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“Gracias por enseñarme a no enseñar como vos”

Martes 11 de abril de 2017.

La mañana transcurría con normalidad. Eran las 7 de la mañana, el timbre sonó


anunciando el inicio de la jornada y el profesor de Educación Cívica, Dr.
Alejandro Ricomagno, esperaba como siempre, con su café sobre el escritorio y
su saco en el respaldo de la silla, nuestro ingreso al aula. Le gustaba llegar antes
para escribir en el pizarrón los temas que se darían esa clase, para una vez
comenzada, tener únicamente que ordenarnos: “copien”
Pero aquel día su comportamiento marcó el quiebre de lo cotidiano. Uno de
nuestros compañeros, Martín, había comenzado a contar, entre enojado y triste,
lo que había ocurrido el día anterior. Su padre, docente, había participado de la
carpa itinerante. Una nueva estrategia frente al reclamo docente que se venía
dando desde el inicio del ciclo lectivo y aún no había sido tomado con seriedad
por parte del gobierno provincial. El papá de Martín, había sido reprimido, era
un docente luchando. Nuestro compañero fue bombardeado por preguntas, si
su papá estaba bien, si él había estado, si la policía realmente había reprimido, y
el debate fue convirtiéndose en una charla sobre un hecho puntual para
empezar, cada uno de nosotros, a pensar y discutir sobre lo que estaba
ocurriendo con los docentes y la educación en nuestro país. Luego de unos
breves minutos, el profesor Ricomagno, golpeó el pizarrón con el borrador y en
un grito sentenció: “SILENCIO”. Nos miramos todos atónitos, sin comprender
lo que pasaba… por primera vez, todos y todas estábamos atentos,
comprometidos, discutiendo en torno de un tema en esa clase. Para nuestro
asombro, el profesor dijo que su clase no era para hablar de “politiquería” y que
iba a empezar a desarrollar el tema del día: “políticas públicas”. Una de las
compañeras levantó la mano y preguntó si no podían destinar la clase a
reflexionar en torno a lo que había pasado el día de ayer, pero el docente
respondió negativamente, alegando que los docentes no tenían por qué meterse
en política, que la forma de resolver el conflicto era “dando clases
normalmente”. Los chicos se miraron entre sí, en silencio. Hasta que Martín
dijo, acongojado, que le parecía triste que el profesor no se solidarice con sus
colegas, que estaban luchando también por su salario y sus condiciones de vida:
“a mí papá le pegaron por luchar por sus derechos también. Y por nuestro
futuro”. El profesor ya superado por la situación, dijo que nadie tenía que
defenderlo a él, porque lo que tenía se lo había ganado esforzándose
individualmente. Con esa frase pretendió dar por terminado el debate.
Nosotros nos miramos, nos quedamos en silencio, y el profesor comenzó con su
clase.

Timbre. Primer recreo. Ansiosos, salimos rápido al patio y nos reunimos todos
para continuar el debate que había sido interrumpido. Intercambiamos
opiniones, dudas, miedos y preguntas respecto a todo lo que estaba pasando,
pero estábamos de acuerdo en algo: nuestro apoyo a la lucha docente.
Pensamos entonces en “nuestros docentes”, en cómo nos dan clases de temas
tan alejados de lo que nos pasa en el día a día, y luego se van del aula sin
preguntarnos qué pensamos, qué sentimos, qué nos pasaba con lo que
habíamos visto en clase. Una pregunta nos inquietaba: ¿queríamos volver al
aula? ¿lo que aquel profesor nos iba a “enseñar”, tenía mayor relevancia que
aquella discusión que nos estábamos dando? Queríamos llevar este debate al
aula, pero surgieron dudas por parte de algunos compañeros ¿debíamos
hacerlo? ¿Cuáles serían las consecuencias, si acaso permanecíamos como
“buenos estudiantes”, sentados, callados, mirando el pizarrón, mientras le
pegaban al papá de un compañero?
El timbre volvió a sonar, volvimos a entrar al aula, y el profesor comenzó a
dictar clase, sin darnos tiempo a tomar una decisión.
“Entonces la política pública es desarrollada y planificada no solo desde el
Estado. Es la sociedad civil la que, en más de una ocasión, eleva sus reclamos a
los representantes locales y así comienzan los procesos de desarrollo de obras.
¿Alguna duda?”. Martín se paró, y dirigiéndose al docente, dijo: “¿y qué sucede
cuándo los reclamos no son escuchados?”. El profesor, atónito, y sabiendo a qué
se estaba refiriendo Martín en realidad con esa pregunta, esquivó la misma,
alegando que él como profesor, debía atenerse al contenido de la Unidad que
estaban trabajando, es decir: “que aprendieran los procedimientos que se llevan
a cabo en el desarrollo de políticas públicas, y no la discusión de que lo que
hace o deja de hacer un gobierno determinado”.
El compañero, todavía de pie, reformuló su pregunta: “Si un representante de la
sociedad civil, eleva un reclamo a otro representante del Estado. Si ese reclamo
es ignorado, si no es “puesto en agenda”, ¿no se hace la política pública?”.
Frente al silencio expectante de sus compañeros, Martín lo había logrado, el
profesor se quedó durante unos segundos en silencio y finalmente: “Así es
Martín, pero hay referentes de la sociedad civil, cuyos modos de reclamo
afectan al resto. Cuando es así el Estado debe priorizar el bienestar de toda la
comunidad, acallar el desorden para atender a los asuntos de la mayoría.”
Martín, que llegado este punto ya tenía la cara roja como un tomate de enojo,
acusó al profesor de estar difamando no sólo a su padre, sino a todos sus
colegas, con este argumento. Él, que estaba hoy dándoles una clase acerca de
políticas públicas, no sabía lo que significaba hacer un reclamo frente al no
cumplimiento de estas. En un abrir y cerrar de ojos el compañero fue enviado a
la Dirección por “agresión a su autoridad en el aula”. El resto de nosotros
continuamos la clase. Sabiendo que nuestro mayor aprendizaje ocurrió con el
silencio del profesor.

Alejandra Santiago
Ayelen Quiroga
Esteban Mene Reynoso
Emilia Castro Rey
Jésica Sabatino

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