigaba. Nunca había tenido grandes aspiraciones,
sólo esperaba casarme y tener hijos y vivir como mi madre había vivido, y mi
abuela.
Madre hizo lo esperado. A través de las lágrimas, inclinó la cabeza hacia la
sacerdotisa.

—Es un honor que una de nuestra familia sea elegida. ¿Tenemos un año?
—Un año. —La Sacerdotisa, que una vez había sido humana, apoyó la
mano en un bastón de plata—. Pásela bien y disfrute del momento. Pirkitta estará
bien cuidada y ella gozará de todos los lujos que viene con ser una de las siervas
de Undutar. No necesita temer por su futuro, siempre y cuando pertenezca a
nuestra orden.
Y así, el año siguiente, besé a mi Ma y a mi Pa, a mis hermanos y hermanas
en despedida, y cuando la comitiva llegó a nuestro pueblo para llevarme a las
Tierras del Norte, todo el pueblo salió a despedirse de mí.
50
Traté de adormecerme cuando me metí en el trineo, pero mientras
viajábamos hacia los portales que llevaban a las Tierras del Norte, unas lágrimas
lentas se derramaron por mis mejillas mientras observaba alejarse detrás de mí,
todo lo que siempre había amado y conocido. Delante sólo me esperaba lo
desconocido. Todo estaba cambiando y no había vuelta atrás.
Muchos años pasé siendo educada tanto en la magia como la historia. Pero
finalmente... nuestro tiempo llegó.
Ahora era completamente una joven mujer, era el momento de que me
sometiera a mi búsqueda de la visión. La Señora Undutar, en su infinita sabiduría,
me susurraría y me diría la dirección en la que iba a pasar mi vida.

En el Solsticio de Invierno, fui llevada hasta las Faldas de Hel y


abandonada con sólo una delgada manta. Junto con otros cinco acólitos, me
trepé por la amplia franja de hielo, mirando hacia la cueva que conducía al
inframundo.
La Boca de Hel... el Bolso de Hel... las Puertas de Hel… la caverna era
llamada por muchos nombres. Hel no era de nuestra orden, no era de nuestro
panteón, pero la respetaba y se decía que durante el verano ella y Undutar bebían
té, y sus cubos de hielo eran los que se desprendían de los glaciares.
Busqué refugio —la noche iba a ser mortal a menos que pudiera buscar
algún tipo de protección contra los elementos y a los acólitos no se les permitía
permanecer juntos. Y entonces la vi: la pequeña abertura de una cueva, escondida
en el borde de un bosque. El Bosque Blanco estaba lleno de peligros, pero una
noche en el glaciar parecía aún más peligrosa.

Usé los sentidos que me habían enseñado a incrementar y me extendí,


examinando la cueva. Era pequeña, lo suficientemente grande para una persona y
estaba vacía. Nada se arrastraba en el interior. Aliviada, me deslicé por la ladera
del glaciar —medio deslizándome, medio caminando— y me metí por la abertura
al costado de la montaña.
La sensación de la tierra era sofocante a mi alrededor y me sentí ligeramente
claustrofóbica. Había estado trabajando con la niebla y la energía de la nieve
durante tanto tiempo que la tierra se sentía demasiado sólida. Pero me protegería
del viento amargo. 51
Mientras calmaba mis pensamientos y me di cuenta que, aunque estaba frío,
ya no estaba me estaba congelando, decidí acabar de una vez. No tenía idea de
qué esperar, saqué el frasco que mi mentora me había dado. Había mezclado la
poción ella misma, pasando tres días en aislamiento para hacerla.
—Pirkitta, esto te dará la posibilidad de entrar en el Tiempo del Sueño.
Esto llamará a la Diosa Undutar a ti, y ella te mostrará el camino de tu vida y te
dará tu verdadero nombre. Voy a ser capaz de sentirte mientras estás afuera en el
Tiempo del Sueño, pero no voy a ser capaz de ayudarte. Yo, sin embargo, seré la
persona que registre tu verdadero nombre en el libro histórico mayor del templo.
Me senté en la oscuridad, el olor espeso a tierra me rodeaba, amargo y
picante, y sostuve la poción contra mi pecho. Con una breve admiración por lo
que mis compañeros acólitos estaban pasando y si todos ellos estarían vivos en la
mañana, destapé la poción y vacié la botella.
En un primer momento, nada parecía estar ocurriendo, pero luego me di
cuenta de que era capaz de ver el interior de la cueva oscura como la tinta. El
suelo en sí estaba emitiendo un resplandor amarillo pálido, y con asombro recogí
un puñado y me lo llevé a la nariz, inhalando profundamente su rico aroma. El
escondite incómodo y congelado se había convertido en un cálido y acogedor
vientre, lleno del aroma a la lluvia fresca y a los páramos azotados por el viento y
la sopa caliente sobre el fuego lento.

Mi temor se desvaneció, me eché hacia atrás y cerré los ojos.


—¿Qué tienes que decirme, Señora? Te siento cada mañana cuando me
despierto, y tengo la sensación de que me cuidas todas las noches cuando me
duermo. Gracias por haberme traído a tu Orden. Gracias por elegirme.
Y luego, yo estaba de pie en un acantilado, con vista a un valle escarpado
por debajo. Todo estaba helado y cristalino, nevado hasta donde yo podía ver,
claro y brillante bajo un cielo pálido, y junto a mí había una mujer alta, de cabello
tan negro como la noche y unos ojos azules tan penetrantes como los míos. Ella
extendió la mano y el valle cobró vida con ciervos y liebres blancas, zorros y
cardenales que se lanzaban como dardos de árbol en árbol, su rojo era un canto
de sirena en la interminable vista blanca.
—Este es mi reino, esta es mi tierra. Y allí camina mi hija.
52
Una mujer joven, o ella podría haber sido antigua —no sabía decirlo, pero
mis sentidos gritaban "juventud"— caminaba por el campo, los animales se
reunían a sus pies mientras ella se deslizaba en silencio a través de la nieve. Su
cabello era largo y plateado, con toques de rayas violeta y su vestido era de gasa y
fino como el encaje. Levantó la mirada hacia nosotras y sonrió, saludando.
—La Dama de la Niebla —dije en voz baja, reconociendo de pronto a la
muchacha. Ella era un Señor Elemental o Señora, según pueda ser el caso—.
¿Ella es tu hija? No sabía que era una diosa.
—Sí, ella es mi hija, pero no es una diosa. Su padre es el Rey del Acebo, y
por lo tanto toma su lugar como una de los Inmortales. Incluso los dioses
mueren, pero los inmortales viven, para siempre, siempre y cuando viva el
mundo bajo nuestros pies. —Undutar se arrodilló a mi lado—. Te elegí por una
razón, Pirkitta. Tu camino no será ni fácil ni cómodo, no por un largo, largo
tiempo. Pero tú eres mía, y al final, todo evolucionará.
Y entonces ella me besó en la frente y la marca cantó a través de mí como
el sol de la mañana, calentándome, floreciendo en mi corazón, y yo sabía que la
amaría y cuidaría por siempre.

—¿Me aceptas, hija?


—Lo hago. Soy tuya, por corazón y alma, por la sangre y los huesos, por el
aliento y la vida. —Mi respiración se atascó en mi pecho. Lo que ella me pidiera,
era de ella. Si ella me mandaba que arrancara mi corazón y se lo entregara en un
plato, lo haría gustosamente.
—Entonces yo te nombro mi Ar'jant d'tel. Eres la Elegida de los Dioses, y
te entrenarás para el cargo de Alta Sacerdotisa. Serás mi encarnación en el mundo
y mi voz. Acuérdate de mí cuando los tiempos sean sombríos. Siempre estaré a tu
lado, sin importar lo que digan los demás.
Un zumbido de plata comenzó a llenar mi cabeza y traté de concentrarme,
pero me arrastró bajo las capas de niebla arremolinadas. Me levanté en el aire,
con los brazos extendidos, a través de las capas de roca, piedra, hueso y hielo,
hasta que todo a mi alrededor giraba con la niebla resplandeciente, un vórtice de
53
vapor, un torbellino de nieve silbante y mi corazón se sintió congelado, mientras
el hielo se aferraba a mi cuerpo, fusionándose con mi carne, hundiéndose
profundamente en mi sangre.
En mis venas, la lluvia se arraigó, helándose, mezclada con mi propia
esencia, cantando su magia en las células que componían mi cuerpo y mi alma, y
el mundo comenzó a expandirse. Tomé una profunda respiración mientras mi
señora me hacía dar vueltas y vueltas como una marioneta encadenada. Su risa
fluía como la miel en mis oídos, sus canciones eran el aliento de la sirena, y yo
sabía que no importaba que ella siempre estuviera conmigo, porque ahora yo era
parte de ella.

En el centro de mi ser, ya no estaba sola. Undutar estaba conmigo.


La alegría se arraigó, los copos de nieve giraron al compás de la música que
corría por el viento. Quería bailar y cantar. La Señora me había elegido, yo era su
esclava. Yo era Ar’jant d’tel…y algún día sería su voz.
Visiones de dirigir sus rituales en el templo, de caminar en su gloria por el
resto de mis días, de ser la Sacerdotisa Encarnada,se apoderaron de mí y dejé caer
mi cabeza hacia atrás y solté una rica y lenta carcajada.

En ese momento, me di cuenta de que alguien entraba en el campo de


visión, a través de los astrales de magia y niebla, y él era glorioso. Él no era un
elfo, sino humano, aunque bastante pequeño. Su largo cabello oscuro caía hasta
los hombros, y sus ojos eran piscinas de chocolate fundido. Era agradable de
rostro, aunque su mandíbula tenía un aspecto vagamente robusto en sí. Era de
complexión delgada, pero el poder en su andar…no era un acólito.

Vestía ropas azules como la mañana de verano, y cuando me vio sus ojos se
iluminaron con un calor que de inmediato me succionó.
—Vikkommin, el que será mi Sumo Sacerdote, conoce a Pirkitta, Ar'jant
d'tel, quien un día ocupará su lugar como mi Suma Sacerdotisa. Juntos, como
consortes, los dos serán entrenados para hacerse cargo de mi templo y llevar mi
orden. Conózcanse el uno al otro…tendrán una larga vida juntos.
Y así Vikkommin y yo llegamos juntos en el astral frente a nuestra Señora,
54
y comenzamos a explorar la energía del otro. Se inclinó, me tomó en sus brazos,
y mientras sus labios hambrientos encontraron los míos, el mundo desapareció y
perdí mi corazón por él.

Me sacudí, sorprendida de ver que estábamos casi en el borde del bosque.


Yo había estado envuelta en recuerdos por un tiempo, y la nieve se había
acumulado en mis hombros. La sacudí, dejando escapar un largo suspiro.

Vikkommin, ¿qué te ha pasado? ¿Qué pasó esa noche?


Caminamos en silencio, Ahumado y Howl daban zancadas por las
profundidades, Rozurial ayudaba a Camille a pasar por los montículos. Bajé la
mirada hacia el dragón en cuyos hombros me sentaba, pensando que
formábamos una pequeña y extraña partida de cinco. Y lo lejos que había llegado
—hasta dónde había caído— desde el día en que Undutar me nombró Ar'jant
d'tel.
Y, sin embargo, no estaba insatisfecha. La vida como la Suma Sacerdotisa
habría sido maravillosa, extraña y mágica, pero cuando le eché un vistazo a mi
vida, a excepción de la incapacidad para tener hijos, yo estaba contenta. Estaba
ayudando en una causa en la que era muy necesaria. Yo había ampliado la familia
y tenía un nuevo amor. Y amigos. Nunca había esperado nada espectacular antes
de que se acercaran por primera vez los enviados de Undutar…y aunque la tierra
en la que ahora vivía estaba lejos de mis costas natales, era una tierra hermosa y
vibrante.
Una vez que rompiera la maldición y pusiera a Vikkommin a descansar yo
estaría contenta con volver a Seattle y casarme con Bruce.

Si eres inocente, una pequeña voz susurró en mi interior. Si eres inocente.


—Allí… más adelante. Sólo un poco más lejos y vamos a estar en las faldas
de Hel —señaló Howl luciendo aliviado ante la creciente oscuridad. La nieve aún
se arremolinaba y se deslizaba en silencio a lo largo del camino.
Estábamos casi al borde de la línea de árboles cuando un silbido cortó a
través del aire y Camille gritó. Ahumado se volvió abruptamente, atrapándome
55
cuando me caí de su hombro. Él me sentó detrás de Howl y yo me asomé por
detrás del Gran Espíritu del Lobo de Invierno para ver qué estaba pasando.
Camille estaba luchando contra algo, lo único que podía ver era un brillo
que parpadeaba como mechones de pelo. Y luego Ahumado estaba a su lado, así
como Roz, y estaban luchando para liberarla. Howl me retuvo por el hombro.
—Arañas de nieve. No te acerques a ellas, Iris, por su veneno son mortales y
pueden matar con una mordida. —Miró a su alrededor, sacando su espada—.
Donde hay una, habrá otras.
Ahumado atacó con sus garras y Camille se tambaleó, como si hubiera sido
liberada de algo. Fue entonces cuando, mirando hacia los árboles, vi a sus
atacantes. Ellas estaban colgando, aproximadamente a medio metro por encima
de su cabeza, desde las copas de los árboles entrelazados que cruzaban el
camino… un par de arañas de patas articuladas, agazapadas. Casi parecían de
porcelana brillando a la luz de la tarde, y fue entonces cuando me di cuenta de
que habíamos estado viajando bajo una capa de redes que se extendían por las
copas de los árboles a lo largo de todo el sendero.
—¿Por qué no nos lo dijiste? —le susurré.

Howl bajó la mirada hacia mí.

—¿Habría hecho el viaje más fácil, de saberlo?


—No, no…supongo que no. —Pero la visión de las telarañas trajo de
vuelta recuerdos de los bosques de Darkynwyrd cargados de redes y de las were-
arañas vagabundas con los que peleamos junto con Camille y sus hermanas, y un
escalofrío corrió por mi espalda cuando vi un montón de criaturas correteando a
lo largo y a través de las redes de seda.
Camille se liberó de las trampas, gracias a Ahumado, y saltó hacia atrás,
tratando de sacudirse las telarañas. Roz sacó un puñal dentado y comenzó a
empujar su daga Kris hacia la araña más cercana.
Ahumado se levantó de un salto y aterrizó de un golpe en la otra, tirando
de su mano mientras la criatura cargaba hacia él con unos colmillos muy visibles.
Las arañas eran del tamaño de un plato de comida, y un débil resplandor azulado
emanaba de sus colmillos. Mágico. 56
Camille se resguardó, cantando algo.
—Maldita sea, supongo que también son inmunes al hielo y la nieve mágica
—dije, sintiéndome inútil.
Howl asintió.
—Me temo que sí, Señora Iris.

Una ola de descontento corrió a través de mí y empecé a preocuparme.


¿Qué tan buena era yo si no podía ayudar a mis amigos cuando ellos habían
venido sólo por mí? A medida que mi irritación crecía, me encontré centrándome
en las arañas que estaban ahora lanzándose a pique al suelo mientras Ahumado y
Roz trataban de evitar que llegaran a Camille sin ser mordidos ellos mismos en el
proceso.
Y así como así, la sentí brotar… la misma energía que había llegado
rodando cuando nos habíamos enfrentado a los Tregarts que habían matado a
Henry. La misma energía que…
Antes de que pudiera atrapar el recuerdo, la onda rodante golpeó y forcé la
corriente de energía interior a salir de mis manos extendidas.
Con un gritito, las arañas parecieron a punto de estallar, pero al segundo
vistazo, simplemente estaban invertidas. Vueltas del revés como una camisa usada.
Hechas triza.
Lancé un grito ahogado. Una vez más, no me había dado cuenta de lo que
había estado haciendo, aunque sabía que me habían impulsado a hacer algo para
proteger a mis amigos.
Ahumado y Rozurial se quedaron mirando los dos cuerpos ensangrentados
y, luego, junto con Camille, miraron hacia mí.

—Iris —susurró Camille—. Lo hiciste de nuevo. Tú... están…


—Sí, puedo verlo —le dije, no estaba segura de qué pensar—. Pensé que
una vez podía ser una casualidad, pero dos veces... —Yo había tenido este poder
cuando estaba entrenándome para ser Suma Sacerdotisa y pensé que me lo
habían quitado, pero ahora en dos ocasiones había regresado flotando, cuando 57
me sentía débil, enojada e impotente. Levanté la vista hacia ellos—. Yo era capaz
de mucho más que esto cuando estaba en entrenamiento. Podría haber
desgarrado fácilmente a Vikkommin de su cuerpo y haberlo arrojado en la
sombra. Entonces la pregunta es, ¿lo hice?
—No —dijo Howl—. La pregunta es, ¿nos alejaremos del Bosque Blanco
antes de que el resto de sus hermanas de ocho-patas vengan a capturarnos? —Él
gesticulo hacia las redes donde las arañas parecían estar amontonándose.
—¡Mierda! ¡Corre! —dijo Camille, agarrando mi mano y luchando por ir
hacia la entrada. No tengo ningún deseo de ser el almuerzo de un grupo de
arañas.

Ahumado nos agarró a ambas y nos arrojó sobre sus hombros, corrió con
largos pasos saltarines a través de la nieve. Cinco minutos y estábamos plantamos
en el borde de las Faldas de Hel. El borde del mundo.
Howl y Roz se unieron a nosotros mientras silenciosamente alzamos la
mirada hacia la imponente montaña de hielo que situada delante de nosotros. El
Bosque Blanco marcaba el final de la línea de árboles. Más arriba de aquí existía
hielo y nieve, y, durante el breve verano, campos de flores silvestres y matorrales
de arbustos que eran tan fugaces como un sueño distante. El camino, aún con la
nieve compacta, conducía siempre hacia arriba, bordeando las planicies de hielo,
serpenteando entre los árboles azotados por el viento que yacían prácticamente
de costado por las tormentas constantes que golpeaban los picos de las
montañas.
Camille miró el panorama de los picos dentados y las hojas congeladas de
hielo.

—¿Dónde está tu templo? —susurró, como si tuviera miedo de


desencadenar una avalancha.
—¿Ves la curva que serpentea a la izquierda, cerca de los matorrales de allí?
—Señalé hacia un pequeño matorral de arbustos a la distancia—. Cuando giras a
la izquierda, pasas por detrás de una cresta alta y luego una curva hacia la
derecha. No puedes verlo desde aquí, pero hay una bifurcación en el camino
hacia ese punto. El camino conduce hacia más arriba, la desviación te lleva a la
Orden de Undutar. No he estado tan cerca del templo en... 600 años. 58
Y entonces me di cuenta de que estaba en camino a casa —pero a una casa
de la que me habían expulsado, que me había calificado de paria. Me pasé tantos
siglos sacándolos de mi vida, escondiéndome detrás de las medias verdades y las
verdades desconocidas. Y ahora había regresado, para descubrir de una vez por
todas cuál era la verdad de mi vida.
¿Me gustaría la respuesta cuando la encontrara? No lo sabía, pero lo que sea
que sucedió, yo lo sabría para siempre, si era una asesina.
Capítulo 5
—E
stamos cerca de la puesta del sol y los vientos
nocturnos estarán aullando por la montaña en
cualquier momento. Tenemos que llegar a mi manada.
—Howl señaló fuera del sendero hacia una de las
laderas cercanas de hielo que se extendía por debajo del pico glacial.
La mayoría de la gente no entendía que los glaciares no eran las montañas
en sí, sino más bien el hielo que cubría la montaña en grandes parches y capas.
Algunos glaciares se derriten durante el verano —había áreas aquí que sí—, pero
a diferencia de las Cascadas cerca de Seattle, las Tierras del Norte no estaban
sujetas al calentamiento global. Durante los veranos, aquí la temperatura en
ocasiones alcanza los quince centígrados, pero días como esos eran pocos y
distantes entre sí.
59
Parches de hierba seca asomaban de vez en cuando entre la nieve que cubría
la montaña. La roca que podíamos ver era oscura y dura como el granito,
asomándose a través de los bancos de nieve azotados por el viento. Estábamos
llegando a las tierras altas aquí, donde los glaciares se arraigaban y las regiones
alpinas empezaban de verdad.
El hielo podía ser problemático en algunos lugares, aunque en la mayoría
era áspero y grueso. Nada fácil de transitar, pero más fácil que la cáscara lisa y
endurecida que salía a raudales en los largos dedos por la montaña. Las Faldas de
Hel serían agotadoras de cruzar, incluso con nuestro equipo.
Pensé en lo que habíamos traído, nuestro equipo de montañismo era
limitado. Había asumido que nos mantendríamos en el sendero. Me había
olvidado cuan realmente áspero era el territorio de los picos escarpados alrededor
de todo el templo.

Roz se arrodilló a mi lado.


—Ánimo. Sé lo que estás pensando —dijo, mirando fijamente la extensión
de hielo ante nosotros—. Encontraremos un camino para atravesarlo. —Se puso
de pie y se dio vuelta para enfrentar a Howl—. ¿Adónde vamos?

—¿Ves esa boca oscura contra la roca, bajo la cornisa que sobresale allá
arriba? —Howl señaló una mancha apenas visible contra la ladera de la montaña.
Si sólo pudiéramos ir a pie sin preocupaciones, estaríamos allí en diez minutos.
Pero con ese paisaje evocador de un campo de lava congelada, no iba a ser tan
fácil.

—Puedo ver dónde está. Puedo llevar a Iris y a Camille por el Mar Ionyc y
encontrarte allí. —Ahumado se encogió de hombros—. Es bastante fácil.
—Suena bien para mí —dijo Camille—. No me apetece probar a abrirme
camino a través de ese hielo, y la noche se acerca.
Howl asintió.
—Eso sería lo mejor. Pero déjenme ir adelante. Mi gente no les daría la
bienvenida amablemente sin mi presencia. Rozurial, ¿cómo iras? 60
—Puedo viajar por el Mar Ionyc, también. Es fácil con un marcador visual.

Y así quedó resuelto.


Howl saltó hacia adelante y en medio del aire, se convirtió en un enorme
lobo blanco, transformándose en un abrir y cerrar de ojos. Estando de pie,
llegaba a la altura del hombro de Ahumado, gigantesco y feroz, con los ojos rojos
y una cola silbante. Él nos miró largamente, luego se volvió y saltó a través del
hielo como si nada. En cuestión de minutos, estaba de pie en el borde de la
cueva, saludándonos.
Ahumado envolvió sus brazos alrededor de Camille y de mí, y en un
destello salimos de la nieve y entramos al Mar Ionyc. El cambio fue brusco, y si
yo no lo hubiera experimentado antes podría haber estado terriblemente
asustada. Era como si estuviéramos en una burbuja, y el mundo exterior que nos
rodeaba se hubiera vuelto humo y niebla. Pero antes de poder ajustar mis
pensamientos, nos encontrábamos cerca de Howl, tan rápidamente que Camille y
yo estábamos sin aliento.
Howl asintió mientras Rozurial apareció junto a nosotros.

—Es un viaje práctico. Vamos, síganme y no hagan o digan nada hasta que
yo los haya presentado. Ahora están en mi hogar y mostrarán respeto por mi
pueblo y mis hábitos. Ellos desconfían del pueblo dragón —añadió, mirando a
Ahumado—. Los dragones han sido conocidos por llevarse a mis lobos y
comérselos.

—Los lobos también comen ganado, y a veces personas —dijo


Ahumado—. Es la costumbre del mundo.
—Sí, es la costumbre del mundo, pero aquí todos vamos a comer estofado
de carne de venado. —Howl sonrió, luego, agachando la cabeza, nos llevó a su
mundo.

Mientras lo seguíamos al interior de la caverna, un brillo extraño se apoderó 61


de los muros —etéreo como el topacio azul, brillando con un fuego mágico frío.
La caverna se extendía bastante dentro de la montaña, con un techo alto y las
estalagmitas y estalactitas brillaban y destellaban por el camino para reunirse en el
centro, formando muros y cámaras.
Una piscina se situaba en el centro, pero en lugar de estar llena de calcita
endurecida, el agua era cristalina y fresca, y caliente —pude ver el vapor
emanando de ella. Howl debía tener una manera de calentarla debajo del suelo.
Ojos lumínicos flotaban perezosamente por toda la cámara, y donde quiera
que miráramos, había lobos de toda clase sentados, descansando, mirándonos.
Varios hombres estaban sentados entre ellos, fuertes y con el torso desnudo, con
abdominales bien definidos, cabellos negros largos y sueltos y ojos que brillaban
como el topacio al igual que los de Morio —que era un youkai-kitsune. Busqué a
las mujeres, pero no vi ninguna. Pero el aroma en el viento me dijo que estaban
aquí… las hembras de la manada. Tuve la sensación de que permanecían en
forma de lobo, protegidas de la vista de los extraños.
—Esta es tu corte —le dije, comprendiendo de repente.
—Eres observadora, Señora Iris. —Howl señaló a los hombres que se
cruzaban de brazos y se arrodillaban mientras el Gran Espíritu del Lobo de
Invierno pasaba delante de ellos. Seguimos su estela, primero yo, luego
Ahumado, luego Camille y Roz detrás de ella.
Howl se detuvo en una piedra desgastada dentro de un trono. Se deshizo
de la piel pesada y, con el torso desnudo, pero con una piel de lobo alrededor de
su cuello, tomó su lugar en el estrado. Sin el tocado y las pieles, me recordaba un
poco al Señor del Otoño. Tenía el pelo negro azabache veteado de plata, ahora
que lo podía ver, y sus ojos eran de color chocolate, goteando con motas de oro.

Estaba vivo de esa manera sobrenatural que tenían los Señores Elementales,
y mientras lo miraba, rodeado de los suyos, lentamente me dejé caer de rodillas
en el suelo. A mi lado, Camille y Rozurial habían hecho lo mismo. Ahumado se
mantuvo de pie, pero inclinó la cabeza.
Howl se levantó, luego miró alrededor a su gente que se reunió para
observar, tanto en formas de lobos como humanas. Alzó la vara que yacía junto a
su trono, con un mango de madera e incrustaciones de hueso. 62
—Escuchen bien. Estos cuatro están bajo mi protección. El Señor
Iampaatar, Rozurial el íncubo, Lady Camille y Lady Iris caminan debajo de mi
manto. No permitan que nadie que me honre levante la pata o la mano en contra
de ellos.
Hubo un arrastrar de pies colectivo, como si la manada no estuviera segura
de qué pensar, pero luego —como un sólo cuerpo— los hombres de pie junto a
él cayeron sobre sus rodillas, con la cabeza echada hacia atrás, exponiendo sus
gargantas. Los lobos en el salón se voltearon, todos ellos, sobre sus lomos,
dejando al descubierto una vez más sus vientres y gargantas.
Howl echó una larga mirada alrededor de la cámara a cada garganta que se
había expuesto.
—En el dolor de la muerte, se han rendido a mi voluntad. Recuerden bien,
pueblo mío. —Dio una palmada y los lobos le prestaron nuevamente atención—.
Ahora, ¿mi esposa vendrá al frente? Me gustaría presentarte a nuestros
huéspedes, mi amor.
Lentamente, una de las más grandes y hermosas lobas blancas se levantó y
caminó al frente. En un abrir y cerrar de ojos, ella brilló y una mujer estuvo de
pie junto a Howl. Ella era baja, alrededor de uno con sesenta, y de constitución
robusta con músculos visibles bajo una capa uniforme de relleno. Sus ojos
brillaban con un azul pálido, y su pelo era tan plateado como el de Ahumado. Iba
vestida con unos pantalones blancos de cuero suave y una túnica a juego. Una
larga piel blanca caía cubriendo su espalda y fue entonces cuando me di cuenta de
que estos lobos no eran los típicos cambiaformas.
Son como los selkie, pensé. Sus pieles eran usadas como capas cuando estaban
en forma humana, alrededor de sus cuellos. Pero decidí mantener la boca cerrada.
El tema era personal y podría ser un secreto que pocos mortales conocían. Y no
estaba hecho para permitir que los Inmortales sepan que conocías sus secretos.

—Les presento a mi esposa, Kitää, Reina y Madre del Pueblo Lobo Kataba.
Ella nos dio una breve inclinación de cabeza, atrapándonos con esos
brillantes ojos azules, su mirada se detuvo cuando llego a Ahumado.
—¡Iampaatar! —Con una risa aguda, ella le echó los brazos al dragón y le
63
dio un abrazo caluroso antes de dar un paso atrás—. ¿Qué te trae a nuestras
tierras? Había escuchado que te habías ido hecho una furia de los Confines
Dragón jurando no volver.
Ahumado respiró profundamente. Él sonrió y se inclinó hacia delante en
una profunda reverencia, sorprendiéndonos a todos nosotros.
—Lady Kitää, Reina de los Lobos del Viento, me siento honrado de estar
en tu presencia. En el pasado distante, tu pueblo se unió con los míos para hacer
retroceder a los Hombres del Norte en la Ruta de la Gran Nieve. Me remonto
nuevamente a esa amistad en este viaje para pedir la tregua del viajero.

Kitää dejó escapar una risa baja.


—Esposo mío —dijo ella, volviéndose hacia Howl—, ¿has desatado a un
dragón en medio de nosotros? ¿En qué piensa, mi Señor? Pero para ser un
dragón, Iampaatar es uno de los mejores. Y él cuenta una o dos historias
combativas, por cierto. —Hubo un sonido de movimiento y murmullos por toda
la cámara, pero ella levantó la mano y la sala quedó en silencio al instante. Dando
un paso adelante, miró a Ahumado de arriba a abajo, y luego se encogió de
hombros—. Pareces estar lo suficientemente saludable, Príncipe. Presenta a tus
compañeros.

¿Príncipe? Eché un vistazo hacia Ahumado y vi a Roz y a Camille haciendo lo


mismo, pero él sacudió brevemente su cabeza hacia nosotros con una advertencia
en sus ojos.

—Dejé el nombre Iampaatar atrás cuando abandoné los Confines Dragón.


Soy conocido como Ahumado por mis amigos —dijo suavemente—. Te
presento a mi esposa, Camille. Ella es parte Fae, parte humana. Y nuestros
compañeros, Rozurial, un íncubo, y la señora Iris, una de las Ar'jant d'tel y una
Talon-haltija. —Él deslizó su brazo alrededor de Camille y retrocedió un paso.

Kitää arqueó sus cejas mientras le daba a Camille una larga mirada.
—Tú debes ser excepcional para haberte ganado el amor y el corazón de un
príncipe dragón y hacerlo levantarse contra su padre. Te deseo suerte, mi niña. Si
todavía no has conocido a tu suegro, tiemblo por ti cuando lo hagas. —Ante la
mirada aguda de Ahumado, ella simplemente dijo—: He oído los rumores,
64
Iampaatar… y no creas que puedes escapar de tu nombre de las Tierras del Norte
tan fácilmente. No puedes escurrirte por allí sin ser reconocido. No estoy segura
de lo que estás haciendo aquí, pero vigila tu espalda. Hay aquéllos a los que tu
padre ha conducido a un frenesí con su traición y mentira. Siempre fue un alma
violenta, y su capacidad de persuadir a otros le sirve bien.
—No estamos aquí debido a mis necesidades, Reina Kitää —dijo
Ahumado—. Estamos aquí como compañeros de la Señora Iris, que trata de
corregir un error de más de seiscientos años. Deja mis preocupaciones para otro
momento.

Ella inclinó la cabeza con gracia.


—Como desees. —Volviéndose hacia mí, ella se arrodilló y extendió su
mano—. ¿Una de los Ar'jant d'tel?
—Yo fui muy nombrada hace siglos —dije en voz baja—. El título fue
revocado y fui expulsada de mi templo por un delito sobre el cual no tengo
recuerdo. Vengo a buscar la verdad, ya sea para liberarme de una maldición o
soportar el castigo, en caso de que se demuestre que hice esa obra.
La Madre Loba sostuvo mi mirada por un momento, pero entonces la duda
se escurrió y ella me sonrió, rica y plenamente.
—Veo la verdad en tu corazón. No huelo la mentira, ni la duda. Señora Iris,
pudiste ser despojada de tu título, pero lo usas como una capa en tu aura. Los
mortales pueden dar y tomar nombres, pero no pueden eliminar la energía detrás
del título. Descansa, y dinos qué necesitas.
Mientras ella hablaba, varios de los otros lobos cambiaron de forma en
mujeres robustas y adorables, con el cabello y los ojos oscuros. Kitää aplaudió y
se apresuraron a tomar las pieles y pelajes de detrás de una de las columnas y
empezaron a disponerlos en una capa gruesa en el suelo de la caverna.
Uno de los hombres lobo se arrodilló y comenzó a encender un fuego en
un pozo, frotando dos palos juntos, pero Ahumado le hizo señas para que el
guerrero le entregara uno de los palos. Él lo llevó a sus labios, sopló suavemente,
y la madera cobró vida. Entregándole la antorcha de vuelta al hombre, Ahumado
65
se inclinó y le dio un beso en la parte superior de la cabeza a Camille.
Kitää me llevó a la pila de pieles y me hundí agradecida en la ropa de cama.
Eran cálidas y acolchadas, y me di cuenta de cuan cansados estaban mis huesos.
Camille, Ahumado y Roz se unieron a nosotras.
—Comida —dijo Kitää dijo gesticulando a un par de mujeres—.
Asegúrense de que sea caliente y abundante.

Howl se paseó tranquilamente.

—¿Qué piensas de mi hogar?


—Es increíble —le dije con sinceridad. La cámara conducía de vuelta a los
túneles, y los ojos lumínicos proporcionan una luz suave todo el camino. A pesar
de que el fuego era limitado en su alcance, el aire en la cámara parecía cálido en
comparación con el aire libre y nos quitamos nuestras capas.
—Tienes un hogar precioso —dijo Camille, sonriéndole—. Gracias por tu
hospitalidad.
—Entonces, ¿cuál es tu plan, Señora Iris? Estamos en el borde de las faldas
de Hel. ¿Qué necesitas hacer a continuación? ¿Ir al templo? —Howl le hizo un
gesto a Kitää y ella se acurrucó en sus brazos mientras se recostaban y se
apoyaban en una columna de piedra.

Negué con la cabeza.


—Ellos no me permitirían la entrada. No, tengo que encontrar la sombra de
Vikkommin y enfrentarlo. Necesito traspasar su locura y descubrir lo que pasó
esa noche. Una vez que lo descubra, entonces podré ir al templo y ellos podrán
mirar en mi mente y ver la verdad de la cuestión.
Los recuerdos de su interrogatorio corrían por mi mente y por un momento
sentí miedo. Pero entonces, ¿qué era lo peor que podían hacer conmigo que ya
no hayan hecho? Yo era más fuerte ahora, más dura, y ya había pasado por su
tortura.
Kitää extendió la mano y pasó sus dedos por mi brazo.
—Eres un alma valiente. Cuéntame lo que pasó. 66
Eché un vistazo a Camille y ella asintió.

—Hace mucho tiempo, me llevaron al templo…


Y les conté todo. Esta era la primera vez que Roz y Ahumado escuchaban
toda la historia. Camille sabía que me habían torturado, pero yo no le había
contado a los muchachos. No quería que ellos jugaran al héroe antes de necesitar
que lo hicieran.
—Déjame verlas —dijo Kitää—. Déjame ver tus cicatrices.

Camille me miró.

—Todo depende de ti. ¿Quieres?


Me mordí el labio. Nadie había visto mis cicatrices desde que me detuve en
la posada en el camino por la montaña. Ni siquiera Bruce, porque yo jugaba a ser
tímida con él, manteniendo las luces apagadas. Él pensó que yo era simplemente
recatada, pero en realidad era para impedirle hacer preguntas. Ellas se habían
curado sin dejar protuberancias, pero aún estaban allí, a través de mi espalda.
—Sólo a las mujeres. —Miré hacia todos ellos.

Rozurial puso su mano sobre mi brazo.


—Iris, mi dulce. Sé que he bromeado y traté de ganarte en la cama, pero
confía en mí, yo nunca minimizaría tu pasado o tu necesidad de privacidad.
Ahumado, vamos, salgamos para estirar las piernas y conseguir algo de beber.
Howl no dijo nada, pero siguió a Ahumado y a Roz. Kitää hizo un gesto y
un anillo de lobos —todas mujeres— nos rodearon, de espaldas a nosotras,
manteniendo a todos a raya. Me tragué el nudo formándose en mi garganta. Era
el momento de la verdad.
Cuando me paré, dejé caer mi capa al suelo, luego desabroché mi falda
ancha, la túnica y las dejé caer, y finalmente mi sostén. El aire frío me golpeó y un
escalofrío me atravesó. Lentamente moví mi cabello hacia adelante, dejándolo
fluir hasta al suelo sobre mis pechos, y me volví para que Kitää y Camille
pudieran ver mi espalda.
—Oh, Gran Madre —dijo Camille, su voz un susurro—. Ishonar. —Ella 67
hizo una pausa, y luego preguntó—: ¿Cuántos?
—Treinta latigazos —le susurré. Y por primera vez, mis cicatrices y mi
vergüenza fueron expuestas en su totalidad.

—Pirkitta, cuéntanos ahora. Danos la verdad y no vamos a tener que hacer


esto —me suplicó La Sacerdotisa Madre, pero negué con la cabeza, incapaz de
hacer lo que me pedía.
—¡Yo no puedo…te he contado todo lo que recuerdo! Mira en mi mente,
por favor, mira en mis pensamientos y verás.
Estaba desnuda hasta la cintura, con los brazos estirados entre dos postes,
maniatada con esposas de hierro que ajustaban lo justo para que el dolor se
filtrara a través del metal, pero sin quemarme realmente. Mi cabello había sido
sujeto sobre mi hombro, los mechones se derramaron hasta abajo para enrollarse
en mis tobillos. Nunca me había sentido tan vulnerable, tan expuesta o
avergonzada. Quería envolver mis manos delante de mi cuerpo, para cubrirme,
para acurrucarme en una bola y llorar profundamente pero las esposas impedían
todo eso.

—Pirkitta, por favor. Dinos, ¿por qué hiciste esto?

—¡No sé si lo hice! No tengo ningún recuerdo. Por favor, deténganse.


La Sacerdotisa Madre se mordió el labio y vi la sangre derramarse hasta la
comisura de sus labios.
—Mi niña. Esta es la forma… se debe seguir la tradición. Si no nos vas a
decir la verdad, entonces tenemos que administrarte el castigo. Y el castigo debe
ser proporcional al delito.
Mientras ella se alejaba, la miré a los ojos. Era vieja, hacía ya mucho tiempo,
y yo había sido elegida para ocupar su lugar. Ahora sabía que eso nunca iba a
suceder. No habría ningún futuro para mí aquí, ni en cualquier lugar. Iba a morir
aquí, a manos de los que creían que yo había matado a mi dulce Vikkommin.

No había mañana. Ni ayer. Sólo hoy y el dolor que se avecinaba a la espera


68
de descender.
Y entonces el látigo cayó con un dolor ardiente. Me las arreglé para no gritar
la primera vez. Las llamas de hielo me lamían, el fuego mágico lastimaba más
que el propio látigo. Fuego frio, el fuego del hielo profundo, dejando marcas,
pero sin heridas. No dejaba ningún daño duradero, más que dolor…y el recuerdo
de ese dolor…más allá de lo que cualquier latigazo normal jamás podría aspirar a
lograr.

El segundo golpe. El dolor más profundo, dentro de mi cuerpo y de la sangre.

El tercer golpe, y el dolor corroía hasta mi alma, sacudiéndome como un rayo.


El cuarto golpe, y todo empezó a dar vueltas, el mundo cayó mientras el dolor
desollaba mi alma y me abrió, dejó todos los secretos que tenía en el mundo para
ser vistos en las mentes de mis torturadores. Podía sentirlos estudiando
detenidamente mis recuerdos más íntimos, mis recuerdos de todo lo que había
oído, visto, hecho, incluyendo mis momentos más privados. Fundiéndome en la
vergüenza de la exposición, así como en el dolor de los azotes, traté de hundirme
en el suelo, pero las esposas me aferraban con su agarre de hierro.
Y en el quinto golpe, el exquisito dolor fue todo lo que existía en el mundo,
y yo empecé a gritar. Y me perdí en los gritos hasta que los latigazos fueron
contados hasta treinta.
—No pudimos encontrar la verdad —dijo la Sacerdotisa Madre, mirando
hacia abajo, a mi cuerpo tendido en el suelo—. Está tan profundamente envuelta
en tu psique que no tenemos ninguna esperanza de llegar a conocerla. No
podemos permitir que te quedes en el templo, pero tampoco podemos castigarte
por su muerte si no sabemos a ciencia cierta que eres culpable.
Sollocé, todas mis lágrimas se habían derramado, por el dolor no tenía fin.
El Ishonar se quedaría en mi sistema durante días, desgarrándome cada vez que
me moviera.
—Por favor, no me alejen. Amaba a Vikkommin. Sólo envíame con a él
ahora, si ustedes van a deshacerse de mí. Por favor, por favor, acaben de
matarme.
69
La Sacerdotisa Madre me ignoró.
—Estás excomulgada del templo de Undutar, rechazada como una paria.
Eres despojada de tu título, ya no eres más la Ar’jant d’tel. Eres despojada del
más poderoso de tus poderes.
Y un nuevo infierno se precipitó a través de mí, una gran mano desgarró el
poder y lo extrajo de mí como si pudiera arrancar las malas hierbas de un jardín.
El dolor me lanzó a una convulsión, y lo próximo que supe es que estaba en la
escalinata del templo, y la Sacerdotisa Madre estaba parada con las tijeras y mi
cabello en su mano.

—Pirkitta, como nuestra última sanción, te despojamos del poder para tener
hijos y el símbolo de tu poder como mujer. Nunca llevaras a un niño a término
hasta que puedas averiguar qué pasó con Vikkommin y enderezar lo que salió
mal. Puedes hacer crecer tu cabello de nuevo, pero nunca será la trenza con la
que naciste. —Extendiendo las tijeras, recortó mi cabello a la altura de la nuca.
Grité, pero ella arrojó las hebras en un fuego y mientras el olor del cabello
ardiendo se filtraba por mi nariz, las pesadas puertas se cerraron y me quedé
llorando por lo que parecieron horas.

Algo se apoderó de mí en el interior —una rabia, una furia, el deseo de


venganza y de demostrar que estaban equivocados. Me obligué a ponerme de pie,
y, a pesar de la agonía por el Ishonar y por el despojo de mis poderes, me arrastré
hasta el sendero que conduce a los portales. Una voz que pronunciaba mi
nombre en el viento me guiaba hacia adelante, y la seguí hasta que no pude
recordar nada más.

70
Capítulo 6
C amille estalló en lágrimas, y el labio de Kitää estaba temblando, pero
me di cuenta de que no era por la pena. No, eran lágrimas de
hermandad. Después de seiscientos años escondiendo mis
cicatrices, escondiendo mi pena, de hecho se sentía bien sincerarse,
mostrarle a alguien más los recuerdos que llevaba a mi espalda.

—¿Vas a enfrentarla? ¿A la sombra de tu amor perdido? —preguntó Kitää.


Asentí.

—Tengo que hacerlo. No hay otra manera para romper la maldición que
averiguar lo que ocurrió realmente. Y tengo que ir sola. Les pedí a mis amigos
que vinieran conmigo como apoyo, pero al final sé que tengo que enfrentarlo
sola.
71
—¿Cuándo irás? Las sombras salen en la luz más que en la oscuridad, lo
sabes.
Pensé en ello. Esperar un día, dos días, no me haría nada. No estaría más
lista entonces de lo que ahora lo estaba.
—Mañana al amanecer iré hacia las Faldas de Hel y lo cazaré. Y luego... haré
lo que sea para averiguar la verdad y ayudarle a descansar. Vikkommin debe saber
lo que ocurrió. Ahora él es la única esperanza que tengo para la vida que quiero.
—¿Hay algo que necesites esta noche? La Manada tiene shamanes
entrenados y nos alegraría ofrecerte cualquier ayuda que podamos. —Ella apoyó
una mano en mi brazo—. Lady Iris, eres una mujer valiente, pero no mires a un
caballo regalado…
—….la boca. Lo sé. Si pudieras proporcionarme un lugar privado dónde
pueda rezar, y si tienes algo para fortalecerme contra el frío y el hielo mañana, no
le daría la espalda a la oferta.
Enfrentar la sombra de Vikkommin sería problemático y no tenía pistas de
lo que podría ocurrir. Pero esta noche sabía que necesitaría pasar el tiempo
rezando. Inclusive habiendo sido desterrada del templo, Undutar aún me hablaría
y necesitaba saber que ella estaba conmigo cuando lo enfrentara. Necesitaba
saber que a ella le importaba.

Kitää se movió hacia uno de los lobos.

—Prepararemos tus habitaciones. Supervisaré la preparación por mí


misma.

Cuando Camille y yo estuvimos solas, ella se giró hacia mí y tomó mis


manos entre las suyas.
—Iris, ¿por qué no nos contaste esto cuando nos conocimos? Tal vez
podríamos haberte ayudado y venido aquí antes.
—Lo sé. —Y lo sabía. Camille lucharía hasta la muerte por mí si tenía que 72
hacerlo. Pero eso no ayudaría en este momento—. Tenía que asegurarme que
podía confiar en ti primero. Y entonces, después me di cuenta cuan feliz era
contigo y tus hermanas, comencé a dudar de todas mis decisiones de enfrentarlo.
Pero luego conocí a Bruce, y él quiere hijos, y la idea de decirle que tenía que
elegir entre mí y ser padre... no podía hacerlo.
—Creo que lo comprendo —dijo ella, ayudándome a ponerme otra vez mi
camisa.
—Nunca pensé que tendría el valor de enfrentar la sombra de Vikkommin,
pero cuando él vino a mí en forma astral este otoño… recuerdas, tú también lo
viste… me di cuenta que él podría de alguna manera ser capaz de herir a la gente
que amo. A quienes ahora llamo mi familia. Y no puedo hacer eso. No puedo
dejar esto sin resolver. Así que, aquí estoy.

—¿Cómo piensas que podrás llegar a él? Dijiste que estaba loco.
—Lo está, delira cruelmente por la locura. ¿No lo estarías tú, perdida en una
sombra todos esos años? No sé cómo razonaré con él pero tengo que encontrar
algo, alguna chispa que aún le recuerde lo que teníamos. Estábamos realmente
enamorados, o al menos eso pensaba yo. —Miré al suelo, intentando recordar.

—¿Por qué los dices de ese modo? ¿Él te dio a entender lo contrario?
Pensé nuevamente en eso pero mi mente estaba en blanco.
—No lo sé, pero sigo sintiendo que necesito corroborarlo. Sé cuanto lo
amaba… desde la primera vez que nuestras almas se encontraron, no hubo nadie
más. La Señora me mostró su corazón y, ¿cómo podía no amarlo? Y... él parecía
amarme. Pasamos mucho de nuestro tiempo libre juntos, había mucho que
aprender, y teníamos que aprender a trabajar juntos.
—¿Él te dijo alguna vez cómo se sentía? —Camille exhaló el aire
lentamente—. Iris, ¿Vikkommin pudo haber estado viendo a alguien más?
¿Alguien que te quisiera fuera del camino? Desde que me contaste toda la
situación, sigo pensando que alguien estaba celoso de ti. Alguien quería la vida
que estabas teniendo.
Sabía que ella quería ayudarme, pero no podía ser eso. Era demasiado 73
simple.
—No había nadie. Seguro, Vikkommin atraía mucha atención y hubo
algunos pocos comentarios maliciosos sobre nosotros, yo también atraía mi parte
de seguidores. Pero los Ancianos del templo interrogaban a todos. Y tomaba
años para que otra seguidora fuera nombrada Alta Sacerdotisa, un siglo al menos.
Hasta entonces, la Alta Madre estaba a cargo. Y la mujer elegida era nueva, traída
desde otro templo. Si alguien hubiera querido mi posición, ¿por qué mataría a
Vikkommin? Me habrían matado y habrían intentado tomar mi lugar.

Sacudí mi cabeza.

—No, no era una de mis semejantes. Lo sé muy bien. —La miré—. He


pensado una y otra vez en esto, dando vueltas al rompecabezas en mi mente
durante siglos. ¿Qué habría ganado yo matando a Vikkommin? ¿Cómo me habría
escapado?

—¿Dices que lo amabas?


—Lo hacía. Lo amaba y estaba esperando ansiosa nuestra boda. Lo único
que solía enloquecerme era el tiempo que él pasaba en el Bosque Blanco. Era
peligroso, pero no escuchaba a razones, e insistía en ir allí solo. Tenía miedo de
que terminara en el extremo equivocado de una de las arañas de nieve o de un
troll. —Cerré mis ojos, recordando nuestras discusiones sobre el tema—.
Discutíamos, pero él insistía en que necesitaba pasar el tiempo allí para su magia.
Algo sobre el bosque le daba fuerza.
Camille sacudió su cabeza.

—Si el bosque le daba fuerza, me pregunto qué le haría a su magia. He


aprendido de la manera difícil que trabajar la magia mortal me ha alterado… ha
cambiado el modo en que veo el mundo.

Justo entonces, Kitää volvió.


—He arreglado un lugar privado para ti. Sigue a Tezsa y ella te llevará allí.
Te despertaré al amanecer con el desayuno.
Cuando abracé a Camille dándole las buenas noches y seguía a la loba hacia 74
la cámara privada, me pregunté qué me depararía el mañana. Si la suerte estaba
conmigo, resolvería la cuestión o incluso regresaría a casa sin estar peor de lo que
ahora estaba. Pero había muchas otras posibilidades.

Cuando me arrodillé en las capas de pieles suaves en el pequeño cuchitril,


rodeada por el brillo suave de los ojos lumínicos, saqué mi varita. Gracias a
Camille y sus hermanas, sujetaba un Cristal Aqualine —la piedra sagrada para mi
magia. Removí suavemente la plata que la sujetaba firmemente y dejé la varita a
un costado. La sujeté en alto para que la luz del ojo lumínico brillara a través del
cristal, y miré en el azul hielo de la piedra.

El Cristal Aqualine, que era corriente en Otro Mundo, tenía una línea
directa con la magia de la bruma, la niebla y la nieve. Y era sagrada para Undutar.
Soplé suavemente en la gema, acunándola en mis manos. Cerré mis dedos a su
alrededor y me dejé deslizar en un trance profundo, mi cuerpo se convirtió en un
mero recipiente que envolvía mi espíritu.
Me deslicé más abajo, y aún más abajo, hasta que encontré la piedra de mi
corazón —el núcleo de mi ser que nadie podía llevarse. Fue esta parte de mí la
que los Ancianos del templo nunca pudieron alcanzar, y que yo nunca pude leer
completamente. Era aquí, en la energía primaria de mí misma, donde las
respuestas habían estado escondidas y encerradas.
Toqué la piedra de mi corazón y sentí que mi espíritu comenzaba a elevarse
con las alas, a dispararse hacia los reinos celestiales, a cantar con las estrellas.
Lentamente, comencé el cántico que había aprendido para invocar a Undutar, mi
Señora de las Tierras Baldías Congeladas.

Señora de las Brumas, Señora de la Niebla,


Señora de la Nieve y el Hielo, escúchame.
Yo, tu Sacerdotisa, vengo ante ti.

Yo, tu Sacerdotisa, te suplico.

Yo, tu Sacerdotisa, me inclino ante ti.


75
Escúchame, si lo deseas.

Escucha mis llantos por ayuda.


Escucha mi triste historia.

Responde, Señora, si lo deseas.

Responde a mis llantos por ayuda.


Responde a mi triste historia.

El cristal comenzó a brillar en mi mano, y luego lentamente su


luminiscencia se extendió hasta mis dedos reflejando la brillante luz azul. Miré su
belleza y deseé fluir dentro de la piedra, dentro del poder de la gema mientras
latía lentamente una cadencia que era el flujo y la vida de Undutar.
—Pirkitta. Y así que estás de vuelta en los escalones de la puerta de mi templo. Te he
estado esperando. —La voz estaba a mi alrededor, tronando, y aún así supe que
nadie más que yo podía oírla.
Si Señora, he vuelto para poner esta cuestión a descansar. He luchado contra este
momento, pero tenía que venir a casa.
Y sentí que las lágrimas comenzaban a llegar… las lágrimas que había
evitado durante tantos, tantos años.

Hubo un golpe de silencio, y luego ella dijo lo que más temía oír.
—Mañana, tú lo enfrentarás. Y debes destruirlo. Por tu propia mano, por ti misma.
Averiguarás la verdad sólo en su muerte.
Destruirlo. Destruir la sombra que había sido mi Vikkommin. Miré a la
gema, las lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Señora, pide lo que quieras excepto eso, lo aceptaré y obedeceré. Pero me estás pidiendo
destruir al hombre que una vez fue mi amor eterno.
—Él ya no es tu amor. Y de alguna forma, nunca lo fue. Haz como te ordeno, mi
Ar’jant d’tel. Debes romper esta maldición y liberarte de las cadenas de la duda. Sabrás la
verdad, y la verdad te hará libre para renacer ante mi vista una vez más.
76
Y entonces, la luz disminuyó, pero no antes de que mi Señora dijera una
última cosa.
—Pirkitta, recuerda: Para contrarrestar la sombra debes remover la luz. Sólo en la
oscuridad la sombra vacilará. Sólo en la oscuridad puedes destruir lo que queda de él.

Con eso, ella se fue y el cristal era, una vez más, solamente un cristal.
Respiré profundamente y me senté otra vez, mirando a la piedra. Remover
la luz. ¿Cómo iba a remover la luz? Si yo salía en la oscuridad, las probabilidades
eran que no encontrara a Vikkommin para enfrentarlo. Si yo salía con la luz,
¿Cómo iba a remover la luz del día? Era un acertijo, uno que decidí que tendría
que averiguar en el camino cómo resolverlo.
Fijé mi Cristal Aqualine de vuelta en la varita, la dejé a un lado y me
acomodé debajo de las pieles. El día había sido largo y estaba exhausta. Y no me
quedaba otra cosa más que dormir para que el recuerdo de Vikkommin no
continuara ensombreciéndome.
Cuando desperté, Kitää había dejado una bandeja junto a mí. Sopa caliente,
un gruesa hogaza de pan y un suave queso cremoso. Ella había añadido una
manzana y un trozo de cecina en el plato.
—¿Ya es el amanecer? —No tenía pistas de qué hora era.
Sorprendentemente, me sentía bien descansada y no podía recordar si había
soñado o no, pero mi cuerpo estaba relajado y caliente—. Dormí bien. Gracias
por la oportunidad para meditar y rezar por mí misma.
—Sí, casi amanece. Tus amigos aún duermen. ¿Debería despertarles? Y sí,
dormiste bien aquí. Estas cavernas están protegidas por la magia de Aatu, y Aatu
observa a todos sus hijos cuando duermen.
Eso tenía sentido, Al ser un inmortal, Howl no necesitaba dormir. Le sonreí
suavemente.
—No, deja que mis amigos descansen. Despiértalos después de que me 77
haya ido. No los quiero discutiendo y tratando de acompañarme. Ellos vinieron a
apoyarme, pero no pueden enfrentar a la sombra junto a mí. Esta es mi batalla, y
sólo mía.
Mordí el pan, y cuando se derritió en mi boca me atraganté con el
pensamiento de que ésta podría ser muy bien mi última comida, pero lo alejé. Lo
que sería, sería. Lo que estaba destinado a ocurrir, ocurriría, y si vivía o moría
sería la voluntad de mi Señora.
Cuando terminé de comer, Kitää me ayudó a vestirme, me subió
gentilmente la cremallera de mi túnica y me puso mis abrigos. Agarré mi varita y
ella me detuvo.

—¿Qué es ese anillo?


—Trenyth me lo dio. Es el anillo de Shevah… un regalo élfico de un
maravilloso amigo. —Levanté mi mano, mirando la piedra. Casi había olvidado
que lo llevaba, mis manos habían estado enterradas en los guantes desde que
habíamos llegado aquí.
—No olvides que lo cargas. Esa gema te guiará a la seguridad. —Ella lo
miró, luego levantó la mano y apartó mi cabello, cepillándolo por mí con
cepilladas largas y suaves—. No te ates el cabello por detrás. Sé que no tiene
sentido, pero deja que esos mechones dorados sean otro abrigo. Deja que tu
belleza y tu luz brillen otra vez, Ar’jant d’tel. Tú sabes que aún eres su elegida,
quizás no para lo que originariamente fue ordenado, pero ella camina en tu aura,
guía tu lengua y tu corazón. Eso es muy fácil de ver.
Me deslicé dentro de mis botas, y Kitää arregló mi pelo para que cayera por
mi espalda, y recogí mi varita.

—Estoy lista —dije, mirándola.


Ella me destelló una sonrisa valiente.
—Tengo fe en ti, amiga mía.
Y así, ella me guió a la boca de la caverna, donde salí a la luz temprana del
día.
78

La nieve estaba cayendo. Miré a través de la extensión de la ladera. Las


sábanas de hielo eran resbaladizas, barnizando la roca. Con un martillo de rocas,
crampones1 en la parte inferior de mis botas, y una larga cuerda sobre mi
hombro, estaba tan lista como nunca lo estaría.
Comencé lentamente a emprender mi camino a través de la extensión de
nieve compacta. Estaba bastante compacta y yo era muy ligera así que sólo me
hundía hasta los tobillos, pero aun así, la caminata era lenta, y más de una vez
deseé unas botas de nieve en vez de ese calzado
Mientras la ráfaga de copos se pegaba en mi pelo, mis pestañas y mi frente,
me pregunté el sentido de dejar mi pelo suelto. El cabello largo hasta el tobillo,
cuando no tenía una vida propia como el de Ahumado, podía ser peligroso en la
batalla. Y era igualmente difícil manejarlo en una tormenta como ésta. Pero Kitää

1Crampones: Pieza metálica con pinchos que se fija a la suela de las botas para no resbalar sobre la
nieve o el hielo.
había sido muy insistente, así que decidí que ella debió tener algún tipo de
premonición respecto al tema.
Lentamente, dando un paso a la vez, balanceándome con una vara que había
recogido antes de dirigirme a la cueva, hice mi camino a través de la extensión.
Tenía una cosa a mi favor: Por mi pequeña estatura, mi centro de gravedad era
bajo y era menos probable que me cayera que si hubiera sido de un tamaño
promedio.

El viento soplaba algo fuerte, y observé como las nubes corrían a través del
cielo y lanzaban la nieve girando de costado. Los copos eran pequeños y se
pegaban contra la carne descubierta de mi rostro, pero la bufanda que había
atado alrededor de mi cuello y sobre mi boca me mantenían a resguardo de lo
peor. Me detuve durante un momento y enjugué mis ojos ante el brillo de la
nieve cuando amenazó con cegarme, luego continué.
¿Dónde encontraría a Vikkommin? ¿Estaría escondido? ¿Tendría que
perseguirle? Las Faldas de Hel flanqueaban una abertura más alta en la ladera,
una caverna a la cual no quería ir porque se rumoreaba que era una abertura al 79
Inframundo, y aquí, eso muy bien podría ser cierto.

Cuando la mañana se alzó, miré hacia atrás. Ahora los cuarteles generales de
la Manada eran un borrón distante contra la montaña, pero tuve la sensación de
que me estaban observando —y no se sentía como si fuera Vikkommin. Camille
y los otros ahora estarían despiertos, pero esperaba que hicieran caso de mis
deseos y no vinieran detrás de mí. Lo que fuera que tenía que hacer, no quería
que interfirieran.

Un poco más adelante, paré y miré la ladera. Sin ni siquiera darme cuenta,
había llegado al centro de las Faldas de Hel, y estaba de pie justo debajo de la
caverna, la cual parecía tener una abertura muy pequeña. Pero la energía de la
cueva explotaba bajando por la montaña haciéndome tambalear, y me doblé, mi
estómago se retorció en miles de direcciones.

Ciertamente, era una puerta al Inframundo. Eran verdaderamente las Puertas de Hel.
Una nota simple en mi interior comenzó a agitarse y a sonar a través de mi
cuerpo, forzándome a subir más alto la cuesta. Comencé a arrastrarme a gatas por
la montaña, sobre las manos y las rodillas, porque la energía era imposible de
negar e imposible de aguantar mientras estaba de pie. Con un pie a la vez, me
dirigí hacia la caverna, y ahora podía oír algo diciendo mi nombre.

—Pirkitta... Pirkitta... Pirkitta... es hora de que vuelvas a mí.


Me congelé. Vikkommin. Esa era la voz de Vikkommin desde más abajo.
Rodé, girando cuando la sombra me abrazó corriendo hacia el costado de la
montaña. En segundos, él estuvo a mi alrededor como una espesa nube, su
energía llenaba cada poro de mi cuerpo, y cuando me forcé a ponerme de pie me
di cuenta que Vikkommin me había estado esperando, y estaba feliz de verme.
—¿Vikkommin, qué estás haciendo? ¿Qué quieres? —Intenté mantenerme
enfocada en la razón de mi viaje, pero la sensación de su fuerza vital era como un
vino embriagador. Me di cuenta de cuánto lo había echado de menos, mucho
más de lo que recordaba. La reunión era como el fuego para una cerilla, como
unos imanes largamente separados.
—Pirkitta, has vuelto a mí. Has venido para unirte a mí.
—No, no, no puedo unirme... —Mi voz se apagó. ¿Podía ser que 80
Vikkommin aún me amara? ¿Que me hubiera perdonado por lo que ocurrió?
Quizás yo no lo había matado. Quizás él me estaba diciendo a su manera...
—Ven conmigo. No sabes el poder que tengo ahora, mi dulce flor. Mi pequeña
concubina. Eres mi pareja. Podemos estar emparejados otra vez, en la muerte como en la vida.
Y él me rodeó, una sombra que tomó forma, abrazándome con sus brazos,
su cuerpo hecho de humo.
Tiré mi cabeza hacia atrás y me apoyé en la nube de sombra que me sujetó
rápidamente. Su abrazo se sentía tan bien y recordé las noches que habíamos
pasado juntos, noches de pasión y fuego, noches saboreando las delicias del
amor, las noches dónde habíamos hecho planes para dirigir la Orden: unos
dirigentes sabios y benevolentes, llenos de amor y lujuria y magia como para
sacudir las montañas.

—Recuerda... recuerda lo que teníamos...

Intenté sacudir mi cabeza para aclararla y recuperar mi atención.


—Vikkommin, necesito saber… necesito saber qué ocurrió esa noche.
Necesito saber si... si…

—¿Si me mataste? ¿Si me convertiste en lo que soy ahora, mi dulce elfa?


—Sí. Por favor, dímelo... no puedo recordarlo.
Y entonces, Vikkommin me empujó de vuelta a sus brazos y me besó, su
sombra era tan fuerte que no podía separarme. No estaba ni siquiera segura de si
quería hacerlo. Pero entonces vi un brillo, su forma ensombrecida tenía unos ojos
tan negros como la noche y estaban chisporroteando con la fuerza de miles de
soles oscuros.
—Oh, mi dulce, seguramente debiste matarme. Me desgarraste en trozos. Seguramente
eres una asesina, y ahora pasarás el resto de tus días conmigo, para que yo te haga lo que me
hiciste a mí. Y estaremos juntos otra vez, para la eternidad.
Entonces comenzó a filtrarse en mi cuerpo, su sombra cambiaba a través de
mis poros, filtrándose a través de las células y yo comencé a gritar.
81
Capítulo 7
—¡N o! ¡Por favor, Vikkommin, detente!

Lo empujé, pero era imposible empujar el humo


y los espejos. Y cuando él entró en mi cuerpo,
su locura tocó mi alma y volví a gritar, porque vi
lo lejos que él había traspasado el borde. Estaba enfurecido, enojado y trataba de
hacerme daño de cualquier manera posible. Él no me amaba, quería castigarme
por la eternidad.
Luché contra él, intentando un hechizo tras otro. Lo empujé, pero eso no
tuvo efecto, y levanté mis defensas y barreras, pero ya era demasiado tarde... el
zorro ya estaba en el gallinero. Por último, en la desesperación, grité por una
82
ráfaga de rayo de hielo que apuntara directamente a mí misma —pensé que eso
podía absorber la energía— pero rebotó contra su sombra

¿Qué diablos iba a hacer? No podía dejar que ganara. Él sería capaz de
hacer exactamente lo que pensaba. Dar vuelta mi cuerpo de adentro hacia afuera
y absorber mi alma en la suya, y yo no podía dejar que eso pasara Yo no estaba
dispuesta a morir. Luché, arrastrándome por el hielo, tratando de mantener la
concentración. La sensación de tenerlo dentro de mi mente me dio ganas de
gritar, de quitármelo de encima como a las hormigas en un picnic.
Tengo que mantener la calma, tengo que averiguar qué hacer. Si dejo que él me confunda,
va a ganar.

Me saqué los guantes de mis manos, apoyando de un golpe mi mano


izquierda en un filoso bloque de hielo. El dolor me traspasó. Me aferré a la
sensación de la carne desgarrada y me sostuve de todo lo que tenía y eso aclaró
mis pensamientos por un momento.
¿Y ahora qué? Tenía sólo unos pocos minutos para decidir mientras él me
rodeaba, infiltrándose cada vez más en mi cuerpo.

—El anillo...el anillo...


Oí una voz débil en el viento y miré hacia la montaña. De pie sobre uno de
los peñascos estaba Howl, mirando pero sin interferir.
¡Por supuesto! El anillo de Shevah. Me concentré en eso, rogando por toda
la ayuda que pudiera darme. Un latido ondulante a través de mi mano me tomó
por sorpresa, y luego otro, y luego un fuerte grito rasgó el aire y Vikkommin salió
volando por la montaña en forma de sombra. Mientras él se levantaba, yo sabía
que tenía que decidir lo que haría a continuación.

Y luego, las palabras de Undutar resonaron en mis oídos.


—Recuerda Pirkitta: Para contrarrestar la sombra, debes quitar la luz. Sólo en la
oscuridad la sombra vacilará. Sólo en la oscuridad puede destruirse lo que queda de él.
Oscuridad. ¡La cueva….las Puertas de Hel! Me puse de pie y me dirigí a la
montaña, forzándome a hacerlo. Sabía que Vikkommin estaba congregándose
83
con el objeto de dirigirse hacia mí otra vez y yo tenía que llegar a la cueva antes
de que él llegara. En la oscuridad, él no tendría ni de cerca el poder que tenía aquí
en la luz.
Todas las sombras necesitan la luz para existir.
Luché para recuperar el aliento y al levantar la mirada, encontré a Howl de
pie junto a mí, en forma de lobo. Se arrodilló. No dije nada pero salté sobre su
lomo y corrió hacia la caverna que estaba delante, mientras yo me aferraba a su
lomo como si mi vida dependiera de ello —lo cual era cierto. Llegamos a la cueva
y se arrodilló de nuevo para que yo pudiera bajar. Rápidamente, regresó de nuevo
a su forma humana.

—No puedo ir contigo, hermanita. Tengo prohibido traspasar las Puertas de


Hel. Pero voy a montar guardia. Bendiciones, mi Ar'jant d' tel.

Le sonreí suavemente. —Si pasa algo, diles...


—Yo le avisaré a tus amigos, si es necesario. Ve ahora. Tu adversario está
casi sobre tus talones. —Y él se apartó.
Le di una mirada por encima del hombro a Vikkommin, que estaba casi a
mi alcance, respiré profundamente y me sumergí en la caverna, en la oscuridad,
en lo que esperaba que iba a ser mi salvación.

La caverna estaba oscura, tan oscura que ni siquiera podía ver mis manos
por delante de mí. Rápidamente me alejé de la abertura, apartándome de la poca
luz que emanaba desde el exterior. No podía permitir que Vikkommin tuviera
alguna forma de poder sobre mí, y cuanta menos luz hubiera, menos poder
tendría.

Mientras avanzaba usando mi bastón para barrer el camino, me di cuenta de


que había una forma de luz aquí… mi cabello, las hebras brillaban con una suave
luz dorada. Sólo lo suficiente para que pudiera ver las formas rocosas en la pared,
a pesar de que todo a mi alrededor estaba negro y borroso. ¿Cómo demonios...?
Y entonces me di cuenta de que cuando me había cepillado el cabello esta
mañana, Kitaa debió de haber puesto algo en mi pelo. Pero ahora no había
tiempo para averiguarlo.
Me apresuré a ir hacia adelante y encontré un afloramiento, me paré detrás 84
para recuperar el aliento. Él no podía verme aquí pero probablemente me oiría.

—Pirkitta... Pirkitta... ¿Adónde te fuiste ahora? Estás siendo una niña muy traviesa y
voy a tener que castigarte por ello. Regresa ahora al hielo y lo haré más fácil para ti.
Obligué a mi lengua a que permaneciera quieta, a pesar de que quería
gritarle una réplica, una respuesta sarcástica. No era momento para la
mezquindad. Tenía que destruirlo, pero más que eso, tenía que averiguar por qué
yo le había causado esto.
Me dirigí hacia la parte posterior de la caverna y encontré otro pasadizo que
conducía hacia abajo. Como no tenía ni idea de si saldría con vida de esto, decidí
que bien podía seguirlo y saber adónde conducía. Así estaban las cosas, y yo no
tenía ni idea de cómo iba a destruir a Vikkommi. Undutar parecía convencida de
eso.
Yo podría hacerlo mientras estuviera en la oscuridad, pero no estaba tan
segura.
El pasaje conducía a una saliente estrecha con barrancos a ambos lados.
Miré por encima del borde y me aparté rápidamente. Yo no pude haber visto lo
que me pareció ver, no, no era posible. Pero di una segunda mirada y supe que
no estaba alucinando.
Había una columna en el centro de la profunda fosa a mi derecha. A lo
largo de la columna había fila tras fila de rostros —máscaras de la muerte y
calaveras, adornando la torre de estalagmita que tenía unos buenos dos metros de
espesor. ¡Santo Infierno! No me extrañaba que llamaran a esta caverna las Puertas
de Hel. Realmente era una cámara de la muerte.

Me di la vuelta para ver la luz tenue que sabía que era Vikkommin. Él estaba
esperando en la parte superior del camino de acceso y ahora sentí una vacilación,
una pausa en su certeza.

—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de venir aquí?


—Ven. Tú sabes que eventualmente tendrás que venir. O te morirás de hambre
esperando a que me vaya. Pirkitta, no sabes el poder que tendrás cuando estés conmigo. No
puedes imaginarte la hermosa fortaleza que fluye a través de mi ser ahora. Tendrás todo eso,
85
una vez que estés conmigo.
Poder... poder... ¿dónde había oído eso antes? Un pensamiento difuso
comenzó a tomar forma en mi mente.
—No lo creo. Eres una abominación, Vikkommin. Si soy yo la que te
convirtió en esto, te lo prometo, voy a entregarme para ser castigada. Pero no
puedes seguir así… te alimentas de la vida de los Hombres del Norte y de sus
familias. Tú ya no eres parte del ciclo.
—Oh, eso es lo que me dijiste hace mucho tiempo, eso es lo que predijiste que me
sucedería. Pero mira, tú eres la razón de mi existencia en esta forma. Tú creaste al monstruo en
el que temías que me estaba convirtiendo. ¿Cómo te sientes acerca de eso, mi amor? ¿Cómo te
sientes ahora que sabes que has jodido las cosas y diste a luz una terrible sombra que es el terror
en las tierras baldías del norte?
Miré a mi alrededor, observando los cráneos en la torre central, tratando de
pensar. La fosa tras el borde era tan vasta que si tuviera que hacerlo, podría
arrojarme y él nunca podría cogerme. ¿Había sido yo quien realmente le había
hecho esto? ¿Era yo, en el fondo, la responsable de todo esto?
—Estás cometiendo un error, Vikkommin. Estás yendo en contra de la Orden,
Vikkommin. Te estás convirtiendo en un monstruo, Vikkommin... —Su voz imitaba
burlonamente la mía con perfecta precisión, y de repente, los años comenzaron a
deslizarse mientras los secretos que había bloqueado dentro de mi corazón se
abrieron... y yo estaba de pie de nuevo en su habitación esa noche, por última vez
frente a mi amor.

Vikkommin me había llamado a su habitación. No era nada extraño,


pasábamos mucho tiempo juntos, pero esta noche había algo diferente. Tenía una
mirada en su rostro que no me gustaba. Una que reconocí con demasiada
frecuencia en los últimos tiempos. 86
—¿Has estado en el Bosque Blanco, ¿no es así? ¿Qué haces ahí,
Vikkommin? Prometiste reducir la frecuencia en la que irías. Ya sabes que no me
gusta y tampoco le gustaría a la Sacerdotisa Madre.
Vikkommin, increíblemente apuesto y con una mirada pícara en los ojos,
me tomó entre sus brazos.
—Dame un beso antes de que regañarme —dijo, y lo hice. Sus labios se
apretaron contra los míos, cálidos como el vino fino y me aspiró profundamente
hacia su amor, en su pasión, y yo no quería otra cosa más que quitarme la ropa y
meterme en la cama con él.
Pero había algo, algo que me pareció extraño... fuera de foco. Me aparté, y
recuperando el aliento, me volví hacia él.
—¿Qué haces, mi amor? ¿Qué es lo que llamas en el bosque? Tenemos todo
lo que podríamos desear aquí. Todo lo que se puede pedir.

Una llama salvaje se disparó en su mirada y sacudió la cabeza.


—¿De verdad lo crees? No lo entiendes, ¿verdad? Tengo que mostrarte. Si
te lo muestro, no tendrás ninguna objeción. Querrás ser parte de esto, y yo quiero
que lo seas. Eres mi amor, mi alma gemela, mi elegida. Pirkitta, déjame mostrarte
lo que he descubierto.
Suspiré. Él no estaría satisfecho hasta que le dijera que sí, y decidí que tal
vez esa era la mejor manera de mantenerlo fuera de los problemas. Si sabía contra
lo que estaba luchando, sabría cómo lidiar con ello.

—Muy bien, entonces muéstrame lo que has aprendido del Bosque Blanco.
—Ven aquí, entonces. Ven y déjame entrar en tus pensamientos. Te voy a
enseñar lo que he estado aprendiendo. Lo que tengo la intención de enseñarte.
Extendió sus brazos y fui hacia ellos, temblaba mientras él los envolvía a mi
alrededor en un abrazo tan fuerte que no podía romperlo. Empezó a darme
vueltas, a girarme —al menos así lo parecía— y giramos hacia el astral y nuestras
almas se unieron.
—Mira… Mira lo que he aprendido a hacer... 87
Y entonces entré en su mente. Había llamas brillantes allí, llamas de hielo,
tan violentas que sacudían su alma. Grité, tratando de eludir la lluvia de hielo
ardiente mientras los remolinos de fuego tomaban la forma de bailarinas, que
giraban a nuestro alrededor en un círculo de locura. Ishonar —el más peligroso
de los elementos—, de alguna manera Vikkommin había aprovechado el poder
elemental de Ishonar.
—No… Ishonar sólo está reservado para el castigo. Es la forma más
poderosa del hielo, y jamás debemos tocarlo salvo en caso de extrema necesidad
y con la aprobación de los Ancianos. —Traté de apartarme, pero las Elementales
de Ishonar corrieron hacia mí y me detuve—. Mis dioses, Vikkommin, tú tienes
el control sobre ellas.
No podía ser… ningún mortal podía controlar ese poder. Ningún mortal en
su sano juicio lo intentó. Era como controlar a los dragones —simplemente no
se hacía. De hecho, la capacidad de aprovecharse de las flamas heladas de
Ishonar había pasado a los dragones de plata, y eran los únicos seres vivos que
podían utilizar la magia como quisieran sin perderse a sí mismos por ello. Porque
había una locura en el frío extremo, una furia que cuando se desataba podía llevar
la peor de las guerras de la naturaleza, las edades de hielo, sobre el mundo.

—¡Tú no puedes controlar esto! No puedes aspirar a controlar este poder.


Vikkommin rió y me abrazó con más fuerza.
—Oh, por el contrario, puedo controlarlo. He aprendido a usarlo y voy a
utilizarlo. Una vez que tengamos el control del templo, desataremos guerras
santas sobre nuestros enemigos. Vamos a congelar a nuestros enemigos en
Pohjola hasta la médula. Vamos a erradicar a los gigantes de fuego. Nos
elevaremos para estar al lado de la misma Señora Undutar. Nos convertiremos en
dioses con este poder.

Y entonces la sentí, a la Señora misma, viniendo a través de mí.


—Esto es una locura —susurró ella, y yo dije las palabras por ella—. ¿Te
atreves a compararte con los dioses? Tú pagarás por esto y lo pagarás en grande.
Sin pensarlo dos veces, extendí una mano —tal vez Undutar lo hizo o tal
vez ambas— y arrancamos el alma de Vikkommin fuera del astral y la metimos
88
en la forma de sombra más cercana. Para evitar que regresara a su cuerpo, salté
fuera del astral regresando a la habitación. Y yo miré a mi amor por última vez,
antes de voltear su cuerpo de adentro hacia afuera. Todo se desvaneció, y lo
siguiente que supe era que yo estaba gritando, y mi mundo se puso al revés a
partir de entonces.
—Oh, Gran Madre. Vikkommin, ¿cómo pudiste? ¿Cómo pudiste siquiera
esperar...?
Los recuerdos continuaron regresando. El sonido de su cuerpo rasgándose
mientras yo lo destrozaba. La risa enloquecida de su alma mientras yo la
incrustaba en la sombra. El grito atrapado en mi garganta cuando maté al amor
de mi vida para evitar que lastimara a otros. Había enloquecido a causa del poder
y no habría nada que lo detuviera.

En ese breve vistazo de su alma, había reconocido que él era aún más
poderoso que la Sacerdotisa Madre y él sacudiría toda la tierra y la quebraría en
pedazos con el Ishonar.
Pero, ¿cómo se lo iba a decir al Consejo de Ancianos? ¿Cómo iba a hacer que los
ancianos me creyeran, cuando incluso yo estaba en estado de shock y no lo creía?
Y así, los recuerdos se retiraron, desapareciendo de nuevo en un pequeño rincón
de mi corazón y allí los encerré.

Porque yo también sabía que había peligro para mí misma. Porque cuando
Vikkommin había entrado en mi mente para mostrarme lo que podía hacer, él no
sólo me mostró cómo utilizar yo misma el Ishonar.

Ahora, mientras los recuerdos me asaltaban de nuevo, me di cuenta que


también sabía cómo controlar el Ishonar… yo podría hacer arder el hielo y
podría cambiar el clima en formas que ningún mortal o Fae debería ser capaz de
hacer. Si los ancianos hubieran sabido lo que yo podía hacer, me hubieran
matado de inmediato. En algún lugar profundo de mi subconsciente, debo
haberme dado cuenta de eso y bloqueé todos los recuerdos.
Horrorizada de ver que ahora yo era demasiado poderosa para mi propio
bien —o para el de cualquiera—, mi primer pensamiento fue arrojarme por sobre
el borde de la fosa, pero luego Vikkommin se rió, y su risa me detuvo.
—Tú nunca pudiste manejar el concepto de ser una diosa, ¿verdad? Veo que ahora lo
89
recuerdas. Pero no me asustas… estás aterrorizada de usar tu fuerza y no la vas a usar por
temor a causar alguna reacción en cadena.
Me mantuve firme, mirando los bordes de su forma de sombra que
brillaban intensamente. Él era menos potente aquí abajo. La oscuridad drenaba
sus habilidades más fuertes y la poca luz que mi cabello desprendía no era buena
para él.
Tenía que hacer que viniera hacia mí.
—Nunca ganarás. Puedes matarme, pero la Señora está afuera para tu
muerte y nunca serás nada más que lo que eres ahora: una sombra de tu antiguo
ser. Porque tú no puede hacerlo ahora, ¿verdad? No puedes controlar el clima.
No puede controlar el Ishonar y eso te llama y te enloquece.

Dejó escapar un aullido de rabia y se acercó más.


—Pirkitta... Yo hubiera compartido esto contigo. Nos hubiera traído juntos de nuevo y
hubiéramos vivido juntos en la sombra. Pero te burlas de mí… y te destruiré.

Me armé de valor.
—No sólo me burlo, escupo en tu camino. Abjuro de lo que te has
convertido. Te niego, Vikkommin. Niego tu poder y tu sombra y la locura
tambaleándose en tu interior.

—¡Tú! ¡Tú me niegas! Puedo hacerte pedazos, puedo convertirte en lo que soy ¿y tienes el
descaro de negar mi poder?
Y entonces él se movió. Se dirigió en dirección a mí y cogí mi varita. No
estaba segura de lo que iba a hacer, pero ahora que tenía el poder de Ishonar en
mí, yo sabía que podía destruirlo. Esperé hasta que estuviera al alcance de mis
manos y luego levanté la varita.
—A las puertas del Inframundo yo te envío, a las profundidades de Tuonela
yo te envío, a los brazos de Tuoni yo te envío. Tú criatura de las tinieblas y de la
sombra, tú hechicero enloquecido por el poder… ya no eres un elegido de la
Señora, tú eres una criatura vil, una abominación, y yo te envío a los brazos del
olvido.
Me concentré y agarré una de las Elementales de Ishonar. Ella estaba
bailando en el borde de mi varita, y la empujé hacia adelante, ardiendo con todo
90
su gloria congelada y brillante. Ella se elevó, tornándose cada vez más grande, y
su rostro, con facetas de hielo y bañado en fuego púrpura, cambió de sublime a
monstruoso mientras su boca se abría y se ensanchaba y se volvía en dirección a
Vikkommin.
Él se abalanzó hacia mí, pero ella se interpuso, tocando su sombra y
lanzando ondas de dolor a través del humo. Él gritó, fuerte y lastimeramente.
Pero me sostuve, cayendo de rodillas. Esto era todo, este era el único modo para
que el poder que tanto había anhelado se regresara contra él. Me extendí
profundamente, busqué todos los hilos que conocía en mi interior para usar a
Ishonar. Los recogí en una masa, los arranqué y los lancé hacia él: era como una
ola, un remolino de energía que rodaba y ardía tan brillantemente que iluminó el
recinto.
Por un momento él pareció fortalecerse y entonces capté sus pensamientos
al tocar los bordes externos de su ser.
—Pirkitta… ¿qué me estás haciendo? No… ¿cómo pudiste hacer esto? ¿Cómo pudiste
hacerme esto a mí?
Y entonces empezó a gritar y su grito resonó en la cámara, llegando a
convertirse en un aullido cuando su angustia aumentó. La rueda de Ishonar rodó,
abarcándolo, rodeándolo, y él se convirtió en el centro de la rueda, los rayos de
fuego que irradiaban desde su centro se congregaban para corroer su alma,
devorarla y romperla en pedazos.
Me tapé los ojos, sin querer mirar, no quería ver lo que estaba causando en
el alma del Vikkommin, y sin embargo no pude dejar de bajar mis manos cuando
el grito se elevó en un crescendo.

Vikkommin ahora estaba en el aire, atrapado en las corrientes de viento que


azotaban la cámara. Él estaba siendo arrastrado, esparcido a los cuatro vientos,
rasgado en dos. La rueda de Ishonar continuó avanzando, rodando a través de él,
y luego cayó sobre el borde del sendero, llevándose con ella lo que quedaba de mi
amor, hasta las profundidades de Hel, donde iba a ser lavado y regresaría al
universo como materia nueva. Hijo del Olvido.

Me senté en la oscuridad respirando con dificultad. Los recuerdos


inundaron mis pensamientos, recuerdos de esa noche. 91
Sí, yo lo había matado por directiva de mi señora. Yo había puesto en
movimiento todos estos eventos por su mandato.
Y ella me había dejado para que yo vagara y tomara el castigo, porque si me
acordaba de lo que había pasado, el templo me habría matado.
Pero, ¿ahora qué? ¿Qué hay del Ishonar? ¿Qué hay de mi capacidad para
controlarlo?

—Mira en tu interior, mi Ar'jant d' tel. Mira dentro de ti misma. No tengas miedo.

Y allí, en la oscuridad, me interné profundamente en mi alma, me dejé


hundir hasta el fondo de mi centro.
Cuando llegué adonde el poder de Ishonar había morado, me di cuenta de
que yo había arrancado de mí el conocimiento de cómo usarlo cuando maté a la
sombra de Vikkommin. Que había utilizado el conocimiento esta única vez, para
poner fin a su vida…ya que era la única esperanza que tenía de destruirlo.
Mi capacidad de utilizar el Ishonar había muerto con él.
Poco a poco me incorporé, sacudí el polvo de mi capa, recogí mi varita y
todo lo que necesitaba. Eché una última mirada a las profundidades de la caverna
y utilizando mi bastón, me dirigí hacia la entrada.

Al salir de la caverna, Howl saltó de la saliente escarpada. Se quedó


mirándome.

—Oh, Señora mía, ¿qué te sucedió?

—¿Qué quieres decir? —le pregunté.

—Tu rostro. Mira tu cara.


Saqué un pequeño espejo de mi mochila y miré en el vidrio. A lo largo de
los costados de la frente había espirales y bucles intrincados, unos diseños
hermosos en azul añil que fluían como el agua por mis mejillas, en ríos y arroyos.
Extendí la mano y los toqué. No me dolieron, pero eran permanentes… eso era
lo que claramente parecía.

—No lo sé —le susurré—. No sé qué pensar.


92
Y luego, Howl volvió a su forma de lobo y me ofreció su lomo. Yo me
trepé sobre él y empezamos a trotar a través de los faldeos de Hel, de regreso a la
cueva, de vuelta a mi vida.
Capítulo 8
C uando regresé, Camille, Ahumado y Rozurial estaban
esperándome. Les hice un gesto silencioso y ellos se retiraron. Kitää
hizo un gesto a una de sus mujeres, y quince minutos después, un
baño caliente me estaba esperando. Camille y Kitää me asistieron,
ayudándome a quitarme la ropa. Cuando me desprendieron de mi túnica, Camille
se quedó sin aliento.

—¿Qué? —pregunté.

—Las cicatrices… están diferentes.


Me esforcé por verlas, así que Kitää trajo un pequeño espejo para mí y lo
sostuvo mientras yo miraba por encima de mi hombro hacia el espejo. Las
cicatrices, las marcas de las ishonar, se habían desplazado y cambiado. Ahora
93
estaba cubierta por un nuevo e intrincado conjunto de cascadas de agua
enrolladas —bellas y extrañas y haciendo juego con los tatuajes a los costado de
mi frente.
—Has sido marcada por tu diosa —susurró Camille—. Reconozco la
energía, es la misma de cuando la Madre Luna me reclamó y me marcó con sus
símbolos.

—Pero ¿en qué podría estar pensando?

—Visitemos el templo mañana. Tal vez entonces tendrás tu respuesta.


Asentí y entré en la bañera humeante por el vapor del agua, hundiéndome
con gratitud en el calor suave. Tenía que visitar el templo para pedirles que
quitaran la maldición. Para hablarles de lo que realmente había pasado y dejar las
cosas claras.
—¿Tomarás de nuevo tu nombre anterior una vez que estés limpia? —
Camille me entregó un paño suave para lavarme y algo de jabón.
Negué con la cabeza.

—No. He sido Iris durante tanto tiempo... y verdaderamente, ya no soy


Pirkitta. Ya no va con mi naturaleza… así que regresar al templo sería bueno. Me
di cuenta hoy, en la montaña, que esa parte de mi vida se ha acabado. Era lo que
era, y la señora me necesitaba para detener a Vikkommin de convertirse en un
mago terrible que habría utilizado nuestra religión como un ariete contra el
mundo.

Camille dejó escapar un suave suspiro.

—El poder es tan fácil de abusar.


Todavía no me había preguntado qué pasó, sólo si había resuelto las
cosas. Ahora, a la espera de su pregunta, me di cuenta de que ella no iba a
hacerlo, no hasta que estuviera lista para hablar de ello.

Me eché hacia atrás y cerré los ojos.


—Te lo contaré después de haberme bañado y comido. En este momento,
es todavía demasiado reciente. Pero mañana, ¿irías al templo conmigo cuando
94
cumpla mi cometido y demande que se rompa la maldición?

Camille se echó a reír.


—Iris, pensaba que a estas alturas sabrías que iría hasta los confines de la
tierra, y más allá, por ti. Eres de la familia, nena. Y no sólo porque te ocupas del
cuidado de la casa. Eres tan de la familia para mí como lo son Delilah y Menolly.
Teniendo en cuenta que las hermanas de Camille eran su mundo, eso era un
gran cumplido, y no iba a olvidarlo. Contenta por mi lugar en el mundo, dejé que
el agua alejara el frío de mis huesos y traté de olvidar el sonido de los gritos de
Vikkommin resonando en mi cabeza.

Howl y Kitää, junto con un contingente de su gente, nos llevaron a las


puertas del templo.

—Esperaremos aquí hasta que haya terminado. No te dejaremos sola aquí.


Me volví hacia todos ellos.

—Si están seguros, entonces voy a tratar de hacer que sea breve. Camille,
Ahumado y Roz tendrán que esperar aquí, pero tal vez tú puedas venir conmigo.
Levanté la pesada aldaba y la dejé caer contra la puerta. Había enviado un
mensaje al templo la noche anterior y parecían saber que Vikkommin se había
ido, porque había recibido una citación para asistir a la mañana siguiente.
La puerta se abrió, y por primera vez en seiscientos años se me permitió
entrar en el templo de mi diosa. A medida que entrábamos en el vestíbulo
elaborado y tallado en la roca sólida de la montaña, con incrustaciones de
mármol y plata y alabastro, mi corazón se rompió. Me habían condenado al
ostracismo durante tanto tiempo que sufría físicamente por entrar en estas salas
donde había pasado mi juventud, donde me había enamorado, donde había sido
torturada.
El templo estaba como lo recordaba. La sala principal era tan alta que un
susurro resonaría en las corrientes, quedando atrapado, y rebotando de pared a
pared. Unos bancos forjados en plata y mármol estaban esparcidos alrededor de
95
la sala. El suelo era de unos elaborados mosaicos de piedra que representaban la
lucha de Undutar contra uno de los gigantes de fuego.
—Mis dioses, esto es hermoso —susurró Camille—. Nuestros templos a la
Madre Luna son más salvajes y feroces, como es su naturaleza.
—Es hermoso, ¿no? No sé cuántos siglos tardaron en construir esta sala…
mira, alguien viene.
Vi a la mujer a la que inmediatamente reconocí como la Sacerdotisa Madre,
que caminaba lentamente por el pasillo, flanqueada por dos ancianos. Su puesto
era evidente por la ornamentación en sus ropas. Y reconocí a los Ancianos con
ella, incluso después de todos estos años. Ellos habían estado presentes en mi
tortura y excomunión.
Cayendo de rodillas, me encontré poco dispuesta a mostrarles respeto. Tuve
que forzarme a mí misma a hacer las genuflexiones adecuadas. Me puse de pie de
nuevo, lo más rápido que pude sin parar de rendir homenaje.
—He destruido a Vikkommin y liberado su alma. También me enteré de la
verdad de esa noche. Vengo a ofrecer las pruebas de lo sucedido y a exigir que se
quite la maldición. —Por supuesto, técnicamente yo lo había matado, pero había
sido por mandato de la Señora. Seguramente ellos no podían culparme por eso.
—Síguenos, Pirkitta. —Y por primera vez en seiscientos años, mi nombre
había sido pronunciado en los pasillos de Undutar.

Los seguimos por el largo pasillo que conducía a una de las salas de
examen. Me quedé mirando la cámara, que era muy parecida a aquélla en la que
me habían torturado.
La Sacerdotisa Madre hizo un gesto para que nos sentáramos.
—Pirkitta, mientras estaba en mis oraciones la noche anterior, Undutar vino
a mí. Ella me dijo que Vikkommin ya no vivía y que esto había sido una prueba
para ti. Que eras inocente de toda maldad hacia él.
¿Una prueba? ¿De qué carajos estaba hablando? Undutar no había dicho
nada acerca de una prueba. Y yo, ciertamente, había matado a Vikkommin, 96
aunque bajo las órdenes de la Señora. Yo no era realmente inocente, a pesar de
que había tenido una buena razón para hacer lo que había hecho. Pero decidí
mantener mi boca cerrada y obtener más información.
—Ella fue a varios de los ancianos en sus sueños, y de hecho, nos dijo la
misma cosa. Retiraremos inmediatamente tu maldición y se te devolverán tus
túnicas. Te invitamos a unirte con el templo, si quieres. No se nos indicó si
deseabas hacerlo o no, pero hablamos de ello entre nosotros esta mañana. Nos
gustaría darte la bienvenida con los brazos abiertos.

Ella sonrió ampliamente.

Quedé muda y más bien confusa, y simplemente asentí. Camille me dio una
mirada de reojo, pero negué con la cabeza lo suficiente como para que lo viera y
ella guardó silencio. Le había contado —a todos ellos— durante la cena lo que
había ocurrido.
Dejé escapar un largo suspiro. Quedarme en el templo… el pensamiento
había pasado por mi cabeza más de una vez, pero yo sabía, incluso antes de llegar
a las Tierras del Norte, que jamás iba a ser capaz de hacerlo. Tantas cosas habían
cambiado. No era la misma mujer, no era la misma Talon-haltija que había
estado.
—Doy la bienvenida a mi túnica, pero no me quedaré en el templo. De
hecho, no volveré a visitar este lugar de nuevo. Hice lo que tenía que hacer, y si
desean quitarme la maldición, voy a volver a mi vida tal como es y no oscureceré
su puerta nunca más.

La Sacerdotisa Madre me hizo un gesto para que entrara al círculo de los


Ancianos, y ellos se dieron la mano, trabajando en silencio. Sentí un escalofrío
correr a través de mí y luego una aceleración, como si mi sangre saltara y bailara,
y luego dejaron caer sus manos y eso pareció ser todo.
—¿Eso es todo?
—Sí, la maldición ha sido levantada. Eres libre de nuevo para tener hijos, y
sin duda eres lo suficientemente joven como para hacerlo.
Parpadeé. Me esperaba algo mucho más complejo, pero al parecer levantar
las maldiciones necesitaba mucha menos formalidad que otorgarlas. Por otra 97
parte, teniendo en cuenta el dolor al recibir la maldición, decidí que corto y dulce
era lo suficientemente bueno para mí.
Al coger la bolsa que contenía mis ropas, me di cuenta de que había algo
más en el interior del saco, pero una vez más el instinto me dijo que no mirara
hasta que estuviéramos muy lejos del templo.
Me despedí de todos y, mirando por última vez las paredes de madera
tallada y los magníficos mosaicos, me despedí del templo lo más silenciosamente
que pude. Habíamos estado en el interior una hora y era la última hora que tenía
intención de pasar alguna vez en las Tierras del Norte. La manada de Howl
estaba esperando, y con Camille y yo montando sobre los lomos de dos de los
más grandes guerreros en formas de lobo, nos dirigimos de nuevo por la
montaña.
Cuando estábamos lo suficientemente lejos, hurgé en el saco y saqué lo que
me había llamado la atención. Era una estatua de cristal de Undutar, pero había
algo mágico en ella. Algo que no pude captar. También me di cuenta de que mis
ropas eran diferentes, y mientras miraba, tratando de averiguar cuál era esa
diferencia, algo me llamó la atención. Estaban adornadas con el mismo bordado
que las de la Sacerdotisa Madre.

—¿Qué es? —preguntó Camille.


—No lo sé —le dije, pero por dentro tenía una leve sospecha. No quería
decirlo todavía.

Nos hospedamos una tercera noche con la Manada de Howl. Salí afuera
antes de la cena, usando mis nuevas túnicas y llevé la estatua. Había yetis y trolls
con los que lidiar, sí, pero Howl tenía guardias de turno apostados y con la
sombra de Vikkommin eliminada, ya no estaba terriblemente asustada.
Me detuve en el borde del campo de hielo con la mirada fija en las faldas de
Hel. El frío aún me hacía temblar, pero también me calentaba por el
conocimiento que había hecho lo que me propuse hacer. Ahora podría volver a
casa, casarme con Bruce y tener los niños que deseaba. Visiones de la maternidad 98
bailaban en mi cabeza, y me pregunté qué características heredarían de mí… y de
él.
Cuando una ráfaga de copos revoloteó a mí alrededor, me puse de rodillas
en la nieve y coloqué la estatua delante de mí. Bajé la cabeza al suelo, luego me
senté en mis rodillas, cerrando los ojos, atrayendo las palabras de una oración a
mis labios. Pero ninguna oración llegó, sólo un profundo sentimiento de paz y
reivindicación.
—Aún tengo planes para ti, mi Ar'jant d'tel. Eres una Elegida de los Dioses, de
acuerdo, pero no para convertirte en la Sacerdotisa Madre del templo de aquí.

Saltando, miré a mi alrededor. Allí, más adelante, estaba la forma brillante de


mi Señora, su largo cabello negro fluía con el viento. Su capa era de la piel más
blanca y sus ojos se arremolinaban con las heladas y la niebla.
—¿Cuál es tu voluntad, mi señora? Soy tuya, por siempre y para siempre,
marcada en cuerpo y alma. —Me di cuenta de que no albergaba ninguna
animosidad hacia ella por usarme para combatir a Vikkommin. Una sacerdotisa
era la mano de su diosa, la extensión de la voluntad de su Señora. Yo había sido
la mejor herramienta para detenerlo. El que me enterara por casualidad de sus
habilidades, poniéndome a mi misma en peligro, había sido un daño colateral.
—Volverás a casa y levantarás un pequeño santuario para mí. Dirigirás ese santuario y
serás la Sacerdotisa Madre para todos los que me busquen. Mi poder se necesita ahora, cuando
la Tierra se calienta y los glaciares pierden su fuerza.
Asentí en silencio, comprendiendo que Undutar pretendía ser más que una
fuerza en el mundo. Se necesitaban sus formas de enfriamiento; su niebla y nieve
y ventiscas eran vitales para la supervivencia de tantas criaturas. Y yo sería, como
siempre y para siempre, su sierva.
Con una risa repentina, me di cuenta de lo lejos que había llegado. Había
cruzado mundos para estar a su lado, sólo para encontrarme a mí misma como
su sacerdotisa en un suburbio de Seattle. Había entrenado durante años de
contemplación silenciosa; sin embargo, ahora estaba luchando contra demonios
con las hermanas D'Artigo y sus amigos. Había destruido a mi amante para evitar
que hiciera mal uso de su poder y casi me había convertido en una copia al
cabrón. Había regresado al templo, sólo para que me dijeran que creara otro 99
templo por mi cuenta.

La vida estaba llena de un giro irónico tras otro. Pero lo que más me
importaba eran mis amigos y su lucha, mi diosa y el hecho de que ella me
amaba, y que podría casarme con el hombre que amaba y dar a luz a sus hijos…
esas eran las únicas cosas que, al final, conformaban la verdadera historia de mi
vida.

Fin
Sobre la Autora

100

Y asmine Galenorn es una novelista estadounidense. Escribe ficción


urbana de fantasía/paranormal. Anteriormente, ha escrito bajo el
seudónimo India Ink para su serie Bath and Body.
Es conocida por su serie Otro Mundo con las Hermanas D'Artigo. También
ha escrito dos series de misterio y ocho libros sobre el paganismo moderno, de
los cuales el más popular es Abraza a la Luna. También ha comenzado una nueva
serie, La Corte Índigo, que fue publicada en 2010 y que no se encuentra en el
mismo universo que Otro Mundo. Ella continuará escribiendo su serie actual,
además de la nueva.

Es una bruja chamánica y ha participado activamente en el Arte desde 1980.


Próximo Libro

101

S omos las hermanas D' Artigo: atractivas, ex-operarias con experiencia para
la Agencia de Inteligencia del Otro Mundo. Pero ser mitad-humanas,
mitad-Fae significa que nuestros poderes se descontrolan en todos los
momentos equivocados. Mi hermana Delilah es una Doncella de La Muerte y una
mujer gato que pertenece al Señor del Otoño. Mi hermana Menolly es una
vampiro que sale con un were-puma preciosa y con el padrino de los no-muertos.
¿Y yo? Soy Camille, sacerdotisa de la Madre Luna, casada con un dragón, un
youkai, y un Svartån. Pero el padre de mi dragón ha decidido que no le gusta
tenerme como miembro de su familia...

Es el solsticio de invierno, y Aeval me acoge en su Corte de la Oscuridad.


Con Morio peligrosamente débil por sus lesiones y Vanzir vivo sólo gracias a mi
silencio, el pensamiento de un entrenamiento bajo Morgana no parece tan
desalentador como antes. Pero entonces, Hyto vuelve a destrozar mi vida.

Capturada y barrida por la llegada del Dragón, ¿podré manejar el


mantenerme con vida el tiempo suficiente como para escapar mientras el padre
de Ahumado tiene la intención de romper mi espíritu, mi cuerpo?

102
¡Visítanos!

103

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