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Una voz en la fuga cósmica

Todos los seres vivos de nuestro planeta están constituidos por moléculas
orgánicas: arquitecturas microscópicas complejas en las que el átomo de
carbono juega un papel central. Hubo una época, anterior a la vida, en la que la
Tierra era estéril y estaba absolutamente desolada. Nuestro mundo rebosa
ahora de vida. ¿Cómo llegó a producirse? ¿Cómo se constituyeron en ausencia
de vida moléculas orgánicas basadas en el carbono? ¿Cómo nacieron los
primeros seres vivos? ¿Cómo evolucionó la vida hasta producir seres tan
elaborados y complejos como nosotros, capaces de explorar el misterio de
nuestros orígenes? ¿Hay vida también sobre los incontables planetas que
puedan girar alrededor de otros soles? De existir la vida extraterrestre, ¿se
basa en las mismas moléculas orgánicas que la vida de la Tierra? ¿Se parecen
bastante los seres de otros mundos a la vida de la Tierra? ¿O presentan
diferencias aturdidoras, con otras adaptaciones a otros ambientes? ¿Qué otras
cosas son posibles? La naturaleza de la vida en la Tierra y la búsqueda de vida
en otras partes son dos aspectos de la misma cuestión: la búsqueda de lo que
nosotros somos.

En las grandes tinieblas entre las estrellas hay nubes de gas, de polvo y de
materia orgánica. Los radiotelescopios han descubierto docenas de tipos
diferentes de moléculas orgánicas. La abundancia de estas moléculas sugiere
que la sustancia de la vida se encuentra en todas partes. Quizás el origen y la
evolución de la vida sea una inevitabilidad cósmica, si se dispone de tiempo
suficiente. En algunos de los miles de millones de planetas de la galaxia Vía
Láctea es posible que la vida no nazca nunca. En otros la vida puede nacer y
morir más tarde, o bien no superar en su evolución las formas más sencillas. Y
en alguna pequeña fracción de mundos pueden desarrollarse inteligencias y
civilizaciones más avanzadas que la nuestra.

En ocasiones alguien señala hasta qué punto es afortunada la coincidencia de


que la Tierra esté perfectamente adaptada a la vida: temperaturas moderadas,
agua líquida, atmósfera de oxígeno, etc. Pero esto supone confundir por lo
menos en parte causa y efecto. Nosotros, habitantes de la Tierra, estamos
supremamente adaptados al medio ambiente de la Tierra porque crecimos
aquí. Las formas anteriores de vida que no estaban perfectamente adaptadas
murieron. Nosotros descendemos de organismos que prosperaron. No hay
duda de que los organismos que evolucionan en un mundo muy diferente
también cantarán sus alabanzas.

En el año 1185 el emperador del Japón era un niño de siete años llamado
Antoku. Era el jefe nominal de un clan de samuráis llamados los Heike, que
estaban empeñados en una guerra larga y sangrienta con otro clan de
samuráis, los Genji. Cada clan afirmaba poseer derechos ancestrales
superiores al trono imperial. El encuentro naval decisivo, con el emperador a
bordo, ocurrió en Darmo ura en el mar Interior del Japón el 24 de abril de 1185.
Los Heike fueron superados en número y en táctica. Muchos murieron a manos
del enemigo. Los supervivientes se lanzaron en gran número al mar y se
ahogaron.

Toda la flota Heike quedó destruida. Sólo sobrevivieron cuarenta y tres mueres.
Estas damas de honor de la corte imperial fueron obligadas a vender flores y
otros favores a los pescadores cercanos al escenario de la batalla. Los Heike
desaparecieron casi totalmente de la historia. Pero un grupo formado por la
chusma de antiguas damas de honor y su descendencia entre los pescadores
fundó un festival para conmemorar la batalla. Se celebra hasta hoy el 24 de
abril de cada año.

Los pescadores dicen que los samuráis Heike se pasean todavía por los fondos
del mar Interior, en forma de cangrejos. Se pueden encontrar en estos mares
cangrejos con curiosas señales en sus dorsos, formas que se parecen
asombrosamente al rostro de un samurái. Cuando se pesca un cangrejo de
éstos no se come sino que se le devuelve al mar para conmemorar los tristes
acontecimientos de Darmo ura.

Las formas en los caparazones de los cangrejos son heredadas. Pero entre los
cangrejos, como entre las personas, hay muchas líneas hereditarias diferentes.
Supongamos que entre los antepasados lejanos de este cangrejo surgiera
casualmente uno con una forma que parecía, aunque fuera ligeramente, un
rostro humano. Incluso antes de la batalla de Darmo ura los pescadores
pueden haber sentido escrúpulos para comer un cangrejo así. Al devolverlo al
mar pusieron en marcha un proceso evolutivo: Si eres un cangrejo y tu
caparazón es corriente, los hombres te comerán. Tu linaje dejará pocos
descendientes. Si tu caparazón se parece un poco a una cara, te echarán de
nuevo al mar. Podrás dejar más descendientes. Los cangrejos tenían un valor
considerable invertido en las formas grabadas en sus caparazones.

Este proceso se denomina selección artificial. En el caso del cangrejo de Heike,


lo efectuaron de modo más o menos consciente los pescadores, y desde luego
sin que los cangrejos se lo propusieran seriamente. Pero los hombres han
seleccionado deliberadamente durante miles de años, las plantas y animales
que han de vivir y las que merecen morir. Desde nuestra infancia nos rodean
animales, frutos, árboles y verduras familiares, cultivados y domesticados.

Los secretos de la evolución son la muerte y el tiempo: la muerte de un número


enorme de formas vivas que estaban imperfectamente adaptadas al medio
ambiente; y tiempo para una larga sucesión de pequeñas mutaciones que eran
accidentalmente adaptativas, tiempo para la lenta acumulación de rasgos
producidos por mutaciones favorables.
Lo que sucedió en la Tierra puede ser más o menos el curso típico de la
evolución de la vida en muchos mundos; pero en relación a detalles como la
química de las proteínas o la neurología de los cerebros, la historia de la vida
en la Tierra puede ser única en toda la galaxia Vía Láctea. La Tierra se
condensó a partir de gas y polvo interestelares hace 4 600 millones de años.
Sabemos por los fósiles que el origen de la vida se produjo poco después, hace
quizás unos 4 000 millones de años, en las lagunas y océanos de la Tierra
primitiva. Los primeros seres vivos no eran tan complejos como un organismo
unicelular, que ya es una forma de vida muy sofisticado. Los primeros
balbuceos fueron mucho más humildes. En aquellos días primigenios, los
relámpagos y la luz ultravioleta del Sol descomponían las moléculas simples,
ricas en hidrógeno, de la atmósfera primitiva, y los fragmentos se re
combinaban espontáneamente dando moléculas cada vez más complejas. Los
productos de 'esta primera química se disolvían en los océanos, formando una
especie de sopa orgánica cuya complejidad crecía paulatinamente, hasta que
un día, por puro accidente, nació una molécula que fue capaz de hacer copias
bastas de sí misma, utilizando como bloques constructivos otras moléculas de
la sopa.

Hace cuatro mil millones de años, la Tierra era un paraíso molecular. Todavía
no había predadores. Algunas moléculas se reproducían de modo 'ineficaz,
competían en la búsqueda de bloques constructivos y dejaban copias bastas
de sí mismas. La evolución estaba ya definitivamente en marcha, incluso al
nivel molecular, gracias a la reproducción, la mutación y la eliminación selectiva
de las variedades menos eficientes. A medida que pasaba el tiempo
conseguían reproducirse mejor. Llegaron a unirse entre sí moléculas con
funciones especializadas, constituyendo una especie de colectivo molecular: la
primera célula. Las células vegetales de hoy en día tienen diminutas fábricas
moleculares, llamadas cloroplastos, que se encargan de la fotosíntesis: la
conversión de la luz solar, el agua y el dióxido de carbono en hidratos de
carbono y oxígeno. Las células presentes en una gota de sangre contienen un
tipo diferente de fábrica molecular, el mitocondria, que combina el alimento con
el oxígeno para extraer energía útil. Estas fábricas están actualmente dentro de
las células vegetales y animales, pero pueden haber sido en otros tiempos
células libres.

Hace unos tres mil millones de años se había reunido un cierto número de
plantas unicelulares, quizás porque una mutación impidió que una sola célula
sola se separara después de dividirse en dos. Habían evolucionado los
primeros organismos multicelulares. Cada célula de nuestro cuerpo es una
especie de comuna, con partes que antes vivían libremente y que se han
reunido para el bien común. Y nosotros estamos compuestos por cien billones
de células. Cada uno de nosotros es una multitud.
Parece que el sexo se inventó hace unos dos mil millones de años. Con
anterioridad a esto las nuevas variedades de organismos sólo podían nacer a
partir de la acumulación de mutaciones casuales: la selección de cambios, letra
por letra, en las instrucciones genéticas. La evolución debió ser atrozmente
lenta. Gracias al invento del sexo dos organismos podían intercambiar párrafos,
páginas y libros enteros de su código de ADN, produciendo nuevas variedades
a punto para pasar por el cedazo de la selección. Los organismos han sido
seleccionados para que se dediquen al sexo; los que lo encuentran aburrido
pronto se extinguen. Y esto no es sólo cierto en relación a los microbios de
hace dos mil millones de años. También los hombres conservamos hoy en día
una palpable devoción por intercambiar segmentos de ADN.

Poco después de la explosión cámbrica, en los océanos pululaban muchas


formas distintas de vida. Hace 500 millones de años había grandes rebaños de
trilobites, animales de bella construcción, algo parecidos a grandes insectos;
algunos cazaban en manadas sobre el fondo del océano. Almacenaban
cristales en sus ojos para detectar la luz polarizada. Pero actualmente ya no
hay trilobites vivos; hace 200 millones de años que ya no quedan. La Tierra
estuvo habitada a lo largo del tiempo por plantas y animales de los que hoy no
queda rastro vivo. Y como es lógico hubo un tiempo en que no existía ninguna
de las especies que hay hoy en nuestro planeta. No hay ninguna indicación ' en
las rocas antiguas de la presencia de animales como nosotros. Las especies
aparecen, viven durante un período más o menos breve y luego se extinguen.

Hay decenas de miles de millones de tipos conocidos de moléculas orgánicas.


Sin embargo en las actividades esenciales de la vida sólo se utiliza una
cincuentena. Las mismas estructuras se utilizan una y otra vez de modo
conservador e ingenioso, para llevar a cabo funciones diferentes. Y en el
núcleo mismo de la vida en la Tierra las proteínas que controlan la química de
la célula y los ácidos nucleídos que transportan las instrucciones hereditarias
descubrimos que estas moléculas son esencialmente las mismas en todas las
plantas y animales. Una encina y yo estamos hechos de la misma sustancia. Si
retrocedemos lo suficiente, nos encontramos con un antepasado común.

La célula viviente es un régimen tan complejo y bello como el reino de las


galaxias y de las estrellas. La exquisita maquinaria de la célula ha ido
evolucionando penosamente durante más de cuatro mil millones de años.
Fragmentos de alimento se metamorfosean en maquinaria celular. La célula
sanguínea blanca de hoy son las espinacas con crema de ayer.

Si nos sumergiéramos por un poro en el núcleo de la célula nos


encontraríamos con algo parecido a una explosión en una fábrica de
espaguetis: una multitud desordenada de espirales e hilos, que son los dos
tipos de ácidos nucleicos: el ADN, que sabe lo que hay que hacer, y el ARN,
que lleva las instrucciones emanadas del ADN al resto de la célula. Ellos son lo
mejor que han podido producir cuatro mil millones de años de evolución, y
contienen el complemento completo de información sobre la manera de hacer
que una célula, un árbol o una persona funcione. La cantidad de información en
el ADN del hombre escrito en el lenguaje corriente ocuparía un centenar de
volúmenes gruesos. Además de esto, las moléculas de ADN saben la manera
de hacer copias idénticas de sí mismas con sólo muy raras excepciones. La
cantidad de cosas que saben es extraordinaria.

El ADN es una hélice doble, con dos hilos retorcidos que parecen una escalera
en espiral . La secuencia u ordenación de los nucleótidos a lo largo de cada
uno de los hilos constituyentes es el lenguaje de la vida. Durante la
reproducción las hélices se separan, ayudadas por una proteína especial que
las destornilla, y cada cual sintetiza una copia idéntica de la otra a partir de
bloques constructivos de nucleótido que flotan por allí en el líquido viscoso del
núcleo de la célula. Una vez destornillada la doble hélice una enzima notable
llamada polimerasa del ADN contribuye a asegurar que la copia se realiza de
modo casi perfecto. Si se comete un error, hay enzimas que arrancan lo
equivocado y sustituyen el nucleótido falso por el correcto. Estas enzimas son
una máquina molecular con poderes asombrosos.

El ÁDN del hombre es una escalera con una longitud de mil millones de
nucleótidos. Las combinaciones posibles de nucleótidos son en su mayor parte
tonterías: causarían la síntesis de proteínas que no realizarían ninguna función
útil. Sólo un número muy limitado de moléculas de ácido nucleico son de
alguna utilidad para formas de vida tan complicadas como nosotros. Incluso así
el número de maneras útiles de construir ácidos nucleicos es increíblemente
elevado: probablemente muy superior al número total de electrones y de
protones del universo. Por lo tanto el número de seres humanos posible es muy
superior al del número de personas que hayan vivido nunca: el potencial no
utilizado de la especie humana es inmenso. Ha de haber manera de construir
ácidos nucleicos que funcionen mucho mejor sea cual fuere el criterio escogido
que cualquier persona que haya vivido nunca. Por suerte todavía ignoramos la
manera de montar secuencias distintas de nucleótidos que permitan construir
tipos distintos de seres humanos. En el futuro es muy posible que estemos en
disposición de montar nucleótidos siguiendo la secuencia que queramos, y de
producir cualquier característica que creamos deseable: una perspectiva que
nos hace pensar y nos inquieta.
La evolución funciona mediante la mutación y la selección. Se pueden producir
mutaciones durante la reproducción de la molécula si la enzima polimerasa del
ADN comete un error. Pero es raro que lo haga. Las mutaciones se producen
también a causa de la radiactividad, de la luz ultravioleta del Sol, de los rayos
cósmicos o de sustancias químicas en el medio ambiente, todo lo cual puede
cambiar los nucleótidos o atar en forma de nudos a los ácidos nucleicos. Si el
número de mutaciones es demasiado elevado, perdemos la herencia de cuatro
mil millones de años de lenta evolución. Si es demasiado bajo, no se dispondrá
de nuevas variedades para adaptarse a algún cambio futuro en el medio
ambiente. La evolución de la vida exige un equilibrio más o menos preciso
entre mutación y selección. Cuando este equilibrio se consigue se obtienen
adaptaciones notables.

Un cambio en un único nucleótido del ADN provoca un cambio en un único


aminoácido en la proteína codificada en este ADN. Las células rojas de la
sangre de los pueblos de ascendencia europea tienen un aspecto más o
menos globuloso. Las células rojas de la sangre de algunos pueblos de
ascendencia africana tienen el aspecto de hoces o de lunas crecientes. Las
células en hoz transportan menos oxígeno y por lo tanto transmiten un tipo de
anemia. También proporcionan una fuerte resistencia contra la malaria. No hay
duda que es mejor estar anémico que muerto. Esta influencia importante sobre
la función de la sangre tan notable que se aprecia claramente en fotografías de
células sanguíneas rojas es la consecuencia de un cambio en un único
nucleótido entre los diez mil millones existentes en el ADN de una célula
humana típica.

La biología se parece más a la historia que a la física. Hay que conocer el


pasado para comprender el presente. Y hay que conocerlo con un detalle
exquisito. No existe todavía una teoría predictiva de la biología, como tampoco
hay una teoría predictiva de la historia. Los motivos son los mismos: ambas
materias son todavía demasiado complicadas para nosotros. Pero podemos
conocemos mejor conociendo otros casos. El estudio de un único caso de vida
extraterrestre, por humilde que sea, desprovincializará a la biología. Los
biólogos sabrán por primera vez qué otros tipos de vida son posibles. Cuando
decimos que la búsqueda de vida en otros mundos es importante, no
garantizamos que sea fácil de encontrar, sino que vale mucho la pena buscarla.
UNA VOZ EN LA FUGA COSMICA

Andrey Felipe Rodríguez

Licenciatura En Ingles

Cód.: 051300102010

EDUCACION AMBIENTAL

UNIVERSIDAD DEL TOLIMA

IBAGUE-TOLIMA

2010-09-23

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