Vous êtes sur la page 1sur 4

Estimado XXX:

Terminé de leer Nostalgia.

En aquella carta a mano que me diste, me confesabas que al releer tus textos sobre la ciudad
Esperanza y Miguel Paladin, sentías que no podías haber sido tú el que los escribió, que ni
siquiera los textos autobiográficos parecían contar realmente tu vida, sino la de otro y que
se te antojaban muy literarios. Creo que eso mismo es lo que pasa a lo largo de Nostalgia:
el amigo del ruletista que teme que no le creamos cuando escribe, el adulto que vivió la
historia del Mendébil pero que en un principio no recordaba su infancia y cuando halla el
texto redactado se extraña que pueda haberlo escrito él, la mujer que escribe en un
sanatorio y que luego no puede creer que ella haya redactado ese texto “Los gemelos”, Egor
y Svetlana con su escritura maquinal, el escritor del REM compartiendo su texto con su
personaje, el músico que escribe sobre el arquitecto y que después se enfurece porque sus
textos no le han otorgado gloria personal, sino que han logrado que se considere un
‘director de circo’, en el sentido de circo como exposición de monstruos.
Todo Nostalgia podría considerarse una reflexión sobre la escritura; principalmente sobre
la relación entre el escritor y su texto. La sensación de extrañamiento que Mircea comparte
a través de sus personajes escritores es la más lograda. He dudado de mi comprensión del
cuento, de las interpretaciones que me sugería; he sentido miedo al leer esas escenas. Leer
un texto propio del pasado puede ser más pavoroso que ver una fotografía nuestra de la
infancia, en la imagen nos reconocemos como otros por el físico, pero esa figura no marca
nuestro yo; en cambio, en la escritura fijada se nos revela un yo interior que ya no somos,
en consecuencia, dudamos de cuál yo somos realmente, nos preguntamos cuántos yo
diferentes hemos sido o seremos, por lo tanto, nos penetra la duda de nuestra constancia,
estabilidad y unicidad. Sentimos miedo.
Tenemos la opción de pensar que los personajes escritores realmente han olvidado lo que
escribieron o que sí recuerdan pero no quieren aceptarlo por alguna razón particular, como
las que acabo de exponer, o que aunque recuerdan de repente haberlo redactado no
pueden creer que ellos lo hayan hecho o saben bien que ya no son la misma persona o acaso
el escritor de REM les ha regalado a cada personaje unas hojas con sus historias, o el mismo
Mircea ha dejado en sus escenas estos textos, como una broma, para que sus personajes
las encuentren y trastabillen, y los lectores se queden más confundidos que antes. Sin
embargo, aunque a los personajes les parece inverosímil la idea de que ellos mismos hayan
creado ese texto, existe un reconocimiento de belleza en lo escrito o un ligero
autoreconocimiento o temor hacia algo que puede ser mágico, oscuro o sagrado, porque
los papeles en cada historia son guardados, ninguno de los personajes decide deshacerse
de estos, a pesar del desconcierto que les ocasiona o la inutilidad que le atribuyen. Aunque
no quiera volver a toparse con el texto, el escritor de “El Mendébil” elige guardarlo, como
si este fuera un objeto que a pesar de no ser deseado debe respetarse, por eso señalé antes
lo sagrado.
Continuando con esa última idea, los escritores del prólogo y el epílogo funcionan como
apóstoles o profetas o evangelistas del ruletista y el arquitecto, oficio y profesión,
respectivamente, que titulan los cuentos y que están vinculados a Dios. Pensé en el
arquitecto como Dios por la visión de los masones: Dios como el Gran Arquitecto del
Universo. Y también pensé en el ruletista como Dios, por el poema de César Vallejo “Los
dados eternos”, un juego de azar, y estos versos específicamente:

“Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte


del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.”

En estos versos, Dios es llamado “jugador”, un dios que practica juegos de azar; pero como
es dios su buena o mala suerte en el juego implica al universo entero y a la muerte. En “El
ruletista”, los aficionados al juego se reúnen clandestinamente, como los primeros
cristianos, a celebrar el juego y sentir alguna emoción y ganar dinero, intuyo que esto último
no les importaba tanto. El ambiente era sencillo, el oficiante muestra las armas o
herramientas del ritual, y en el altar está el ruletista apuntándose con el arma acordada,
todas las miradas hacia él para ver su sufrimiento y luego su muerte, su herida; como el
Jesús sufriente actual que cuelga de muchos altares católicos. El escenario cada vez se
decora más, mejores bebidas, se invierte más en él, los apostadores se van refinando más,
se incluyen mujeres en los rituales, cada vez más concurridos. Solo desean presenciar la
muerte de un ruletista, que se ha convertido en el único existente, al que todos admiran,
pero desean su muerte por morbo, moda, dinero; pero, sobre todo, por la búsqueda de
emociones más intensas que no le proporciona su anodina vida. Es una religión que aún
persigue a su dios para que se quede ahí muerto y estático en el altar para adorarlo. Somos
capaces de conocer la historia de este personaje porque tuvo un evangelista y amigo que
escribió su leyenda. Relaciono a Dios con el juego por la idea de la incomprensión del ser
humano de su plan universal que da la sensación de azaroso a los seres humanos.
En “El arquitecto”, se nos presenta un protagonista insustancial, que de repente un día
comete un error por el que todos sus vecinos se molestan. A partir de ahí cree que la bocina
de un carro es la voz del auto, y que esa es la manera en que la máquina se comunica con
la humanidad, por lo que quiere otorgarle una diversidad de opciones para que logre una
comunicación eficiente. Esta idea lo lleva a deshumanizarse poco a poco, a ser uno con la
máquina o un dios, o un dios máquina. Se queda sin necesidades fisiológicas ni emotivo
afectivas. Reúne ante él a un grupo de feligreses que son sus vecinos porque desean
escuchar la música que ejecuta, luego van a escucharlo de otros barrios y, finalmente, del
mundo entero, incluso le llevan regalos. Todos desean su música. Se le da más espacio para
él y sus sirvientes: su exesposa y su evangelista, que forman una pareja. Este relato me
recuerda el cuento de ciencia ficción “La última pregunta” de Isaac Asimov, en el que
finalmente una máquina dios vuelve a crear el universo pronunciado la frase “hágase la luz”.
En ambas historias, aunque la ciencia y la tecnología están presentes, la religión judeo
cristiana es utilizada para explicar una nueva creación del universo. El dios máquina
construye el universo de nuevo de la misma manera que lo hizo antes el dios judeo cristiano.

La estructura de Nostalgia es tan bella, bien pensada y armoniosa que me lleva a oponerme
a los críticos que lo proponen como un volumen de cuentos. Comprendo por qué Mircea
lo consideraba una novela, las vinculaciones entre historia e historia no son tan claras, pero
están ahí, y de eso quiero tratar en los siguientes párrafos. En todo caso, si bien no calza en
el concepto de novela que manejamos, me recuerda a los álbumes conceptuales de los
grupos de música, como Pink Floyd y “The Wall”.
Cârtârescu va soltando datos como pistas a lo largo de Nostalgia, ya sea para que el lector
pueda estructurar el libro como una novela o por jugar con nuestro afán humano de
buscarle una explicación a todo, una causa a las coincidencias y una justificación a los sueños
fantasiosos, para autosatisfacernos descubriendo secretos vanos y sentirnos más
inteligentes. No me sorprendería que Mircea solo haya querido burlarse de nosotros, pero
cada capítulo me deja con la sensación de ya haber leído esos datos o características antes.
Releo secuencias y me percato de que es cierto: los datos se repiten. Ha tenido la capacidad
de hacernos sentir déjà vus.
El escritor de REM tipea en una máquina Erika la historia de Svetlana y el escritor de “El
Mendébil” también usó una Erika para escribir esa historia. Mi mente se obsesiona con
vincularlos y proponer que son los mismos. Tal vez otros personajes escritores también
utilizaron ese tipo de máquina. No sería descabellado pensar que el escritor de REM tiene
una vida propia y que luego olvida lo que escribe. Crea personajes de los que luego se olvida,
y los deja por ahí sin una dirección fija a donde ir. Ambos escriben historias sobre infantes:
uno, sobre una pandilla de niños y el otro, sobre una pandilla de niñas.
En ambas historias, las niñas juegan con tizas de colores y dibujan rayuelas, como una
alusión a Rayuela de Julio Cortázar. Puede no ser tan forzada la vinculación ya que la
Svetlana adulta lee a escritores latinoamericanos, entre ellos Cortázar, cuyos libros se hayan
en su biblioteca. Los grupos de niños de cada relato son vistos por las niñas como un grupo
violento y salvaje. Svetlana no quiere jugar con los niños vecinos del barrio donde vive su
tía, porque afirma que les pegan. También se aprecian en su biblioteca libros de Gabriel
García Márquez, podría comparar a Remedios la bella ascendiendo a los cielos con las niñas
volando gracias a un termómetro y a la fiebre. Otro autor latinoamericano en su estante es
Borges, por supuesto, “El aleph” es una obligatoria mención en este párrafo por obvias
razones.
Creo recordar que, en algún cuento, tal vez no en Nostalgia, pero sí en Las bellas
extranjeras, Mircea describe un estacionamiento de conjuntos habitacionales en el que hay
carros o un carro abandonado, desde hace tanto tiempo que no recuerda haber visto a
alguien manejándolo. Podría relacionar la descripción de esa escena con el Dacia de “El
arquitecto”. Además, el tipo de auto rumano Dacia ha sido mencionado en más de uno de
sus relatos.
Aunque Nostalgia presenta un tono más serio u onírico que Las bellas extranjeras, Mircea
no pudo evitar burlarse de su propia creación de REM. Cuando Svetlana sale apurada de la
habitación del hombre que escribe su historia se topa con una pintura colgada en la puerta,
señala el claroscuro de la misma, y se fija que en la zona inferior el papel soporte está
rasgado justo donde termina la palabra REM. Inevitable reírse de la osadía de este personaje
que todo lo ve REM, tanto que ni un Rembrandt se salva. Así REM también es un juego:
remember, remembranza, rememorar, Remigio, remolacha. Excelente broma.
Podría proseguir así por varias páginas, pero por ahora será suficiente. Luego, sí me gustaría
ampliar este texto y descubrir más conexiones como las que enumero arriba, aunque solo
sirva para mi autoestima personal y la burla del autor. No quiero terminar sin antes
mencionar lo placenteras que fueron para mí las imágenes creadas por Mircea, quien se
vale del color de los metales, de las figuras de animales extraños y de los tópicos rumanos
para realizar dicha tarea. La niña gitana jugando a ser una reina con su pluma roja en la
cabeza comparada con un voivoda fue mi último feliz descubrimiento. Con esa comparación
no solo imaginamos como le queda la pluma a Garoafa, sino también sabemos de su
imposibilidad de ser una reina, de ser femenina; ella era más como un gobernante cruel,
pobre y poco agraciado.
Finalmente, es inevitable en mi situación actual darle vueltas al título del libro, Nostalgia,
el mismo en castellano que en rumano. A pesar del corto tiempo que llevo a la distancia,
extraño a Lima, como ciudad, pero no podré decirte más hasta que regrese; porque como
bien me corregiste cuando leíste mis primeros comentarios sobre este libro:
“Nostalgia es el dolor por el hogar, por volver a él, no por dejarlo. Algo que probablemente
solo sientas cuando vuelvas a leer las calles de Lima, como alguien lee sus escritos del
pasado, sus cartas de amor”.

Diana M.

Vous aimerez peut-être aussi