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VOCABULARIO DE EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

PRIMERA PARTE: LA VIDA DE UN ESTUDIANTE EN MADRID.


El profesor era un pobre hombre presuntuoso, ridículo. Había estudiado en París y adquirido los gestos y las
posturas amaneradas de un francés petulante.
El buen señor comenzó un discurso de salutación a sus alumnos, muy enfático y altisonante, con algunos
toques sentimentales: les habló de su maestro Liebig, de su amigo Pasteur, de su camarada Berthelot, de la
Ciencia, del microscopio...
En esta última los estudiantes intentaron repetir el escándalo de la clase de Química; pero el profesor,
un viejecillo seco y malhumorado, les salió al encuentro, y les dijo que de él no se reía nadie, ni nadie
le aplaudía como si fuera un histrión.
Andrés experimentaba por Julio Aracil bastante antipatía, aunque en algunas cosas le reconocía cierta
superioridad; pero sintió aún mayor aversión por Montaner.
Fueron juntos a la plaza de Antón Martín y allí se separaron con muy poca afabilidad.
Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el
fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador.
Margarita se quedaba seria al oír las alusiones a la vida licenciosa de las bailarinas, y Andrés volvía la
cabeza desdeñosamente, dando a entender que los alardes cínicos de su padre le parecían ridículos y
fuera de lugar.
La casa era grande, con esos pasillos y recovecos un poco misteriosos de las construcciones antiguas.
Además, y esto Andrés no podía achacárselo a nadie más que a sí mismo, muchas veces, con Aracil y
con Montaner, iba, dejando la clase, a la parada de Palacio o al Retiro, y después, por la noche, en vez
de estudiar, se dedicaba a leer novelas.
Llegó mayo y Andrés se puso a devorar los libros a ver si podía resarcirse del tiempo perdido.
Estas blusas no eran nada limpias, porque en las mangas, sobre todo, se pegaban piltrafas de carne, que se
secaban y no se veían.
Entre aquellos estudiantes amigos de Sañudo, muy filarmónicos, había muchos, casi todos, mezquinos, mal
intencionados, envidiosos.
El baile flamenco le gustaba y el canto también cuando era sencillo; pero aquellos especialistas de
café, hombres gordos que se sentaban en una silla con un palito y comenzaban a dar jipíos y a poner la
cara muy triste, le parecían repugnantes.
Era imposible que con aquel texto y aquel profesor llegara nadie a sentir el deseo de penetrar en la
ciencia de la vida. La Fisiología, cursándola así, parecía una cosa estólida y deslavazada, sin
problemas de interés ni ningún atractivo.
La venalidad de los políticos, la fragilidad de las mujeres, todo lo que significara claudicación, le
gustaba; que una cómica, por hacer un papel importante, se entendía con un empresario viejo y
repulsivo; que una mujer, al parecer honrada, iba a una casa de citas, le encantaba.
A Julio le molestaba todo lo que fuera violento y exaltado: el patriotismo, la guerra, el entusiasmo político o
social; le gustaba el fausto, la riqueza, las alhajas, y como no tenía dinero para comprarlas buenas, las llevaba
falsas y casi le hacía más gracia lo mixtificado que lo bueno.
Lo mismo Montaner que Andrés hablaban casi siempre mal de Julio; estaban de acuerdo en considerarle
egoísta, mezquino, sórdido, incapaz de hacer nada por nadie.
En San Carlos corría como una verdad indiscutible que Letamendi era un genio; uno de esos hombres águilas
que se adelantan a su tiempo; todo el mundo le encontraba abstruso porque hablaba y escribía con gran
empaque un lenguaje medio filosófico, medio literario.


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Como todo el que cree hallarse en posesión de una verdad tiene cierta tendencia de proselitismo, una noche
Andrés fue al café donde se reunían Sañudo y sus amigos a hablar de las doctrinas de Letamendi, a
explicarlas y a comentarlas.
Porque en todo eso que dice usted hay una porción de sofismas y de falsedades.
Andrés Hurtado, que había ido al café creyendo que sus preposiciones convencerían a los alumnos de
ingenieros, se quedó un poco perplejo y cariacontecido al comprobar su derrota.
Leyó de nuevo el libro de Letamendi, siguió oyendo sus explicaciones y se convenció de que todo
aquello de la fórmula de la vida y sus corolarios, que al principio le pareció serio y profundo, no eran
más que juegos de prestidigitación, unas veces ingeniosos, otras veces...
Por dentro, aquel buen señor de las melenas, con su mirada de águila y su diletantismo artístico,
científico y literario; pintor en sus ratos de ocio, violinista y compositor y genio por los cuatro
costados, era un mixtificador audaz con ese fondo aparatoso y botarate de los mediterráneos. Su único
mérito real era tener condiciones de literato, de hombre de talento verbal.
En cada autor francés se le figuraba a Hurtado ver un señor cyranesco, tomando actitudes gallardas y
hablando con voz nasal; en cambio, todos los italianos le parecían barítonos de zarzuela.
Un buen puntal para este escepticismo le proporcionaba las explicaciones del profesor de Terapéutica, que
consideraba inútiles cuando no perjudiciales casi todos los preparados de la farmacopea.
Andrés sentía por Luisito un cariño exclusivo y huraño. El chico le preocupaba de una manera
patológica, le parecía que los elementos todos se conjuraban contra él.
Letamendi era un señor flaco, bajito, escuálido, con melenas grises y barba blanca.
El viejo estudiante padecía un romanticismo intenso, mitigado en algunas cosas por una tendencia
beocia de hombre práctico. Lamela creía en el amor y en Dios; pero esto no le impedía emborracharse
y andar de crápula con frecuencia.
De noche, según le dijo a Andrés, cuando se acostaba ponía una botella de vino debajo de la cama, y si
se despertaba cogía la botella y se bebía la mitad de un trago. Estaba convencido de que no había
hipnótico como el vino, y que a su lado el sulfonal y el cloral eran verdaderas filfas.
Al comenzar el cuarto año se le ocurrió a Julio Aracil asistir a unos cursos de enfermedades venéreas que
daba un médico en el Hospital de San Juan de Dios.
Era un macaco cruel este tipo, a quien habían dado una misión tan humana como la de cuidar de pobres
enfermas.
Una vez Hurtado decidió no volver más por allá. Había una mujer que guardaba constantemente en el
regazo un gato blanco.
Uno de ellos, Ernesto Álvarez, un hombre moreno, de ojos negros y barba entrecana, habló en aquel
mitin de una manera elocuente y exaltada; habló de los niños abandonados, de los mendigos, de las
mujeres caídas...
La inacción, la sospecha de la inanidad y de la impureza de todo arrastraban a Hurtado cada vez más a
sentirse pesimista.
Fuera de su profesión no le interesaba nada; política, literatura, arte, filosofía o astronomía, todo lo que no
fuera auscultar o percutir, analizar orinas o esputos, era letra muerta para él.
Consideraba, y quizá tenía razón, que la verdadera moral del estudiante de medicina estribaba en
ocuparse únicamente de lo médico, y fuera de esto, divertirse.
La inmoralidad dominaba dentro del vetusto edificio. Desde los administradores de la Diputación
provincial hasta una sociedad de internos que vendía la quinina del hospital en las boticas de la calle
de Atocha, había seguramente todas las formas de la filtración. En las guardias, los internos y los
señores capellanes se dedicaban a jugar al monte, y en el Arsenal funcionaba casi constantemente una
timba en la que la postura menor era una perra gorda.

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Los médicos, entre los que había algunos muy chulos; los curas, que no lo eran menos, y los internos,
se pasaban la noche tirando de la oreja a Jorge.
El otro cura era un mozo bravío, alto, fuerte, de facciones enérgicas. Hablaba de una manera
terminante y despótica; solía contar con gracejo historias verdes, que provocaban bárbaros
comentarios.
Si alguna persona devota le reprochaba la inconveniencia de sus palabras, el cura cambiaba de voz y de
gesto, y con una marcada hipocresía, tomando un tonillo de falsa unción, que no cuadraba bien con su cara
morena y con la expresión de sus ojos negros y atrevidos, afirmaba que la religión nada tenía que ver con
los vicios de sus indignos sacerdotes.
-Yo no puedo vivir así. No voy a tener más remedio que lanzarme a la calle a decir misa en todas partes y
tragarme todos los días catorce hostias.
A Hurtado estos rasgos de cinismo no le agradaban.
Era el diario de una monja, una serie de notas muy breves, muy lacónicas, con algunas impresiones
acerca de la vida del hospital, que abarcaban cinco o seis meses.
No tardó en averiguar que había muerto. Una monja, ya vieja, la había conocido. Le dijo a Andrés que al
poco tiempo de llegar al hospital la trasladaron a una sala de tíficos, y allí adquirió la enfermedad y murió.
A cualquier hora que fuesen a llamar al hermano, siempre había luz en su camaranchón y siempre se le
encontraba despierto.
Así que cuando veía al hermano Juan sentía esa impresión repelente, de inhibición, que se experimenta
ante los monstruos.


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SOLUCIONARIO
Petulante: que tiene petulancia (vana y exagerada presunción), creído.
Enfático: dicho con énfasis, con fuerza de expresión.
Altisonante: se dice, por lo común, del lenguaje o estilo en que se emplean con frecuencia o afectadamente
voces de las más llenas y sonoras.
Histrión: persona que se expresa con afectación o exageración propia de un actor teatral.
Aversión: rechazo o repugnancia frente a alguien o algo.
Afabilidad: cualidad de afable (agradable, dulce, suave en la conversación y el trato), amabilidad,
cordialidad.
Pueril: infantil, propio de un niño o que parece de un niño.
Licenciosa: libre, atrevida, disoluta, desenfrenada.
Alarde: ostentación y gala que se hace de algo.
Cínico: que muestra cinismo (desvergüenza).
Recoveco: sitio escondido, rincón.
Achacar: atribuir, imputar a alguien o algo un delito, culpa, defecto o desgracia, generalmente con malicia
o sin fundamento.
Resarcirse: indemnizarse, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio.
Piltrafa: parte de carne flaca, que casi no tiene más que el pellejo.
Filarmónico: apasionado por la música.
Mezquino: que escatima excesivamente en el gasto, avaro, tacaño, miserable.
Jipío: grito, gemido, lamento en el cante flamenco.
Estólida: falta de razón.
Deslavazada: desordenada, mal compuesta o inconexa.
Venalidad: cualidad de venal, dejarse sobornar (política).
Claudicación: acción y efecto de claudicar, acabar por ceder a una presión o una tentación.
Fausto: grande ornato y pompa exterior, lujo extraordinario.
Mixtificado: falso.
Sórdido: escandaloso, indecente, impuro.
Abstruso: difícil de comprender.
Empaque: que habla con seriedad, gravedad, con algo de afectación o de tiesura.
Proselitismo: celo de ganar prosélitos, partidarios, seguidores; capacidad de convencer.
Sofisma: razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso.
Cariacontecido: que muestra en el semblante pena, turbación o sobresalto, decepcionado.
Corolario: proposición que no necesita prueba particular, sino que se deduce fácilmente de lo
demostrado antes; consecuencia, conclusión.
Diletantismo: condición o comportamiento de diletante, que cultiva algún campo del saber, o se interesa por
él, como aficionado y no como profesional.
Mixtificador: que engaña, embauca, falsea, falsifica.
Botarate: hombre alborotado y de poco juicio, irreflexivo.
Cyranesco: que lucha mucho para nada.
Gallardas: airosas, galanes.
Farmacopea: libro en que se expresan las sustancias medicinales que se usan más comúnmente, y el
modo de prepararlas y combinarlas.
Huraño: que huye o se esconde de las gentes, poco sociable.
Patológica: que se convierte en enfermedad.
Escuálido: flaco, macilento, esquelético.
Mitigado: atenuado, moderado, aplacado.
Beocia: estúpida, necia, tonta.

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Crápula: que lleva una vida de vicio y libertinaje.
Filfas: noticia falsa, engaño, mentira.
Venéreas: enfermedades contagiosas de transmisión sexual.
Macaco: nombre común de diversos mamíferos primates.
Regazo: parte del cuerpo entre la cintura y las rodillas al estar sentado.
Elocuente: que habla con elocuencia, logra deleitar, persuadir y conmover.
Inanidad: vacuidad, futilidad, cualidad de lo que carece de valor o importancia.
Auscultar: aplicar el oído o el estetoscopio a ciertos puntos del cuerpo humano a fin de explorar los sonidos
normales o patológicos producidos en las cavidades del pecho o vientre.
Percutir: dar repetidos golpes, golpear.
Estribaba: descansar el peso de una cosa en otra sólida y firme.
Vetusto: extremadamente viejo, muy anticuado.
Quinina: alcaloide que se extrae de la quina o corteza del quino, amargo y de color blanco, y que se usa en
el tratamiento de enfermedades infecciosas.
Timba: partida de juego de azar.
Tirando de la oreja a Jorge: jugar el dinero en juegos de azar.
Dominante: autoritaria, abusiva, dominante, injusta.
Devota: que mueve a devoción o dedicado con fervor a obras de piedad y religión.
Unción: devoción, recogimiento y perfección con que el ánimo se entrega a la exposición de una idea,
a la realización de una obra.
Cinismo: desvergüenza o descaro en el mentir o en la defensa y práctica de actitudes reprochables.
Lacónicas: breves y concisas.
Tíficos: enfermados por el tifus (género de enfermedades infecciosas, graves, con alta fiebre, delirio o
postración, aparición de costras negras en la boca y a veces presencia de manchas punteadas en la
piel).
Camaranchón: desván de la casa, o lo más alto de ella, donde se suelen guardar trastos viejos.
Inhibición: acción y efecto de inhibir o inhibirse, dejar de actuar, abstenerse.


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SEGUNDA PARTE: LAS CARNARIAS.
Había en casa de la viuda un ambiente de miseria bastante triste; la madre y las hijas llevaban trajes
raídos y remendados;
La buena señora manifestaba unas ínfulas aristocráticas grotescas, y recordaba los tiempos en que su marido
había sido subsecretario e iba la familia a veranear a San Juan de Luz.
Lulú demostró a Hurtado que tenía gracia, picardía e ingenio de sobra; pero le faltaba el atractivo
principal de una muchacha: la ingenuidad, la frescura, la candidez.
—El domingo de Carnaval. El petróleo para la luz y las pastas, el alquiler del piano y el pianista se
pagarán entre todos. De manera que si tú quieres ser de la cuadrilla, ya estás apoquinando.
—Pues irán algunas muchachas de la vecindad con sus novios, Casares, ese periodista amigo mío, un
sainetero y otros. Estará bien. Habrá chicas guapas.
Antoñito era un andaluz con una moral de chulo; se figuraba que dejar pasar a una mujer sin sacarle algo
era una gran torpeza. Para Casares toda mujer le debía, sólo por el hecho de serlo, una contribución, una
gabela.
Y Julio Aracil sonrió, remedando a la madre de Niní, con su sonrisa de hombre mal intencionado y
canalla.
Había varios quinqués de petróleo iluminando la sala y el gabinete.
Un señor rico que la rondaba se la llevó a un hotel de la Prosperidad, y días después la rubia se escapó
del hotel, huyendo del raptor, que al parecer era un sátiro.
Toda la familia de la muchacha tenía cierto estigma de anormalidad. El padre, un venerable anciano por su
aspecto, había tenido un proceso por violar a una niña, y un hermano de la rubia, después de disparar dos
tiros a su mujer, intentó suicidarse.
La hermana de la Estrella, Elvira, de doce o trece años, era muy bonita, muy descocada, y seguía, sin
duda, las huellas de la mayor.
—Tiene usted mala sangre, negra —le dijo Casares.
Sin duda, el velo que la naturaleza y el pudor han puesto sobre todos los motivos de la vida sexual, se
había desgarrado demasiado pronto para ella;
Doña Virginia dijo a sus visitantes que aquel día estaba de guardia, cuidando a una parturienta. La
comadrona tenía una casa bastante grande con unos gabinetes misteriosos que daban a la calle de la
Verónica; allí instalaba a las muchachas, hijas de familia, a las cuales un mal paso dejaba en situación
comprometida.
En vista de que no podían quedarse allí, salió todo el grupo de hombres a la calle. A los pocos pasos se
encontraron con un muchacho, sobrino de un prestamista de la calle de Atocha, acompañando a una
chulapa con la que pensaba ir al baile de la Zarzuela.
El director de “El Masón Ilustrado”, que se reunió con Andrés, le dijo con aire grave que doña
Virginia era una mujer de cuidado; había echado al otro mundo dos maridos con dos jicarazos; no le
asustaba nada.
En estos negocios de abortos y de tercerías manifestaba una audacia enorme. Como esas moscas
sarcófagas que van a los animales despedazados y a las carnes muertas, así aparecía doña Virginia con
sus palabras amables, allí donde olfateaba la familia arruinada a quien arrastraban al “spoliarium”.
El italiano, aseguró el director de “El Masón Ilustrado”, no era profesor de idiomas ni mucho menos,
sino un cómplice en los negocios nefandos de doña Virginia…
Abrió el sereno, entraron en un espacioso portal, y Casares y su amigo, Julio, Andrés y el director de
“El Masón Ilustrado” comenzaron a subir una ancha escalera hasta llegar a las guardillas
alumbrándose con fósforos.


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El poeta, como se llamaba él, vivía su vida en artista, en bohemio; era en el fondo un completo
majadero, que había echado a perder a sus hijas por un estúpido romanticismo.
Pura y Ernestina llevaban un camino desastroso; ninguna de las dos tenían condición para la escena;
pero el padre no creía más que en el arte, y las había llevado al Conservatorio, luego metido en un
teatro de partiquinas y relacionado con periodistas y cómicos.
El amante de Pura, además de un acreditado imbécil, fabricante de chistes estúpidos, como la mayoría
de los del gremio, era un granuja, dispuesto a llevarse todo lo que veía.
Las hijas, dos mujeres estúpidas y feas, comieron con avidez los pasteles que habían llevado los
visitantes sin hacer caso de nada.
Uno de los saineteros hizo el león, tirándose por el suelo y rugiendo, y el padre leyó unas quintillas
que se aplaudieron a rabiar.
No se mordía la lengua para hablar. Decía habitualmente horrores. No había en ella dique para su
desenfreno espiritual, y cuando llegaba a lo más escabroso, una expresión de cinismo brillaba en sus
ojos.
A Hurtado le asombraba la mordacidad de Lulú. No tenía ese repertorio vulgar de chistes oídos en el
teatro; en ella todo era callejero, popular.
Lulú le contó a Andrés que de chica había pasado una larga temporada sin querer hablar. En aquella
época el hablar le producía una gran tristeza, y desde entonces le quedaban estos arrechuchos.
Muchas veces Lulú dejaba el bastidor y se largaba a la calle a comprar algo en la mercería próxima, y
contestaba a las frases de los horteras de la manera más procaz y descarada.
Así como encajonada, en un espacio estrecho, formado por dos sillas y la mesa o por las sillas y el armario
del comedor, se ponía a hablar con su habitual cinismo, escandalizando a su madre y a su hermana. Todo lo
que fuera deforme en un sentido humano la regocijaba.
Estaba acostumbrada a no guardar respeto a nada ni a nadie. No podía tener amigas de su edad, porque le
gustaba espantar a las mojigatas con barbaridades; en cambio, era buena para los viejos y para los
enfermos, comprendía sus manías, sus egoísmos, y se reía de ellos.
A veces, Andrés la encontraba más deprimida que de ordinario; entre aquellos parapetos de sillas viejas
solía estar con la cabeza apoyada en la mano, riéndose de la miseria del cuarto, mirando fijamente el techo
o alguno de los agujeros de la estera.
—Usted, que ha conocido a mi marido —decía con voz lacrimosa—. Usted, que nos ha visto en otra
posición.
El Botánico le gustaba más a Lulú por ser más popular y estar cerca de su casa, y por aquel olor acre que
daban los viejos mirtos de las avenidas.
—Porque un bestia de la vecindad quiso forzarme. Yo tenía doce años. Y gracias que llevaba pantalones y
empecé a chillar; si no... estaría deshonrada —añadió con voz campanuda.
La hija de la señora Venancia era una vaca sin cencerro, holgazana, borracha, que se pasaba la vida
disputando con las comadres de la vecindad. Como a Manolo, su hombre, no le gustaba trabajar toda la
familia vivía a costa de la Señora Venancia, y el dinero del taller de planchado no bastaba,
naturalmente, para subvenir a las necesidades de la casa.
—Estás empeñada en ultrajarnos —dijo a Lulú medio llorando—. ¿Qué vamos a hacer, Dios mío,
cuando venga ese hombre?
Aracil, al saber lo que sucedía y la visita anunciada del Chafandín, se hubiera marchado con gusto,
porque no era amigo de trifulcas; pero por no pasar por un cobarde, se quedó.
El Chafandín puso su garrota en el antebrazo izquierdo, y comenzó una retahíla larga de reflexiones y
consideraciones acerca de la honra y de las palabras que se dicen imprudentemente.


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Se veía que estaba sondeando a ver si se podía atrever a echárselas de valiente, porque aquellos
señoritos lo mismo podían ser dos panolis que dos puntos bragados que le hartasen de mojicones.
Andrés se fue a él; pero el Chafandín cerró la puerta y se escapó por la galería, soltando bravatas e
insultos.
Una pobre como ella, voluble, egoísta o adúltera le parecía una cosa monstruosa; pero esto mismo en
una señorona lo encontraba disculpable.
El amante, azorado, no sabía qué hacer; estaba en una facha muy ridícula. Yo le llevé por la puerta
excusada, le di las ropas de mi marido y le eché a la escalera.
Andrés afirmaba que toda aquella gente era una sucia morralla, indigna de simpatía y de piedad…

Algunas veces Andrés trató de convencer a la planchadora de que el dinero de la gente rica procedía
del trabajo y del sudor de pobres miserables que labraban el campo, en las dehesas y en los cortijos.
Pasaban por ella una porción de tipos extraños del hampa y la pobretería madrileña.
Los agentes de seguridad la tenían por blasfema, y la llevaban de cuando en cuando a la sombra a
pasar una quincena; pero al salir volvía a las andadas.
Doña Pitusa era una viejezuela pequeña, de nariz corva, ojos muy vivos y boca de sumidero.
Era chato, muy delgado, algo giboso, de aspecto enfermizo, con unos pelos azafranados en la barba y
ojos de besugo.
Esta gallega, la Paca, tenía de pupilos, entre otros, un mozo de la clase de disección de San Carlos,
tuerto, a quien conocían Aracil y Hurtado; un enfermero del hospital General y un cesante, a quien
llamaban don Cleto.
Él mismo se cortaba el pelo, se lavaba la ropa, se pintaba las botas con tinta cuando tenían alguna
hendidura blanca, y se cortaba los flecos de los pantalones. La Venancia solía plancharle los cuellos de
balde. Don Cleto era un estoico.
Vestía siempre de luto; en invierno usaba zapatillas de orillo y una capa larga, que le colgaba de los
hombros como de un perchero.
Victorio, el sobrino del prestamista, prometía ser un gerifalte como el tío, aunque de otra escuela.
Victorio era dueño de una chirlata de la calle del Olivar, donde se jugaba a juegos prohibidos, y de una
taberna de la calle del León.
— ¡Señores, la policía! Y unas cuantas manos solícitas cogían las monedas, mientras que los agentes de
policía conchabados entraban en el cuarto.
Es decir, que se puede tener el quijotismo contra una anomalía; pero tenerlo contra una regla general, es
absurdo.


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SOLUCIONARIO
Raídos: dicho de una tela o de un vestido muy gastado por el uso, aunque no roto.
Ínfulas: presunción, vanidad.
Grotescas: ridículas y extravagantes.
Candidez: cualidad de cándido (sencillez, ingenuidad, inocencia, falta de malicia).
Apoquinando: pagando o cargando, generalmente de mala gana, con los gastos que a uno mismo le
corresponden.
Sainetero: persona que escribe sainetes (pieza teatral en un acto, de carácter jocoso, que se
representaba en el intermedio o al final de una función).
Gabela: tributo, impuesto o contribución que se paga al Estado.
Remedando: imitando.
Quinqués: lámpara de mesa alimentada con petróleo y provista de un tubo de cristal que resguarda la
llama.
Gabinete: habitación más reducida que la sala, donde se recibe a las personas de confianza.
Sátiro: hombre lascivo (propensión excesiva a los deleites carnales).
Estigma: deshonra, mala fama.
Venerable: digno de veneración, de respeto.
Descocada: que muestra demasiada libertad y desenvoltura.
Mala sangre: dicho de una persona de condición aviesa, de carácter vengativo.
Pudor: honestidad, modestia, recato.
Parturienta: que está de parto o recién parida.
Comadrona: Persona con títulos legales que asiste a la parturienta. 2. Mujer que, sin tener estudios o
titulación, ayuda o asiste a la parturienta.
Chulapa: mujer de las clases populares de Madrid, que se distinguía por cierta afectación y guapeza
en el traje y en el modo de conducirse.
Jicarazos: propinación alevosa de veneno o golpe dado con una jícara (taza pequeña que
generalmente se emplea para tomar chocolate).
Tercerías: oficio o cargo de tercero (persona que media).2. Alcahuetería.
Spoliarium: lugar del circo en el que se despojaba a los gladiadores muertos.
Nefandos: indigno, torpe, de que no se puede hablar sin repugnancia u horror.
Sereno: encargado de rondar de noche por las calles para velar por la seguridad del vecindario, de la
propiedad, etc.
Fósforos: cerillas.
Majadero: necio y porfiado.
Partiquinas: cantante que ejecuta en las óperas parte muy breve o de muy escasa importancia.
Granuja: pícaro, bribón, joven vagabundo, pillo.
Avidez: ansia, codicia.
Quintillas: estrofa de cinco versos de arte menor que riman en consonante de forma que no haya tres
versos seguidos con la misma rima, los dos últimos no formen un pareado y no quede ninguno suelto.
Dique: barrera u obstáculo opuesto al avance de algo que se considera perjudicial.
Desenfreno: acción y efecto de desenfrenarse (desmandarse, entregarse desordenadamente a los vicios y
maldades).
Escabroso: peligroso, que está al borde de lo inconveniente o de lo inmoral, morboso.
Mordacidad: cualidad de mordaz, capacidad de murmurar o criticar con acritud o malignidad no
carentes de ingenio.
Arrechuchos: coloq. quebranto leve de salud.
Bastidor: armazón de palos o listones de madera, o de barras delgadas de metal, en la cual se fijan
lienzos para pintar y bordar, que sirve también para armar vidrieras y para otros usos análogos.

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Mercería: tienda en que se venden cosas menudas y de poco valor o entidad, como alfileres, botones,
cintas, etc.
Horteras: vulgares, de mal gusto.
Procaz: desvergonzado, atrevido.
Regocijaba: alegraba, festejaba, causaba gusto o placer.
Mojigatas: beata hazañera, farsante, que hace escrúpulo de todo, que se escandaliza por todo.
Parapetos: resguardos, defensas.
Estera: tejido grueso de esparto, juncos, palma, etc., o formado por varias pleitas cosidas, que sirve
para cubrir el suelo de las habitaciones y para otros usos.
Lacrimosa: que mueve a llanto.
Acre: áspero y picante al gusto y al olfato, como el sabor y el olor del ajo, del fósforo, etc.
Mirtos: arrayanes, arbustos.
Campanuda: muy fuerte y llena; altisonante, exagerada.
Holgazana: vagabunda y ociosa, que no quiere trabajar.
Comadres: vecina y amiga con quien tiene otra mujer más trato y confianza que con las demás.
Subvenir: venir en auxilio de alguien o acudir a las necesidades de algo.
Ultrajarnos: ajar o injuriar, ofender.
Trifulcas: coloq. desorden y camorra entre varias personas, escándalos, peleas.
Retahíla: serie de muchas cosas que están, suceden o se mencionan por su orden.
Panolis: dicho de una persona simple y sin voluntad.
Bragados: dicho de una persona de resolución enérgica y firme.
Mojicones: golpes que se dan en la cara con la mano.
Bravatas: amenazas proferidas con arrogancia para intimidar a alguien.
Voluble: de carácter inconstante.
Azorado: conturbado, sobresaltado.
Puerta excusada: la que no está en la fachada principal de la casa, y sale a un paraje excusado.
Morralla: conjunto o mezcla de cosas inútiles y despreciables, sin valor.
Dehesas: tierras generalmente acotadas y por lo común destinadas a pastos.
Hampa: conjunto de maleantes que, unidos en una especie de sociedad, cometían robos y otros
delitos, y usaban un lenguaje particular, llamado jerigonza o germanía.
Blasfema: que dice blasfemia, palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos.
Sumidero: conducto o canal por donde se sumen las aguas, desagüe.
Giboso: que tiene joroba, chepudo.
Azafranado: color del azafrán (amarillo anaranjado).
Pupilos: persona que se hospeda en casa particular por precio ajustado.
Cesante: dicho de un empleado del Gobierno que es privado de su empleo, dejándole, en algunos
casos, parte del sueldo.
Hendidura: grieta, raja.
De balde: gratuitamente, sin coste alguno.
Estoico: fuerte, ecuánime ante la desgracia, sereno.
Orillo: orilla del paño o tejido en piezas, hecho, por lo regular, en un hilo más basto y de uno o más
colores.
Gerifalte: mandamás, jefazo.
Chirlata: timba de ínfima especie, donde solo se juegan pequeñas cantidades de dinero.
Conchabados: coloq. Dicho de dos o más personas que se ponen de acuerdo para un fin, con
frecuencia ilícito.
Quijotismo: exageración en los sentimientos caballerosos, idealismo, caballerosidad…

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TERCERA PARTE: TRISTEZAS Y DOLORES.
Durante aquellos días vivió en una zozobra constante; el dictamen del laboratorio fue tranquilizador; no se
había podido encontrar el bacilo de Koch en la sangre del pañuelo; sin embargo, esto no le dejó a Hurtado
completamente satisfecho.
Como el niño era linfático, algo propenso a catarros, consideraron conveniente llevarlo a un país
templado, a orillas del Mediterráneo a ser posible; allí le podrían someter a una alimentación intensa,
darle baños de sol, hacerle vivir al aire libre y dentro de la casa en una atmósfera creosotada, rodearle
de toda clase de condiciones para que pudiera fortificarse y salir de la infancia.
Meses antes se había dicho que Roberto Koch había inventado un remedio eficaz para la tuberculosis:
la tuberculina.
Abrió Andrés el postigo, que chirrió agriamente sobre sus goznes, y entró en un espacioso vestíbulo
con una puerta en arco que daba hacia el jardín.
Dieron al mozo el talón del equipaje, y tomaron una tartana, que les llevó rápidamente al pueblo.
Por la mañana, al levantarse de la cama, tomaba una ducha fría en el cenador de Flora y Pomona.
Fue una serie de escaramuzas que emocionaron a Luisito y le dieron motivo para muchas charlas y
comparaciones.
En medio de este calor sofocante, las abejas rezongaban, las avispas iban a beber el agua del riego y
las mariposas revoloteaban de flor en flor.
Esta inteligencia precoz le daba que pensar a Andrés.
No se hacía completamente montaraz y salvaje como hubiera deseado Andrés, pero estaba sano y
fuerte.
El Roch era un chiquillo audaz, pequeño, rubio desmedrado, sin dientes, con los ojos legañosos.
También en las cuevas vivían otros dos merodeadores, de unos catorce a quince años, amigos de
Luisito: el Choriset y el Chitano.
Además, que esos señores parientes nuestros, como solterones, tendrán una porción de chinchorrerías
y no les gustarán los chicos.
Había en ella un reloj de pared alto, con la caja llena de incrustaciones, muebles antiguos de estilo
Imperio, varias cornucopias y un plano de Valencia de a principios del siglo XVIII.
Al anochecer, de esta terraza Andrés iba a una azotea pequeña, muy alta, construida sobre la linterna
de la escalera.
En el terrado próximo de una casa, sin duda, abandonada, se veían rollos de esteras, montones de
cuerdas de estropajo…
Andrés contemplaba aquel pueblo, casi para él desconocido, y hacía mil cábalas caprichosas acerca de la
vida de sus habitantes.
Veía abajo esta calle, esta rendija sinuosa, estrecha, entre dos filas de caserones.
El médico a quien tenía que sustituir era un hombre rico, viudo, dedicado a la numismática.
La noticia le produjo un gran estupor.

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SOLUCIONARIO
Zozobra: inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza,
o por el mal que ya se padece.
Propenso: con tendencia o inclinación a algo.
Creosotada: que contiene creosota (líquido viscoso, de color pardo amarillento y sabor urente y
cáustico, que se extraía del alquitrán y servía para preservar de la putrefacción las carnes, las maderas,
y para otros usos).
Tuberculina: preparación hecha con gérmenes tuberculosos, y utilizada en el tratamiento y en el
diagnóstico de las enfermedades tuberculosas.
Postigo: puerta que está fabricada en una pieza sin tener división ni más de una hoja, la cual se
asegura con llave, cerrojo, picaporte, etc. Puerta chica abierta en otra mayor. Cada una de las puertas
pequeñas que hay en las ventanas o puertaventanas.
Goznes: herraje articulado con que se fijan las hojas de las puertas y ventanas al quicial para que, al
abrirlas o cerrarlas, giren sobre aquel. Bisagra metálica o pernio.
Tartana: carruaje con cubierta abovedada y asientos laterales, por lo común de dos ruedas y con
limonera.
Cenador: espacio, comúnmente redondo, que suele haber en los jardines, cercado y vestido de plantas
trepadoras, parras o árboles.
Escaramuzas: riñas, disputas o contiendas de poca importancia.
Rezongaban: gruñían, refunfuñaban.
Precoz: dicho de una persona que en corta edad muestra cualidades morales o físicas que de ordinario
son más tardías.
Montaraz: que anda o está hecho a andar por los montes o se ha criado en ellos.
Audaz: osado, atrevido.
Desmedrado: dicho de una persona o de una cosa que no alcanza el desarrollo normal, deteriorado,
debilitado.
Merodeadores: que merodean, vagan por las inmediaciones de algún lugar, en general con malos
fines.
Chinchorrerías: coloq. impertinencia, pesadez.
Cornucopias: vaso en forma de cuerno que representa la abundancia. 2. Espejo de marco tallado y
dorado, que suele tener en la parte inferior uno o más brazos para poner bujías cuya luz reverbere en el
mismo espejo.
Azotea: cubierta más o menos llana de un edificio, dispuesta para distintos fines.
Linterna: torre pequeña más alta que ancha y con ventanas, que se pone como remate en algunos
edificios y sobre las medias naranjas de las iglesias.
Estropajo: planta de la familia de las Cucurbitáceas, cuyo fruto desecado se usa como cepillo de aseo
para fricciones.
Cábalas: conjeturas, suposiciones.
Sinuosa: que tiene senos, ondulaciones o recodos.
Numismática: ciencia de las monedas y medallas, principalmente de las antiguas.
Estupor: asombro, pasmo.

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CUARTA PARTE: INQUISICIONES.
La inteligencia lleva como necesidades inherentes a ella, las nociones de causa, de espacio y de
tiempo, como un cuerpo lleva tres dimensiones.
Religiones, morales, utopías; hoy todas esas pequeñas supercherías del pragmatismo y de las ideas-
fuerzas...
La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando
el instinto de vivir languidece.
Si todo reflejo tuviera para nosotros un fin, podríamos sospechar que la inteligencia no es
sólo un aparato reflector, una luna indiferente para cuando se coloca en su horizonte sensible; pero la
conciencia refleja lo que puede aprehender sin interés, automáticamente y produce imágenes. Estas imágenes
desprovistas de lo contingente dejan un símbolo, un esquema que debe ser la idea.
En este baile de máscaras, en donde bailan millones de figuras abigarradas, tú me dices: Acerquémonos a la
verdad.
—Cierto, fuera de la verdad matemática y de la verdad empírica que se va adquiriendo lentamente, la
ciencia no dice mucho. Hay que tener la probidad de reconocerlo..., y esperar.
Esta idea de la utilidad, que al principio parece sencilla, inofensiva, puede llegar a legitimar las
mayores enormidades, a entronizar todos los prejuicios.
—Esta compañía tendría la misión de enseñar el valor, la serenidad, el reposo; de arrancar toda
tendencia a la humildad, a la renunciación, a la tristeza, al engaño, a la rapacidad, al sentimentalismo...

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SOLUCIONARIO
Inherentes: que por su naturaleza está de tal manera unido a algo, que no se puede separar de ello.
Utopías: plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de
su formulación.
Supercherías: engaño, dolo, fraude.
Languidece: pierde el vigor.
Aprehender: forma máxima de aprendizaje, asimilar, llegar a conocer. Coger, asir, prender a alguien,
o bien algo, especialmente si es de contrabando.
Contingente: que puede suceder o no suceder.
Abigarradas: heterogéneas, reunidas sin concierto, embrolladas, mezcladas.
Empírica: perteneciente o relativo a la experiencia, demostrable.
Probidad: rectitud de ánimo, integridad en el obrar, honradez.
Entronizar: convertir en importantes.
Rapacidad: condición de quien es dado al robo o al hurto.

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QUINTA PARTE: LA EXPERIENCIA EN EL PUEBLO.
El monótono golpeteo del tren acompañaba el soliloquio interior de Andrés; se vieron a lo lejos varias
veces las luces de Madrid en medio del campo, pasaron tres o cuatro estaciones desiertas, y entró el
revisor.
No se podía mirar a derecha y a izquierda; las casas, blancas como la nieve, rebozadas de cal,
reverberaban esta luz vívida y cruel hasta dejarle a uno ciego.
Salieron del pueblo por una carretera llena de polvo; las galeras de cuatro ruedas volvían del campo
cargadas con montones de gavillas.
En el aire había un olor empireumático, dulce, agradable.
—Están quemando orujo en alguna alquitara —dijo el secretario.
Este buen hidalgo había llegado a identificarse con la vida antigua y a convencerse de que la gente
discurría y obraba como los tipos de las obras españolas clásicas, de tal manera, que había ido poco a
poco arcaizando su lenguaje, y entre burlas y veras hablaba con el alambicamiento de los personajes
de Feliciano de Silva, que tanto encantaba a Don Quijote.
Don Blas vivía en plena arbitrariedad; para él había gente que no tenía derecho a nada; en cambio
otros lo merecían todo. ¿Por qué? Probablemente porque sí.
El que ama la contradicción y la verbosidad, es incapaz de aprender nada que sea serio.
Al cabo de un mes del nuevo régimen, Hurtado estaba mejor; la comida escasa y sólo vegetal, el baño,
el ejercicio al aire libre le iban haciendo un hombre sin nervios. Ahora se sentía como divinizado por
su ascetismo, libre; comenzaba a vislumbrar ese estado de “ataraxia”, cantado por los epicúreos y los
pirronianos.
El juez y el actuario y los guardias quedaron sorprendidos.

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SOLUCIONARIO
Soliloquio interior: reflexiones, pensamientos.
Reverberaban: reflejaban.
Galeras: carro para transportar personas, grande, de cuatro ruedas, ordinariamente con cubierta o
toldo de lienzo fuerte.
Gavillas: conjunto de sarmientos, cañas, mieses, ramas, hierba, etc., mayor que el manojo y menor que el
haz.
Empireumático: que tiene empireuma (olor y sabor particulares, que toman las sustancias animales y
algunas vegetales sometidas a fuego violento).
Orujo: hollejo de la uva, después de exprimida y sacada toda la sustancia.
Alquitara: alambique (aparato para destilar).
Arcaizando: usando arcaísmos (elemento lingüístico cuya forma o significado, o ambos a la vez, resultan
anticuados en relación con un momento determinado).
Alambicando: sutilizando o complicando excesivamente el lenguaje, el estilo, los conceptos...
Arbitrariedad: acto o proceder contrario a la justicia, la razón o las leyes, dictado solo por la voluntad o el
capricho.
Verbosidad: abundancia de palabras en la elocución.
Ascetismo: austeridad, moderación.
Ataraxia: imperturbabilidad, serenidad.
Epicúreos: que siguen la doctrina de Epicuro; sensuales, mundanos, sibaritas, entregados a los placeres.
Pirronianos: escépticos.
Actuario: persona que interviene con fe pública en la tramitación de los autos procesales.

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SEXTA PARTE: LA EXPERIENCIA EN MADRID.
Para colmo de ridiculez, hubo un mensaje de Castelar a los yanquis. Cierto que no tenía las
proporciones bufo-grandilocuentes del manifiesto de Víctor Hugo a los alemanes para que respetaran
París; pero era bastante para que los españoles de buen sentido pudieran sentir toda la vacuidad de sus
grandes hombres.
—Sí, preparados para la derrota. Sólo a ese chino, que los españoles consideramos como el colmo de la
candidez, se le pueden decir las cosas que nos están diciendo los periódicos.
—El capital español está en manos de la canalla más abyecta —concluyó diciendo Fermín.
— ¿Así, sin ambages?
—Se quedaría atónito —exclamó Andrés—, porque él pensaba que el día que lo dijera iba a haber un
cataclismo en la familia.
Entre los dueños de las casas de lenocinio había personas decentes: un cura tenía dos, y las explotaba con
una ciencia evangélica completa.
Espectador de la iniquidad social, Andrés reflexionaba acerca de los mecanismos que van produciendo
esas lacras: el presidio, la miseria, la prostitución.
En Madrid, la talla de los jóvenes pobres y mal alimentados que vivían en tabucos era ostensiblemente
más pequeña que la de los muchachos ricos, de familias acomodadas que habitaban en pisos
exteriores.
Cada instinto subversivo, y lo natural es siempre subversivo, lleva al lado su gendarme.
Este eunuco, por lo que me han contado las mujeres de la casa, es de una crueldad terrible con ellas, y las
tiene aterrorizadas.
Si se escapan las denuncian como ladronas, y toda la canalla de curiales las condena.
—Todo eso es lo que queda de moro y de judío en el español; el considerar a la mujer como una presa, la
tendencia al engaño, a la mentira... Es la consecuencia de la impostura semítica; tenemos la religión semítica,
tenemos sangre semita.
En verano sobre todo, Andrés quedaba reventado. Aquella gente de las casas de vecindad, miserable, sucia,
exasperada por el calor, se hallaba siempre dispuesta a la cólera.
Andrés algunas veces oía con calma las reconvenciones, pero otras veces se encolerizaba y les decía la
verdad: que eran unos miserables y unos cerdos; que no se levantarían nunca de su postración por su incuria
y su abandono.
Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los cafés antes de la guerra, los que
soltaron baladronadas y bravatas para luego quedarse en sus casas tan tranquilos.
Un hombre demacrado, famélico, sentado en un camastro, cantaba y recitaba versos.
—Pues reconozca usted el cuerpo, porque creemos que Villasús no está muerto.
Esto es un caso de catalepsia.
La desesperación de este bohemio le pareció a Hurtado demasiado alambicada para ser sincera, y
dejando a toda esta turba de desarrapados en la guardilla salió de la casa.
En este tiempo Andrés empezó a creer que Lulú estaba displicente con él. Quizá pensaba en el militar.

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SOLUCIONARIO
Vacuidad: cualidad de vacuo (vacío, falto de contenido).
Candidez: cualidad de cándido (sencillo, sin malicia ni doblez).
Abyecta: despreciable, vil en extremo.
Ambages: rodeos de palabras o circunloquios.
Cataclismo: coloq. disgusto, contratiempo, suceso que altera la vida cotidiana.
Lenocinio: acción de alcahuetear, es decir, concertar, encubrir o facilitar una relación amorosa,
generalmente ilícita.
Lacras: secuela o señal de una enfermedad o achaque.
Tabucos: aposentos pequeños.
Subversivo: capaz de subvertir (trastornar, revolver, destruir, especialmente en lo moral).
Gendarme: agente de Policía, de Francia o de otros países, destinado a mantener el orden y la seguridad
pública
Eunuco: hombre castrado.
Curiales: relativo a la curia, y especialmente a la romana.
Impostura: fingimiento o engaño con apariencia de verdad.
Exasperada: irritada, enfurecida.
Reconvenciones: censuras, reprimendas.
Postración: abatimiento por enfermedad o aflicción.
Incuria: poco cuidado, negligencia al realizar una acción.
Baladronadas: hecho o dicho propio de baladrones, fanfarronada.
Bravatas: amenazas proferidas con arrogancia para intimidar a alguien.
Demacrado: pálido, desmejorado.
Famélico: hambriento, muy delgado, con aspecto de pasar hambre.
Catalepsia: accidente nervioso repentino, de índole histérica, que suspende las sensaciones e inmoviliza el
cuerpo en cualquier postura en que se le coloque.
Bohemio: lleva una vida que se aparta de las normas y convenciones sociales, principalmente la atribuida a
los artistas.
Alambicada: de alambicar (hacer que el lenguaje, la expresión o el estilo sean excesivamente rebuscados o
sutiles).
Turba: muchedumbre de gente confusa y desordenada.
Desarrapados: andrajosos, llenos de harapos (pedazo de tela muy vieja, rota o sucia).
Displicente: desdeñoso, descontentadizo, desabrido o de mal humor.

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SÉPTIMA PARTE: LA EXPERIENCIA DEL HIJO.
—Fácil no es; pero sólo el peligro, sólo la posibilidad de engendrar una prole enfermiza, debía bastar
al hombre para no tenerla.
—La fecundidad no puede ser un ideal social. No se necesita cantidad, sino calidad. Que los patriotas
y los revolucionarios canten al bruto prolífico, para mí siempre será un animal odioso.
La naturaleza recobraba sus derechos. Andrés, de ser un hombre lleno de talento y un poco “ideático”,
había pasado a ser su hombre. Ya en esto, Andrés veía el principio de la tragedia.
—No digas esas cosas —murmuraba Andrés exasperado y entristecido.
—Pero había en él algo de precursor —murmuró el otro médico.

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SOLUCIONARIO
Prole: conjunto de hijos que tiene una persona.
Prolífico: que tiene virtud de engendrar.
Ideático: maniático, venático.
Exasperado: irritado, enfurecido.
Precursor: que profesa o enseña doctrinas o acomete empresas que no tendrán razón ni hallarán
acogida sino en tiempo venidero.

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