Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Todos los seres vivos de nuestro planeta están constituidos por moléculas
orgánicas: arquitecturas microscópicas complejas en las que el átomo de
carbono juega un papel central. Hubo una época, anterior a la vida, en la que la
Tierra era estéril y estaba absolutamente desolada. Nuestro mundo rebosa
ahora de vida. ¿Cómo llegó a producirse? ¿Cómo se constituyeron en ausencia
de vida moléculas orgánicas basadas en el carbono? ¿Cómo nacieron los
primeros seres vivos? ¿Cómo evolucionó la vida hasta producir seres tan
elaborados y complejos como nosotros, capaces de explorar el misterio de
nuestros orígenes? ¿Hay vida también sobre los incontables planetas que
puedan girar alrededor de otros soles? De existir la vida extraterrestre, ¿se
basa en las mismas moléculas orgánicas que la vida de la Tierra? ¿Se parecen
bastante los seres de otros mundos a la vida de la Tierra? ¿O presentan
diferencias aturdidoras, con otras adaptaciones a otros ambientes? ¿Qué otras
cosas son posibles? La naturaleza de la vida en la Tierra y la búsqueda de vida
en otras partes son dos aspectos de la misma cuestión: la búsqueda de lo que
nosotros somos.
En las grandes tinieblas entre las estrellas hay nubes de gas, de polvo y de
materia orgánica. Los radiotelescopios han descubierto docenas de tipos
diferentes de moléculas orgánicas. La abundancia de estas moléculas sugiere
que la sustancia de la vida se encuentra en todas partes. Quizás el origen y la
evolución de la vida sea una inevitabilidad cósmica, si se dispone de tiempo
suficiente. En algunos de los miles de millones de planetas de la galaxia Vía
Láctea es posible que la vida no nazca nunca. En otros la vida puede nacer y
morir más tarde, o bien no superar en su evolución las formas más sencillas. Y
en alguna pequeña fracción de mundos pueden desarrollarse inteligencias y
civilizaciones más avanzadas que la nuestra.
En el año 1185 el emperador del Japón era un niño de siete años llamado
Antoku. Era el jefe nominal de un clan de samuráis llamados los Heike, que
estaban empeñados en una guerra larga y sangrienta con otro clan de
samuráis, los Genji. Cada clan afirmaba poseer derechos ancestrales
superiores al trono imperial. El encuentro naval decisivo, con el emperador a
bordo, ocurrió en Darmo ura en el mar Interior del Japón el 24 de abril de 1185.
Los Heike fueron superados en número y en táctica. Muchos murieron a manos
del enemigo. Los supervivientes se lanzaron en gran número al mar y se
ahogaron.
Toda la flota Heike quedó destruida. Sólo sobrevivieron cuarenta y tres mueres.
Estas damas de honor de la corte imperial fueron obligadas a vender flores y
otros favores a los pescadores cercanos al escenario de la batalla. Los Heike
desaparecieron casi totalmente de la historia. Pero un grupo formado por la
chusma de antiguas damas de honor y su descendencia entre los pescadores
fundó un festival para conmemorar la batalla. Se celebra hasta hoy el 24 de
abril de cada año.
Los pescadores dicen que los samuráis Heike se pasean todavía por los fondos
del mar Interior, en forma de cangrejos. Se pueden encontrar en estos mares
cangrejos con curiosas señales en sus dorsos, formas que se parecen
asombrosamente al rostro de un samurái. Cuando se pesca un cangrejo de
éstos no se come sino que se le devuelve al mar para conmemorar los tristes
acontecimientos de Darmo ura.
Las formas en los caparazones de los cangrejos son heredadas. Pero entre los
cangrejos, como entre las personas, hay muchas líneas hereditarias diferentes.
Supongamos que entre los antepasados lejanos de este cangrejo surgiera
casualmente uno con una forma que parecía, aunque fuera ligeramente, un
rostro humano. Incluso antes de la batalla de Darmo ura los pescadores
pueden haber sentido escrúpulos para comer un cangrejo así. Al devolverlo al
mar pusieron en marcha un proceso evolutivo: Si eres un cangrejo y tu
caparazón es corriente, los hombres te comerán. Tu linaje dejará pocos
descendientes. Si tu caparazón se parece un poco a una cara, te echarán de
nuevo al mar. Podrás dejar más descendientes. Los cangrejos tenían un valor
considerable invertido en las formas grabadas en sus caparazones.
Hace cuatro mil millones de años, la Tierra era un paraíso molecular. Todavía
no había predadores. Algunas moléculas se reproducían de modo 'ineficaz,
competían en la búsqueda de bloques constructivos y dejaban copias bastas
de sí mismas. La evolución estaba ya definitivamente en marcha, incluso al
nivel molecular, gracias a la reproducción, la mutación y la eliminación selectiva
de las variedades menos eficientes. A medida que pasaba el tiempo
conseguían reproducirse mejor. Llegaron a unirse entre sí moléculas con
funciones especializadas, constituyendo una especie de colectivo molecular: la
primera célula. Las células vegetales de hoy en día tienen diminutas fábricas
moleculares, llamadas cloroplastos, que se encargan de la fotosíntesis: la
conversión de la luz solar, el agua y el dióxido de carbono en hidratos de
carbono y oxígeno. Las células presentes en una gota de sangre contienen un
tipo diferente de fábrica molecular, el mitocondria, que combina el alimento con
el oxígeno para extraer energía útil. Estas fábricas están actualmente dentro de
las células vegetales y animales, pero pueden haber sido en otros tiempos
células libres.
Hace unos tres mil millones de años se había reunido un cierto número de
plantas unicelulares, quizás porque una mutación impidió que una sola célula
sola se separara después de dividirse en dos. Habían evolucionado los
primeros organismos multicelulares. Cada célula de nuestro cuerpo es una
especie de comuna, con partes que antes vivían libremente y que se han
reunido para el bien común. Y nosotros estamos compuestos por cien billones
de células. Cada uno de nosotros es una multitud.
Parece que el sexo se inventó hace unos dos mil millones de años. Con
anterioridad a esto las nuevas variedades de organismos sólo podían nacer a
partir de la acumulación de mutaciones casuales: la selección de cambios, letra
por letra, en las instrucciones genéticas. La evolución debió ser atrozmente
lenta. Gracias al invento del sexo dos organismos podían intercambiar párrafos,
páginas y libros enteros de su código de ADN, produciendo nuevas variedades
a punto para pasar por el cedazo de la selección. Los organismos han sido
seleccionados para que se dediquen al sexo; los que lo encuentran aburrido
pronto se extinguen. Y esto no es sólo cierto en relación a los microbios de
hace dos mil millones de años. También los hombres conservamos hoy en día
una palpable devoción por intercambiar segmentos de ADN.
El ADN es una hélice doble, con dos hilos retorcidos que parecen una escalera
en espiral . La secuencia u ordenación de los nucleótidos a lo largo de cada
uno de los hilos constituyentes es el lenguaje de la vida. Durante la
reproducción las hélices se separan, ayudadas por una proteína especial que
las destornilla, y cada cual sintetiza una copia idéntica de la otra a partir de
bloques constructivos de nucleótido que flotan por allí en el líquido viscoso del
núcleo de la célula. Una vez destornillada la doble hélice una enzima notable
llamada polimerasa del ADN contribuye a asegurar que la copia se realiza de
modo casi perfecto. Si se comete un error, hay enzimas que arrancan lo
equivocado y sustituyen el nucleótido falso por el correcto. Estas enzimas son
una máquina molecular con poderes asombrosos.
El ÁDN del hombre es una escalera con una longitud de mil millones de
nucleótidos. Las combinaciones posibles de nucleótidos son en su mayor parte
tonterías: causarían la síntesis de proteínas que no realizarían ninguna función
útil. Sólo un número muy limitado de moléculas de ácido nucleico son de
alguna utilidad para formas de vida tan complicadas como nosotros. Incluso así
el número de maneras útiles de construir ácidos nucleicos es increíblemente
elevado: probablemente muy superior al número total de electrones y de
protones del universo. Por lo tanto el número de seres humanos posible es muy
superior al del número de personas que hayan vivido nunca: el potencial no
utilizado de la especie humana es inmenso. Ha de haber manera de construir
ácidos nucleicos que funcionen mucho mejor sea cual fuere el criterio escogido
que cualquier persona que haya vivido nunca. Por suerte todavía ignoramos la
manera de montar secuencias distintas de nucleótidos que permitan construir
tipos distintos de seres humanos. En el futuro es muy posible que estemos en
disposición de montar nucleótidos siguiendo la secuencia que queramos, y de
producir cualquier característica que creamos deseable: una perspectiva que
nos hace pensar y nos inquieta.
La evolución funciona mediante la mutación y la selección. Se pueden producir
mutaciones durante la reproducción de la molécula si la enzima polimerasa del
ADN comete un error. Pero es raro que lo haga. Las mutaciones se producen
también a causa de la radiactividad, de la luz ultravioleta del Sol, de los rayos
cósmicos o de sustancias químicas en el medio ambiente, todo lo cual puede
cambiar los nucleótidos o atar en forma de nudos a los ácidos nucleicos. Si el
número de mutaciones es demasiado elevado, perdemos la herencia de cuatro
mil millones de años de lenta evolución. Si es demasiado bajo, no se dispondrá
de nuevas variedades para adaptarse a algún cambio futuro en el medio
ambiente. La evolución de la vida exige un equilibrio más o menos preciso
entre mutación y selección. Cuando este equilibrio se consigue se obtienen
adaptaciones notables.
Licenciatura En Ingles
Cód.: 051300102010
EDUCACION AMBIENTAL
IBAGUE-TOLIMA
2010-09-23