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LA VERDADERA FELICIDAD W.

Eugene Hansen
“Uno de los problemas mas grandes que tiene el hombre actual es reconocer la diferencia entre la
felicidad y el placer.
Desde los comienzos del mundo, todos los seres humanos buscamos la felicidad. Yo creo que la mayoría de nosotros nos
dejamos influir a diario por lo que pensamos que nos va a hacer felices o nos va a dar gozo, ya sea a nosotros o a los
demás.

Yo pienso que esa es una buena meta. El Señor ha dicho que “existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25).

Los autores de nuestra Constitución consideraban que la felicidad era tan importante que la pusieron al mismo nivel que
la vida y la libertad. La Declaración de la Independencia dice:

“Afirmamos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres fueron creados iguales, que su Creador les ha
dado ciertos derechos irrevocables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

¿Que es la felicidad? ¿Donde la encontramos? ¿Como la obtenemos? Recuerdo haber leído hace un tiempo una
encuesta que se realizo en todo el país tratando de determinar, según las respuestas de la gente, que nos trae la
felicidad.

Aunque no recuerdo todos los detalles de la encuesta, me acuerdo de que la mayoría pensaba que el dinero era gran
parte de la felicidad; sin embargo, las investigaciones del autor indicaban que el dinero en si muy pocas veces daba
como resultado una felicidad verdadera.

Dos ideas me han venido a la memoria: Un discurso que dio el presidente David O McKay en el que menciono lo que
había dicho John D. Rockefeller, en ese entonces uno de los hombres mas ricos del mundo, y que aparentemente sufría
de problemas estomacales: “Preferiría gozar de una buena comida que tener un millón de dó1ares”. Y con una guiñada,
el presidente McKay dijo: “Por supuesto, el dijo eso porque tenía un millón de dólares”.

Admito que es importante tener suficiente dinero para nuestras necesidades, pero fuera de eso, las riquezas tienen muy
poco que ver con la felicidad verdadera. A menudo, lo que produce la mayor satisfacción son el trabajo y el sacrificio que
se hacen para ganar dinero con un fin justificado.

Mi padre cuenta en su historia personal de las experiencias de mi abuela que creció en Brigham City, Utah, a fines del
siglo pasado. La familia era muy pobre, habiendo emigrado de Dinamarca prácticamente solo con lo que llevaba puesto.
La abuela era jovencita y deseaba mucho comprarse un par de zapatos para usar en ocasiones especiales; para lograr
ese justo deseo, durante todo un verano juntó fruta silvestre y cuidó niños con el fin de ganar el dinero de los zapatos.
Pero la satisfacción que sintió cuando compró los zapatos fue indescriptible, porque no sólo podía usarlos ella sino
también su mama; habían arreglado para que ella los usara para ir a la Escuela Dominical por la mañana y la mama se los
pusiera para ir a la reunión sacramental por la tarde.

Las palabras de William George Jordan nos enseñan sobre eso:

“La felicidad no siempre requiere éxito, prosperidad o logros especiales; muchas veces proviene del gozo del esfuerzo
esperanzado, de la dedicación de nuestras energías a un fin justo. La raíz de la verdadera felicidad esta plantada en la
abnegación y su flor es el amor” (The Crown of Individuality, 2a. ed., Nueva York: Fleming H. Revell Co., 1909, págs. 78–
79).

Uno de los problemas mas grandes que tiene el hombre en la actualidad es reconocer la diferencia entre la felicidad y el
simple placer. Satanás y sus fuerzas se han vuelto muy eficaces en el empeño que hacen por convencer a la gente de que
el objetivo mas importante en la vida es el placer; el promete con engaños que el placer, sea donde sea que lo hallen, los
hará felices.

La televisión y las películas están llenas de incitaciones muy evidentes que alientan y persuaden a jóvenes y adultos por
igual a entregarse a sus pasiones prometiéndoles que encontraran la felicidad. El resultado de este arriesgado camino se
evidencia en el daño social y psicológica que va cada vez mas en aumento. Esa influencia ha hecho aumentar los casos
de adolescentes embarazadas, de abortos, violaciones, abuso sexual de niños, provocación sexual en los adultos, asaltos,
drogadicción, alcoholismo, hogares destruidos, etc. Las alarmantes estadísticas siguen probando que así es, pero nada se
soluciona.

Hace algunos años el elder James E. Talmage describió con tanta certeza lo que sucede en la actualidad que es como si lo
hubiera escrito ahora. Dijo esto:

“La época actual es una búsqueda de placeres, y el hombre esta perdiendo el juicio en su loco afán por sentir
sensaciones que no hacen mas que excitar y desilusionar. En estos tiempos de falsificaciones, adulteraciones y viles
imitaciones, el diablo esta mas ocupado que en cualquier otra época de la historia humana en la producción de placeres,
viejos así como nuevos; y los ofrece a la venta de la manera mas atractiva, con la falsa etiqueta de Felicidad. En esta
asechanza destructora de almas nadie lo supera; ha tenido siglos de experiencia practica, y por medio de su astucia ha
monopolizado el mercado. Conoce todas las tretas y sabe la mejor manera de llamar la atención y despertar el deseo de
sus clientes. Envuelve sus artificios en paquetes de brillantes colores, atados con cintas y monos; y las multitudes se
apiñan para adquirir sus gangas, empujándose y aplastándose unos a otros en su frenesí por comprar.

“Sigamos a uno de los compradores que se aleja ufano con su llamativo paquete y observémoslo mientras lo abre. ¿Que
halla adentro de la envoltura brillante? Había esperado encontrar una fragante felicidad, pero sólo halla una clase
inferior de placer cuyo mal olor le produce nauseas” (véase Jesús el Cristo, págs. 261–262).

Que interesante es que el elder Talmage, que escribió hace tantos años, pudiera captar con tanta exactitud las
condiciones en que se encuentra el mundo actual y describirlo de una manera que resulta mas evidente ahora de lo que
era entonces. Algunos dirán que debemos conformarnos al ver los males sociales de aquella época y suponer que las
cosas andaban tan mal antes como ahora. Yo no soy de esa opinión. Pienso que las palabras del elder Talmage debían de
habernos servido de aviso y tendríamos que haber aprendido de ellas, toda la nación, mucho mas de lo que lo hemos
hecho.

El gozo y la felicidad verdaderos provienen de vivir de tal manera que nuestro Padre Celestial este complacido con
nosotros. En la sección 52 de Doctrina y Convenios el Señor nos dice que nos dará “una norma en todas las cosas, para
que no seáis engañados; porque Satanás anda por la tierra engañando a las naciones” (D. y C. 52:14).

Esa norma es la plenitud del Evangelio de Jesucristo, el cual debemos sentirnos bendecidos de tener.

Para ser felices, indefectiblemente debemos aprender ciertas lecciones en esta vida; podemos aprenderlas con gozo o
con pesar. Recuerdo las palabras de Jacob, el hermano de Nefi, que escribió hace muchos siglos:

“Y en esto nos regocijamos; y obramos diligentemente para grabar estas palabras sobre planchas, esperando que
nuestros amados hermanos y nuestros hijos las reciban con corazones agradecidos, y las consideren para que sepan con
gozo, no con pesar …” (Jacob 4:3, cursiva agregada).

No es cierto esto? Hay ciertas verdades y principios básicos que debemos aprender si vamos a adaptarnos a esta vida y a
ser felices. Y los aprendemos, ya sea con gozo haciendo lo bueno, o con pesar o por medio de experiencias que nos
hacen sufrir. No se puede desobedecer los mandamientos de Dios y ser felices. Recordemos el pasaje de las Escrituras
que se ha citado ya en esta conferencia y que dice: “… la maldad nunca fue felicidad” (Alma 4 1:10).

Recuerdo que cuando era niño, mi padre me decía antes de administrarme un bien merecido castigo: “Si te niegas a oír,
tendrás que sentir”.

Si prestáramos mas atención, no seria necesario que sintiéramos tan a menudo las consecuencias.

Ahora quisiera hablarles un momento a los jóvenes. Queremos que ustedes sean felices. Como padres, abuelos, lideres
del sacerdocio y asesores, nos preocupa mucho ver la decadencia moral que esta tan generalizada y aceptada en este
país y en muchos otros.

Por lo tanto, esta preocupación nos lleva a tener mas conversaciones con ustedes, a pedirles cuentas de adónde van,
que van a hacer y con quienes se juntan; y, en algunos casos, a ponerles restricciones en cuanto a ciertos lugares, ciertos
planes y ciertas amistades.

Debe de parecerles que somos demasiado estrictos cuando los aconsejamos que refrenen sus pasiones, que eviten toda
clase de pornografía, que cumplan la Palabra de Sabiduría, que eviten situaciones y lugares peligrosos, que se fijen un
código moral y lo mantengan, que sientan la responsabilidad de sus acciones, que miren por encima de lo popular y
estén dispuestos a defender solos sus normas si los principios del evangelio así lo exigen.

Si, parecemos preocuparnos demasiado, pero permítanme preguntarles: Supongan que ven que uno de sus hermanitos
esta por cambiar un triciclo por un helado en un día de mucho calor; o imaginen que ven a un niñito que camina hacia
un transitado bulevar o hacia un río torrentoso sin darse cuenta del peligro que para ustedes es tan evidente por su
edad y experiencia. Por supuesto, inmediatamente irían a rescatarlo; si no lo hicieran, serían irresponsables.

De la misma manera, sus padres y lideres sienten una gran responsabilidad de aconsejarlos y avisarles de los peligros
que quizás ustedes no perciban y que podrían causarles consecuencias desastrosas tanto físicas como mental y
espiritualmente.

¿Que es la felicidad entonces? ¿En que se diferencia del mero placer? Cito otra vez las palabras del elder Talmage:

“La felicidad es el alimento verdadero, sano, nutritivo y dulce; fortifica el cuerpo y produce la energía para obrar, física,
mental y espiritualmente. El placer no es sino un estimulante engañoso que, como la bebida espiritosa, hace a uno creer
que es fuerte, cuando en realidad esta desfallecido; le hace suponer que esta bien, cuando padece de una enfermedad
incurable.

“La felicidad no deja un sabor amargo en la boca, no viene acompañada de una reacción deprimente; no exige el
arrepentimiento, no causa pesar, no produce remordimiento. El placer con suma frecuencia hace necesario el
arrepentimiento, la contrición y el sufrimiento; y, cuando se le da rienda suelta, conduce a la degradación y la
destrucción.

“La memoria puede evocar una y otra vez la felicidad verdadera, siempre renovando el bien original. Un momento de
placer impío puede causar una herida punzante, la cual, semejante a un aguijón en la carne, es causa de constante
angustia.

“La felicidad no tiene relación con la frivolidad, ni esta emparentada con el regocijo superficial. Se origina en las fuentes
mas profundas del alma, y con frecuencia viene acompañada de lágrimas. ¿Os habéis sentido alguna vez tan felices que
tuvisteis que llorar? Yo si” (véase Jesús el Cristo, pág. 262).

Ojalá pudiéramos ser como la gente que se menciona en el Libro de Mormón:

“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna


especie; y ciertamente no podía haber un pueblo mas dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de
Dios” (4 Nefi 1: 15–16)

En el nombre de Jesucristo. Amén.


LLEGAR A SER PERFECTOS EN CRISTO Por el élder Gerrit W. Gong De los Setenta

El comprender el amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos puede librar de las expectativas
incorrectas y falsas que nosotros mismos nos imponemos de lo que es la perfección.

Luz del mundo, por Howard Lyon, prohibida su reproducción.

Con nuestros hijos cantamos: “Yo siento Su amor, que me infunde calma”1.

Su amor expiatorio, dado sin reserva, es como “leche y miel sin dinero y sin precio” (2 Nefi 26:25). Por ser infinita y
eterna (véase Alma 34:10), la Expiación nos invita a “[venir] a Cristo, y [perfeccionarnos] en él” (Moroni 10:32).

El comprender el amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos puede librar de las expectativas incorrectas y falsas
que nosotros mismos nos imponemos de lo que es la perfección. Ese entendimiento nos permite despojarnos de los
temores de que somos imperfectos: temores de que cometemos errores, temores de que no somos lo suficientemente
buenos, temores de que somos un fracaso comparado con los demás, temores de que no estamos haciendo lo suficiente
para merecer Su amor.

El amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos sirve para que seamos más tolerantes y menos críticos de los
demás y de nosotros mismos. Ese amor reconcilia nuestras relaciones y nos brinda oportunidades de amar, comprender
y prestar servicio a la manera del Salvador.

Su amor expiatorio cambia el concepto que tenemos de la perfección. Podemos depositar nuestra confianza en Él,
guardar diligentemente Sus mandamientos y seguir adelante con fe (véase Mosíah 4:6), al mismo tiempo que sentimos
mayor humildad, gratitud y dependencia en Sus méritos, misericordia y gracia (véase 2 Nefi 2:8).

En un sentido más amplio, el venir a Cristo y ser perfeccionados en Él coloca la perfección dentro del trayecto eterno de
nuestro espíritu y cuerpo o, básicamente, en el trayecto eterno de nuestra alma (véase D. y C. 88:15). El llegar a ser
perfectos es el resultado de nuestra travesía por la vida, la muerte y la resurrección físicas, cuando todas las cosas son
restablecidas “a su propia y perfecta forma” (Alma 40:23); incluye el proceso del nacimiento espiritual, el cual ocasiona
“un potente cambio” en nuestro corazón y disposición (Mosíah 5:2); refleja el refinamiento de toda nuestra vida
mediante el servicio semejante al de Cristo y la obediencia a los mandamientos del Salvador y a nuestros convenios; y
reconoce la relación que existe entre los vivos y los muertos, que es necesaria para llegar a la perfección (véase D. y C.
128:18).

No obstante, la palabra perfección a veces se malinterpreta, pensando que significa no cometer nunca un error. Quizás
ustedes o alguien a quien conozcan estén esforzándose por ser perfectos de esa manera. Debido a que ese tipo de
perfección siempre parece inalcanzable, incluso después de realizar nuestros mejores esfuerzos, podemos sentirnos
intranquilos, desanimados o exhaustos. Tratamos infructuosamente de controlar nuestras circunstancias y a las
personas que nos rodean; nos preocupamos demasiado por las debilidades humanas y los errores; y de hecho, cuanto
más nos esforzamos, más alejados nos sentimos de la perfección que procuramos.

A continuación, intento profundizar nuestro aprecio por la doctrina de la expiación de Jesucristo y por el amor y la
misericordia que el Salvador nos brinda sin reservas. Los invito a aplicar su entendimiento de la doctrina de la Expiación
con el fin de ayudarse a ustedes mismos y a otras personas, incluso a misioneros, estudiantes, jóvenes adultos solteros,
padres, madres, cabezas de familia que estén solos o solas, y otras personas que tal vez se sientan presionadas a
encontrar la perfección y a ser perfectas.

La expiación de Jesucristo

Habiendo sido preparada desde la fundación del mundo (véase Mosíah 4:6–7), la expiación de nuestro Salvador nos
permite aprender, arrepentirnos y progresar por medio de nuestras propias experiencias y decisiones.

En esta probación terrenal, tanto el crecimiento espiritual gradual “línea sobre línea” (D. y C. 98:12), así como las
experiencias espirituales transformadoras de un “potente cambio” de corazón (Alma 5:12, 13; Mosíah 5:2), nos ayudan a
venir a Cristo y a ser perfeccionados en Él. La conocida frase “perseverar hasta el fin” nos recuerda que el progreso
eterno muchas veces implica tiempo, así como un proceso.

En el último capítulo del Libro de Mormón, el gran profeta Moroni nos enseña la manera de venir a Cristo y ser
perfeccionados en Él. Nos “[abstenemos] de toda impiedad”; amamos “a Dios con toda [nuestra] alma, mente y fuerza”;
entonces, Su gracia nos es suficiente “para que por su gracia [seamos] perfectos en Cristo”, lo cual “está en el convenio
del Padre para remisión de [nuestros] pecados”, para que podamos “[llegar] a ser santos, sin mancha” (Moroni 10:32,
33).

En última instancia, es el “gran y postrer sacrificio” del Salvador lo que trae la “misericordia, que [sobrepuja] a la justicia
y [provee] a los hombres la manera de tener fe para arrepentimiento” (Alma 34:14, 15). De hecho, nuestra “fe para
arrepentimiento” es esencial para que vengamos a Cristo, seamos perfeccionados en Él y disfrutemos las bendiciones
del “gran y eterno plan de redención” (Alma 34:16).

El aceptar plenamente la expiación de nuestro Salvador puede aumentar nuestra fe y darnos el valor para despojarnos
de las expectativas restringentes de que, de algún modo, es necesario que seamos perfectos o que hagamos las cosas de
manera perfecta. Una manera rígida de pensar afirma que todo es absolutamente perfecto o irremediablemente
imperfecto; pero, como hijos e hijas de Dios, podemos aceptar agradecidos que somos Su creación suprema (véanse
Salmos 8:3–6; Hebreos 2:7), a pesar de que aún seamos una creación en proceso de desarrollo.

Al entender el amor expiatorio que nuestro Salvador da sin reserva, dejamos de temer que Él sea un juez severo y
crítico; más bien, sentimos seguridad: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17); comprendemos que para progresar se necesita tiempo y que es un proceso
(véase Moisés 7:21).

Nuestro ejemplo perfecto

Únicamente nuestro Salvador vivió una vida perfecta, e incluso Él aprendió y progresó en la experiencia terrenal.
Ciertamente, “no recibió de la plenitud al principio, sino que continuó de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud”
(D. y C. 93:13).

A través de la experiencia terrenal, Él aprendió a tomar “[nuestras] enfermedades… sobre sí… a fin de que según la carne
sepa cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7:12). Él no cedió a las tentaciones, pecados o presiones cotidianas, sino
que descendió por debajo de todas las pruebas y los retos de la vida terrenal (véase D. y C. 122:8).

En el sermón del Monte, el Salvador nos manda: “Sed, pues, vosotros perfectos” (Mateo 5:48). La palabra griega para
perfecto se puede traducir como “completo, íntegro y plenamente desarrollado” (en la nota b al pie de página de Mateo
5:48). Nuestro Salvador nos pide que seamos completos, íntegros, plenamente desarrollados, a fin de ser
perfeccionados en las virtudes y los atributos que Él y nuestro Padre Celestial manifiestan2.

Veamos cómo el aplicar la doctrina de la Expiación puede ayudar a aquéllos que sienten la necesidad de encontrar la
perfección o de ser perfectos.

El perfeccionismo

El malentendido de lo que significa ser perfecto puede resultar en perfeccionismo, una actitud o conducta en la que el
deseo admirable de ser bueno se convierte en una expectativa poco realista de ser perfectos ya. A veces, el
perfeccionismo surge del sentimiento de que únicamente aquellos que son perfectos merecen que se les ame, o de que
nosotros no merecemos ser felices a menos que seamos perfectos.

El perfeccionismo puede causar insomnio, ansiedad, desidia, desánimo, autojustificación y depresión. Esos sentimientos
pueden desplazar la paz, el gozo y la seguridad que nuestro Salvador desea que tengamos.

Los misioneros que quieren ser perfectos ahora mismo, pueden sentir ansiedad o desánimo si el aprendizaje del idioma
de la misión, el que las personas se bauticen o el recibir asignaciones de liderazgo no ocurren lo suficientemente rápido.
Para los jóvenes capaces que están acostumbrados a sobresalir, quizás la misión sea el primer gran reto de su vida. No
obstante, los misioneros pueden obedecer con exactitud sin ser perfectos; pueden medir su éxito principalmente por el
compromiso de ayudar a las personas y a las familias “a ser miembros fieles de la Iglesia que disfruten de la presencia
del Espíritu Santo”3.

Los estudiantes que inician un nuevo año escolar, especialmente los que dejan su hogar para estudiar en la universidad,
sienten entusiasmo, pero también preocupación. Los becados, los atletas, los que se destacan en las artes y otros, pasan
de ser una persona de mucha importancia en un grupo o una organización pequeña, a sentirse una persona común y
corriente en un lugar nuevo, más grande e impredecible. Es fácil para los estudiantes que tienen tendencias
perfeccionistas sentir que, no importa cuánto se esfuercen, han fracasado si no son los primeros en todo.

Tomando en cuenta las exigencias de la vida, los estudiantes pueden aprender que, a veces, está perfectamente bien
esforzarse al máximo, y que no siempre es posible ser el mejor.

También imponemos expectativas de perfección en nuestros hogares. Es posible que un padre o una madre se sientan
obligados a ser el cónyuge, el padre, el ama de casa o el sostén de familia perfectos, o de formar parte de una familia
Santo de los Últimos Días perfecta, ya mismo.

¿Qué es lo que puede ayudar a quienes luchan con tendencias perfeccionistas? El hacerles preguntas que les brinden
apoyo y que conduzcan a respuestas francas y detalladas les ayuda a saber que los amamos y aceptamos. Tales
preguntas invitan a los demás a centrarse en lo positivo y nos permiten definir lo que consideramos que marcha bien.
Los familiares y amigos pueden evitar hacer comparaciones que sean competitivas y, en vez de ello, brindar ánimo
sinceramente.

Otra seria dimensión del perfeccionismo es esperar que los demás estén a la altura de nuestras normas poco realistas,
moralistas o intolerantes. De hecho, ese tipo de comportamiento quizás obstruya o limite las bendiciones de la expiación
del Salvador en nuestra vida y en la vida de los demás. Por ejemplo, los jóvenes adultos solteros tal vez hagan una lista
de las cualidades que desean en un futuro cónyuge y, sin embargo, no se casen debido a las expectativas poco realistas
que tengan del compañero o compañera perfectos.

Por consiguiente, una hermana quizás no esté dispuesta a considerar salir con un hermano maravilloso y digno porque
éste no se ajusta a la escala perfeccionista de ella: no baila bien, no tiene pensado ser rico, no sirvió en una misión, o
admite que tuvo un problema con la pornografía, algo que se resolvió mediante el arrepentimiento y el asesoramiento.

De manera similar, un hermano quizás no considere salir con una hermana maravillosa y digna que no encaje en el perfil
poco realista que él tenga: no le gustan los deportes, no es presidenta de la Sociedad de Socorro, no ha ganado
concursos de belleza, no tiene un minucioso presupuesto, o admite que previamente tuvo una debilidad con la Palabra
de Sabiduría que ya se ha resuelto.

Por supuesto, debemos considerar las cualidades que deseamos en nosotros mismos y en un futuro cónyuge; debemos
mantener nuestras más elevadas esperanzas y normas; pero, si somos humildes, nos sorprenderemos al encontrar lo
bueno en los lugares menos esperados, y quizás creemos oportunidades para acercarnos a alguien que, al igual que
nosotros, no es perfecto.

La fe reconoce que, mediante el arrepentimiento y el poder de la Expiación, las cosas débiles se pueden hacer fuertes y
que los pecados de los cuales la persona se ha arrepentido verdaderamente son perdonados.

Los matrimonios felices no son el resultado de dos personas perfectas que intercambian votos; más bien, la devoción y
el amor crecen a medida que a lo largo del trayecto dos personas imperfectas edifican, bendicen, ayudan, alientan y
perdonan. En una ocasión, se le preguntó a la esposa de un profeta moderno cómo era estar casada con un profeta;
sabiamente contestó que no se había casado con un profeta, sino que simplemente se había casado con un hombre que
estaba totalmente dedicado a la Iglesia sin importar el llamamiento que recibiera4. En otras palabras, con el transcurso
del tiempo, los esposos y las esposas progresan juntos, tanto en forma personal como en pareja.

La espera para tener el cónyuge perfecto, la educación perfecta, el trabajo perfecto o la casa perfecta será larga y
solitaria. Somos sensatos si seguimos el Espíritu en las decisiones importantes de la vida y no permitimos que las dudas
generadas por las exigencias perfeccionistas obstruyan nuestro progreso.

Para aquellos que quizás se sientan constantemente agobiados o preocupados, pregúntense con franqueza: “¿Defino la
perfección y el éxito según las doctrinas del amor expiatorio del Salvador o de acuerdo con las normas del mundo?
¿Mido el éxito o el fracaso según la confirmación del Espíritu Santo respecto a mis deseos rectos o de acuerdo con
alguna otra norma del mundo?”.

Para aquellos que se sienten física o emocionalmente agotados, empiecen a dormir y a descansar con regularidad, y
tomen tiempo para comer y relajarse; reconozcan que estar ocupado no es lo mismo que ser digno, y que para ser digno
no es necesaria la perfección5.
Para aquellos que tienden a ver sus propias debilidades o faltas, celebren con gratitud las cosas que hagan bien, ya sean
grandes o pequeñas.

Para aquellos que temen el fracaso y que dejan las cosas para después, a veces preparándose demasiado, ¡tengan la
seguridad y cobren ánimo de saber que no es necesario que se abstengan de las actividades que presentan desafíos y
que pueden traerles gran progreso!

Si es necesario y apropiado, procuren asesoramiento espiritual o atención médica competente que los ayude a relajarse,
a establecer maneras positivas de pensar y estructurar su vida, a disminuir conductas contraproducentes, y a
experimentar y expresar más gratitud6.

La impaciencia obstruye la fe. La fe y la paciencia ayudarán a los misioneros a comprender un nuevo idioma o cultura, a
los estudiantes a dominar nuevas materias, y a los jóvenes adultos solteros a empezar a entablar relaciones en vez de
esperar a que todo sea perfecto. La fe y la paciencia también ayudarán a los que esperan autorizaciones para
sellamientos en el templo o la restauración de las bendiciones del sacerdocio.

Al actuar y no dejar que se actúe sobre nosotros (véase 2 Nefi 2:14), podemos lograr una vida de equilibrio entre las
virtudes complementarias y lograr gran parte del progreso en la vida. Éstas pueden aparecer en “una oposición”, siendo
“un solo conjunto” (2 Nefi 2:11).

Por ejemplo, podemos cesar de ser ociosos (véase D. y C. 88:124) sin correr más aprisa de lo que las fuerzas nos
permitan (véase Mosíah 4:27).

Podemos estar “anhelosamente consagrados a una causa buena” (D. y C. 58:27) mientras que al mismo tiempo y de vez
en cuando hacemos una pausa para estar “tranquilos y [saber] que yo soy Dios” (Salmos 46:10; véase también D. y C.
101:16).

Podemos hallar nuestra vida al perderla por causa del Salvador (véase Mateo 10:39; 16:25).

Podemos no “[cansarnos] de hacer lo bueno” (D. y C. 64:33; véase también Gálatas 6:9) a la vez que tomamos el tiempo
necesario para reanimarnos espiritual y físicamente.

Podemos ser alegres sin ser frívolos.

Podemos reír alegremente con alguien, pero no reírnos arrogantemente de alguien.

Nuestro Salvador y Su expiación nos invitan a “…[venir] a Cristo, y [a ser perfeccionados] en él”. Al hacerlo, Él promete
que “…su gracia [nos] es suficiente, para que por su gracia [seamos] perfectos en Cristo” (Moroni 10:32).

Para aquellos que sienten el agobio de preocuparse demasiado por encontrar la perfección o por ser perfectos ahora
mismo, el amor expiatorio que el Salvador da sin reserva nos asegura:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar…

“Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30)7.


LA CARIDAD: AMOR PERFECTO Y ETERNO Gene R. Cook Of the First Quorum of the Seventy
“A medida que pensemos y actuemos más y más como Él, los atributos del hombre natural se irán
desvaneciendo y en su lugar surgirán el corazón y la mente de Cristo”.
Mis queridos hermanos y hermanas, deseo en este momento, más que cualquier otra cosa, dar testimonio, un testimonio personal, del
amor que Dios tiene por mí, por ustedes y por toda la humanidad. ¿Qué hombre es competente de tal manera que pueda expresar la
inmensidad de su gratitud en reconocimiento al amor de Dios? ¡Cuán bendecido he sido al estar con ustedes por tantos años y
encontrar el amor puro de Cristo que de ustedes emana! Grande es mi deuda con ustedes y con Dios.
La definición de la caridad
El Señor dijo que la caridad es “el amor puro de Cristo”1, la cosa que es “de mayor gozo para el alma”2, “el más grande de todos los
dones de Dios”3, “perfecto” y “eterno”4.
A pesar de ser tan difícil de describir, la caridad se reconoce con facilidad en la vida de quienes la poseen.
Se reconoce en una abuela anciana y lisiada que se subscribe al periódico de la tarde porque sabe que su nieto repartidor de diarios lo
trae todos los días a su casa, donde él se sienta junto a ella y ella le enseña a orar.
Se reconoce en una madre que durante una época de dificultades económicas deja los mejores alimentos a su familia y, para sorpresa
de todos, disfruta de lo que queda.
Se reconoce en un hombre que recibe una reprimenda pública sin merecerla, pero con humildad la recibe de todos modos.
¿No es acaso caridad lo que tienen en común todos estos ejemplos, ese desinterés, el no procurar recibir algo a cambio? Todos
nuestros atributos divinos parecen surgir y ser parte de éste5. Todos los hombres pueden tener el don del amor, pero la caridad se
otorga sólo a los que son discípulos verdaderos de Cristo6.
El poder mismo de Dios se encuentra en Sus atributos divinos7. El poder del sacerdocio se mantiene mediante dichos atributos8.
Procuramos desarrollar esos atributos, en particular la caridad, el amor puro de Cristo9.
Destructores del amor y de la paz
No obstante, el diablo, el destructor de este amor, intenta substituirlo con ira y hostilidad10. Mi amigo William se sentía de esa manera:
hostil. A su modo de ver, sin importar lo que ocurriese —una enfermedad, una muerte, un hijo rebelde, una debilidad personal, una
oración “sin contestar”— la culpa era del Señor, lo que le endureció el corazón. Su ira interior, que por la más mínima razón salía a la
superficie, estaba dirigida a Dios, al prójimo y a sí mismo. De su corazón emanaban la falta de fe, la obstinación, el orgullo, la
contención, la pérdida de esperanza, de amor y de dirección. ¡Se sentía abatido!
Esos destructores de la paz11 no le permitieron sentir a William los sentimientos que Dios tiene por él; no podía ni descubrir ni sentir el
amor de Dios. No se dio cuenta, especialmente en esos momentos difíciles, que Dios lo bendecía y que aún lo bendice
abundantemente. Por el contrario, correspondió al amor con ira. ¿No nos hemos sentido todos así a veces? Aun cuando no nos
merecimos amor, Él nos amó más que nadie. Ciertamente, Él nos ama primero12.
Sufrir con un propósito: la caridad da poder
Ahora bien, mi amiga cristiana Betty era todo lo contrario. Ella enfrentó muchas de las mismas dificultades que enfrentó William, pero
debido a que ella sintió el amor de Dios, padeció las tribulaciones en el nombre del Salvador13, participó de Su naturaleza divina14, y
así obtuvo una mayor fe en Dios y un amor mayor por Él, así como la fortaleza para lidiar con lo que tuviera que afrontar.
Su amor por los demás aumentó; parecía incluso perdonar a las personas de antemano. Aprendió a hacer que sintieran su amor;
aprendió que el amor que se comparte, se multiplica.
Finalmente, aprendió a amarse más a sí misma, mostrando más amabilidad, dulzura y longanimidad. Dejó de tener poca autoestima y
comenzó a amarse a sí misma de la manera en que Dios la ama. La imagen que ella tenía de sí misma se convirtió en la imagen que Él
tenía de ella.
Reconocer, recibir y comunicar el amor de dios
Entonces, ¿cómo podemos vestirnos más plenamente “con el vínculo de la caridad… de la perfección y de la paz”?15. Permítanme
darles tres sugerencias:
1. Reconocer Su amor. Pidan, “con toda la energía de [sus] corazones”16, recibir este don. Háganlo con mansedumbre, con un corazón
quebrantado, y serán llenos de la esperanza y del amor del Espíritu Santo mismo. Él les revelará a Cristo17.
Parte del don de la caridad es poder reconocer la mano del Señor y sentir Su amor en todo lo que nos rodea. En ocasiones, no nos
resultará fácil descubrir en todo lo que experimentemos el amor del Señor por nosotros, porque Él es un dador perfecto y anónimo.
Durante toda la vida procurarán descubrir Su mano y los dones que ha conferido sobre ustedes debido a la forma íntima, modesta y
humilde que tiene de otorgar esos maravillosos dones.
Por un momento, reflexionen conmigo en cuanto a los siguientes dones majestuosos: la gloria de toda la creación18, la tierra, los cielos;
los sentimientos de amor y gozo que experimentan; Sus respuestas de misericordia y perdón, y las innumerables contestaciones a las
oraciones; el don de los seres queridos; y, finalmente, el don más grande de todos: el don que el Padre nos dio en Su Hijo Expiador, el
Perfecto en caridad, sí, el Dios de amor.19
2. Recibir Su amor con humildad. Sean agradecidos por el don y, en especial, por el Dador del don20. La gratitud verdadera es la
capacidad de ver, sentir e incluso recibir el amor con humildad21. La gratitud es una manera de devolver amor a Dios. Reconozcan Su
mano, díganselo, exprésenle el amor que le tienen22. A medida que realmente lleguen a conocer al Señor, desarrollarán una relación
íntima y sagrada que se basa en la confianza. Llegarán a saber que Él entiende sus aflicciones23 y que siempre les responderá,
mediante la compasión, con amor.
Recíbanlo. Siéntanlo. No basta con simplemente saber que Dios los ama. El don se debe sentir de forma continua cada día24. Entonces,
les servirá de motivación divina a lo largo de su vida. Arrepiéntanse. Aparten de su vida las cosas del mundo25, entre ellas el enojo.
Reciban la continua remisión de sus pecados26 y refrenarán todas sus pasiones y estarán llenos de amor27.
3. Comunicar Su amor. La respuesta que el Señor nos da siempre está llena de amor. ¿No debemos, acaso, responder al Señor del
mismo modo, con sentimientos reales de amor? Él otorga gracia (o bondad) sobre gracia, atributo sobre atributo. A medida que nuestra
obediencia aumenta, recibimos más gracia (o bondad) por la gracia que le devolvemos a Él28. Ofrézcanle el refinamiento de sus
atributos, para que cuando él se manifieste, sean semejantes a Él29.
Cuando la persona sumerge en amor sus pensamientos por primera vez y comunica esos sentimientos a Dios, al hombre o a sí mismo,
el Espíritu ciertamente otorgará una porción magnificada de ese atributo. Eso es verdad con respecto a todos los atributos divinos. Los
sentimientos rectos que una persona genera parecen preceder a un incremento de esos sentimientos por el Espíritu. A menos que se
sienta amor, no se puede comunicar amor verdadero a los demás. El Señor nos ha dicho que debemos amarnos unos a otros como Él
nos ha amado30, por lo que recuerden: para ser amado, hay que amar realmente31.
Los frutos del don de la caridad
Hermanos y hermanas, como testigo especial de Cristo, una vez más les doy testimonio del amor asombroso que Dios tiene por cada
uno en forma individual. El magnificar ese don de Dios resultará en un corazón nuevo, un corazón puro, y un amor y una paz que
siempre estarán en aumento. A medida que pensemos y actuemos más y más como Él, los atributos del hombre natural se irán
desvaneciendo y, en su lugar, surgirán el corazón y la mente de Cristo32. Nos volveremos semejantes a Él y, entonces, verdaderamente
le recibiremos33.
El profeta del Señor los ama, al igual que todas las Autoridades Generales aquí presentes. Que el Señor nos bendiga para que en todo
momento “los afectos de [nuestros corazones] se funden en [Él] para siempre”34. “Que sean ligeras [nuestras] cargas mediante el gozo
de su Hijo”35, es mi ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

OCULTAR LAS REFERENCIAS


1. Moroni 7:47. 2.Véase 1 Nefi 11:22–23; 8:10–12. 3. 1 Nefi 15:36. 4. Moroni 8:17.
2. “He aquí una virtud, atributo o principio que, si los Santos de los Últimos Días la valoran y la practican, resultará en la salvación de miles
de millares. Me refiero a la caridad o el amor de donde proceden el perdón, la mansedumbre, la benevolencia y la paciencia”
(Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 230).
3. Véase Moroni 7:48. ¿Existe diferencia entre el amor y la caridad? El Señor se ha referido a ellos como atributos diferentes en varias
ocasiones, como por ejemplo en D. y C. 4:5. Hay quienes han dicho que la caridad es amor más sacrificio, un amor perfeccionado con el
tiempo. Tal vez la caridad es para el amor lo que la fe es para la creencia. Tanto la fe como la caridad requieren acción, obra y sacrificio.
La caridad abarca Su amor por nosotros, nuestro amor por Él y el amor cristiano por los demás.
4. D. y C. 84:19–24. 8. D. y C. 121:41–46.
5. “El hombre que se siente lleno del amor de Dios no se conforma con bendecir solamente a su familia, sino que va por todo el mundo,
con el deseo de bendecir a toda la raza humana” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 208)
6. Alma 62:41. Cuando realmente se sufre en la vida, el diablo siempre se hace presente para llenar de ira los corazones de los hombres,
mientras que el Señor emana amor continuamente. Enfrentando el mismo sufrimiento, “…muchos se habían vuelto insensibles… y
muchos se ablandaron a causa de sus aflicciones… (Alma 62:41)”. ¡Qué hermoso ejemplo de cómo responder a las aflicciones!
7. Los siguientes figuran entre los destructores del amor y la paz del hombre, aunque no son los únicos: el miedo, el perfeccionismo, la
envidia, la falta de sumisión, la duda, el enojo, los celos, el control injusto, la incredulidad, la impaciencia, el juzgar, el fomentar
sentimientos heridos, el orgullo, la contención, el murmurar, el buscar honores, la competencia, el mentir. Todos éstos son propios del
hombre natural, pero no del hombre de Cristo.
8. Véase 1 Juan 4:19.
9. Véase D. y C. 138:13. Mi amiga sabía que el sufrimiento la ayudaría a probarse a sí misma (véase Abraham 3:24–25; D. y C. 98:13–14);
aprender a escoger entre el bien y el mal (véase 2 Nefi 2:18); aprender que tras la tribulación vienen las bendiciones (véase D. y C.
58:2–4); aprender la obediencia, la paciencia y la fe (D. y C. 105:6; Mosíah 23:21; Romanos 5:3–5); obtener el perdón de los pecados
(véase Helamán 15:3; D. y C. 132:50, 60; 95:1).
10. Véase 2 Pedro 1:1–8.
11. D. y C. 88:125.
12. Moroni 7:48.
13. Véase Moroni 8:25–26; Romanos 5:5; 2 Nefi 26:13.
14. Véase Moisés 6:63; Alma 30:44.
15. Véase 1 Juan 4:8.
16. Véase D. y C. 88:33.
17. Véase Alma 5:26.
18. Véase Alma 26:16; Moroni 10:3.
19. Véase D. y C. 133:52–53.
20. Véase Alma 34:38.
21. Véase 1 Juan 2:15–17.
22. Véase Mosíah 4:12.
23. Véase Alma 38:12.
24. Véase D. y C. 93:12–13, 20.
25. Véase 1 Juan 3:1–3.
26. Véase Juan 13:34; D. y C. 112:11.
27. “Deben guardarse del orgullo y de querer superar el uno al otro; más bien deben obrar para el bien de cada cual” (Enseñanzas del
Profeta José Smith, pág. 180).
28. Véase 1 Corintios 2:16; 2 Corintios 10:5.
29. “El hombre que es verdaderamente grande es el que se parece a Cristo. Lo que ustedes con sinceridad piensen en su corazón acerca de
Cristo determinará en gran parte lo que son y definirá ampliamente cuál ha de ser su comportamiento… Al escogerlo a Él como el ideal
a seguir, infundimos en nosotros mismos el deseo de ser semejantes a Él, de tener comunión con Él” (David O. McKay en Conference
Report, abril de 1951, págs. 93, 98). Si piensan en Él lo suficiente, comenzarán a actuar como Él. Si actúan como Él lo suficiente,
ciertamente se volverán como Él.
30. Alma 37:36.
31. Alma 33:23.

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