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Y Violencia
ACCSA
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Lectura 12: Gilberto Brenson L.: “El Reino de lo
253 - 256
Nuestro”.
Lectura 13: Marcela Lagarde: “Hacia la negociación en
el amor” (Capítulo 5, p. 86-110). En: Claves feministas 257 - 289
para la negociación en el amor.
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Violencia en la familia: trauma y victimización. Una mirada sistémica
La violencia, sea del tipo y magnitud que sea, genera efectos sobre cada integrante
de la familia así como en la unidad familiar sistémica indivisible de la cual forman
parte cada uno de ellos. Dyregrov y Mitchell (1992) lo expresan con claridad cuando
proponen que en cada acto de violencia, guerra o desastre, hay cuando menos dos
víctimas: el agredido y su familia, de manera que no se podría intentar entender
cabalmente el fenómeno sin entender el impacto que tiene, no solo sobre el sujeto
que es agredido sino sobre toda la familia de la que forma parte. Aún más, Boss
(2002) propone que se puede hablar de victimización individual y victimización
familiar, propuesta absolutamente oportuna ya que hasta ahora, la victimología
(rama de la criminología que estudia los efectos de los crímenes sobre los sujetos
que los enfrentan) ha centrado su atención en términos individuales, dejando un
poco de lado los efectos que dichos eventos ocasionan en todas las personas
cercanas a la víctima. Esta autora, propone la necesidad de desarrollar una teoría
de victimización familiar como tal dado que la familia, como unidad indivisible, está
expuesta a diferentes violencias que la convierten en víctima.
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La victimización, entendida desde la propuesta de Boss, se refiere al sometimiento
y/o dominación de una persona o familia con trauma psicológico o físico que resulta
en sentimientos de impotencia, desconfianza y vergüenza. Para que pueda darse,
deben ocurrir varias pérdidas: la de poder, de control sobre lo que está sucediendo
y, la más debilitante, de autoestima que, en el caso de la familia, es equivalente a
la pérdida del orgullo; es decir, no solo puede perder posesiones o personas,
también la confianza en sí misma como equipo capaz de resolver problemas.
Por otro lado, es importante reconocer que la familia también puede llegar a ser,
aparte de víctima, victimario; la gran mayoría de las veces, y por lo general de
manera inconsciente, puede convertirse en cómplice silente de la perpetuación de
la violencia. Es en sus entrañas donde el sujeto aprende las reglas primarias de
relación, negociación y resolución de problemas. En éste entorno íntimo, que
supone resguardo y nutrición, el individuo puede ser violentado por las diferentes
figuras que deben cuidarlo y protegerlo quedando entonces huellas y aprendizajes
que llegan a normar su criterio y comportamiento posteriores, legitimizando la
violencia internalizada y, por ende, validando su conducta. Es así, que la familia
puede ciertamente actuar el rol de víctima de la violencia pero también puede llegar
a jugar un papel clave en su instauración.
Con respecto a la violencia, parece ser que varios teóricos están de acuerdo en la
noción de que es el resultado de la predisposición biológica e interacción cultural y
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que es exclusivamente humana, sin embargo, el hecho de que sea inherente a la
naturaleza humana, no significa que tenga que aceptarse como inevitable (Almeida
y Gómez Patiño, 2005). De acuerdo con Corsi (1994), ésta se refiere a toda acción
que implique el uso de la fuerza de cualquier tipo (física, sexual o emocional) con la
intensión de producir un daño y que se hace posible a través del desequilibrio del
poder permanente o momentáneo. Según Ferrer (2004), adquiere su clasificación y
significado dependiendo de quiénes sean los actores que la ejercen, los motivos
que la sustentan y los contextos donde se desarrolla; así, las diferentes violencias
pueden ser: institucional, social, política, de Estado, escolar, sexual, de género,
conyugal, doméstica, familiar, etc.
La familia
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Un sistema familiar se compone de un conjunto de personas relacionadas entre sí que
forman una unidad frente al medio externo, los cuales están organizados de manera
estable y estrecha en función de sus necesidades (Sluzki, 2002). Así, la familia se
considera un sistema vivo que cambia y se transforma constantemente a lo largo de
su ciclo vital en una lucha constante por conservar su organización e integración con
su contexto social sin perder su autonomía. Por tanto, el estudio de la familia implica
investigar al individuo y la complejidad de sus comportamientos en relación con su
sistema. La forma como la familia y sus miembros viven las diferentes etapas del ciclo
vital, así como sus facilidades o dificultades al enfrentar las demandas evolutivas, se
entiende, en gran parte, por la herencia psíquica recibida de sus antepasados. Esta
herencia, está conformada a partir de los valores, creencias, legados, secretos,
lealtades, ritos y mitos que se perpetúan y forman parte de su historia, haciéndola única
e irrepetible (Wagner, 2003).
Cabe señalar que no todas las familias logran un desarrollo y crecimiento de manera
exitosa y sana para sus miembros. Para algunas, los cambios significan verdaderos
retos y conflictos; se trata de sistemas familiares imposibilitados para modificar su
estructura y evolucionar de tal forma que, con bastante frecuencia, enfrentan los
cambios y las crisis con actos de violencia y/o maltrato debido a que sus recursos para
asegurar la integridad de sus miembros se encuentran limitados o agotados (Barudy,
2001). Según Andolfi y Angelo (1989), se trata de familias que perciben los cambios
como una amenaza a la que responden rigidizando y violentando sus interacciones.
Familia y violencia
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¿Cómo entender el fenómeno de la violencia al interior de los sistemas familiares y
sus efectos? La “violencia intrafamiliar” o “violencia doméstica” surge cuando en un
sistema familiar, uno o varios de los miembros reciben reiterados malos tratos o
abuso por parte de otro que tiene más fuerza o poder; representa una disfunción
importante del sistema familiar en el que se produce ya que ocasiona gran
sufrimiento al abusado, a los abusadores y a todas aquellas personas cercanas al
sistema. Cuando la violencia se transforma en un modo crónico de comunicación
interpersonal en un grupo, se refleja en una serie de fenómenos dramáticos que se
manifiestan dentro y fuera de las fronteras familiares; tal es el caso de niños
maltratados y/o abandonados, mujeres golpeadas, abuso sexual, incesto,
adicciones, delincuencia juvenil, etc.
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En la Figura 1 se observan las modalidades más recurrentes de la violencia
intrafamiliar y sus ciclos de desarrollo.
Figura 1. Modalidades de la violencia intrafamiliar y sus ciclos de desarrollo (Browne y Herbert, 1997; citados
en Alonso y Castellanos, 2006).
Entre la pareja
Barudy (2001) señala que cuando las personas se desarrollan en contextos donde
la violencia no es reconocida como un acto que lastima y provoca sufrimiento,
aumenta considerablemente el riesgo de que éste sufrimiento se exprese a través
de comportamientos violentos sobre otras personas; éstas nuevas violencias
producirán nuevas víctimas que podrían, a su vez, transformarse en nuevos
victimarios, creando así, el ciclo transgeneracional de la violencia. Según lo expresa
Linares (2002), la parentalidad es un proceso complementario en el cual, los padres
dan sus hijos lo que a su vez recibieron de sus propios padres; así devuelven
simbólicamente lo que recibieron de ellos.
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Neuburger (1997) afirma que el asumir y compartir las creencias del grupo al que
un individuo pertenece, le significa una retribución de la protección, identidad y
sentido de pertenencia que dicho grupo le otorga ya que de él recibirá protección y
solidaridad siempre y cuando se muestre fiel al mismo, de otra manera esa
solidaridad puede convertirse en violencia.
Es importante señalar que no existe una tipología de la familia violenta, sino más
bien una heterogeneidad de organizaciones familiares que en ciertos momentos o
ante ciertas situaciones generarán actos violentos. Barudy (2001) menciona cuatro
niveles de experiencias en torno a las cuales se organizan las interacciones
abusivas y el sistema de creencias que las justifican:
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familias de la misma manera que funcionan los mecanismos de defensa para los
individuos” (p. 234); nacen de la necesidad de vender al exterior una imagen
distorsionada de lo que en realidad es la vida familiar para garantizar su cohesión y
organización. Son, literalmente, una barrera de protección para evitar a los intrusos
y sirven para ocultar o negar una realidad penosa cuya aceptación, por parte de la
familia, sería demasiado dolorosa (Ríos-González, 1994; citado en Wagner, 2003)
como en el caso de la violencia familiar. Los individuos participan de su construcción
ante la necesidad de sostener lo insostenible.
Andolfi y Angelo (1989), argumentan que los mitos emergen sobre vacíos, escasez
de datos y falta de explicaciones lógicas, de esta manera se establecen como
verdades a lo largo del tiempo y la historia del grupo familiar con gran poder, dejando
claro cuáles son los comportamientos permitidos y prohibidos para los miembros de
la familia. Particularmente, se observa que los individuos en los eventos dolorosos
y traumáticos, se apegan fuertemente a sus mitos ya que éstos funcionan como
sistemas explicativos operantes, así, la familia corre el riesgo de quedar oprimida
en su propia mitología (Miermont, 1994; citado en Wagner, 2003) significando un
pilar que sostiene la transmisión de los modelos familiares de comportamiento.
Trauma y victimización
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favorecedoras de un clima de tensión y conductas violentas. En el Cuadro 1 se
describen características que pueden o no estar presentes en los sistemas
familiares, pero que dependiendo del significado (enmarcado por las creencias
compartidas en el sistema) y utilidad que se les otorgue al interior del núcleo familiar,
representarán en sí mismas factores de riesgo o protección para la violencia.
Cuadro 1. Características de protección y de riesgo de las familias (Adaptado de R. J. Gelles/M. Straus (1979)
y M. Straus/G. Hotaling (1979) R. J. Gelles (1997); citados en Alonso y Castellanos, 2006).
Característica de la convivencia
Protección/riesgo
familiar
Los miembros del sistema suelen Se puede realizar una variedad de intercambios positivos entre los diferentes miembros
pasar mucho tiempo juntos. de la familia o bien, aumentar la tensión entre ellos.
Pueden intentar negociar de tal forma en que todos salgan beneficiados o bien
Presencia de conflictos al interior
aprender formas violentas de resolver conflictos mediante la fuerza, la amenaza o la
y exterior del sistema.
coacción.
Derecho y posibilidad de
Dicha influencia se puede realizar con respeto o bien de una forma autoritaria que no
influenciar sobre modelos,
tome en cuenta las diferentes necesidades y fases de desarrollo de cada miembro.
actitudes, valores y conductas.
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Los diferentes cambios que ocurren en la familia pueden ser superados en los
Se aprenden formas de manejar el
diferentes miembros. Otras veces se transmiten fácilmente los efectos negativos del
estrés.
estrés entre los miembros ocasionados por enfermedades, desempleo, etc.
Este aspecto puede fomentar la cercanía e identificación entre los miembros del
Conocimiento profundo de la
sistema o bien, puede ser que el conocimiento de puntos fuertes o débiles de los demás
biografía de cada miembro.
signifique un factor de vulnerabilidad para atacarlos y provocar conflicto.
Otro aspecto fundamental del trauma ocasionado por la violencia sobre el individuo
y la familia, es la noción de que éste no se vive ni se expresa
descontextualizadamente; las manifestaciones y tratamiento de ésta modalidad del
trauma, poseen elementos culturalmente dictaminados. La familia entonces, como
ser social, está vulnerable a la influencia de aspectos culturales que actúan como
factores de riesgo y que vehiculizan la posible perpetuación de su condición de
víctima y victimaria. De la misma manera, la misma cultura contiene en su interior
mecanismos de protección que potencializan los que la familia posee, en una
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interacción dinámica que impacta de manera crítica las respuestas familiares al
trauma, así como el pronóstico de resolución que éste tendrá.
Una definición de culpa y vergüenza que parece abarcar todos los aspectos
fundamentales de estos constructos es la ofrecida por Pérez- Sales (2006), la cual
señala lo siguiente:
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y asumidas previamente por la persona o familia, que están determinadas por el
patrón educativo y en relación con un determinado medio cultural.
Cabe agregar que culpa y verguenza son emociones complejas y que durante el
episodio emocional en cuestión, el organismo evalúa o aprecia las condiciones
provocadoras o inductoras, las reacciones conductuales, cognoscitivas, afectivas y
fisiológicas que lo llevan a realizar las acciones pertinentes para enfrentar la
situación de manera adaptativa (Reidl y Jurado, 2007). De cualquier manera,
ambas, contienen en su interior fallas cognitivas al considerar como válidas aquellas
cadenas lógicas sin sentido producidas por la conciencia en un intento por
explicarse la razón de lo acontecido, cuando, justamente el trauma, implica la
presencia de efectos derivados de actos humanos o de la naturaleza que por lo
general no son susceptibles de ser controlados y que van totalmente en contra de
la razón, la lógica y el sentido.
Conclusiones
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de los eventos incomprensibles y absurdos a los que el ser humano está expuesto
a fin de facilitar que el trauma no se enquiste y, que por tanto, sea más fácil su
trascendencia.
Referencias
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Boss, P. (2002). Family Stress Management; A contextual approach. Thousand
Oaks, Ca: Sage.
Dyregrov, A., & Mitchell, J. T. (1992). Work with traumatized children; Psychological
effects and coping strategies. Journal of Traumatic Stress, 5 (1), 5-17.
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Neuburger, R. (1997). La familia dolorosa mitos y terapias familiares. Barcelona:
Herder.
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Violencia doméstica y prácticas parentales.
Maltrato infantil y sus repercusiones emocionales y cognitivas
De acuerdo con lo expuesto por Corsi (2001), la raíz etimológica del término
violencia remite al concepto “fuerza”. Como sustantivo, corresponde a los verbos
“violentar”, “violar” y “forzar”. Es así como la palabra violencia implica siempre aludir
al uso de la fuerza para producir daño, es decir, a la acción que perjudica, limite o
impide la satisfacción de las necesidades humanas de supervivencia, bienestar,
posibilidad de desarrollo, identidad y la propia libertad (Galtung; citado en Muñoz,
2004). La violencia tiene lugar en espacios o instituciones tales como la escuela, el
trabajo, la calle y otros lugares públicos, sin circunscribirse a la edad, sexo ni
condición social. Bajo este término se incluyen diversas manifestaciones como
violencia de género, de pareja, infantil y doméstica o intrafamiliar (Larragaña,
Martínez y Yubero, 2004).
En sus diferentes manifestaciones, ésta última clase de violencia que puede ser
entendida como un patrón de comportamientos agresivos y coercitivos ejercidos en
el marco de las relaciones familiares; se dirige contra las personas del grupo familiar
percibidas como más débiles y dependientes, dañando su integridad, imagen,
patrimonio, aspiraciones, reconocimiento, sexualidad y sus relaciones
interpersonales. Las víctimas más comunes suelen ser mujeres y niños. La
victimización de los menores incluye tanto el maltrato recibido directamente como
la exposición a la violencia de sus padres (Frías y Gaxiola, 2008).
Así, el presente trabajo tiene como objetivo analizar la cotidianidad del contexto
familiar donde se ejerce violencia, describiendo las peculiaridades de los
progenitores agresores, las modalidades de maltrato infantil, las prácticas
parentales o estilos de crianza y los roles desempeñados por los hijos en la dinámica
familiar, así como de las repercusiones en el desarrollo y en las funciones cognitivas
de niños víctimas de violencia intrafamiliar.
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En las familias en las que la violencia forma parte de su cotidianidad, los
progenitores presentan ciertas peculiaridades que propician un entorno de angustia
en el que el niño se ve en la necesidad de desarrollar roles específicos que en
muchas ocasiones no corresponden a su edad pero que constituyen una opción
para adaptarse y sobrevivir a tal situación. Con tal ajuste, reprimen facetas
importantes de su vida (Fernández y Godoy, 2002; Burudy, 2003), lo que representa
profunda inmadurez en áreas emocionales y, por otro lado, precocidad en cuanto a
la responsabilidad y roles que el ambiente les exige desarrollar para sobrevivir.
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personalidad como el límite de la personalidad, frecuentemente observado en
progenitores violentos.
9. Experimentan insatisfacción y nula gratificación de su condición de padres,
viviendo así, permanentemente enojados y frustrados lo que contribuye a
mostrar poca tolerancia ante la conducta de los niños.
10. Presentan dificultades para identificar las emociones en sí mismo y en los niños,
constituyendo dificultades empáticas que afectan la asunción de la perspectiva
requerida para establecer una relación positiva, no violenta, entendiendo las
necesidades del pequeño.
11. También se ha reportado que los progenitores maltratadores, poseen limitados
conocimientos sobre la educación infantil y acerca de cómo se desarrollan y
organizan los procesos psicológicos, así como las graves consecuencias que
suelen aparecer tras experiencias de violencia.
12. No tienen un plan de crianza ni reflexionan acerca de su estilo de crianza.
Establecen una comunicación deficiente e ineficaz con los hijos; tienen dificultad
para establecer límites y reglas consistentes y congruentes.
13. Creen en la disciplina física y severa como estilo idóneo de formación de los
hijos, con menosprecio de estrategias como el diálogo y la negociación en las
relaciones paterno-filiales.
14. Tiene la expectativa de satisfacer sus propias necesidades a través de sus hijos,
a partir de lo cual, exigen a los hijos conductas y logros desmedidos y
descontextualizados.
15. Proclives al aislamiento social, imponen a los hijos el mismo estado de soledad
y pobreza de redes y recursos sociales.
Prácticas parentales
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Los estudios de Baumrind (1967; citado en Meece, 2000) le permitieron establecer
una clasificación de los tres estilos parentales: estilo parental autoritario, permisivo
y autoritativo. Sin embargo, posteriormente, se han añadido otras variantes, así
como se han incluido estilos considerados fundamentalmente dañinos para el
desarrollo emocional y cognitivo del menor. Los estilos de crianza más negativos,
son: el distante, intrusivo y hostil (Restrepo; citado en Silva, 2003). El estilo distante
se caracteriza por tener una tasa de interacción muy baja con el menor, con
aparente poco interés, afecto plano y muy bajo nivel de respuestas tanto positivas
como negativas. El estilo intrusivo, implica que el padre o madre están
permanentemente instruyendo a los pequeños acerca de la manera de comportarse
y expresan excesiva reprobación a lo largo de la interacción. Los padres con
prácticas hostiles, manifiestan ataques directos al menor, negando afecto y
aprobación, exhibiendo altos comportamientos de humillación y afecto
estrictamente negativos.
Para Gracia (2002) el maltrato infantil es el extremo clínico de los estilos parentales
de disciplina coercitivos e indiferentes o negligentes; describen una disfunción o
inadecuación en la interacción padres-hijos en las familias en situación de riesgo
que se traduce en un fracaso en el empleo adecuado de las prácticas de
socialización.
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monitoreo, está vinculada con generación de conductas problema en niños jóvenes
(adicciones, conducta antisocial y edad de inicio de prácticas sexuales).
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autoestima, pesadillas, incomodidad al contacto físico, baja concentración
escolar, llanto fácil por poco o ningún motivo aparente, interés por estar
prolongado tiempo en la escuela (llegando temprano o retirándose lo más tarde
posible), ausentismo escolar, conducta agresiva o destructiva, depresión crónica
y retraimiento, conocimiento sexual o comportamiento inapropiado para la edad,
conducta excesivamente sumisa, irritación y dolor o lesión en zona genital.
c) Maltrato emocional: también denominada crueldad mental, se expresa por medio
de hostilidad verbal en forma de insulto, desprecio, crítica y rechazo, empleando
a gritos palabras altisonantes con la firme intención de avergonzar o ridiculizar.
Además de lo anterior, también se puede recurrir al aislamiento o privación del
contacto con otros. Este tipo de maltrato a largo plazo llega a tener como
consecuencias extrema falta de confianza en sí mismo, exagerada necesidad de
ganar o sobresalir, demandas excesivas de atención, mucha agresividad o
pasividad frente a otros niños, poca sensibilidad social y habilidad para poder
discriminar las emociones de otras personas, hiperactividad, enuresis y quejas
psicosomáticas.
d) Maltrato prenatal: se manifiesta cuando la mujer embarazada perjudica el
desarrollo del feto al consumir medicamentos, alcohol, drogas, etc., a sabiendas
de su estado.
e) Corrupción: se manifiesta con la promoción e incitación al niño en la realización
de acciones delictivas tales como hurtos, tráfico y consumo de drogas y
pandillerismo, entre otras. Esta clase de maltrato se complementa con la
premiación por la realización de dichas acciones, propiciando que el niño las
asuma como prácticas de un adecuado estilo de vida.
f) Explotación laboral: se expresa con la exigencia con carácter de obligatorio, de
la realización del trabajo forzoso por prolongadas horas, excediendo lo límites
de lo habitual para un niño. Esta situación puede interferir en las necesidades y
actividades escolares del niño.
g) Síndrome de Münchausen (patología en los padres): se manifiesta con la
inducción de un daño deliberadamente planeado y calculado para desatar
síntomas físicos y patológicos en el niño que requieren hospitalización o
tratamiento médico reiterado para así obtener trato especial y consideraciones
de otras personas. Cuando se presenta dicho síndrome, las exploraciones
médicas no tienen un diagnóstico preciso y el menor tiene síntomas persistentes
de difícil explicación teórica, teniendo contradicciones graves entre los datos
clínicos y los conductuales. Estos síntomas desaparecen cuando el niño no está
en contacto con su familia.
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situaciones en las que las necesidades físicas y cognitivas del niño no son cubiertas,
ya sea de forma temporal o permanente, por algún miembro adulto del grupo en el
que el niño convive (padres o cuidadores). Básicamente se reconocen tres clases
de maltrato infantil de forma pasiva.
Independientemente del tipo de violencia del que un niño sea víctima, la experiencia
de ésta, aporta elementos cognitivos que constituirán el esquema de creencias en
el niño, entre más negativos, más nocivos. Los mensajes familiares que
comúnmente recibe tienden a ridiculizarlo, humillarlo, aterrorizarlo y/o hacerlo sentir
rechazado o ignorado, acentuando su indefensión y desamparo ante los padres.
Comportamiento en el niño/niña
Aludiendo ahora a los posibles roles adoptados por un niño en el seno de una familia
violenta, debe subrayarse la condición de que éstos son finalmente mecanismos de
sobrevivencia empleados como parte del proceso de adaptación a su ambiente y
condición. Los roles que se gestan en los menores, son elaboraciones cognitivas
distorsionadas, promovidas por modelos ambivalentes e inadecuados en muchos
aspectos; aparecen como respuesta al estilo de comunicación y trato establecido
por los progenitores, siendo más disfuncionales los estilos parentales autoritarios,
hostiles y/o negligentes. Considerando lo expuesto por Fernández y Godoy (2002),
y Burudy (2003), pueden distinguirse ocho posibles roles y/o actitudes:
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a) El niño hipermaduro: algunos niños presentan una madurez superior a la de sus
compañeros de la misma edad; son autónomos y tienen mayor influencia en la
toma de decisiones familiares, convirtiéndose así en pequeños hombrecitos o
mujercitas que hacen las tareas domésticas y cuidan a sus hermanos,
renunciando a sus propios intereses.
b) El niño espía: este es un rol comúnmente desarrollado por aquellos niños que
llegan a ser utilizados por sus padres para saber qué hace su pareja, poniéndolo
en un conflicto de lealtad al enfrentarlo con sus respuestas.
c) El niño mensajero: este es un rol usualmente desarrollado por aquellos niños
cuyos padres los utilizan para enviarle mensajes con palabras altisonantes y/o
términos despreciativos a su pareja, para demandarle el cumplimiento de ciertas
necesidades. Por ejemplo, una madre puede pedir a su hijo que le diga a su
padre que le compre zapatos o le dé dinero, colocándolo en una situación
incómoda y estresante.
d) El niño colchón: este es un rol frecuentemente desarrollado por aquellos niños
cuyos padres descargan sobre ellos sus problemas de pareja. Ellos tienen que
soportar las devaluaciones de uno de los padres contra el otro y dar excusas
para justificarlo, amortiguando así las discusiones entre los padres.
e) El niño confidente: este es un rol comúnmente desarrollado por aquellos niños
que se vuelven una figura de apoyo emocional para sus padres al volverse
escuchas de las insatisfacciones y/o malestares por la pareja.
f) El niño víctima del sacrificio: este es el caso de aquellos niños cuyos padres
viven reprochándose constantemente los sacrificios que hacen por él por lo que
crece sintiéndose una carga y pensando que sus papás lamentan su existencia,
creándole un enorme sentimiento de culpa.
g) El niño bajo alineación parental: se dice que un niño está bajo este síndrome
cuando uno de los padres envía mensajes negativos sobre el otro para conseguir
que su hijo lo elija, quitándole además, el permiso psicológico para relacionarse
con el otro progenitor. Estos niños prefieren quedarse con el padre que
desvaloriza y casi eliminar al otro negándose a mantener una relación con él por
temor a ser abandonado. Esto los obliga a unirse incondicionalmente a un solo
progenitor, compartiendo sus mismas ideas y comportamientos para así poder
sobrevivir psicológicamente.
h) El niño con efecto bumerán: esta situación es la opuesta a la anteriormente
descrita, pues es la que viven los niños que tras crecer escuchando los insultos
y devaluaciones de un padre hacia el otro, deciden inclinarse por el progenitor
que ha sido descalificado.
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Autores como Burudy (2003) y Santrock (2003), entre muchos otros, coinciden en
señalar que el maltrato infantil puede ocasionar diferentes consecuencias tanto
físicas como cognitivas, emocionales y sociales que repercuten en el desarrollo de
los niños. La violencia en casa representa una serie de experiencias que el niño o
niña tendrán que enfrentar haciendo uso de sus estrategias, que son bastante
precarias, atendiendo a que son determinadas por las condiciones de vida y el tipo
de relación que mantienen con su progenitor. Los niños se hallan vulnerables e
indefensos. Las consecuencias del maltrato, pueden presentarse en diferentes
niveles de gravedad, dependiendo del tipo de violencia; el periodo de tiempo en el
cual se fue víctima; de la edad en que se vivan dichos episodios; de la diversidad
de contextos en que se desarrolle el niño; de la presencia o no de una red social
alterna; de los rasgos de carácter del propio niño o niña.
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g) Desamparo aprendido: es una consecuencia que puede presentarse tras un
periodo relativamente largo de estar expuesto a episodios violentos como
resultado de haber experimentado frustraciones y fracasos repetidos, sintiendo
que los esfuerzos realizados para enfrentar la situación problemática han sido
inútiles.
h) Alteraciones hormonales: Portellano (2008) y Estivil (2002) refieren que los
menores víctimas de violencia en casa, están expuestos a condiciones que
afectan de forma importante su calidad y cantidad de sueño lo que tendrá
importantes repercusiones en la generación y modulación hormonal, en
particular de la hormona de crecimiento, químico fundamental para los procesos
de regeneración tisular y consolidación de los procesos de aprendizaje. Esta
condición ha provocado que muchos menores en condiciones de violencia
crónica, muestren niveles generales de menor y más lento crecimiento físico,
menores niveles de éxito académico, y menores puntuaciones en pruebas de
inteligencia general, cuadro que se ha denominado enanismo psicosocial,
definido como el retraso en el crecimiento de origen psicosocial (García, 2009;
Rosenzwieg, Breedlove y Watson, 2005).
i) Problemas de sueño: estos se manifiestan básicamente con presencia de
terrores nocturnos, pesadillas recurrentes, insomnio, miedo a dormir solo o
miedo a la oscuridad. También se han descrito condiciones donde el menor no
tiene los hábitos de sueño necesarios para su edad, hay disminución de los
periodos de sueño y, según lo explicado por Estivil (2002), estos suelen
correlacionarse estrechamente con muchos de los problemas cognitivos y de
conducta característicos en estos niños.
j) Problemas escolares: se manifiestan en el contexto escolar mediante
inadaptación en el ámbito educativo, bajas calificaciones, repetición de años
escolares y un conjunto de condiciones que se han denominado fracaso escolar.
En el caso particular de preescolares, se ha apreciado que la exposición a la
violencia entre sus padres se asocia a irritabilidad excesiva, regresión en el
lenguaje y control de esfínteres, ansiedad de separación, dificultades en el
desarrollo normal de la autoconfianza y de posteriores conductas de exploración
relacionadas con la autonomía que, frecuentemente, el profesor puede observar
con facilidad.
k) Dificultades en sus relaciones interpersonales: los niños víctimas de violencia
muestran estrategias de relación interpersonal caracterizadas por vinculación
con compañeros de menor edad, dificultad en la asunción de reglas en la
relación con sus pares o para expresar desacuerdos; es común el despliegue de
conductas violentas como medio de resolución de problemas; también se
observa aislamiento o el que sean expresamente excluidos de parte de sus
compañeros. Los niños maltratados no aprenden a defenderse, no saben
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detener el maltrato y, en muchas ocasiones, ni siquiera se dan cuenta de que el
trato que se les brinda es nocivo e inconveniente
l) Alteraciones cognitivas: en los niños en situación de maltrato, se han observado
menores niveles de rendimiento en escalas de inteligencia, escalas verbales y
de memoria (Pino y Herruzo, 2000), presentan retrasos en el nivel madurativo
global, incapacidad para abstraer y generalizar conceptos, inmadurez, y
perseverancia en plantear soluciones negativas (Moreno Manso, 2003).
m) Alteraciones en el lenguaje: se manifiestan en forma de trastornos del habla,
generalmente disfemia y dislalia; un desarrollo lingüístico por debajo de su edad
cronológica; alteraciones en la intencionalidad en la comunicación y pobreza de
vocabulario; dificultades en pragmática, morfología sintaxis y semántica (Moreno
Manso, 2003).
n) Problemas conductuales: es común que los niños en condiciones de violencia
muestren una serie de conductas desajustadas o desadaptativas que pueden
incluir desde alteraciones por poca activación o participación en el ambiente
(como los niños que presentan mutismo selectivo, común -aunque no exclusivo-
en casos de maltrato), poca integración con pares, disminución de la curiosidad,
timidez excesiva, cuadros que semejan la fobia social de los adultos, o por el
contrario, casos en que la conducta se exacerba y se manifiesta poco control de
impulsos, cuadros maniacos, autolesiones, conductas obsesivo-compulsivas
(frecuentemente onicofagia), participación en prácticas de riesgo (Silva, 2003;
Meece, 2000).
Comentarios finales
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amenazador, degradante, enfatizando la vulnerabilidad del niño y su indefensión,
marcan de manera importante y crónica su desarrollo moral, emocional y cognitivo.
Con las víctimas se deberán abordar diversas áreas: corresponderá trabajar con el
estado emocional, entrenando en la identificación emocional, en el manejo y
expresión de las emociones. Los trastornos de conducta son rasgos que responden
en general a estados emocionales; si los estados emocionales ceden y mejoran, se
refleja en el comportamiento.
103
situación de abuso y violencia, debería tener la posibilidad de buscar y conseguir
ayuda efectiva.
Debemos subrayar que los estilos de crianza más positivos se asocian a lo que se
ha denominado estilo “autoritativo”, que se relaciona con un estilo educativo que
ejercen los padres caracterizado por la expresión emocional abierta y confiada; el
uso del diálogo y la negociación; por el desarrollo de una comunicación eficaz, de
escucha al niño y sus necesidades; con normas y límites claros; con castigos y/o
consecuencias previsibles y proporcionadas a la situación que los origina. Tales
patrones interacción paterno-filial serían incompatibles con el maltrato infantil.
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EL ORIGEN DEL PATRIARCADO
efecto en su futuro desarrollo. La brecha existente entre la experiencia de aquellos que podían
o podrían (en el caso de los hombres de clase inferior) participar en la creación del sistema de
símbolos y aquellas que meramente actuaban pero que no interpretaban fue haciendo cada
vez más grande.
1. Simone de Beauvoir, The second sex, Nueva York, 1953. Introducción XXII, ambas citas. De
Beauvoir saco esta conclusión errónea de los estudios bíblicos androcéntricos que existían en
la época en se escribió, pero a la fecha no se ha corregido.
16-B
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A SOSTENIBILIDAD DE LA VIDA HUMANA: ¿UN ASUNTO DE
MUJERES?1
Cristina Carrasco
Universidad de Barcelona cristinacarrasco@ub.edu
INTRODUCCIÓN
En los últimos años, el tiempo de trabajo se ha ido configurando como tema de debate en
diversos círculos académicos, laborales, sociales y políticos. Dos hechos han colaborado
de forma definitiva a este interés: la creciente participación de las mujeres en el trabajo
de mercado que ha hecho visible la tensión entre los tiempos de cuidados y las exigencias
del trabajo mercantil, y los procesos de flexibilización del tiempo de trabajo impuesto
básicamente desde las empresas, que exige cada vez mayor movilidad y disponibilidad
horaria de las trabajadoras y trabajadores.
Sin embargo, los problemas que han ido surgiendo en relación a los tiempos de trabajo no
son sino la expresión visible de otro conflicto más profundo que está en los fundamentos
del sistema social y económico: la tensión existente entre dos objetivos contradictorios,
la obtención de beneficios por una parte y el cuidado de la vida humana por otra. Tensión
que se acentúa por la dependencia de la producción capitalista en los procesos de
reproducción y de sostenibilidad de la vida humana que se realizan fuera del ámbito de
sus relaciones y de su control directo.
Por esta razón creo que el estudio de los conflictos y organización de los tiempos de
trabajo y de vida nos remite a una cuestión anterior: ¿cómo resuelven las sociedades las
necesidades de subsistencia de las personas? o, dicho de otra manera ¿cómo se organizan
en torno a esta función primaria y fundamental de la cual depende nada más ni nada menos
que la vida humana?
1 Publicado en la revista “Mientras Tanto”, Nº 82, otoño-invierno 2001, Icaria Editorial, Barcelona.
1
vida no ha sido nunca una preocupación analítica central, por el contrario, habitualmente
se la ha considerado una "externalidad" del sistema económico2.
Las distintas escuelas de pensamiento han utilizado diversas categorías para el análisis
socioeconómico de las sociedades: sistemas económicos, modos de producción, grados
de desarrollo del capitalismo o de la industrialización, etc. En cambio, la reproducción
humana como proceso social nunca ha sido utilizada como categoría analítica central en
los estudios de las sociedades.
Naturalmente, cada sociedad ha intentado con mayor o menor éxito distintos mecanismos
para cubrir las necesidades de las personas, aunque podemos aventurar que los procesos
de reproducción y vida se han resuelto siempre fundamentalmente desde los hogares. Sin
ninguna duda que esto fue la norma al menos hasta que la casa medieval -centro de
producción, consumo y vida- deja de ser autosuficiente y comienza a producirse para los
mercados. Sin embargo, posteriormente -aunque los procesos de reproducción de la vida
humana se hacen cada vez más invisibles con la industrialización y el desarrollo del
sistema capitalista- no se alterará la función básica de los hogares como centro de gestión,
organización y cuidado de la vida.
2 La teoría neoclásica tradicionalmente ha considerado a la familia como algo “exógeno” al sistema económico, como
algo que evoluciona de manera independiente de la economía. Incluso Becker, en sus intentos de explicar la estructura
básica del comportamiento familiar recurre finalmente a “factores exógenos ya dados”. Una de las primeras críticas a
este tratamiento de la institución familiar se encuentra en Humphries y Rubery 1984.
2
organizándose desde el hogar de acuerdo al nivel de ingresos y a la participación pública
en las tareas de cuidados.
En una gama amplia de bienes y servicios -en general, los susceptibles de intercambio- es
posible realizar la separación de las dos dimensiones señaladas, la objetiva y la subjetiva.
3
El debate específico sobre las “necesidades básicas” sería mucho más amplio de lo que se pretende en este artículo.
Como referencia obligada sobre el tema se puede ver Doyal y Gough 1994.
3
Por lo general, los bienes mercantiles o públicos tienden a satisfacer la componente más
objetiva de las necesidades. Por ejemplo, cuando una trabajadora o un trabajador
industrial produce un televisor, ni sabe ni le preocupa quién lo va a adquirir. La actividad
de producir el bien o servicio es independiente de quién se va a beneficiar de él. Aunque
es posible que en servicios públicos o de mercado, como por ejemplo en los servicios de
atención de un hospital o de una escuela, pueda existir alguna componente subjetiva de
afecto y relación humana, ello no es lo determinante de la actividad, lo que la define es la
necesidad objetiva que satisface.
Sin embargo, en los bienes y servicios producidos en el hogar es más complicado separar
los aspectos afectivo/relacionales de la actividad misma, precisamente porque implican
elementos personales. Así, es posible que una misma actividad pueda tener para algunas
personas sustituto de mercado (si los ingresos lo permiten) y, en cambio, para otras sea
totalmente insustituible. Por ejemplo, para las madres o padres puede ser muy importante
la relación con sus hijos o hijas, pero cada uno puede establecer y concretar la relación en
actividades diferentes: llevando a las criaturas al colegio, jugando con ellas en el parque
o dándoles la cena. Para cada persona, aquella actividad a través de la cual ha establecido
la relación es la que no tiene sustituto de mercado. De aquí que sea prácticamente
imposible clasificar las tareas del hogar en mercantilizables o no mercantilizables,
precisamente por la componente subjetiva que pueden incorporar.
En definitiva, lo que quiero expresar es que el trabajo destinado al cuidado de las personas
del hogar tiene otro contexto social y emocional que el trabajo remunerado y satisface
necesidades personales y sociales que no permiten una simple sustitución con producción
de mercado. Implica relaciones afectivo/sociales difícilmente separables de la actividad
misma y crea un tejido complejo de relaciones humanas sobre el cual de alguna manera
se sustenta el resto de la sociedad (Schafër 1995, Himmelweit 1995, Carrasco 1998).
4
Desde dicha tradición se ha pretendido establecer la visión de una sociedad dividida en
dos esferas separadas con escasa interrelación entre ellas y basadas en principios
antagónicos. Por una parte, la esfera pública (masculina) que estaría centrada en lo
llamado social, político y económico-mercantil y regida por criterios de éxito, poder,
derechos de libertad y propiedad universales, etc. y relacionada fundamentalmente con la
satisfacción de la componente más objetiva (la única reconocida) de las necesidades
humanas. Por otra, la privada -o doméstica- (femenina) que estaría centrada en el hogar,
basada en lazos afectivos y sentimientos, desprovista de cualquier idea de participación
social, política o productiva y relacionada directamente con las necesidades subjetivas
(siempre olvidadas) de las personas. En esta rígida dualidad sólo el mundo público goza
de reconocimiento social. La actividad o participación en la denominada esfera privada,
asignada socialmente a las mujeres, queda relegada al limbo de lo invisible negándole
toda posibilidad de valoración social.
Sin embargo, estas actividades no valoradas -que incorporan una fuerte carga subjetiva-
son precisamente las que están directamente comprometidas con el sostenimiento de la
vida humana. Constituyen un conjunto de tareas tendientes a prestar apoyo a las personas
dependientes por motivos de edad o salud, pero también a la gran mayoría de los varones
adultos. Tareas que comprenden servicios personales conectados habitualmente con
necesidades diversas absolutamente indispensables para la estabilidad física y emocional
de los miembros del hogar. Actividades que incluyen la alimentación, el afecto, ... y, en
ocasiones, aspectos poco agradables, repetitivos y agotadores, pero absolutamente
necesarios para el bienestar de las personas. Un trabajo que implica tareas complejas de
gestión y organización necesarias para el funcionamiento diario del hogar y de sus
habitantes. Un trabajo que se realiza día tras día los 365 días del año, en el hogar y fuera
de él, en el barrio y desde el puesto de trabajo remunerado, que crea redes familiares y
sociales, que ofrece apoyo y seguridad personal y que permite la socialización y el
desarrollo de las personas. La magnitud y responsabilidad de esta actividad lleva a pensar
-como he señalado en otra ocasión- en la existencia de una "mano invisible" mucho más
poderosa que la de Adam Smith, que regula la vida cotidiana y permite que el mundo siga
funcionando4.
4
Mi duda en relación a este tema es: las disciplinas como la economía para las que esta actividad continúa siendo
invisible ¿cómo no se plantean de dónde emerge la fuerza de trabajo que utilizan en los modelos?
5
invisible?, ¿por qué no ha tenido el reconocimiento social y político que le corresponde?
Seguramente la respuesta es compleja. En cualquier caso me aventuro a señalar dos
grandes razones: una más antigua de orden ideológico patriarcal y otra, posiblemente más
reciente, de orden económico.
La primera tiene que ver con las razones del patriarcado. Se sabe que en cualquier
sociedad el grupo dominante (definido por raza, sexo, etnia, ...) define e impone sus
valores y su concepción del mundo: construye unas estructuras sociales, establece las
relaciones sociales y de poder, elabora el conocimiento y diseña los símbolos y la
utilización del lenguaje. Pero además, dichos valores tienden a categorizarse como
universales, con lo cual se invisibiliza al resto de la sociedad. Las sociedades patriarcales
no han sido una excepción a la norma general. Así, vivimos en un mundo donde la ciencia
y la cultura han sido construidas por el poder masculino y, por tanto, sólo se ha valorado
aquello que guarda relación con la actividad de los varones. En el caso concreto que nos
ocupa, todas las actividades relacionadas con el sostenimiento de la vida humana que
tradicionalmente han realizado las mujeres y que en gran medida se caracterizan porque
su resultado desaparece en el desarrollo de la actividad, no han sido valoradas. En cambio,
aquellas que se realizan en el mundo público, que sus resultados trascienden el ámbito
doméstico y que tradicionalmente han sido realizadas por los varones, gozan de valor
social. Esta diferenciación guarda relación con la que plantea H. Arendt (1998) entre
labor y trabajo. Para esta autora, la labor guardaría relación con la satisfacción de las
necesidades básicas de la vida y corresponderían a aquellas actividades que no dejan
huella, que su producto se agota al realizarlas y, por ello, generalmente los hombres las
han despreciado. En cambio, el resultado del trabajo tendría un carácter más duradero y
más objetivo en el sentido de la relativa independencia de los bienes de los hombres que
los producen. No estaría ligado a los ciclos repetitivos de las necesidades humanas y sería
una actividad más valorada y reconocida 5. Es notoria la similitud -tanto en contenido
como en valoración social- de estos dos conceptos con los actuales de trabajo familiar
doméstico y trabajo de mercado respectivamente.
La segunda razón tiene que ver con el funcionamiento de los sistemas económicos.
Históricamente los sistemas socioeconómicos han dependido de la esfera doméstica: han
mantenido una determinada estructura familiar que les ha permitido asegurar la necesaria
oferta de fuerza de trabajo a través del trabajo de las mujeres. En particular, en aquellos
grupos de población de bajos recursos económicos la dependencia del sistema económico
ha significado una verdadera explotación de la unidad doméstica (Meillassoux 1975). En
5 Los conceptos de labor y trabajo de Arendt están discutidos más ampliamente en Bosch et al. 2001.
6
todo caso, en cualquier sociedad, sin la aportación del trabajo de las mujeres la
subsistencia del grupo familiar no hubiera estado nunca asegurada (Chayanov 1925,
Kriedte et al. 1977). Sin embargo, los sistemas económicos se nos han presentado
tradicionalmente como autónomos, ocultando así la actividad doméstica, base esencial de
la producción de la vida y de las fuerzas de trabajo.
Hay que notar entonces que en este sentido la cantidad de trabajo familiar doméstico
sustituible a realizar 7 viene determinada en gran medida por el salario. El salario se
presenta entonces como el nexo económico fundamental entre la esfera de reproducción
humana y la esfera mercantil. Ahora bien, sabemos que la tasa salarial así como la tasa de
beneficio son variables distributivas no independientes, determinadas en parte importante
por relaciones sociales de poder, de tal modo que el nivel de salario queda estrechamente
relacionado con el nivel de beneficio y la acumulación capitalista. Así, aunque los salarios
no puedan tomar cualquier valor ya que los requerimientos reproductivos señalan su
posible campo de variación (con fronteras difusas), de hecho están determinando una
relación entre el tiempo dedicado a trabajo familiar doméstico y el nivel de beneficio
capitalista8.
6 El "Debate sobre el Trabajo Doméstico" fue como el nombre lo dice, un debate, que tuvo lugar en los años setenta y
duró aproximadamente una década. En el participaron mujeres y hombres provenientes tanto de la tradición marxista
como del pensamiento feminista. Los aspectos fundamentales de la discusión se pueden consultar en Borderías et al.
1994.
7 Me refiero naturalmente a aquella parte del trabajo familiar doméstico que tiene sustituto de mercado.
8
Estas ideas se han ido incorporando en esquemas de tipo reproductivo, estableciendo de forma más sitematizada las
necesidades de trabajo doméstico para la reproducción humana, social y económica (Carrasco 1991, Carrasco et al.
1991, Picchio 1992, 1999b).
7
También se han puesto de manifiesto otros aspectos -económicos y relacionales- del
trabajo familiar doméstico absolutamente necesarios para que el mercado y la producción
capitalista puedan funcionar: el cuidado de la vida en su vertiente más subjetiva de afectos
y relaciones, el papel de seguridad social del hogar (socialización, cuidados sanitarios),
la gestión y relación con las instituciones, etc. Actividades todas ellas destinadas a criar
y mantener personas saludables, con estabilidad emocional, seguridad afectiva, capacidad
de relación y comunicación, etc., características humanas sin las cuales sería imposible
no sólo el funcionamiento de la esfera mercantil capitalista, sino ni siquiera la adquisición
del llamado "capital humano"9. Sin embargo, desde la economía se sigue ocultando la
relación capitalista que mantiene el ámbito familiar doméstico con el sistema social y
económico que permite "externalizar los costes sociales originados en las actividades de
mercado y utilizar a las mujeres como amortiguador final del dumping social" (Picchio
1999a:233).
Finalmente, en el análisis del funcionamiento del sistema capitalista no hay que olvidar
el papel del estado 10 . A nuestro objeto interesa recordar que el estado regula el
funcionamiento del mercado de trabajo y desarrolla programas de protección social
supuestamente para cubrir necesidades no satisfechas a través del mercado. De este modo,
participa directamente en la determinación de la situación social que ocupan las personas
y en la estructuración de las desigualdades sociales incluidas las de sexo. De aquí que la
supuesta neutralidad del estado en relación a la configuración de los distintos grupos
sociales, es sólo un espejismo.
9 Desde el campo de la pedagogía se advierte que es prácticamente imposible que un niño adquiera "capital humano"
si previamente no se le ha cuidado, dado seguridad psicológica, estructurado los procesos de aprendizaje, etc., aspectos
desarrollados fundamentalmente desde el hogar.
10 Por supuesto que no es nuestra intención realizar aquí un análisis del papel del estado en las sociedades capitalistas.
Pero sí interesa señalar que el estudio de Esping-Andersen (1990) en que consideraba la relación estado-mercado como
eje analítico para estudiar las posibilidades de subsistencia y calidad de vida de las personas, originó una extensa crítica
desde el feminismo, que a su vez proporcionó como marco de análisis más realista y más fértil el eje estado-mercado-
familia(mujeres). Una amplia bibliografía al respecto se puede ver en Carrasco et al. (1997). Un buen análisis del
concepto de “autonomía” utilizando este marco teórico es Gardiner (2000). El propio Esping-Andersen reconoció
posteriormente la potencia analítica de la propuesta feminista (Esping-Andersen 1999).
8
Las mujeres como protagonistas de su propia historia
Junto al análisis de la importancia del trabajo de cuidados y a los intentos de desentrañar
las razones de su invisibilidad, las mujeres van experimentando profundos cambios en su
vida cotidiana que las llevará finalmente a cuestionar todo el modelo social. Reconstruir
el itinerario recorrido por las mujeres en las últimas décadas nos lleva necesariamente a
echar una rápida mirada a la historia reciente de nuestras sociedades.
En primer lugar, quiero recordar que durante parte importante del siglo XX 11 existe un
pacto social que funciona con diversos elementos constitutivos. Me interesa aquí resaltar
dos. Por una parte, la idea de un empleo, estable, seguro, garante de derechos, con acceso
a determinada seguridad social, concebido como un derecho individual que otorgaba
identidad y reconocimiento social (Alonso 1999). Este "trabajo-empleo" era reconocido
como una actividad propiamente masculina 12 . Por otra parte, un segundo elemento
constitutivo del pacto social es el modelo familiar que -aunque más antiguo- acompaña al
modelo fordista de empleo: la forma cómo se organiza la sociedad y la producción
mercantil suponen la existencia del modelo familiar "hombre proveedor de ingresos-
mujer ama de casa" (modelo "male breadwinner") caracterizado por una ideología
familiar que se concreta en el matrimonio tradicional con una estricta separación de
trabajos y roles entre ambos cónyuges. El hombre es el jefe de familia y tiene la obligación
de proveer a la familia a través de un empleo a tiempo completo. La mujer realiza las
tareas de afectos y cuidados. Las mujeres son tratadas como esposas y madres y no se
acepta socialmente que las mujeres casadas tengan un empleo. Esta estructura familiar
encaja perfectamente con el "pleno empleo" masculino definido por Beveridge (1944).
Bajo esta familia -defensora de los valores morales- las mujeres cuidarían a la población
dependiente niñas, niños, personas ancianas o enfermas- pero también a los varones
adultos, para que estos pudieran dedicarse plenamente a su trabajo de mercado o actividad
pública 13 . Esto formaba parte del contrato social según el cual las mujeres deberían
satisfacer las necesidades de los varones para que estos pudieran cumplir con su condición
de ciudadano y trabajador asalariado (Pateman
1995).
ingresos monetarios menores o sencillamente no tenían. Sin embargo, normalmente no se nombra la “dependencia” de
cuidados, es decir, la capacidad de cuidarse a uno(a) mismo(a) y a otras personas. En este sentido, los varones son
absolutamente dependientes de las mujeres.
9
Ahora bien, en las últimas décadas del siglo XX, particularmente en España14, tanto el
mercado laboral femenino como el modelo familiar "male breadwinner" comienzan a
experimentar importantes transformaciones. Aunque si bien es cierto, no tanto como
resultado de cambios institucionales, políticos u organizativos que apuntaran en esa
dirección, sino básicamente como efecto de las decisiones de las propias mujeres. Sin
embargo, la creciente incorporación de las mujeres al trabajo de mercado 15, no tiene como
resultado el abandono del trabajo familiar: las mujeres continúan realizando esta actividad
fundamentalmente porque le otorgan el valor que la sociedad patriarcal capitalista nunca
ha querido reconocerle.
El resultado es que la organización de nuestras sociedades vista desde fuera puede parecer
absolutamente absurda e irracional. Seguramente si una “extraterrestre” sin previa
información viniera a observar nuestra organización y desarrollo de la vida cotidiana,
plantearía una primera pregunta de sentido común: ¿cómo es posible que madres y padres
tengan un mes de vacaciones al año y las criaturas pequeñas tengan cuatro meses? ¿quién
las cuida? o ¿cómo es posible que los horarios escolares no coincidan con los laborales?
¿cómo se organizan las familias? y ya no digamos si observa el número creciente de
personas mayores que requieren cuidados directos. Probablemente nuestra extraterrestre
quedaría asombrada de la pésima organización social de nuestra sociedad. Sin embargo,
tendríamos que aclararle que está equivocada: no se trata exactamente de una mala
organización, sino de una sociedad que continúa actuando como si se mantuviera el
modelo de familia tradicional, es decir, con una mujer ama de casa a tiempo completo que
realiza todas las tareas de cuidados necesarios. Y si esta mujer quiere incorporarse al
mercado laboral es su responsabilidad individual resolver previamente la organización
familiar.
14Como es obvio, los períodos son distintos para las distintas regiones o países. 15
En las próximas líneas me refiero fundamentalmente al caso español.
10
Esto queda claramente reflejado en los debates sobre el Estado del Bienestar donde es
habitual que educación y sanidad se discutan como los servicios básicos y necesarios que
debe ofrecer el sector público y, sin embargo, nunca se consideren, ni siquiera se
nombren, los servicios de cuidados. Cuando de hecho, son por excelencia los más básicos:
si a un niño no se le cuida cuando nace, no hace falta que nos preocupemos por su
educación formal, sencillamente no llegará a la edad escolar.
15 La participación de los varones en el hogar –aunque ha aumentado ligeramente y se refiere a tareas muy específicas-
se mantiene como una simple "ayuda" y no como el reconocimiento de una responsabilidad compartida 17 Aunque este
proceso también se ha visto afectado por cambios que no son resultado de transformaciones en las pautas de conducta
de las mujeres, sino efectos de variaciones estructurales.
16
Las reducciones del trabajo familiar han venido por diversas vías. Sin discusión el hecho más significativo ha sido la
caída de la fecundidad: de 2,32 hijas(os) por mujer en 1980 ha descendido hasta 1,07 en la actualidad, mínimo histórico
muy por debajo de la tasa de reposición. Sin embargo, a pesar de que esta nueva situación ha disminuido enormemente
el trabajo de cuidados infantiles, el notable aumento de la esperanza de vida está desplazando el problema hacia las
personas mayores que están requiriendo de forma creciente mayores cuidados y atenciones.
Una segunda forma de reducir el trabajo doméstico ha venido por la disminución real de ciertos aspectos de este trabajo
debido fundamentalmenteal al desarrollo tecnológico y a la adquisición de más bienes y servicios en el mercado,
aspectos que afectan con mayor intensidad a las mujeres con mayor poder adquisitivo. Además, particularmente las
mujeres de rentas bajas, han intensificado su tiempo de trabajo realizando diversas actividades simultáneamente. Hay
que añadir también que en general en los hogares, básicamente aquellos donde las mujeres son activas laborales, el
trabajo doméstico más tradicional como el limpiar o el planchar se reduce a los mínimos necesarios, mínimos bastante
menores de los que tenían nuestras abuelas.
En relación a las actividades de cuidados estas no se definen tanto dentro de las relaciones entre la pareja, sino en el
conjunto de mujeres como grupo social; la transferencia de tareas se realiza básicamente entre mujeres (familia, amigas,
vecinas,): tanto los cuidados infantiles como los dirigidos a la población anciana, se realizan fundamentalmente a través
de una red femenina –aunque histórica- construida actualmente para mediar entre la satisfacción de necesidades
11
No obstante, el proceso de incorporación laboral de las mujeres les ha significado
introducirse en un mundo definido y construido por y para los hombres. Un mundo –el
mercantil- que sólo puede funcionar de la manera que lo hace porque descansa, se apoya
y depende del trabajo familiar. Un mundo para el que se requiere libertad de tiempos y
espacios, es decir, exige la presencia de alguien en casa que realice las actividades básicas
para la vida. En este sentido, el modelo masculino de participación laboral no es
generalizable. Si las mujeres imitaran el modelo masculino ¿quién cuidaría de la vida
humana con toda la dedicación que ello implica?17
humanas y las exigencias de la producción capitalista, ante la falta de servicios públicos adecuados y de una
organización social al servicio de la calidad de vida.
17
Por ejemplo, en la ciudad de Barcelona, la población que se puede suponer que requiere algún tipo de cuidado directo
-la población menor de 16 años y la mayor de 70 años- es aproximadamente el 28% de la población total.
18 La expresión es de M.J.Izquierdo, 1998.
12
mujeres no es sino reflejo de la contradicción mucho más profunda que señalábamos
anteriormente: la que existe entre la producción capitalista y el bienestar humano, entre
el objetivo del beneficio y el objetivo del cuidado de la vida.
El objetivo de esta segunda parte es traducir al lenguaje de los tiempos la actividad de las
personas dirigida a la sostenibilidad de la vida humana con los conflictos y
contradicciones desvelados anteriormente. La idea es reflejar en un terreno más concreto
algunas de las cuestiones desarrolladas en el apartado primero para comenzar a discutir
propuestas que posibiliten avanzar hacia una sociedad que apueste por la solidaridad, la
diversidad y la equidad.
Se intentará en lo posible seguir un itinerario análogo al anterior, de tal modo que los
aspectos conflictivos que fueron surgiendo en la primera parte se reflejen ahora en la
organización y valoración de los tiempos. En general, nos estaremos refiriendo a nuestras
sociedades industrializadas occidentales.
13
Los tiempos y sus características
Desde sus inicios -hace aproximadamente tres décadas- los estudios de “presupuestos de
tiempo” han estado ofreciendo una cantidad enorme de información sobre la forma en que
las personas usan el tiempo. Estos estudios han facilitado, en particular, el análisis del
tiempo de trabajo poniendo de manifiesto las importantes desigualdades entre mujeres y
hombres19.
19 Estas aportaciones son amplísimas y han venido básicamente del campo de la sociología. Las referencias obligadas
a nivel internacional son los trabajos de Szalai 1972, Gershuny 1991, Goldschmidt-Clermont et al. en el Informe sobre
Desarrollo Humano de 1995 y las distintas series de datos europeos actuales. Una bibliografía más amplia incluida las
referencias para el caso español se puede consultar en Carrasco et al. 2000.
20 Aunque muchas personas mayores, básicamente mujeres, realizan distintas actividades relacionadas con el cuidado
(u otras), analizaremos el tiempo de las personas en edades activas ya que son las edades en que se presentan los
mayores conflictos con la organización del tiempo. Esto está suponiendo que las personas dependientes por razones de
edad (niños o niñas o personas mayores) o salud (personas enfermas o con minusvalías) demandan más tiempo del que
pueden ofrecer.
21
Los estudios de uso del tiempo muestran que las mujeres participan menos en este tipo de actividades y generalmente
es el primer tiempo que reducen cuando asumen responsabilidades de cuidados.
14
Aquí incluimos tiempo dedicado a todo tipo de trabajo voluntario: participación en
asociaciones, partidos políticos, trabajo voluntario directo, etc, que son actividades
diversas muchas veces necesarias para el desarrollo personal pero sin duda necesarias
para la construcción de redes de integración y cohesión social.
Finalmente, los tiempos relevantes a nuestro objeto, son los tiempos de trabajo, familiar
doméstico y remunerado22. El tiempo de trabajo doméstico familiar podemos considerarlo
dividido en dos componentes diferenciadas. Una primera que comprende aquellas
actividades que como se señaló anteriormente son inseparables de la relación afectiva que
implican y que, en consecuencia, no tienen sustituto de mercado (no pueden ser valoradas
a precio de mercado) ni sustituto público o, en algún caso, malos sustitutos. Este tiempo
de trabajo no puede disminuir por debajo de unos mínimos estrictamente necesarios sin
afectar el desarrollo integral de las personas como tales. La segunda componente del
tiempo doméstico familiar comprende aquel que produce bienes y servicios que pueden
ser sustituidos por el mercado o el sector público. El grado de sustitución dependerá por
una parte del nivel de ingresos (básicamente salarios) y, por otra, de la oferta de servicios
públicos de cuidados23.
22 El resto de los tiempos también son importantes y necesarios. Sin embargo, nuestro interés se centra en cómo se
satisfacen las necesidades de reproducción y de ahí que lo más relevante sean los tiempos de trabajo que cubren las
necesidades básicas. En este sentido es posible que debiéramos considerar también el tiempo de participación
ciudadana. Si no lo hacemos es porque creemos que tiene características distintas y casi sería tema de otro estudio. Una
discusión general sobre el uso y características de los distintos tiempos se puede ver en Recio 2001.
23 Esta separación del trabajo familiar doméstico en dos componentes es naturalmente una abstracción teórica, difícil
de realizar en la práctica. Por una parte, no es posible señalar el tiempo que implica cada una de ellas ya que para cada
persona puede ser distinto pero, por otra, a nivel individual aunque cada persona sepa qué actividades no tienen para
ella sustituto de mercado, éstas tienen fronteras difusas y, por tanto, tampoco puede cuantificarse con un número exacto
de horas.
15
El tiempo escaso, el tiempo dinero
Ahora bien, ni todos los tiempos son iguales ni son, por tanto, intercambiables. Si nos
situamos en períodos anteriores a la industrialización, observamos que los tiempos de
trabajo guardaban estrecha relación con los ciclos de la naturaleza y de la vida humana.
Con el surgimiento y consolidación de las sociedades industriales el tiempo queda mucho
más ligado a las necesidades de la producción capitalista: el trabajo remunerado no vendrá
determinado por las estaciones del año (tiempo de siembra, de cosecha,...) ni por la luz
solar (se podrá trabajar independientemente de si es de noche o de día). El reloj -como
tiempo cronometrado- se establecerá como instrumento de regulación y control del
tiempo industrial24, pero este último condicionará en parte el resto de los tiempos de vida
y trabajo: la vida familiar deberá adaptarse a la jornada del trabajo remunerado.
En este proceso, la teoría neoclásica ha jugado un papel determinante. Su teoría del capital
humano, considera el tiempo humano un recurso escaso por estar prefijado en la persona
y un factor fundamental en la adquisición de capital humano: “el límite económico último
de la riqueza no está en la escasez de bienes materiales, sino en la escasez de tiempo
humano” (Schultz 1980: 642). El desarrollo económico dependerá fundamentalmente del
capital humano que, a su vez, dependerá del tiempo humano. De esta manera, el valor del
capital humano aparece vinculado al valor (precio) del tiempo humano, que en razón de
su escasez, se convierte en un aspecto crítico en los análisis del comportamiento humano.
Es obvio que estos nuevos conceptos introducidos por la teoría del capital humano no
agotan su campo de aplicación en el mercado laboral. Al tratar el concepto de “tiempo
humano” desplazan su campo de acción a las actividades realizadas en el hogar. Aún más,
en opinión de algunos autores, “el mayor vínculo entre familia y economía es el valor del
tiempo humano”. Al tomar como punto de partida el hecho de que una persona puede
27
Por ejemplo, personas que pueden tener "activos" como la "producción de generosidad o afecto" que al no estar
valorados por el mercado, sus tiempos no son mercantilizables.
17
dinero: necesitamos dormir, comer, ..., y necesitamos establecer relaciones sociales y
afectivas.
En el tema que nos ocupa –el tiempo dedicado al trabajo- una parte del trabajo familiar
doméstico no puede ser mercantilizado desde el momento que en el desarrollo de la
actividad es necesaria la implicación personal por la componente subjetiva que
comentamos en páginas anteriores28. Esta actividad tiene por objetivo el cuidado de la
vida y no la obtención de beneficio, como la producción capitalista. De aquí que los
conceptos de eficiencia y productividad –que permiten ahorrar tiempo- pierdan en el
hogar totalmente su sentido mercantil. En el hogar, más que realizar una actividad en
menos tiempo, normalmente interesa que el resultado en cuanto a relaciones y afectos sea
de mayor calidad. ¿Qué sentido tendría por ejemplo pretender mayor productividad al leer
cuentos a una hija? ¿leer más deprisa para alcanzar a leer cuatro cuentos en vez de uno en
el mismo tiempo? En cualquier caso, aunque no se puede descartar que en determinadas
ocasiones al realizar una actividad en el hogar interese la rapidez, normalmente dicha
situación responderá a una intensificación del tiempo motivada por razones mercantiles.
Es el caso por ejemplo de las mujeres doble jornada cuyo ritmo de trabajo viene muy
determinado por sus horarios laborales.
Ahora bien, en una sociedad capitalista regida por el objetivo de la maximización del
beneficio, sólo el tiempo mercantilizado -aquel con capacidad de ser transformado en
dinero- tiene reconocimiento social. Este tiempo es el dedicado a trabajo de mercado. El
resto de los tiempos -en particular, los llamados “tiempos generadores de la reproducción”
que incluyen los tiempos de cuidados, afectos, mantenimiento, gestión y administración
doméstica, relaciones y ocio...., que no son tiempo pagado sino vivido, donado y
generado29- "se constituyen en la sombra de la economía del tiempo dominante, basada
en el dinero"(Adams 1999: 11), no tienen ningún reconocimiento y, en consecuencia,
tienden a hacerse invisibles. La economía como disciplina académica ha legitimado esta
situación: se ha dedicado casi exclusivamente a las actividades llamadas económicas que
se realizan con tiempo mercantilizable enviando al limbo de lo no-económico a todas las
restantes. En cualquier caso, lo más preocupante es que el estudio de las "actividades
económicas" se realiza de forma independiente, como si fuese posible entenderlas y
analizarlas al margen de las de no-mercado, como si no dependieran para su realización
de ese tiempo "socialmente desvalorizado".
28
Como se discutió anteriormente, es la parte del trabajo doméstico que no tiene sustituto de mercado.
29
Estas ideas desarrolladas desde el pensamiento feminista se pueden consultar los artículos recogidos en el libro de
Borderías et al. 1994, Folbre 1995, Bonke 1995, Del Re 1995, Himmelweit 1995.
18
Además, el tiempo mercantilizado, al identificarse con el dinero, está asociado al poder,
al poder del dinero. Por ejemplo, las relaciones de poder en el hogar guardan estrecha
relación con la aportación de dinero a la economía familiar: hijos e hijas jóvenes sin
ingresos propios y mujeres que no participan en el mercado laboral reconocen sin ninguna
duda la autoridad del proveedor de ingresos monetarios 30 . Como resultado, el dinero
otorga mayor autonomía y mayor capacidad de decisión a la persona que lo gana en el
mercado31.
30 Sin duda que esta situación está reflejando la presencia de relaciones patriarcales.
31 Las nuevas perspectivas sobre el tiempo y el trabajo desarrolladas desde el feminismo han puesto de manifiesto las
relaciones de poder y la desigualdad de género que se esconden detrás de la forma mercantil de valorar el tiempo.
32
Estos procesos de intensificación del uso del tiempo guardan estrecha relación con el bienestar y calidad de vida de
las personas. En los últimos años se le está prestando bastante atención por ser una situación que se ha agudizado,
particularmente entre las mujeres empleadas y con rentas bajas (Floro 1995).
19
tiempo de ocio 33 , utilizado como variable de ajuste y, en casos extremos, reduzcan
también el tiempo dedicado a satisfacer sus necesidades personales. Situación que se
vuelve límite en las mujeres de familias monomarentales, particularmente las de rentas
bajas.
En cualquier caso, las mujeres como grupo humano, supeditarán el trabajo de mercado a
las necesidades –biológicas, relacionales y afectivas- planteadas por las personas del
hogar o de la familia. Los varones, en cambio, continuarán con su dedicación prioritaria
–y muchas veces exclusiva- al mercado. Al contrario de las mujeres, para estos últimos,
el referente principal sigue siendo el trabajo remunerado al cual ofrecen una total
disponibilidad de tiempo. De esta manera, los requerimientos de cuidados directos en el
hogar se convierten para los varones en una variable residual y ajustable a su objetivo
principal: la actividad mercantil pública34.
35Según el estudio realizado en Barcelona señalado anteriormente, en los hogares unipersonales femeninos se realiza
un 71% más de trabajo familiar doméstico que en los masculinos. Cuando conviven en pareja, las mujeres aumentan
su TFD en un 37% en relación a cuando vivían solas y los varones mantienen las mismas horas que cuando vivían
solos. Cuando pasan a tener hijos(as), como es lógico pensar, las mujeres vuelven a incrementar sus horas de TFD en
21
“homo economicus”, personaje representativo de la teoría económica que dedica todo su
tiempo a actividades de mercado y no le preocupan las actividades de cuidados 36. Sin
embargo, el más elemental sentido común nos indica que el homo economicus sólo puede
existir porque existen las "feminas cuidadoras" que se hacen cargo de él, de sus hijos e
hijas y de sus madres y padres.
Además, es conveniente recordar que los tiempos de cuidados directos presentan otra
característica: son más rígidos en el sentido de que no se pueden agrupar, muchos de ellos
exigen horarios y jornadas bastante fijas y, por tanto, presentan mayores dificultades de
combinación con otras actividades. Pero esto no es ni una situación extraordinaria ni una
situación que interese valorar como “buena o mala”, sencillamente es una característica
humana: todas y todos necesitamos ser cuidados en períodos determinados de nuestra
vida.
un 31% en relación a cuando vivían en pareja sin hijos(as), en cambio sorprendentemente, los varones disminuyen su
participación en TFD en un 27%. Aunque aceptemos márgenes de error por la recogida de datos, creo que lo que sí se
puede afirmar es que como media los varones no incrementan -al menos de forma significativa en relación a las mujeres-
su trabajo familiar doméstico cuando tienen hijos(as).
36 Además, el homo economicus representa sólo a hombres sanos en edad activa.
22
Pero esta situación no repercute de la misma manera en todas las personas. Hay
diferencias importantes según el género y las características del ciclo vital de cada una.
Personas jóvenes solteras encontrarán menos dificultades en organizar sus tiempos,
aunque las exigencias de determinados horarios (noches, finas de semana) puede afectar
a sus relaciones. Varones adultos seguramente no tendrán conflictos en compaginar
horarios de trabajo, aunque la flexibilización puede afectar a su vida familiar. Finalmente,
las más perjudicadas serán las mujeres que asumen responsabilidades de personas
dependientes y que necesitan coordinar y sincronizar sus horarios con prácticamente
todos los miembros del hogar.
Vista la esencia del conflicto: la contradicción básica entre la lógica del cuidado y la lógica
del beneficio, ¿qué posibles alternativas se pueden vislumbrar? Seguramente varias.
Dependerá de la fuerza, poder y voluntad política de implementar políticas que tiendan a
favorecer unas u otras. En mi opinión, las distintas alternativas pueden resumirse en tres
que en orden creciente de optimismo serían las siguientes:
La segunda alternativa trata en lo fundamental del modelo anterior pero con políticas que
colaboren en determinadas tareas doméstico familiares, lo cual atenuaría el trabajo de las
mujeres. Por ejemplo, mayor número de guarderías, servicios más amplios de atención a
las personas mayores o enfermas, etc. y políticas de empleo específicas para la población
femenina. En este línea apuntan las llamadas políticas de conciliación. La situación socio-
laboral-familiar de las mujeres dependería de los recursos destinados a este tipo de
políticas.
23
Finalmente, la alternativa más optimista plantea un cambio de paradigma que signifique
mirar, entender e interpretar el mundo desde la perspectiva de la reproducción y la
sostenibilidad de la vida. Aceptar que el interés debe situarse en el cuidado de las
personas, significa desplazar el centro de atención desde lo público mercantil hacia la vida
humana, reconociendo en este proceso la actividad de cuidados realizada
fundamentalmente por las mujeres.
Cambiar el centro de nuestros objetivos sociales, nos cambia la visión del mundo: la lógica
de la cultura del beneficio quedaría bajo la lógica de la cultura del cuidado. Dos lógicas
tan contradictorias no se pueden “conciliar”, no se puede establecer un consenso o una
complementariedad. Necesariamente deben establecerse prioridades 37: o la sociedad se
organiza teniendo como referencia las exigencias de los tiempos de cuidados o se organiza
bajo las exigencias de los tiempos de la producción capitalista.
Desde esta perspectiva por ejemplo las políticas actuales de “conciliación” de la vida
familiar y laboral pierden sentido ya que no abordan el problema de fondo sino que
plantean mínimos ajustes pero manteniendo como objetivo central la obtención de
beneficio. Es decir, los tiempos de cuidados deben seguir ajustándose a los tiempos de la
producción capitalista. Además, dichas políticas –aunque no se haga explícito- están
dirigidas fundamentalmente a las mujeres, cuando son mayoritariamente los varones
quienes aún “no concilian” sus tiempos y sus actividades. De hecho, las mujeres hemos
estado siempre en una práctica continua de “conciliación” sin necesidad de leyes o
políticas particulares. Es posible que una ley de “conciliación de trabajo familiar y
mercantil” dirigida específicamente a los varones pudiera constituir una forma exitosa de
dar visibilidad y reconocimiento al trabajo familiar doméstico38.
Si optamos por la vida humana –como es nuestra propuesta- entonces habría que organizar
la sociedad siguiendo el modelo femenino de trabajo de cuidados: una forma discontinua
de participar en el trabajo familiar que dependerá del ciclo vital de cada persona, mujer u
hombre. Los horarios y jornadas laborales tendrían que irse adaptando a las jornadas
domésticas necesarias y no al revés como se hace actualmente. Los tiempos mercantiles
tendrían que flexibilizarse pero para adaptarse a las necesidades humanas. El resultado
37Que indudablemente dependerán del poder de negociación de los distintos actores sociales.
38Otro ejemplo de actitudes o políticas que desde esta perspectiva no serían aceptables es la insistencia desde el discurso
oficial de un futuro con supuesta escasez de mano de obra para el trabajo asalariado y no se haga mención a la “escasez
de mano de obra para trabajos de cuidados”, que en principio sería un problema más grave en una población envejecida.
24
sería una creciente valoración del tiempo no mercantilizado, lo cual colaboraría a que el
sector masculino de la población disminuyera sus horas dedicadas al mercado y fuera
asumiendo su parte de responsabilidad en las tareas de cuidados directos. De esta manera
se podría lograr la "igualdad" entre mujeres y hombres porque éstos últimos estarían
imitando a las primeras participando de forma similar en lo que son las actividades básicas
de la vida. Paralelamente, la participación laboral de unos y otras se iría homogeneizando.
Finalmente, el papel de las políticas públicas sería crear las condiciones para que todo
este proceso pudiese efectivamente desarrollarse.
No se trata, por tanto, sólo de un cambio en los tiempos de trabajo ni del reparto del
empleo, la propuesta va mucho más allá que un asunto de "horas". De aquí que es
fundamental, en primer lugar, reconocer que existen tiempos -de reproducción y de
regeneración- que han sido invisibilizados por el tiempo-dinero, que se desarrollan en otro
contexto que el tiempo mercantil y, por tanto, no pueden ser evaluados mediante criterios
de mercado basados en la idea de un "recurso escaso". Que dichos tiempos son
fundamentales para el desarrollo humano y que el reto de la sociedad es articular los
demás tiempos sociales en torno a ellos. Mientras se ignoren estos tiempos que caen fuera
de la hegemonía del tiempo mercantilizado será imposible el estudio de las interrelaciones
entre los distintos tiempos y la consideración del conjunto de la vida de las personas como
un todo. En consecuencia, la propuesta implica considerar la complejidad de la vida
diaria, los distintos tiempos que la configuran, las relaciones entre unos y otros, las
tensiones que se generan, para intentar gestionarla en su globalidad teniendo como
objetivo fundamental la vida humana.
Aunque el objetivo se plantee a largo plazo, permite ir pensando en medidas a más corto
plazo que apunten en la dirección señalada. La experiencia de trabajo de las mujeres nos
enseña que la situación de cada persona guarda estrecha relación con su ciclo vital, por
tanto, no tiene mucho sentido pensar en políticas generales que afecten a toda la población
por igual. Es necesario ir experimentando distintas alternativas de organización y
diversificación de los horarios, las jornadas, los tiempos libres, etc., en cada situación
específica, siempre bajo la idea del objetivo final señalado. Se trata, en definitiva, de
25
acabar con la organización social y los roles de mujeres y hombres heredados de la
revolución industrial.
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27
DE QUE IGUALDAD SE TRATA
Alda Facio
Fragmentos del libro: Facio, Alda (dir) (1997): Caminando hacia la igualdad real. Costa Rica.
ILANUD, pp. 253-260.
En los meses previos a la IV conferencia Mundial sobre la Mujer que se celebró en
1995 en Pekín hubo una acalorado discusión en torno al principio de igualdad que, como todo
concepto axiológico, tiene diferentes connotaciones para diferentes personas. Así,
dependiendo de lo que se entendiera por igualdad ante la ley, algunas personas proponían que
se sustituyera el término igualdad ente hombres y mujeres por el de equidad entre los sexos;
otras proponían que se hablara de igualdad sustantiva y aún otras que no se hiciera referencia
ni a igualdad ni a equidad sino que se usara el concepto de no discriminación y el respeto por
las diferencias.
Mi posición, desde la óptica de los Derechos Humanos de las mujeres, fue y sigue
siendo el que sería sumamente peligroso para las mujeres apartarnos del ideal de igualdad sin
el cual la restricción o eliminación de los Derechos Humanos es sumamente fácil. Considero
que no hay necesidad de sustituir el concepto de igualdad ente mujeres y hombres, sino darle
un contenido o significado a la igualdad formal que incluya tanto algunas de las acepciones
del concepto de equidad como las de la no discriminación y valoración de las diferencias. Y
digo algunas de las acepciones porque así como lo que debe entenderse por igualdad ente los
sexos no es uniforme, tampoco lo es lo que debe entenderse por equidad o no discriminación.
Recordemos que para muchos/as, la discriminación en razón del sexo ni siquiera existe sino
que entienden las desiguales vidas de hombres y mujeres como ordenadas por la misma
naturaleza cuando no por Dios. Hay personas que entienden la promoción de la equidad ente
los sexos como el mantenimiento de los roles “complementarios”.
Como considero que la igualdad jurídica es uno de los pilares de cualquier sistema que
se denomine democrático, mi pretensión es presentar algunos elementos que nos ayuden a
darle un contenido al principio de igualdad entre los sexos que sea más ajustado a los ideales
del feminismo. Es decir, al ideal de una igualdad ente hombres y mujeres basada en la
eliminación del sexismo en todas sus manifestaciones y no en la eliminación de las diferencias
entre los sexos. Para el feminismo, la igualdad no implica que las mujeres nos comportemos
como hombres. Implica, eso sí, la eliminación del hombre como paradigma o modelo de ser
humano, cosa que no es nada fácil de hacer porque ni siquiera somos conscientes de que todo
lo vemos, sentimos, entendemos y evaluamos desde una perspectiva androcéntrica.
Hablar de igualdad es hablar de diferencias, porque si mujeres y hombres fuéramos
iguales no tendríamos por qué estar discutiendo este tema hoy. El problema es que si las
mujeres decidimos que somos diferentes y que, por lo tanto, esa diferencia debe ser tomada
en cuenta por la ley, al instante nos damos cuenta que es precisamente nuestra diferencia la
que provoca nuestra desigualdad. Pero si decimos que somos iguales y que por lo tanto la ley
no debe tratarnos diferentemente, también al instante nos damos cuenta que el trato igualitario
que hemos recibido es el que nos provoca la desigualdad.
El problema es que el concepto de igualdad está íntimamente ligado al sistema
patriarcal y hasta podría decirse que es producto de él. El problema es que el concepto de
igualdad es tan androcéntrico como son todas las instituciones del patriarcado, incluyendo,
por supuesto, al Derecho. Pero podemos darle un contenido que no sea androcéntrico o, al
menos, podemos intentarlo. Si la igualdad es una construcción social, la igualdad puede ser
deconstruida y su naturaleza androcéntrica puede ser develada para, al menos teóricamente,
reconstruirla como un instrumento para retar, en vez de legitimar, todas las otras instituciones
sociales. Ya las feministas hemos demostrado como las ciencias, aún las exactas, no son tan
objetivas como se pretendía sino que en su gran mayoría son proyectos masculinistas.
También hemos demostrado que las religiones han sido instrumentos culturales para la
conquista del poder femenino, y hasta hemos demostrado que el Derecho y las leyes son
símbolos y mecanismos para el mantenimiento del poder patriarcal. ¿Por qué no entonces
develar la naturaleza androcéntrica del principio de igualdad ante la ley?
Si bien es cierto que la Declaración Universal de los Derechos Humanos sí incluyó a
las mujeres en su concepción de igualdad al declarar en su artículo primero que: “Todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón
y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos a los otros” y que el artículo segundo
establece que: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier
otra condición”, la igualdad que se establece ahí sigue teniendo como referente al hombre.
Prueba de ello es que no se tradujeron en derechos muchas de las necesidades de las mujeres.
Por ejemplo, no se reconocen los derechos sexuales y reproductivos a pesar de que la
maternidad y la reproducción han sido utilizadas para definir el rol de las mujeres en nuestra
sociedad y para negarnos el desempeño en otra serie de roles. Si a las mujeres no se nos
reconocen los derechos sexuales y reproductivos, será muy difícil gozar de los otros derechos
en un plano de igualdad con los hombres.
Descontentas/os con esta concepción de la igualdad jurídica, algunos/as tratadistas han
señalado que el artículo segundo de la Declaración debe ser interpretado como prohibiendo la
discriminación. Pero lo cierto es que el artículo no expresa esto claramente sino que hace
referencia a que en el goce de los Derechos Humanos ahí establecidos no se deben hacer
“distinciones”. Esto ha contribuido a que no se tenga mucha claridad acerca de en qué
circunstancias una distinción es una discriminación. Además, no todos entienden la no
discriminación de la misma manera. Para muchos tratadistas se cumple con el mandato de no
discriminación con sólo que en la letra no se dé un trato discriminatorio a un grupo de
personas. Al entender la no discriminación sólo en el campo formal igualan el concepto de no
discriminación al de igualdad formal ante la ley, con lo que no hay mucha diferencia en los
resultados que pueda tener una u otra utilización.
Peor aún, hay tratadistas que consideran que las distinciones basadas en la raza, la
opinión política, la nacionalidad, etc. no están justificadas jamás porque todos los hombres
nacen libres e iguales en dignidad, pero justifican tratamiento perfecto aún de parte de la ley
a las mujeres basado en las distintas funciones naturaleza y sociales que tienen unos y otras.
Para estos tratadistas, estas distinciones no son discriminatorias sino necesarias. Por eso
considero que sustituir el concepto de igualdad ante la ley por el de no discriminación no nos
avanza especialmente. Creo que lo que debemos hacer es tomar el mandato de no
discriminación y conjugarlo con el ideal de igualdad jurídica para construir un concepto que
no tenga como referente al hombre y lo masculino.
También hay quienes consideran que las mujeres tenemos necesidades “especiales” y
por ende tenemos que tener una protección especial de la ley, particularmente en el área del
trabajo remunerado. Esta protección especial históricamente no sólo ha partido del hecho
biológico de que las mujeres engendramos, parimos y amamantamos, sino de la presunción
social de que por ello somos las encargadas de todo el trabajo que implica la reproducción
humana. El que las mujeres seamos las únicas que podemos amamantar a las personas
humanas pequeñitas, no implica que seamos las únicas que podemos prepararles la comida,
llevarlas a la escuela o al medico o a jugar con ellas.
Bajo el patrón de la equivalencia las leyes se consideran neutrales, genéricas, iguales
para ambos sexos. Así, si las mujeres queremos gozar de los mismos Derechos Humanos,
tenemos que ser como los hombres. Este modelo parte de que si a las mujeres nos dan las
mismas oportunidades podremos ser como los hombres. Bajo este patrón las leyes son
consideradas igualitarias si exigen que las instituciones sociales traten a las mujeres como ya
tratan a los hombres exigiendo, por ejemplo, las mismas calificaciones para un trabajo, el
mismo horario y los mismos sacrificios que a se le exigen a los hombres. Creo que muchas
mujeres ya han experimentado en carne propia el precio que se paga por esta “igualdad”.
Es obvio además que esta concepción de la igualdad nunca podrá ser una real igualdad
porque parte de una premisa falsa: que las instituciones sociales, incluyendo las leyes y la
administración de justicia, son neutrales en términos de género. Suponiendo que las mujeres
pudiéramos comportarnos exactamente como los hombres, esta concepción de la igualdad
deja incuestionada la sobrevaloración de lo masculino que es precisamente la razón por las
cuales no hay igualdad entre mujeres y hombres.
Bajo el patrón de la diferencia se han creado distintas argumentaciones. Desde la que
ya expliqué de la protección especial, hasta las que plantean que la igualdad es imposible y
que lo que debería buscarse es la equidad y la justicia. Yo sostengo que ambas
argumentaciones siguen teniendo como referente al hombre. Creer que la igualdad entre
mujeres y hombres es imposible es creer que la igualdad sólo puede darse ente hombres y
olvidarse que también los conceptos de equidad y justicia fueron construidos teniendo al
hombre como modelo.
Argumentar que la igualdad no es necesaria ente mujeres y hombres es no ver que es
precisamente la falta de igualdad ente hombres y mujeres la que mata a millones de mujeres
al año: porque las mujeres no tenemos igual poder dentro de nuestras parejas, miles somos
asesinadas por nuestros compañeros; porque las mujeres no somos igualmente valoradas por
nuestros padres, miles somos asesinadas al nacer; porque las mujeres no tenemos el mismo
poder que los hombres dentro de las estructuras políticas, médicas y religiosas, morimos de
desnutrición, en abortos clandestinos o prácticas culturales como la mutilación genital y las
cirugías estéticas y obstétricas innecesarias. La desigualdad entre hombres y mujeres mata.
La desigualdad viola el derecho básico a la vida y, por ende, el derecho a la igualdad brota de
la necesidad que sentimos todas las personas de mantenernos con vida.
Además, la igualdad ante la ley sería un derecho innecesario si la diversidad no
existiera. Si todos los seres humanos fueran exactos, si todos fueran blancos, heterosexuales,
cristianos, sin discapacidades, adultos, etc., y todos tuvieran las misma oportunidades
económicas bastaría con establecer una lista de derechos que estos seres humanos tendían, sin
necesidad de establecer que todos los tienen por igual. Fue precisamente el reconocimiento de
que hay diversidad ente todos los seres humanos, el que llevó a la necesidad de establecer que
todos lo seres humanos tienen derechos a gozar plenamente de todos los Derechos Humanos
sin distinción por raza, edad, sexo, religión o cualquier otra distinción.
Y claro, ahora el reto es entender que esa prohibición de hacer distinciones se refiere
al mandato de no discriminar pero no sólo de no discriminar en la letra de la ley, sino a que
no haya discriminación en los efectos y resultados de esas leyes, es decir, que ninguna persona
vea sus Derechos Humanos limitados o restringidos por pertenecer a un grupo o clase de
personas que no son plenamente humanas.
Capítulo II
La construcción socio-religiosa de la feminidad
La confluencia de cultura y religión colocan a las mujeres de los primeros siglos en el centro
de una disputa política entre el régimen gobernante y la institucionalización del cristianismo.
Ninguno de los poderes velaba por la protección y seguridad de las mujeres, sino que sus cuerpos
y su sexualidad fueron el locus de actuación de sus luchas de poder. Prevalecía en el mundo
mediterráneo de aquel entonces la creencia de que las mujeres representaban un peligro para los
hombres por su voracidad sexual y por tanto había que controlar su cuerpo y su sexualidad. Es así
como la corporalidad en los primeros siglos es básicamente un cuerpo de mujer. La mujer se vuelve
cuerpo y su cuerpo es despreciado. Es un cuerpo que ha quedado viciado con la mirada de los
hombres, pues lo usaron como punto de partida para definir su propia sexualidad masculina. Es
un cuerpo que ha sido desnudado de realidad y revestido ideológicamente, hasta convertirse en
espacio colonizado sobre el cual se asienta una subjetividad igualmente distorsionada (Muñoz
Mayor, 1995; Shaw, 1998; Miles, 1989).
Bajo ese prejuicio corporal, tanto la tradición greco-romana como la cristiana exigían a las
mujeres cumplir con el estereotipo “mujer-vergüenza-de-su-casa”, un modelo que tuvo
proyecciones distintas para ambas tendencias. El conflicto de poder surgió con la conversión de
algunas mujeres al cristianismo, que las colocó en el foco de la tensión político-religiosa, puesto
que éstas fueron introduciendo cambios al modelo predominante. Por un lado, para el cristianismo
las mujeres casadas con un no-creyente fueron un puente intermediario para afianzar el dominio
de la fe cristiana y por eso eran veladamente reconocidas en su rol de liderazgo eclesial-doméstico
(Brown, 1993; McDonald, 1996). Otra ruptura de modelo que inequívocamente replantea la
ambigüedad de los estereotipos femeninos, fue la participación económica de algunas mujeres
inmensamente ricas, virtuosas e inteligentes que sostenían proyectos de la iglesia naciente. Como
mujeres no se ajustaban al modelo de dependencia del esposo promovido por la iglesia; no
obstante, la iglesia en ciernes soslayaba esta transgresión porque no podía prescindir de su servicio
(Brown, 1993). Para el mundo no cristiano o pagano, las mujeres que adoptaban la creencia
cristiana eran inmorales y representaban una afrenta para el orden político, y como tales eran
denigradas y perseguidas. Esa censura evidencia la importancia política que el régimen imperial
otorgaba al rol de las mujeres dentro del cristianismo, porque en alguna medida perdían poder al
perder gobierno sobre las mujeres.
Por otro lado, el auge del cristianismo en el primer siglo desdibujó parcialmente la frontera
socio-espacial que se había delineado entre lo público masculinizado y lo privado feminizado,
debido a que los primeros recintos eclesiales fueron los hogares de las personas seguidoras, entre
ellas muchas mujeres. Se trasladó a un recinto privado una actividad religiosa considerada pública,
lo cual permitió que algunas mujeres desempeñaran tareas públicas en su entorno privado. Esta
maleabilidad de espacios y roles sociales les permitió colocarse en un rol diaconal reconocido
como autoridad dentro del movimiento cristiano (Schottroff, 1995). En alguna medida esta práctica
eclesial rompe con el principio de que el rol es concomitante con el espacio, generando así una
situación ambivalente en el modelo canónico de subjetividad femenina, pues el liderazgo religioso
femenino no se correspondía con el espacio de la casa desvalorizado socialmente. Se produce una
ruptura del guión patriarcal polarizante de la vida. Este episodio de corta duración demuestra lo
que el feminismo ha venido argumentando en los tiempos contemporáneos, de que la reproducción
de las personas tiene lugar en ambas esferas que han sido separadas maniqueamente. Lo cotidiano,
lo que ocurre dentro de las paredes de la casa, son micro-poderes que se proyectan en los grandes
desequilibrios de poder, como ocurrió en el segundo siglo cuando las primeras mujeres cristianas
transgredieron su rol y subvirtieron el espacio. Su participación personal en el campo religioso se
volvió política al irrumpir lo público en la cotidianidad y fueron castigadas por eso.
Otra transgresión se produjo con el ascetismo de los primeros siglos de cristianismo, pues
abrió la posibilidad para que algunas mujeres intentaran un liderazgo religioso extra muros,
adoptando modelos identitarios que desafiaban al establecido. Esta transgresión constituyó un
ejercicio civil, vía sentimiento religioso, cuya importancia política se comprueba con el desdén
que historiadores y teólogos tuvieron al ignorar a estas mujeres en sus relatos y en la mención de
ellas en los textos canónicos. En las misiones se incorporaron jóvenes mujeres que, ataviadas como
hombres, rompieron con los esquemas espaciales que las confinaban a la casa. Estas mujeres,
catalogadas como mulier virilis, fueron virtuosas según los parámetros cristianos por renunciar a
la sexualidad y porque la virilidad incorporada a su rol las perfeccionaba a los ojos de los hombres.
Sin embargo, su negación corporal tiene connotaciones negativas profundas como modelo de
subjetividad, porque al transformarse adoptando un rol sexual contrario, es decir, al ser al mismo
tiempo mulier y vir, que eran los opuestos complementarios del ideario antropológico, la
subjetividad optada seguía sustentándose en la visión patriarcal y evolucionista sobre la
inferioridad de las mujeres (Pedregal, 2005). Es un modelo que sigue siendo una tentación para
algunas mujeres contemporáneas porque encuentran a través de la masculinización un espacio
social reconocido, pero con un íntimo sentimiento de auto-traición y de deserción de género.
El imago “mujer-vergüenza-de-su-casa” se había sustituido dentro del mundo cristiano con
la representación “esposa/novia-de-Cristo”, recalificando la denigrante metáfora “Israel-esposa
infiel” del período antiguo-testamentario. Ya no era equiparada al pueblo ni a la casa, sino a la
Iglesia, siempre en sujeción complementaria con una figura masculinizada que detentaba poder
sobre ella. Bajo ese modelo muchas mujeres buscaban perfeccionarse a través de la virginidad y el
ayuno, alejándose de lo mundano en el desierto.
Según María Jesús Muñoz (1995), el ascetismo de la vida monástica era un martirio resignificado
como una purificación progresiva a lo largo de la vida. En el sentido político, el retiro en el desierto
desafiaba los roles viables que tenían las mujeres de ser madre, o esposa, o prostituta, todos
definidos con relación a un varón. Aún con el ascetismo tampoco les fue permitida la igualdad
espiritual buscada, sino que ésta se lograba al alcanzar el cielo.
La intervención de la Cristiandad en la subjetividad de las mujeres, a través de su cuerpo,
resulta paradójica con la doctrina sobre la encarnación de Dios a través de Cristo, según apunta
Miles (1989), pues desdeña la materia humana, marginalizando al cuerpo y espiritualizando el
proyecto cristiano. La autora afirma que la negación del cuerpo y lo carnal no se dio porque la
Cristiandad optara por un enfoque filosófico o espiritual, sino porque el sexismo de las sociedades
cristianas permeó las representaciones, identificando a los hombres con lo racional y a las mujeres
con lo corporal. Así erradicaron la carne, desprestigiando al cuerpo (y por ende a las mujeres), y
desvirtuando de paso el proyecto cristiano de encarnarse. En los siglos III a IV ya el cuerpo se
había vuelto una carga dentro del cristianismo de manera que el ascetismo se asumía como una
auto-conquista que sometía a la carne con el poder de la mente o el espíritu (Shaw, 1998). Aunque
el camino de la abstención era voluntario, empezó a aplicarse una penitencia canónica por
determinadas faltas cuyos infractores parecían ser más resistentes a renunciar a su pecado. Se
trataba de penitencias extremas que recaían más sobre las mujeres que los hombres, especialmente
si sus faltas estaban relacionadas con su pareja o su vida sexual. Los hombres no eran castigados
por las mismas faltas (Muñoz, 1995).
Bordieu como “la exaltación de los valores masculinos que tiene su tenebrosa contrapartida en
los miedos y las angustias que suscita la feminidad…” (2000:69).
En consecuencia, los sentimientos ambivalentes de amor y odio hacia la figura materna que
le mueven a controlar a las mujeres, la lucha por el poder con el padre como prototipo de los otros
hombres que le impulsa al logro social, y la necesidad de probar compulsivamente su virilidad y
paternidad apropiándose de su descendencia, son los componentes fundantes de la masculinidad
patriarcal que están conectados con el mito edipal. A este proceso psico-social se agregan los
factores antropológico-culturales e históricos que han ido conformando las representaciones
femeninas y masculinas y creando las instituciones generizadas. No se trata de establecer qué fue
primario entre los procesos psíquicos y antropológicos, sino de establecer la vinculación entre
ambos procesos para trazar nuevos caminos de subjetivización e institucionalización. En la
perspectiva socioedípica patriarcal, los hombres se han tendido una trampa. Como se ha
mencionado, en la configuración espacial, corporal y mental sustentada en las diferencias sexuales
exaltadas y manipuladas desde lo masculino, han depositado la crianza en manos de las mujeres,
autoeliminándose en la satisfacción de sus necesidades afectivas, y creando en consecuencia este
círculo de ambivalencia social y afectiva.
Aquello que hemos señalado como la influencia originaria del cristianismo en la subjetividad
de las mujeres se sigue sustentando en el presente con las verdades eternas del pasado. Ivone
Gebara (2007a), afirma que la tradición es la que sustenta ideológicamente a las doctrinas religiosas
en sus intereses de dominación y por tanto hay que aplicarles una hermenéutica para dirimir su
influencia sobre las conductas humanas. Hace el balance de que la crítica feminista ha logrado
penetrar la teología y el poder religioso, pero lo ha hecho muy tangencialmente en la organización
de las iglesias. El problema central que encuentra para que se produzcan más cambios a nivel de
las instituciones religiosas es que el cristianismo se construyó con una simbología masculina
jerarquizada que fue anterior a la teología. Por esa razón la simbología tanto cultural como cristiana
siguen normando la vida cotidiana y las relaciones humanas con una visión excluyente y
polarizada. Sólo la apertura hacia una simbología plural contribuiría a romper la dominación de la
jerarquía masculina y los esquemas fundamentalistas de la tradición cristiana, que siguen rigiendo
desde los primeros siglos del cristianismo.
Gebara (2007b:5) resalta la incapacidad de los “príncipes” de la Iglesia para escuchar las
necesidades de las mujeres, pues siguen viendo a la Iglesia como la Madre y Maestra, cuando en
realidad sería el Padre y Maestro por su dominio jerárquico patriarcal. Siguen controlando los
cuerpos de las mujeres y viendo la fertilidad del vientre femenino como origen de la vocación
fundamental de las mujeres, ignorando que hay otras formas de fertilidad en el pensamiento, el arte
o la política. Agrega la autora, que aunque no han reconocido la teología feminista, para las mujeres
su realidad contradictoria y paradójica se ha convertido en la base epistemológica de una teología
y sabiduría diferentes, pues rompe con un más allá idealizado que ignora el presente opresor.
Al estar la subjetividad de las mujeres influenciada por el pensamiento religioso, es necesario
llevar el análisis a la vinculación entre los afectos y las creencias religiosas, tanto en la construcción
teológica como en la apropiación de las creencias. Según Carlos Domínguez Morano (2002), la
creación de las representaciones de lo sagrado tiene un fuerte ligamen con las pulsiones psíquicas
primarias de las personas. Podríamos afirmar que esta conexión psico-religiosa ha ocurrido en las
etapas más intuitivas del discurso religioso hasta las elaboraciones teológicas más racionales del
presente. El arraigo de lo religioso en lo emocional da fuerza a las doctrinas porque hace eco con
los sentimientos más primitivos de las personas creyentes, de manera que valores cristianos
prescritos son introyectados en su subjetividad. La clave de la conexión entre lo emocional y lo
religioso, según Domínguez, es la ambivalencia afectiva promulgada por Freud. Las
representaciones religiosas están vinculadas con las relaciones más significativas en el desarrollo
humano, especialmente la relación con la madre y el padre, como las metáforas que ya se han
mencionado. Como la relación con la madre y el padre está impregnada de sentimientos
ambivalentes, éstos también proyectan a los sentimientos religiosos. La ambivalencia afectiva no
es un aspecto negativo y sin solución de la psique, sino que encierra una contradicción de
sentimientos que será inherente a su subjetividad y que influirá en la forma en que las personas se
vinculen afectivamente con otras (Bleger, 1998). La evolución del dilema afectivo depende en
gran medida de la cualidad psico-social de la crianza. Según la manera en que las personas
desarrollen su seguridad personal, su auto-confianza, ésta se proyectará sobre su forma de ser y
estar en el mundo. Esto incluye a las creencias religiosas y la práctica de su fe.
Afirma Domínguez Morano (1995) que la vivencia de la fe cristiana podría estar cargada de
sentimientos constructivos o destructivos, según se resuelva la ambivalencia entre amor y odio. La
falta de maduración subjetiva podría llevar a las personas a utilizar las representaciones sagradas
para protegerse de una realidad angustiante u hostil, creando una realidad falseada que desea evadir
con sus creencias mágicas (Domínguez Morano, 1990). La religiosidad, entonces, se presta como
ninguna otra dimensión cultural para ser usada como mampara ante lo negativo del entorno y para
caer en un ostracismo que ignora otros conocimientos y explicaciones sobre esa misma realidad.
Acorde con la madurez de las personas, la religión podría tener expresiones diversas como el
misticismo, el profetismo, el ascetismo y otras. Estas experiencias religiosas pueden conducir a
una vida de plenitud, porque por un lado su fe genera bondad y justicia, y por otro lado porque su
fe es consecuente con la realidad socio-histórica y busca transformarla con valores religiosos
orientados hacia la vida. Sin embargo, la carencia de una suficiente integración de los afectos
ambivalentes puede conducir a las personas a una absolutización de las creencias religiosas,
cayendo en el fanatismo, el fundamentalismo o el fariseísmo, como formas de destructividad de
expresar la fe y a las que subyace el conflicto ambivalente. De esa destructividad la historia nos
ofrece múltiples eventos deshumanizados, y colectivos, que son difíciles de entender como
expresiones socio-religiosas. Hay también manifestaciones religiosas destructivas en las
representaciones de género que hemos venido analizando, que no responden sólo a los sentimientos
religiosos sino también a los condicionamientos sociohistóricos, pero que se alimentan de la
ambivalencia afectiva del liderazgo masculino, muy exaltado en una sociedad de estructura
patriarcal.
La ambivalencia afectiva opera entonces en una doble vía, tanto para quienes configuran
las creencias como para las personas que adhieren las creencias, generándose así un espacio de
ambigüedad en la religión, que al igual que en la subjetividad abre la posibilidad a alternativas
diversas de creer y de ser. Al residir la ambivalencia en el origen mismo de las representaciones
religiosas, esto ha generado ambigüedad sobre los temas que la religión intenta responder, como
la corporalidad, la sexualidad, la identidad, el estar y pertenecer. La ambigüedad se produce porque
las significaciones que se le da a los comportamientos humanos entran en contradicción con la real
naturaleza de las cosas, y coloca a las personas en situaciones falsas o insostenibles. Y si al mismo
tiempo, las personas se acercan a los temas vitales con sus propios sentimientos ambivalentes de
la infancia, o bien se refuerza el lado destructivo o bien se abre un camino de posibilidades para
generar cambios en la subjetividad y en las creencias.
La construcción socio-religiosa de la feminidad
La Transversalidad del Género
Mireya Baltodano
entra por una pequeña puerta, para descubrir que tras el umbral existen muchas otras
puertas por las que hay que pasar para tener una panorámica completa de lo que significa
género, que nos desafía a continuas reconstrucciones de viejas formas de pensar, sentir y
actuar. Bien podría ser que el traspaso de uno o dos umbrales sea suficiente para marcar
El punto de entrada al universo del género puede ser cualquiera, pero la salida sólo se
alcanza tras haber cruzado las puertas de las esferas ideológico-culturales, institucionales,
personal. Bien podría ser que se descubran las inequidades de género en el análisis social,
instituciones que se vuelven tan intocables, o con las actitudes y valoraciones tan arraigadas
que nos hacen reaccionar espontáneamente con los viejos patrones aprendidos. Por tanto,
el estudio del género obliga a hacer el recorrido crítico completo de cómo las sociedades
estructuradas por el género han sido permeadas por la ideología patriarcal, una ideología que
rebasa los constructos sociales sobre los sexos. Igualmente, el análisis de género nos
reconstructiva.
de versatilidad, de revés… en fin, de traspasar algo. En América Latina nos hemos apropiado
de este término fácilmente porque tenemos una composición humana multi-étnica y una
utilizada como un principio que inspira políticas y medidas sociales que tengan como efecto
la equidad de género, con cambios de largo alcance en todas las esferas sociales, patrones
de las mujeres y de los hombres dentro de esas políticas. Este principio movilizador abarca
El balance sobre estas décadas del género, sin embargo, ha reflejado que una deficiencia
en las relaciones de género, integrando a toda la sociedad –hombres y mujeres— para seguir
para alcanzar la igualdad de derechos y oportunidades. Aunque los hombres nunca han
39Se recomienda la lectura del libro Democracia de Género: una propuesta para mujeres y hombres del
siglo XXI, que hace un balance del avance de las políticas con equidad de género de las últimas
décadas. (Gomáriz y Meentzen, compiladores. San José, Costa Rica: Fundación Género y Sociedad,
2000.
estado excluidos en las políticas de género, el enfoque busca una mayor responsabilidad
compartida, a través del trabajo con hombres y entre hombres. Este giro más incluyente
Tampoco ignora que han habido más avance en la equidad de género a nivel social en algunos
países más que en otros. También reconoce que debido a los desequilibrios socio-económicos
entre mujeres y para las mujeres. Es evidente también que en algunos sectores sigue siendo
necesario mantener las luchas emancipatorias y reinvindicatorias de las mujeres por las
mujeres.
aunque ambas persiguen la equidad de género, la primera está más orientada a organizaciones
En ambos casos se trata de enfoques programáticos que marcan un medio para lograr la
democracia genérica— desde una perspectiva ética que busca la equivalencia humana, el
igualitaria y compartida en todas las esferas de la vida, sobre otro orden social que supere
las distintas formas de opresión y que genere sujetos con derechos ciudadanos plenos. En
ese marco ético, la transversalidad se convierte en un eje actitudinal que promueve el pacto
relacionado con el desarrollo humano sustentable y por eso la lucha social debe tomar en
De lo integral a lo transversal
En la experiencia pedagógica sobre el género —o entrenamiento de género— la visión
históricas y abre el camino para el diálogo, vuelca la mirada hacia lo perdido y lo por ganar
comunitariamente.
compleja realidad cultural. La integralidad del género se puede ver desde lo subjetivo es
reconstructivamente todas las esferas de la vida, desde la cotidianidad más cercana al ser
holístico del género permite ver al ser humano en sus dimensiones biológica, socioeconómica,
ética, teológica, psicológica y cultural. Permite a las personas verse en medio del entramado
culturalmente.
Por otro lado, el género se conecta con las categorías de clase, etnia y generación.
En todas ellas el análisis del poder sirve de piedra angular para encontrar afinidades y luchas
de las inequidades en una u otra categoría, sin que aparezcan las otras como eslabones de
el género nos hace descubrir una diversidad, que no es más que la interacción de los
cada persona el género va cambiando con el tiempo. Por tanto, la diversidad mirada desde
el género va más allá de las diferencias sexuales y de las condiciones de género. Es una
diversidad que incluye a otras condiciones sociales: las de generación, clase, raza,
subculturas, organizaciones sociales, etc. No es una diversidad que miramos desde afuera,
sino que ésta nos condiciona y por lo tanto hemos subjetivado, incorporando en nuestra
propia situación vital las condiciones como sujetos genéricos, etáreos, étnicos y clasificados
socialmente.
debe verse también desde una perspectiva bio-psico-social, pues evoluciona a lo largo del
ciclo de vida. Tanto el sexo —que aporta el morfismo sexual y corporal— y el género —que
conformar la identidad plural que hemos venido reconociendo. Los estudios científicos de
como reflexividad.40
Por lo tanto, podríamos afirmar que la diversidad se da en una doble vía. Es intrínseca
a la subjetividad, en tanto las personas están marcadas por su condición de género, clase,
generación y etnia. Se trata aquí de una diversidad hacia lo interno, que moldea una
subjetividad integradada por múltiples rasgos que resultan en una identidad plural que nos
permite posicionarnos en el mundo. En la otra vía, nos desplazamos en una realidad cultural
que agrupa a las personas según sus diferencias, con condiciones socioculturales atribuidas
a cada rasgo distinto; diferencias que son socialmente exaltadas y contrapuestas. En este
caso se trata de una diversidad externa y entre todos y todas, que se mueve en el plano de
lo relacional.
Juan Fernández (coordinador): Género y Sociedad (Capítulo 1, “El posible ámbito de la generología”),
40
de una realidad social que por un lado puede ignorar lo diverso, homogenizando, analizando
las categorías en abstracto, o anulando la diversidad a través del lenguaje. Por otro lado, la
de la transversalidad. Son los sujetos y las sujetos que se apropian de la diferencia como
inclusividad, nos hace ver más semejanzas que diferencias, nos obliga a vivir la experiencia
y no tan sólo abstraerla con supuestos de lo que es el otro o la otra distintos, nos conduce a
de masculino y femenino, según los términos culturales, sin negar, denigrar o exaltar ninguna
cuando reconciliamos lo adulto con lo juvenil, cuando armonizamos las propias raíces étnico-
este sentido nos vamos produciendo transversalmente como sujetos, para no quedarnos
Sólo la sintonía con nuestra diversidad interna nos permite conectarnos con las y los
puntos de encuentro entre los condicionamientos sociales por género, generación, clase y
grupos étnicos. La práctica transversal nos permite analizar lo que se comparte (las
La transversalidad por lo tanto es una ética de convivencia que orienta al ser humano
desalienando las partes negadas dentro de sí y conectándose con la otredad sin temor o
El análisis transversal del género es estructural en tanto abarca todas las esferas de
Mesosistema y Microsistema.
un sentido sistémico representan los espacios sociales e ideológicos que conforman la cultura
generizada. A cada uno de estos anillos se les ha dado contenido de acuerdo a la realidad
social que se organiza por géneros. Estos ámbitos atravesados por el género son:
medios de comunicación colectiva, las organizaciones sociales, el mundo del trabajo, los
mundo cotidiano, el manejo del espacio, el tiempo y los roles, el relacionamiento intergenérico
Clase
Género Macrosistema Generación
Exosistema
Mesosistema Etnia-Cultura
Microsistema
Transversalidad
Externa
Transversalidad
Interna
Con este esquema se puede hacer un análisis transversal, tanto crítico como
género que sigue la cultura patriarcal. Desde su marco ideológico sexista y patriarcal
(Macrosistema) plantea los grandes ejes conceptuales que reproducen las instituciones
(Exosistema), que toman forma en los imaginarios sociales, las creencias y las actitudes
relacionamos (Microsistema).
Si analizamos algunos de los temas que plantea la teoría de género, tales como las
identidades, los cuerpos, los roles, las relaciones inter-genéricas o intra-genéricas y las
manifiesto en los ámbitos sociales que dan sustento a la lógica de género. Así logramos hacer
entre ellos. Por ejemplo, a nivel de las instituciones sociales (anillo del Exosistema), se da
En el trabajo con las organizaciones sociales los puntos de partida son aquéllos donde
realidad. En el análisis y en la formación, cualquier ámbito social de los aquí señalados puede
de partida es sólo la entrada para engranar el resto de ámbitos por donde pasa la conciencia
de género.
términos pedagógicos, el género no puede quedarse sólo como un tema aislado, sino que es
sociales.
se da entre categorías sociales por sus propias condiciones opresoras, emerge de una raíz
opresión sino en la esperanza, cuando el principio ético se hace práctica de vida. Las sintonías
empiezan a desvanecerse. No se puede pensar con equidad de género sin intentar vivirla.
Aunque se dan, las dobles-vidas resultan insostenibles en los espacios públicos y privados.
alternativa es vana. La categoría de género nos ofrece el instrumento para el análisis crítico,
hombres en los estudios de género. El diagnóstico de estos años de feminismo y género han
demostrado que el avance de la transformación social con equidad de género requiere de co-
responsabilidad para asumir —por parte de los hombres— y para permitir —por parte de las
Mireya Baltodano
Introducción
Conferencia de clausura presentada a los hombres graduandos del Programa de Masculinidad, del
42
Centro Bartolomé de las Casas, San Salvador, El Salvador, 27 de octubre del 2007.
y los temores nos podrían traicionar para volver a pensar, sentir y hacer más de lo
mismo. No es que seamos veletas a la deriva en el vaivén del oleaje cultural, sino que
debemos reconocer que es necesaria esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza para ser
hombres y mujeres en transición de su auto-definición.
Por eso he llamado a mi conferencia Y ahora… ¿qué? Quise situarme en el
momento de ustedes, y plantear esa pregunta que nos hacemos cuando cruzamos un
umbral: ¿Y ahora qué? Una pregunta simple, pero desafiante. La identidad es la
respuesta a la pregunta ¿quién soy? Mas el proceso de auto-identidad es saber
responder a la pregunta ¿Qué? ¿Qué pienso? ¿Qué siento? ¿Qué hago? Como seres-
caminantes vamos a encontrar bifurcaciones o encrucijadas entre formas de ser y no
ser, que como modelos externos nos provocarán preguntas internas como esta: ¿y ahora
qué? Ese es el juego psíquico de ir armonizando lo que percibimos a través de las
relaciones inter-personales con lo que interiorizamos en nuestra vivencia intrapersonal,
la reflexión interior sobre mi mismidad. Esta es la dinámica con la que se desarrolla la
subjetividad: lo externo versus lo interno.
El trabajo con hombres con perspectiva de género tiene una enorme validez en
tanto la revolución micro-social, es decir el cambio personal, se proyecta hacia la esfera
macro-social. A lo sistémico dominante se le responde con lo sistémico democrático. Y
como en materia de género no hay cómo separar lo personal de lo social-cultural, la
metodología de trabajo que parte de lo personal es poderosa. Eso de alguna manera
se sustenta con la evaluación que se ha hecho de 20 o 25 años de teoría de género, que
refleja mucho más avance y reivindicaciones en el espacio institucional y mucho menos
a nivel familiar y relacional.
Por eso, porque mi profesión de psicóloga me mueve a ver primero el árbol antes
que el bosque, porque cuando doy clases espero que el aprendizaje toque corazones y
no sólo cerebros, y porque soy mujer que empezó a explorar los estudios de género al
mirar mis incoherencias, me gustaría analizar brevemente tres áreas de la masculinidad
que hay que seguir trabajando, aún después de haber participado en talleres.
Al abordar estas tres áreas, menciono nuevamente dos componentes intrínsecos a
los procesos de trabajo con la subjetividad:
√ Que el proceso de construcción de la subjetividad nos mantiene por un tiempo
con identidades en transición y podemos en ocasiones ser alternativos y otras veces
tradicionales.
√ Que la revisión de cualquier área de la vida personal tendría que irradiar cambios
en el plano social y comunitario, en esa tríada de hombre – sujeto generizado – actor
social.
Los temas son titulados con la disyuntiva entre el ser y no ser.
Padre abstracto versus Padre real
Hace tiempo vengo afirmando en los talleres de género que todo comenzó con un
útero, representando a la maternidad que marcó la subordinación de las mujeres. Sin
embargo, pienso que es necesario dar más espacio al tema de la paternidad en los
estudios de masculinidades, porque el modelo de padre (el pater familias) parece ser
más bien el eje del patriarcado, pues justamente a partir del modelo paterno y el rechazo
del materno es que se construye la masculinidad hegemónica y arquetípica y por ende
la sociedad andocéntrica. De ahí la importancia de hablar sobre la paternidad. No sólo
porque el modelo parental es angular en la estructura del paradigma patriarcal, sino
porque los hombres padecen de falta de padre y este padecimiento configura la
masculinidad. He aquí la relación entre lo microsistémico y lo macrosistémico, entre lo
que parece tan personal --como sentir el vacío paterno-- y lo que sustenta ideológica y
compulsivamente un sistema, así llamado patriarcal.
Al hablar de “padre”, quisiera distinguir dos padres: el padre abstracto y el padre
real. En nuestra cultura, la noción de padre ha estado muy ligada al espermatozoide,
al acto de engendrar, cuando la paternidad en realidad debería estar ligada a la
adopción, es decir, el adoptar a los hijos e hijas engendrados en un acto de voluntad de
construirse como padres con ellos y ellas. La experiencia de la crianza re-significa así
la noción de padre como criador y no como gestor-proveedor. El padre real llega a ser
padre por el hábito de ejercitar la paternidad.
Al relevar el tema de la paternidad no lo hago por la justa lucha de las mujeres de
exigir a los hombres una paternidad responsable. Resalto el tema porque el ejercicio de
la paternidad está asociado a la construcción de la subjetividad, es decir, de la
masculinidad. No sé cuántos de ustedes son padres, pero sé que todos son hijos y
tuvieron un modelo de padre. ¿Ausente o presente? ¿Abstracto o real? ¿Poderoso o
cariñoso? Cualquiera fuera el modelo paterno, éste influyó en su masculinidad, al igual
que ustedes como padres, tíos o abuelos influirán en la subjetividad de los niños
cercanos.
Me gustaría abordar el tema de la paternidad a través de la experiencia como hijos.
Ya sabemos que en el clásico modelo familiar, la madre se hace cargo de la crianza y el
padre de la provisión material y de la sanción, roles estos que dejan a hombres y mujeres
con una identidad de género incompleta y sesgada. A los hijos varones los deja con una
“nostalgia de padre”, o en búsqueda continua del padre real y no el simbólico. Esta
carencia de padre se da no necesariamente por la ausencia física del padre, sino porque
en su crecimiento, el varoncito tuvo que alejarse y negar el afecto de su madre para
parecerse a su padre, quien usualmente se presenta como una figura poderosa y
distante. El paso del apego con la madre a la grandiosidad del padre, lo describe
claramente un niño de esta manera:
“Mi padre es gallo. Ahora soy pequeño y soy un pollito;
pero cuando sea algo mayor seré una gallina, y cuando
sea más mayor seré un gallo”. 43
Con el fin de consolidar la masculinidad, el niño (el pollito) -- que está muy
identificado con su madre, pues quiere ser gallina -- debe dejar el mundo afectivo que
se ha mal llamado femenino, y para eso debe desidentificarse con la madre y repudiar
todo lo “femenino”, para identificarse con su padre y hacerse hombre. La polarización de
roles de género fuerza al niño a negar sus necesidades afectivas y a orientarse por un
sentido fálico, de omnipotencia, que es el eje de identidad de la masculinidad
hegemónica.
Este desarrollo tiene un alto precio a nivel emocional, porque reprimir sentimientos
no quiere decir que las necesidades afectivas desaparezcan, sino que se mantienen
negadas y reaparecen en momentos de crisis. En la niñez las expresiones afectivas
compartidas con la madre quedan postergadas y el vacío se acentúa ante la frustración
de tener que identificarse con un padre lejano afectivamente y que posiblemente esté
atravesando las mismas carencias emocionales. Con mayor razón, pues, la paternidad
real, ejercida afectivamente, podría contribuir a que los niños no renuncien por represión
a sus sentimientos, sino que los puedan expresar y satisfacer alternadamente con
padres y madres afectuosos. Así, padres e hijos recompondrían el sentido de virilidad
sin mutilar lo que se ha venido llamando femenino. Así, padres e hijos encontrarían el
sentido de completitud, porque no son vaciados de su necesidad de amar y tocar a sus
congéneres, ni de rechazar su vulnerabilidad.
43Adaptación de un texto aportado por Sigmund Freud en Totem y Tabú. Citado por Irene Fridman
(2000). “La búsqueda del padre. El dilema de la masculinidad. En: Irene Meler y Débora Tajer (comp..).
Psicoanálisis y género. Buenos Aires: Lugar Editorial.
La experiencia de ser padre real aporta nuevos significados a la subjetividad del
sujeto hombre y desmantela la masculinidad paradigmática fundamentada en la
negación de lo afectivo y en la asociación de afectividad con homosexualidad y por otro
lado sanaría los miedos atrapados que se convierten en violencia hacia ellos y contra
otras y otros. En tal sentido, la práctica de la paternidad real, además de ser un asunto
personal vital, es un asunto político, porque toca los cimientos mismos de la subjetividad
de niños y niñas y contribuye a replantear la ideología paternalista y sexista.
Con mayor frecuencia se usa el concepto de poder para calificar las relaciones
inter-genéricas. En esta ocasión deseo utilizar un concepto equivalente, dominio, para
darle un significado más amplio al poder masculino androcéntrico. Afirmamos que el
sistema patriarcal es de dominación de un género sobre otro, para subordinarlo. Esta
es una afirmación sociológica. ¿Pero qué implicaciones personales tiene estar en el lado
del género dominante? ¿Qué dominan los hombres? ¿Por qué dominan? Me gustaría
explorar un poco la complejidad del dominio masculino desde la perspectiva de la
subjetividad para proyectarla luego a lo estructural.
El concepto de dominio hace referencia a disponer de lo propio y de lo de los
demás, con un sentido de territorialidad y ascensión sobre personas. Su definición es
más gráfica que la de poder y permite describir más fácilmente el tipo de dominio
androcéntrico. En la línea en que hemos venido analizando la subjetividad masculina –
la vaciedad paterna y la dificultad para intimar—el dominio masculino parece surgir como
compensación por la falta de dominio sobre sus propias necesidades emocionales y
corporales. Esta aseveración no deja de lado la presión de la sociedad para que los
hombres cumplan el rol dominante.
Recurrentemente, en los análisis psico-sociales sobre los conflictos de los hombres
con su rol de género, aparecen los mismos elementos: emocionalidad restringida,
dificultad para construir relaciones entre hombres, preocupaciones por el éxito, el poder
y la competencia, y finalmente conflictos entre el trabajo y las relaciones familiares.
Estos cuatro elementos revelan en sí mismos el desequilibrio entre lo que ya la cultura
se ha encargado de yuxtaponer: lo emocional con lo cognitivo, lo privado con lo público,
lo laboral con lo familiar. Cuando el desequilibrio psico-social ocurre, la ley de la
compensación entra en juego para proyectar en otros lo que no se ha resuelto dentro de
sí. Tal parece que al no tener dominio de los propios fantasmas, los desplazan hacia
otros u otras para hacerse la idea de que dominando a las demás personas se puede
tener dominio propio. Y la cultura se encarga de señalar el camino del desplazamiento
de lo no resuelto en los hombres: las mujeres.
Ese desplazamiento se llama sexismo, que se manifiesta como una actitud de
prejuicio hacia las mujeres, es decir, las depositarias de lo débil y lo incompleto que no
se auto-reconocen algunos hombres. Pero el sexismo no es sólo actitud, es también
ideología que estratifica a la sociedad por géneros polarizados, a través de mecanismos
intra-personales (la subjetividad), inter-personales (relaciones hombres-mujeres) e
institucionales (la cultura), mecanismos éstos que hemos venido mencionando. Así, la
actitud personal y la ideología se juntan para alimentar al dominio androcéntrico.
El sexismo puede ser hostil o sutil. El hostil es viejo conocido por su paternalismo
e inferiorización de las mujeres. El neosexismo se presenta como una ambivalencia
entre el sexismo hostil y el benévolo, es decir una amalgama entre negatividad hacia
las mujeres y ciertos reconocimientos. En realidad el sexismo benévolo es un dominio
asumido con caballerosidad, a través del cual algunos hombres ven a las mujeres
limitadas para algunas tareas, mientras se ven beneficiados con sus virtudes
maternales y de esposa, a cambio de protección económica.
El sexismo ambivalente refleja claramente la ambivalencia de la subjetividad
masculina, que por un lado exaltan en las mujeres lo que han reprimido dentro de sí
mismos (emocionalidad y relacionamiento), y por otro lado dominan en las mujeres las
características compensatorias que han podido desarrollar (productividad y autoridad).
De hecho, el sexismo ambivalente ha surgido más fuertemente en reclamo por las
estrategias de empoderamiento de las mujeres y por la rapidez con que están
ingresando a campos antes exclusivos de los hombres. Obviamente, el carácter
sistémico de la lógica de género hace que los movimientos transformadores de un grupo
generen contra-movimientos en el otro grupo, y aunque las primeras reacciones sean
hostiles o dominios disfrazados de benignidad, también producen cambios muy
positivos en el replanteamiento de las subjetividades de los hombres y la búsqueda de
nuevas configuraciones en el relacionamiento inter-genérico.
Frente al dominio compensatorio sobre los cuerpos, mentes y comportamientos
de las mujeres, aparece el pardigma de la plenitud, cuando los hombres puedan
desarrollar un sentido de sí mismos más integrado, incorporando a su mismidad partes
ocultas de su humanidad, y renunciando a la tendencia propia del terrateniente, de
ensachar sus dominios para apropiarse de otros y otras. Posiblemente la aceptación de
la propia incompletud sea el principio de la búsqueda de la plenitud. Para eso se hace
necesaria una ardua faena de desempoderamiento, de soltar, de dejar ser y para ser.
Barberá, Ester y Martínez Benlloch, Isabel (2005). Psicología y género. Madrid: Pearson
Educación.
Meler, Irene y Tajer, Débora, compiladoras (2000). Psicoanálisis y género. Buenos Aires:
Lugar Editorial. 21
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Mireya Baltodano
Creencias Cómplices
U
na pregunta frecuente es por qué a veces las mujeres se
repliegan a situaciones que las alienan o se sujetan a
relaciones dañinas en el espacio laboral o familiar. Este
sometimiento puede también ocurrir en mujeres que
tienen conciencia de las asimetrías por su condición de género.
Obviamente el contexto patriarcal que nos forma es parte de la
respuesta, pero no basta con la prontitud de esta explicación. Se
hace necesario entender los complejos procesos subjetivos que
nos hacen ser quienes somos. ¡Cómo se siguen equivocando
quienes creen que nacemos como somos! Este artículo busca
reflexionar sobre los imaginarios de género que se arraigan en
las creencias de las mujeres y de los hombres y cómo estas
creencias se conectan con imaginarios religiosos para perpetuar
las caducas interpretaciones sobre la subjetividad.
Imaginarios y creencias
Creencias falsificadas
El mal-estar de paralización
Uno de los males sociales que más daño ocasiona a las mujeres
es la violencia por su condición de género: la violencia de
género. El daño abarca todas las dimensiones humanas.
Cualquier forma de violencia de género (física, psicológica,
patrimonial, sexual, laboral, etc.) tiene efecto en la voluntad de
las mujeres porque les trasmite un sentimiento de impotencia o
desautorización. Un acto violento puede paralizar
momentáneamente a una mujer empoderada, pero entre más
sistemática y cruel sea la forma de violencia puede conducir
hasta la paralización total, la catatonía.
El mal-estar de dispersión
El mal-estar de hibernación
El mal-estar de disociación
Las mujeres pueden quererlo todo. Para tenerlo todo habría que
compartirlo todo, repartirse roles sin que nadie tenga que
desdoblarse por dentro. Quizá esta era la disyuntiva de Marta
cuando le reclama a Jesús por ayuda en las faenas de la casa. La
tan mentada historia bíblica de Marta y María, las amigas de
Jesús, ha servido para que se enseñe a las mujeres que María
escogió la mejor parte, porque era la parte espiritual, exaltando
la sacralidad de la predicación de la Palabra y la vanalidad de los
servicios domésticos, tareas éstas que son designadas a las
mujeres en las iglesias. Esa interpretación del relato tiene algo
de hipocresía. Alguien tiene que hacer el trabajo doméstico que
parece ser la peor parte. Escogerlo es no ser sabia, pero se
asigna a las mujeres. Parece ser una enseñanza mistificadora que
coloca a las mujeres en una situación insostenible, de doble
valoración. Quizá el reclamo de Marta no era en contra de su
hermana, sino un llamado a que los tres, incluyendo a Jesús,
atendieran la cotidianidad completa, es decir lo doméstico como
el estudio, para gozarse juntos en todo lo que sustenta la vida.
Marta no reclamaba para sí el rol doméstico pues ella era una
lidereza dentro de su comunidad. Reclamaba compartir todas
las tareas para no perderse de nada y para no tener que
disociarse.
El mal-estar de falsificación
Bibliografía
Burin, Mabel y Meler, Irene (1998) Género y familia. Poder, amor y sexualidad en la
construcción de la subjetividad. Paidós, Buenos Aires.
Weems, Renita J. (1997) Amor maltratado. Matrimonio, sexo y violencia en los profetas
hebreos. Desclée De Brouwer, Bilbao
Apego, trauma y violencia: comprendiendo las
tendencias destructivas desde la perspectiva de la teoría
del apego [Renn, P., 2006]
Publicado en la revista Aperturas Psicoanoaliticas nº024
Renn (p. 68) cita a Bowlby (1973, 1988) para quien la violencia
ha de comprenderse como una exageración y distorsión de las
reacciones de ira a través de las cuales el niño retiene a la figura
de apego; esta ira es, por tanto, una conducta potencialmente
funcional para mantener el vínculo de apego. Bowlby entiende
el asesinato como la incapacidad de quien perpetra dicho
crimen para tolerar el alejamiento de la figura de apego. Renn
añade que esta idea se ve confirmado por estudios que
muestran que la mayoría de los asesinatos de las esposas son
llevados a cabo por sus maridos tras la separación física entre
ambos.
Caso Michael
Comentarios críticos
Renn realiza un recorrido por las teorías del apego con la
pretensión de que dichas teorías nos van a permitir entender la
“violencia masculina en el interior de vínculos afectivos”. Es con
estas palabras con las que el autor designa lo que muchas
autoras feministas, entre las que me encuentro, preferiríamos
denominar violencia de género o violencia ejercida contra las
mujeres. No es que Renn desconozca quiénes son
mayoritariamente las víctimas (él mismo aporta datos sobre el
nº de homicidios de mujeres y niños en Inglaterra durante el
período 2002/3) pero al hablar de dicha violencia la denomina
“incidentes de violencia doméstica” (incidents of domestic
physical assaults), incidentes que pasan a ser descritos en
términos de “asaltos violentos entre adultos que ocurren
cuando existen vínculos de apego entre ellos”. Parece un
circunloquio que evita plantear en términos más claros los
golpes y el asesinato de que son objeto las mujeres a manos de
sus parejas del género masculino.
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In childhood, he expressed his anger and distresss by running
away from home and bedwetting, whereas in adulthood it was
enacted in violent crime[1]