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El proceso psicoterapéutico y la formación profesional del clínico

Luis Antonio Sánchez Trujillo


Psicólogo clínico, psicoterapeuta

Resumen

Se aborda la problemática de la necesidad del proceso psicoterapéutico como factor

esencial en la formación profesional de el/la estudiante de psicología clínica y de como tal

carencia redunda en una baja cualificación e innumerables dificultades en el ejercicio

laboral de quienes egresan de la licenciatura en psicología clínica.

Palabras Clave

Psicoterapia, formación profesional, psicología clínica, proceso formativo integral,

alianza terapéutica, vínculo terapéutico.

El análisis, al que han de someterse

todos los candidatos de nuestros institutos de enseñanza,

es también el mejor medio de precisar

su capacidad personal para el ejercicio de la actividad analítica.

Sigmund Freud

El grado en que puedo crear relaciones,


que facilitan el crecimiento de los demás como personas separadas,

es una medida del crecimiento que he logrado en mi mismo

Carl Rogers

Han pasado 91 años desde que Sigmund Freud, en 19261, fijara las bases del proceso

formativo que todo aspirante debiera cursar para considerarse psicoanalista, el llamado

modelo “Trípode”. Bajo tal perspectiva se han desarrollado la mayor parte de modelos

formativos dentro y fuera del psicoanálisis:

[...] los candidatos son sometidos, como condición previa, al análisis. Reciben

enseñanzas teóricas por medio de conferencias sobre todas las materias que pueden

interesarles, y son auxiliados y vigilados por antiguos analistas experimentados cuando se

les considera ya como capacitados para comenzar a encargarse de algunos análisis de casos

fáciles. (Freud, 1997)

A este enfoque formativo centrado en tres columnas2 debemos la existencia de

personalidades como las de Adler, Jung, Reich, Horney, Frankl, Perls y un largo etcétera,

quienes tanto dentro como fuera del psicoanálisis sentaron las bases de las psicoterapias

1 La propuesta planteada en La cuestión del análisis profano en en gran medida el resultado de la experiencia de la
Sociedad de psicología de los miércoles, pilar inicial del que emerge la primera generación de analistas.
2 Teoría, supervisión de casos y análisis personal configuran las tres partes básicas de la formación.
contemporáneas.

Pese a ello cabe preguntarse acerca de la validez de un modelo cuya propuesta tiene

más de 90 años. Bien pudiera ser que se encuentre ¨pasado de moda¨, o se trate de una

propuesta exclusiva del psicoanálisis. Quizás la comparativa con otras propuestas y las

investigaciones recientes aporten algo más a la compresión de las bases pedagógicas

idóneas para alcanzar una formación profesional integral. Revisemos algo más de los

modelos formativos dentro de otras visiones terapéuticas.

Con el advenimiento de la terapia conductual, muchos de los supuestos psicoanalíticos

fueron duramente cuestionados. También la estructura formativa fue transformada,

apartando su mirada del camino del trabajo terapéutico personal en pos del laboratorio,

nuevo diván que apartaría de una vez y para siempre, la necesidad de confiar la

recuperación del paciente a las habilidades personales del psicólogo.

Sin embargo, y pese a los innumerables éxitos que en forma de protocolos de

intervención y principios de modificación de la conducta cosechó el modelo conductual,

ello no significaría ni con mucho el derrumbe de la psicoterapia. Por el contrario una nueva

fuerza crecía en el horizonte de la psicología.

El enfoque humanista, o tercera fuerza como sería conocido a partir de los años 60s,
ubicó en primer plano la necesidad de un arduo trabajo terapéutico sobre la propia

personalidad como eje fundamental de la formación del psicoterapeuta. Aunque la

dimensión teórica no se descarta, es en realidad en el desarrollo de las capacidades de

empatía, aceptación y congruencia dónde se coloca el acento de la formación del psicólogo,

pues se piensa que son tales habilidades las que posibilitan crear la relación terapéutica,

entorno propicio y nutricio de las tendencias autoactualizantes3 de quienes acuden a

terapia.

Si bien es Carl Rogers el primero en colocar la atención el desarrollo de tales

habilidades terapéuticas, no será el único ni el último en estudiarlas, llama la atención que

serán teóricos conductistas quienes se planteen la posibilidad de sistematizar los principios

humanistas con la finalidad de incorporar su aplicación y facilitar su enseñanza entre las

nuevas generaciones de psicólogos. Carkhuff (2008), y posteriormente Egan (1981),

crearán modelos de educación con miras a facilitar el entrenamiento de entrevistadores

expertos partiendo de los principios desarrollados por Rogers, lo que en la práctica

significará incorporar tales principios al bagaje del enfoque conductual de segunda y tercera

generación y desde luego a su rama más cercana, la terapia cognitivo conductual.

Inicialmente planteada por Ellis y Beck, la terapia cognitivo conductual pronto dió

3 Debemos recordar que en el centro de la propuesta humanista se encuentra la creencia de que no se trata de ¨curar¨
ni de ¨pacientes¨, por el contrario, acompañamos personas en busca de la felicidad, la que solo es posible a partir del la
autoactualización, es decir, del desarrollo de sus potencialidades, mismas que se encuentran bloqueadas, la labor del
psicoterapeuta se centra en trabajar sobre tales bloqueos, lo que permitirá a la persona la plena realización de su Ser.
muestras de una creciente preocupación por asegurar que sus discípulos contaban con la

cualificación suficiente para ejercer el enfoque con la máxima eficiencia4. Así, Ellis enuncia

una serie de características que todo terapeuta debe poseer para asegurar un desempeño

profesional óptimo, de entre ellas destacan:

(Los terapeutas eficaces) son capaces de afrontar y aliviar sus propias perturbaciones y

consecuentemente, no están ansiosos, deprimidos, hostiles, autodisminuidos,

autocompasivos o indisciplinados de manera regular.

Acepta incondicionalmente a sus clientes como personas, mientras se enfrenta e intenta

aliviar algunas ideas, sentimientos y comportamientos autoderrotistas de los clientes. (Ellis,

1989)

Siguiendo en esta línea es imposible pasar por alto los numerosos estudios realizados

desde la perspectiva cognitivo conductual sobre los distintos aspectos que influyen en el

desarrollo de la psicoterapia en un afán de asegurar los resultados óptimos, entre ellos

resalta la importancia de aquellos que sitúan a la alianza terapéutica en el centro del éxito

de toda psicoterapia.

4 A través del desarrollo del modelo y los resultados de la investigación, se fue poniendo el foco en la relación
terapéutica de manera más sistemática. Actualmente es un componente central y ha recibido un tratamiento especi ́fico
dentro de esta orientación. La sola adherencia a técnicas ha probado ser insuficiente para asegurar buenos resultados, y
se ha comprobado que una terapia competente requiere que los pacientes perciban a sus terapeutas como empáticos y
con una actitud no cri ́tica y congruente.
El concepto de alianza terapéutica surge inicialmente dentro del marco psicoanalítico,

planteado por Greenson (1967), pero pronto es trasladado a otros marcos de referencia ante

la creciente importancia que muy diversas investigaciones sobre la eficacia diferencial de

las psicoterapias otorgan al papel de la relación terapéutica5.

La aportación de Bordin con su definición de alianza basada en el trabajo de Greenson

ayudó a establecer una conceptualización que aclaró hasta cierto punto las dudas sobre el

papel de la transferencia y posibilitó la definición de la alianza de modo que las principales

escuelas terapéuticas se sintiesen cómodas con un concepto común a todas.

Bordin (1976), definió la alianza como el encaje y colaboración entre el cliente y el

terapeuta e identificó tres componentes que la configuran: (a) acuerdo en las tareas, (b)

vínculo positivo y (c) acuerdo en los objetivos.

El vínculo positivo se refiere a la compleja red de conexiones entre el paciente y el

terapeuta que incluyen o debieran incluir la mutua confianza y aceptación, la calidad del

vínculo determina el tono emocional de la vivencia que el paciente tiene del terapeuta, la

cual influye en su colaboración en el proceso terapéutico.

5 Véase Lambert y Bergin, 1992; Lambert, Shapiro y Bergin, 1986; Luborsky, Singer y Luborsky, 1975; Sloane, Staples,
Cristol, Yorkston, y Whipple, 1975; Smith, Glass y Miller, 1980; Stiles, Shapiro y Elliott, 1986
El acuerdo en las tareas se refiere a aquellas actividades o acontecimientos específicos

(explícitas o implícitas), que se requiere que el paciente realice para beneficiarse del

tratamiento. Hace referencia a los medios o caminos a seguir para alcanzar los objetivos

propuestos. En una relación terapéutica óptima, ambos miembros de la relación terapéutica

deberían percibir estas tareas como relevantes y aceptar la responsabilidad de cumplirlas

(Horvath & Luborsky, 1993).

Finalmente, están los objetivos acordados hacia los cuales tiene que dirigirse el

proceso. Una fuerte alianza terapéutica estaría caracterizada por un terapeuta y un paciente

que mutuamente respaldan, valoran y luchan por cumplir las metas establecidas (Horvath &

Luborsky, 1993).

Bordin (1979), al igual que otros autores6, entiende el vínculo terapéutico como el

principal agente de éxito psicoterapéutico. De esta misma manera, entiende los abandonos

prematuros o fracasos terapéuticos, como consecuencia de la existencia de un vínculo

pobre.

Wampold (2001, cit. Por Fossa, P., 2012), ha desarrollado la investigación más reciente

sobre la relación terapéutica y alianza, concluyendo que no más del 8% de la varianza de

6 Botella & Corbella (2003) han realizado una completa revisión de las investigaciones de vínculo y relación terapéutica,
y se ha concluido que el 66% de los estudios muestran una correlación significativa entre el vínculo terapéutico y los
resultados de los tratamientos. De esta manera, el vínculo terapéutico se transforma en el principal predictor de los
resultados en psicoterapia.
los resultados en psicoterapia se explica por factores específicos (técnica psicoanalítica,

cognitivo-conductual, etc.), mientras que el 70% de la varianza es debida a efectos

generales, con un 22% de varianza inexplicada, que probablemente se deba a diferencias

entre los pacientes. De esta manera, la disposición del paciente y la persona del terapeuta se

transforman en los principales factores curativos comunes a toda orientación

psicoterapéutica, consolidándose entonces el vínculo entre ambos como el factor genérico

de cambio en psicoterapia.

Resulta evidente el papel que la alianza y el vínculo terapéutico tienen en la capacidad

de las psicoterapias para resultar efectivas. Más allá de el enfoque teórico o modelo

terapéutico, el estilo y la personalidad del terapeuta poseen un efecto directo por sobre las

posibilidades de construir un vínculo propicio para el desarrollo personal.

En este sentido la psicoterapia sólo puede ser entendida como ejercicio de

intersubjetividad7, como un flujo-encuentro de expectativas, deseos, temores y esperanzas

que se entretejen en un abigarrado mosaico de fibras emocionales, en el burbujeante

entrechocar de dos cauces de los que emergen rupturas, transgresiones, nuevos horizontes

que empujan al consultante, pero también al terapeuta, hacia nuevas autodefiniciones. En el

centro de este “maelstrom”, la personalidad del terapeuta ocupa una posición fundamental.

7 El terapeuta puede reescribir y cambiar significados simbólicos de ciertos acontecimientos de su vida a partir de la
resignificación que hacen los pacientes de su propia vida. La actividad terapéutica repercute en la relación que tiene el
terapeuta con el mundo y en sus relatos de identidad personal, así como en la atribución de significados que hace de sí
mismo, de su vida y de su trabajo (Szmulewicz, E., 2013)
Siguiendo a Rober (2005), podemos plantear que la personalidad del terapeuta posee

dos vertientes, dos voces, una que refleja el sí mismo experiencial del terapeuta y otro que

refleja el sí mismo profesional del terapeuta. El sí mismo experiencial lo remite a los

recuerdos, a las imágenes y a las fantasías que surgen en lo que observa, cual cámara de

resonancia cuyos ecos resuenan en los recovecos del alma del terapeuta; mientras que el sí

mismo profesional lo remite a las hipótesis que prepara para intervenir en la terapia. Ambos

se entrelazan de manera que puedan tener algún sentido para el subsistema consultante,

creando así un espacio reflexivo.

Es en el sí mismo experiencial de dónde emerge la necesidad del proceso terapéutico

como eje nodal en la formación profesional integral del psicólogo clínico, en especial,

aunque no exclusivamente, para quienes pretenden dedicarse a la psicoterapia.8

Rebasa por mucho los objetivos de este artículo realizar una exhaustiva revisión de los

muchos estudios realizados acerca de la importancia de la personalidad del terapeuta, el

vínculo y su relación con la efectividad de la psicoterapia. Sin embargo queda claro con lo

hasta ahora mencionado, que la dimensión subjetiva es una variable ineludible, cuyo peso

8 Si bien es en el espacio psicoterapéutico donde la necesidades de proceso psicoterapéutico resulta más acuciante, en
realidad en todo el campo de la clínica se revela que habilidades como la empatía, el aprecio positivo incondicional, la
congruencia y el manejo emocional resultan fundamentales.
ha sido ampliamente validado por estudios de las tres principales escuelas psicoterapéuticas

contemporáneas.

Resulta claro que el modelo “trípode” continúa vigente más que nunca y que sin

importar la teoría o “fuerza”, toda formación integral debiera partir de esta base para

alcanzar una efectiva formación entre quienes aspiran a ejercer la clínica desde una

perspectiva ética y comprometida con la calidad.

En la formación integral del psicoterapeuta debe ocupar un lugar principal la

realización de su propia psicoterapia personal, en la cual el psicoterapeuta pueda identificar

sus dificultades personales, reconocer sus conflictos, problemáticas y sufrimiento psiq́ uico,

y aprender a manejarlos de manera adecuada, de forma que el conocimiento y control de

sus propios problemas haga posible que su implicación personal en los procesos de ayuda,

inevitable en un grado u otro, tenga un efecto saludable para todos los partícipes. (Ávila, E.,

2012)

Desafortunadamente la realidad dista mucho del panorama ideal validado por la

investigación. Por el contrario, nuestro sistema educativo otorga un peso excesivo a la

dimensión teórica, dejando atrás los aspectos prácticos y la dimensión subjetiva.


Tengo la fortuna de ser docente de la materia de Seminario de investigación en la

Licenciatura en psicología clínica de la UNIMESO, lo que me permite conocer y en

algunos casos propiciar la realización de investigaciones sobre temáticas relevantes para el

campo de la psicológica. Durante el semestre julio-diciembre del 2017, las alumnas de 8º9

semestre llevaron a cabo una investigación acerca de la importancia otorgada al proceso

psicoterapéutico por las y los estudiantes de psicología de nuestra institución. La

investigación tenía un corte cuantitativo y consistió fundamentalmente en una encuesta

aplicada a una muestra aleatoria10, buscando conocer el porcentaje de alumnos que acuden

o han acudido a proceso psicoterapéutico, así como la importancia que le otorgan a este

ítem dentro de su formación profesional. Para enorme sorpresa nuestra, la encuesta arrojó

que solo un 30% de alumnos ha asistido o asiste a psicoterapia.

La cifra resulta alarmante a la vista de la importancia que reviste el proceso terapéutico

tanto para el aspecto teórico como para la dimensión personal del clínico. Como docentes

urge cuestionar en qué estamos fallando, pues si hemos sido incapaces de trasmitir a las

futuras generaciones la importancia que posee el proceso psicoterapéutico en la formación

profesional, es que sin lugar a dudas en algo estamos errando.

Como estudiantes es una responsabilidad ineludible tomar conciencia del papel que el

9 Agradezco a todas ellas su disposición para trabajar así como para hacer públicos sus resultados en el presente
artículo.
10 El nivel óptimo de muestra fue establecido con un error del 5% y un nivel de confianza del 95% sobre la población

total de estudiante de psicología clínica de la universidad.


desarrollo personal tiene en el futuro desempeño laboral y de las graves consecuencias que

una formación deficiente tiene no sólo para el futuro clínico, sino para los posibles

consultantes y para la imagen de nuestra profesión. Suficiente charlataneria e informalidad

rodea a nuestra ciencia desde sus inicios y es muy grande el daño que las pseudopsicologías

causan tanto a usuarios como a la psicología, como para sumar la ineficacia e ingenuidad de

clínicos mal formados a las deficiencias que aquejan a nuestro campo.

Como institución, la Universidad Mesoamericana carga el enorme peso, pero también

la maravillosa oportunidad de asegurar que sus egresado sean dignos representantes de la

profesión, psicólogos comprometidos con su propio proceso y poseedores de las

competencias necesarias para la excelencia. Como institución debemos crear mecanismos y

facilitar espacios que permitan a nuestros estudiantes hacerse con los capitales teóricos,

prácticos y emocionales que les capaciten para la realidad laboral en un marco de máxima

eficacia.

“Lo que exijo es que no pueda ejercer el análisis nadie que no haya conquistado, por

medio de una determinada preparación, el derecho a una tal actividad” (Freud, 1997).
Bibliografía

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